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°° Capítulo 62 °°

N/A:

Yo sé. Yo sé. Yo sé que ha pasado mucho tiempo 😭🥺. Mi intención no ha sido jamás abandonar la historia pero sí me tomé un tiempo debido a muchos factores externos de mi día a día. Vino el un lugar donde por el momento han estado ocurriendo cosas horribles y ya tenemos un tiempo viviendo así entonces sinceramente me tomé un descanso lejos de todo. No quiero entrar en detalles porque no quiero agobiarlos. Si aún hay alguien ahí, de verdad le agradezco y sepa que terminaré la historia. Me disculpo mucho por no haber dado señales antes, pero necesitaba ese pequeño espacio por salud.

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No sabría decir cómo regresó a su habitación aquella noche sin ser descubierto, ni cómo tenía el cuerpo tan congelado que era incapaz de emitir sonido alguno. Pero ahora que conocía la verdad, ¿no era lo más obvio? Y aquel parecido, por supuesto, no eran similares, se trataba del mismísimo hijo de Igneel. Oh santo infierno. Quería vomitar. Todos los sabían, todo aquel que vivía bajo aquel castillo, sabía la verdad de ese hombre. Sting se pasó la mano por el rostro de nueva cuenta, creyendo que había caído congelado y fue una alucinación, pero el recuerdo seguía, fresco, terrible, tan escandaloso como no lo había sido ninguna otra noticia desde algún tiempo. ¿Zeref estaba enterado? ¿Por eso su estadía en las tierras altas?

Eso explicaba... No, no explicaba por qué Natsu había esperado tanto tiempo para volver a por ella, y a su vez, recordando la cicatriz que le atravesaba la cara y el cuello, tenía todo el sentido del mundo. Supuso que el cambio en su voz era una secuela de aquella terrible herida, pero ahora que lo sabía, se sentía como un bufón por no leer el ambiente antes, por no entender todas esas pistas que ese hombre había dejado en su breve estancia en Londres. Y su propia ira para con Lucy. Lucy... Ella no lo sabía. Ese infeliz hijo de satán la tenía engañada. ¿Qué tan repugnante se tenía que ser para semejante engaño? ¿Cómo podía ser tan ruin para hacerle creer que eran dos personas?

Pero las señales ahí estaban, ellos no habían querido verlas, pero si recordaba aquellos breves días, sólo se sentía más y más contrariado de que alguien no lo hubiera delatado ya. Supuso que como familia, mantenían ese oscuro secreto. Pero, ¿qué había pasado con aquel muchachito libertino y rebelde? ¿Qué carajo le había hecho Jude para volverlo así? ¿O esa siempre había sido su verdadera esencia y hasta ahora podía verlo? Cómo fuese, si alguien tenía que saber la verdad esa era Lucy, no podían someterla a esa tortura mental en la que se hallaba cruzada.

Era inhumano.

Sting se acostó, más no pudo conciliar el sueño y tomó una silenciosa decisión. No importaba el costo, pero Lucy tenía que saber la verdad. Iba a destruirla, pero, sabía que aquella verdad podía matarla en vida cuando ya una vez se creyó morir por la ausencia de ese hombre que incluso tuvo la osadía de aceptar un segundo matrimonio con tal de seguir el sucio juego de fingir ser alguien más. Pero antes debía asegurarla, debía ser capaz de garantizar su seguridad o el modo de arrancarla de las garras de ese demonio.

A cómo diese lugar. Con esa idea en mente, se calzo y colocó un pesado abrigo, aprovechando la ausencia de luna por las espesas nubes para desaparecer.

