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Capítulo 54.

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Cuando Juvia escuchó a Lucy decirle que quería acompañarla, no se detuvo a preguntarle a qué venía ese súbito deseo o si estaba segura. Rápidamente la tomó de la mano y tiró de ella con premura, sin olvidar la debida precaución para no hacerla tropezar. Por la dirección del sonido y los chillidos de algunas criadas supuso que lo estaban llevando al salón principal. Lucy no preguntó nada, y ella no estaba segura de lograr responder las mismas dudas que tenía. ¿Qué había pasado? ¿Habían ido de caza? No, su hermano no le comentó sobre ello. ¿Qué hora era siquiera? Ni siquiera era medio día. Estaba segura de que no tenían mucho fuera.

Finalmente llegó al salón, dónde Gajeel depositó a un huraño Salamander que sostenía un nudo en su brazo que parecía haber dejado por fin de manar sangre. Más no liberó el torniquete que él mismo se había hecho. Sus ojos se encontraron con los de Gajeel, y le pidió una silenciosa explicación a su hermano que frunció el ceño al verla. Gesto que se acrecentó al notar a Lucy parada detrás suyo.

—¿Se puede saber qué ha ocurrido? —quiso saber Cana cuando se tiró a los pies de Salamander con un montón de trapos y una bolsa que parecía llevar ungüentos. Era evidente que la perdida de sangre había dejado un tanto desorientado al hombre, pues sonrió de forma despreocupada mientras echaba la cabeza atrás y decía.

—Sólo es un pequeño pinchazo —intentó restar importancia. Cana rodó los ojos mientras procedía a limpiar la herida. En ese instante, Makarov hizo acto de presencia y miró con ojos críticos a ambos hombres.

—¿Qué ha ocurrido?

—Nada —fue la tajante respuesta de Salamander, quién aún no advirtió la silenciosa presencia de su esposa. Juvia se aproximó a Cana para ayudarle a desinfectar la gran herida que se adivinaba en el interior del brazo.

Gajeel no se tomó a broma la mirada severa del hombre mayor y respondió sin titubeo.

—Salamander atacó a Zancrow en su propio hogar.

—¡¿Que hizo qué?! —Makarov se puso rojo, y todos los presentes se quedaron en silencio, mirando al hombre herido que se encogió de hombros.

—No lo ataqué, sólo he ido a darle una lección de por qué jamás en lo que le queda de vida debe volver a ponerle una mano encima a mi mujer —se encogió de hombros en un gesto de indeferencia. Expresión que se borró cuando Cana presionó la herida—. ¡Ey, eso duele!

—¡¿Pero qué estabas pensando?! ¡¿Tienes idea de lo que hiciste?! —prosiguió Makarov, plantándose a su lado y mirándole con ganas de estrangularlo.

—¡Sí, y espero él también haya captado el mensaje de que la próxima vez no seré tan misericordioso!

—Por lo que veo no aceptó la lección sin luchar —se rió Cana por lo bajo. Gajeel gruñó.

—En realidad le ha atacado por la espalda cuando Salamander lo desarmó. Logró meter el brazo, cómo podrás notarlo.

—Sí... Llegó hasta el hueso, tal parece —Juvia inspeccionó con preocupación la herida, y sus ojos buscaron de inmediato a Lucy. Quién permanecía dónde la había dejado, muda y pálida. Le dió un pellizco a Natsu, quién iba a devolverle el gesto hasta que siguió la dirección de su ademán y se quedó blanco al ver que su esposa se hallaba allí.

—Luce... —fue como si de pronto la burbuja que la había mantenido aislada se rompiera y todos notaran que ella estaba allí.

Makarov carraspeó y se aproximó de inmediato a ella para ayudarla a acercarse. Lucy le siguió sin oponerse, incapaz de formular alguna frase coherente. ¿Por qué Salamander había hecho eso? Tras la reacción del jefe del clan, suponía que su acción era más que grave, pero su respuesta no mostraba ninguna pizca de arrepentimiento.

