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Capítulo 57.

N/A: Ahora sí, no habrá actualización hasta que no responda comentarios y suba los dibujos pendientes de la historia y trataré de usar mi descanso para ello. Estoy actualizando desde el trabajo jajaja, pero se los debo. Gracias por su paciencia y espero disfruten la lectura. Nos leemos pronto♥️

•°•°•°•🥀•°•°•°•

Cada día parecía más helado que el anterior. Pero nada que una buena bebida caliente y posadas delante del fuego, no pudiera resolver. Y allí estaba Lucy, trabajando en una costura nueva mientras Mavis permanecía a su lado. Michelle se encontraba en una silla delante del fuego, dormitando.

—Te estás enamorando de él —observó Mavis con una nota de desprecio en su voz. Lucy se sobresaltó, se pinchó el dedo mientras trabajaba en un nuevo bordado, por lo que se llevó la yema a los labios, sorprendida.

—¿Qué dices?

—Ya me has oído. Te estás enamorando de ese hombre cruel.

—Estás diciendo tonterías —dejó su bordado a medio acabar y buscó con mano temblorosa el té que hasta hacía poco había estado disfrutando.

—¿Tonterías? He visto que pasan mucho tiempo juntos últimamente. He notado cómo se tratan. No puedes caer en su juego, Lucy.

—Es simple trato cordial, no quiero pelear, y hemos acordado llevar una buena convivencia, es todo —le explicó con el ceño fruncido. Todavía le dolía el dedo. La había tomado por sorpresa.

Salamander seguía cumpliendo su palabra. Y aquella noche en que creyó que la rompería por el impulso de la bebida, lo único que hizo fue entrar a rastras antes de echarse en el sofá y caer dormido al instante. Eso había sido todo.

—¿Buena convivencia? ¡Ja! Lo siguiente será tenerte en su cama por las buenas.

—¡Mavis! —le llamó Lucy la atención, molesta. Recordó a su tía que no había descansado bien la noche anterior y bajó la voz de nuevo a casi un susurro—. No es eso. Ha cumplido su palabra. Y no tenemos ese tipo de trato.

—Por ahora.

—Mavis, no quiero volver a lo anterior con él. Sólo hemos decidido llevarnos mejor. Tú mejor que nadie sabes lo que sentí por... Tú sabes cómo me siento.

—Ya no. Te he visto Lucy, y esto que veo no me gusta.

—Al menos tú tienes una visión más amplia del panorama. Avísame cuando sea algo de verdad importante. —Lucy se puso en pie, tomando su bastón desde un lado del sillón—. Si me permites, saldré un momento.

—No puedes creerle Lucy, en nada a lo que te diga.

—¿Sabes algo que yo no? —inquirió exceptica. Mavis quiso gritar que sí. Que ese hombre era Natsu, pero la amenaza fue y seguía siendo poderosa. No podía arriesgarse a perder la protección que ese lugar le brindaba a su madre y a Lucy. Y por otro lado, no sabía cómo reaccionaría Lucy si se enteraba de eso.

—No es el hombre que te quiere hacer creer, Lucy. No debes olvidar lo que te hizo.

—Y claro que no lo olvido, pero ponte en mi lugar Mavis. ¿Qué puedo hacer? Es mi esposo, estamos legalmente casados. Lo único que quiero es vivir tranquila, y apenas lo estoy logrando, te tengo a ti y a tía Michelle conmigo. Para mí eso es suficiente.

—Podemos ser sólo nosotras —aseguró—. Lucy, querida, mamá no te lo ha contado pero... Queremos huir.

—¿Qué?

—Piénsalo, Jude no puede tocarnos aquí sin enfrentarse a la ira de tu marido, pero tarde o temprano buscará la manera. Además, soy una fugitiva. Huyamos, mamá está buscando la manera de obtener los fondos. Nos iremos a un lugar donde nadie pueda encontrarnos.

—Mavis... ¿Cómo? ¿A dónde iremos? No podemos, ni siquiera...

