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𝐎𝟓 𓍼 ⊹ ˚. just a stupid boy


CHAPTER FIVE
Just a stupid boy.

Después de una angustiante noche, Leighton Anderson caminaba por los pasillos de su escuela como una clase de muerto viviente obligado a asistir a clases. No había dormido pensando en el estado de Miguel que después de encontrarlo en el suelo del baño lo llevaron a su casa en compañía de Johnny Lawrence. La pelirroja todavía recordaba el grito de terror que había soltado la madre de su amigo cuando abrió la puerta, encontrándose con su hijo en brazos de su sensei. Leighton no pudo hacer nada, Carmen los sacó de su casa y a pesar de los gritos de Miguel para que la chica se quedara no tuvo más opción que dejarlo, con el consuelo que al final del día estaba en buenas manos.

Cuando Leigh llegó a su casa se limitó a subir las escaleras después de un vago saludo a sus padres. Entró a su habitación y se sacó el disfraz sintiendo rabia, tanto así que golpeó su cama con ambos puños para no hacer ruido. Después se acostó a dormir sin revisar sus mensajes, no quería saber nada de nadie.

A la mañana siguiente despertó con dificultad, fue Ellis Anderson la que tuvo que ir a levantar a su hija antes de que se le pasara la hora. Con pereza de tan solo existir, Leigh le había enviado un mensaje a Miguel preguntándole cómo se encontraba y cómo pasó la noche, aunque hasta ahora no había recibido respuesta, lo que sí la tenía tranquila era que estaba segura que la madre de su amigo y su Yaya lo cuidaron más que bien.

Entró al baño de mujeres, se miró al espejo encontrándose con ojeras a las cuales no estaba acostumbrada. Su piel pálida resaltaba las sombras bajo sus ojos color, sus gruesos labios secos y su aspecto no era el más arreglado ya que cuando despertó con suerte tuvo tiempo para cambiarse de ropa. Por eso llevó consigo un pequeño bolso de maquillaje donde traía lo necesario para arreglar un poco su rostro, darle un color a sus mejillas, tapar sus marcas de insomnio y pintar sus labios con tal característico color rojo tan propio de Leighton.

La puerta se abrió, sin embargo, no le prestó atención al estar concentrada en revisar si Miguel había enviado algo en respuesta. El que sí le habló para desearle los buenos días fue Matthew Jones, con quien cada vez las cosas parecían más distantes, y en el fondo, Leigh estaba cansada de intentar. Estaban en un punto crítico que ninguno se atrevía a enfrentar, pero tampoco se animaban a admitirlo.

Tampoco era un gran secreto que estaba evitando a toda costa a Sam, Yasmine y Moon. Después de todo lo sucedido en la fiesta de Halloween prefirió tomar distancia de todos, además, estaba segura que si llegaba a cruzarse a Kyler Park en cualquier parte de la escuela terminaría metiéndose en problemas por culpa de su impulsividad.

La campana sonó, lo que significaba que los alumnos iban camino a sus salas correspondientes. Anderson salió del baño directo al corredor principal justo para su mala suerte donde pasaba Yasmine en compañía de sus dos fieles amigas.

──¡Leigh! ──llamó LaRusso con una sonrisa──. Te estábamos buscando, ¿dónde estabas?

Anderson le devolvió una sonrisa forzada, no tenía problemas personales con Sam, entonces le contestó en un tono casi simpático.

──Voy a clases, nos vemos después.

Dejó al trío de chicas con la palabra en la boca cuando pasó por su lado sin mirarlas, Yas frunció el ceño sintiéndose pasada a llevar ya que nadie rechazaba su compañía, al contrario, se peleaban por tenerla cerca, mientras que Moon esperaba que la pelirroja se encontrara bien porque con el simple hecho de que la había notado desanimada.

Como si se tratara de la famosa ley de atracción, a lo lejos pudo ver a Miguel caminando, lo reconoció por la mochila que era la misma que llevaba al dojo. Anderson apresuró el paso para alcanzarlo, si Díaz supiera que su compañera de karate no pudo conciliar el sueño pensando en él no se lo creería, pero era verdad y quizás Leighton era más de lo que demostraba.

──¡Miguel! ──exclamó para que se detuviera. El chico se volteó con el ceño fruncido al escuchar su nombre, aunque una sonrisa se formó en su rostro al ver a Leighton acercándose a él.

──Leigh, que bueno verte ──saludó. Anderson miró con detenimiento el rostro de Miguel, notando moretones y cicatrices donde antes tenía sangre──. No te preocupes, estoy bien.

La adolescente apretó los labios tratando de contener la impotencia que sentía recorrer su sangre, controló la respiración tratando de no caer en sus impulsos. Díaz tomó su hombro tratando de calmarla.

──Oye, escúchame ──la miró directo a los ojos──. Estoy bien gracias a ti.