—Lucy, ¿estás bien? —La mano de Salamander se cerró sobre la suya con fuerza, y supo que había llegado hasta su lado. Makarov le dió un suave apretón en su otra mano antes de dejarla y separarse de su lado—. Luce. Escucha, no te sientas culpable, no tienes en absoluto la culpa.

—¿Por qué lo ha hecho? —atinó a preguntar. Juvia parpadeó, mirando fijamente a Natsu que le regresó una mirada incómoda. Ella también quería oír una respuesta.

—Pues... porque te ha faltado el respeto. Nunca debió atreverse a tocarte. Eres mi esposa, y mi deber...

—Entonces, sólo usted puede tratarme como se le venga en gana, nadie más. Me ha quedado claro. —No sabía por qué lo había dicho, fue inevitable. Gajeel se rió con fuerza ante la expresión incómoda de Salamander, pero se calló cuando Juvia le dió un pisotón. Los criados se dispersaron al instante en que todo quedó en silencio, sólo Cana se rió con un gesto de hombros, sin dejar de lado la herida.

—Yo...

—Agradezco su gesto... protector —Lucy no sabía cómo llamarlo. Ni cómo suavizar lo que acaba de decir. No tenía en absoluto idea de qué decirle a ese hombre que la confundía tanto—. Pero dudo que haya valido la pena dado la terrible herida que parece se ha llevado.

—Me he encontrado peor.

—Aún así no debe tentar a la suerte.

—¿Ya terminó de regañarme?

—No le estoy regañando.

—Un simple gracias hubiera bastado —Lucy sintió la suavidad, y la firmeza con la que empezaba a tirar de ella, por lo que se plantó para resistirse.

—En ningún momento le pedí...

—Ya fue suficiente. Lucy, preciosa, ayúdame no distrayendo su atención y tú, deja el brazo quieto o te picare otra cosa con la aguja, debo coser la herida. —indicó Cana entretenida con su intercambio.

Salamander sólo vio como Lucy se alejaba cuando Wendy le dió alcance para llevársela. Juvia sonrió con suficiencia, pero en su estado actual no tenía tiempo para sus comentarios oportunos por lo que permaneció en silencio mientras le cosían la herida. Sí, sabía lo que había hecho y lo que eso ocasionaría. Pero no podía quedarse de brazos cruzados cuando ese bastardo estuvo por violar a su esposa en su propio hogar. De no ser por la cocinera... No quería ni pensarlo. Conocía la expresión de terror y de dolor en ella de primera mano. Y era un rostro que hasta el día de hoy no podía olvidar ni siquiera en sus sueños.

—Tú sí que eres la personificación de la caballerosidad —espetó Juvia cuando Lucy desapareció de su campo de visión. Cana asintió, procediendo a preparar la aguja. Salamander la miró con el entrecejo fruncido.

—¿Estabas aquí, no? ¿Qué debía responderle?

—¿Y qué quieres que ella responda? —Juvia escaneó el lugar una vez más antes de centrar la vista en él y bajar el tono de su voz—. Recuerda cómo eras con ella en un inicio hasta hace poco, y lo que le hiciste. Lucy está confundida porque no sabe si estás con ella o en contra. Debes entenderla.

—Lo intento —gruñó cuando la aguja atravesó su piel lacerada. Después de ello se mantuvo en silencio con la mirada perdida en el fuego. Makarov, que se había mantenido sentado en la cercanía, negó con pesimismo y llamó su atención cuando habló.

—Tendré que hablar con Precht respecto a lo ocurrido.

—Zancrow comenzó desde el instante en que se atrevió a tocar a Lucy —rebatió Salamander. Makarov asintió con entendimiento.

—Y lo comprenderá. Pero Zancrow no es de fiar, hijo. Deberás tener mucho cuidado.

—Esta vez me tomó desprevenido, y sería un idiota si cree que puede volver a intentarlo.

—¿Nos acompañarás en el desayuno o pido que te lo traigan aquí? —prefirió cambiar el tema a algo menos tenso. Más eso no borraba su gesto concentrado ante la idea que se avecinaba respecto a ello.

—Voy a acompañarlos —aseguró Salamander. Cana dió una última puntada antes de seguirle al gran comedor.