—Todavía es muy pronto, es sólo una idea. Pero Jude está loco, Lucy. Hará lo que sea por conseguirte.

—Por eso mismo, si nos vamos, es capaz de encontrarnos. Sabes que tiene muchos contactos. No puedo. Y será mejor que desistan de eso. Es peligroso, ¿cómo podríamos nosotras tres subsistir? Ni siquiera puedo trabajar como institutriz o limpiando. No puedo ver.

—Deja que nosotras nos ocupemos de eso.

—No lo permitiré. Olvídalo, Mavis. Es una locura.

—Lucy, no puedo esperar a que la buena voluntad de tu marido dure para siempre. Me odia, y Zeref está también aquí en las tierras altas. Si llega a descubrir quién soy...

—Zeref sólo estará aquí hasta la primavera.

—No confío en Salamander.

—Me dió su palabra de que las protegería.

—Para mí su palabra no vale.

—Mavis, sé razonable por favor. No podemos. No puedo.

—Cuando me manden a la horca, espero que recuerdes está conversación —espetó con frustración, poniéndose en pie y saliendo de la habitación a toda prisa. Lucy contuvo las ganas de llorar y controló su respiración lo mejor que pudo para no despertar a su tía Michelle. No era razonable lo que le pedía. Tenían techo, comida, y protección. ¿Qué era lo que tanto le aterraba que quería salir? Podía imaginarlo, porque ella temió lo mismo cuando apenas llegó.

Pero ahora todo era diferente. Lucy se sentía cómoda, y estaba feliz de tenerlas allí, saberlas seguras.

Virgo entró a la habitación minutos más tarde, llevando consigo una bandeja de bocadillos y notando su perturbación. Procedió a consolarla, y Lucy se dió cuenta de que su doncella estaba enterada de los locos planes de su tía y su prima.

—No están siendo razonables —objetó. Virgo asintió, recogiendo los hilos que Lucy había dejado caer luego de semejante noticia.

—Es sólo que está asustada, señorita.

—Pero Mavis no tiene mi limitación y temo que haga una locura. ¿Te han dicho algo más, Virgo?

—Lo mismo que a usted.

—¿Y qué creen que harán contigo?

—Me dijeron que podía seguirlas o quedarme. Si se va con ellas, yo la acompañaré.

—Oh, Virgo, es que esto no está bien. ¿Cómo podríamos subsistir? ¿A dónde iríamos? Es... No es viable.

—Lo sé.

Virgo omitió el decir que, de ser unos meses atrás, Lucy hubiera aceptado aquella oferta sin dudar. No importaba si tenían como sobrevivir o no, pues había estado lo suficientemente desesperada por escapar de Salamander. Pero ahora parecía haber creado un pequeño puente de confianza, y eso la tenía alivia y aterrada a partes iguales. ¿Cuánto tiempo más se podría seguir ocultando la verdad? ¿Cuántos más secretos habría de guardar? Michelle le prohibió contarle a Lucy de la misteriosa carta que se vio obligada a entregar a un extraño en el pueblo. Había sido peligroso, pero fingió querer acompañar a otros sirvientes para la despensa, y el extraño hombre ya estaba a la espera de su mensaje. Sólo esperaba que no fuera para mal.

—Virgo, ¿el bordado está quedando bien? Se me ha dificultado mucho y ni siquiera sé si lo estoy consiguiendo.

La doncella miró el trabajo, impresionada. Sólo unas cuantas puntadas estaban fuera de lugar, por lo que le ayudó a corregirlas. Y entonces reconoció el emblema de la casa Dreyar.

—¿Puedo preguntar para qué lo quiere?

Era una tela grande, gruesa, y oscura. Tardó unos segundos en notar que se trataba de un abrigo. Miró como las mejillas de Lucy se teñían ligeramente y cerraba los dedos sobre su complicado bordado.

