Capítulo 58.
N/A: Holuuu, en el transcurso del día estaré respondiendo a sus comentarios, así que no duden en comentar qué les parece la historia. Pronto tendrán la otra actualización ya que he podido adelantarme por fin. Nos leemos ~♥️
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Lucy estaba terminando de secar su rostro recién lavado cuando escuchó el estruendo de la puerta al abrirse y luego volver a cerrarse con fuerza. Dió un sobresalto por el repentino sonido, pero para su propia sorpresa estaba más furiosa que nada al saber quién era el culpable de ello. El mismo al que no quería tener cerca en esos instantes.
—La conversación no ha terminado, Lucy. —declaró él tras pasar el pestillo en la puerta. Lucy dejó la toalla sobre el respaldo de la silla y se mantuvo dándole la espalda mientras buscaba el cepillo que Virgo le había dejado a la mano para su cabellera suelta—. ¿Qué ha sido todo eso?
—Lo mismo pregunto yo. ¿Qué ha sido todo eso que me ha echado en cara?
—Eso es porque tú haz comenzado tras insultar a Erza.
—Quizás no la hubiera insultado si usted no me hubiera tomado como un niño haciendo un berrinche por perder su juguete favorito. No soy un objeto, Salamander. Y no me gusta que me jalen como si no fuera más que un pedazo de carne.
—No, sé que no eres un objeto, sino una persona. Y por lo que veo, después de todo si te corre sangre por las venas.
—¿Qué insinúa?
—Nada, sólo digo un hecho. Lo siento por mi reacción, Lucy. Pero no me gusta la manera en que Zeref te mira y el cómo te trata, y si tú no le pones un alto, lo haré yo.
—¿Y a esa mujer quién le pone un alto?
—Erza es sólo una buena amiga.
—Zeref también es un viejo amigo.
—Sé que fue tu prometido.
—¿Y usted no tuvo una relación con ella? —el repentino silencio del hombre la hizo sonreír en un gesto sarcástico. Por lo que se vio motivada a alejarse de él—. Bien, eso pensé.
—Eso fue hace mucho tiempo.
—No le creo. Puesto que me ha echado en cara que lo que no obtiene de mí lo consigue en otro lado.
—Estaba molesto, Lucy. Perdóname, no quería decir eso. No es verdad.
—¿Negará entonces que en algún punto no han sido amantes? —Lucy había escuchado rumores, cuando recién se había mudado. Y él de nuevo guardó silencio, por lo que la furia en ella sólo creció—. No tiene ningún derecho a echarme algo en cara.
—Eso fue antes de conocerte.
—Lo mismo sucedió con Zeref, fue mi prometido mucho antes de saber su existencia.
—Lucy, siento mucho mi comportamiento. Es sólo que no tolero a otros hombres alrededor tuyo cuando te miran así.
—¿Así cómo?
—Te quieren. Y sé que Zeref no es el único. Maldita sea, muchos de los criados solo saben babear cuando te encuentras paseando por el jardín.
—¡Yo no tengo la culpa de...!
—No. Por supuesto que no tienes la culpa. Pero no tolero saber que esos hombres piensan que tienen una oportunidad contigo. Porque no es así. Y si alguna de sus propuestas, si es que tienen el valor para hacerlas, te parece tentadora, los mataré.
—¿Incluído Zeref? —alzó las cejas, exceptica de sus palabras.
—Él es otra historia. Pero eso no significa que deje que te esté rondando, Lucy.
—Lo que haga o deje de hacer con su amante no me interesa. Sólo le pido que sea discreto considerando que mi tía está aquí.
—Te lo dije una vez, pero parece ser que mis palabras se las lleva el viento. —bajó el tono de su voz, acercándose a ella hasta quedar delante suyo y tomar su rostro con suavidad. Lucy sentía tanta ira, y no entendía el motivo. O no quería entenderlo, por lo que no luchó contra él cuando rodeó su cuerpo y la atrajo contra el suyo—. Te amo, Lucy. Y no voy a hacerte daño, ya no más.
Ella sintió un peso horrible en el estómago tras escuchar sus palabras. Intentó retirarse, pero él sujetó su rostro de nueva cuenta y susurró sobre sus labios.
—Por favor, Luce. Te suplico que me dejes amarte. —Ella olió la sidra en su aliento, y su aroma inundó sus sentidos. Posó las manos sobre su pecho porque quería alejarlo, pero no tenía fuerzas para ello. Se sentía... confundida. Estaba perdida y no sabía qué pensar.
