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Capítulo 60.

N/A: Les prometo que no lo tengo abandonado, es sólo que los tiempos se me han complicado, pero aquí está el siguiente capítulo y el otro en proceso. La vida adulta exige mucho, pero seguimos operando con lenta normalidad ❤️ Nos leemos~

°•°•°•°🥀°•°•°•°

Un par de días habían transcurrido desde el incidente con Mavis. Wendy no estaba segura de qué había ocurrido, pero sabía que desde entonces Max apenas y salía de su habitación y no quería hablar con nadie. Además de que Madame Michelle parecía estar en un estado constante de preocupación. Por otra parte, ella misma se sentía un poco apartada por el hecho de que, esa última semana, Lucy y Salamander parecían muy cercanos y no había tenido muchas oportunidades de platicar con la joven de cabellera rubia. Un tanto desanimada por aquello último, usó la rama que había encontrado para escarbar un poco en la nieve a sus pies, intentando hacer una figura mientras esperaba. ¿A qué? No lo sabía, quizás a qué algo interesante ocurriera. Ya había terminado sus lecciones aquel día, y hacía demasiado frío para sacar a los gatos que parecían estar muy cómodos delante del fuego en el gran salón.

Miró hacia la banca que durante la primavera se hallaba llena de rosales, notando algunas ramitas cuya nieve había caído y expuesto. Y en la banca, a Lucy conversando con Salamander, quién se hallaba sentado a su lado y parecía entretenido con... ¿Qué traía en las manos? Wendy miró alrededor, notando bastante vacío el jardín para lo acostumbrado. Por lo que decidió acercarse. Se detuvo luego de unos cuantos pasos, recordando la advertencia de Cana cuando había expresado sus deseos de dar un paseo con Lucy en los alrededores.

«-Son adorables, están en su etapa de luna de miel-». Cuando Wendy preguntó que significaba eso, Erza le había dado un pellizco a Cana por su respuesta. Juvia se había acercado a explicarle que en ocasiones, a las parejas recién casadas les gustaba pasar mucho tiempo en compañía del otro o incluso viajar. Pero Wendy había expresado que hacia varios meses ellos estaban casados, ¿por qué ahora? Si bien le alegraba ver a Salamander, incluso a la propia Lucy, de mejor humor, se sentía algo desplazada.

—Aquí tiene —Salamander, con la peluca negra cubriendo una abundante cabellera rosa, le tendió lo que parecía ser un collar que contenía el dije que se le había estado a punto de caer a Lucy—. Será temporal en lo que termino la nueva cadena.

—Se lo agradezco, ¿me ayuda? —Ella se giró lo suficiente para darle acceso a la parte trasera de su cuello, dónde abrochó el pequeño collar—. Salamander, ¿ha visto a Max el día de hoy?

—Temo que no, ¿quiere que vaya en su busca? No sé que haya pasado entre ustedes, pero por lo que veo es serio. —Natsu no era tonto y había notado la tensión en ellas, así como la mirada ansiosa en los ojos de Michelle durante las comidas.

—Sólo ha sido un disgusto —Lucy intentó restarle importancia, incapaz de decirle la verdadera naturaleza de su discusión.

—¿Segura? Quizás te pueda ayudar —sugirió. Lucy sonrió, intentando aligerar sus tensas facciones para no preocuparle.

—No es necesario, gracias. ¿Hoy no saldrá? —buscó cambiar el tema, ya que eso no le llevaría a ninguna parte.

—No, me quedaré puesto que el clima avecina una tormenta —comentó, mirando las gruesas nubes que se movían con pesadez sobre sus cabezas.

—¿Una tormenta? ¿Es peligroso?

—Sólo si nos tomase desprevenidos o en medio del camino. No te mortifiques, estaremos bien.

—Salamander, si antes no estaba aquí, ¿dónde residía? —su pregunta le tomó desprevenido, por lo que la observó largos segundos y fue su mismo silencio lo que le hizo hablar otra vez—. Es simple curiosidad, puesto que usted mismo ha dicho que no vivía aquí y he escuchado algunos comentarios...