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Los primeros rayos de sol se estaban asomando entre las lejanas montañas, iluminando las esponjosas formas de las espesas nubes en su lento andar por el basto cielo. Sin duda era un bello amanecer, considerando los poderosos reflejos que la luz creaba en las cosas de hielo y en la nieve. Pero aquella mañana, precisamente en su antecesora noche, no había logrado dormir. Se sentía intranquila, con el ritmo acelerado y una picazón extraña en el cuerpo. Juvia echó un poco más de leña a la pequeña fogata que comenzaba a apagarse, avivando la llama una vez más antes de decidir que debía volver al castillo si no quería que Gajeel pusiera el grito en el cielo. Al otro lado del campamento, luego de haber pasado toda la noche en vela, finalmente Lyon se había quedado dormido cuando ella fingió hacerlo. Con una sonrisa enternecida se puso en pie, sabedora de que no pasaría frío con aquel pesado abrigo y la creciente fogata. Recogió las faldas de su vestido en silencio y emprendió el camino de regreso por el sendero de siempre. Podía ver las torres del castillo entre la neblina que se dispersaba, así como las huellas que se atravesaron en su camino más adelante. Confundida las estudio, notando que... alguien la había seguido. Cuándo iba girarse tras el crujir de una rama, sin darle tiempo, alguien le golpeó en el rostro de un puñetazo, arrojándola a la inconsciencia en el acto. Tendido quedó su cuerpo en la capa de nieve, así como el hilillo de sangre que escapó de su sien tras el impacto.

-¡Bruto, le has dado con fuerza!

-Estará dormida el tiempo suficiente, todavía respira. Ahora mueve tu maldito trasero -espetó Jellal, tomando a la mujer de azulada cabellera entre sus brazos. El cuerpo laxo se dejó llevar fuera del sendero, dónde le ató las manos. La otra figura, más pequeña y delgada, emergió de las oscuras sombras que aún abundaban bajo la copa de los árboles y mostró la figura de Mavis tiritando de frío-. Hablo en serio Vermillion, no quiero a estos hijos de puta pisándonos los talones, necesitamos una garantía y ella lo es.

Mavis no dijo nada más y se dió la vuelta para apresurarse a llegar al castillo por la entrada más escondida entre la maleza, misma que había descubierto que Juvia usaba cuando quería escapar de la vista de su hermano. No había tiempo de preparar mas cosas, ni esperar una situación en especial. Jellal y Sting le ofrecían una oportunidad tras éste último descubrir el horrible secreto de Salamander. Una oportunidad que quizás nunca volviera a tener. Sabía que era peligroso involucrarse con ellos dado sus antecedentes con Jude, pero ya luego se las arreglaría para deshacerse de ellos. Tenía planeado que cuando quisieran seguirles, ellos serían la siguiente carnada para permitirles huir. Debían intentarlo al menos. Estaba cansada de sentirse como un pequeño y débil ratón a quien el gato ya tenía entre sus garras, sólo tirando de ella para crearle más angustia antes de devorarla.

Llegó finalmente a aquella entrada oculta, encontrando la figura de su madre ya vestida para partir, aunque su mirada de angustia dijese lo contrario.

-Mavis, esto es una locura...

-Ya lo hablamos, madre. Es la única oportunidad que tenemos para ser libres.

-Deberíamos haberlo hablado con Lucy.

-¿Para que nos delate? No, gracias. -Mavis se apresuró a entrar, con su madre pisándole los talones-. Esto es por nuestro bien, no podemos quedarnos a esperar a que su buena voluntad dure por siempre.

-Mavis...

-¡He dicho que no! Andando, debemos hacerlo antes de que empiecen a despertar -en la sombras que todavía reinaban en el castillo, ambas desaparecieron en silencio en su interior.

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Le había costado dormir, y cuando lo logró, eran sueños plagados de voces distorsionadas y recuerdos fugaces, lejanos espejismos pasados. Al más mínimo ruido reaccionaba, por más que intentaba fundirse en la inconsciencia, le fue imposible.

Supo que había amanecido cuando escuchó las distantes voces en los jardines, o cuando sintió los cálidos rayos de sol entrar por alguna ventana y darle directo en el rostro, calentando su mejilla descubierta. No hizo intento alguno por girarse, y dejó que el calor llenara su cuerpo gradualmente. Hasta que alguien llamó a la puerta. Sabía que no se trataba de Salamander, pues él jamás llamaba, y si era él, conocía el modo de entrar a la alcoba principal por medio de la otra. Así que no era necesario que se levantara. Inhaló hondo, disfrutando de aquel estado adormecido dónde sus palabras, horas atrás, habían calado en su pecho. Dónde ella misma se sentía atormentada por lo confuso de sus emociones.

-Mi señora, le he traído un té -fue la voz de Virgo. Lucy supo que no podía hacerle la grosería de dejarla fuera, por lo que se levantó y con la guia que la costumbre había forjado, se dirigió a la puerta y la destrabó-. Oh, no tiene buen aspecto, las ojeras bajo sus ojos...

