capítulo 1
Lo que Louis había entendido de la carta (a la que apenas le había echado un rápido vistazo), con respecto a su alojamiento, fue que su compañero de piso iba llegar el mismo día que él.
¿Un panorama interesante? No.
¿Quiere que el hijo de puta llegue de una vez para poder odiarlo oficialmente? Sí.
Así que Louis esperó.
Esperó el tiempo suficiente, golpeando impacientemente sus pies contra el suelo pulido, para que su estómago empezara a gruñir, sus ojos se cerrasen solos y sus dedos tirasen con ansias de la tela de sus pantalones. Debido a que Louis era jodidamente impaciente y odiaba a las personas ricas ¿dónde diablos estaba ese cabrón?
Completamente inquieto, decidió pasar el tiempo deshaciendo las maletas, algo que rara vez hacía. Por lo general, cuando volvía de vacaciones dejaba sus maletas en su habitación, llenas con ropa arrugada y calcetines sucios, permaneciendo intactas durante semanas, a veces meses.
No era hasta que Louis se despertaba una mañana y se preguntaba "¿dónde está la camisa...?" y las maletas estaban camufladas bajo pilas desordenadas de pantalones de chándal, que empezaba a deshacer las maletas debidamente.
Era un problema de Louis, siempre postergando las cosas, siempre olvidando. Pero se puso a deshacer la maleta, hizo un trabajo malditamente maravilloso, colgando las camisas en perchas y doblando sus pantalones pulcramente en los pequeños estantes, y una vez que su habitación estaba lo suficientemente presentable, salvo por el hecho de que estaba demasiado vacía para el gusto de Louis; pero, después de todo, era sólo su primer día aquí. Se dio un paseo por las otras habitaciones de la suite. Se quedó muy lejos de la cocina, ya que era un lugar que nunca había comprendido totalmente.
Realmente no había mucho que hacer con el lugar.
La falta de pertenencias personales de Louis, combinado con la gran abundancia de basura ornamental estorbando las habitaciones, dejaba poco espacio a la creatividad y casi ningún margen de maniobra. Aun así, se las arregló para guardar cuidadosamente todas las pinturas inquietantes de lo que parecía ser bestialidad (le importaba una mierda si existía un mito griego sobre un Zeus Mimetista, un pájaro follando a una chica seguía siendo un pájaro follando a una chica) y pronto, la atmósfera sofocante empezó a tomar una sensación un poco más hogareña.
Tal vez había esperanza todavía.
Ya habían pasado tres horas y cuatro llamadas perdidas de su madre a las que Louis se negó a atender desde la llegada de Louis y cada caja de cartón había sido desempaquetada y, sin contemplaciones, arrojadas fuera.
Así era como se sentía el éxito.
Y la soledad también.
Porque a pesar de que ya había decidido que su próximamente compañero de piso iba a ser su mayor pesadilla, Louis no pudo dejar de notar que no había llegado. Y estaba a punto de anochecer.
Lo que significaba que posiblemente no iba a llegar. Lo que significaba, que Louis iba a pasar la noche solo. Aburrido. Sin amigos o distracciones.
¿Y cómo demonios se suponía que debía lidiar con eso cuando tenía ganas de ser entretenido?
No comprobó la hora, porque eso sería insinuar que le importaba, y decidió resueltamente que iba a salir del piso. Iba a salir, iba a explorar, iba a cenar en un pintoresco café para poder enviar a Stan bohemias fotos de sí mismo tomando té con la puesta de sol de fondo, con el fin de darle celos por no haber venido con él. Porque, maldita sea, mejor que alguien estuviera celoso de él cuando se sentía tan miserable.
Agarrando las llaves y una bufanda, Louis salió, y evitando a los crecientes grupos de estúpidos ricos sentados en los jardines, llegó a las puertas del campus y se coló por la calle empedrada.
Todo el tiempo sin preguntarse por el paradero de su compañero de piso.
La verdad es que no estaba pensando en nada. En nada.