—Pasaba gran parte de mi tiempo en el campamento de los cíngaros —explicó, pues en parte era verdad—, nos moviamos en carromatos alrededor de Escocia y de vez en cuando a las ferias para la venta de caballos que Makarov nos proporcionó he hicimos criar.

—¿Y no extraña viajar?

—En ocasiones, pero en invierno prefiero mi cama del castillo, he de admitir es una época dura —sonrió, restándole a la situación del frío que recordaba haber pasado durante su niñez—. ¿Te gustaría ir alguna vez conmigo? He dejado mi carromato con unos amigos que lo cuidan mientras no estoy. Podemos pasar unos días allí, puede que te agrade el cambio de aires.

—Sería interesante —Lucy lo decía de corazón, recordando a su vez las palabras de Zancrow que menospreciaban a Salamander por el hecho de convivir con cíngaros. A ella no le molestaría llevar una vida menos exigente, más tranquila... Tal y como estaba en su estadía en las tierras altas.

—Bien, quizás en primavera podamos escaparnos unos días... Por otra parte, Luce, ¿te gusta estar aquí?

—... Sí —respondió después de una larga pausa. Sus labios se curvaron en una sonrisa a medias, y él pudo ver su expresión melancólica apoderarse de su mirada a pesar de que está se encontrase perdida en algún punto—. He de confesar que al principio me resultó difícil, muy difícil, el poder adaptarme. Pero ahora me siento en paz. Me he encariñado con Wendy, Juvia, con Makarov, que ha sido tan amable conmigo desde el primer momento. Incluso la pequeña Azuka es muy dulce. Y siendo sincera no sé que sería de mí sin las tartas de moras que prepara Bisca.

Natsu sonrió, sintiendo menos culpa ante el hecho de haber forzado su llegada a su hogar. Ahora estaba pensando en llevarla a Londres, tal y como ella se lo había pedido, pero eso sería hasta que el asunto con Jude terminara y sólo si Lucy seguía queriendo.

—Lucy...

—¡Señor Salamander, un viajero se aproxima! Ha solicitado asilo —Un guardia del muro se apresuró a llegar hasta ellos. Natsu se puso de pie al instante y frunció el ceño, puesto que no esperaban visitas a esas alturas de la estación, y sabía que de ser alguien conocido el guardia ya se lo habría informado—. ¿Le dejamos entrar?

—¿No se ha presentado?

—No, dijo que quería verle a usted en persona —eso fue más extraño. Miró a Lucy, que a pesar de su aspecto sereno parecía escuchar atenta cada palabra. Le indicó al guardia a qué le siguiera y bajó la voz—. Ha dicho que le daría la bienvenida, que le agradaría verlo.

—¿Viste su cara? ¿Qué edad parece tener? —Salamander se puso en máxima alerta y con un ademán indicó a los guardias que estuviesen atentos—. ¿Estás seguro de que es un solo hombre? ¿Han verificado los alrededores?

—Es joven, y su acento no es escocés. Es el único, no hay nadie más.

Natsu buscó con la mirada alrededor, notando a Wendy atenta por el intercambio. Le indicó ir donde Lucy, y la joven de coletas se apresuró a hacerle compañía a su esposa mientras él se aproximaba a las puertas a ver al extraño. Grande fue su sorpresa y no supo qué pensar cuando vio motando sobre un caballo a Sting Eucliffe. Sin dejar de verle, le indicó al guardia a su lado:

—Déjale pasar.

Sting le vio al instante, y su mirada azul se encontró con la suya, en una silenciosa advertencia. Salamander le miró con desconfianza, recordando las palabras de Lucy sobre el atentado que había sido planeado por ese mismo hombre que ahora se detenía delante de él y desmontaba con la práctica que le otorgaba la experiencia. Cuando extendió su mano a él, no se apresuró a tomarla. Su amistosa sonrisa comenzaba a incordiarle mientras seguía haciendo un repaso mental del historial de ese inglés que había pretendido a Lucy, y que incluso estuvo por casarse con ella de no ser por su intervención.

_Buenos días, Salamander. No sé si me conozca, soy Sting Eucliffe de Sabertooth.

—Sí, le conozco de nombre.

