𝐎𝟑 𓍼 ⊹ ˚. the new dojo
CHAPTER THREE
The new dojo.
Cuando el despertador sonó fue una tortura hasta callarlo, Leighton Joy no había podido dormir nada bien pensando en que estaba a horas de tener que asistir a su primera jornada de clases en una escuela totalmente nueva con pura gente desconocida. Su madrugada se había basado en dar vueltas sobre la cama una y otra vez a tal punto que perdió la cuenta, no logró cerrar los ojos hasta un poco más de las cuatro de la mañana donde su cansancio hizo efecto, sin embargo, a las ocho de la mañana nuevamente estaba de pie lista para arreglarse lo mejor posible, aunque sin nada de ganas.
──Otro año más, Leighton ──se dio un poco de ánimo a sí misma frente al espejo.
Tenía su atuendo planeado desde hace días, no por ansiedad por la llegada del gran día, solo que la primera impresión siempre era la más importante. Su pelo lo dejó liso mientras que en su rostro sólo se encargó de realzar sus largas pestañas con ayuda del rímel que le había regalado una de sus amigas, y para finalizar sus gruesos labios con un labial carmesí terminaba de complementar el look.
Mason se ofreció a llevarla, no era común que alguno de sus padres se diera el tiempo para transportarla por lo ocupados que siempre estaban la mayoría del tiempo. Su padre la dejó en la puerta de la escuela, le dio un discurso de motivación que olvidó al momento de pasar por la entrada, sabía cómo funcionaba una escuela, en Nueva York fue la abeja reina de cada pasillo del Marley School. Lo primero que hizo fue dirigirse a la recepción donde le asignarían un casillero para que guarde sus cosas, le había tocado el número 128, lo que quedaba bastante lejos de su punto de partida. Varias personas se voltearon a mirarla por su sola presencia, era el efecto Leighton Anderson cuando pasaba por un lugar, la notaban ya sea por su belleza, su contoneo, su largo cabello rojo cereza ondeando al compás de su caminar o su indiferencia por el resto que la rodeaba.
Su primera clase fue la que más le acomodaba, biología. Cuando el maestro de laboratorio la invitó a presentarse en frente de todo el salón, ella se negó a hacerlo porque lo encontraba estúpido, si realmente querían conocerla podían acercarse a ella a preguntarle. Descaradamente usaba el teléfono en clases, últimamente la única persona que le hablaba era su novio, sus amigos y amigas de la Gran Manzana no se habían dado el tiempo de tan solo enviarle un mensaje para saber cómo seguía. Leigh los veía activos en sus estados o en otras redes sociales, por lo que su enojo crecía cada vez que caía más en cuenta que no era tan importante para ellos como se lo prometieron.
En los cortos recesos no tenía nada que hacer, ninguno de sus compañeros de clases se había acercado a ella al verla tan intimidante, y eso la pelirroja lo agradecía. Hasta que se cruzó con Samantha LaRusso en uno de los baños donde Anderson se estaba arreglando, la hija de Daniel la invitó a juntarse con el grupo liderado por Yasmine asegurando que a la chica le había encantado su personalidad. Anderson alzó una ceja sabiendo que era una completa mentira piadosa, nunca le habían dicho eso de ella ya que la misma Leighton era consciente que su actitud no es para nada agradable cuando se trata de primeras impresiones. Lo que sí sabía era que Yasmine era la abeja reina del lugar, la punta de la pirámide de popularidad en la escuela y fue por eso que aceptó la propuesta de LaRusso.
De esa forma Leighton Anderson terminó en la cafetería en la mesa compartiendo con Yasmine, Moon y Sam. Cuando las chicas entraron fue un instinto que todas las miradas del resto se voltearan hacia ellas, claro, eran las niñas adineradas de la ciudad, las más bonitas y con la personalidad suficiente de ponerse por encima. Incluso Miguel Díaz, el chico que Leigh conoció en su primer día en Los Angeles, pudo reconocer a la pelirroja a lo lejos llevando su bandeja con su almuerzo saludable que consistía en una pobre ensalada con una manzana de postre. Por un momento Miguel pensó que era buena idea el acercarse a saludar para darle las gracias por esa noche en donde lo salvó de una golpiza por parte de Kyler, pero Demitri, fiel a su pesimismo, le había convencido que ninguna de esas chicas nunca les haría caso.
──Chicas, ¿ven a en a ese chico que parece que besó a una cortadora de césped? ──susurró Yasmine con su mirada fija en una de las mesas alejadas. Las otras tres se voltearon en la misma dirección, ahí estaban tres adolescentes, Leighton no pudo reconocer a Miguel porque no se acordaba de él. También estaba un chico de camisa a cuadros y en la mitad al que se refería la rubia──. Está usando el suéter más horrible que haya visto.