—Dice amarme y que ya no quiere hacerme daño, pero no son sólo sus acciones capaces de lastimarse, sus palabras son crueles y duras. Eso también hiere —explicó, dándole la espalda para intentar alejarse de su contacto. Algo que él no permitió, sin soltar su agarre sobre ella.
—Soy un bruto, trato de hacer mi mejor esfuerzo. Pero sé que me he equivocado, Luce. Por favor, te pido perdón —sus palabras parecían sinceras. Lucy no supo si creerlas, todavía herida por las mismas. Él asintió con brusquedad, soltando su abrazo para posarse delante de ella y sentirlo arrodillarse. El pánico la inundó al mismo tiempo que la vergüenza teñía sus mejillas—. Déjame hacer esto. Necesito dejarlo muy en claro. Acabo de cometer una estupidez con mi comportamiento allí abajo, y no quiero que eso eche atrás todo lo que hemos construido hasta ahora. Quiero que confíes en mí.
Besó las manos que sostenía entre las suyas. Cohibida, sin saber que responder, permaneció en silencio durante tensos segundos y asintió con lentitud, asimilando sus palabras.
—Yo también quiero que esto funcione, se lo dije una vez y lo sostengo ahora —repitió ella luego de repasar las palabras en su mente. Él apretó el agarre en sus manos y se puso en pie, sujetando su rostro con suavidad—. Sólo... cuide sus palabras, a veces es muy hiriente.
—Te lo prometo.
—Y Salamander...
—Dime.
—Le he dejado un obsequio. Se encuentra detrás del biombo —le indicó Lucy antes de arrepentirse por la vergüenza. Salamander le había dado abajo en el salón un juego de collar con aretes y un tiara hechas de unas piedras exquisitas por lo que le había oído decir a casi todos. Pero le sorprendía la delicadeza con la que estaban hechas. Quizás su regalo no era tan ostentoso—. No es necesario que lo abra ahora, es una cosilla sin importancia.
Intentó persudiarle cuando lo sintió apartarse al instante en busca de el dichoso obsequio. Lucy se frotó las manos nerviosa, y procedió a sentarse en la orilla de la cama cuando él se aproximó con la caja en manos y la depositó entre ellos para ver su contenido.
—Quiero verlo, es para mí entonces —repitió emocionado. Lucy asintió.
—Sí, pero no es nada extravagante, yo...
De pronto el ruido que hacía al abrir la caja y retirar la envoltura se silenció por completo. Y sólo escuchó el susurro de la gruesa tela cuando la tomó entre sus manos. Lucy se sintió aún más nerviosa cuando no escuchó nada más.
—Si no le gusta es entendible, de cualquier forma estamos a mediados de invierno y no es necesario que lo use...
—¿Por qué no usaría un regalo que mi esposa hizo con sus propias manos? —inquirió con voz ronca—. ¿Por eso tienes los dedos pinchados? Oh, Luce... No soy digno de ti en absoluto.
—No es nada —apretó las manos en puño, sabedora que él había notado los pinchazos en sus yemas y algunas zonas de sus dedos—. Virgo me ayudó a que el patrón del emblema no se viera tan extraño. ¿No luce raro?
—En absoluto. Lucy, te lo agradezco. Me lo probaré ahora mismo —se puso de pie, con una sonrisa en sus labios mientras se colocaba el cálido y grueso abrigo sobre sus hombros—. ¿Quieres sentirlo?
—¿Cómo?
—Con tus manos, ¿quieres sentir cómo me queda?
—Eh, sí. ¿Le quedó chico o muy grande?
—Me parece que quedó perfecto —Natsu centró su mirada en Lucy y notó algo de inseguridad en sus facciones mientras se incorporaba y alzaba sus manos para acercarse a él—. Puedes comprobarlo.
Lucy así lo hizo cuando, instada por él, colocó con cuidado las manos a los lados de sus anchos hombros y sintió el suave y frondoso pelaje bajo sus dedos. Lo palpo, sintiendo que tal y como había dicho, no le quedaba ni muy grande o muy chico, pues le cubría lo necesario. Lucy descendió por sus brazos, sintiendo los músculos aún a pesar de la ropa. El vago recuerdo de saber la textura de su piel la hizo sentir un poco de calor. Por la vergüenza, claro estaba. Bajó las manos, en dirección a su pecho donde sintió la hinchazón de sus músculos y el calor que el cuerpo bajo la ropa despedía. Así mismo, se quedó quieta tras sentir el latido desembocado de su corazón, un latido fuerte que imitaba al suyo en ese momento. ¿Pero qué sentía él para provocar eso?
