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43: Cobarde

Fue devastador para JiMin darse cuenta de que le falló a la señora Kim de una forma tan vil.

Sabía lo que ellos estaban viendo: el temblor involuntario de sus manos debido a su Omega aún aturdido por el uso reciente de la voz alfa, la ropa arrugada y la mata de cabello desordenada sobre su cabeza. Era consciente, por todos los cielos, de lo que ellos pensaban aunque evitaban mirarlo demasiado para no asustar a su Omega y hacerlo sentir amenazado.

Park JiMin se removió incomodo en la silla de metal, observando atentamente al policía detrás del escritorio que tenía un bolígrafo en la mano y una planilla sobre la madera barnizada. Era un Omega de cabello castaño desperdigado por su frente bajo un gorro azul oscuro, la cara delgada y una sonrisa compasiva que únicamente deseaba que desapareciera.

Solo quería que todos dentro de esa comisaría dejarán de verlo así cuando creían que él no podía darse cuenta; con aquella lástima enferma. Como si fuera la víctima de un atroz crimen.

El policía carraspeó. -Podría decirme su nombre, ¿por favor?

-Park JiMin.

-Está bien, Park JiMin-ssi. -Dijo. -¿Edad?

-Veinticuatro.

El otro Omega hizo un ruidito de asentimiento, escribiendo rápidamente antes de dejar el bolígrafo de lado y cruzar las manos sobre el escritorio con gesto amigable. Sus ojos grises se alzaron a su cara mientras tambaleaba los dedos con suavidad sobre la superficie más cercana y JiMin se humedeció los labios, repentinamente asustado de que SeokJin pudiera ser acusado de algo que no era justo.

De algo que no era su jodida culpa.

-JiMin-ssi, yo soy el oficial Cha EunWoo y voy a necesitar hacerte unas preguntas. -JiMin respiró hondo. -¿Estás de acuerdo?

-Sí.

-Vale. ¿Qué relación tiene con Kim SeokJin?

JiMin no creyó que a la policía le interesará nada más que lo evidente, por lo que se decantó por lo sencillo.

-Somos pareja.

-¿Cuánto tiempo llevan de relación?

-Cuatro meses y medio.

Cha EunWoo escribió en la planilla y volvió a verlo, ladeando ligeramente la cabeza para observar sus ojos.

JiMin no apartó la mirada.

-¿Alguna vez Kim SeokJin fue... Violento con usted? -EunWoo frunció las cejas cuando a lo lejos otro policía resopló una tos. -Quiero decir, ¿alguna vez demostró un comportamiento agresivo en su contra?

-No, nunca lo hizo.

El Omega pareció consternado un segundo antes de recomponerse, diciendo: -Necesito que diga la verdad en todo momento, JiMin-ssi. También que tenga en cuenta que no debe tener miedo a ninguna repercusión por su testimonio.

-Estoy siendo honesto. -Dijo. Evitando mostrarse tan nervioso como se sentía.

Ser casi un psicólogo había funcionado para algo... Aunque JiMin definitivamente seguía profundamente roto por el simple hecho de que el único culpable aquí era él.

SeokJin estaba en este lugar por su culpa.

Era tan insano como para arrastrarlo a su miseria y condenarlo a esto; así que realmente estaba tan enfermo que era un problema para los demás.

¿Cómo no pudo darse cuenta?

-Es probable que sienta un poco de temor, pero nada va a pasarle. -EunWoo suspiró. -Las leyes defienden su estabilidad y le aseguran una vida libre.

JiMin abrió los ojos de par en par, consciente de que el Omega estaba leyéndole el estatuto desde una parte alejada de su cabeza donde seguramente lo había memorizado. Estaba diciéndole con una sonrisita débil que, con una palabra suya aunada a la del testigo, SeokJin perdería su vida.

Y todo sería por él: por no ser normal y simplemente resignarse a una vida con la cual no lastimara a nadie.

No podía haber sido tan cruel, ¿verdad? Él no lo sabía, tampoco lo hizo a propósito. Él no...

«¿Estás dispuesto a seguir lastimando a los demás por tu egoísmo?»

Egoísmo.

Dios, había sido tan egoísta.

Tragó.

-Lo sé, lo entiendo. Pero no estoy mintiendo.

EunWoo asintió. -Por supuesto, nunca quise decir eso. Ahora haré una última pregunta, esta es imprescindible para el caso.

JiMin empujó los hombros hacia atrás y pensó que tendría que mentir, que tendría que arriesgarse a ello porque sabía lo que él iba a preguntarle y está era la única oportunidad de SeokJin.

-¿El señor Kim SeokJin alguna vez uso su voz alfa para obligarlo a hacer algo que no quería?