Como si supieran que hablara de él, Eli bajó la mirada a sus manos avergonzado. Leighton escuchó las risas del grupo y se volteó, el comentario no le había hecho gracia, además, que tampoco iba a fingir que sí por el hecho de encajar. Segundo, no se sentía cómoda del todo siendo parte de esa mesa.
──Eso está muy mal ──le siguió el juego Samantha todavía sonriendo de la mala broma.
──Hablando de cosas que están mal, miren a FeAisha ──añadió la rubia mirando con asco a Aisha. Leighton se volteó otra vez, ahí estaba la chica con la que había conversado el día de ayer. Robinson la miró unos segundos decepcionada sin poder creer que la pelirroja se esté juntando con ese grupo, pero no le sorprendió, ahí es donde pertenecía──. Parece que se comió la mesa de picnic.
──Me tengo que ir ──interrumpió Leighton harta de la situación. Tomó su bandeja sin mirar a nadie ni prestarle atención a Sam que le pedía que se quedara a la vez que Moon la observaba con admiración porque Anderson se había atrevido a lo que ella no. Una sonrisa cínica se formó en el rostro de Leigh, y con un tono dulce al mismo tiempo agresivo agregó antes de retirarse──. Gracias por la entretenida charla. Se nota que aquí hay mucho nivel intelectual.
Yasmine fue la más ofendida, pero no le dijo nada porque en el fondo quería la amistad de Leighton en una forma interesada. Memorizando el camino Anderson cruzó la cafetería mientras la mesa de Miguel Díaz la seguía descaradamente con la mirada, hasta que la pelirroja se volteó hacia ellos directamente.
──¿Cómo te llamas?── preguntó al que estaba sentado en medio con la mirada baja y postura encorvada. El chico castaño no se inmutó, por lo que ella alzó la voz más intimidante──. ¿Eres sordo? Pregunté cómo te llamas.
Los otros dos lo miraron con sorpresa, el de pelo moreno a su izquierda le dio un disimulado golpe con el codo para que le hiciera caso.
──Eli ──por fin susurró con temor a haber elegido la opción incorrecta.
──Lindo suéter, Eli ──dijo Leighton Anderson haciendo que Eli levantara la mirada directamente a los ojos de ella. La pelirroja tomó la manzana de su bandeja y rápidamente la hizo rodar por la mesa en dirección a él que recibió con torpeza por lo nervioso que se había puesto──. Te la regalo.
Ni siquiera lo hizo para ser su amiga, más bien quería terminar de joder a Yasmine de una vez por todas. Sin agregar más, Leighton Joy se fue de la cafetería sin rumbo definido, dejando su bandeja intacta en una mesa vacía. Los tres chicos quedaron en completo silencio, Miguel y Demetri se miraron sin entender qué acababa de suceder mientras que Eli observaba la fruta sin poder creer que le habían hablado sin hacer burla de la marca de su labio.
──No puede ser, ¿alguno sabe quién era esa belleza? ──preguntó Demetri viendo la puerta de la cafetería cerrarse tras ella.
──Es nueva en la escuela, se llama Leighton ──respondió Miguel, sorprendido todavía── Leighton Anderson.
Caminando por los vacíos pasillos se sentía más sola de lo habitual, la mayoría de alumnos se encontraba comiendo en el comedor respetando su horario de almuerzo. Leighton miró la hora en su reloj, todavía le quedaba una clase para salir del infierno que se había convertido esa asquerosa escuela en su primer día. Incluso la comida era una basura, no tenía buena pinta, además, era bastante quejumbrosa respecto a los alimentos ya que existían demasiadas cosas que no le gustaba. En Nueva York todo era distinto, más bien dicho, mejor.
Llegó a su casillero porque era el único camino que se sabía. Lo abrió con dificultad porque para colmo de males estaba la chapa rota por lo que la llave se trababa constantemente haciendo la simple tarea de abrirlo, imposible.
──¡Leighton! ──se escuchó el eco de su nombre por el pasillo.
La pelirroja se volteó extrañada, no conocía a nadie en ese lugar y las únicas personas que sabían su nombre seguramente la detestaban. Sin embargo, no se trataba de una chica, era Miguel Díaz el que corría en dirección a ella. Anderson dejó de intentar y apoyó su espalda contra el frío metal de los casilleros, frunciendo el ceño al no comprender la presencia de ese chico además de preguntarse internamente cómo carajos se sabía su nombre si según ella jamás lo había visto en si vida.
──Soy yo.
──¿Cómo estás? ──preguntó con normalidad y respirando fuerte por la carrera que había hecho para alcanzarla. En cambio, ella sólo lo miró con una ceja alzada, fue la mueca de disgusto que hizo caer en cuenta a Díaz que no lo recordaba── Soy Miguel Díaz, el de... ya sabes.
