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Capítulo 56.

N/A: Se nos va el año y yo no me podía quedar sin actualizar. Lamento de verdad la espera, pronto los pongo al tanto de qué fue este loco año. Mientras tanto espero disfruten del cap y pronto respondo comentario. Los quiero ~♥️

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Aquella tarde había visto a Madame Vermillion sentada frente al fuego y a Max echo un ovillo a su lado mientras parecía estar entretenido con alguna clase de juego con Wendy. Zeref se limitaba a evitarlos aquello días, y si bien sabía de que tendría que limar asperezas con él, no encontraba cómo. Su esposa, por otra parte, no parecía pasarla tan mal con el clima. Recordó con diversión como las criadas revolotearon alrededor de ella ofreciéndole mantas y cuánta bebida caliente tuvieran a la mano para que entrase en calor, a pesar de que Lucy  decía encontrarse bien y con una risita divertida les explicaba que no hacía falta. Al caer la noche, y tras cenar, vio que Virgo subía y bajaba un par de veces. Él salió un rato a cabalgar, aún en contra de las advertencias de su abuelo que le decían que el clima podía ser un poco traicionero. Si bien estaba frío, también se sentía animado por la actividad nocturna. Y por el hecho de que esos últimos días Lucy había salido a dar caminatas con él. No logró convencerla de montar en caballo nuevamente, pero por las tardes, tras echar a Wendy a regañadientes, Lucy caminaba de su brazo alrededor del castillo, y conversaban... ¿De qué conversaban? El sentimiento de culpa a veces era tanto que no le permitía oírla del todo. Lo importante era que las cosas se habían suavizado, ¿verdad?

Suspiró con fuerza en el último tramo de escaleras y llegó a la habitación que había de compartir con ella, la escuchó tararear a través de la madera, y trató de no hacer mucho ruido al entrar con tal de escuchar su melodía, pero sus ojos que la buscaron delante de su tocador, dónde solía cepillarse el pelo y cantar en voz baja, no la encontraron allí. Sino recostada en la bañera delante del fuego y con la cabeza echada atrás, dejando que sus cabellos previamente lavados se esparcieran. Tragó con fuerza al comprender que se había estado dando un baño, pero por alguna razón decidió quedarse quieta un rato, mientras comenzaba a entonar una melodía con su propio acento, en su idioma madre. Sorprendido le prestó más atención, escuchando aquella canción que estaba seguro ella no tendría por qué conocer.

Por un momento, él regresó a aquellos días de su niñez, cuando cantaba aquella canción como un arrullo que siempre le recordaba los buenos tiempos. Fue un espejismo que luchó por entrar y al cual le costó desterrar una vez lo revivió en su mente. Pero no podía permitir que algo así le volviera vulnerable. Lucy tenía el rostro girado hacia el fuego, y gran parte de su cuerpo se hallaba sumergido, aunque sus rodillas se asomaban y parte de su pecho también. Los brazos que tenía apoyados a los lados se movieron, y ella se echó un poco más de agua en el rostro antes de terminar su canción e intentar incorporarse. Sabía que debía hacer notar su presencia, pero la visión de ella de pie, completamente desnuda y con la piel sonrosada por el calor, brillante por la humedad, le provocó un oscuro deseo que intentó reprimir. No obstante, cuando ella había colocado un pie fuera y buscaba la toalla en la silla que estaba en las cercanías, se decidió a hacer notar su presencia.

—¿Quién le enseñó esa melodía? —Lucy abrió los ojos de par en par y toda su expresión cambió por el pánico. Natsu se abalanzó sobre ella al verla tropezar y sólo fue capaz de amortiguar su caída con su cuerpo. Pasaron tensos segundos, hasta que ella se quejó y la sintió tensa arriba suyo.

—¿Salamander, es usted? ¿Por qué ha hecho eso? Me ha dado un susto de muerte y... ¡Ay, duele, no, aguarde! —Lucy se encogió, y él dirigió su mirada a dónde su pierna había quedado arriba del borde de la bañera, dándose con la dura orilla justo en la espinilla—. Me he golpeado, espere. ¿Mi toalla? Quiero cubrirme.