—Es... Es para Salamander —confesó después de unos segundos, apartando el rostro como si supiera que Virgo la observaba fijamente—. Es sólo una forma de agradecerle. Ha sido caritativo procurando un guardarropa para mi tía Michelle y para Mavis. Además me ha hecho algunos regalos. Sólo quiero devolver el gesto un poco. ¿Es tonto? Sé que hay grabados del emblema en broches, pero... No sé. Creí... Quizás deba dejarlo.

—Le encantará —aseguró Virgo con una sonrisa—. Ha elegido una tela muy buena y abrigante. Además, el bordado está quedando precioso. Le ayudo si gusta con los detalles más finos.

—Virgo, creo... —Lucy seguía pensando en la acusación de Mavis. Ella no estaba enamorada de Salamander. Sería una locura. Era sólo un fuerte sentimiento de gratitud tras ese último tiempo y el cambio en su comportamiento—. ¿Crees...?

—Dígame.

—Olvídalo, no es nada.

—¿Está segura? Sabe que puede confiar en mí.

—Lo sé, pero no es nada.

•°•°•🥀•°•°•

—¡Mañana será Navidad! —gritó Azuka con emoción, corriendo con Happy siguiendo sus pasos ante el trozo de comida que agitaba en una de sus manos.

Lucy sonrió, cerrando la pequeña caja donde Virgo le ayudó a guardar el abrigo para Salamander. La había terminado justo a tiempo, ahora sólo quedaba hacerle entrega de ella. Cosa que la ponía bastante nerviosa sin entender el motivo.

También había preparado unos pequeños regalos para el resto. Pero eran cosas pequeñas que había realizado en los largos días mientras conversaba con su melancólica tía Michelle. Mavis apenas y le dirigía la palabra, y le dolía mucho puesto que no quería estar así con su prima.

—Lucy, ¿ya tienes un regalo para mí? —preguntó Azuka con emoción. Lucy sonrió al escuchar la queja de Wendy y como intentaba reñirla sobre no ser tan interesada en lo material.

—Claro que sí, tengo un regalo para todos, es pequeño, pero espero que te guste.

—Señorita, su esposo se acerca. ¿Quiere hacerle entrega de su regalo?

—¡Todavía no, rápido! Ayúdame a esconderlo. —le pidió veloz. Azuka estaba distraída sacándole la lengua a Wendy, por lo que no advirtió lo del regalo. Cosa que agradeció o podría delatarla. Ya estaba oculto cuando su esposo entró sin avisar, cómo acostumbraba. Fingió no saber de quién se trataba, y sentada como si hubiera estado disfrutando del fuego, preguntó—. Virgo, ¿quién entró?

—Soy yo, querida. Virgo, ¿me permiten un momento con ella? —parecía tener prisa, cosa que la llenó de curiosidad.

Virgo atendió rápido a su petición y retiró a las dos chicas, prometiendo a la más pequeña un vaso de jugo ante su renuencia. Azuka pedía ver su regalo, y Wendy volvió a regañarla. Su pequeña discusión se fue alejando hasta volverse un ruido lejano. Consciente, escuchó a su marido moverse por la habitación y abrir lo que seguramente se trataba del guardarropa. ¿Dónde había escondido Virgo el regalo? Temía que lo encontrara antes de tiempo.

—¿Necesitaba decirme algo?

—No, es sólo que me duele un poco la cabeza y Azuka tiende a gritar mucho.

—¿Lo dice en serio?

—Es un chiste —ahora su voz provenía detrás suyo, y parecía cargar algo—. En realidad, venía a preguntarle si bajará para el banquete de la noche.

—Por supuesto, ¿O es que acaso no estoy invitada?

—Eso jamás. Es usted la invitada más importante. Me tomé la molestia de decirle a su tía y a Max, que están cordialmente invitados. Pero, a juzgar por su respuesta, dudo que lo hagan. Tal vez usted les haga cambiar de opinión.

—Lo intentaré.

—Algo más. ¿Le importaría tocar una melodía para nosotros? Juvia prometió cantar un poco, pero quiere saber si sería tan considerada para deleitarnos con su talento en el piano.

—Para mi será un honor.

