11: Anís y fuego
Kim SeokJin era la joya de la familia Kim. Hijo primero y honrado que nunca se veía envuelto en escándalos. Alfa de élite. Heredero de una fortuna que muchos codiciaban.
Pero, la familia Kim no era como todos la contaban. El padre, era un alfa bastante aburrido, arraigado a viejas tradiciones e imponente capitán de una corporación en la que se convertía en un dictador. La madre, se puede definir como una bonita Omega que se interesa por el bienestar social y el respeto hacia los de su especie.
O eso dice la farándula...
La realidad, que muchos quieren creer, puede estar sobrepasando la verdad por aberrantes diferencias.
SeokJin veía a su familia en un esquema muy simple, mucho menos desastroso: un padre aburrido que quería la prosperidad de su empresa y una madre entrometida que no paraba de husmear en su vida. Pero no era como si eso fuera muy grave.
El único desperfecto de su familia era, a su desgracia, su primo. Demasiado cabeza hueca como para mirar debidamente y dejar de hacerlo por encima del hombro, viendo a los demás como pequeñas cucarachas o fáciles fichas de ajedrez. Gracias al cielo el resto pensaba igual; el muy idiota ni siquiera tenía la inteligencia de ocultar esa opulencia tan molesta.
Dejándolo de lado, solo quedaban su hermana y él. Vamos, que no hay mucho que decir. Rosé era una alfa muy versada en los negocios que seguramente se quedaría con la empresa familiar y a SeokJin eso no podía importarle menos a pesar de ser el mayor. SeokJin estaba contento con el pequeño imperio que el mismo se había creado; aunque claramente su humilde centro comercial de cuatro pisos y con más de doscientas tiendas abiertas, que recibía aproximadamente ciento cincuenta mil personas a la semana, no podía competir con la fantástica compañía de seguros que se extendía alrededor de más de veintisiete países que había creado su abuelo.
De todos modos, estaba contento con lo que tenía. Fuera de un negocio que solo le traería dolores de cabeza y le concediera cientos de enemigos que no necesitaba tras sus espaldas. Así, con sus humildes ingresos, por lo menos no tenía que luchar contra tanta competencia.
Siempre había sido muy flojo para los negocios, por lo que con solo un centro comercial que había hecho desde cero, buscando inversionistas aquí y allá, matando un poco de la competencia y remodelando la estructura en una zona común de Gangnam-gu que había comprado con el sudor de su propia frente -y algunos préstamos bancarios de los que ya se había librado. -, comenzó un pequeño negocio que le daría el sustento de su vida y la de sus hijos. Sin mucho problema. Era más fácil de manejar que una gran corporación.
Sin embargo, SeokJin tenía un defecto más. Sencillo y bastante simple, a decir verdad:
Era caprichoso.
Si quería algo iba a luchar por ello hasta conseguirlo y, tan persistente como su padre le había contagiado en la sangre en sus venas desde el momento en que lo concibió, sería un verdadero fastidio hasta tenerlo entre sus manos.
Chasqueando la lengua, SeokJin tambaleó los dedos sobre la mesa a un lado, distraído de lo que sea que estuviera pasando en la gran pantalla de su televisor. El frío del aire acondicionado filtrándose por la sencilla seda de la bata esmeralda mientras estaba sentado con las piernas medio abiertas.
El tic tac del reloj sonando demasiado fuerte en su cabeza, como una canción que se repetía una y otra vez. Interminable y supremamente irritable.
A SeokJin no le gustaban estos momentos: cuando estaba solo, haciendo inevitables muecas y con una meta plasmada con fuego en la cabeza.
Ese fuego se extendía... Se extendía muy rápido.
—Maldita sea. —Resopló.
Se levantó del sofá individual color negro que quería aparentar alguna indumentaria vanguardista, complementándose con el resto del salón que parecería ser un museo de época. El parquet oculto bajo un alfombrado blanco hueso que no le hacía honor a la maravillosa madera y las extensas paredes pintadas de un demasiado vistoso borgoña que no terminaba, cubriendo también el mármol del techo, eran los desperfectos que harían su horripilante casa.
Extensa y vacía. Cuyos resultados le darían a sus propios pasos un eco espectral a cada uno.
SeokJin no odiaba su solitaria vida, pero odiaba estos momentos cuando el borgoña parecía demasiado brillante y el blanco hueso le provocaba náuseas. El silbido del aire acondicionado siendo su única compañía.
Odiaba cuando debería estar acompañado y no lo estaba. Eso era, lo que realmente le tenía con un inminente dolor de cabeza.
«Ese Omega atrevido...»
¿Era tan complicado solo dejarse llevar? Permitirle meter sus manos dentro de su ropa y rozar suavemente la piel desnuda seguramente no hubiese sido gran tortura. Estaba seguro de poder hacerle pensar en miles de cosas que le quitarían las preocupaciones con la rapidez de un huracán.
Él no era, desde ninguna perspectiva, alguien mediocre.
Cuando el reloj marcó engreídamente las doce en punto, la botella de vodka se abrió. Sirvió en un pequeño vaso y dejó que se deslizara por su garganta con la facilidad de un bebedor empedernido, aunque jamás le haya gustado la bebida en especial. Y, aunque tampoco
era muy fan del sexo, prefería un buen Omega en su cama, justo ahora.
Preferiblemente, de cabello rubio y piernas largas. La piel como la mantequilla, demasiado suave; con los labios torcidos gozosamente en una curva de placer y los ojos bonitamente cafés.
Tan, pero tan bonito.
—Le ha salido la jugarreta. —Dijo, riéndose de sí mismo mientras se dejaba caer en la gigantesca cama.
Habían noches, como está... No, en realidad, era su primera noche como está. Cuando no estaba seguro de poder dormir porque los besos dados se repetían como una película en su cabeza.
Porque el fuego de su boca era adictivo y estaba contaminándolo demasiado rápido.
Fuego, fuego, maldito fuego que estaba quemándole. Su loco lobo corriendo de un lado a otro porque se estaba incendiando; el olor a anís estaba por todas partes en oleadas incendiadas y no sabía porque ya no se creía capaz de controlar su cuerpo.
¿Por qué quería atraerlo con su olor cuando estaba tan lejos? ¿Por qué, en primer lugar, estaba intentando atraerlo?
—Me estoy volviendo loco... Sí. Me gusta demasiado, tanto como para volverme un poco loco.
La risa que le acompañó hasta que cayó dormido fue una caricia y los sueños que lo siguieron después del suave roce un martirio, pues avanzaban y se volvían pesadillas.
Horrendas pesadillas, en donde no tenía lo que tanto deseaba.
Oh, sí. Era caprichoso, muy, muy caprichoso. Indispuesto, de cualquier manera, a renunciar a lo que tanto quería. Anhelándolo antes de darse cuenta e incapaz de negárselo siendo como era.
Siendo, simplemente, anís y fuego.
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