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𝐎𝟕 𓍼 ⊹ ˚. chemistry destined for chaos


CHAPTER SEVEN
Chemistry destined to chaos.

Del otro lado de la historia estaba Robby Keene, el adolescente de actitud rebelde, abandonado por sus padres, otro producto de otra familia disfuncional, el hijo olvidado de Johnny Lawrence y Shanon Keene, una pareja que para él nunca tuvo que haber existido. No tenía buenos recuerdos de su infancia, mucho menos ahora en su adolescencia, en que estos dos adultos no estén discutiendo. Cansado de ser la razón de las disputas decidió encerrarse en su mundo, viviendo una vida bastante alejada de la supervisión paterna.

Su orgullo no le permitía confesar que se sentía un completo imbécil con el uniforme de la automotora LaRusso. Jamás habías usado pantalones de tela, sentía que trabajaba en alguna oficina aburrida ocho horas al día, además, esa horrible polera gris con el logo de la empresa... maldición, por el sueldo que le ofrecía no podía quejarse.

Una vez más el tema del dinero por su casa lo obligaba a buscar otro empleo para pagar las cuentas y alimentarse porque había perdido su puesto de vendedor en Tech Town, bueno, tampoco podía esperar un ascenso después de robarle a los clientes por un poco más de dólares. Por la abrumadora publicidad en El Valle no fue difícil dar con el anuncio de LaRusso Auto Group, la oferta fue tentadora desde al principio cuando el dueño de la compañía no era nada más que el eterno rival de su padre, un tipo exitoso, adinerado, de buena reputación y una familia perfecta. Todo lo que Johnny no era.

Sin quererlo, ni buscarlo, había encontrado la mejor manera de dañar a su padre trabajando para la persona que más detestaba en el planeta. Así que no pensó mucho en presentarse.

Por algún lugar tenía que comenzar. Limpiaba las ventanas de un hermoso Mercedes Benz, en lo personal, Robby no era un fanático de los autos como otros aficionados de su edad, sin embargo, no podía negar que los ejemplares que vendían la corporación eran bastantes elegantes y de buen gusto. Claro, siempre a un precio acorde, porque le costaría toda su vida lograr adquirir uno de esos. Pero eso no era todo, el ambiente laboral mejoró mucho cuando uno de los dueños, Daniel LaRusso, puso sus ojos en el adolescente sin saber que se trataba del hijo de Lawrence, porque si se llegaba a enterar quién era su verdadero padre, era seguro que no iba a pasar un poco más de dos segundos para despedirlo. Los adultos eran amables con Keene, lo que era extraño, aunque con eso le era suficiente al ser mucho mejor que cualquier trato recibido por sus otros jefes explotadores.

Quedaban un par de horas para que su turno llegara a su fin. Necesitaba con urgencia ir a comer algo y llegar a su casa a dormir porque desde que balanceaba el trabajo con la escuela, descansar se volvió su momento favorito del día.

──¡Bienvenidos, no saben cuánto me alegro de verlos! ──exclamó Daniel LaRusso con alegría entrando a la concesionaria──. No hay mejor lugar para encontrar lo que la cumpleañera desea.

Con el mayor de los disimulos, Keene no pudo evitar dar una corta mirada a la distancia reconociendo la imagen perfecta del típico matrimonio adinerado, el hombre llevaba lentes grandes y la mujer pelirroja vestía un traje de dos piezas bastante sofisticado para un lugar así. Eran otra de las tantas pareja que paseaba por el lugar viendo el precio de los autos sin sorprenderse de lo elevados que estos eran, o de los que no perdían el tiempo dirigiéndose directo a cotizar los modelos menos costosos.

──Bueno, si la cumpleañera pareciera estar interesada sería genial ──dijo la mujer pelirroja con sarcasmo mirando atrás de ella. Daniel soltó una risa viendo a su esposa bajar las escaleras──. Leighton, suelta el celular, te están hablando.