—Verá, sé que esto es inesperado pero he venido por un asunto personal a las tierras altas, y antes de emprender mi camino me he encontrado con la petición de Igneel Dragneel para hacerle llegar una carta a su hijo Zeref. Tengo entendido que se encuentra aquí. ¿No es cierto?

—Sí, aquí se encuentra —Salamander no mostró ánimos de alargar la charla, cosa que el recién llegado comprendió y con una mueca de suficiencia sacó del interior de su abrigo un pequeño sobre.

—¿Podría hacerle entrega de ella, en persona tal vez? Es importante, tengo un mensaje de voz que sólo es para él.

Salamander mandó a llamarlo, sin apartar sus ojos del hombre de rubia cabellera. Sting se tomó su actitud como una especie de cumplido, algo que no hacía más que irritarlo. Y mientras aguardaban, la mirada del inglés empezó a vagar por los alrededores, admitiendo en silencio la belleza del castillo, hasta que se topó con algo y la diversión desapareció de su rostro. Antes de que Natsu tuviera que adivinar, era obvio que veía en dirección a donde Wendy caminaba junto a Lucy. Y fue como si él se hubiera esfumado delante suyo, porque los pasos del inglés se dieron uno tras otro antes de poder sujetarle y tuvo tiempo incluso de gritar:

—¡Lucy!

—¡Ey! —Natsu le detuvo el paso, mirándole con una expresión de recelo tal que Sting por fin comprendió lo que había hecho y tuvo la decencia de detenerse y volver su atención a él.

—Lo lamento, me he alegrado de ver a la señorita Lucy, ¿puedo saludar?

—No pue...

—¡Sting! ¿Qué le trae por aquí? —Zeref se acercó a pasos agigantados, nada impedido por la nieve que le cubría hasta los tobillos. Mientras tanto, Sting sólo observó de reojo como Lucy se alejaba de la mano de aquella niña de coletas. Forzando una sonrisa afable en su cara, se acercó al heredero Dragneel con un amistoso apretón.

—Verá, tengo unas interesantes propuestas de inversión en estas tierras, pero antes he decidido saludarle y entregarle una carta que su padre me dió —con ello sacó el sobre, miró de reojo al esposo de Lucy, y en un tono más bajo que invitaba a la confidencialidad, le murmuró—. También quería hablar unos asuntos con usted, pero es algo un tanto... privado. No sé si exista la posibilidad...

—Salamander, ¿tiene algún problema en prolongar la visita de el conde Eucliffe? Le aseguro que es inofensivo.

—Si es de suma importancia para tratar esos asuntos, en absoluto —Natsu no se fiaba. Sabía lo que quería hacer desde la mirada que le había arrojado a Lucy. Por lo que, si ese principito rubio creía que tendría algún acercamiento a ella en su estadía, le dejaría más que claro que eso no ocurriría—. Bienvenido, señor Eucliffe. Espero que se sienta como en casa.

Natsu sabía que si las miradas causaran alguna especie de daño, ambos habrían salido atados con los pies por delante por un caballo a pleno galope. Y si era sobre un camino de cristales, mejor. Zeref, que no advertía aquel intercambio debido a su ávida lectura de la carta que ya tenía abierta, sonrió con cariño y dijo en voz alta.

—Papá a veces se olvida de que ya soy un hombre adulto y se dirige a mí como a un niño —guardó la carta, listo para releerla más tarde para no ser descortés con la visita—. ¿Tiene hambre, Sting?

—Quizás, el camino ha sido un poco traicionero —confesó, caminando a la par del hombre de negros cabellos y ojos rojos.

—Ha sido peligroso aventurarse en esta época del año —Salamander iba tras ellos, sopesando la mejor manera de comportarse para no verse como un maleducado frente a Zeref, pues sabía que a esas alturas no le tenía en tan buen concepto. Pero al mismo tiempo buscaba dejarle en claro que no se atreviera a hacer movimiento alguno. Tendría que ser un excelente anfitrión si quería mantenerlo ocupado, y con esa idea en mente sonrió con malicia a una mirada de reojo del rubio—. Pero es un gusto que haya llegado sano y salvo.