—Muy bien, la veré abajo más tarde entonces —se despidió, quedándose unos segundos a su lado antes de retirarse tan rápido como llegó.

El resto del día se la pasó preparándose para la noche buena. Sorano le había hecho un nuevo vestido que no dudaba estuviera hermoso. Y Virgo calentó unas pinzas en el fuego para hacerles unos bellos rizos. Lo que más le llevó tiempo fue el complicado pero elegante peinado alto que Virgo insistió en hacerle. Los rizos descendieron por uno de sus hombros, tocando la piel desnuda que el vestido de mangas caídas dejaba a la vista.

—Está preciosa, señorita —elogió Virgo una vez terminó su tarea de prepararla.

—Gracias, Virgo. Te lo debo a ti —respondió, tocando el grueso rizo en que se fundía todo su cabello y descansaba sobre su pecho—. ¿Tía Michelle aceptó bajar?

—Sí, en un momento iré para hacerle un peinado. La señorita Mavis le ayudó con la vestimenta.

—¿Y Mavis, bajará?

—He logrado conseguir un atuendo adecuado para ella dada su nueva identidad. Y déjeme decirle que como muchachito se ve adorable.

Lucy sonrió. Al menos podría tenerlas a su lado en el salón. Se sentía un poco nerviosa. ¿No estaba vestida demasiado elegante? Virgo decía que era adecuado, pero ella no sabría decirlo. Y luego estaba el asunto de tocar en el piano, cosa que había hecho desde que tenía memoria, pero saberse observada la ponía nerviosa. Salamander se había preparado en la otra habitación, cosa que la extrañó un poco. Pero su doncella aseguró que no quería molestarla mientras se preparaba, lo cual le pareció sensato. Por eso, cuando Virgo abandonó la habitación en busca de su tía Michelle y casi al instante escuchó abrirse la puerta, puso toda su atención, aunque no escuchó más.

—¿Quién es?

—Un simple mortal ante una diosa —respondió después de unos segundos en silencio. Se acercó a ella, tomando su mano con delicadeza y depositando un beso en sus nudillos—. Qué encantadora te miras, Luce.

—Salamander, no sea adulador.

—Para nada. No es más que la absoluta verdad.

Lucy sonrió divertida por su tono de fingida ofensa. Lo sintió acercarse y supuso que se inclinó ante ella por el sonido de su ropa al plegarse. Entonces sintió su mano posarse sobre su mejilla, y a pesar de no verle sabía que tenía toda su atención. Su cercanía la aturdió, más no intentó alejarse de su contacto, y aguardó expectante a cuál sería su siguiente movimiento. ¿Cuál era su expresión? ¿De qué color eran los ojos que la miraban en ese momento? El deseo de saberlo se vertió cómo un sutil veneno que causaba un cosquilleo antes de adormecer sus movimientos y limitar su actuar. Ella podía sentirlo y oírlo todo, más no existía posibilidad de apartar aquella tierna vulnerabilidad de sus miembros. Hacía mucho que no sentía eso, y recordó con un pequeño sobresalto el contacto de Natsu, tan suave pero tan seguro.

—Luce, tengo una pista de Jude.

—¿Cómo dice? —esperaba cualquier cosa menos eso. No aquel nombre. Era como si hubiera roto una fina burbuja congelada en la cual se refugió de su recuerdo. Él tomó su mano al sentir su repentino temblor.

—No temas. He estado en contacto con la policía inglesa y tengo a alguien de confianza en Inverness que me avisa de cualquier movimiento. Cabe recalcar que sí bien tú eres la dueña de estas tierras, antes de casarte conmigo él era tu tutor y debías tener su autorización para cualquier cosa que hicieras.

—Le he dicho que nada de esto es mío. Los papeles...

—No me importan los papeles, Lucy. Lo que me importa es tu seguridad. Lo que quiero decir... es que fue visto en Inverness.