Asintió, logrando tranquilizarse por petición de su amigo. Fue entonces que en un acto de total improviso se atrevió a abrazarlo, Miguel era la persona más amable que había conocido desde que llegó, no se merecía nada de lo que le hicieron y Anderson en el fondo se sentía culpable de no haber podido defenderlo cuando la necesitó. Por eso le daba tanta ira verlo con todas esas heridas por culpa de un tipo que no vale la pena como lo era Kyler.

Al principio fue extraño para Miguel recibir aquel afecto de parte de la chica más fría y ruda que se cruzó en su vida, sin embargo, le correspondió feliz de saber que al final Leighton si se interesaba por él.

──¿Tienes fiebre? ──bromeó Miguel arruinando por completo el momento.

──Recuerda que puedo golpearte en las costillas ── respondió Anderson soltándolo y arreglando su cabello, volviendo a retomar su actitud natural──. Pero me alegro que estés mejor, no podría soportar a Johnny yo sola.

Los dos comenzaron a caminar conversando de cómo pasaron la noche, subieron las escaleras mientras Miguel le contaba en total confianza todo lo que había sucedido, admitiendo que fue un alivio cuando abrió los ojos ver el rostro de Anderson. Leigh lo molestó con aquello, se fueron riendo en el camino de cómo ahora la misma Anderson se encargaría de entrenarlo para poder defenderse. Díaz le regaló una manzana cuando ella le confesó que no pudo desayunar de la preocupación, parecían amigos de toda la vida y eso los hacía felices.
     























Las clases habían pasado volando, en pocos días tenían examen por lo que Leighton se dedicó a poner atención a cada palabra de la maestra. Nadie de las pocas personas que conocía asistía a las lecciones biología molecular, pero pudo reconocer a Eli Moskowitz en una de las esquinas sin molestar a nadie y a Anderson le pareció buena idea compartir pupitre con el callado amigo de Miguel.

Los días viernes eran los más cortos de toda la semana en cuanto al horario, es por eso que a las doce de la tarde en punto ya se encontraba libre. Antes de retirarse, Leigh tenía la costumbre de ordenar su casillero para que el lunes de la próxima semana no encontrar un desastre. Tenía los audífonos puestos escuchando a todo volumen una de sus canciones preferidas, tarareaba en voz baja mientras estaba concentrada en sacar los papeles que no le servirían y organizar su espacio, es por eso que cuando Samantha LaRusso tocó su hombro, Anderson se llevó una mano al pecho del susto.

──¡Perdón! ──la castaña soltó una risa pequeña mientras la otra se sacaba los audífonos──. No te quería asustar, lo siento.

──No te preocupes ──respondió sin ánimo y siguiendo con lo que estaba haciendo.

──Leighton, yo... vine a saber qué sucede ──soltó con nervios, mucho más cuando los ojos oscuros de la pelirroja se posaron sobre ella.

──¿De qué hablas, Sam?

──Nos estás evitando, sólo quiero saber por qué lo haces.

Leighton soltó un suspiro dejando su cuaderno, guardó en su bolso la libreta donde había escrito los apuntes y el resumen de la lección. De pronto unas risas se escucharon de todas partes, ambas chicas se voltearon curiosas encontrándose con Aisha Robinson bajando las escaleras, rodeada de comentarios de burla hacia ella y ruidos de cerdo de todos, haciendo referencia al vídeo de la fiesta de Halloween el cual Yasmine se encargó de grabar y difundir.

Aisha se limitó a mirar al piso y seguir su camino, otra vez humillada, reacción que al parecer aumentó las carcajadas de los adolescentes que la señalaban sin resentimiento. Anderson se giró sin soportar presenciar la escena, cerró la puerta de su casillero con fuerza haciendo que Sam comprendiera inmediatamente su punto.

──Por eso.

Anderson caminó un par de pasos, pero LaRusso la tomó de la muñeca.

──Espera, Leigh ──dijo──. Podemos conversar, sé lo que te molesta... yo no estoy de acuerdo con esto tampoco.

──¿Entonces por qué sigues con ellas? ──preguntó sin entender.

Ni la misma Samantha sabía la respuesta, tampoco alcanzó a hablar cuando sintió como un brazo rodeaba sus hombros. Se giró a ver a Kyler Park a su lado, se sonrieron con tan solo verse haciendo que Leighton pusiera los ojos en blanco ante la ironía de tener en frente a aquella persona con la que menos quería cruzarse.

No pudo aguantar ni diez segundos siempre impaciente, se volteó para irse, aunque nuevamente Samantha la detuvo.

──¿Podemos seguir esta charla después? ──preguntó la castaña.