Leighton.

Quería desaparecer justo en ese momento. Robby frunció el ceño en caso de haber escuchado bien, se giró un segundo encontrando a la misma chica endemoniada caminando por el lugar, despreocupada por su entorno con el teléfono pegado a su mejilla manteniendo una conversación, actitud que a su madre no le gustó, y claro, era más que obvio que aquella mujer era su familia, el parecido entre ambas eran innegable, el mismo cabello rojo largo parecía llevarlo en los genes.

El adolescente se escondió atrás del auto que estaba limpiando como si alguien lo estuviera buscando, pero Leigh no tenía idea que el hijo de su sensei estaba a unos pocos metros. Aunque era inevitable no mirar de reojo a la chica que poco parecía importarle lo que sea que él estuvieran haciendo.

──¿Ves alguno modelo que te guste? ──le preguntó Daniel a la adolescente──. Puedo hacer recomendaciones si gustas.

──Vaya, hay mucha variedad ──contestó la pelirroja con una sonrisa observando decenas de autos que la rodeaban, sin contar los que se encontraban en exhibición afuera──. Quisiera ver alguna camioneta automática.

──¿En serio, hija? ──interrumpió Mason con el ceño fruncido no tan convencido──. Tienes las preferencias de tu madre.

──No la puedes culpar por tener buen gusto ──añadió Ellis alzando una ceja.

──Eso es cierto ──contestó el padre de Leighton arreglándose el nudo de la corbata haciendo reír al resto de adultos, menos a la adolescente que solo rodó los ojos.

Siempre amable, Amanda LaRusso se apresuró a tomar gentilmente el brazo de la próxima cumpleañera para llevarla donde se encontraba los modelos que se ajustaba a lo que había solicitado. Cuando ambas pasaron por el lado de Keene, este se agachó atrás de un auto justo a tiempo, sin embargo, era bastante poco probable que la hija de Mason y Ellis se fijara en la presencia de un trabajador cualquiera, menos cuando su atención estaba puesta en su teléfono y en los mensajes más que elegir su primer auto.

La verdad es que Leighton no parecía emocionada, tampoco lo estaba, pero se esmeraba en dibujar una sonrisa en su cara porque sabía que sus padres estaban esforzándose por su extravagante regalo y no quería arruinar el momento para ellos. Escuchaba con atención las específicas características que le daba el señor LaRusso sin entenderlas en lo absoluto, pero Mason parecía demasiado atento, Leigh no sabía mucho de autos, al contrario de Matthew que su familia coleccionaba coches y le conversaba de sus adquisiciones. Él podría haberla ayudado, si no fuera por el detalle que no se comunicaban en casi una semana entera.

Ni un maldito mensaje, un mísero audio, eso sí, se encontraban en línea al mismo tiempo y ninguno escribía en el chat que compartían. Anderson se conformó con ver el rostro de su pareja en publicaciones de otras personas, en fiestas, cenas, pool partys con los que antes eran sus amigos en común, pero que ahora se habían olvidado de ella como si nunca hubiese existido.

──¿Qué te parece este, cariño? ──la voz dulce de Amanda la hizo aterrizar.

──Está... bonito, sí, muy bonito.

Su respuesta parecía casi programada, cosa que su madre notó. Nadie la conocía como Ellis Anderson, y sabía que el último tiempo su hija estaba lidiando con los cambios a su manera, y las consecuencias de la radical mudanza.

──¿Segura, Leighton? ──cuestionó su madre frunciendo el ceño un poco. Asintió alzando la comisura de sus labios de manera un tanto forzada, a lo que la mujer se acercó para acariciar su hombro──. ¿Todo bien, cariño?

──Sí, mamá ──su respuesta no fue más que un susurro inseguro e inconsciente que salió de su boca. Una mentira piadosa suficiente para calmar las dudas de Ellis, quien no le creyó ninguna de sus palabras al instante que Leigh soltó un suspiro sin quererlo.