Debía ser Dios o La Luna, JiMin simplemente no lo sabía. No importaba tampoco. Pero estaba seguro de que una cosa misericordiosa sobre su cabeza era la única que le daría la posibilidad de arreglar sus errores.

Porque no era la pregunta, sino la manera en la que estaba formulada la que le permitía responder sin mentir.

-No. Jamás.

-¿Disculpe? -El Omega parpadeó perplejo. -Hay testigos que dicen haberlo escuchado usar la voz contra usted.

-¿Dónde? -Preguntó con un deje de preocupación disimulada en la voz tan fina como un hilo. -¿Dónde lo escucharon usarla contra mí?

Cha EunWoo calló y JiMin supo que había utilizado lo mejor que pudo lo que el destino le había ofrecido cuando otro oficial se acercó, carraspeando.

-Puede marcharse por ahora, Park JiMin-ssi. -Dijo. -Si esta seguro de lo que dice.

JiMin no dejo de mirar a los ojos al alfa al responder, con toda la convicción que logró reunir: -Completamente seguro.

Los policías se miraron.

JiMin apoyó la cabeza sobre las manos que permitió caer sobre sus piernas juntas casi en su pecho y cerró los ojos con una respiración temblorosa, tratando de alejar las lágrimas que amenazaban con desbordarse cruelmente.

Pasos sonaron cerca; susurros lo destrozaron un poquito más.

-Pobre. -Habló una mujer.

Un hombre bufó. -Sí, pero ¿qué podemos hacer? El alfa con el que llegó es millonario, si dice una palabra lo hará infeliz por el resto de su vida.

-¿Y no lo es ahora? No me imagino lo que debe ser soportar a un alfa que use su voz sobre ti siempre que quiere.

-Las víctimas temen, piensan que la policía no puede protegerlas. Incluso están las que piensan que eso es amor.

Amor.

JiMin estaba seguro de que era amor... Pero él estaba haciéndole daño a quien amaba todo este tiempo.

Alguien se aclaró la garganta y el Omega alzó los ojos, sorprendido con el cabello negro como el carbón y los ojos hermosamente zafiros que estaban frente a él.

Rosé le sonrió bonito. -Hola, duraznito.

-Rosé. -La voz le tembló. Miró al suelo.

La alfa frunció las cejas.

-Dulzura, ¿qué pasa? Quita esa cara.

JiMin apretó los ojos genuinamente aterrado; el miedo aberrante por lo que había hecho calando con fuerza y destruyendo lo que había logrado mantener de su pobre estabilidad emocional. Luego de un momento abrió los ojos vidriosos fijos en sus zapatos porque era incapaz de ver a Rosé, de simplemente mirarla con tanto descaro después de esto. De ponerla en esta situación. De dañar a su hermano de semejante modo.

Se obligó a hablar, haciendo la pregunta que martirizaba su cabeza con una timidez que si fuera dirigida a él en una ocasión como esa, respondería con el desagrado que la traición provocaba.

-¿SeokJin?

-Él está bien. -Ella se rascó tras la nuca y suspiró. -Descuida, de verdad.

-¿Cuándo va a salir de aquí?

JiMin sintió la mirada de los policías que hablaban antes, asombrados, como si no hubiesen sabido que estaba ahí sentado hasta que lo escucharon hablar.

No le importó.

-Pronto. -Sopló una risita casi muda. -JiWoo es una excelente secretaria, así que llamó a un abogado de confianza y estará fuera dentro de una hora. Afortunadamente nada se filtró a la prensa.

«Nada».

Ahora rogaba por un poco de ella aunque no la merecía, aunque un monstruo como él no merecía más que tormento.

JiMin respiró.

Finalmente, respiró a pesar de que aire era insuficiente para sus pulmones que luchaban contra el dolor.

-Eso es un alivio. Pero ¿por qué no me dejan verlo?

-Es difícil. -Aclaró. -Creen que puede influenciarte o en el peor de los casos, lastimarte.

Rosé era tan brutalmente directa como su hermano, JiMin concluyó.

-SeokJin nunca me tocaría. SeokJin no me ha hecho nada. -Desesperadamente dijo.

Rosé se sentó a su lado, suspirando por segunda vez.

-Lo sé, cosita. Ellos son quiénes no confían.

Dejó escapar un aliento inestable, palpándose el pecho con una mano que estaba peor que cualquier otra cosa temblorosa en su cuerpo y JiMin quiso golpearla fuerte contra él, quiso sacar el aire que el mundo le entregaba y solo dejar de respirar, porque dolía, quemaba como si fuera el último momento de su patética vida escapándose por el ardor ilusoriamente en su corazón.