Anderson que estaba conteniendo su cuerpo por no soltar un golpe directo en el rostro del novio de Samantha se limitó a quedarse quieta, por Miguel y su sensei que fueron claros con Anderson. Negó pidiendo disculpas, abrazó a LaRusso como a cualquier amistad para después ir donde Kyler, su sonrisa se borró cuando se acercó a su rostro sintiendo como la mano del chico es su espalda apretaba su cuerpo contra él de una forma discreta. Leighton posó una mano en el hombro del chico, enterrando sus dedos con y susurrándole en voz baja una frase que estremeció el cuerpo Park.

──Sé lo que hiciste, cobarde.

Kyler se alejó un par de pasos, contuvo su respiración al saber a lo que ella se refería, un secreto que juraba no había salido de su grupo de amigos. La pelirroja movió su mano en signo de despedida con una sonrisa dibujada en sus perfectos labios, una sonrisa hipócrita llena de odio que reflejaba sus ojos porque la mirada no miente.

Sin embargo, Kyler no le tenía miedo a Leighton, y lo más peligroso era que Leighton no le tenía ningún miedo a Kyler.

















El calor del valle era intenso, justo en esos instantes extrañaba los inviernos nevados que ofrecía La Gran Manzana que la obligaba a usar gruesos abrigos de marcas costosas, tenía que tapar hasta su nariz para no congelarse, pero en Los Angeles el sol era una tortura que la obligaba a usar pantalones cortos porque no había otra manera de sobrevivir. Lo peor era tomar el autobús escolar, cosa que no hacía seguido, es más, estaba segura que se había subido una vez que fue cuando Miguel Díaz convenció a Anderson que era una buena idea para llegar al dojo más rápido. Para Leighton fueron los treinta minutos más tortuosos del día soportando el intenso clima mezclado con los gritos incontrolables del resto de adolescentes y niños.

Ninguno de sus padres estaba disponible en ese momento para pasarla a buscar a la preparatoria, y la solución más rápida fue la de pedir un famoso Uber que la llevara a su casa.

A esa hora el tráfico de las calles en la ciudad no era pesado, por lo que en menos de cinco minutos el auto pasaría por ella, solo tenía que esperar en la puerta e irse. Leigh estaba sentada en una de las bancas con los apuntes en sus muslos aprovechando el tiempo de estudiar, leía y recordaba las explicaciones que la maestra, con sus auriculares reproduciendo una tranquila melodía para lograr concentrarse en medio del silencio ya que se habían ido.

Un auto negro se estacionó frente a la chica, sin embargo, por la música no se alcanzó a dar cuenta. Además, según la aplicación su transporte todavía se encontraba a unos kilómetros de distancia por lo que no le prestó atención. No fue hasta que la bocina sonó exageradamente fuerte, dos, tres veces seguidas.

Leighton bajó el volumen desde su celular de mala gana.

──¡Anderson!

Se puso de pie con el libro en la mano y su bolso en la otra todavía procesando si acababa de escuchar su apellido o se había confundido.

──¿Sensei? ──preguntó en voz alta.

──Ven acá ──ordenó Johnny de la misma forma que en el dojo.

Se acercó un par de pasos mirando a todos lados sin entender qué estaba sucediendo y por qué Johnny Lawrence se encontraba en ese lugar. El hombre no tenía buen aspecto en lo absoluto, traía los ojos rojos resaltando el azul de su mirada, la piel pálida, su cabello rubio un tanto despeinado. Leigh miró desde afuera las latas de cerveza barata aplastadas en el asiento de atrás. Todo era una mala señal.

──¿Qué hace aquí? ──preguntó resignada. Sacando su teléfono, lista para llamar a Miguel y la ayude a llevarlo a casa──. ¿Cuánto bebió? Y lo más importante, ¿cómo hizo para no matarse de camino hasta acá?

──Necesito un favor, pero lo primero, habla más bajo que tengo una horrible jaqueca ── dijo tallándose los ojos──. Tienes que llevarme a lugar.

──Necesita una ducha... ──se llevó el teléfono a la oreja──, urgentemente.

──¿Puedes ayudarme o me irás a acusar con Miguel?

Leighton se quedó mirándolo unos segundos reflexionando la respuesta, colgó la llamada antes que el chico alcanzara a responder. Estaba segura que Johnny Lawrence podía llegar a ser una perdición, pero tampoco pensaba dejarlo solo.

──¿Qué quiere? ──se cruzó de brazos cargándose en una pierna.

──¿Sabes conducir? ──la pelirroja asintió obvia──. Yo te guío.

──¿Es una broma? ──preguntó indignada. Lawrence se bajó del auto para cambiarse de asiento, Anderson miró al cielo preguntándose a sí misma por qué se terminaba metiendo en esas cosas. Se subió en el lugar del conductor, ajustando la silla a su altura──. ¿Qué gano yo con esto?

──Si no me ayudas te saco del dojo.

Leighton soltó una maldición, antes de arrancar bajó todos los vidrios para ventilar el auto y después canceló su Uber para ella misma convertirse en uno.
