Él se incorporó con ella en brazos, llevándola a la cama donde la sentó para revisar su pierna. Sin embargo, Lucy se resistió a qué la revisara e intentó cubrirse.

—Salamander, por favor, deje que me cubra.

—Lo lamento, no quería asustarte. Es sólo que me sorprendió escucharte cantar esa canción.

—Juvia me la enseñó. Ahora deje que me cubra.

Juvia. Debía imaginarlo.

—Salamander, estoy mojada, estoy empapando toda la cama, si me permite...

—Es culpa mía que te hayas golpeado, deja te pongo algo para el dolor. Quizás te haga un morado.

—No hace falta, de verdad, sólo haga notar su presencia y no me hable sorpresivamente desde atrás —le amonestó ella. Natsu revisó su pierna, y aunque el moratón aún no aparecía, se comenzaba a hinchar—. Salamander, le suplico...

—¿Es un mal hábito suyo suplicar por cosas sin importancia? Ya te he visto desnuda, no te alteres.

—¡No me importa lo que haya visto, exijo que me deje cubrirme! —objetó ella con renovada molestia y quitando su mano de la suya. Natsu supo que su comentario la había provocado, y le costaba contenerse, pero sabía que debía intentarlo.

—Luce, perdóname, no me refería a...

—Sé a lo que se refería, ahora hágase a un lado y deje que me vista —no tuvo más opción que hacerlo, sintiéndose culpable por seguirla con la mirada hasta que la guió detrás del biombo que Virgo tuvo la astucia de proporcionar en su habitación.

—¿Necesita ayuda?

—No —fue la tajante respuesta de su esposa mientras escuchaba el susurro de la tela. Sabedor de que era el culpable en esta ocasión se dejó caer en la pesada silla y procedió a sacarse las botas delante del fuego. El pesado abrigo también cedió y se encontraba desabotonando su camisa cuando la figura de Lucy capturó su atención nuevamente, deslizándose cerca de la pared para llegar a su pequeño tocador dónde tomó un cepillo.

—Creí que Virgo le ayudaba con todo esto.

—Considerando que compartimos habitación, supuse que no le gustaría tener a mi doncella mucho tiempo por aquí, así que he aprendido a hacer estas cosas básicas por mí misma.

—Si necesitas de ella no le prohíbo la entrada.

—Estoy bien.

—Lucy, perdóname, no era mi intención sonar de esa manera. Lo que quería decir es... No debes sentir vergüenza conmigo, y pienso cumplir mi palabra respecto a lo acordado, no voy a tocarte si no me lo permites.

Ella sintió una súbita tensión subir por su columna, y por un momento el cepillo quedó suspendido antes de volver a encontrarse con las húmedas hebras doradas. Él supo qué había dado en el clavo tras notar su tensa postura.

—Bien... Aprecio que mantenga su palabra.

—No actúes como si fuera a saltar encima tuyo.

—Salamander, no quiero adentrarme en ese tema, por favor. Mejor dígame, ¿por qué le ha sorprendido tanto que haya estado cantando esa canción?

—Sólo no lo esperaba.

—Su tono no sugería sorpresa, sino más bien indignación.

—¿Ahora puedes notar mi estado de ánimo con mi voz?

—He aprendido a confiar en mis otros sentidos, y sé notar cuando algo no le agrada.

—¿Sabes qué no me agrada? Esa formalidad al hablarme —Si ella podía esquivar un tema, él también podía hacerlo—. Puedes tutearme, ya te lo he dicho.

—Le he llamado por su nombre muchas veces.

—Pero sigues refiriéndote a mí como si... Sabes de lo que hablo. Trátame de , no usted.

—¿Por qué le molesta que le trate como trato a todo mundo?

—No, así no tratas a todo mundo —la miró con el ceño fruncido—. Ni siquiera a Zeref te refieres de esa manera, te he oído.

—¿Y qué tiene que ver el cómo me dirijo a lord Zeref con mi trato hacia usted?

—Soy tu esposo.

—Y le trato con respeto.