──¿Sigues sin hablar con Matt?

La pregunta directa la hizo sentir incómoda como nunca, hablar sus problemas sentimentales con su madre no era algo a lo que estaba acostumbrada y no deseaba cambiar eso justo en ese instante.

──Mamá, de verdad, todo está bien ──soltó una risa para disimular lo mejor que podía. Corrió la mirada a un auto que se acaba de dar cuenta que estaba ahí──. ¿Te gusta este? ──se paró al lado de la camioneta──. Yo creo que es perfecto.

──¿No es demasiado grande para una adolescente? ──dudó poco convencida de la actitud de su hija.

──Espacio es lo que esta jovencita necesita ──bromeó Mason pasando un brazo por los hombros de Leighton──. Ya sabes que lleva demasiadas cosas, la mochila de la escuela y ese bolso gigante para ir a entrenar karate todas las tardes, con toda la ropa que se lleva parece que todos los días se va de casa.

Leighton asintió encontrándole toda la razón, además, quería una camioneta grande para ostentar, podía haber salido de Nueva York, pero el estilo de vida de la Gran Manzana no solía salir de ella tan fácil. Sin embargo, Daniel LaRusso pareció quedar por unos segundos procesando aquello último. Entrenar karate todas las tardes. En su cabeza las piezas comenzaron a encajar rápidamente sabiendo que después de años Cobra Kai había vuelto a abrir en la ciudad, no, no podía ser que la hija de sus amigos esté inscrita en ese dojo maldito.

──¿Volviste a practicar karate, Leighton? ──comenzó a indagar haciendo un esfuerzo por no parecer demasiado interesado.

──Más como un pasatiempo ──respondió la adolescente alzando los hombros sin darle importancia al asunto.

──Oh, eso es genial, ¿en dónde? ──preguntó la esposa de Daniel.

──Hace unos meses se abrió un dojo a unos pocos kilómetros, seguramente han pasado por ahí ──contestó esta vez Mason revisando la calidad de las llantas del auto── ¿Cómo se llamaba, Leigh?

──Cobra Kai ──dijo la chica conociendo por encima la historia entre su sensei y el señor LaRusso──. Deberías empezar a recordarlo, papá.

──Tú no recuerdas ni el día de mi cumpleaños, así que no esperes mucho.

En su mente, Daniel LaRusso hizo un esfuerzo para disimular su expresión de sorpresa y disgusto. En silencio, Leighton lo observó al notar su prolongado silencio de todas las partes, hasta que después de unos segundos prefirió subir a la camioneta para probar la calidad de los asientos y las dimensiones del vehículo que había llamado su atención. Era lo que quería.

──Me encanta ── sonrió, esta vez de verdad.

──¿Entonces entrenas con Johnny Lawrence? ──preguntó LaRusso apoyándose en la ventana del conductor──. ¿Estás segura que es una buena idea?

──Sí, es mi sensei. Pero no estoy aquí para charlar de karate, señor LaRusso ──contestó siendo bastante respetuosa para tratarse de ella. Daniel asintió entendiendo que no era el momento para charlar del pasado y la mala influencia de Cobra Kai en El Valle, por lo que tendría que calmar su impulso mientras que la adolescente parecía no tomarle el peso a la situación al estar bastante ocupada con la difícil tarea de elegir su regalo de cumpleaños──. Bueno, creo que esto fue más sencillo de lo que imaginé, ¿no?





Los padres de Leighton Anderson habían ingresado a la oficina de Daniel junto a Amanda para hablar de negocios y cerrar el trato. Por obvias razones el auto no iba a quedar bajo el nombre de ella, no por el momento, pero sí a su entera disposición siempre con el permiso de sus padres.

──Te he llamado tres veces, Matt.

──Es temprano todavía, Leigh ──la voz ronca de su novio sonaba por el auricular del teléfono.