Fue oler la penetrante bebida que inundó con su vapor su nariz, y no pudo evitar sentir náuseas.

-Déjalo en la mesita, no tengo fuerzas para beberlo inmediatamente.

-Si le sirve de consuelo, he visto al señor Dreyar dormido delante de la chimenea, y créame que su cuello le traerá problemas el resto del día por la posición en la que se hallaba. ¿Ha discutido con él?

No era una sorpresa que Virgo fuera tan directa ni se sintiera con la confianza de platicar sus asuntos, pero un dolor de cabeza comenzaba a nacer en sus sienes y no sé sentía con las fuerzas para tratarlo. Saber que Salamander había preferido dormir delante del fuego luego de su discusión no la hizo sentir mejor, pero se tenía bien merecido el dolor de cuello y espalda que seguramente lo acompañaría el resto del día.

-Hemos tenido un pequeño desacuerdo -se limitó a responder, estirándose para aliviar un poco de la tensión en los músculos de su espalda. Virgo no dijo nada de inmediato, pero la escuchó moverse por la habitación, y a juzgar por los sonidos, parecía estar recogiendo algunas cosas a su alrededor.

-¿La discusión tiene que ver con la presencia del señor Eucliffe? Noté las miradas que le ha estado lanzando cada vez que lo atrapa con la vista fija en usted.

-No digas tonterías -Virgo evitó decir que si tan sólo supiera, puesto que para todos era más que obvio la tensión entre ellos cuando de Lucy se trataba.

-Yo sólo digo que, dado el clima tan agresivo que se aproxima, deberían aprender a convivir en su presencia o limitarse a ser la comidilla del castillo -terminó de atizar el fuego y se levantó, sacudiendo las faldas de su vestido para quitar los restos de ceniza-. Actúan como si...

-Buenos días, Virgo, estás muy habladora el día de hoy -fue el seco saludo de Salamander, quien se hallaba apoyado en el umbral de la puerta. Tanto Virgo como Lucy dieron un respingo, y fue la primera quién más rápido se recompuso para regresarle una mirada imperturbable de inocencia que él no creyó ni por un momento. Con un gesto la despidió, a lo que Virgo prometió a su señora avisarle cuando él desayuno estuviese listo y huyó mientras tenía la oportunidad. No sin antes esconder una sonrisa al ver cómo el hombre se frotaba el cuello.

-Me ha asustado -le reprochó Lucy, sentada en el pequeño sofá que se hallaba cerca de la chimenea.

-Seguro que la he asustado, liberando veneno con esa doncella burlona que tiene pinta de no romper ni un plato.

-No soy ningún animal venenoso, eso se lo dejo a... -el tomó asiento a su lado en el sofá, y de pronto ella sintió que el mueble había encogido-. Salamander...

-He estado pensando, y quiero disculparme contigo Lucy por lo que te dije anoche. Estuve fuera de lugar, y lamento mucho haberte hecho sentir así -ella enmudeció, pues aquello era lo último que hubiera esperado que le dijera-. No hace falta que me des una respuesta inmediata, pero no quiero estar mal contigo. Fui un bruto contigo, y sé que comportamientos pasados no te permiten confiar plenamente en mí, y lo entiendo. Agradezco que ahora me dejes acercarme a ti, y voy a hacer lo necesario para estar bien contigo. No quiero pelear.

Ella no quería ceder. Por el simple orgullo de haber pasado una mala noche debido a sus acusaciones. Pero si era sincera consigo misma y tras escuchar a Virgo, necesitaba aquel respiro. Y que él viniera por propia voluntad sin animos de discutir, la tranquilizaba.

-Tiene un genio terrible -admitió ella con una débil sonrisa, dándole tregua. Él sonrió, lo escuchó en su respiración y sintió cómo se relajaba a su lado-. Pero agradezco su disculpa. Yo también reaccione...

-No te sientas culpable por tus sentimientos -la interrumpió, atrayendola a su costado y pasando un brazo por sobre sus hombros. Tomando sus manos entre las suyas y depositando un beso en sus nudillos-. Quiero demostrarte lo mucho que me importas. No te sientas obligada a corresponderme, te prometo que no habrá represalias.