──¿Ya sé?── volvió a cuestionar más perdida que antes.
──Réa...
──¡Oh, claro! ──exclamó emocionada y Miguel asintió avergonzado──. Te recuerdo, ¿Cómo está tú abuela?
──Mucho mejor, gracias ──Leighton más calmada volvió a su tarea de intentar abrir el maldito casillero que seguía resistiéndose a la llave──. ¿Necesitas ayuda con eso? Terminaras rompiéndolo y olvídate de abrirlo.
Ella lo miró un segundo pensándose si aceptar la ayuda de Miguel, su orgullo le decía que no, sin embargo, ganó su parte lógica que le decía lo contrario.
Al final asintió y se alejó un par de pasos atrás para que el chico tuviera acceso a su casillero. Miguel tomó la llave que le pasó la pelirroja y procedió a intentar a forzar la cerradura, al principio estaba por el mismo camino que Leighton, pero luego de unos intentos y aplicar fuerza logró abrir el casillero tan fuerte que casi llegó a quedarse con la puerta en la mano. No puedo evitar mirar las tres fotos que Anderson había pegado en el interior, en todas la salía preciosa, con una sonrisa acompañada de más personas, aunque la última fue la que más llamó su atención.
──Gracias ──se apresuró a decir apartando a Miguel.
──Lindo disfraz ──halagó refiriéndose a la tercera imagen──. ¿Es tu familia?
Leighton se volteó molesta, el ceño fruncido intimidó a Díaz que supo de inmediato que algo había dicho mal. La pelirroja negó y sacó la foto para pasársela, Matthew le había aconsejado que decorara su casillero para sentirlo más propio, por lo que imprimió unas cuantas fotografías importantes para que con solo verlas le provocara una sonrisa a causa de los buenos recuerdos. Por su parte, Miguel observaba la imagen que Anderson le había pasado, se notaba que era Leigh, pero mucho más pequeña, un hombre castaño la tenía en brazos mientras que una mujer bastante parecida a ella los abrazaba a ambos.
── Sí, son mi familia y yo. Pero no estoy llevando ningún disfraz── explicó quitándole la imagen de la mano para volverla al lugar que le había dado──. Fue hace años, cuando conseguí el cinturón negro.
──Espera, espera un momento ──repitió titubeante Miguel. Leighton no lo miraba porque estaba mucho más entretenida ordenando los libros que le tocaría usar──. ¿Eres cinturón negro?
──Claro, fueron años de trabajo duro y demasiado entrenamiento. Me ofendes, Miguel ── respondió Anderson cerrando la puerta del casillero y bloqueándolo con la llave. Miró al chico que seguía sorprendido por lo anterior, parecía estar pensando en algo, sin embargo, la pelirroja se apresuró en alejarlo porque la situación se estaba volviendo incómoda──. Gracias por tu ayuda, puedes irte.
Leigh pensó en ir directo al aula de clases para no perder el tiempo, total, no tenía nada que hacer en el rato muerto más que esperar. Contrario a su despedida, Miguel Díaz insistió en caminar junto a ella.
──¿Te dije que te podías ir, verdad?── cuestionó la chica con el ceño exageradamente fruncido, Díaz asintió en respuesta──. Entonces el problema no soy yo.
──Perdón, no quiero incomodarte.
──Es que lo estás haciendo── habló la pelirroja irónicamente.
──¿Sigues practicando? ──preguntó Miguel mientras daban la vuelta en uno de los pasillos. Leighton Joy se detuvo a mirarlo sin entender nada de lo que estaba diciendo──. Ya sabes, karate.
──Lo dejé hace casi un año, no tiene importancia── insistió en dejar el tema. Pero, al contrario, la mirada de Miguel se iluminó a la vez que una sonrisa se formó en su rostro de la nada──. ¿Qué te pasa?
──¿Te gustaría volver a retomar?
La idea en la cabeza de Miguel era espectacular, tener a una persona como Leighton en el nuevo dojo de Cobra Kai era un posible nuevo logro desbloqueado. La pelirroja no llevaba ni dos semanas en Los Angeles y había logrado posicionarse a la par de las chicas más populares de la escuela, además, su apellido resonaba desde antes de su llegada, no le costó mucho investigar que su familia era de las más adineradas del distrito, por lo que su asistencia podría significar un ingreso económico para la mantención de Cobra Kai, que en ese momento solo contaba con un alumno; él.
──¿Qué dices? ──interrogó Leigh sin poder creer que de un segundo a otro la charla haya dado una vuelta inesperada.