—Lucy, ya hemos pasado esa línea.

—No entiendo cuál es su molestia con esto, Salamander, ya le tuteo, ¿por qué...?

—A Natsu no le hablabas con esa formalidad. —De pronto el silencio llegó a un nivel tan bajo que la tormenta de nieve que se desataba fuera sonó como un rugido. No obstante, apenas y oía porque el propio sonido de su corazón latiendo inundaba sus oídos. Lucy se quedó muda, y por fin dejó de cepillar su cabello para girarse en su dirección. Su rostro ardía, y sintió la necesidad de cubrirse a pesar de que ella no le veía—. Olvida lo que dije.

—¿Qué sabe de mi trato hacia Natsu? —Ella ahora sí estaba a la defensiva, y se puso de pie para dar un par de pasos hacia el sonido de su voz—. ¿Quiere que lo tutee? Bien. Te pido, no. Te exijo, que dejes de meter a Natsu en nuestras conversaciones, no sé cómo fue relación con él, pero no me gusta el modo en que te refieres a su memoria cada vez que lo mencionas.

—No quiero discutir.

—Yo tampoco, así que demos por cerrador el tema y si no tiene nada más que agregar, Virgo le dejó la cena en su escritorio ya que no se presentó a la hora acordada.

—Estaba revisando la aldea, ha comenzado a nevar.

—¿Está todo en orden? —Sabía que intentaba seguirle la corriente, pero él no estaba cómodo. Era una muralla impenetrable, invisible, que le impedía tener esa cercanía que tanto buscaba con Lucy. ¿Cómo lograrlo? No importaba lo que hiciera, ella jamás olvidaría el modo en que la trató en un inicio, ni lo que hizo.

—Sí, todo en orden... —Echó un vistazo a la bandeja, pero las gachas que había comido por el camino le asentaron pesadas y no tuvo estómago para algo más, por lo que giró la silla al fuego y lo contempló con aire perdido—. La canción que estabas entonando, me la enseñó mi madre. Discúlpame si soné muy rudo, hace muchos años que no la oía, aunque no he olvidado su letra.

—Juvia me dijo que es una canción de cuna de su herencia gitana.

—Sí, algo así.

—¿Su madre...?

—Era cíngara, se unió a ellos durante su adolescencia cuando mi abuelo quiso buscarle marido y ella se opuso, así que huyó.

Lucy se mantuvo en silencio unos segundos.

—¿Y usted...?

—Soy un bastardo de una relación pasajera. —Ella había escuchado eso antes, pero se negó a hablarlo porque no quería traer ese tema a colación. Le recordaba a...— y antes de que te hagas ideas, Makarov sólo tuvo una hija, mi madre era su sobrina pero la quería como a una hija.

Ella respiró de nuevo, no sabía que había contenido la respiración. Y la idea fugaz que pasó por su mente le pareció tan ridícula que se echó a reír sin querer.

—¿Qué es tan gracioso?

—Lo lamento, por un momento me pasó por la cabeza que Natsu y tú... Eran hermanos. O medio hermanos... Su historia sonó parecida, pero Natsu me dijo que su madre ya tenía relación con los cíngaros por parte de su abuelo.

—Sí, quizás nos parecemos más de lo que crees... —sugirió con un tono misterioso. Lucy carraspeó.

—Me han comentado de su parecido... Salamander, tal vez esto le suene raro. Verá...

—Lo estás haciendo de nuevo, tu formalidad.

—Salamander, si me permites, ¿puedo tocar tu rostro? Sé qué toqué parte de tu cicatriz en una ocasión, y lo siento si fue intrusivo de mi parte.

Él sintió que el corazón se le detenía un momento, para latir con tanta fuerza que lo sentía contra su pecho.

—¿Quieres tocar mi rostro?

—Si no quieres lo entiendo. Es sólo algo que hago cuando me lo permiten, ya sabe, es una manera de imaginar cómo son las personas a mi alrededor.