Eso bastó para que su respiración se alterara y se pusiera de pie al instante, casi chocando con él. No sabía la distancia exacta. Pero el hecho de que fuera visto la aterró. El veneno que recorría su sangre la paralizó por fin y sintió ganas de echarse a gritar por la desesperación.

—¿Por qué? ¿Por qué me dice esto?

—Créeme que jamás te habrías enterado de no ser porque atrapé a tu prima escuchando a hurtadillas cuando mi mensajero llegó —espetó con molestia. Lucy entendió su punto—. Y no te preocupes, aunque he sentido las ganas de arrojarla al calabozo he decidido que seré yo quien te de la noticia. Pero tendré una charla con ella mañana.

—Estoy segura de que no quiso escuchar su conversación. —¿Sería eso el por qué Mavis parecía tan asustada por la mañana? ¿Por qué no se lo dijo entonces?

—Lo dudo, pero ya ha ocurrido y lo que queda ahora es que voy a seguir la pista. Dudo mucho de que venga solo. Y si cree que podrá llegar hasta aquí por su cuenta, está muy equivocado. Lucy, sólo quiero que sepas que él no podrá tocarte. Estás a salvo conmigo.

Ella quería creerle. Pero no podía. No después de lo que Jude le hizo a Natsu. No quería exponer a nadie del castillo a la ira de Jude. Ante su silencio, él se aproximó a ella y la tomó por los brazos, dándole un suave apretón.

—¿Confías en mí? Te voy a proteger, Lucy.

—Salamander, no quiero que nadie salga herido...

—No lo hará. Esto terminará muy pronto.

No podía creerle. Algo dentro de ella no la dejaba en paz, y tenía un miedo que no conseguía calmar. Pero su charla no se alargó más pues Azuka llamó a la puerta y escuchó como Wendy a lo lejos la reñia por subir casi corriendo las escaleras. Salamander la acompañó, y durante todo el trayecto su mano que posó en su antebrazo mientras la guiaba escaleras abajo, se cargó de calidez ante su contacto que buscaba ofrecerle apoyo. Pero ella se sentía helada.

El salón estaba abarrotado del agradable olor de la cena. Los sonidos de las carcajadas y estridentes charlas se detuvieron cuando ella supuso aparecieron por la puerta lateral. Luego el cuchicheo volvió y reconoció el aroma del perfume de Juvia aproximarse antes de que está incluso le hablara.

—Lucy, ¿te sientes bien? Te ves un poco pálida. —esto último lo dijo inspeccionando al hombre a su lado, buscando el origen de su falta de color. Salamander rodó los ojos y alzó las manos en señal de inocencia.

—Estoy bien, sólo he perdido la costumbre con los lugares llenos de gente.

—Pero aquí estás en confianza, cariño. No hay nada que temer —expuso Cana, empujando a Salamander para apoderarse del lado derecho de la joven mujer—. Hazte a un lado, grandote. Es nuestra a partir de ahora.

Lucy sintió que un poco de su tensión se aliviaba tras escuchar a Juvia reírse y a Cana empujando a ambas en una dirección que sólo podía adivinar. El banquete fue sin duda maravilloso, y vaya que se habían esmerado con la cantidad y preparación de platillos. En la gran mesa, Lucy podía oír el sonido de los cubiertos con el entrechocar de los platos, así como las amenas charlas y viejas anécdotas. Su tía Michelle no se adentraba mucho en la conversación, pero Juvia tan encantadora como siempre buscaba introducirla a la charla con temas diversos, sin adentrarse en lo personal. Se sentía agradecida por ello. Sabía que Max se encontraba a su lado, pero hasta ese momento no había emitido sonido alguno.

—Quizás no sea un tema de mi incumbencia pero dado que Max se encuentra con nosotros he de suponer que es parte de la familia —habló Zeref de pronto. Más cerca de lo que Lucy esperó que se encontrara. Parte de la charla en el comedor se extinguió, y ella creyó que por un momento el tiempo se había detenido.