──Conozco un dojo, yo tomo clases ahí. Se llama Co-
──Me retiré por una lesión que casi me cuesta la movilidad de toda la pierna── confesó interrumpiendo a Miguel que se quedó helado──. Y antes que vuelvas a preguntar porque ya noté que andas de curioso, fue un desgarro. La verdad es algo que no me gustaría repetir, no se lo deseo a nadie── suspiró mirando el suelo al recordar todo lo malo que tuvo que pasar por su propia culpa, después levantó la vista directo al chico──. Recuerdo perfectamente lo que dijo el sensei; un arma de doble filo.
El timbre del término de la hora de almuerzo sonó retumbando por el colegio, Leighton Joy empezó a subir las escaleras cargando sus libros en la mano. Miguel Díaz la miró desde su lugar viendo a la pelirroja subir los escalones con una gracia única que hacía tambalear sus caderas al compás de sus pasos, no podía creer que haya tenido el valor de hablarle después de todo el miedo que Demetri le había metido. Jamás se había esperado que la chica nueva fuera mucho más interesante de lo que creyó, la había juzgado demasiado rápido con la etiqueta de desinteresada y superficial. Sin embargo, lo que más le había impresionado fue que Leighton le haya respondido, y en el fondo, Miguel todavía no lograba entender a qué se refirió con lo último, pero era cosa de tiempo para que Anderson se lleve la razón.
Él todavía seguía siendo un novato en la disciplina, y ella se había alejado por completo de aquel deporte que le había entregado tanto. Sin embargo también era cosa de tiempo que Miguel Díaz y Leighton Anderson se terminaran convirtiendo en los mejores estudiantes de la nueva generación de Cobra Kai.
A este paso, el centro comercial Victory Boulevard se había convertido en uno de los lugares favoritos de Leighton, no por la estética que dejaba mucho que desear en comparación a lo que estaba acostumbrada, más bien por el mini market que se encontraba abierto a todas horas del día, ya se había vuelto una rutina pasar por ahí después de clases a comprar un par de golosinas, chicles y en algunas ocasiones se animaba a comprar cosas que nunca había visto solo con la intención de probar. Además, era el único sitio que conocía de la ciudad y fue el primer día por lo que su recuerdo no era muy grato, de todas formas, a esas alturas Leighton había ido tantas veces que el vendedor ya la reconocía e incluso ya sabía qué era lo que esa malhumorada pelirroja llevaría.
Ese día por la tarde no fue la excepción, ya tenía en la mano su bolsa de gomitas ácidas, la caja de chicles de fresa y una botella de agua para el camino de vuelta a su casa. Pagó su compra sin recibir el cambio, no le interesaba andar con molestas monedas en su bolsillo, que su impaciencia era tanta que ni siquiera espero pasar por la puerta de salida cuanto ya estaba bebiendo de la botella y mascando goma de mascar favorita.
El auto de su padre estaba estacionado a un par de metros en el reducido parking del centro comercial, cuando se subió en la parte del conductor se quedó unos minutos mirando el teléfono en vez de avanzar. Revisando de manera religiosa cada día si es que sus seguidores de Instagram aumentaron, ella no lo sabía, pero la mayoría era de la escuela que se dieron el tiempo de buscarla en la plataforma, de casualidad pudo reconocer el perfil de Miguel Díaz, Samantha LaRusso e incluso Moon le había enviado un mensaje que no se dio el tiempo de abrir ya que en ese instante no le interesaba. Las actitudes de Leighton eran contradictorias, ella misma lo sabía, buscaba tener amigos al mismo tiempo que no se esforzaba en hacerlo.
Puso las llaves para encender el vehículo, no obstante, antes poner marcha atrás su mirada se fijó en el cartel que había ignorado por tantos días. La figura de la cobra color amarillo resaltando en el fondo oscuro posicionadas en cada esquina mientras que en el centro dejaba más que claro el sentido del logo; Cobra Kai Karate. Inmediatamente captó la atención de la adolescente, además que recordó la conversación que había tenido con Miguel hace un par de días atrás ya que después de aquel suceso, Díaz no se animó a volver a acercarse a Leighton.
Se quedó unos minutos observando, apoyando sus brazos en el volante y acomodando su mentón sobre este. ¿Realmente era una buena idea? Claro que no, pero la curiosidad en combinación con su natural ambición la hizo pensarlo más de dos veces. Los recuerdos de sus primeras clases la hicieron alegrarse un poco, había ganado decenas de trofeos, medallas, pero lo que más disfrutó fue el reconocimiento de haber llegado a la cima en su categoría, sin embargo, todo culminó de la manera más dolorosa y humillante cuando un mal movimiento la condenó a no alcanzar el primer lugar.
Se mordió el labio a la vez que se recargó en el asiento, la había pasado mal y era una frustración que tenía clavada en el pecho.
Al final del día, Leighton era una impulsiva.
──A la mierda.
