You will do it...?
La oscuridad de la noche bañaba las paredes de piedra del viejo castillo. La luna brillaba como nunca lo había hecho esa noche, parecía querer transmitir toda la luz posible para el corazón que yacía en la lobreguez de un alma que lloraba debido al temor que sentía.
En una de las torres del castillo, el príncipe reposaba en su alcoba intentando retener sus cristalinas lágrimas, casi sin éxito, porque algunas pequeñas gotitas ya habían caído por sus tersas mejillas.
Este se sentía dolorido, más no físicamente, sino que sentía un dolor en lo más profundo de su ser, sus pensamientos lo atormentaban noche y día, dañandose a sí mismo en todo momento, pero sin mostrar signos de este dolor ante su familia y la servidumbre.
Nadie sabía de su pesar, de su sufrimiento constante, y pretendía que siguiera siendo de esa manera, pues nadie lo comprendería si quisiera compartirlo.
Con la delicadeza que lo caracterizaba, se incorporó de su lecho, caminando con gracia hacia el espejo que tenía en su tocador. Las lágrimas comenzaron a resbalar con más fuerza cuando se vio a sí mismo en el reflejo.
Sus ropas de dormir, hechas de una fina seda blanca, cubrían su piel pálida y suave como la porcelana. Su rostro jovial y de rasgos delicados y dulces, sus rizos dorados y algo crecidos le daban un aspecto angelical. Sus ojos brillaban un poco más debido a las lágrimas, sus largas pestañas húmedas por estas mismas, su pequeña nariz enrojecida al igual que sus mejillas, sus labios gruesos y suaves como nubes estaban algo más enrojecidos al morderlos para evitar sollozar en voz alta. Aún llorando parecía una verdadera obra de arte.
Y eso era lo que más le afligia.
Todo por una única razón.
Unos brazos rodearon su cintura y un cuerpo mas grande y alto se apoyo sobre su espalda. El príncipe cerró sus ojos sin querer ver el reflejo. El mentón del más alto descansó sobre uno de los hombros del blondo.
- Mi dulce príncipe, ¿Puedo indagar el porqué de sus lágrimas?- Preguntó el hombre con una aterciopelada voz.
- Jungkook...- Susurró este en respuesta.
- Mi amado Jimin, ¿Qué es lo que te ha hecho llorar de esta manera? Padeces una amarga tristeza, ¿A que se debe?
- No es nada de que preocuparse, no hay que darle importancia Jungkook.- Dijo mientras giraba su cuerpo para devolver el abrazo y esconder su rostro en el cálido pecho de su amante.
- Si te ha hecho llorar es importante para mí. Por favor, cuéntame.
Jimin soltó un suspiro con pesadez, se alejó lentamente de su amado, Jeon Jungkook, una deidad amada por su pueblo, poco conocido por tal nombre, pero nada más ni nada menos que el Dios de la noche.
Todos creían que si hacían ofrendas a la luna en días de luna llena, su vida sería prospera y larga. Jimin, quien amaba a la luna más que nadie, había dado ofrendas desde que tenía apenas 4 años de edad, sin falta cada día.
Su padre era realmente feliz, y se sentía complacido al ver a su pequeño creer fervientemente en su Dios, tenían fe de que sus vidas serían prósperas al igual que las de su pueblo.
Sin embargo, a sus diez años de edad, Park Jimin contrajo una extraña enfermedad que a los tres días de haberse contagiado, apenas podía moverse de su cama. Los médicos y curanderos habían hecho lo posible, más ninguno sabía que le había sucedido exactamente, por lo que no tenían forma de ayudarlo correctamente. El pequeño rubio tenía los días contados.
Ambos padres, los reyes, rezaban a la luna por ayuda, y sus súbditos los acompañaban en sus oraciones, pues no había nadie que no hubiese caído a los pies del príncipe, era un niño amable, educado, tranquilo y cariñoso, casi como un ángel.
Más no parecía haber mejora.
Al quinto día, el niño probablemente no pasaría la noche... Pero no fue así.
Esa noche, el niño rezó, no por su vida, sino por la de su familia al saber el dolor que pasarían por una pérdida así. El alma del pequeño era tan noble que la deidad decidió hacer su primer aparición.
Ambos recuerdan ese día donde la gran y fuerte mano de Jeon se poso sobre el corazón del príncipe, sanando su enfermedad y dándole toda la vitalidad que merecía alguien tan bondadoso.
Desde ese día, todas las noches Jungkook visitaba al príncipe, al principio como un amigo quien se preocupaba por los días ocupados del niño que debía aprender y madurar pronto debido a su título, pero cuando este creció y se convirtió en adulto, ninguno de los dos dudó de lo que sus corazones querían. Se amaban, y no había duda alguna de que era verdad.
En la actualidad, eran una pareja inusual, pero no secreta, pues Jimin había decidido hablarle con la verdad a sus padres. Estos lloraron y agradecieron con su vida al Dios que le habia salvado la vida a su hijo, y que actualmente lo amaba más que a nadie.