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Lucy tenía un sueño intranquilo, ocasionado principalmente por la forzada y errática respiración del hombre a su lado. Salamander actuaba como si no hubiera estado a punto de perder el brazo, o como si no estuviera en peligro de perder algo más que sólo el brazo. Aún cuando estaba en su extremo de la cama y no la tocaba, Lucy sentía el calor que despedía su cuerpo bajo las mantas, y como éste había pateado el cobertor y no bastaba para refrescarle. ¿Qué podía hacer? No sé atrevía a decir nada, ni acercarse porque realmente no consideraba que fuera buena ayuda. Pero podría sucumbir a la fiebre y esa idea tan espantosa no la dejaba dormir. Sabía que hombres más robustos y más jóvenes perecian entre las fauses de la infección, ¿por qué con él sería diferente? Asustada, aunque sin mostrarlo o creyendo que no era evidente, se incorporó.

—¿A dónde va? —preguntó él con la garganta seca.

—Por Juvia, o alguien que pueda verle, no se encuentra bien —admitió, encontrando su bata en la silla a su lado de la cama y poniéndosela con la rapidez que la práctica le brindaba.

—No necesita fingir preocupación por mí, vuelva a acostarse —gruñó, y lo escuchó moverse. Lucy pegó un brinco cuando lo sintió tomar su brazo para tirar de ella de vuelta a la cama.

—Claro que no, Salamander, aunque la idea de tener ayudar le desagrade, lo requiere.

—Si creyera que estoy en peligro, ya habría llamado a alguien.

—Es usted demasiado orgulloso para admitirlo, suelte mi mano, hablo en serio. No puedo seguirle escuchando respirar así.

—¿A qué milagro de nuestro creador le debo está subirá muestra de interés de su parte? —imquirió con un tono duro y lleno de sarcasmo. Lucy tiró de su brazo y se vio obligada a respirar para calmarse antes de contestar.

—No soy indiferente a su estado, aunque le cueste creerlo. No me gusta saber que se encuentra tan mal y más si el motivo de ello es porque de alguna forma me defendió.

—¿De alguna forma? —exclamó furioso.

—Bueno, realmente no sé si era por mi honor o por el suyo propio. No soy una romántica para pensar que lo ha hecho por mí. Simplemente considero que su honor...

—Me lleva la...

—¡No sé atreva a maldecir! —exclamó ella.

—¡Lucy, por amor de Dios! Cada maldito día me lamento por todo lo que te he hecho, créeme. Y si fuera capaz de borrarlo a cambio de cualquier cosa, lo haría. Pero ya ha sucedido. No puedo cambiar las cosas, y tú tampoco. Quisiera haberte brindado la confianza desde un principio, pero ya es tarde. Intento ahora ser más... Intento ser mejor para ti, pero no sé cómo acercarme sin que creas que sólo quiero algo de ti. Y sí, quiero tu perdón, aunque soy realista con la situación. Necesito tu perdón, Luce. Lo que le hice a Zancrow no fue una cuestión de honor, ni lo que he hecho estás últimas semanas ha sido por puro remordimiento ni lástima... Te quiero Lucy.

Ella se quedó muda largos segundos, incapaz de procesar aquellas últimas palabras. Y con la cabeza gacha y las manos unidas en un gesto incómodo volvió a hablar.

—No esperará que le crea, ¿verdad? —Ya habían tenido una conversación parecida. Lucy sintió la familiar sensación que no resultaba en nada agradable.

—No —admitió tenso—. Y si usted no es capaz de creer en mí, yo no le creeré a esa necesidad de buscarme ayuda. Así que, o puede volver a la cama o irse a su habitación, pero no quiero a nadie más aquí.

—¡Yo tengo buenas razones para no confiar en usted!

—Y yo tengo razones para creer que su preocupación sólo es un miedo a que la acusen de mi muerte.