Cerró la puerta del auto en un golpe seco, caminó decidida a las puertas del dojo de Cobra Kai a sabiendas que lo más probable es que no era la mejor idea que había tenido. Cuando llegó a la entrada se extrañó de no escuchar ruido, sin embargo, se animó a empujar las puertas de una manera bastante dramática, aunque muy propia de su personalidad, el lugar era más grande de lo que se imaginó aunque no estaba ni la mitad de equipado que su anterior lugar de entrenamiento. Solo había dos personas ahí, un hombre vestido con un karate- gi color negro junto a un joven que reconoció fácilmente como Miguel Díaz.
──¡Yoga a las cinco! ──exclamó el hombre mayor al ver a una chica entrando a su preciado dojo. Para su molestia la joven pelirroja no se movió de su lugar──. ¿Qué se te perdió?
──Espera un minuto, ¿eres el tipo que comía pizza fría en la calle? ──preguntó Leigh con el ceño fruncido──. Creo que hay un error porque en el cartel de afuera dice que acá se enseña karate, pero solo veo a dos idiotas.
──Aquí no se aceptan mujeres, pelo de zanahoria── sentenció Johnny Lawrence dejando de lado a su único alumno que lo miró con desaprobación.
──¿Se puede saber la razón de esa estúpida regla? ──se rio Leighton irónica, cruzada de brazos y apoyando su peso en una pierna.
──Por la misma razón que en el ejército ──contestó Lawrence sin dejar de observarla. Solo él podía pelear con una adolescente──. No tiene sentido.
──Lo que no tiene sentido es el año en el que vive ──atacó Anderson acercándose un paso. Lawrence también lo hizo, sin embargo, Miguel lo detuvo poniendo una mano en su pecho──. ¿No tienes el valor de pelear contra una mujer, viejito?
──¡Fuera!
──¡Un momento, sensei!── interrumpió Miguel llamando la atención de los otros dos. Johnny se volteó a mirarlo con la furia en su mirada, aunque no era comparable con el enojo de Leighton al ser menospreciada──. Necesito hablar con usted un segundo en privado.
Johnny Lawrence suspiró y después accedió no sin antes respetar las reglas del dojo dando una corta reverencia en forma de respeto. Ella los vio encerrarse en una pequeña oficina en el fondo Miguel cerrando la puerta tras ambos dejando a Leighton totalmente sola en ese espacioso y silencioso sitio.
El único estudiante de Cobra Kai cerró la puerta de la descuidada oficina que había adaptado Johnny, el hombre se sentó sobre el escritorio de mala gana sin muchas intenciones de escuchar a Miguel, sin embargo, Díaz tenía una brillante idea que podía mantener a flote el dojo.
──No me hables de sexismo, las mujeres no están hechas para pelear, tienen huesos pequeños y débiles ──se adelantó a decir Lawrence. Miguel rodó los ojos al no estar en nada de acuerdo con aquellas afirmaciones.
──¿Acaso no quiere nuevos estudiantes?
──¡Sí! ── exclamó en repuesta──. Pero esta no es una clase de tejido, es un dojo.
──Leighton es cinturón negro, tiene más agallas que yo. Lleva menos de una semana en la escuela y todo el mundo la respeta, ¿no es eso lo que busca? ──dijo el adolescente con la esperanza de hacerle cambiar de parecer la mente cerrada de su sensei──. Puede ser un poco difícil, lo sé, creo que es una buena idea.
──Es una niña mimada, ¿viste cómo me habló? Quiero estudiantes que me respeten, no a altaneras como pelo de zanahoria.
──Sus padres son los dueños de una cadena de hoteles por todo el país, ¿sabe lo que me refiero? ──preguntó, sin embargo, Johnny frunció el ceño sin entender nada──. ¡Están bañados en dinero! Su familia es la más rica de la ciudad, su apellido es reconocido por los grandes empresarios.
──¡Exacto! Ahora tiene sentido su horrible actitud ──ironizó ya aburrido de la conversación──. Por eso es tan insoportable, muy propio de los niños ricos, no saben respetar a sus mayores...
──¿Me está escuchando acaso? Es una cliente que pagará bien, pero usted no necesita el dinero, ¿verdad?
El lugar había quedado en un silencio absoluto, y a pesar de encontrarse sola, Leighton lo encontró incómodo. Anderson se sacó los zapatos, todavía se acordaba de las normas principales de un dojo. Empezó a observar con mayor detención su alrededor, poniendo especial atención en los grabados de las paredes y sobre todo en la frase que resaltaba en la pared; golpear primero, golpear fuerte, sin piedad.
La puerta del fondo se volvió a abrir, el primero en salir fue Miguel que le sonrió de costado. Seguido por el sensei Lawrence el cual traía una expresión más relajada e incómoda al mismo tiempo, aunque Anderson en el fondo sabía que la seguía detestando, la pelirroja se cruzó de brazos y alzó una ceja de manera desafiante.