—Me parece... —comenzó él con un tono bajo y masculino, aproximandose a ella y envolviendo un brazo en su cintura, mientras que con él otro la rodeaba con su abrigo—, que incluso puede cubrirte a ti, Luce. ¿No lo crees?
—Salamander —le llamó ella, alzando el rostro hacia su voz. La vulnerabilidad que se apoderó de su cuerpo fue bienvenida, cauta y sigilosa. Antes de que ella pudiera siquiera pensarlo, él bajó la cabeza y encontró sus labios, los cuales besó con mucha ternura. Sus manos se alzaron en dirección de su rostro masculino, tocando con suavidad sus facciones y sintiendo la cicatriz bajo su piel, dando una suave caricia precisamente a esa zona que había escuchado él solía ocultar de todos.
Su esposo continúo su exquisita tarea de besarla a profundidad, pero conforme pasaba el tiempo su beso se volvía más exigente, más atrevido y un poco más seductor, pidiendo una intromisión más posesiva a su boca. Lucy accedió sin cuestionar y le sujetó por la nuca cuando el hombre hizo lo mismo con ella, cómo si temiera perder aquel contacto por siempre. Antes de poder adivinar sus intenciones, se sintió alzada en brazos cuando se inclinó para pasar el brazo tras sus rodillas, más no dejó de besarla sino hasta que tuvo que apartarse para acostarla en la cama. Lucy respiraba agitada, y mantenía los ojos cerrados mientras él se deshacía de las botas y quitaba el broche del abrigo, subiendo para apoyarse a su lado y atraerla de nuevo para amar sus labios.
Su esposa había aprendido a seguir el ritmo de sus demandantes besos, y portaba la misma carga de pasión que depositaba en ella. Con suma lentitud y atento a cada reacción del cuerpo femenino, ascendió su mano desde su cintura a la zona de su pecho. Y conforme sus dedos recorrían la suave forma, sus labios descendieron por su barbilla y cuello, depositando un húmedo camino que la hizo estremecer. Lucy gimió cuando finalmente la mano masculina tocó la zona más sensible de su pecho y comenzó a frotarla. La sintió arquearse contra su cuerpo, y pasado aquel momento de deseo pasó un brazo bajo su espalda y la trajo contra sí, abrazando el menudo cuerpo de su esposa contra el suyo y permaneciendo en silencio largos segundos, sintiendo el latir de su corazón contra el suyo; inquieto y acelerado. No quería equivocarse de nuevo, ya no más. La deseaba, dolía por ella. Pero no iba a imponerse, ni mucho menos a forzarla. Alzó el rostro femenino al suyo y besó con ternura su frente, sujetando su mejilla mientras descendía y volvía a capturar sus labios. Lucy le recibió, deseosa de aquel contacto una vez más pero se dijo que eso no era suficiente. Tenía que poner todo sobre la mesa.
—Luce, escúchame... No era mi intención, pero te deseo. Quiero amarte, esta y muchas otra noches. Pero no quiero que sientas que es tu deber conmigo, ni temas que vaya a forzarte —le explicó, sujetándola aún contra su cuerpo y notando la confusión en sus facciones—. No te pido que me ames ahora, Luce. Pero sé que entiendes el deseo físico, y si sólo eso quieres también te lo puedo ofrecer. Déjame demostrarte que no tienes por qué temerme en la intimidad. Si tú me dices que no, te juro que no habrá represalias, sólo me acostaré a tu lado y no te tocaré. No cometeré el estúpido crimen de reprocharte algo el día de mañana. Esto sólo sucederá si tú así lo deseas.
—¿Si lo deseo...? —Lucy alzó el rostro en su dirección, oliendo su aroma a hidromiel y siendo capaz de saborearlo en su boca tras el apasionado beso que había compartido. ¿Ella estaba bien con eso? ¿Seguiría siendo ella misma después de esa noche? Sabía que sus pensamientos se resistían, y todo porque el recuerdo de un hombre persistía en su mente. ¿Traicionaría el recuerdo de Natsu si aceptaba el toque de Salamander de manera voluntaria? ¿Y por qué le costaba tanto decidir? Sus ojos ardieron y bajó el rostro al pecho masculino dónde ocultó ese momento de debilidad.