──¡Son la dos de la tarde! ¿Acaso olvidaste que también viví en esa ciudad? ──exclamó Anderson alzando la voz de la molestia. Un par de hombres que también trabajaban en la concecionaria se voltearon con el ceño fruncido a ver qué sucedía, encontrándose con una adolescente molesta con su novio por no contestarle las llamadas──. ¿Qué miran?

──Oye, cálmate ──interrumpió Matthew, sabiendo lo mucho que le molestaba a su novia escuchar esas palabras. Similar a invocar a un demonio──. Mira, mejor yo te llamo cuando estés más tranquila, no quiero pelear.

──No hemos hablando en casi una semana, Matthew. Me prometiste que vendrías para mi cumpleaños, que pasaríamos juntos ese día, ¿y tú quieres llamarme cuando esté menos molesta? ──dijo Anderson caminando a un sitio más aislado.

──Adiós, Leighton. Te quiero.

Abrió la boca con un gesto exagerado de sorpresa.

¿Te quiero? ¿En serio le había dicho eso después de cancelar su viaje para Los Angeles e ignorarla por días de una forma tan humillante y descarada? Ya no más te amo o un maldito te extraño, no más mensajes de buenos días ni llamadas telefónicas hasta tarde.

──Imbécil.

Presa de su propia impulsividad, cortó la llamada por simple orgullo antes que él lo hiciera. Hizo un esfuerzo por no lanzar su teléfono al piso, tenía que controlar su ira para no transformarla en una rabieta. Necesitaba mojarse el rostro con agua fría por lo menos.

──Disculpa, ¿dónde hay un baño? ──consultó a un chico que pasaba por su lado. El castaño se giró encontrándose frente a frente con la pelirroja. Robby Keene se quedó con las palabras en la boca, los dos hicieron notar el disgusto en su expresión──. No puede ser, otra vez tú. El destino realmente me detesta.

──Lo mismo digo ──repitió Keene con el mismo tono de su voz──. Esto es acoso.

──¿Yo? ¿Acosarte? ──soltó una carcajada irónica──. Bueno... ── se detuvo a leer el gafete en la polera del chico que contenía su nombre── Robby, tengo cosas más importantes que hacer que seguirte por toda la ciudad.

Vaya que su nombre sonaba bien cuando ella lo decía.

──Claro, me imagino que debes tener una vida bastante ocupada con tu flamante karate golpeando gente en la escuela ──se burló el castaño con desprecio──. Vi el famoso vídeo, no peleas tan mal para creerte una princesa.

El tono de llamada de Anderson sonó en su mano a lo que rápidamente se apuró en silenciarlo sin mirar el nombre del contacto en la pantalla.

──¿Sabes dónde hay un baño, o no?

El hijo de Johnny se apresuró en responder apurado en deshacerse de ella. Eso de que el cliente siempre tiene la razón no se aplicaba en la pelirroja.

──No, no tengo idea.

──Creía que trabajabas aquí ──dijo ella alzando una ceja mirando la curiosa ropa de Robby con cierta gracia──. Sería la única razón coherente para que uses ese horrible uniforme.

──Sé donde está el baño de empleados, pero no puedo dejarte usar ese ──sonrió con cinismo──. Lo siento, son las políticas de la empresa.

¿Políticas de la empresa? No tenía idea de lo que estaba hablando. Leighton alzó ambas cejas confundida. Robby quería reírse, la pelirroja se veía tan graciosa tratando de contenerse para no golpearlo que era gracioso fijarse como lograba molestarla.

──¿Y qué haces aquí? ──se atrevió a preguntar sin actuar interesada, pero dispuesta a escuchar.

──Bueno, creo que ya te diste cuenta, ¿no?

──¿Sabes una cosa? Tengo que admitir que es bastante osado de tu parte trabajar con el enemigo de tu padre ──dijo Anderson con naturalidad, sabiendo el efecto que causaría sus calculadoras palabras──. Me imagino que Daniel LaRusso no sabe que eres el hijo de Johnny, ¿verdad?