Como venganza, Leighton Anderson se dio el atrevimiento de conducir acompañada de la radio a un volumen lo suficiente de alto como para que Johnny se arrepintiera todo el camino de haberla elegido como su conductora. La primera opción era Miguel, él decía que sí a todo en silencio, sin embargo, y debido a los sucesos de la noche de Halloween no se atrevía a acercarse, en el fondo la culpa le consumía.

──¿Sabes algo de Miguel?

──Fue a la escuela ──contestó Leighton frenando en un semáforo──. Está... mejor. Su madre lo vino a buscar hoy.

──¿Qué haces? ──preguntó molesto. Anderson frunció el ceño sin entender a qué se debía el cambio de ánimo──. Cuando está en amarillo tienes que acelerar.

Leigh no dijo nada porque en ese auto en cualquier momento estallaba una tercera guerra.

──Y es por eso yo estoy conduciendo── dijo subiendo el volumen de la canción.

La pelirroja era precavida y desconfiada, es por eso que estaba compartiendo ubicación en todo momento con Miguel en caso de cualquier cosa. Nunca había conducido por esas calles, era la dirección contraria donde vivía, las casas no eran lujosas ni las veredas estaban limpias. Johnny la guiaba en donde tenía que doblar a la vez que recordaba el camino, la conversación no fue mucho más allá de indicaciones parecidas a un laberinto. 

──¿Me va a decir a quién venimos a ver?

──Tú no vienes a ver a nadie ──le señaló para que se orillara en la esquina del camino──. Estaciona aquí. Y espera acá, ¿escuchaste?

──¿Qué se supone que haga por mientras? ──reclamó molesta──. Me voy a ahogar aquí adentro.

Anderson detuvo el auto aparcándolo de forma bastante decente, mucho mejor de lo que Lawrence lo hubiese hecho sobrio. El hombre se bajó no sin antes advertirle una última vez que por favor se quedara ahí, Leighton no le prometió nada.

──Van a ser sólo cinco minutos, no hagas nada estúpido ──agregó Johnny cerrando la puerta.

──¡Este auto apesta! ──exclamó desde adentro observando a su sensei entrar a un edificio, ignorándola hasta desaparecer de su vista──. Maldita sea.
























Los vecinos se habían quejado más de una vez con la dueña del departamento debido a los ruidos fuertes, en especial con la música. Y es que a esas horas de la tarde era siempre lo mismo, el rock pesado retumba en las delgadas paredes haciéndose escuchar por todo el edificio en general, sin embargo, ni todas las multas parecían ser suficientes como para que el rebelde Robby Keene controlara el volumen, en el fondo no le importaba en lo absoluto lo que unos adultos que no conoce llegaran a ordenarle. Era sólo música, a su juicio, no le estaba haciendo daño a nadie.

Las risas de sus amigos se hicieron escuchar fuerte y exageradas mientras veían en la computadora el vídeo de una chica bailar provocativa frente a la cámara, pero Robby no prestaba atención ya que se encontraba concentrado en armar un porro de marihuana sin desperdiciar ningún gramo. Cuidadoso como nunca acomodaba la droga dentro del papelillo, tratando de no respirar muy fuerte porque el aire podía arruinar el trabajo que llevaba, le quedaba sacar el filtro y la parte más complicada que era cerrarlo.

Justo cuando estaba a punto de comenzar, la puerta se abrió de golpe y una voz a adulta irrumpió la escena.

──Perdón por interrumpirlos, idiotas.

Los tres se pusieron de pie, por evitar decir que saltaron del susto de darse cuenta que un hombre entró al departamento. La música se apagó de golpe, Robby frunció el ceño, descolocado y sorprendido de ver a su padre frente a él. La relación entre ambos no estaba ni cerca de ser afectiva, para Keene, Johnny era un hombre que estaba bastante lejos de considerar una figura paterna, es más, había olvidado cuándo fue la última vez que cruzaron palabra.

──¿Qué diablos? ──soltó Keene profundamente enojado──. ¿Acaso no tocas?

──Estuve tocando cinco minutos ──contestó Lawrence alzando su tono de voz──. Pero no me oías por la basura que sonaba en el estéreo.

──¿Qué es un estéreo? ──preguntó uno de los acompañantes de Robby.

──¿Qué es esa horrible cosa que tienes en la cara? ──se burló con sarcasmo.

──Es un bigote... ──contestó el chico en voz baja tomando asiento en el sofá.

──¿A qué viniste? ──preguntó el adolescente mirando a su padre esperando ansioso que se vaya.

──Llamó tu directora. Supe del viaje a Colorado.

Keene sonrió irónico: ── Bueno, no sabía cómo era un viaje padre e hijo, así que debí imaginarlo. Si quieres, la próxima, eliges dónde no iremos.