Ya había escuchado antes algunas palabras de lo que era el deseo entre un hombre y una mujer. Y quizás a la Lucy del día de mañana le escandalizara, porque la del pasado seguramente lo estaría tras todo lo ocurrido. Pero ella, en su presente, quería sentirse amada. Lo deseaba, ansiaba saber lo qué era desear a un hombre y que este la deseara a su vez.
—No, Luce, mi vida. No es obligación —la acunó él con dolor al verla tan perdida en sus pensamientos—. Perdóname si fui muy impetuoso. Nos acostaremos, ¿de acuerdo? Te puedo ayudar a encontrar tu camisón y eso será todo, no te tocaré.
—Salamander —ella le detuvo, sujetando su muñeca cuando buscó incorporarse con ella en brazos. Sintiendo su cara roja pero con el rostro girado en la dirección de su voz, su voz salió casi en un murmullo avergonzado cuando dijo—: yo también le deseo.
Él se quedó quieto por un instante, casi como una estatua, entonces su respiración salió en una exhalación y sintió cómo la apretaba contra su pecho antes de volverla a besar en los labios con ímpetu. Lucy le correspondió, sujetando el cuello ancho de su camisa y relajándose entre sus brazos conforme el beso se alargaba.
Natsu tomó aquella invitación tan tentadora al sentirla tranquila entre sus brazos y volvió a llenar de besos su rostro, bajando por su suave mejilla y cubriendo su cuello, sintiéndola estremecer con sus húmedos besos. Buscó su cadera, aferrando la forma de su muslo bajo las faldas de su vestido y tratando de subir la tela para tocar su piel sin ninguna barrera. Y cuando finalmente lo hizo, Lucy dió un pequeño sobresalto que le detuvo para verla sorprendido.
—¿Fui muy impetuoso?
Ella permaneció muda tras sentirlo detenerse, y se mantuvo quieta bajo a su costado. Él se dió cuenta de que se había cernido sobre ella y quizás la había asustado, por lo que soltó un juramento e intentó apartarse. La mano de su esposa aferró su muñeca, y aún con algo de resistencia por parte de él tras su sobresalto, la llevó hasta su pecho. Natsu inhaló con brusquedad, e iba a apartarse hasta que la otra mano de su mujer tocó su rostro. Lucy acarició con el pulgar aquella cicatriz que le había marcado de por vida. Y él fue consciente de algo, esa cicatriz solía doler con sólo verla a ella, pues los recuerdos regresaban a la vida. Pero ahora, sólo era una pequeña protuberancia en su piel que apenas y recordaba.
—Salamander, yo también le deseo... Y es duro para mí admitirlo si tenemos en cuenta que lo nuestro... No ha sido lo convencional. No piense que lo hago por temor a que se enoje conmigo. Soy sincera cuando digo que quiero que esto funcione, y no me molesta que sea con usted... ¿Podría intentarlo al menos...?
¡Santo Dios! Él iba derechito al infierno si creía en su excusa, o lo que sea que ella estuviera diciendo. Como un lobo hambriento, se abalanzó sobre ella, besando su boca con deseo y sintiendo un júbilo extraño al ser correspondido. Lucy no se tensó, ni evitó tocarlo, sino que sus brazos rodearon su cuello y sus piernas se separaron los justo para darle espacio y sostenerse sobre su cuerpo. Iba a volverlo loco, eso era seguro. Lucy se entregó debajo suyo con ardor, y él no cabía en sí de cómo empezar a complacerla para que no se arrepintiera jamás de entregarse a él de esa manera.
—Vas a volverme loco —aseguró contra su boca, subiendo la falda de su vestido y palpando sus deliciosas piernas en el proceso, tomándose su tiempo para que sus manos grabaran su piel. Lucy gimió contra su boca cuando rozó la conexión entre sus muslos con provocación, pero dejó aquella zona tan sensible para torturarla. La quería tan deseosa de él como lo estaba por ella.