—¿Tiene algún problema con que se siente? —quiso saber Michelle, limpiando la comisura de sus labios con delicadeza antes de verle directo a los ojos. Zeref tenía la vista clavada en el muchachito a su lado, pero regresó su atención a Michelle cuando está le habló.

—En absoluto, lo decía como un vago interés por su origen.

—Es irrelevante.

Mavis tenía la vista clavada en el plato, sentía que sí lo veía, cómo seguramente él estaba haciendo, la descubriría. Su mandíbula tembló, había sido mala idea bajar. Pero su madre había insistido tanto. Apretó las manos un instante, e intentó relajarlas de vuelta. Él no podía reconocerla, ¿verdad? Estaba muy delgada, con ropas de hombre, se había cortado el cabello y encima lo pintó. No. Él no podría... Pero Natsu lo hizo. Aquel hecho la enfrió. Quería irse.

—Si le molesta mi presencia, me retiraré —musitó por lo bajo, intentando con todas sus fuerzas que la voz no la delatara. Recorrió la silla hacia atrás, pero Michelle sujetó su muñeca y le detuvo.

—No, no tienes por qué irte.

—No. No tienes por qué irte... Max. Disculpa mi comentario sin sentido.

Lucy no sabía que había estado reteniendo la respiración hasta que la gran mano de Salamander tomó la suya y le dió un suave apretón en señal de apoyo. Inhaló profundo y se llevó a los labios la bebida que tenía servida delante suyo, contando pequeños pasos con sus dedos sobre la pulida madera para identificar la distancia exacta.

Juvia, intentando aliviar el tenso ambiente que había caído luego de semejante pregunta, empezó una charla sobre la breve estadía en Londres que había tenido el gusto de pasar. Si bien estaba acostumbrada a un ritmo de vida más tranquilo, los bailes habían sido bienvenidos. Sin embargo, su propia mente la traicionó cuando recordó a un hombre en particular que se había acercado a ella para bailar. Apartó el recuerdo, sintiendo los ojos de su hermano Gajeel sobre ella. Continuando por la enorme diferencia de arquitectura y vestimenta, pues si bien adoraba sus ropas cingaras que le permitían moverse como mejor le placiera, por unos instantes se había sentido como una dama de la alta sociedad con aquellos elegantes vestidos.

La charla continúo hasta que Cana se puso de pie tan rápido que casi arrojó la silla detrás suyo, y acercándose a Gajeel le pidió que la sacara a bailar. Este cedió a regañadientes, una vez terminó su cena y le pidió no dar tantas vueltas o regresaría lo que había ingerido. Juvia se rió, Lucy también sonrió ante su tono dramático. Salamander tiró suavemente de su mano, y parecía querer decirle algo cuando una mano femenina se posó sobre uno de sus hombros descubiertos y se inclinó para susurrarle cerca del oído.

—No te molestará que me saque a bailar, ¿verdad? —inquirió Erza con un tono divertido y quizás, un tanto sarcástico.

Lucy retiró su mano bajo la de Salamander y las apoyó en su regazo.

—En absoluto.

La pequeña asfixia que sintió en la garganta tras decir eso le pareció molesta, pero pasajera. Cuando sintió sus presencias alejarse, supo que ya no podría comer nada más y Virgo se aproximó a retirarle el plato.

—¿Puedo ayudarle en algo más mi señora? —inquirió Virgo al notar su silencio. Lucy pudo oír de fondo una carcajada cuya dueña identificó como Scarlet—. ¿Gusta un poco de chocolate caliente?

—Me encuentro bien, gracias —revolvió las manos en su regazo, sintiendo una incomodidad extraña. ¿A qué se debía? A su lado escuchó a Max soltar una pequeña risa, y a Michelle intentando hacerle callar. Lucy prestó atención a su conversación sin mostrar su interés, sujetando con su mano la copa que le había servido de sidra.

—Max, ya basta.

—Es más que obvio que son amantes. Sólo porque Lucy no pueda verlo no significa que nosotras tampoco y se mueven como si...