Los recuerdos eran bellos, pero el malestar de Jimin había estado creciendo los últimos meses, haciendo que su amado lo notara sin necesidad de decir nada.
Y ese era el día que por fin hablarian frente a frente de este.
- Hay días que creo que tengo todo lo que quiero y necesito para ser feliz, y no me mal entiendas, lo tengo, pero hay momentos en que no puedo sentirme pleno solo por mis pensamientos, mi mente que me recuerda una y otra vez qué soy y qué eres tú.
La palma cálida de Jungkook se poso en el rostro de Jimin para secar una lágrima y dejar pequeñas caricias donde está había estado.
Park se apoyó sobre esta y aspiró el dulce perfume de su pareja. Sonrió por inercia.
Él era realmente su felicidad.
- ¿Qué eres y qué soy según tus pensamientos?- Susurró Jeon.
- ¿No lo entiendes? Jungkook... Eres un dios que ha vivido miles de años, tu conocimiento, tu sabiduría, todo tú es más sabio e inteligente que cualquiera de nuestros ancianos más longevos, yo apenas sé lo que leo en libros... Eres bello, Jungkook, eres hermoso, etéreo.
Y era completamente cierto.
El Dios era hermoso. Su cabello negro azabache y largo hasta su barbilla, que brillaba debido a la luz de su compañera Luna, sus ojos oscuros que podían enterrar un batallón solo con una dura mirada, pero que transmitían más de mil caricias a quien mirara con amor, que parecían brillar más que toda la galaxia. Unos labios suaves como terciopelo y una sonrisa dulce y aniñada. Inocente.
Un cuerpo que parecía tallado a mano, musculoso y alto, con una piel semi bronceada que le daba un aspecto masculino y elegante. Y siempre vistiendo túnicas negras o azules, que representaban quien era.
- Jungkook, fuiste, eres y serás siempre bello y perfecto, eres un Dios después de todo, vivirás miles y miles de años más. Yo solo soy yo, un simple humano que llegará a su vejez y morirá algún día.
Las lágrimas volvieron a llenar los ojos del príncipe.
- ¿Me seguirás amando aún cuando ya no sea joven y hermoso?
Jungkook soltó el aire que había estado reteniendo al oír las palabras de su amado príncipe.
- ¿Como es que preguntas eso Jimin? Eres un príncipe, uno que tu gente adora, que sus padres aman, que su servidumbre no ve como alguien a quien odiar o envidiar, sino alguien a quien amar y cuidar, eres perfecto Jimin, mucho más que un rostro bonito, eres un alma pura y bella, un corazón dorado, un ángel sin alas y un hombre quien admirar. Eres una buena persona, y eso vale más que lindos rasgos...
Jungkook lo llevó hasta su cama, haciéndolo sentar sobre su regazo, meciendolo como a un niño. Jimin solo se dejaba hacer, recostado sobre el hombro del más alto, mientras sentía las caricias que este proporcionaba a su espalda, su respiración lenta lo calmaba y su voz lo adormecia. Se sentía en el paraíso.
- Mi Jimin, eres joven y hermoso, pero eso no es lo importante para mí. Yo me enamoro de almas, no de rostros. Y tú eres la única alma que me ha cautivado en todos mis años de existencia. La edad y la apariencia tal vez sea importante para un humano, pero no para mi. Y por favor no pienses mal, nunca podría enamorarme de un niño o un adolescente, tengo principios y moral, pero de cuando un adulto se trata, yo se qué quiero en mi vida; Sabes que no soy un joven hombre que ha estado mucho tiempo solo, soy un Dios que cada hora de su larga vida está velando por el bienestar de quienes creen en mi.
Jimin asintio sin decir nada por un momento. Sabía que Jungkook siempre decía la verdad. Pero su inseguridad y miedo seguían presentes, por lo que se atrevió a preguntar una vez más.
- ¿Entonces... Lo harás? ¿Me amarás incluso cuando no sea más joven y hermoso? - Preguntó levantando el rostro, mirándolo a los ojos.
Jeon observó con amor a esos ojos adormilados y esa pequeña sonrisa que se asomaba en sus dulces labios.
- Sabes que lo haré. Sabes que estaré contigo hasta el último de tus días, hasta tu último respiro, e incluso te seguiré hasta donde tu alma decida descansar para seguir amándote allí.
- Lo sé, se que lo harás... Te amo Jungkook.
- Te amo Jimin.
Jungkook dejó un tierno beso en la frente del rubio para luego besar sus labios por un largo rato.
Esa noche se amarian incluso más que las anteriores, dejando en claro que eran ellos y solo ellos, el uno para el otro.
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Hola, este es un pequeño regalito que les hago por andar tanto tiempo desaparecida de por acá.
Espero que les haya gustado, amo con toda mi alma esta canción y amo Lana del Rey, así que si no escucharon esta canción se las recomiendo muchísimo.
¡¡Si ven algún error, por favor díganmelo!! Escribí todo en una sola hora y de madrugada, super dormida, pero necesitaba sacarme esta idea de encima antes de olvidarme.
Nos vemos en las acts de mis au's. ♡
-Yaz.
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