Estaba tan jodidamente roto...

No recordaba, no era capaz de saber o cavilar, si alguna vez se había enfrentado a un dolor como este, pero la pregunta era tan estúpida que JiMin deseó solo desaparecer. Claramente, jamás había enfrentado un dolor tan grande, una cosa tenebrosa que inundaba su cabeza de ideas horribles que escuchó durante toda su vida.

Las palabras de Lisa. Las de LuHan.

Las de su abuela.

¿Por qué había dicho eso en el funeral de sus padres? ¿Por qué ella tendría que decir algo así a un niño?

¿Acaso JiMin había tenido... La culpa?

Por todos los cielos.

Subió las manos a su cabello, apretando los mechones hasta que sus nudillos se volvieron blancos por el paso impedido de la sangre. Pensando que simplemente, sus padres se fueron por esta cosa sucia y enferma que lo hacía un maniático; ellos se habían ido porque no eran capaces de soportarlo.

Cualquiera querría irse de su lado después de eso. Cualquiera mataría por alejarse de él, así como LuHan, antes de que fuera demasiado tarde y los conduciera a la muerte.

Él había llevado a sus padres a la muerte, a LuHan a convertirse en un monstruo solo para complacerlo y a Lisa... A Lisa la había vuelto la bruja malvada de su cuento cuando el siempre fue el culpable. Cuando únicamente él mismo tenía la culpa y merecía los peores castigos posibles.

JiMin decidió, ya no iba a ser tan insano, asqueroso. Enfermo.

Cruel.

-JiMin. -Llamó.

Era SeokJin.

El Omega se encogió entre sus hombros, evitando con todas sus fuerzas mirar a SeokJin cuando todo en su cuerpo le pedía hacerlo; observarlo y bañarse en él, besarlo. Demostrarle cuanto lo amaba luego de que pasara por semejante situación por sus incontrolables impulsos repulsivos.

Pero era demasiado sucio que siquiera lo tocara...

Alguien como él no debería tener permitido tocarlo o mirarlo.

Sin embargo, JiMin nunca había sido tan fuerte. Era débil como una hojita café a punto de caer de su árbol y desaparecer con el viento del invierno, así que intentó no sentirse tan mal cuando saltó al alfa abrazándolo por la cintura y hundiendo la cara en su cuello para aspirar su olor. Su bendito olor, la fuerza del anís que se deslizaba por su cuerpo en una ola de calma.

-Perdón. -Dijo con voz partida.

Ambos supieron que todo estaba desmoronándose y SeokJin aferró los dedos de su cuerpo con ansia, tratando de mantenerlo un poco más.

JiMin sintió su corazón estrujarse.

-Rosé, ¿puedes ir primero? Te llamaré en la noche.

Escuchó a la Alfa aclarándose la garganta. -Claro. Hasta otra, corazoncitos de melón.

SeokJin gruñó a su hermana que se rió, sacudiendo una mano en el aire y guiándolos en el corto camino hasta la salida antes de desaparecer. Entonces, JiMin se acobijó en el pecho del alfa, caminando difícilmente porque se negaba a soltarlo ahora cuando tendría que hacerlo después, resignando a no volver a siquiera hablarle.

Era lo mejor. De ese modo no le haría daño otra vez.

No fue consciente realmente de pasos, tampoco del momento en que subieron al auto de SeokJin y el tiempo corrió en su contra, teniendo que sostenerlo del filo de la manga de su camisa al detenerse frente a su pequeño edificio, que contenía el apartamento por el que tomo trabajos de media jornada durante toda su adolescencia para conseguir los ahorros suficientes para tenerlo y así dejar a sus tíos vivir sin la constante preocupación que él componía para ellos. No era que sus tíos se lo hayan dicho alguna vez o lo pensaran, pero JiMin sabía que no podía ser normal que su tío YoonGi no tuviera hijos con su Omega porque quería cuidarlo y darle toda su atención.

Simplemente ellos merecían ser felices sin una responsabilidad que no habían pedido y que resultó estar dañada, aunque ellos no lo supieran.

-¿Por qué no me miras? -SeokJin preguntó.

-Perdón.

JiMin siguió con la cabeza gacha el movimiento de su garganta al tragar y lo fruncida de sus cejas al escucharlo.

-¿Por qué estás pidiéndome perdón?

-Porque esto es mi culpa. Porque no tendrías que haber pasado por algo así si yo... Fuera normal.

-Tú eres normal.

-Eso no es cierto.

SeokJin bufó. -¿De verdad? -Sonrió con dolor. -Entonces lamento no conocerte verdaderamente.