—¡Es usted un...! ¡Es imposible! ¡No lo tolero, y me niego a aceptar esos sentimientos que dice que tiene hacia mí! Dónde, cómo y cuándo quiera morirse es su problema, buenas noches. —Lucy sintió que sus ojos comenzaban a arder, y antes de que se notase el dolor que sus palabras le causaron, arrojó la bata y volvió a subirse a su lado de la cama, dónde se acostó con furia y se arropó hasta esconder su rostro. Tomando fuertes respiraciones para controlar el llanto que la quería invadir. Si pudiera ver, se iría a la habitación continúa, pero no quería hacer el ridículo mientras buscaba la puerta.

—¿Lucy...? —No respondió, no quería hablar más con él. Su mano, cálida y gentil, se posó sobre su hombro. Ella se la quitó de un ademán furioso. Quizás se estaba portando como una niña, pero no estaba de humor para tolerar sus arrebatos—. Luce, de verdad siento lo que dije. Sé que no puedo exigirte confianza o afecto, pero en serio quisiera poder acercarme a ti. Lo que hice el día de hoy fue porque no podía permitir que él creyera que su acto contra ti no tendría consecuencias.

—Zeref se encargó de ello.

—Pero Zeref no es tu esposo, soy yo. Y me preocupo por ti.

—Sólo está molesto porque alguien más pisoteo el juguete que usted arrojó.

—No eres un juguete, no te atrevas a decir eso.

—Déjeme dormir. Ya se lo he dicho, si quiere morirse ahí mismo por la fiebre, es su problema. A mí no me moleste.

—De verdad lo intento comprender, Luce, pero me duele ser incapaz de redimirme. No me estás dando esperanzas.

—Usted no me dió esperanzas el día que se casó conmigo —espetó, ocultando su rostro entre las sábanas al sentir el cosquilleo de las lágrimas—. Su redención sería que me dejase volver a la mansión Heartfilia con mi tía y limpie el nombre de mi prima.

Él no la escuchó, o fingió no hacerlo. Lucy pasó lo que le pareció una eternidad hasta que lo escuchó con la calma que sólo el sueño podría brindar, y aún pasó más tiempo después de ello antes de que ella lograse conciliar el sueño.

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Zeref mordió con cierta fuerza la manzana que había conseguido después del desayuno. Y fijó la mirada en Madame Vermillion, la duquesa de Tenrou, Michelle Vermillion. La mujer era sin duda la madre de Mavis, pues el parecido entre ellas era extraordinario a pesar de que la cabellera rizada tan característica de la hija se debía seguramente al padre, pues Michelle no llevaba rizos tan definidos, pero sí el mismo tono rubio. Se veía tranquila, aunque estaba claro que en su rostro había algún reflejo del calvario en que decían se había encontrado cuando la enviaron al psiquiátrico y estuvo encerrada algunos años. Tras hablar un poco con Salamander, y otras conversaciones esporádicas con Lucy, ahora comprendía algunas cosas respecto a esa mujer y que realmente fue llevada a ese lugar por deseos de Jude para mantenerla lejos y no intervieniera en sus intenciones. Lucy caminaba a su lado, y tras ellas apareció una delgada figura con ropas masculinas, dándoles alcance con lo que parecía ser el bastón de Lucy que rió y dijo algo al joven desgarbado que enrojeció.

Usualmente Zeref no le habría echado más de una mirada, pues tenía todas las pintas de un criado debido a su ropa y el hollín que parecía ensuciar su cara. Pero Michelle se detuvo y le limpió el rostro con un pañuelo a pesar de que el joven intentó resistirse con vergüenza. Observó sus cortos cabellos a la altura de la nuca, de un castaño rojizo que nada tenía que ver el rubio, pero era su rostro lo que más llamó su atención. Sus facciones parecían demasiado infantiles, o más bien, afeminadas...

Entonces su mirada se encontró con la fría expresión de Michelle, que le susurró algo al joven, quién se inclinó en una leve reverencia y desapareció en el interior de las cocinas tan rápido como apareció. Zeref se puso de pie de inmediato y avanzó a ellas.

—Tengan ustedes buenos días, mis señoras, ¿van de paseo? —Lucy sonrió al escuchar su voz, y asintió. Michelle fingió no oírlo, pues ni siquiera le vió.