Ella quería tocar su rostro. De pronto fue como si una puerta se abriera delante suyo, una brecha en ese muro. No había llave, y estaba muy cerrada, pero la puerta estaba. Y él no quería desperdiciar esa oportunidad. Se puso de pie al instante para llegar hasta ella, y de última instancia se retiró la peluca porque ella podría notar las horquillas que la sostenían o la existencia de más cabello debajo si profundizaba demasiado. Lucy dió un sobresalto al notar que se acercaba al momento, pero se recompuso y volvió a carraspear.

—No tienes que hacerlo si no quieres.

—Para mí es un honor —confesó, tomando ambas manos de Lucy y depositando un suave beso en sus nudillos—. Admito que comenzaba a sentirme celoso cuando supe que habías hecho eso con Juvia y Wendy.

—Está bromeando. —Lucy intentó dirigir el pensamiento de que su corazón latía tan desembocado debido al enfrentamiento de hacía unos minutos y no a la expectativa de tocar el rostro de su marido.

Pero la sensación no desapareció cuando tocó su masculina cara, y el cosquilleo se acrecentó ante la sombra de su barba alrededor de su mandíbula que parecía estar un poco tensa. Subió, recorriendo la piel y sintiendo las formas de su cara, formándose una imagen mental y tomándose su tiempo, queriendo comprobar algo. Llegó a su cabello, rebelde pero suave, tan largo que bien podría atarse una coleta, y pensó en la imagen que desde pequeña tenía de los hombres de las tierras altas. Volvió a bajar por sus marcados rasgos, sintiendo un vacío asentarse en la boca de su estómago mientras inspeccionaba. Tocando sus párpados cerrados cuando pasó por sus ojos, sus pobladas cejas y los altos pómulos. Descendió por su recta nariz, y apenas rozó sus labios lo suficiente para saber su forma.

—¿Qué le parece? —inquirió él, con la voz un poco más ronca, en un susurro apenas exhalado. Lucy bajó hasta su mejilla, dónde una irregularidad descendía, haciéndose más grande, con una textura diferente a la de su piel. Una cicatriz. Una gran cicatriz, y cuando llegó a la parte más ancha, justo en el lateral de su cuello, no pudo evitar estremecerse al pensar en lo doloroso que debió ser. Él respiraba con fuerza mientras tocaba su cicatriz, y ella también. Lucy no quería preguntar, teniendo un vago recuerdo de una explicación poco caballerosa de un esposo vengativo por una amante. Porque en su mente volvió el grito de Natsu que fue acallado cuando la hoja cortó su cuello.

Natsu. Su madre era una cíngara. Era nieto de Makarov. Su aroma, tan característico, y unos rasgos que ella había tocado hasta la saciedad y que jamás había podido olvidar, sus manos tenían su memoria. Y ese hombre delante suyo, se parecía terriblemente. Pero era absurdo, ¿verdad? No podría ser así, por muchas razones, más de las que podría enumerar. Pero el pensamiento tan intrusivo estaba allí, y no conseguía sacarlo. Tuvo que enumerar los motivos.

Para empezar, su voz. Esa no era la voz que había susurrado su nombre con tanta adoración. Si bien la historia de su madre era parecida, ¿no había muchos cíngaros con historias similares tras huir de casa? Su aroma, quizás estaba confundida y sólo se parecía. O usaba la misma colonia, o era el olor de sus alrededores. Estaba confundida. Él se llamaba Salamander, y por lo que le habían dicho, su cabello era negro, no rosa, y eso no era algo que podría pasar desapercibido. Lucy respiraba con dificultad, empujando la idea con tanta fuerza que sintió punzadas en la sien. No era verdad. No podía serlo, la única manera sería que todo mundo a su alrededor hubiera decidió confabular para llevar a cabo semejante acto tan ruin. Y luego estaba el propio Natsu, su amado Natsu que tanto la había querido, sería incapaz de hacerle semejante cosa. Él jamás la dañaría, no la haría sentir como Salamander lo había hecho.

—¿Lucy, estás bien? Te has puesto pálida.

—Se parecen... sólo eso. Ya me lo habían dicho —fue lo único que atinó a murmurar cómo explicación para su repentino silencio y palidez. Intentó sonreír, dando una suave palmadita en su mejilla marcada, tocando con suavidad la cicatriz—. Sus rasgos son similares a los de Natsu, pero es obvio ya que son familia.