Lucy había escuchado de los impulsos, o también conocidos deseos. El querer tener algo, y en consecuencia provocar algo para tenerlo. Una señorita no debía dejarse llevar por un impulsos, toda su vida le habían enseñado eso. Y como mujer casada, era esencial siempre tener todo bajo orden. Pero sintió un impulso, un deseo que fue creciendo. El anhelo de algo tan nimio, qué daño podría hacer tenerlo. No lo pensó mucho, y se dejó llevar al sentir su presencia cerca y percibir su aroma tan característico. Apoyó una mano en su pecho, sintiendo el furioso latir de su corazón que imitaba al suyo. ¿Él sentiría lo mismo que ella? ¿La estaba viendo fijamente? Apoyó la cabeza en su hombro, cerrando los ojos con anhelo, esperando algo que no llegó y le hizo entender sus palabras.

Él no iba a dar el primer paso, iba a cumplir su palabra. Apretó el cuello de su camisa, tirando de él hacia sí. Está vez fue ella quien buscó sus labios, algo que él no rechazó. La tomó de la nuca y se alzó sobre ella, besando su boca con deseo abrasador. Lucy se sorprendió de su creciente anhelo, pero el suyo propio estaba en pleno apogeo y no lo rechazó. Le parecía increíble lo rápido que reaccionaba a sus caricias, y se preguntaba si alguna vez el deseo cedería, o si se volvería tolerable. ¿El picor de sus manos por tocar su piel, cedería en algún momento? O la dulce neblina que la envolvía, ¿desaparecería junto con su masculino aroma? Él tiró de ella, inclinando su cuerpo hacia atrás sobre él sofá increíblemente pequeño. Sus húmedos besos descendieron por su cuello, tocando su acelerado pulso. Sus manos exploraban las formas por sobre el camisón, pero ella quería sentir su piel, por lo que le instó a alzarlo sobre sus muslos, pero él no pareció entenderla. O no quiso entenderla.

-Tócame -le pidió, sabedora del juego que él quería jugar. Había llegado a conocerle, y de pronto sus disculpas parecieron a su vez una sentencia de que nada iba a avanzar entre ellos a menos que ella así lo quisiera-. Salamander, quiero que me toques.

-¿Estás segura, Luce? -le cuestionó, rozando con cada palabra la delicada piel de su cuello y subiendo por su mentón, tomando su rostro con su mano para ver sus facciones, admirando el rubor que cubría las mejillas. Aún con los ojos cerrados, ella era tan expresiva que dolía ver cuan grande era su impacto, cada toque, cada actuar, en su mujer. Lucy podía amarlo, ahora estaba seguro. La había empujado al límite, pero sabía que aunque no lo dijera a viva voz, ella sentía algo por él o no se entregaría de esa forma. Aquella verdad fue el bálsamo que su corazón necesitaba ante la aterradora idea de que Lucy jamás debía enterarse de quién era él realmente.

Lucy había encontrado su ardiente piel bajo su camisa, y exploraba la dura pero suave forma de los músculos que se alzaban entre la piel, sintiendo grabado en sus dedos las pequeñas irregularidades de cicatrices pasadas. El corazón le palpitó desembocado, y su respiración se volvió dificultosa cuando él se dedicó a besar el torso que iba desnudando, haciendo a un lado el camisón luego de aflojar el listo del pecho. Echó la cabeza hacia atrás, disfrutando del calor húmedo de su boca que torturaba su pecho. Entonces él la atrajo hacia sí, sentándose derecho con ella a horcajadas suyo. No tuvo tiempo de procesar su estado actual cuándo él volvió a reclamar su boca, dejando el camisón enrollado en su cintura, aún sujeto por una manga que su brazo todavía no liberaba. Sabía que aquella era una posición indecorosa a juzgar por su estado, con sus rodillas a cada lado de sus caderas y el camisón apenas cubriendo lo necesario, eso hasta que él adentró su mano por debajo, buscando la zona que tanto necesitaba su atención. Toda ella se estremeció al ser tocada de aquella manera, y tuvo que morderse el labio para no gemir, moviendo las caderas a su encuentro por casi voluntad propia.

Se dejó llevar por él a la inconsciencia del deseo, a ese oscuro rincón del abismo donde nada más importaba más que aquella necesidad creciente por el hombre bajo ella, el mismo que no paraba de besarla y tocar cuánta piel tuviese a su alcance, alzando el camisón por sobre sus caderas para tener un mejor acceso a ella. Cálida, húmeda y anhelante ella le aguardaba. Cuándo notó lo preparada que estaba para su intromisión, desesperado buscó deshacerse de sus pantalones sin derribarla en el proceso, logrando por poco su cometido cuando ella entendió sus intenciones y le dió espacio suficiente sin bajar de su posición.