La amó como sólo el podía hacerlo, besando cada parte de su cuerpo y dispuesto a encontrar y explotar aquellos puntos que más la hacían estremecer. Sabía de algunos cuántos, pero estaba dispuesto a descubrir más. Poco a poco fue desnudando la blancura de su piel, apartando las capas de ropa hasta que notaba la inquietud de ella por ser tocada. Estaba más que dispuesto a detenerse a la mínima señal de miedo o titubeo. Por el contrario, las manos de su esposa se movían inquietas sobre su cuerpo; palpando su torso, sujetándose a sus hombros, acariciando su rostro y enterrando los dedos en el cabello de su nuca cuando el placer era demasiado. Sintió el suave tirón cuando sus labios se cerraron alrededor de una de sus rosadas aerolas y ella gimió su nombre una y otra vez a cada toque de su lengua en tan sensitiva zona. Terminó por desvestirla, retirando lo último de su ropa interior y lanzó un largo suspiro ante la visión de su piel desnuda. Lucy no intentó cubrirse, y en cambio sus dedos buscaron la textura cálida de su piel. Por lo que él procedió a desnudarse, tratando de volver lo más rápido a ella. Había una corriente de aire frío en la habitación, pero ambos ardían y apenas eran conscientes de ello.
Se sostuvo sobre el cuerpo femenino, besando su boca una vez más y dejando vagar su mano por un camino de fuego que creaba con su toque, desde su cuello a la protuberancia de sus pechos, y luego por la suavidad de su tenso abdomen, bajando un poco más a los rizos que se hallaban en la conexión de sus muslos. El momentáneo sobresalto de su mujer se dió cuando sus dedos encontraron la humedad entre sus muslos. Y sonrió complacido contra su piel tras pensar que eso facilitaría las cosas. Con sumo cuidado adentró dos falanges en ella, escuchándola contener la respiración, pero sin apartarse de su toque tan avasallador. Besó su oreja, murmurando con cariño palabras suaves mientras la preparaba para su unión. Lucy aceptó su toque gustosa, aunque un tanto avergonzada porque no consideraba que aquello fuera normal. Controló su lívido y el propio, aumentando la presión de sus caricias cuando lo necesitaba y deteniendo el movimiento o volviéndolo tortuosamente lento tras notar lo cerca que se hallaba de terminar. Lucy apenas y podía soportarlo, volviéndose inquieta y tratando de escapar de su agarre por lo intenso de las sensaciones. Fue cuando le suplicó que parara que la apretó contra sí y rodó con ella, dejándola sobre su cuerpo y con sus caderas a la altura de su pelvis. Lucy se avergonzó por un instante, e intentó volver a él pero la detuvo, rozándose contra ella descaradamente y disfrutando de su sorpresivo placer.
—Quédate así, voy a ayudarte —la motivó, aferrando sus caderas y tomando su miembro para penetrarla. Lucy estaba sonrojada y respiraba con esfuerzo cada vez que lo sentía acariciarla superficialmente. No sabía cuál emoción superaba a la otra por aquella nueva posición cuando antes siempre hubo estado de espaldas y con él encima. Ahora no sería tan fácilmente dominada, ni sentía su presencia sobre ella. Era al revés. Ella tenía el control. Saber eso derritió algo cálido en su pecho, pero no tuvo más tiempo para procesarlo cuándo él se adentró en ella y tiró de sus caderas para que pudiera tomarlo por completo.
El gemido que nació de sus labios no pudo ocultarlo, ni los que siguieron mientras él le enseñaba cómo moverse para encontrar un mayor placer a cada movimiento. Lucy se estremeció y dejó caer su cabeza, tomando una de sus manos mientras imitaba sus movimientos y creaba un ritmo único para ellos. Le escuchó contener el aliento, pero estaba segura de que ella misma no lograba respirar ante aquel tormentoso vaivén. Sus dedos se clavaban en sus muslos, y aunque se volvían gentiles para acariciarla al interior de las piernas, él mismo parecía estarse conteniendo y eso la motivó de alguna manera al saberlo sometido bajo sus movimientos. Si él quisiera podía tomarla como le diese en gana. Lo había tocado, y sabía que su esposo además de ser alto estaba en buena forma, tenía músculos y por anteriores experiencias sabía que cargarla no le era difícil. En cambio, la dejaba a ella encima y le ayudaba a moverse.
—Salamander... —le llamó, perdida en las sensaciones más placenteras que jamás creyó posible. Su cuerpo entero ardía, ella estaba ardiendo y quería estallar—. Salamander, por favor.
—Luce... —murmuró él, sintiendo su cansancio y su titubeo ante el placer que estaba experimentando, como si temiera a las nuevas sensaciones—. Sigue, sigue...