—¿Recuerdas los rasgos de él?

—Por supuesto.

°•°•°•°•°

Mavis maldijo por lo bajo cuando casi tropezó con el gran costal que llevaba en brazos, trastabillo y por poco se fue hacia delante. De pronto miró alrededor avergonzada, y tuvo que recordarse que no era una señorita que no podía decir esa clase de palabras. Se lo tomó con humor, y con no poco esfuerzo volvió a lanzar el costal sobre su hombro para poder ver el camino que la nieve había cubierto la noche anterior. Escuchó una suave risa, y saber a quién le pertenecía la impactó y le hizo buscar alrededor del extenso manto blanco en el que se había convertido los terrenos del castillo. Encontró a Lucy sentada intentando dejar de reír, a diferencia de Wendy que soltaba carcajada tras carcajada y se sujetaba el estómago con fuerza. Delante de ellas, Salamander soltaba un hilo de palabras apenas audibles mientras buscaba quitarse a un congelado felino azul que tenía las garras bien clavadas en su pierna.

—¿De dónde carajos has caído?

—Pobrecillo, demelo para que pueda abrigarlo —Lucy logró controlar su risa y estiró ambas manos en su dirección, pero Natsu no podía arrancarse al pequeño felino que cada vez le arañaba más.

—Sí sólo pudiera despegarlo —gruñó, acercándose a ella de modo que logró tocar al gato. Happy de inmediato ocultó las garras y brincó al regazo de Lucy, dónde se ocultó bajo el pesado abrigo y creando un gracioso bulto tembloroso a ojos de Wendy que se limpiaba las lágrimas—. Wendy, ¿no se supone que estaban en tu habitación?

—Pero si acabo de decirle está mañana que Happy saltó por la ventana hacia los árboles cuando vio un pájaro —acusó la menor.

—¿Y qué haces con la ventana abierta tras semejante tormenta? Es un felino aún pequeño, se pudo haber lastimado.

—Yo... —los ojos de Wendy se desviaron inevitablemente, a un hombre con un joven muchacho a su lado, mismo que justo volteaba en su dirección. Ambos se dieron cuenta de que sus miradas se habían cruzado, y al mismo tiempo la apartaron con vergüenza. Natsu miró eso, y reconoció al hijo de Macao, Romeo, quién ayudaba en los establos.

De inmediato la miró con expresión seria y vocalizo.

—No.

—¿No qué?

—A lo que estás pensando. Te he visto, y es un rotundo no. Olvídalo.

—No sé de qué me habla.

—Oh, claro que lo sabes niña, y ahora vuelve al castillo. Está muy frío aquí fuera.

—¿De qué me estoy perdiendo? —se interesó Lucy tras el cambio en el tono de voz de Salamander. Wendy, roja como una cereza, se pegó a su costado y miró al hombre con molestia.

—Salamander se ha puesto raro, no sé de qué me está hablando.

—Claro que lo sabes señorita, no creas que no noté las miraditas que Romeo y tú se han echado. Olvídalo, es un niño igual que tú.

—Pero yo ni siquiera...

—Vuelve al castillo, es la última vez que te lo digo.

—¡Lucy! —le llamó Wendy con vergüenza. La mujer le rodeó con un brazo.

—Salamander, es una niña que está creciendo. No puedes impedirle ver a su alrededor ni mantenerla recluida cada vez que un chico voltee a verla.

—¿Quieres apostar?

—Salamander —le llamó con un tono más serio en esta ocasión—. No seas el hermano mayor celoso. ¿No dijo que saldría a cabalgar un rato?

—Cambio de planes, ni creas que te quedarás señorita, andando.

—Wendy, querida, no le tomes importancia. Más tarde cuando se despiste podrás salir de nuevo.

—De acuerdo, me llevaré a Happy —no muy convencida, la joven se retiró casi arrastrando los pies y con el pequeño felino temblando entre sus brazos, a lo que Natsu miró incrédulo a Lucy.