Se volvió a sentar dispuesto a esta vez terminar con lo que estaba haciendo, pero tener a su ausente padre no era lo único que lo sorprendería el día de hoy ya que unos pasos sonaron desde el pasillo acercándose rápidamente. Robby levantó la vista al ver como una chica se asomaba por la puerta, su cabello largo estaba suelto cayendo por su hombro, traía una falda color rojo que combinaba su pelo. Keene estaba seguro de dos cosas, primero es que nunca había visto con alguien con tanta pinta de niña rica, porque solo el valor del teléfono que Leighton traía en su mano podía pagar las deudas que su madre tenía. Y en segundo lugar es que jamás había visto una chica con los labios tan perfectamente pintados.

La pelirroja tocó la puerta con un ritmo alegre.

──Ando buscando a un hombre mayor de dudosas facultades mentales ──miró a Johnny Lawrence──. Lo acabo de encontrar.
     
──Vuelve al auto ──le ordenó su sensei, no obstante, en el fondo no le sorprendía que Anderson no se haya quedado esperando.

──Dijo cinco minutos y han pasado diez ──se excusó encogiéndose de hombros, todavía sin poner un pie dentro del departamento──. Además que ese auto es lo más cercano al infierno de lo que he estado, siento que me emborraché de ver tantas latas y botellas.

──¿Disculpa? ──intervino Robby sin entender nada de lo que estaba sucediendo──. ¿Y ella quién diablos es?── soltó una risa sarcástica──. No me digas que es tu novia.

Anderson no tuvo reparos en soltar una carcajada, tapó su boca con su mano haciendo ingreso al departamento que apestaba a una mezcla de marihuana y tabaco. Robby frunció el ceño, mientras que su par de amigos no dejaban de prestar atención a Leighton, la adolescente miró a Keene con una ceja alzada, sus brazos cruzados sobre su pecho a la vez que cada paso sonaba contra el piso de madera.

──Soy su hija ──soltó de una forma tan seria que cualquiera le hubiese creído.

El hijo de Johnny se quedó helado, su respiración se detuvo un segundo olvidando todo lo que estaba haciendo. Lawrence se pasó la mano por el rostro negando en silencio, fueron unos cortos segundos de silencio que se volvieron eternos, hasta los tipos de atrás sintieron el tenso ambiente.

Leighton volvió a reírse sin dejar de mirar a Robby que frunció el ceño sintiéndose descolocado por la actitud de la pelirroja.

──Deberías ver tu cara ahora mismo ──dijo Anderson ganándose el odio absoluto del dueño de casa──. ¡Claro que no soy su novia! Podría ser mi padre, pero tampoco su hija, soy la conductora designada.

──Leighton, santo cielo, cállate ──le ordenó Johnny sonando más a una súplica.

De alguna forma, el famoso dicho de que el alma le volvió al cuerpo encajaba en la incómoda y confusa situación de Keene, una broma de pésimo gusto que Leighton usó para burlarse de él. El castaño soltó el aire que tenía contenido en los pulmones, apretó los puños viendo fijo a la chica apoyada en el marco de la puerta con una sonrisa ladeada. ¿Cómo se podía detestar a una persona tan rápido? Ahora Robby y Leighton lo sabían.

──Robby ──llamó Johnny. Anderson levantó la vista de sus uñas al reconocer el nombre de alguna parte──, lo entiendo. La escuela puede ser aburrida, pero tienes futuro.

──¿O sea que creceré y tendré mi propia escuela de karate? ──preguntó con sarcasmo causando la risa de sus amigos de fondo.

──Tengo hambre, ¿nos podemos ir? ──intervino Leigh, se acercó a la cocina.

──Yo te puedo llevar a comer, muñeca ──le coqueteó el tipo del bigote sin molestar en disimular.

──¿Qué es eso que tienes en la cara? Hazte un favor y sácatelo ──contestó con asco, incluso Lawrence lo miró con enojo dispuesto a callarle la boca si volvía a intentarlo. Leighton miró a Keene para hacerle una pregunta──. ¿Tienes algo para comer?

El hijo de Johnny se encontró confundido.

──¿Qué?

──No he comido más que una manzana en todo el día, ¿tienes algo o no? ──usó ese desagradable tono que le traía problemas.

──Anderson ──le regañó Johnny perdiendo la poca paciencia y arrepintiéndose de haber traído a la adolescente.

──Oh, claro, por favor ──sonrió apretando sus labios rojos tratando de tomar una postura amable.

Robby Keene cada vez entendía menos, no sabía qué hacía su padre visitándolo, mucho menos por qué una pelirroja de humor retorcido estaba dispuesta a asaltar su cocina porque el hambre la ponía de mal humor. Si alguien le hubiese dicho al adolescente que caería rendido por ella en menos tiempo de lo que se imaginaba... en el fondo lo hubiese creído.