—No puedo —afirmó ella, asustada de sus propias emociones y dispuesta a detenerse porque necesitaba recordarse, apartarse por un instante de la neblina de deseo en la cual se había adentrado. Lucy dió un suave grito cuándo él la abrazó contra su cuerpo y los giró, acostándola en la cama, moviéndose con ímpetu en ella—. ¡Salamander!
Él la besó como respuesta, acallando a su vez su grito cuando su cuerpo estalló en mil pedazos y sus contracciones provocaron las suyas. Toda la estimulación previa había hecho mella en ella y se aferró a él como si la vida se le fuera en ello, sintiendo las oleadas de placer que arremetieron contra su cuerpo y le impedieron cobrar consciencia hasta muchos minutos después. Cegado y dolorosamente satisfecho, se quedó en aquella posición lo que le pareció una eternidad, intentando recuperar el ritmo normal de su respiración. Dejó caer parte de su cuerpo inferior en ella, pero siguió sosteniendo la mayor parte de su peso con sus codos, observando el carmín de la pasión que había teñido la piel de Lucy. Su esposa tembló debajo suyo un instante, por lo que veloz se apartó de ella al pensar que algo le ocurría. Grande fue sorpresa al ver cómo se reía.
—¿Cree que sea demasiado tarde para buscar un bocadillo? Me he saltado la cena por los nervios y ahora me dió hambre.
Él se relajó y sonrió de igual modo, por lo que se vio obligado a soltarla y la cubrió con las mantas mientras buscaba sus pantalones y se colocaba una camisa sin abotonar.
—Ahora que lo menciona, creo que buscaré algo para ambos. ¿Necesita algo más? —Cuando Lucy negó, abandonó la habitación, y el recuerdo de lo que acababan de hacer le hizo detenerse un instante, sintiendo frescos los recuerdos de su toque y su entrega hacia él.
Eso era lo que había anhelado tener junto a ella, una vida sencilla solo ellos dos, amándose. Ahora incluso le parecía lejano y no era como lo quiso, pero en algo se le parecía. Y eso bastaba por ahora.
Cuando regresó ella estaba donde la había dejado, pero se sentó apenas lo escuchó entrar, y comió con gusto los bocadillos que había traído, mismo que la atenta Virgo había dejado más temprano durante la cena, pues había advertido que su señora no terminó los platillos. La imitó, sumiéndose en un agradable silencio, y miradas furtivas de su parte hacia ella, admirando las tentadoras curvaturas de su cuerpo que la sábana no lograba ocultar. Intentó obviar aquello cuando después de un rato permaneció con ella dormitando a su costado, intentando averiguar qué era lo que él leía al percibir el aroma al libro entre sus manos. La distrajo con un viejo relato que su madre solía contarle cuando era niño, y a Lucy le encantó el misterio alrededor del mismo en aquellas tierras que se consideraban el hogar de las hadas. No supo cuánto tiempo transcurrió, pero el sueño no venía, y ella no parecía tampoco dispuesta a dormir. Por lo que entre susurros compartidos y caricias furtivas, volvió a posarse sobre ella para amarla una vez más. Lucy se entregó a él con ardor jadeante, receptiva a su toque y dispuesta a todos sus deseos. Pero debía recordarse que aquello era nuevo para ambos, esa intimidad compartida, y no quería estropearlo ni que ella se arrepintiera de su situación. Cuando llegó el momento de unirse a ella, Lucy le aferró tanto como si necesitara el aire para respirar, por lo que escuchar su disfrute junto a su oído le había motivado aún más. Agotados y satisfechos, permanecieron cercanos el uno al otro aún mucho tiempo después de caer dormidos.
°•°•°•°•°•°
Cuando Lucy volvió a ser consiente de su entorno, advirtió que la habitación estaba agradablemente cálida, y escuchó el suave crepitar del fuego así como ruidos muy lejanos que con gran probabilidad pertenecían a los niños que solían jugar en los patios traseros del castillo. Descubrió que estaba muy cómoda bajo las cálidas mantas, pero a su vez advirtió la ausencia del cuerpo que había dormido a su lado, por lo que se incorporó aferrando la cobija contra su pecho.
—Buenos días, Luce, ¿has descansado bien? —fue el saludo que provenía de la voz de su marido. Lucy identificó el sonido al otro lado de la habitación y se relajó al saberlo ahí.
—Buenos días, ¿qué hora es?
—Casi media mañana. ¿Tiene hambre? He pedido que nos traigan el desayuno a la alcoba, no debe tardar.