—Estás burlando mi autoridad diciéndole eso.

—Ambos sabemos que lo hará en cuanto le pierdas de vista. Que lo haga sin culpa.

—¿Y esa es tu manera de arreglar las cosas? Bien. —Salamander le tomó la mano que ella había alzado y la ayudó a ponerse en pie, llevándola consigo a dónde ella sólo podía intuir por los sonidos—. No sé por qué dejó que me manipulen de esta manera. Si no fueras tan encantadora...

—Yo no le manipulo —replicó con fingida ofensa.

—Lo haces, con tu dulce encanto, me manipulas. —Lucy se quedó muda ante sus palabras, sin saber qué responder—. Aunque claro, admito que no haces mucho esfuerzo. Tengo una debilidad por ti.

—Deje de bromear.

—En absoluto.

—Es un salamero.

—¿Insultas a tu marido luego de hacerte un cumplido?

—Su cumplido se basa en llamarme una maestra de la manipulación cuando ni siquiera puedo ver mi mano delante de mi nariz.

Salamander se detuvo, girandose a ella y antes de que Lucy pudiera adivinar lo que haría, él se inclinó para tomarla entre sus brazos y cruzar el umbral de las puertas a su pequeño taller. Lucy se agarró de su cuello y camisa en un segundo, conteniendo a duras penas el grito de sorpresa al verse alzada y escuchando la pequeña risilla que él dejó escapar.  

—¿A dónde me lleva?

—Es una sorpresa.

—Dijo que saldría.

—Y te he dicho que hay un cambio de planes. Pasaré el día de hoy con mi esposa, puesto que últimamente la veo conversando bastante con Juvia, no vaya a ser que se les ocurra iniciar un pequeño incendio en las torres.

—¿Y por qué haríamos eso?

—No lo sé, las mujeres tienen pensamientos muy complicados en ocasiones y es difícil adivinar su siguiente movimiento. Me cuesta leerla.

—¿Usted me habla a mí de pensamientos complicados? —lo dijo con una nota de humor, a lo que él sonrió y la bajó, ayudándole a sentarse en una silla que tenía en un extremo de la habitación. Lucy sintió la calidez del lugar, por lo que bajó su capucha y prestó atención a los olores metálicos, y a madera quemada—. ¿Dónde estamos?

—Es mi pequeño taller de herrería.

—¿Conoce de herrería?

—¿De dónde crees que proviene el broche de tu abrigo? —Lucy tocó al instante el grueso broche grabado que descansaba en su pecho y sostenía el pesado abrigo. Sorprendida, delineó el fino grabado de un dibujo en metal que ella sólo podía imaginar.

—¿L-lo hizo? Es... Es increíble.

—Sólo es un grabado sencillo.

—Pero se debe tener un gran conocimiento para hacer esto que llama sencillo.

—Gracias —Natsu cerró la puerta y se quitó la negra peluca, peinando sus rosas cabellos fuera de su frente. Miró a Lucy largos segundos, con una expresión de anhelo que ella no podía notar. Carraspeó, procediendo a buscar en lo que había estado trabajando esa última semana—. De hecho, tengo algo para ti.

—Oh, es tan amable. Pero no hace falta.

—Quiero dártelo. Cómo prueba... Quiero que esto funcione —admitió. Lucy escuchó un suave tintineo, y luego él depositó lentamente una fina cadena entre sus manos, hasta que sintió la forma ovalada de un delgado dije—. Apenas lo terminé. No es necesario que lo uses, pero es para ti.

Lucy estaba muda, sintiendo con sus dedos el pequeño collar y a su vez sintiendo una gran pena por no ser capaz de verlo. Sentía que sus manos no lograban abarcar los detalles de semejante objeto, y una impotencia atroz le cerró la garganta. Él le había hecho un regalo.

—Sé que tú cumpleaños es hasta la primavera, pero quería que lo tuvieras.

—Muchas gracias... No tengo palabras para describir... Me apena tanto no ser capaz de verlo, siento que los grabados son muy detallados y...