—Sólo a estirar las piernas un poco —admitió Lucy—. Pero con este frío lo consideramos bastante.

—Un buen abrigo y estarán bien —Zeref observó los atuendos echos a las medidas y confirmó que bastaría para una breve caminata—. Madame Vermillion, ¿cómo se encuentra?

—Todo iba bien hasta que te acercaste —confesó la mujer sin titubear. Lucy le apretó el brazo que le brindaba.

—Tía Michelle, por favor...

—No, Lucy. Lo entiendo. Lamento que nuestro trato no sea el mejor —dijo mirando sin pestañear a la mujer que hacía lo posible por ignorarle—. Sólo quería estar seguro de que se encontraba bien después de todo.

—Tan bien como puedo estarlo dada las circunstancias... —se encogió de hombros.

—Tan bien que se ha traído a un criado con usted, no lo había visto por aquí —intentó cambiar la conversación a una curiosidad pasajera, pero la expresión tensa de la mujer le hizo pensar que no era algo que quisiera hablar.

—No es de su interés, vámonos Lucy, me empieza a dar jaqueca con estos encuentros tan desagradables —Michelle no se esforzaba por ocultar su desgrado, sabedora de la historia tras su pequeña y Zeref. Quería gritarle y golpear a ese hombre por todo lo que le hizo a su hija. Pero de nuevo, se veía incapaz de realizar semejante acto si es que quería que la promesa de Salamander podría seguir en pie.

Ya había pasado un par de semanas desde su llegada, y con Mavis una vez recuperada, Salamander les había hecho una visita a madre e hija para dejar en claro bajo los términos en que estarían en el castillo, y en presencia de Lucy. Mavis podía fingir el papel de criado, y para que no se viera en apuros o notasen que en realidad era una mujer, sólo estaría bajo órdenes de Madame Vermillion y la misma Lucy. Eso sí, el hombre no sabía que su esposa ya era consciente de la presencia de su prima, pero nadie iba a decírselo.

—Tía Michelle, sé que Zeref no es de tu agrado y comprendo totalmente sus razones, pero sería mejor no tratarlo demasiado —intentó conversar Lucy, a lo que Michelle chisto.

—Y yo comprendo tu aprecio al joven, querida, pero en lo que a mí respecta no lo quiero cerca de nosotras. Muchos menos de Mav...

—Max, debes acostumbrarte a llamarle así —la cortó Lucy con sutileza—. O podrías delatarle.

—Esto es horrible, no sé cómo he podido permitir que ese escocés nos trate de esta manera —se quejó, llegando hasta la banca dispuesta en el jardín y dejando caer su peso en ella. Lucy le acompañó, intentando encontrar su mano—. Oh, querida, todo lo que quería era tenerlas a salvo y no sé cómo lograrlo. En Londres estoy siendo buscada porque según esos tontos no tengo la capacidad mental para valerme por mí misma. Y por un tiempo les creí. Lamento tanto haberlas dejado, debí... Debía ser más fuerte.

—Tía Michelle —Lucy la interrumpió, escuchando el dolor en su voz y sintiendo su impotencia. Tomó sus manos entre las suyas y depósito un suave beso en los marcados nudillos—. Entiendo que no es la situación en la que esperaba reencontrarnos, pero estamos a salvo ahora. Me siento agradecida de saberla a salvo y a Mavis también. Si el precio es estar aquí, ahora no me importa, mientras las tenga a mi lado.

—Oh, Lucy... Mi pequeña Lucy, quisiera poder hacer más —Michelle no logró encontrar consuelo en sus palabras, sino que aún más tristeza la embargó tras saber todo lo ocurrido con ella. La atrajo contra su pecho, dónde la abrazó con fuerza—. Supe lo que sucedió el día que te casaste con ese hombre...

—No quiero hablar de eso —De inmediato Lucy se enderezó. No entendía cómo Michelle lo sabía, pero tampoco quería preguntar—. Por favor, los asuntos entre mi marido y yo son así, entre nosotros solamente.