—Sí, mucha —admitió tras escuchar el vergonzoso sonido que emitió su estómago al oír la palabra desayuno—. ¿Hace mucho se ha despertado?
—No. Igual que tú acabo de despertar, he pedido que no nos molestaran por el resto de la mañana.
—Comprendo —Lucy se sentó, apoyándose contra el cabecero y los almohadones, sin soltar la tela que cubría su pecho—. Podría... ¿Podría pasarme un camisón por favor?
—A mí me gustas tal y como estás —rió él, pero aproximando a ella la prenda que le había solicitado. Cuando Lucy la tomó de sus manos, él se inclinó para darle un beso seductor. Lucy correspondió, atraída por su imponente pero cuidadosa presencia ante ella—. ¿Cómo te encuentras?
—E-estoy bien, gracias —respondió con un leve titubeo. Sentía aún el hormigueo en sus labios, así como el seductor roce de sus muslos y una ligera molestia en la conexión de los mismos—. Podría...
El llamado a la puerta interrumpió lo que iba a decir, por lo que rápidamente deslizó el camisón por su cabeza y brazos, colocándolo hasta la cintura y cubriendo el resto de su cuerpo con las mantas. Escuchó la puerta abrirse y un criado llevaba consigo la bandeja del desayuno que depositó en la mesilla cercana a la chimenea. Lucy pudo oír el tintineo de la vajilla y el tentador aroma del desayuno. Escuchó a Salamander dar una breve orden y el criado se retiró prometiendo volver dentro de una hora. Tras cerrarse la puerta, él habló.
—He pedido la bañera para más tarde, ¿qué ibas a decirme?
—No era nada importante. Quería sentarme en lo que llegaba el desayuno, pero ya está aquí —mintió, ni siquiera ella sabía que iba a decirle. Estaba muy nerviosa. ¿Cómo se suponía que debía comportarse con él luego de lo ocurrido? Y es que sólo recordar lo que habían hecho hacia el calor subir a su rostro.
—Ven aquí —él se aproximó a ella, evidentemente complacido por serle de ayuda, y le acercó la silla para que tomase asiento, así como empezó a disponer la mesa delante suyo tal y como ella siempre acostumbraba. Eso último ganó su interés, y queriendo sacar alguna conversación ya que tomarían solos el desayuno, le pareció lo mejor—. Hay té y café, ¿o prefieres otra cosa?
—El té estará bien —asintió. Era un tanto extraño que él le dispusiera la mesa, no sólo por el simple hecho de que no era una tarea para hombres, sino que una vez comprobó, tenía todo acomodado a como Virgo solía dejarlo—. Salamander, quisiera saber, ¿cómo sabe que me disponen así los cubiertos y la bebida?
—Es algo que se consigue cuando se presta atención —comentó, restando importancia y sirviendole el té. Lucy lo probó, sin decir nada más, y notó otra cosa. Sabía exactamente a cómo le gustaba, con leche y sin azúcar.
—¿Tanta atención me pone?
—Sería un crimen no hacerlo. Pero he notado esto en nuestros encuentros en el comedor. Sueles contar con la medida de tu mano para saber a qué distancia tienes las cosas. Al principio creí que te gustaba jugar con los dedos en la mesa, pero después de dos ocasiones me quedó claro.
Lucy tuvo que esforzarse por encontrar una respuesta.
—Si no se tratase de usted, me encontraría aterrorizada de ser así de vigilada.
—Discúlpame, pero no bromeo cuando digo que ganas toda mi atención. Además, me preocupa que se sienta cómoda y no considere su condición como un impedimento para compartir actividades con el resto de nosotros.
—He logrado adaptarme a algunas —admitió ella, buscando los cubiertos para comenzar a comer. El olor era exquisito—. ¿Saldrá el día de hoy?
—No está en mis planes. Quiero quedarme contigo. —Lucy tragó el primer bocado con un poco de dificultad tras oírlo—. ¿Te molesta?
—Claro que no.
—¿Te duele algo? Fui un poco impetuoso.
—M-me encuentro en perfecto estado, muchas gracias —ella sabía que se estaba poniendo colorada, porque sabía que la observaba, podía sentir su mirada—. ¿Y usted...?
—Te he pedido que no seas tan formal conmigo —le recordó con suavidad, apartando un mechón de pelo de su frente—. Llámame por mi nombre. Me gusta cuando lo haces. En cuanto a tu pregunta, me encuentro muy bien.