°•°•°•°

Virgo sostuvo la toalla en alto mientras Lucy se ponía en pie de la bañera donde había finalizado su baño, y le ayudaba a envolverse en la gruesa tela. La joven de rubia cabellera estaba sonrojada a causa del calor del baño, y también por la propia insistencia de su doncella a permanecer en esos momentos dado que la última vez había tenido un incidente y se había caído.

—¿Sting Eucliffe está aquí? —repitió sorprendida tras escuchar a Virgo. Se dejó guiar a una esquina de la habitación donde, con otra toalla seca, la mujer le comenzó a secar los húmedos mechones.

—Eso he oído.

Lucy no supo cómo tomar la noticia. ¿Qué hacía Sting ahí? De pronto recordó su altercado con Salamander, y sintió que el calor abandonaba su rostro en el instante en que la puerta se abrió sin que alguien llamará y ella se pegara a la toalla que apenas y la cubría.

—Virgo, ¿puedes dejarnos a solas? —aunque era una petición educada, Lucy quería gritar que no hasta que lograse poner en orden su mente. ¿Ese era el visitante que había llegado horas atrás? No le tomó importancia porque... porque sencillamente el que Sting estuviera ahí parecía el último escenario posible—. ¿Te ayudo?

—Y-yo puedo... Me estaba secando —Lucy se recompuso, sintiendo el ardor en sus mejillas al saberse desnuda frente a él. Aún a pesar de su reciente intimidad y el hecho de que ella no sabía sí realmente estaban a oscuras en la habitación cuando yacían juntos, sentía vergüenza de saberse expuesta ante sus ojos—. En un momento...

Pero le temblaban las manos. Lucy lo notó cuando la toalla se volvió muy pesada entre sus dedos y se le resbaló. Estaba por agacharse para buscarla cuando lo sintió delante de ella y como se inclinaba a sus pies. Lucy se cubrió los pechos, expuestos entre los húmedos mechones que se pegaban a su piel que se enfriaba. Salamander tomó la toalla entre sus manos y le indicó que adelantase un pie, el cuál comenzó a secar como si fuese la rutina.

—Tenemos un visitante... peculiar. Y me preguntaba si tú podrías saber quizá el motivo de su llegada, puesto que lo que me ha dicho, me parece una mentira por más que lo haya planeado.

—¿De quién se trata? —el corazón de Lucy golpeaba contra su pecho con fuerza. Temerosa de la evidente respuesta.

—Sting Eucliffe —musitó. Ella apenas y podía sentir la ligera presión de las manos masculinas entre sus muslos para secar las gotas de agua que se deslizaban por su piel. Aquel nombre evocó un recuerdo que ella cada vez trataba de olvidar más, mismo que volvía sin previo aviso, hasta ese momento—. ¿Por qué tiemblas?

—Hace frío y estoy húmeda. ¿Ha dicho el motivo de su visita?

—Sí, pero no me convence. Y considerando tu anterior relación con él y el hecho de que estuvieras a punto de casarte, me hace pensar que quizás tú eres el objetivo. ¿Sabes por qué?

Lucy negó de forma efusiva.

—Salamander, lo último que yo supe de él fue la cancelación del compromiso, y su... su altercado el día de nuestra boda. Desde entonces, como comprenderá, no he tenido el más mínimo contacto.

—¿Alguna idea quizás? ¿Cuán enamorado se tiene que estar de ti para intentar la cobardía que él hizo?

—Dudo que sus sentimientos hacia mí sean tan profundos, no le he tratado mucho, a diferencia de usted o...

Las manos de Salamander se detuvieron en sus caderas y la instaron a dar un paso delante, silenciandola por la sorpresa.

—¿Usted...? No, hermosa. No me hables de usted. No me gusta la formalidad contigo. Es una distancia que no consigo romper y tú insistes en mantener cuando te abordo.

—Lo que intento decir, Salamander, es que no creo que Sting esté aquí por mí. Mi relación con él apenas y era estrictamente cordial. No lo llamaría siquiera un amigo.

—Entonces no tienes apuro en tratarle, ¿o sí? —Lucy sintió la piel desnuda de sus manos contra su vientre, dibujando la suave curvatura y subiendo a sus costillas, dónde delineó la forma de sus pechos que se erizaron ante su toque.