Salamander se arrodilló delante de ella, sorprendido al ver las lágrimas en sus mejillas. Las limpió con cuidado, sintiéndose un tonto porque no sabía si eso era bueno o no.

—Lucy, le repito que no es necesario que lo tenga, entiendo que...

—¿Me ayuda a ponermelo? Quiero llevarlo —sería una grosería no hacerlo—. Quisiera ver el dibujo en el.

—Es una rosa. No es la gran cosa.

—Es hermoso, muchas gracias.

—No hay de qué —le ayudó a ponerse el collar, y la fina cadena descansó alrededor de su delgado cuello. El dije lanzó un destello de oro cuando descansó sobre el acolchado abrigo. Lucy se recompuso, apenada de esa súbita emoción que la había embargado. Sintió las manos de su esposo tomar las suyas, y como depositaba un suave beso en sus nudillos—. Quiero que esto sea prueba de que quiero hacer funcionar lo nuestro, Lucy. Sé que no es mucho, y no te pido que me perdones u olvides todo lo que ha ocurrido entre nosotros. Jamás me atrevería a ofenderte una vez más.

Lucy no tenía palabras. No, todavía no podía olvidar lo que había pasado entre ellos. Cada vez que él era tan amable y con tanta consideración hacia ella, volvía a su mente el día de su boda, y las primeras semanas consecuentes a ello. En aquel entonces le parecía un hombre tan diferente al que se arrodillaba delante de ella ahora. Había sido un hombre cruel, cargado de rabia y odio hacia ella. Y ahora... Ahora le recordaba tanto a...

Salamander se sentó a su lado y la atrajo contra él al verla llorar. Le dolía verla así de vulnerable, y no podía culparla porque había visto su expresión. La misma expresión que ponía cada vez que los recuerdos pasados de su trato volvían a ella.

—Seré una esposa adecuada... Se que no puedo tomar todas las tareas debido a mi condición, pero intentaré... intentaré cumplir con mis deberes. También quiero que esto funcione. —Y era sincera, si esa debía ser su situación, ella ya se había resignado, y qué mejor manera que tratar de hacerlo lo mejor posible. Aunque eso implicara algo más íntimo, que sí bien la aterraba, no podía negarlo—. Cumpliré... Sólo deme tiempo.

—No quiero que cumplas, sino que lo desees —admitió con sinceridad.

El collar, y de pronto el anillo sobre el dedo de Lucy, lanzaron un destello de fuego de la pequeña fogata que aún ardía cuando aquella mañana se encontraba terminando el collar. Observó el anillo pensativo, dudando de si decirlo o no. Al final, le pareció la única salida a una conversación menos peligrosa.

—El anillo que lleva, también lo hice yo.

—¿Cómo sabía la medida? Virgo me ha dicho que tiene la forma de una flor alrededor de la piedra. Me queda justo.

Touché. De pronto se dió cuenta que eso fue un desliz, y lo único que se le ocurrió decir fue.

—El anillo que Natsu le dió... Yo lo fabrique. Sabía sus medidas por él.

—¿Aún después de tanto tiempo?

—Tengo buena memoria —respondió, poniéndose de pie al instante. Mierda. Había metido la pata. Movió algunas herramientas por aquí y por allá, casi escuchando los engranajes en la mente de Lucy.

Comprendo... Salamander, espero no ser indiscreta. Y sé que dije que era un tema que no quería tratar, pero ¿eran cercanos?

—No.

—A juzgar por su búsqueda implacable de justicia, supuse qué...

—Sólo quería limpiar su nombre, lo cual he conseguido.

—¿No se llevaban bien?

—Es indiferente. Ya no está aquí y cualquier desacuerdo que haya tenido con él es irrelevante ahora.

—Sí, ya no está —con un deje de desconsuelo, ella afirmó.

—Salamander, hay otro tema que debo someter a su consideración. Si me permite... ¿hasta cuándo permaneceremos en las tierras altas?

—¿Te molesta?

—Me agrada mucho estar aquí, y lo digo con sinceridad. Pero mi tía Michelle y Ma... Max, no parecen adaptarse y considerando la salud de mi tía, creo que es mejor que se encuentre tranquila en Londres.