Lucy hubiera reído de su notable desespero por apartar la ropa de no ser porque ella se encontraba igual. Entonces tuvo un fugaz recuerdo, un pequeño murmullo que chilló dentro de su cabeza y al cual no le quiso prestar atención. Salamander la tomó por las caderas, respirando entrecortado cuando buscó la mejor posición para penetrarla. Otro destello, y se recordó en un sofá con él, forzandola a permanecer bajo su cuerpo mientras le sujetaba las manos con un trozo de seda que había arrancado de su vestido. Se tensó, y él notó la resistencia por lo que se detuvo de inmediato y la tomó por la nuca. Su pesado y caliente aliento exhaló sobre su boca temblorosa por el repentino recuerdo.

-¿Quieres que me detenga? -Negó, no se resistía por eso, no a propósito. Quiso explicarle, más no encontró las palabras. Tenía que recordarse que no eran las mismas circunstancias, no estaba siquiera en la misma posición. Él besó sus hombros desnudos, y lo intentó una vez más. Lento e implacable, se unió a ella en el acto más primitivo, arrancando un ronco sonido de sus labios ante la necesitada sensación de sus cuerpos unidos de la forma más íntima.

Una vez su cuerpo le aceptó por completo, él no paró. Lucy imitó su ritmo, desterrando aquellos recuerdos lejanos, perdida la consciencia en el hombre delante suyo. Era impetuoso, apasionado, era demandante y era... Lucy intentó cerrar los muslos por puro instinto, pero enterró los dedos en su cabellera, intentando no tirar de los largos y rebeldes mechones. Quería llamarle, pero tenía miedo de que su voz delatara la debilidad a la que se hallaba expuesta en su estado, no quería que nadie la oyera. Su cuerpo se tensó, tirando de su límite cuando él decidía ponerla a prueba y bajaba el ritmo de sus acometidas y la forzaba a imitarle, tomando sus caderas entre sus manos. Necesitada, le suplicó en la voz más débil que logró articular, pidiendo su presencia en ella, necesitando más de su contacto en la piel que quemaba por ser tocada. Está vez su boca capturó a la suya, mientras la penetraba con ímpetu. Aquello fue lo que necesitaba para explotar, amortiguando su goce por la boca masculina que devoraba a la suya, mientras él se quedaba quieto, sin respirar apenas, sintiendo sus contracciones alrededor de él, disfrutando de la dulce prisión de su cuerpo. Apenas cedió, volvió a penetrarla, retirándose con rapidez para volver a ella con la misma ferocidad. Lucy le clavó las uñas en los brazos, ebria y sensible por las sensaciones tan intensas que atormentaban su cuerpo de pies a cabeza. Le aferró por el cuello, encontrando cada movimiento suyo con sus propias caderas. Escuchó la pesada respiración del hombre contra su oído cuando la abrazó contra sí, y ella misma aferró su espalda, incapaz de soportarlo más. Iba encadenando otro clímax cuando alguien llamó a la puerta con aporreos.

-¡Salamander, te necesito abajo, AHORA!

-¡Hijo de puta! -Lucy que ya se había sobresaltado ante el primer golpe, no le sorprendió la maldición de su marido mientras se apartaba de ella, dejándola semi desnuda en el sofá a su lado, y buscando vestirse a toda prisa-. Espero que sea de vida o muerte porque sino, lo mato.

Lucy se cubrió lo mejor que pudo, intentando acomodar el camisón sobre su cuerpo. La manos y las piernas le temblaban, y no estaba segura de cuál de las dos razones era la causa, o quizás ambas. Se quedó sentada, temblorosa y con el corazón desembocado, escuchando a su esposo alrededor hasta que algo se estrelló contra el suelo, algo parecido a la porcelana. Él maldijo, abriendo la puerta de un tirón.

-No te muevas, Lucy, he tirado la maldita taza en mis prisas. Ya vuelvo -Quería saber qué ocurría, pero su escasa vestimenta y la actividad recientemente interrumpida le impedían avanzar, o hablar siquiera. Tampoco sabía exactamente hasta que punto se había esparcido los trozos de la taza y no quería cortarse los pies.