Era sólo esa vieja pregunta que seguía apareciendo una y otra vez, fundiéndose en sus huesos y royendo su cerebro.
"¿Cojo ésta increíble oportunidad que me ha dado Charles y construyo un futuro para mí y mi familia? ¿O lo arruino todo, lo embarro en las paredes y mando a la mierda hasta el último centavo?"
Como había dicho, la vieja pregunta.
Y mientras la cuestión arañaba la parte posterior de su mente y probablemente debería abordar la situación en un futuro cercano porque las clases empezaban en tres días, Louis obligó firmemente a su cerebro a permanecer en blanco y neutral, centrándose en el té que rozaba sus labios. De alguna manera se las arregló para derramarse por las comisuras de su boca y mancharle los pantalones porque por supuesto, pero no le dio importancia, en su lugar observó lo encantadora que era la cafetería que se encontraba sorprendentemente lejos de la escuela, más lejos de lo que pensaba al llegar y lamentó no haberse puesto mejores zapatos.
Pero lo encantador duró poco tiempo y después de revisar su Facebook por séptima vez en siete minutos consecutivos, y dos intentos fallidos en observar a la gente ¿dónde estaban todos los chicos guapos de esta ciudad? Louis se marchó sin nada que enseñar, más que una mancha de té en forma de gato en su muslo y un ceño aburrido.
Originalmente había planeado caminar a casa directamente, contento de simplemente escuchar música en su iPod, ajeno al mundo y a las trágicas circunstancias que lo rodeaban, no, no estaba siendo dramático, pero el aburrimiento parecía haber sacado lo mejor de él, porque antes de conseguir entender plenamente la situación, estaba haciéndose selfies con filtro vintage en la carretera fuera de los parámetros de su escuela. Y si bien, sí, una parte de los objetivos de hacerse esas fotos eran para presumir con Stan, también había un lento y escalofriante cariño floreciendo en la base del estómago de Louis, mientras observaba la tranquila calle ornamentada con farolas y cestas de flores, las altas y antiguas murallas firmemente alzadas de la universidad a su alrededor, bañadas en luz ámbar.
Quizás ese lugar no fuera tan malo, con sus olores a café, flores y pan caliente. Era sin duda un buen telón de fondo para las fotos. No es que estuviera admitiendo nada.
En medio de una sonrisa, que incluso él admitía que era un poco descarada, el constante sonido calmado de la ciudad fue repentinamente interrumpido por el ronroneo de un motor antiguo, tomando vida rápidamente mientras la música aumentaba el volumen de manera constante. Se imaginó un pintoresco vehículo antiguo con un hombre viejo al volante, con una gorra sobre su cabeza mientras fumaba, ¿una pipa? Se adaptaría perfectamente a su entorno. Cuán encantador.
Pero de repente la música estaba a todo volumen, y el chirrido de los neumáticos no se quedó atrás.
Instintivamente temiendo por su vida, Louis saltó de nuevo a la acera, dándose la vuelta justo a tiempo para ver el origen del caos, mientras pasaba a gran velocidad.
Era un auto viejo de color crema, muy parecido al que Louis imaginaba, probablemente de los años treinta o cuarenta, lo que era un logro en sí mismo, y era absolutamente impresionante por lo que Louis (brevemente) pudo ver. Era espacioso, convertible y el cuero blanco de los asientos destellaba bajo el sol.
Pero sus ocupantes, que no eran hombres viejos (eran tres chicos), invadían el interior lujosamente, dos tipos en trajes color pastel sentados juntos en el frente, con las manos apenas sobre el volante, y el tercero en la parte de atrás, sentado en el espaldar de los asientos y no en ellos. El rizado de cabello oscuro, precariamente sentado, inclinó la cabeza con deliciosa elegancia hacia atrás, elevó lo que parecía ser una maldita botella de champagne en el aire, y el sonido de una carcajada siguió al trío de idiotas con sombreros mientras el vehículo doblaba salvajemente por la esquina, desapareciendo de la vista.