—Lucy, no debes tener vergüenza de contarme lo que te sucede, ¿te sigue forzando?

—Tía Michelle —Lucy sintió que el pulso se le aceleraba—. Basta, no hablaré de eso.

—Pero... ¿Te tiene amenazada?

—No, estamos en buenos términos, somos cordiales entre ambos, es todo. Ahora, por favor, quiero volver al salón. Está comenzando a hacer más frío.

Michelle no le creía, no después de recibir las amenazas de ese hombre. ¿Quién le aseguraba que no había amenazado también a Lucy? Es que la sola idea de saber que dormía en la misma habitación la aterraba. Quién iba a detenerlo de hacer lo que quisiera con ella. La observaba, y no encontraba ninguna marca, al menos no visible, pero temía que la estuviera lastimando.

—Querida, no estarás embarazada, ¿verdad? —Fue un miedo que atenazo a Michelle de pronto. Eso significaría que las posibilidades de rescatar a Lucy una vez Jude fuera apresado, quedarían anuladas por la presencia de un hijo. Lucy negó con vehemencia.

—Claro que no.

—¿Cómo puedes estar tan segura, hija? Eres inexperta y...

—Acabo de tener mi regla la semana pasada —admitió ruborizada—. Además, hace mucho que él y yo no... No hay de qué preocuparse.

—Menos mal.

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Recordaba a esa hermosa joven con aquel provocativo atuendo que acentuaba su bella figura. La colorida falda y la manera en que se envolvía entre sus largas piernas cuando daba vueltas. Su larga y espesa cabellera azul atada en una alta coleta, y luego liberándose del pesado nudo ante sus piruetas y sensuales movimientos. Había notado la altanería con la que les veía, como si no fueran más que un puñado de insectos a sus pies a los cuales ella podría pisotear. Era imposible negar el deseo que había despertado en él, aún cuando sus ojos fríos ni siquiera se habían centrado en él. La mujer gitana era un delicioso contraste entre la sensualidad femenina y la inocencia que portaba ante la inexperiencia. Si sus demás invitados lo notaron, no lo sabía. Cuando menos lo pensó la perdió de vista, sus colegas rieron, y él no comprendió del todo por qué. Estaba borracho hasta las cejas y con esfuerzo había logrado centrar su tambaleante atención en otra cosa que no fuera esa mujer. Y debía admitirlo, la falta de una hacia tanto tiempo le estaba pasando factura.

Gray, ven, te tenemos un regalo muy especial —le instó una voz enérgica, llena de satisfacción. Él quiso negarse porque por un instante todo le dió vuelta, más logró ponerse de pie.

—Ya basta de regalos, creo que ha sido suficiente —admitió, arrastrando las palabras con esfuerzo a pesar de que en su cabeza se escuchaba sobrio. ¿Por qué había bebido tanto? Ah, ya lo recordaba.

Ese día. Ese maldito día de su cumpleaños fue cuando le dieron la noticia que el carruaje de sus padres había caído por una ladera. Ninguno sobrevivió. Y él seguía sin creer que se trataba de un maldito accidente. ¿Quién lo había hecho? Ahora recordaba, alguien los había matado, pero ¿quién?

—Vamos, este te gustará. Sé de buena fuente que está sin estrenar —rió otro hombre a su lado. Gray se resistió, conociendo ese tono lascivo. ¿Otra vez?

—No, hombre. No de nuevo, ¿contrataron a otra puta? Largo, no la quiero.

—No es cualquier mujerzuela, he visto cómo te quedabas de embobado con la chica de...

Jódanse, se acabó la fiesta. Largo. ¿Dónde está mi arma? Les daré un tiro por idiotas.

Los hombres no le tomaban en serio, pues no hacían más que reírse de sus vamos intentos de resistirse a avanzar por los corredores. Y en algún momento creyó que su renuencia había surtido efecto, pues le dejaron sólo con la botella de vino en vano. Perfecto, podría ahogarse en alcohol hasta el amanecer. Se le dificultó un poco avanzar hasta su habitación, pero lo logró gracias a la práctica. Y a qué actualmente tenía más resistencia al fuerte líquido.