Salamander bajó a toda velocidad, acomodando la peluca negra de último momento sin saber qué esperar o quién más estaría presente. Más le valía a Gajeel tener una buena maldita razón para haberle interrumpido. Tanta era su prisa, y su frustración, que bajó los últimos peldaños de un salto. Llegó al salón principaly su mirada se endureció al entender toda la maldita razón por la que el Redfox fue a por él a esa velocidad. Gajeel tenía ambas manos levantadas, y miraba con odio al hombre de cabellera azul profundo y cicatriz en el rostro que tenía ante sí a Juvia, con la hoja de un cuchillo posada delicadamente sobre su cuello.

-Los centinelas le han dejado pasar porque tenía a Juvia amenazada -explicó Gajeel sin necesidad de que le preguntara cómo Jellal Fernández había entrado al castillo, pasado a los vigías y todo para estar de pie en el salón, con la mirada tan calma-. No sé por qué en el infierno estaba ella fuera, pero aquí estamos. Ya estamos Salamander y yo aquí, Jellal. Ahora quítale el cuchillo del cuello a mi hermana.

-No veo a esa zorra de pelo rojo -Jellal echó una rápida ojeada alrededor, y la hoja del cuchillo lanzó un destello cuando se apretó con más fuerza contra el cuello de Juvia, ella apenas y respiró, tratando de mantener la calma a pesar de la mirada de angustia en sus ojos. Sus muñecas permanecían atadas al frente, descansando a la altura de su cadera-. Tampoco veo a...

Se produjo un leve forcejeo cuando Jellal tiró de Juvia al frente suyo y una gota roja escapó de entre su piel y la hoja. Gajeel lanzó un gritó furioso y del desespero avanzó un par de pasos, pero el Fernández se recompuso para seguir amenazando a la mujer y fijando su vista en el recién llegado, Zeref Dragneel.

-No quiero que ningún hijo de puta se mueva, o voy a silenciarla como a un cerdo. Se los advierto por última vez.

-¿Qué es lo que quieres? Erza no se encuentra aquí. -Natsu echó un rápido vistazo alrededor, deseando que aquello fuera verdad. No recordaba dónde había visto a Erza por última vez. No podía centrarse en ella cuando en su cabeza inundaban imágenes de su esposa, sola en su habitación-. Jellal, quita el cuchillo de la garganta de Juvia, ya entendimos la amenaza. Pero por tu bien, que no brote más sangre o...

Unos gritos en la escalera atrajo la atención de todos por un instante.

-¡Suéltame, Sting, te he dicho que me sueltes! -Salamander sintió un escalofrío de terror recorrer su columna al escuchar la urgencia en la voz de Lucy, y se giró para ver a Sting arrastrándola escaleras abajo junto a Mavis que terminaba de abrocharle un abrigo por sobre el camisón, pero para todos fue obvio la escasez de su vestuario-. Está fuera de lugar, no puede entrar a mi habitación así como así y... ¿A dónde me ha traído? Sting, me está asustando. Max...

-Aquí estamos, Lucy -intentó tranquilizarla Salamander, aunque lo último que sentía era paz. Iba a vengarse de Jellal, ahora sí lo iba a descuartizar, y lo disfrutaría. Una vez lo tuviera entre sus manos, junto a ese estirado de Eucliffe. Y a Mavis, la encerraría bajo llave hasta que supiera qué hacer con esa desquiciada mujer-. Querida, no te asustes.

-Oh, veo que interrumpimos algo -se burló Jellal, arqueando una ceja al ver el estado de Lucy y comprobar una vez más a Salamander. El rubor producto de la vergüenza apareció en el rostro de su esposa. Su mirada burlona se dirigió entonces a Sting-. Te lo dije, tu princesita pura ya no lo es más. Se la estaba beneficiando hace unos minutos. Aunque claro, tengamos en cuenta la posibilidad de que la estrenaron el día que perdió la vista.

Salamander lo hubiera matado en el acto de no ser por el bienestar de Juvia, y porque Gajeel le sujetó del brazo cuando dió un paso amenazador. La expresión angustiada de Lucy no ayudó, puesto que pareció encogerse cuando escuchó el comentario de Jellal, y tiró de los bordes de la bata para cubrir su arrugado camisón.