──Después de analizarlo, decidí permitir mujeres ──habló Johnny.
──Bienvenido al siglo XXI ──sonrió Leigh de una forma evidentemente falsa.
──Pero en Cobra Kai no te comportes como una chica.
──¿De qué habla? ──cuestionó la adolescente cada vez más molestas que el segundo anterior──. ¿Y cómo se comporta una chica?
──No me vengas con eso ──le respondió Jhonny, rodando los ojos perdiendo la poca paciencia que Miguel le pidió──. Ya sabes, sensible, chillona, quejosa, dramática y no deja terminar las frases.
──¿Esto es un dojo o una clase de comportamiento para señoritas?
Esa última pregunta fue un jaque mate para Johnny que se quedó sin palabras. La verdad es que el hombre estaba pensando todavía en no admitirla por el simple hecho de lo molesta que era esa pelirroja, según él las mujeres eran de huesos frágiles por lo que no estaban hechas para pelear, sin embargo, Miguel lo había convencido de darle una oportunidad ya que Leighton era la única hija de un matrimonio dueño de una cadena de hoteles, lo que se traducía que su familia era rica, y en ese punto Cobra Kai necesitaba más dinero que alumnos.
──Muy bien, señorita Anderson ──le habló el sensei Lawrance observándola de arriba a abajo. No era muy alta, sus brazos delgados no parecían tener fuerza, era claro que no estaba hecha para el karate. En lo único que pensaba Johnny era en el dinero, y si para salvar el dojo era necesario admitirla, tendría que soportarla y tratarla como un alumno más──. ¿Querías que te ponga a prueba? Pues vamos a ver de qué estás hecha.
──¿Va a pelear con ella? ──la pregunta de Miguel en tono preocupado causó gracia en Johnny.
──Claro que no, tiene que ser justo ──sonrió mirando a Leighton que no se dejaba intimidar, luego se volvió a ver al chico atrás que solo miraba la escena──. Díaz, por favor.
El recién nombrado tragó en seco sorprendido, quería protestar, sin embargo, antes de que alcanzara a explicar el por qué no era buena idea, Leighton Anderson ya estaba lista y en posición de combate. Miguel todavía recordaba que la chica era cinturón negro, pero también recordaba cuando le comentó que había dejado la disciplina debido a una severa lesión que había sufrido años atrás, por lo que de alguna manera se podía decir que la pelirroja estaba fuera de forma y eso le daba una ventaja sobre ella.
──No voy a hacer eso ──intervino Miguel, renunciando a la idea de ponerle una mano encima a Leighton.
──Tú me dijiste que era buena idea admitirla en el dojo, y no va a recibir un trato especial por más adinerada e insoportable que sea ──le reclamó el sensei en voz alta y tono firme que intimidó a su estudiante──. ¡Peleen!
A pesar de lo último, el adolescente no se sentía cómodo ni preparado para enfrentar la situación. Frente a él, Anderson no parecía importarle mucho las órdenes de Johnny, ni siquiera estaba usando ropa deportiva sólo llevaba un pantalón corto combinado con una polera delgada que se ajustaba a su cuerpo.
──Sensei, de verdad...
Fue ahí cuando el puño de Leighton Anderson impactó directamente en sus costillas dejándolo sin aire con un solo movimiento. Miguel se llevó las manos a su torso por el dolor que sentía, sin embargo, la pelirroja no se detuvo, más bien la debilidad de su contrincante le dio paso a seguir atacando con una limpia patada alta que golpeó en la mejilla del adolescente y finalmente lo dejó en el piso con una caída dura que casi lo desmaya. Leigh se acercó a él, todavía con las defensas altas, siempre atenta hasta el último segundo tal como lo había aprendido de su anterior maestro. Para terminar, puso su pie en el costado de Díaz apretando en el mismo sitio que había dañado en la primera ocasión provocando el grito de dolor de parte de su oponente, haciendo que se retorciera en el suelo quejándose incontrolablemente al sentir la presión del peso de la nueva chica sobre sus costillas.
──Si me admiten a Cobra Kai, no quiero que sea por mi apellido o por el dinero de mi familia ──sentenció la pelirroja, presionando más sobre el cuerpo de Miguel que se retorcía en el piso, derrotado──. Va a ser porque soy la mejor.
Johnny Lawrence finalmente sonrió por primera vez, ¿la razón? Leighton era una cobra innata.
Quién diría que después de esa tensa bienvenida el dojo de Cobra Kai se convertiría en ese espacio en el que Leighton Anderson se sentía libre. Antes, e incluso en algunas ocasiones después de las clases, Leigh y Miguel se iban juntos hasta el Victory Boulevard para sus respectivos entrenamientos los cuales duraban largas horas de perfeccionamiento en sus técnicas que estaban en niveles bastante alejados ya que Miguel era un principiante en la doctrina, todo lo contrario a la pelirroja la cual estaba volviendo a retomar el deporte que tanto le gustaba.