Gray llegó hasta su habitación y casi se fue de narices cuando abrió la puerta, al frotar sus ojos por un leve mareo se dió cuenta de que aún cargaba el antifaz que Bora había insistido en qué usaran. No entendía qué clase de juegos se traían entre manos, pero por su parte, la diversión se había acabado. La rabia le inundó cuando identificó la figura de una mujer en su cama, y a juzgar por la piel que la sábana cubría a duras penas, supo que se hallaba desnuda. Maldijo y arrojó la copa con furia. ¿Cuándo iban a aprender ese idiotas? Si quería a una mujer él se la conseguía, y punto. Sabía que había sido grosero con ella, casi corriéndola de su casa. La paga debía ser muy buena, pues no hizo el mínimo ademán de retirarse. Y conforme se fue acercando la identificó como a la atractiva joven que minutos atrás había estado moviendo la caderas delante suyo como una experta. Tragó con dificultad, sopesando la idea. ¿Por qué no? Era raro sentirse así, ya fuera por la influencia del alcohol o por su abstinencia, pero la deseaba con fuerza. Y si ella estaba dispuesta, ¿quién era él para negarse?

Recordaba muy bien lo ocurrido después, y como ella no se resistió a sus caricias. En su momento creyó que era consentido, y sus recuerdos embotados por el alcohol así lo demostraban, pero la realidad era que la chica había estado drogada y por eso se encontraba laxa. Recordó la suave textura de su piel, o la suavidad de sus labios hinchados. Sus ojos... Sus ojos le veían con sorpresa, con miedo... ¿Por qué no paró en ese instante? Había sido un idiota que no supo ver qué algo iba mal, y su peor crimen fue al unirse a ella y descubrir que se trataba de una doncella. La escuchó llorar, sintió su tensión, y su tristeza lo apaciguó, le hizo ver su rostro lleno de dolor y la manera en que le veía, decepcionada, traicionada. ¿Por qué le veía así? No quería ver esa expresión en sus ojos. ¿Por qué se vendió a sí misma si era todavía virgen? Tenía tantas dudas, pero en ese momento era más su ardor, el anhelo de encontrar una liberación. La acarició con más tiento, se tomó su tiempo de excitarla a su lado. Empezó a notar que rendía sus frutos, pues su cuerpo se delataba y cuando supo que podía continuar se deslizó en ella. ¿Cuál era su nombre? Gray no tenía un nombre para susurrar cuando su excitación provocó la propia e hizo el acto más placentero, sintiendo el delicioso temblor de la mujer debajo suyo y escuchando su disfrute. La quería toda para él, sus sonidos, su pasión, verse reflejado en aquellos ojos azules tan oscuros que casi parecían negros. Ocultó el rostro en su cuello, impregnandose de su aroma y llenándose de ella, aumentando el ritmo de sus acometidas cuando identificó que ella ya había pasado del umbral de dolor y se retorcía junto a él. ¿Qué era diferente? Él había yacido con varias mujeres. ¿Por qué sentía ahora que se le saldría el corazón? ¿Por qué sentía un nudo en la garganta?

La joven lanzó un largo suspiro y todo su cuerpo se estremeció cuando el orgasmo la alcanzó, y provocó el suyo. Gray capturó sus labios una vez más, sintiendo su suavidad y el modo en que le envolvía cuando acabó junto a ella. Demasiado tarde se dió cuenta de que no se había retirado, pero en ese momento no le importó. Arrullado por su femenina presencia y exhausto, se quedó dormido antes de siquiera poder preguntarle su nombre.

Cuando volvió a abrir los ojos, el infierno se desató. Fue consciente de muchas cosas que antes no había notado; aún con el antifaz fuertemente ajustado a su rostro y ocultando parte de su rostro, había intentado llamar la atención de la mujer a su lado cuando el dolor le atenazo el hombro y sintió la sangre manar. Le había apuñalado. ¿Ella le atacó? La miró incrédulo, notando su rostro bañado en lágrimas y el odio con el que le veía, así como la mano donde tenía la cuchilla que dejó caer antes de tomar la sábana para cubrirse y huir por el otro de la cama.