—Salamander, no te pido que olvides ese incidente como si no hubiera pasado, pero... no tomes represalias, por favor —le pidió ella, cerrando los ojos al sentir sus suaves caricias en sus senos. Inhaló hondo, reteniendo el aire cuando su boca sustituyó su mano—. No sería bien visto.

—¿Intentas protegerme de la deshonra o a él de regresar en un féretro? —Natsu se incorporó, tomando a Lucy entre sus brazos y dirigiéndose a la cama con ella. Por él, Sting Eucliffe podía irse al diablo. Se quitó la peluca cuando acostó a Lucy, y procedió a besarla para instarla a compartir aquel dulce placer con él. Sabía lo que pasaba por la mente de Lucy tras escuchar ese nombre y con aquella conversación, lo mismo que pasaba por la de él. Quería borrar ese maldito día, arrancar aquel recuerdo de raíz y sustituirlo. Pero sabía que era imposible.

—No diga esas barbaridades —se escandalizó ella. Pero se contuvo de seguirle reprendiendo cuando su cálida boca se cerró sobre la suya en un beso apasionado. Lucy le rodeó con sus brazos, tocando su suave cabellera, y sintiendo el grosor de su cuello mientras su mano descendía. Era increíble lo rápido que respondía a él, a su toque, a su aroma, su sola presencia hacia mella en ella—. Oh, Salamander... Prométame que no hará una tontería.

—Mientras él se comporte, podrá volver tal y como llegó —prometió, ayudando a las manos delicadas de su esposa a retirar su camisa. Sonrió contra su barbilla y depositó un húmedo beso en su cuello al ver cuánto le deseaba. Igual que él a ella. Pero esa ocasión quería hacer algo diferente. Lucy se había mostrado muy dispuesta, más no sin vergüenza, a probar cuánta cosa le sugería para el placer de ambos.

—No ceda si le provoca —le rogó, callando un gemido cuando sus manos se volvieron más audaces al interior de sus muslos. Saberse ya húmeda para su unión le causó más excitación que pena, por lo que buscó su ancho torso, tocando los músculos de su abdomen para buscar su pantalón. Natsu sonrió al verla intentar soltarlo.

—Tú me estás provocando, querida. Y contigo no tengo fuerza de voluntad.

—Conmigo no te contengas.

—No tienes ni idea de lo que me estás pidiendo, amor mío. Espera, hay algo que quiero intentar.

—¿Ahora? No me tortures —Lucy sintió alivio al sentir que él se desabrochaba el pantalón, por lo que le rodeó con sus brazos e intentó tirar de él contra ella—. ¿Salamander? Por favor, no empieces con esos juegos.

A él le gustaba torturarla. Lucy lo había descubierto tras varios encuentros en que la tenía tan necesitada que no le había importado tirar de él o pedirle que le hiciera el amor. Era cruel, porque se aprovechaba de su basta experiencia sobre cómo amarla para hacerle desearlo y tener que esperar. Su cuerpo le necesitaba, y ella se dijo que un día se vengaría por la dulce tortura.

—Esto te gustará —le aseguró, y su presencia sobre ella desapareció. Lucy sintió que la sujetaba por las caderas y tiraba de ella en su dirección, a la orilla. Entonces adivinó sus movimientos por su suave contacto, y se incorporó veloz, con el rostro rojo y una nota escandalizada en su voz.

—¿Q-Qué quieres...?

—Ven, no te apartes. Te prometo que lo vas a disfrutar.

—Eso es... es muy pecaminoso. No es correcto.

—No le hacemos ningún daño a nadie —dijo con una nota de humor, intentando tirar de ella a la misma posición. Lucy se resistió sólo un poco menos.

—Salamander, no está bien.

—Claro que lo está. Ya te he dicho que todo lo que nos cause placer a ti y a mí, sin hacer daño, es aceptable.

—Me da mucha vergüenza. ¿Siquiera estamos a oscuras? —Natsu sonrió y se aproximó a ella para besarla y volver a tocar su cuerpo, intentando tranquilizarla para volver a acostarla. Lo logró, y tiró de ella hacia la orilla, dónde se arrodilló de nueva cuenta y con sus manos separó sus tersos muslos—. Salamander, esto es demasiado para mí.