El castaño contuvo su respiración sintiendo que la garganta se secaba en cuestión de segundos, tensó la mandíbula y cualquier rastro de gracia desapareció de su rostro. Impulsado por su rabia tomó el brazo de Anderson con la intención de detenerla sabiendo que era capaz de delatarlo solo para joderlo, sin embargo, y para su sorpresa, la chica tenía reflejos rápidos, más de lo que se imaginó, golpeó el pecho de Keene sin la intención de derribarlo.

──No te atrevas a tocarme ──ordenó Anderson acercándose a su rostro──. Y yo tampoco lo voy a hacer.

Él tuvo que dar un par de pasos hacia atrás tomando un momento para respirar luego de haber quedado sin aire.

──Ni se te ocurra mencionarle a mi padre que me viste por aquí ──le advirtió enojado──. O...

──¿O qué? ──preguntó la pelirroja en un tono desafiante──. Pensaba que te había quedado claro que tu aburrida vida y los estúpidos asuntos con tu padre no me interesan.

Un empleado de mayor rango de la empresa, además de ser un cercano amigo del matrimonio LaRusso se aproximó a los chicos cuando los vio demasiado juntos pensando que lo más probable era que Robby, el nuevo e inexperto novato, estaba molestando a la flamante y respetable hija de los Anderson.

──Buenos días, señorita ──la saludó educadamente extendiendo su mano──. ¿Se encuentra todo bien por acá?

Con la tensión rozando el techo Keene miró a Leighton que tenía la última palabra sabiendo que su respuesta influiría en su empleo, sus ojos azules sobre ella esperaban su despido inminente, estaba nervioso, sí, pero su orgullo era más grande que intentar conservar un trabajo en la empresa de los LaRusso. La pelirroja sonrió de lado en un gesto de malicia, luego de unos momentos de pensar su respuesta, soltó un suspiro negando con la cabeza.

──Oh, claro que no. Robby es un amigo de la escuela, ha sido muy amable mostrándome los modelos de autos que tienen. Quiere que me lleve lo mejor del lugar ──respondió Leighton con una mano sobre el hombro de el chico y un tono dulce e inocente que podía engañar a cualquiera──. ¿Acaso hay algún problema con eso?

──Si necesita ayuda con los modelos, tenemos gente especializada con el tema ──contestó Anoush esperando otro tipo de respuesta de parte de la pelirroja──. Él es solo un empleado más, no tiene idea── añadió con un tono despectivo que poca gracia le hizo a Anderson.

Los padres de Leighton trabajaban con empleados todos los días, le explicaron que eran la base del funcionamiento de los hoteles y merecían respeto. Algo que aprendió muy bien.

──Su nombre es Robby ── interrumpió con un tono frío──. Y estamos bien, gracias.

Con nada más que decir, Anoush se quedó en silencio sin tener ninguna palabra que debatir. Miró de reojo a Robby Keene, en realidad no sabía cómo se llamaba, pero no confiaba en el nuevo empleado. Sin nada que poder agregar, los dejó, despidiéndose con el mismo profesionalismo sintiéndose un idiota al no haber imaginado esa inverosímil posibilidad.

La pequeña sonrisa en los labios de Robby fue algo que extrañamente le agradó ver a Leigh.

──Se dice gracias por salvar mi empleo, Leighton ──dijo ella comenzando a caminar por el gran lugar.

──Los dos sabemos que jamás diré eso ──respondió Keene, siguiéndola──. ¿En serio vienes a comprarte un auto? ¿O también es parte de tu actuación?

──Se trata de mi regalo de cumpleaños.