-¿Qué quieres que diga? No puedes decirme que soy común cuando has tenido la mirada de esos policías encima. -Hipó. -¿Sabes lo que ellos dijeron de ti?

SeokJin clavó los ojos en él con furia. -¿Qué se supone que te dijeron? Si ellos intentaron...-

-No es eso. -Habló, desesperado porque le entendiera. -Es todo. Es que nada de lo que hago funciona, es que pongo en situaciones difíciles a las personas que más quiero. Es que te estoy lastimando.

-No vamos a tener esta conversación ahora.

-SeokJin.

-No. -Sacudió delicadamente la cabeza. -Sé como va a terminar esto si lo continuamos ahora y no voy a permitirlo de nuevo. No estás pensando con claridad y vas a hacer algo de lo que te arrepentirás, JiMin.

-Estoy pensando. -Recalcó. -No puedo seguir así, no puedo hacerte esto.

-Mira lo que estás haciéndote, ¿eso sí puedes permitirlo?

-Si es para no dañarte, sí.

SeokJin golpeó el volante del auto con la palma de la mano abierta, ocasionando un ruido sordo que JiMin recibió cerrando los ojos, apretándolos lo más que pudo.

Ardía.

-No voy a escucharte. -Suspiró. -Hablaremos después, cuando te calmes.

-Vamos a dejarlo, ¿sí?

SeokJin gruñó. -Cállate.

-Tú y yo ni siquiera empezamos bien, solo toma en cuenta todo por lo que hemos pasado. No estamos hechos para el otro.

-JiMin, cállate.

Su cuerpo lloró con él amargamente al soltar a quien su Omega consideraba el amor de su vida. Su alfa. Alguien de quien no deseaba alejarse y su animal comenzaba a odiarlo también, por su decisión. Gruñendo resentido en las profundidades de sí mismo.

JiMin solo pudo permitir al sentimiento de odio bañarlo...

El Omega gimoteó quedito. -Ya. No nos hagamos esto.

-¿"No nos hagamos esto"? -Escupió. -¿Qué estoy haciendo yo? ¿Tratar de mantenernos juntos? ¿Hacerte ver qué no estás enfermo? Nada de eso es cruel o busca dañarte, pero tú me estás lastimando a mí. -JiMin jadeó un sollozo. SeokJin lo miró con una nota destrozada en los ojos. -¿Sabes cuál es tu verdadero problema? Eres demasiado cobarde.

Cobarde.

JiMin abrió los ojos de par en par, boqueando estúpidamente porque su cabeza no era capaz de entender lo que SeokJin estaba diciéndole. No era capaz de comprender realmente que demonios quería decir con eso; y pensó, que se notaba que estaba intentando negarlo, rogando a lo que fuera que él no le haya dicho eso de verdad.

Porque era un cobarde y no podía soportar escucharlo.

-SeokJin...-

-Has sido un cobarde sin remedio toda tu vida. -Interrumpió cortésmente. JiMin odió su finura. -Has podido arreglarlo, pero tienes demasiado miedo. ¿Y de que te ha servido ese miedo, JiMin? -Los dedos largos sostuvieron su barbilla, obligándolo a verlo. -¿A dónde te ha llevado temer de ti mismo, amor?

«Temer de ti mismo».

Eso no debería siquiera existir, pero lo hacía y JiMin sencillamente tenía tanto miedo de lo que podía encontrar, de lo que los demás verían y dirían que se dejaba ser tragado por la ola de terror. Un terror horrible y asfixiante, que ponía sus manos sobre él y lo empequeñecía mientras se llevaba su vida.

Mientras Park JiMin le permitía al miedo llevarse su vida, pues no era lo suficientemente fuerte como para resistirse...

-No puedo. -Susurró.

SeokJin apretó los labios, sus manos alejándose con paciencia a pesar del mar turbulento que eran sus ojos.

-Y yo no puedo hacerlo por ti.

JiMin se tragó las lágrimas por el ridículo pensamiento de un beso, de solo besarse ahora que estaban despidiéndose para que pudiera recordar la manera en la que se querían: la manera en que se habían conocido y como llegaron hasta aquí. Un beso por los recuerdos dulces, los amargos y los tristes. Un beso porque ellos podrían ser especiales si el destino no los odiara.

Desgraciadamente, ese beso jamás llegó.

JiMin se sintió tan cobarde al abrir la puerta del auto y andando a su apartamento luego, que sus piernas débiles dejaron de sostenerlo al encontrarse en su diminuta sala de estar. Cayendo al vacío, la oscuridad arrastrándolo.

Las lágrimas finalmente hallaron el camino por su cara.

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