—Sólo espera un momento —besó el interior de su muslo, y sintió su suave cuerpo temblar de expectativa y tensión ante lo inesperado. Sujetó sus piernas, sabedor de cuál sería su primer reacción instintiva y bajó su boca a la conexión de su feminidad. Su esposa reaccionó tal y como esperaba; sorprendida, avergonzada, excitada por el suave toque de su lengua. Antes de que ella pudiera terminar de procesarlo, volvió a tocarla. Y otra vez. Y otra vez.

Lucy arqueó su espalda, sin aire, tratando de contener los sonidos que buscaban salir de su boca ante el maravilloso toque entre sus muslos. Aquello se sentía diferente, pero muy bien. Otra caricia, y otra seguida antes de lograr recuperarse. Jadeando, apretó las sábanas bajo ella y clavó los talones en la orilla de la cama. Salamander no le dió tregua, y sus caricias se volvían más atrevidas, más profundas, más duraderas. Ella no iba a soportarlo. No podía. Echó la cabeza atrás cuando su movimiento se volvió constante, y ella sintió la necesidad de cerrar los muslos ante la intensidad. Pero él no iba a permitirlo, pues la tenía firmemente agarrada y sólo atinó a hundir los dedos en su cabellera, tirando con suavidad de los mechones.

—Salamander, por favor... —le suplicó. Pero no sabía si quería que parara o que no se detuviera. Cualquier cosa acabaría con ella, de eso estaba segura. Su esposo alzó sus caderas y continuó su exquisita labor como si ella fuera el más delicioso manjar. Lucy no pudo soportarlo, y gritó su nombre mientras apretaba su agarre en su cabellera y su cuerpo recibía las embestidas de las olas que arremetieron en forma de temblores.

No había logrado reponerse cuando él se incorporó y se posicionó en ella, entrando de un vigoroso empuje y quitandole el poco aire que retenía. Ebria de placer, Lucy buscó sus labios, que él concedió y con el cual acalló los sonidos de su disfrute. Natsu tomó cuánto pudo de ella, sintiendo un deseo posesivo ante la presencia de aquel extraño. La deseaba, de eso no había duda alguna, y si tenía que portarse como un bárbaro para dejarle en claro a Sting que no podría acercarse a Lucy, lo haría. La sintió temblar debajo suyo, y sus propias contracciones provocaron las suyas, haciéndole dar un largo suspiro mientras intentaba no descargar su peso por completo en ella al sentirle cómo se abrazaba a su cuerpo.

—No quiero que estés a solas con él —le indicó una vez logró reponer el ritmo de su respiración. Lucy, que permanecía con los ojos cerrados y una expresión de cansancio, abrió sus ojos marrones y frunció el ceño confusa.

—¿Por qué habría de estarlo?

—No lo sé, pero a cualquier invitación, es un rotundo no.

—No lo haré, pero no me gusta que me hable en ese tono.

—Bien, lo lamento. Es sólo que no me da ni una pizca de confianza su presencia.

—Pues tendrá que adoptar el papel de un buen anfitrión —se burló ella, quitando un mechón todavía húmedo de su mejilla—. Así que, si me permite...

Intentó levantarse cuando él rodeó su cintura y la trajo de regreso al centro de la cama. Lucy permaneció en silencio unos segundos, y luego tragó antes de hablar.

—Salamander, no... Acabamos de...

—Pediré que nos suban la cena, hoy no pienso salir —contestó con el mismo tono burlón que ella, acostándose a su lado y dejando sus manos vagar por las delicadas formas femeninas. Lucy no se resistió, sabedora de que era un ejercicio inútil.

—¿Pero qué van a pensar los demás?

—Que piensen lo que quieran.

—Esto es un poco vergonzoso.

—Yo te quitaré lo vergonzosa.

—¡Salamander!

°•°•°•°•°

Sting observó expectante la dirección en que la doncella de Lucy había desaparecido para ir en su busca, pero su decepción fue evidente cuando fue la misma Virgo quién regresó y se aproximó al viejo Makarov para murmurar con expresión serena.