—Te he dicho que guardes silencio —a esas alturas parecían haberse quedado solas en la mesa a juzgar por lo notable de su conversación. Lucy inhaló hondo, dejando que la información se vertiera en ella como un balde de agua helada.

De nuevo las risas de esa mujer, cuyas voces ajenas decían tenía el cabello del color de la sangre. Había escuchado que era muy hermosa, y recordó con un pequeño deje de vergüenza que le había contado algo muy personal a ella y Cana. No volvió a hablarlo de manera abierta con ellas, deseando con todo su ser que lo hubiesen olvidado puesto que no se había vuelto a mencionar. Pero, ¿y si no era así? De cierta manera entendía la personalidad de esa mujer; fría y cautelosa a su alrededor, luego de lo que había sufrido tras confiar ciegamente. Pero eso no lograba calmar el sentimiento de molestia que le punzaba en esos instantes.

—¿Lucy? —era la voz de Zeref, inclinado a su lado a juzgar por la cercanía de su tono y el aroma masculino que llegó a ella. Lucy le prestó su atención—. ¿Me acompañas en esta pieza? Sé que no es demasiado formal pero veo que necesitas distraerte.

Lucy sabía que se refería a la alegre música que en nada se parecía a las clásicas notas que solían tocarse en los bailes londinenses. Asintió, alzando su mano que él encontró, depositando un suave beso en sus nudillos mientras la ayudaba a ponerse en pie y la guiaba al salón continúo. Zeref se alejó sólo un instante, y cuando la alegre nota terminó, comenzó una más lenta, y hasta cierto punto melancólica. Lucy supo qué él había sido el causante, por lo que agradeció que no la instara a bailar algo para lo que no tenía ánimos, y posó una mano sobre la suya y otra sobre su hombro mientras él hacia lo propio y una de sus manos descansaba en su cintura.

—Estás más delgada de lo que recuerdo —murmuró él con una nota de tristeza en su voz. Lucy por un momento olvidó a Erza y Salamander. Se dejó transportar por los recuerdos, a una época donde sólo eran ella y Zeref en los bailes, cuando él se acercaba para hacerle un ligero coqueteo que buscaba animarla en cada baile. Pero pensar en Zeref, era acordarse de Natsu, y su energía y su presencia en cada baile, buscándola como un lobo pero siempre tratándola como un galante caballero.

—A veces los propios recuerdos nos pueden engañar —respondió con una nota de humor, dejándose llevar por sus pasos en una conocida danza.

—No a mí. Te veo... no eres la misma Lucy. Y no sé qué hacer para recuperarla. 

Cohibida por sus palabras, y su tacto tan suave como si temiese romperla, Lucy bajó la cabeza un momento, incapaz de controlar las expresiones de frustración y tristeza que sabía cruzaban por su cara.

—Vuelve conmigo a Londres, cuando la primavera llegue —le pidió en un susurro atormentado cuando se aproximó a ella por un instante. Lucy se tensó, y negó sin pensarlo—. Lucy, por amor de Dios...

—Zeref, no quiero tener está conversación —suplicó, temiendo que fueran escuchados.

—Y yo no puedo permitir que esto siga así —replicó.

—Yo... —Lucy chocó con algo de pronto, algo duro pero cálido. Se dió cuenta de que trataba de una persona, y apenas sintió sus manos sobre ella supo de quién se trataba tras percibir su aroma y reconocer su presencia—. ¿Salamander?

Mo ghràdh, ¿me concedes la siguiente pieza? —Lucy reconoció la manera en qué la llamó, puesto que ya antes lo había hecho y Juvia le estaba enseñando un poco de gaélico. No pudo ocultar la expresión de sorpresa cuando sintió que sus manos se deslizaban de sus hombros a sus codos y tiraba de ella. Zeref no retuvo su agarre, pero su mano sí que tardó en soltarla. Avergonzada por aquel gesto posesivo, Lucy no protestó cuando él se posó delante suyo y la sujetó con más cercanía de la que era debida para un baile—. ¿Interrumpí su charla?

—En absoluto.

