CAPÍTULO 26
En el salón de baile todo era un desastre. Por las enormes puertas salían gigantescas columnas de humo, las personas corrían fuera del lugar con el rostro lleno de hollín y los trajes de gala hechos jirones.
-Magnus por favor –musitó Alec con desespero una vez llegó a mi lado–. Quédate aquí, tengo que ver si Isabelle está a salvo... nadie la ha visto salir de allí.
- ¡Alec no!
-Es mi hermana Magnus, no puedo...
-No irás sin mí –declaré.
-Magnus...
-Tú me acompañaste a ver a mi hermano, yo te ayudaré a buscar a la tuya.
Alec me miró con exasperación, pero dándose cuenta que yo no estaba dispuesto a cambiar de opinión, suspiró y me tomó de la mano.
-Te lo suplico amor mío, por favor, no te alejes de mi lado. Quiero verte en todo momento.
Yo asentí e ignorando los gritos de mi abuela, quien me llamaba con desespero, esquivamos a las personas y nos adentramos en el salón de baile... y entre las llamas que amenazaban con acabar con nuestra vida.
En el salón no se podía ver prácticamente nada, puesto que el humo y las llamas lo impedían. Varios estudiantes ayudaban a sacar a los más heridos. La gente corría con desespero a nuestro alrededor. Todos estaban aterrados y lo único que impedía que me alejara de Alec era su mano aferrada con gran fuerza a la mía.
- ¡Isabelle! –Gritó Alec con gran fuerza, pero su voz se perdió en medio del bullicio–. ¡Izzy!
Mi chico me arrastraba más y más al interior del recinto, pero no había ni siquiera un pequeño rastro de Isabelle.
- ¡Iz...! –Alec intentó gritar nuevamente, pero un ataque brusco de tos lo invadió. Lo miré completamente aterrado.
-Alec... no... los bomberos vendrán, nosotros tenemos que salir de aquí...
-Pero Isabelle....
-Alec, matándote aquí no ayudarás, vamos a fuera, nosotros no...
No pude terminar de hablar, un fuerte estallido se escuchó a lo lejos y una llama enorme explotó justo en frente de Alec y yo. Mi chico me soltó la mano y un tropel de personas totalmente aterradas me desorientaron. El humo se intensificó y perdí a mi novio de vista.
Intenté gritar, pero una poderosa tos me lo impidió... mi vista comenzó a nublarse, me sentí mareado... quería vomitar.
-Alec... –susurré aterrado.
- ¡Alec! –Se escuchó un grito ahogado no muy lejos de mí, me costó, pero reconocí aquella voz.
- ¡Isabelle! –Grité con la poca fuerza que sentía.
- ¿Magnus? ¡Magnus! –La voz de Isabelle sonó ronca y seriamente lastimada.
Di un par de vueltas por el lugar, lo cual fue realmente difícil. Las llamas seguían creciendo y el humo cada vez era mayor. Me costó, pero al fin la encontré. Allí, con las piernas atrapadas bajo una de las pesadas mesas del salón, se encontraba Isabelle luchando por levantarse. Era claro que no lo estaba consiguiendo.
- ¡Izzy! –Grité acercándome a ella.
- ¡Magnus! –Chilló desesperada.
No lo pensé, corrí hacia la mesa y utilizando toda mi fuerza –que no era mucha y menos en ese momento –logré levantar aquella pesada mesa. Con enorme dificultad noté como Izzy se arrastraba lejos del lugar. Lo noté, aquella estúpida mesa le había roto una pierna. La dejé caer antes de dirigirme hacia Isabelle y ayudarla a poner en pie. La chica se apoyó en su pierna sana y en mi hombro, mientras juntos caminábamos lo más rápido que podíamos, intentando buscar una escapatoria de aquel lugar en llamas.
Caminamos.
Caminamos.
Caminamos hasta que nuestros pulmones se llenaron de humo y nuestros cuerpos no pudieron resistir más.
Nos detuvimos, en lo que pude notar por lo poco que quedaba, había sido la pista de baile.
-Magnus... ¿vamos a morir? –Me preguntó Isabelle con desolación. Aquello rompió mi corazón, jamás la había visto tan vulnerable.
-No Izzy... no... nosotros... nosotros saldremos de aquí –aseguré, aunque yo mismo pensaba que quizás todo acabaría allí.
-Magnus... –empezó a hablar Isabelle, pero algo la detuvo... al igual que a mí.
Por un segundo me congelé, mis pies no respondieron... y todo pasó en cámara lenta, pero al mismo tiempo, sentí que todo iba tan deprisa. Miré a mi alrededor, las bellas cortinas doradas qué antes estaban perfectamente recogidas dejando ver los ventanales, ahora estaban en llamas. Los cristales se encontraban rotos y el viento exterior solo hacía crecer más y más las llamas. Las paredes que antes habían sido blancas se encontraban ennegrecidas. Las mesas donde se habían encontrado los aperitivos, tenían grandes llamas de tal vez unos dos metros de alto... el fuego era rojo intenso y amenazaba con acabar todo allí.
Miré a Isabelle. El terror brilla en sus ojos color azabache mientras estiraba su mano hacia mí y lazaba un aullido. Lo noté, pero no lo escuché, el sonido de un estallido lo impidió. Alcé mi mirada y allí, uno de los bellos candelabros de cristal que se encontraba sobre el techo, estaba cayendo directamente hacia nosotros.
No pude correr.
No pude alejarme.
No tuve tiempo para nada más que soltar un chillido, empujar a Isabelle con gran fuerza y sentir cientos de cristales estrellarse contra mi cuerpo antes de caer en la inconsciencia.
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