—Me han dicho que no bajaran a cenar, que se sienten indispuestos. En un momento les subiré la comida.

Gajeel soltó una risotada que murió tan pronto como la mirada de reproche de Makarov se posó sobre él. A lo que Zeref se encogió de hombros e inició un brindis que los demás imitaron ante su visitante. Sting por otro lado pudo actuar acordé a la etiqueta por mera costumbre, pero decir que no estaba irritado sería una vil mentira ante el hecho de que no vería a Lucy esa noche. Y saber que su esposo se encontraba con ella, era aún menos agradable. Quería confiar en lo que había averiguado antes, que ambos dormían separados y no mantenían más que una cordial relación. Pero las palabras de Jellal resonaron en su cabeza y una punzada le comenzó en el lado izquierdo de su cabeza. Por lo que trató de concentrarse en la conversación que Zeref quería iniciar sobre las tierras que había adquirido en una jugosa oportunidad.

No fue sino hasta la mañana siguiente que despertó con un poco de motivación tras ver la figura de Lucy en el patio, alrededor del dormido jardín. Había nevado la noche anterior, pues podía notar como la nieve tenía surcos más profundos allí donde los pocos criados pasaban. Era muy temprano, pues el sol todavía no se alzaba en lo alto. Veloz se vistió y abrigó para descender por las escaleras en su busca. Conforme se acercaba, ignorando los rostros sorprendidos de algunos criados, pudo escuchar el suave tararear de su canto de sirena. Hechizado por su voz, hizo un repaso mental de cada uno de sus encuentros, preguntándose por qué cuando tuvo su breve oportunidad, no aprovechó ese acercamiento. Pero él sabía por qué. Estaba resentido, sabedor que el corazón de ella se hallaba cerrado para él. Y antes de ello, se sentía incompleto... Apartó sus amargos recuerdos para centrarse en el ahora, disfrutando de su voz ajena a su presencia. Cuánto había disfrutado de escucharla cantar en todas aquellas elegantes fiestas, y cuánto había odiado saber que muchas de esas canciones las había creado para su esposo muerto.

—¿Lucy? —le llamó cuando estuvo a escasos metros de distancia. Ella guardó silencio, dándole la espalda y girando sólo un poco la cabeza, como si quisiera escuchar bien—. Lucy, buenos días. ¿Me reconoce?

Ella se giró por fin, lo cual le permitió ver el bastón que llevaba consigo y supuso que fue gracias al mismo que había logrado llegar la jardín. El rostro de Lucy le pareció un poco más delgado. El resto de su cuerpo no podía verlo debido al pesado abrigo que llevaba encima. Apretó la mandíbula ante aquella visión. Ya la había visto así en una ocasión, dejándose consumir por la tristeza. Pero en sus ojos no veía una expresión triste, y aunque no podía llamarlo felicidad, había algo diferente en la suavidad de sus facciones.

—¿Sting? —Si bien había confusión, no existía sorpresa en su tono, lo que le hizo pensar que ella ya estaba enterada de su visita. Aquel hecho le hizo dejar las formalidades, y se acercó a ella para evitar ser escuchado por algún curioso—. ¿Qué hace aquí?

—He llegado ayer. Quería verte en la cena pero me dijeron que estabas indispuesta —un traicionero rubor inundó las mejillas femeninas, y eso le irritó—. Lucy, sé que nuestro último encuentro no fue el mejor, ni mi trato el adecuado, pero...

—No tuvimos un último encuentro —aseguró sin una pizca de reproche—. Fue su madre quién dió por finalizado el compromiso y envié el anillo de regreso con su mayordomo para evitarle más problemas a su buen nombre.

—Mi madre no tenía el derecho para hacer eso.

—Pues lo hizo. ¿Qué le trae por aquí? Está muy lejos de casa.

—Tengo una oferta con unas tierras por estos lados. Además de que le he traído un mensaje a Zeref de parte de su padre lord Dragneel.

—¿Y sus negocios son tan importantes que no pudo esperar a que el clima fuese menos arriesgado? —inquirió Lucy con un tono de duda. Sting sabía que a ella no podría engañarla—. Me parece demasiado drástico.