-Cállate Jellal, esto no te incumbe -Sting, aún con Lucy sujeta por el brazo, caminó hasta colocarse a su lado y sacó de su abrigo una pistola que cargó. La mujer de rubia cabellera se tensó al escuchar el conocido clic, y toda ella comenzó a temblar. Sting le ofreció el arma a Jellal-. Toma esto, voy por lo demás.

-No hagas esto, Sting. Te juro que si te atreves a sacar a Lucy de aquí, no descansaré hasta matarte con mis propias manos -advirtió Salamander al entender sus intenciones-. Te juro que no habrá lugar en la tierra que te pueda ocultar de mí. Y tú, Mavis...

-¿Mavis...? -Salamander miró a Zeref, que acompañado de una pálida Madame Michelle, centró su oscura mirada en la joven que vestía como muchachito. Entonces la ira brilló en sus ojos escarlatas y se zafó del agarre de la mujer mayor-. Oh, perra mentirosa...

-No me hagas abrirte un agujero, Dragneel -advirtió Jellal, apuntandole ahora a Zeref mientras Michelle corría a resguardar a su hija de su vista que, aunque mantenía una mirada fría, se notaba más pálida que hacía unos segundos. Con una sonrisa burlona, agregó-: Sé más educado, es una dama...

-¡Y un carajo! -Zeref intentó avanzar a dónde madre e hija le observaban con temor, pero Jellal disparó una bala a escasos centímetros de su cara y luego apuntó el arma a la sien de Juvia-. Salamander, haz algo por controlarle o la mato. No voy a repetirlo. Sting, muévete porque no quiero ver quién más se les une.

El susodicho tomó a Lucy del brazo y comenzó a tirar de ella hacia afuera. Michelle y Mavis le siguieron al instante, intentando tranquilizar a Lucy que no paraba de temblar y repetir a Sting que se detuviera. Salamander entendió que de alguna forma se habían refugiado en el Eucliffe, y a su vez, este decidió contar con la ayuda de Jellal que parecía más aburrido que cualquier cosa.

-Jellal, no haga esto -suplicó Juvia, inmóvil al sentir el frio metal del arma rozar su piel-. Usted me ayudó una vez...

-Creo que mi vocación es ayudar a damiselas en apuros, pero creo que usted ahora no estaba en apuros, claro está, ahora sí por mi propia mano. Le juro que mi intención no es dañarla en ningún momento, pero es mi único seguro de que estos perros se detendrán lo suficiente para que ellos puedan escapar.

Los minutos se sucedieron largos, casi eternos, viéndose unos a los otros sin escuchar nada más, ni siquiera sus propias respiraciones. Entonces la mujer de azulada cabellera tragó con dificultad y habló con voz ronca.

-¿Por qué hace esto? ¿No sé da cuenta del peligro que corre Lucy? -Juvia sintió un desespero, una angustia desoladora al ver a Lucy salir tras esa puerta. Algo iba a pasarle, estaba segura de eso. Por fin, el día que tanto había temido, llegó-. Es peligroso ahí afuera, está nevando...

Afuera escucharon un alboroto y el sonido de las espadas desenvainarse. Fue entonces que el grito de una mujer hizo que Jellal quitara el arma de Juvia y la arrojase con fuerza contra los tres hombres que reaccionaron por instinto a atraparla. Rápido se dió la vuelta, arrojando un disparo al techo a su lado, dónde una linterna de aceite que ardía se desparramó en la entrada y bloqueó su huida.

Gajeel abrazó a Juvia con desespero e inmediatamente comenzó a inspeccionarla, notando el terrible cardenal que cruzaba gran parte de su perfil izquierdo. Por otra parte, Salamander y Zeref arrancaron una cortina y la echaron sobre el fuego que comenzaba a expandirse. Fuera se escuchaban gritos e insultos, lo cual causaba un desespero en Salamander que quería correr tras Lucy pero impedido por el fuego que amenazaba con extenderse.

-¡Debes ir tras ella, está en peligro! -Juvia se arrancó las manos de Gajeel de sus hombros y se puso de pie a trompicones, corriendo a la cocina por la mayor cantidad de agua, siendo seguida al instante por Bisca, quién no logró salir hasta que Jellal se hubo marchado-. ¡Por favor, dale alcance!