Lucy asintió, y continuó su desayuno en un agradable silencio. Cuando hubo terminado por fin, su esposo estaba recogiendo todo mientras ella se incorporaba, agradeciendo su atención. Fue entonces cuando volvieron a llamar a la puerta y Salamander la guió de vuelta a la cama donde se sentó al extremo mientras escuchaba cómo algunos criados entraban y llenaban lo que seguramente se trataba de la tina de agua. Intentó despejar su mente de recuerdos, pero cada vez era más consciente de lo ocurro la noche anterior e inicios de aquella madrugada, y su cuerpo se estremecía ante el recuerdo de su tacto en su piel. Ella no sabía que se podía sentir así, o qué podía estar en otra posición que no fuese bajo su cuerpo.
—Te has quedado pensativa —le indicó Salamander una vez se quedaron a solas de nuevo. Lucy se frotó las manos, decidiendo si debía comunicarle el pensamiento que la invadía en ese momento y su preocupación—. ¿Te preocupa algo? ¿Te arrepientes?
—¡No! Es sólo... Estaba pensando... No sé mucho al respecto, pero... ¿Está bien lo que hicimos?
—¿Qué quiere decir con bien? —el color subió a las mejillas de la mujer de rubia cabellera, y él se aproximó a su lado tras notarla tan contrariada—. Lucy, si algo te preocupa puedes decírmelo con total sinceridad. Quiero escucharte, no temas a expresar lo que sientes.
A ella nunca le habían dicho que no temiera a expresar lo que sentía.
—Me da mucha vergüenza, pero el que yo estuviera arriba suyo... ¿es correcto? ¿No es... No es pecaminoso? ¿O indebido?
Natsu sonrió, lo hizo con una picardía que había caracterizado sus coqueteos y le ganaba la atención de señoritas. Lucy no podía verlo, por lo que se arrodilló delante de ella y tomó sus nerviosas manos entre las suyas. Comprendía por completo su preocupación, y su inseguridad, y se prometió que con él ya no lo sentiría. No tenía por qué.
—A mí me gustó mucho, ¿a ti no?
—No... Bueno, sí fue agradable.
—¿Sólo agradable?
—Sé que está sonriendo, no se ría de mí. ¿No hicimos nada indebido? Sea sincero conmigo. Es que yo nunca he escuchado...
Natsu besó sus nudillos, lo hizo con una larga pausa al sentir sus temblores. Y cuando se supo con toda su atención, tocó su mejilla y la acarició antes de hablar.
—Nada entre tú y yo es indebido si a ambos nos causa placer y es consentido. Luce, hay muchas cosas que quiero hacer contigo, pero temo asustarte con mi deseo hacia ti. Quiero ir con calma hasta que te acostumbres a mí. La intimidad entre un hombre y una mujer no sólo se puede dar para concebir herederos, también puede ser por mero placer, y no debes sentirte mal por tener necesidades físicas. —Natsu tomó aire y permaneció largos segundos en silencio, pensando en lo que iba a decir—. Me siento terrible al recordar en lo que te hice pasar durante tu primera vez. No debí tomarte así, Lucy. No de esa manera.
—Ya no importa —le restó importancia ella, apartando el rostro e intentando olvidar aquel recuerdo.
—No. Sí importa. Tú te mereces ser amada, y espero algún día me perdones por lo que te hice llevado por la ira. Quiero compensarte, y darte todo el cariño que se te negó. Quiero borrar todo el dolor que te he causado, y que te entregues plenamente a mí.
Lucy asintió a sus palabras, sin saber qué otra cosa decirle. El ambiente entre ellos ya no era tenso, sino abrumador, pero en el buen sentido. Ella sabía que lo deseaba, y por ello se sentía culpable. No había sido capaz de expresarle esa preocupación, no obstante, la intimidad entre ambos fue algo que ella no esperaba.
—Luce... —Él se puso de pie, sin soltar las manos femeninas y la instó a imitar su acción—. Ven, tomemos juntos el baño.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Porque quiero besarte —admitió, atrayéndola hacia dónde retrocedía. Ella no se negó—. Y tocarte...
Lucy cerró los ojos cuando él se inclinó a besarla, y pudo sentir cómo las manos masculinas comenzaban a tocarla y buscaban quitarle la prenda que la cubría. De cualquier forma, ella no se negó.
°•°•°•°•°•°•°
Continuará...
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