—No tenía nada mejor que hacer. Además, pensé en la grata idea de verla —aseguró con una sonrisa suspicaz.

—Sigue siendo un motivo sin mucho sentido.

—Sinceramente Lucy, tengo mucho tiempo esperando la oportunidad para disculparme por cómo actúe mientras estábamos comprometidos.

—No hace falta.

—Es necesario. Puesto que has de tener muy mala opinión de mí. Y no te culpo. Pero necesito explicarte al menos por qué mi comportamiento fue tan brusco hacia ti. No me justifica, claro está. Pero cuando tu padre te comprometió a mí la primera vez, yo tenía un grave problema.

—¿La primera vez?

—¿No lo sabes? Fue poco después de tu accidente, cuando terminaste tu compromiso con Zeref Dragneel. Tu padre habló conmigo sobre tu... situación. Y debido a mi reciente accidente creyó que sería el adecuado para no presionarte y ser comprensivo contigo.

Lucy no entendía de lo que le hablaba, pues Jude jamás le había hablado de ese supuesto compromiso. Ni siquiera sabía que Sting tuvo un accidente casi al mismo tiempo que ella, había escuchado rumores de que tenía un problema, pero nunca quiso husmear porque ella misma detestaba ser el centro de los chismes.

—Y la verdad es, Lucy que a mí no me importaba si eras o no doncella —aquel hecho la avergonzó, e intentó escabullirse porque era una conversación que no quería tener, mucho menos con él. Sabía que todos pensaban eso de ella, pero escucharlo de la boca de Sting era como abrir una vieja herida. Él no la dejó marchar, tomándola con suavidad por el codo para insistir—. No te juzgo por eso. Sé que debió ser un terrible suceso para ti, y luego la perdida de tu visión...

—¡No quiero hablar de eso! —declaró con firmeza, soltándose de un tirón y con el rostro ardiendo a pesar del frío clima—. Y no es una conversación que deba tener conmigo. Eso ya quedó en el pasado.

—Mis sentimientos por ti no son algo que ya quedó en el pasado —admitió, dejándola sorprendida—. Por eso es que quería hablar contigo, Lucy. Fui un cobarde, puesto que nunca supe cómo acercarme a ti. Tenía miedo. Y cuando finalmente lo conseguí, apareció ese hombre cíngaro del cuál sé, te enamoraste. Por eso, durante nuestro compromiso, el real que se dió a conocer al público, se formalizó. Yo estaba enojado. Porque sabía que tu padre sólo lo hacía para asegurar tu futuro, y tú no podías negarte. Sé que no sientes lo mismo por mí. Era doloroso saber que serías mi esposa y nunca podría tener esos sentimientos para mí.

—Sting... Basta.

—Y luego ocurrió... Yo no soy un tonto, Lucy. Sé que el hombre que entró a tu alcoba es el mismo con el que te viste obligada a casarte —Lucy estaba temblando, lo notó tras intentar dar un paso, pues sus piernas apenas la sostenían—. Y no intentes negarlo. Por eso quería darle un escarmiento, hacerle saber que no iba a hacer contigo lo que se le diera en gana. Pero me descubriste en ese encuentro.

Oh. Lucy sabía perfectamente a qué se refería. ¿Y él sonaba molesto?

—¿Su intento fue ayudarme? —replicó ella con furia. Se apartó un par de pasos de él, sintiendo la gruesa nieve encontrarse con su grueso calzado bajo las faldas del vestido—. ¿Eso que hizo, fue para ayudarme? Pues déjeme decirle que nada bueno trajo para mí. ¿Cómo cree? Le emboscó en la oscuridad junto a otros hombres. Eran tres contra uno. ¿Dónde está su honor de caballero?

—¿Honor? ¿Me pregunta a mí por mi honor cuándo él fue el primero en faltarle el respeto?

—¡Él creyó que yo planee eso con usted! —Lucy no contuvo su enojo, y poco le importó si fue escuchada en ese momento.

—...¿Qué dice?

•°•°•°•°🥀°•°•°•°•

Continuará...

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