──No te voy a cocinar el almuerzo. Esto no es un restaurante, princesa ──habló con ninguna ganas de dirigirle la palabra y le señaló el mueble sobre el lavadero──. Hay galletas, creo.

Bufó al escuchar cómo la había llamado. Anderson fue a buscar algo de comer en total confianza como si aquel departamento fuera su propia casa, efectivamente, ahí estaba un paquete de Oreo clásicas, pero para su mala suerte quedaban menos de la mitad. Bueno, no todo podía salirle bien.

──No estoy hablando de mí, ¿sí? ──aclaró Johnny Lawrence siguiendo con el tema importante. No obstante, Robby no podía despegar su atención más allá de ella comiendo galletas apoyada en la encimera──. Podrías ser exitoso.

──¿Cómo tu amigo Daniel LaRusso? ──se burló, sabiendo la comentada historia entre su padre y ese hombre──. Que genial debe ser un ganador.

──¿Hablan del Señor Bonsái? ──preguntó Leigh tapándose la boca ya que estaba masticando la última Oreo de la bolsa. Padre e hijo se giraron a verla como si sus aportes a la conversación fueran en realidad importantes de tomar en cuenta──. Admito que es amable... y un poco aburrido.

──Mira, si vas a la escuela o no, en realidad no me importa ──sostuvo Lawrence en el fondo dolido por el ataque de su hijo. Estaba convencido que nada de su intento de preocuparse por Robby fue otra de sus malas ideas.

──Eso. No te importa o esto no habría tardado tanto ──respondió molesto.

──Me avisaron esta mañana...

──Han pasado diecisiete años ──interrumpió Keene reflejando furia a través de sus ojos──. Y no iré a la escuela. Se acabó. Mi mamá está de acuerdo, así que puedes irte no sin antes llevarte a esa molesta chica que trajiste contigo antes de que la saque del departamento de la forma que se merece.

──Quiero ver que lo intentes, si no estás tan drogado para mantenerte de pie── lo desafió Anderson acercándose a Robby.

Justo a tiempo Johnny alcanzó a tomarla del brazo interponiéndose entre los adolescentes. Le pidió a su alumna que se fueran, casi la arrastró al corredor mientras el castaño los seguía para tirarle la puerta encima al par más desagradable que pudo cruzarse.

──Adiós, Willy Wonka ──se despidió la pelirroja con una sonrisa.

Robby cerró la puerta de golpe, haciendo ruido que asustó a sus acompañantes. El castaño golpeó la pared con el puño cerrado a causa de la ira que sentía, el repentino interés de Johnny que no se creía y la sola existencia de Leighton Anderson terminaron por colmar su paciencia. Se controló por el hecho que se trataba de una chica, sin embargo, Keene no era consciente que de de ninguna forma tenía oportunidad de ganar.

──Vaya, esa pelirroja es un demonio ──dijo uno de sus amigos riendo.

──Pero está buenísima ──contestó el otro mordiendo su labio mirando la puerta por donde la chica se había ido──. Keene, sabes por qué tu papá trajo a esa preciosura.

──No lo sé y no me interesa ──soltó tomando asiento de mala gana──. Y ya dejen de hablar de eso.




















El camino fue silencioso, pero no del todo incómodo porque era como si en ese momento Johnny Lawrence no estuviese, mientras conducía Leighton le preguntó si estaba dispuesto a acompañarla a comer algo a un In-N-Out que quedaba bastante cerca. El sensei asintió sin dejar de mirar por la ventana recordando las frías palabras que su hijo había usado, ahora mismo se sentía un idiota de creer que de alguna manera aquella visita saldría bien o serviría para algo.

La adolescente pidió una hamburguesa con un jugo, por su parte, Johnny se limitó a una simple malteada para acompañar a Anderson. 

──No sabía que ese chico idiota era su hijo ──soltó la pelirroja, el hombre alzó la vista sin estar contento de cómo se había referido a Robby──. Digo, no sabía que él era su hijo.

──Tienes razón, es un idiota ──confesó Lawrence dando un sorbo a su bebida, él se iba a tomar una cerveza, pero Anderson se negó por completo a permitirlo──. Hablando de idiotas, no sabía que conocías a Daniel LaRusso.

Leighton asintió: ──He ido a comer a su casa un par de veces, mi madre fue a la escuela con su esposa y son buenas amigas de la infancia ──contó bajo la atenta mirada de su sensei, que parecía no muy contento── Es un tipo amable, y que por alguna razón le gustan los bonsáis. Ahora tenemos uno en la sala.

Johnny asintió sin estar muy convencido de la buena impresión de Daniel, la idea que su alumna se relacionara con él era algo que le tomó por sorpresa y no le gustaba.

──Vi el vídeo en YouTube ──dijo la pelirroja limpiando sus dedos con la servilleta. Su Sensei frunció el ceño──. El del torneo de All Valley del 84──Lawrence bajó la mirada a la mesa, al parecer aquella derrota lo perseguía──. No sabía que su rivalidad con LaRusso era tan duradera.