—¿De verdad? Parecía un poco conmocionada.

—Por su repentina posesividad, claro está.

Él se mantuvo callado unos segundos, seguramente observándola mientras se movían en una danza un poco más enérgica, más consciente de su presencia junto a ella. Lucy ignoró los sonidos a su alrededor, concentrada en él, en lo que él quería lograr con aquel espontáneo actuar.

—Sólo ahuyento a los perros que vienen a oler sus faldas.

—¿Y quién ahuyenta a las perras que vienen a menearle la cola?

Lucy misma se sorprendió de aquel comentario tan brusco, y sintió el calor inundar su rostro y cómo él se tensaba por unos instantes. Más no se retractó, y mantuvo la barbilla en alto cuando él la hizo girar entre sus brazos, pegándose a su espalda para susurrarle al oído con un tono curioso.

—¿Acaso son celos, querida mía?

—Está desvariando o ha bebido demasiado.

—No he tomado más que una copa y no es suficiente siquiera para hacerme bostezar. ¿Has llamado perra a Erza?

—¿Y usted ha llamado perro a Zeref? —el agarre en su cintura se intensificó conforme la música se acercaba a su clímax. Lucy intentó apartarse, pues se sentía sofocada y la cara le ardía al comprender lo que había dicho y cómo se veía a ojos de él.

—Déjame ver si comprendo. Me niegas el acceso a tu cama, me dices que busque en otra parte lo que tú no me das, ¿y ahora te molesta?

Lucy sintió como si la hubiera empujado con ello, incrédula porque se lo echase en cara. Apenas la última nota terminó, se dió la vuelta e intentó avanzar, no le importaba hacia dónde pero caminó lejos de él. Entonces escuchó un grito de advertencia y antes de que pudiera reaccionar Wendy se aferró a su cintura y la tiró al suelo. Lucy cayó, incapaz siquiera de emitir sonido alguno cuando el golpe sacó el aire de sus pulmones. De pronto escuchó las pisadas apresuradas y supo que estaba rodeada. Los ojos le ardían, y fue la voz nerviosa de Wendy lo que la sacó de su aturdimiento.

—Perdóname Lucy, ibas directo al fuego. De verdad lo siento, ¿estás bien?

—Lucy, ¿te quemaste? —quiso saber Cana, revisando el bajo de su falda. Lucy asintió con lentitud, llevándose las manos a las mejillas ara tratar de calmarse al sentir el picor de las lágrimas en sus ojos. No quería llorar delante de todos. Su tía también estaba allí, casi empujando a todos para ir con ella, pero aceptó la ayuda de Cana, negándose a apoyarse en Salamander cuando lo supo a su lado—. Oh, chica. ¿Por qué has salido corriendo así? Salamander, ¿qué hiciste?

—Recordé que Juvia quería que tocara el piano, y pensé en hacerlo antes de que los pequeños se vayan a dormir —se apresuró a responder con calma, queriendo evitar a toda costa que la conversación entre ambos saliera. Salamander se mantuvo callado, apoyando su versión sin más—. Fue un sobresalto de mi parte salir corriendo así sin saber hacia dónde estaba girada.

Su explicación parecía absurda, incluso un poco exagerada, pero nadie objetó y ella agradeció que Juvia fuese en su rescate, ayudándola a caminar hasta el piano dónde tomó asiento, siendo consciente entonces del dolor en su espalda tras la caída. Ignoró aquel hecho, e intentó olvidar la conversación tan absurda que había alterado sus emociones, y comenzó a tocar.

La voz de Juvia era sin duda hermosa, y entonando aquel canto de sirena con el ronco tono gaélico que la caracterizaba, Lucy sólo podía sentirse transportada a viejas leyendas de bosques encantados y hadas que cumplían deseos a las almas puras de los niños. Sabía que había escapado, que se encontraba justo en el ojo de la tormenta, y cuando la noche avanzara, se aproximaría a ella hasta que no lograse escapar.

•°•°•°•🥀•°•°•°•

Continuará...

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