Las sesiones le servían para desestresarse ──lo que era bastante útil──, no les había comentado a su grupo de amigas sobre su inscripción a Cobra Kai porque la verdad a Leigh no le interesaba que Yasmine se enterara lo que hacía en sus ratos libres. Lo que más le gustaba era en los momentos que el sensei Lawrence los obligaba a combatir entre ellos, las primeras veces Miguel terminaba en el suelo pidiendo clemencia y admitiendo la derrota, Anderson con una sonrisa casi adorable lo ayudaba a ponerse de pie para la segunda ronda.
Para Johnny Lawrence, ver a Leighton entrenar era todo un espectáculo, jamás se imaginó que la irritante cabeza de zanahoria tenga la capacidad de inmovilizar a una persona que le superaba tanto en peso como en altura. Lo que más le llamaba la atención de ella era en cada duelo todas las veces era ella la que golpeaba primero, y no tenía piedad. Era cosa de observarla combatir para darse cuenta que tenía el fuego intenso de Cobra Kai en sus ojos. Era ágil, su destreza delataba su experiencia porque no había manera que haya aprendido todo siendo amateur, y razón no le faltaba a Lawrence, pues la única hija del matrimonio Anderson dejó su alma en las colchonetas del Bond Street Dojo en la Gran Manzana, no obstante, todavía habían detalles que mejorar.
──¡Golpea más fuerte, Anderson!
──¿¡Quiere que lo mate!? ──exclamó la chica ayudando nuevamente a Miguel a ponerse de pie──. ¿Qué sucede contigo? No te estás defendiendo.
──No te preocupes, estoy bien ──contestó su compañero ignorando la mano extendida de Leighton.
──Por favor, tengo un polígrafo aquí ──señaló su ojo. Díaz soltó una risa pequeña, era bueno finalmente tener otro estudiante con el que compartir el dojo, y mucho más no tener que soportar los cambios de humor del sensei Lawrence──. No me digas que te molesta perder conmigo.
──Claro que no ──respondió con la verdad. Leighton tenía razón, se le veía diferente, desanimado. Sin embargo, no tenía que ver con Anderson, más bien estaba relacionado con la escuela──. ¿Otra ronda? Ya te voy agarrando el truco, dame una última oportunidad y esta vez tú terminarás en el suelo.
──En tus sueños, amigo.
──No más duelos por hoy ──los interrumpió el sensei antes de que volvieran a empezar. Los únicos dos alumnos se voltearon hacia él y observaron que arrastraba el muñeco de entrenamiento──. Ahora practiquen su ofensiva, sobre todo tú, Díaz. Es por eso que eres la perra de Leighton, solo te defiendes y ella se aprovecha para atacarte hasta cansarte.
──Aunque me cueste admitirlo, tiene razón ──confirmó Anderson tomando de su botella de agua que estaba en el piso──. No puedes golpear primero sin saber cómo golpear.
El chico asintió entendiendo el punto de las críticas, pero seguía sin ganas de seguir. Por lo que cuando comenzó a golpear sus impactos eran vagos, débiles y sin dirección, por lo que Johnny tuvo que tomar el papel de profesor.
──El ataque de una cobra se compone de dos partes: la estocada que requiere todo el cuerpo y la mordida, lo que pasa luego de hacer contacto ──explicó el sensei golpeando el rostro del muñeco de un movimiento certero──. ¿Entendieron?
La pelirroja fue la primera en pasar a practicar ya que el dojo sólo contaba con un maniquí para toda la clase. Johnny era duro con ella, le corregía cada movimiento con la convicción de explotar todo el potencial que tenía Leighton a tal punto que a veces la chica pensaba que la odiaba, por lo que fue un alivio cuando el teléfono de Lawrence comenzó a sonar, obligándolo a atender a tratarse de un número desconocido.
──Anderson, quedas a cargo.
La estudiante asintió y aprovechó de descansar un momento porque sentía sus brazos acalambrados, le dijo a su compañero que siguiera con los ejercicios para poder corregirlo en el caso que hubiese que hacerlo.
──No puede ser ──bufó la chica frustrada de ver a Miguel Díaz golpear como si sus brazos estuvieran hechos de alambre. Lo detuvo poniendo su mano en el hombro del chico──. Fuera, y mira con atención cómo se hace.
Su compañero no discutió, aunque en el fondo tampoco tenía sentido tratándose Leigh. Miguel dio un par de pasos atrás para observar a la pelirroja posicionarse frente al maniquí más alto que ella, se las arregló sin mucha dificultad para darle directo en el rostro de silicona tal cual los pasos que el sensei les había explicado antes. Sus impactos iban directo, el muñeco se movía con brusquedad cada vez que Anderson lo golpeaba, era bastante impresionante la fuerza que la chica tenía a pesar de su altura y complexión.