──No quiero hablar de eso ──habló el rubio recordando que la hija de Daniel junto a sus amigas habían destrozado su auto un par de días atrás──. Termina esa hamburguesa y vámonos.

──No. Este es mi almuerzo y no pienso que lo arruine ──negó la chica tomando un par de papas fritas llevándoselas a la boca. Sacó su teléfono para responder los mensajes, se sorprendió al ver el nombre de Sam invitándola a salir, en vez de responder decidió apagarlo y dejarlo sobre sus muslos.

──¿Son tus padres? ──la adolescente negó──. ¿Por qué no se preocupan por ti? Pensé que te querían.

Leighton rodó los ojos.

──Creen que estoy entrenando en el dojo ──respondió despreocupada──. Lo único que hago es ir de la casa a la escuela y luego a Cobra Kai── resopló apoyándose en el respaldo.

Johnny Lawrence se quedó observando a Anderson, él se removió en su asiento incómodo por lo que estaba a punto de decir sabiendo perfectamente que no sería del agrado de Leigh. Hace mucho tiempo que no sentía temor por la rección de alguien, mucho menos se imaginó que se trataría de una adolescente.

Miró de reojo a una camarera atender a una mesa, el local estaba bastante concurrido por tratarse de la hora del almuerzo. Lawrence juntó decisión tratando de convencerse a sí mismo que estaba haciendo lo correcto, era lo mejor para él, y lo más importante es que era lo mejor para los que después de meses ya consideraba como sus chicos.

──Voy a cerrar Cobra Kai.

Atónita, Leigh se quedó quieta mirando al su sensei sin decir ninguna palabra. Dejó de lado lo poco que quedaba de su comida, intentó hablar, sin embargo, las palabras no salían de su boca. Se limitó a encogerse de hombros pidiendo una respuesta, no se esperaba en lo absoluto que Lawrence se le pasara por la cabeza aquella idea.

──Ayer casi matan a golpes a Díaz, lo viste, Anderson. Escuchaste los gritos de su madre cuando lo llevamos casi inconsciente a su casa, ¿no te parece suficiente? ──explicó en voz baja tratando de sonar razonable, no obstante, el rostro de Leighton reflejaba totalmente lo contrario──. No me mires así, no creas que voy a arriesgarlos. El exceso de confianza que tienen es peligroso para ustedes mismos.

──No puede hacer eso, no puede hacernos eso ──interrumpió──. Lo que sucedió con Miguel no tiene nada que ver con Cobra Kai, no es culpa del karate, es del hijo de perra que lo golpeó en el piso mientras él estaba indefenso── soltó golpeando su palma contra la mesa causando que un par de personas se voltearan a mirarlos, es por eso que la chica bajó el tono──. Miguel necesita esto, no lo puede dejar.

Johnny negó, cruzándose de brazos haciendo saber que ya no había vuelta atrás, aunque Leighton no se rendiría sin pelear, y él tampoco se dejaría convencer por una chiquilla intensa.

──Entré al karate con ocho años── dijo de la nada──. Porque mis padres no me prestaban atención, porque me dio miedo entrar a danza y no ser lo suficiente buena como las otras chicas.

Johnny rodó los ojos sin ganas de escucharla: ──No voy a dejar que tu triste historia de vida de niña rica me haga cambiar de opinión.

──He practicado karate más de la mitad de mi vida, era en lo único que era buena. De un día al otro lo terminé dejando, pasé meses en una cama por culpa de una mala patada, ¿cree que me interesó el hecho de que pude haber perdido la movilidad de mi pierna?── su voz era seria, no estaba cargada de sarcasmo ni nada, es por eso que Johnny realmente estaba prestándole atención──. No lloraba por el horrible dolor, lloraba porque perdí el maldito premio contra alguien que no se lo merecía. No hay nada peor que sentirse como un perdedor, y usted lo sabe tanto como yo. Después de ver su vídeo contra Daniel LaRusso, ¿sabe qué pasó por mi cabeza? Quería que usted fuese mi Sensei── confesó dejando a Lawrence sorprendido, y fue aquello último lo que dejó una inquietud en su mente. Leigh se puso de pie, sacando de su billetera el dinero suficiente para costear la comida dejándolo sobre la mesa──. Déjeme decirle algo en confianza, si piensa dejar a sus únicos dos alumnos al primer problema, créame que no está preparado para que le llamen así.

Anderson ordenó sus pocas cosas procediendo a retirarse de la forma más distante posible, sin saber si aquella era la última vez que se ven. No lo miró más que cuando le lanzó las llaves del auto de Lawrence que traía en el bolsillo, no la llamó, sabía que no serviría de nada y que en el fondo las palabras de la pelirroja lograron crear una silenciosa duda que se apoderaría de él con fuerza. Leighton salió del lugar sintiendo una extraña mezcla de sentimientos, pero se sentía decepcionada de creer en algo que jamás llegará a ninguna parte.