Sin estar del todo sorprendido, Robby alzó las cejas sin agregar nada. Había escuchado de la familia Anderson antes de que llegaran a la concesionaria, un par de horas antes Daniel les avisó que iban a tener una importante visita de unos amigos cercanos. En poco tiempo desde su llegada los Anderson habían logrado encontrar un lugar en las mesas de los más influyentes de la ciudad por el gran capital que manejaban. La heredera indiscutida, Leighton tenía un aspecto distinguido, vestía prendas de marcas costosas, su teléfono de última generación, su cuerpo decorado con sutiles accesorios que combinaba.

Obviamente era una otra niña rica de Reseda, y ahora el chico sumó a la lista la palabra mimada.

─Entonces, feliz cumpleaños, supongo ──soltó con cero ánimos.

──Hoy no es mi cumpleaños. Faltan un par de días ──informó la pelirroja como si se tratara de un dato de vital importancia que Keene olvidaría al final del día──. Mierda, sonaste tan falso que me recordaste a mis otros amigos.

──Eso... eso no me suena muy bueno.

Anderson soltó una risa antes de darse cuenta que por primera vez estaba llevando una conversación decente con ese chico que tanto se estaba cruzando en su camino.

──Así que viste el vídeo de la escuela ──comenzó a decir Leighton apoyando su cuerpo en un auto. Para ser egocéntrica, le sorprendía a sí misma el no haberlo visto.

Asintió dándose cuenta que había sonado como un fanático, quizás no fue muy bueno decir eso, se sentía como un idiota cuando se quedaba viéndola más de cinco segundos seguidos temiendo que en cualquier momento ella lo descubriera. Pero era imposible que no le llamara la atención.

La puerta de la oficina del señor LaRusso se abrió dejando salir a Mason junto a Ellis con una sonrisa en el rostro y un par de carpetas en la mano del padre de Leighton, satisfechos del trato habían cerrado un acuerdo. Leighton fue donde sus padres sin terminar la conversación con Robby que también se apresuró a volver a sus labores como empleado antes que sus jefes lo descubrieran perdiendo el tiempo, sin embargo, Daniel fue bastante observador con el comportamiento de ambos.

──¿Conoces a Robby? ──preguntó el padre de Sam mientras Leigh se acercaba a sus padres.

──Lo he visto un par de veces ──contestó la pelirroja restándole importancia al asunto, aunque sin mentir del todo.

──¿Quién es Robby? ──interrumpió Mason Anderson alzando una ceja. No le gustaba que los chicos se acercaran a su niña, así que su instinto de padre se puso alerta──. ¿Un compañero de la escuela o del dojo?

──No es importante, papá ──hizo su mejor esfuerzo por deshacerse del tema, la cara de Mason no fue convincente──. ¿Cómo les fue?

Ellis la abrazó pasando su brazo por encima de los hombros de su hija, el matrimonio LaRusso se miraron entre ellos con una sonrisa cómplice de haber cerrado un buen trato con buenas ganancias. Con la felicidad a flor de piel, Leigh comenzó a dar saltos de emoción y abrazó a sus padres a la vez, repitiendo la palabra gracias hasta el cansancio. No podía creer que le estaban regalando su primer auto, era su sueño desde que era una niña y lo tuvo que esperar.

──Felicitaciones, cariño ──dijo Mason besando la frente de su pequeña que tenía las mejillas rojas de la emoción──. Te lo mereces.

Era una chica de La Gran Manzana, acostumbrada a la buena vida desde que tenía memoria. Siempre usando lo mejor, así lo querían sus padres y así mismo se acostumbró Leighton quien no conocía otra realidad que esa. Los Anderson era una familia que efectivamente podía darse ciertos lujos, aquel regalo para su hija adolescente era un ejemplo del nivel al que podían llegar por consentir a su única hija.

Aprovechando el ambiente, Amanda LaRusso sacó una botella de champán del refrigerador que tenían en el casino del lugar. Ella misma lo abrió sirviendo en las copas de cristal a modo de celebración, los cinco hicieron un brindis haciendo sonar sus copas chocando suavemente entre ellas en un tintineo de celebración. Sin dudas que la familia LaRusso tenía un gran aprecio a los Anderson, más que nada por la relación de profunda amistad que compartían Ellis y Amanda desde la secundaria.