—Londres es todo menos tranquilo.

—Me refiero a un ambiente más familiar para ella.

—Se acostumbrará. Contrario a lo que crean, están aquí por su propia seguridad. Le recuerdo que su padre está fugitivo y su tía escapó de él por poco. No creo que las dejé ir tan fácilmente.

—Cuando esto termine, ¿la dejaría volver a Londres?

—Hay algo que no me ha preguntado, querida Luce. El paradero de su prima, se muestra tranquila respecto a eso cuando lo cierto es que en un inicio no dejaba de pedirme por ella.

Lucy se tensó, incapaz de responder. Cosa que no hizo falta porque él prosiguió.

—Sé que lo sabe. Que Max no es más que su prima disfrazada por el hecho de que Zeref se encuentra aquí y no dudará en entregarla al ejército apenas la encuentre. No las retengo aquí, Lucy. No quiero que piensen que son prisioneras, pero la verdad es que corren mucho peligro ya que ese hombre tiene más conexiones de las que creía en un inicio.

—Es por el contrabando —murmuró.

—Lo sé. Así que puede estar tranquila. Me apena que su prima esté haciendo esfuerzos con esas tareas, considerando lo delicada que estaba hacía poco, pero ella insistió. Sólo le pido que tenga cuidado cuando Zeref voltee a verlas, le parecerá raro si la ve hablando mucho con Max.

—Gracias...

—No tiene por qué darlas. Quisiera que su situación fuera diferente, pero es lo que puedo hacer.

—A pesar de eso, le estoy eternamente agradecida. Puesto que su papel...

—No lo diga, no me haga reconsiderar la situación. Además, mi bella esposa, eternamente es mucho tiempo.

•°•°•°🥀•°•°•

—Es un hermoso collar señorita —alavó Virgo tras notar el collar que su señora llevaba. Lucy sonrió, buscando el pequeño dije con sus dedos mientras Virgo terminaba de sujetar toda su larga cabellera en una trenza.

—Te creo —dijo a modo de respuesta. Inhaló profundo, cerrando los ojos un momento, disfrutando la sensación de paz que sentía.

—Me alegra verla tan tranquila.

—Estoy en paz por primera vez en mucho tiempo. Tengo a mi tía y a mi prima aquí, te tengo conmigo y con eso es suficiente. Además, Salamander se ha portado muy bien estas últimas semanas.

—¿Ya no ha necesitado la bebida?

—En absoluto, me ha dicho que no me obligará.

—Eso es considerado de su parte.

—Virgo, ¿mi tía ya está dormida?

—Sí, señorita. De nuevo ha tenido una leve jaqueca y se retiró temprano.

—No está contenta con su estadía aquí.

—Para nada, pero le he dicho que es lo más adecuado por el momento.

—¿Y Salamander?

—Le he visto abajo bebiendo una copa con el hermano de la señorita Juvia.

—¿Está bebiendo? —de pronto una leve señal de alarma sonó muy dentro de ella.

—Pues... Era una copa, ¿quiere que baje a ver?

—No. Puedes retirarte Virgo, muchas gracias. —Lucy de pronto sintió un pequeño escalofrío. Salamander se volvía un poco... ¿Cómo lo describía? Despreocupado cuando la bebida le embotaba los sentidos. No era agresivo con ella, sino todo lo contrario.

—Si se siente intranquila, puedo acompañarla a la otra habitación.

—No hace falta, Virgo, puede irte a dormir.

—Que pase buenas noches, señorita. Volveré temprano con su té.

¿El té? ¿Virgo creía...? Lucy sintió un tirón en el estómago. No. Definitivamente no. Se puso de pie, caminando hasta donde sabía que estaba su cama y con manos temblorosas se arropó debajo de las mantas. Salamander no haría eso. Le había dado su palabra. Y ella quería creerle.

Le creía. Había tenido muchas otras oportunidades sí lo que quería era alivio físico, pero desde entonces, jamás la había vuelto a tocar, no de esa manera.

•°•°•°•🥀•°•°•°•

Continuará...

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