Caminaba por la calle de los Ángeles bajo el intenso calor, un mensaje de Miguel Díaz llegó a su bandeja de entrada invitándola a comer el día de mañana después de entrenar. La pelirroja no abrió la conversación para evitar dejar el molesto visto, miró un taxi a lo lejos acercarse por lo que levantó una mano para detenerlo, se subió y le dio la dirección de su casa mirando por la ventana todo el camino soltando una floja risa cuando miró el cartel de LaRusso Auto-Group siendo pintado por encima para tapar el obsceno dibujo sobre la cara de Daniel.

La gente llevaba el resentimiento a su manera.





















La habitación de Leighton Anderson reflejaba su personalidad, los muebles combinaban en color y diseño, su pared decorada con fotos de ella con gente que Samantha no conocía, pero jamás había visto a la pelirroja tan sonriente como en las imágenes. Fuera de eso, era bastante minimalista, aunque las pocas decoraciones eran detalles que daban vida al cuarto, como por ejemplo el escritorio con mesa de cristal totalmente ordenado. Era un contraste de blanco y negro que no era pesado de ver, más bien era un balance agradable que la hija de los LaRusso disfrutaba observar.

Leighton le dio la confianza a Sam de sentirse cómoda, la castaña estaba sentada sobre la cama de Anderson comiendo a gusto la copa de helado que Ellis les ofreció a las adolescentes. Ambas habían estado hablando sobre sus días mientras disfrutaban de los postres, Leigh estaba cansada, quería ser amable, pero necesitaba urgente tomar una siesta para descansar del intenso día que tuvo.

──¿En serio le robaste galletas a ese chico? ──preguntó Sam soltando una risa. Habían llegado a ese tema de conversación ya que la ojiazul le preguntó la razón por la cual en la tarde le estaba compartiendo su ubicación──. No puedo creerlo.

──Tenía hambre, además, era un idiota ──respondió Anderson sin darle importancia, lo que menos le interesaba era recordar a Robby.

──¿Puedo preguntar quién es? ──señaló el cuadro que reposaba en el mueble a un lado de la cama. Era la imagen de Leighton junto a Matthew que tomaba su cintura entre sus manos, era una foto muy bonita donde ambos jóvenes se miraban compartiendo una sonrisa con el fondo de lo que parecía ser una ciudad llena de luces destacando desde la oscuridad.

Anderson se recostó sobre su cama boca abajo, tomando el cuadro con cuidado observando aquella imagen con su pareja, bueno, si es que se podía seguir llamando de esa manera: ── Es Matthew, mi novio que vive en Nueva York.

LaRusso se sorprendió, en el perfil de Instagram de Leighton existían fotos con él, pero nada que confirmara su relación.

──¿En serio? ──preguntó interesada en el tema, la pelirroja asintió ──¿Y cómo lo hacen? Supongo que debe ser complicado.

──Lo es── confesó apoyando su cabeza sobre sus brazos. La verdad no quería hablar sobre eso, no obstante, Samantha no pudo ver las señales.

──Que extraño, yo no podría llevar una relación a distancia con Kyler.

──Yo no podría llevar una relación con Kyler ──se quejó en voz baja haciendo una mueca de desagrado al mismo tiempo que su teléfono vibró sobre la cómoda anunciando la llegada de un nuevo mensaje.

──¿Qué? ──la castaña no alcanzó a escucharla.

La pelirroja negó, tomó su celular que se encendió para mostrar la notificación, su única reacción fue la de alzar una ceja negando con la cabeza sabiendo que tarde o temprano ese mensaje terminaría llegando. A la vez que la pelirroja se preguntaba quién enviaba mensajes de texto existiendo WhatsApp, en un segundo plano, la chica LaRusso seguía hablando de su novio y de lo enamorada que se sentía, contando que esa misma noche saldrían al cine, por lo que se atrevió a invitarla a pasar la cita con ellos con la intención que Kyler Park se empezara a llevar más con Leighton Anderson, lo que en su mente era una genial idea.

──¿Y qué dices, Leigh? ──la dulce voz de Sam la hizo volver a la conversación. Anderson levantó la mirada para encontrarse con la sonrisa de la ojiazul──. ¿Quieres ir con nosotros?

Leigh soltó una risa inocente.

──Lo siento, Sam, mañana tengo que levantarme temprano ─ actuó con falsa tristeza──. Pero me hubiese encantado acompañarlos.

LaRusso asintió entendiendo sin saber lo todo lo que pasaba por la cabeza de la otra chica. Leighton le envió un mensaje a Miguel Díaz diciendo que esperaba verlo mañana sin falta, mañana vendría el verdadero entrenamiento donde el primer paso era el de perder el miedo a perder.


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