──Deberíamos ir a cenar todos juntos esta noche ── propuso la madre de Leighton──. ¿Qué dicen? ¿Pueden venir a nuestra casa?

A un par de metros, Robby Keene limpiaba uno de los autos con los movimientos circulares que el señor LaRusso le había enseñado. Las ruidosas risas de los otros que compartían su trago lo distraían mientras que a él le tocaba trabajar toda la tarde para comprar algo más que comida congelada. Así que por unos momentos no podía evitar desviar la mirada a sus jefes con los nuevos clientes favoritos, y claro, Leighton era la más consentida de todos.

La pelirroja bebió un trago delicado sintiendo el sabor en su lengua, algo dulce pero no tanto, no era de su gusto, pero obviamente prefirió guardarse el comentario y seguir con la charla actuando indiferente ante él. A Robby no le sorprendió cuando ella no le devolvió la mirada en ningún momento demasiado ocupada en conversar con los adultos. Si lo pensaba, tampoco sabía qué estaba esperando, en su cabeza aquella fantasía de compartir miradas a la distancia era una completa locura, la joven Anderson estaba demasiado ocupada viviendo su perfecta vida como para pensar en alguien como él. Mucho más agregando que solo peleaban cuando cruzaban palabras por más de un minuto.

Conocía a las chicas como Leighton, más bien las había visto en las películas y se las había cruzado en la escuela. Solo eran ella y su ego.

Después de suspirar volvió a pulir con cera aquel costoso modelo sin muchas ganas después de su reflexión. Tenía que sacarle brillo antes de su horario de almuerzo, después terminar el segundo turno para finalmente volver a su casa donde estaba seguro que su madre no estaría esperándolo, como cada semana, así que solo llegaría a su vacío departamento. Todo pasaba por su cabeza demasiado rápido, quería pensar cualquier cosa, mantenerse ocupado para no distraerse con la presencia de la molesta chica, la cual resultó ser una buena mentirosa.

Otra vez perdió consigo mismo cuando la tentación de mirarla le ganó a su voluntad. En el fondo, Robby estaba apostando con él con algo que no iba a pasar.

──Eres un idiota ──susurró, hablando solo aplicando más fuerza.

Fue entonces que Leighton no aguantó sus ganas de desviar su atención de las palabras del señor LaRusso que le estaba comentando todas las responsabilidades de adquirir un auto al solitario chico sin importancia a lo lejos que limpiaba un auto. Solo fue un impulso, uno que se guardó por un largo rato.

Seguía en el mismo sitio. Ni ella misma comprendió por qué lo hizo, pero quería comprobar si Robby seguía cerca, giró su cabeza en un rápido movimiento cuando se dio cuenta que Keene se adelantó. Leighton tragó el poco alcohol que quedaba en su boca, de verdad sintió nervios, casi expuesta por algo tan sencillo como mostrar interés en alguien sin ninguna intención. Así que mejor prefirió obligar a su cerebro a ignorar la presencia del sarcástico adolescente de ojos verdes que parecía encontrar por todas partes.

Creyó ser discreta, siempre lo era, no obstante Daniel LaRusso se fijó en aquel descuido de la joven Anderson cuando esta no supo responder porque no había escuchado la pregunta que le hizo. Fue ahí que armó las dos piezas del rompecabezas frente a sus ojos cuando se percató de la discreta presencia de su nuevo empleado llamando la atención de la hija de Mason y Ellis Anderson. Cuando Daniel miró a su más reciente empleado, el castaño rápidamente comenzó a pulir bajando la mirada a sus manos, actuando concentrado en su tarea.

Guardándose las palabras, Daniel volvió a mirar a Leighton de pie junto a sus padres.

Su experiencia no se equivocaba, supo de inmediato que sería una pésima idea. Como una química destinada al caos.

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