La quietud que dejaron a su paso fue casi más ruidosa que ellos. Louis simplemente se quedó ahí, completamente sin palabras, con el teléfono en la mano y la selfie descarada aún en la pantalla.
Porqué, ¿qué mierda?
¿De verdad eso acababa de ocurrir? ¿tres chicos adornados en malditos trajes color salmón y crema, conduciendo un maldito coche vintage perfectamente restaurado, prácticamente desparramados en él y riendo como si no les importara el mundo? ¿todo ello mientras batían una botella de champagne al aire?
¿Qué cojones?
Por supuesto, esa escuela que se ponía de rodillas para besar su propio culo tenía que ser el retrato más dolorosamente estereotipado de la indulgencia y la gula. Por supuesto que sus estudiantes eran enjambres de niños malcriados, vestidos con trajes a medida y zapatos hechos a mano, que carecían de cualquier sentido de decoro o delicadeza.
Por supuesto. Maldita sea.
Y él había pensado que estaba empezando a gustarle el lugar.
Con su amargura y desdén perfectamente intactos, Louis se guardó el teléfono y emprendió su camino a casa, ignorando resueltamente cualquier punzada de soledad ante la perspectiva de volver a un piso vacío.
No es que quisiera un compañero de piso. No. Para nada.
Sobre todo, después del espectáculo de la calle. Si así era como iban a ser todos los estudiantes, no quería un compañero de piso en absoluto.
No parecía divertido.
No, de ninguna manera.
Idiotas.
Al día siguiente, Louis despertó con un nuevo sentido de sí mismo.
Porque sí, pasó la noche completamente solo, sin un alma con la que compartir palabra, y le encantó. Realmente, realmente le encantó.
¿Cómo es que había sentido tanta soledad antes? Estar solo había sido increíble. La música de Louis retumbaba en los altavoces escondidos en las esquinas del techo adornado con coronas moldeadas. Louis bailó en el espacio provisto (tan horriblemente como quiso, era un estudiante de drama, después de todo), las cosas de Louis estaban dispersas sobre el suelo en posiciones precisas, y Louis cerró las ventanas alejándose del caos de afuera sin pensarlo dos veces y sin preocupaciones, aullando a la luna hasta altas horas de la madrugada.
Pudo encender la repugnante pantalla plana y ponerla a todo volumen, Y caminar desnudo.
Fue malditamente fantástico.
Así que Louis se despertó con la promesa de que iba a ser un buen día en la punta de sus dedos mientras empujaba con los pies la cubierta de su cama, cepillaba sus dientes con júbilo, y rascaba su trasero mientras miraba tristemente la nevera por todo el maldito tiempo que se le antojó. Porque podía. Finalmente se sentó en una de las lujosas sillas de terciopelo que se sentía como si hubiera sido sacada de Harry Potter, con su té en la mano, y empezó a planear su día.
Iba a ser tiempo de Louis. Un día para sí mismo, para atender sus propias necesidades y no pretender ocuparse de alguien más antes que él. Con su madre (a la cual aún no ha llamado de vuelta; hola, 7 llamadas perdidas, ups) a una vigorizante distancia y sin hermanas que lo empujaran en cinco direcciones distintas, Louis era un pájaro libre y era hora de que ese pájaro volase.
Con planes dando vueltas en su cabeza y té caliente en su vientre, Louis abrió todas las ventanas, insensible ante el constante flujo de transeúntes que podían escudriñarlo fácilmente en su santuario (¿y cuándo, exactamente, esto pasó de ser un infierno a un santuario? Porque él aún no estaba seguro de porqué estaba ahí, aún no sabía cómo asistir a cenas con los profesores ni usar trajes para los exámenes) y, en su lugar, aspiró el fresco aire veraniego con renovado vigor.
Un día para sí mismo. Un día sin compañero de piso. Diablos, todos los días podrían ser un día sin compañero de piso.
"¿No sería ese un maravilloso regalo?" Louis susurró al cálido silencio, tomando un último y significativo sorbo de té.
Entonces, naturalmente, su compañero de piso llegó.
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