-¡Primero debemos apagar esto, ¿y qué sucede afuera?!

-¡Zancrow juntó a unos cuantos rebeldes, el perro cree que puede venir a intentar apropiarse del castillo! -explicó Bisca luego de vaciar una jarra entera y corriendo a por más. En ese instante, Natsu se regresó al despacho de su abuelo y sin dudarlo sacó de su escritorio una pistola que cargó al momento. Juvia le pisaba los talones y Gajeel a ella.

-¡Salamander, debes apresurarte! -su desespero era notorio. Salamander asintió, y salió por la puerta principal que ya casi quedaba al descubierto al extinguirse las llamas. Fuera, algunos criados habían optado por hacerse a las orillas y arrojarse al suelo cuando los hombres de Zancrow decidieron amenazar con sus espadas a los soldados-. ¡Salamander, Lucy está en peli-!

Salamander divisó a Zancrow sobre un caballo, cargando una espada con una sonrisa irónica al cruzarse sus miradas. No eran más de una docena de hombres, pero parecían haberlos tomado desprevenidos. No sabía si era coincidencia o tenía algún acuerdo con Jellal. Pero no se detuvo a pensarlo, con la mirada ensombrecida y sin parpadear, le apuntó directo y disparó. El caballo relinchó y se paró sobre sus patas traseras al oír el disparo, dejando caer el peso muerto de su jinete que no alcanzó siquiera a emitir sonido alguno. Eso bastó para que la lucha se terminara al instante y todos vieran enmudecidos el cuerpo de Zancrow.

Juvia observó horrorizada el cuerpo del hombre, e intentó apartar la vista de él para ver cómo Salamander gritaba:

-¡El próximo que quiera jugar con mi paciencia, no seré tan benevolente de darle una muerte rápida! ¡Larguense! -Juvia y Zeref vieron como todos los hombres vestidos con un característico plaid, ejercían entonces uso de la razón y comenzaban a retirarse a trompicones. Salamander chifló a un semental, que alterado por el intercambio se acercó expectante a ser montado.

Makarov salió por fin del castillo, con pinta de no creer el panorama y signos de sueño aún surcando sus ojos. Entonces sus ojos vieron el cuerpo inerte de Zancrow y su mirada acusatoria se dirigió a Salamander que se alejaba a todo galope con Gajeel y Zeref siguiendo sus pasos, tomando a los nerviosos corceles e instándolos a adentrarse en la nieve. Juvia escuchó a su hermano gritarle a Makarov que se hiciera cargo de ella, pero para entonces ya se hallaba en el establo sacando a su yegua y montando con habilidad para salir detrás de los hombres.

Cuando pasó junto al cuerpo del hombre no pudo evitar sentir un poco de compasión debido a que sabía que sólo era un revoltoso que había reclutado muchachos jóvenes e impertinentes que había seguido su juego de búsqueda de poder, pero qué tras ver lo facil que era vencerle, habían huido aterrorizados de tener el mismo final. Su yegua resoplaba con esfuerzo, y ella misma sentía sus pulmones ardiendo del esfuerzo que le costaba inhalara aire. Sentía un frío atroz que no se debía del todo al gélido clima. Ella sabía que tenía miedo, mucho miedo por Lucy. No sabía que había ocurrido, pues cuando despertó ya estaba junto a Jellal amenazando su cuello con el cuchillo. Pero por lo que había logrado entender, de alguna forma Mavis, ante la desesperación, recurrió a la ayuda de Sting. Sabía que él interés de él realmente estaba en Lucy, y le preocupaba lo que podría suceder porque sentía el peligro cernirse sobre Lucy desde que la vio bajar por las escaleras.

A los lejos escuchó gritos, y empezó a buscar a su alrededor cuando se adentró en el bosque durmiente, intentando identificar de qué dirección provenía. Si piel se erizó cuando supo que se dirigían al lago. El lago debía estar congelado, ¿verdad? ¿Por qué usarían esa ruta? Su primer pensamiento fue despistarlos, ya que ella por fin encontró las huellas de sus caballos y supuso que quizás, pensando que cruzando el lago y siguiendo la dirección del río podrían perderlos.

Entonces escuchó un disparo y luego el grito de terror de una mujer. Y esa mujer no era otra que Lucy.

°•°•°•°•°•°🥀°•°•°•°•°•°

Continuará...

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