──Ahora escúchame con atención porque esto te lo voy a decir solo una vez, pero te va a servir. Si golpeas justo aquí le sangrará la nariz, y si lo haces con mucha fuerza seguramente se la termines rompiendo ──le explicó señalando la nariz del muñeco, después cambió a la boca──. Acá le romperás los dientes── finalmente se dirigió al cuello del maniquí── Con este lugar ten cuidado porque puedes dañarle la tráquea y la idea es solo atacar, no ahogarlo hasta morir.
──Suenas como una psicópata, ¿lo sabes?
El tono de llamada del teléfono de Leighton les interrumpió la sangrienta lección, la pelirroja partió a abrir su bolso para buscar entre el desorden de todas, luego de revolver sin parar varias veces pudo dar con el dispositivo que seguía sonando. El nombre de Mason Anderson estaba escrito en la pantalla así que no tardó en contestar ya que una de las condiciones que sus padres le impusieron para asistir a esas clases fue que siempre tenía que estar en contacto con ellos.
La conversación no fue muy profunda, era el tipo de de charlas que Leighton las denominaba como "llamadas de control" que no tomaban más de dos minutos. Cuando terminó, se volteó a mirar a Miguel, el chico ni siquiera se podía decir que lo estaba intentando, sus golpes eran débiles y flojos, e incluso se lanzaba a abrazar al muñeco para solo jugar.
Leighton suspiró y negó con la cabeza, pasó de largo para ir a hablar con su nuevo sensei. Este por su lado parecía estar en otro mundo mientras hablaba por el teléfono, se movía de lado lado con una mano en la cintura y otra sosteniendo el celular.
──Sensei, algo sucede con Miguel ──dijo la chica preocupada, sin embargo, fue ignorada por Lawrence que estaba en medio de otro asunto.
──Bien. ¿Qué hizo esta vez? ──preguntó el hombre dirigiéndose a la mujer de la llamada. Se trataba de la vicedirectora de North Hills, colegio donde estudiaba su hijo y al parecer este se había metido en problemas, de nuevo.
──Creo que debería hablar con él ──siguió insistiendo la pelirroja, luego susurró en un tono mezclado entre la ironía y la preocupación──. ¿Y si tiene problemas en su casa? Eso sería muy triste, ya sabe, padres ausentes, falta de atención...
──¿No te cansas de ser desagradable? ──preguntó Lawrence alejando el teléfono de su rostro para que no se escuchara de la otra línea. Leighton rodó los ojos cruzándose de brazos, con el ego herido no pensaba detenerse──. ¿Lo encontraron con Molly? ¿Quién es Molly? ¿Una chica con la que sale?
──Una droga ilegal ──explicó Anderson.
──¿Cuántas veces te tengo que repetir que no estoy hablando contigo? ──volvió a dirigirse a Leighton con tono condescendiente a pesar de que en esa ocasión su comentario iba con la intención de ayudar. Ella frunció el ceño al no entender qué había hecho mal esta vez, mientras que Johnny se pasó una mano por el rostro frustrado al saber el nuevo lío en el que se vio envuelto Robby──. Ponga a mi hijo al teléfono, por favor ──el silencio hizo tenso hizo que la chica mejor se alejara para que conversara solo, no sin antes escuchar a su sensei molesto──. ¿Robby que diablos, consumes drogas? ¿Quieres tirar tu vida por el retrete?
Leighton volvió con Miguel, el chico ya se había rendido con los golpes por lo que la chica tomó su lugar intentando no pensar en la vida personal de su sensei. Así estuvo poco rato, pero la técnica que estaba acostumbrada a usar era totalmente distinta a la que Johnny les había demostrado.
──No te detienes cuando tus nudillos golpean el hueso. Golpeas a través del hueso ──la corrigió Jhonny volviéndose a ocuparse de su alumna. Anderson se detuvo, jadeando con la mano en las caderas──. Como si el sujeto que quisieras golpear estuviera detrás.
──¿Quién es Robby? ──preguntó con curiosidad genuina.
──Un chico idiota, no te metas ──respondió con indiferencia──. Vamos, vuelve a intentarlo.
Cuando Johnny se refería a Robby Keene lo ponía incómodo por la complicada relación que llevaba. Obviamente que Leighton no era consciente de aquello, tampoco buscaba entrometerse, sin embargo, era cosa de tiempo para que la pelirroja se terminara involucrando más de lo que debería con ese chico idiota que en poco tiempo llegaría de la peor manera más caótica para desordenar la nueva vida que estaba intentando reconstruir. O quizás sucedería al revés.
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