—¡Alguien ayúdeme, Gajeel! ¡¿Dónde estás Gajeel?! Oh Dios... ¡No te acerques! —la mujer le vió con horror cuando Gray intentó acercarse, intentado sin éxito cubrir la herida con una de sus manos. No podía mover el brazo, y estaba perdiendo mucha sangre, pero era lo último que le importaba al ver el rostro cargado de pánico de la joven cingara—. ¡No des un paso más, bastardo! ¡O te prometo que la próxima vez te apuñalare el corazón!

—¿Pero de qué...?

—¡Juvia! ¡Juvia, dónde estás! —Una voz masculina se escuchaba desde fuera. Y la mujer volvió a gritar para hacerle saber su ubicación. ¿Juvia era su nombre?—. ¡Juvia qué...!

El hombre que entró por la puerta vestía también como un cíngaro, y sus ojos pasaron de su hermana a él. Y volvieron a su hermana una vez más al notar la escasez de ropa. Sabía que era hermanos porque tenían un parecido extraordinario, y porque recordaba la noche anterior, y que alguno de sus invitados lo comentó.

—¡Tú, bastardo, qué crees que...!

—¡Gajeel, espera, no hagas una tontería! —Bora se precipitó de pronto, interponiendose entre Gray y Gajeel—. Esto debe ser un malentendido.

—¡Él me violó! ¡Gajeel, por favor, sácame de aquí!

Gray apenas y podía oírlo. Entendiendo, o queriendo entender algo de la horrible situación en que se había vuelto ese día. No volvió a ver a Juvia, y cuando contacto a Gajeel para pedir la mano de su hermana en reparación a lo ocurrido, el hombre se negó en rotundo y continúo profiriendo amenazas. Pero Gray no podía dejar ir así a Juvia, no de esa manera. Su rostro cargado de dolor le perseguía a cada instante, el modo en que había afirmado que la había violado y la verdad tras esas palabras eran una daga que no lograba sacar. Tenía razón, él debió ver las señales de que algo iba mal cuando ella ni siquiera podía hilar palabras esa noche. O que no se resistió para nada cuando evidentemente le había dolido la primer penetración.

—Señor Redfox, quiero que sea realista y entienda la situación, su hermana podría no recibir una oferta de matrimonio jamás. Le ofrezco mi apellido, dado lo ocurrido —intentó razonar con el hombre que le veía con evidentes ganas de matarle—. Le prometo que...

—¿Crees que voy a entregarla al bastardo que la lastimó? Yo sí amo a mi hermana, y no haré su vida un infierno atandola a ti.

—Lo que sucedió fue un terrible error, y me arrepiento de ello. Créame, de haber estado en mis cinco sentidos, jamás hubiera pasado.

—Pero sucedió, y lo último que ella necesita es ver tu maldita cara —espetó Gajeel con dolor.

—Gajeel, déjeme hablar con ella, se lo pido.

—¡Ni pensarlo!

—¿Y qué si producto de esta noche termina en cinta? —Vio como el Redfox palideció. Él mismo carraspeó—. Voy a hacerme responsable, tenga la seguridad de que no la dejaré sola.

—Jamás, en tu miserable vida, volverás a ver a mi hermana. No me importa qué tan ebrio estuvieras, le has arruinado la vida. Y agradece que no te mataré, porque quién planeó todo esto no fuiste tú. Así que, escúchame bien Gray, sólo por esta vez, te dejaré. Pero no quiero saber que buscas a mi hermana, o a mí. Si lo descubro, vendré a por ti y terminaré lo que Juvia inició.

—Le estoy ofreciendo mi apellido y todo lo que eso representa, sólo pido que me dejes hablar con ella, Gajeel.

—No —fue toda la respuesta antes de que el cíngaro saliera de su despacho a toda prisa. Y tal como dijo, él no volvió a ver ni saber de Juvia. 

Hasta esa noche de baile donde Erza Scarlet volvió a presentarse en sociedad.

No había cambiado en nada, seguía igual de bella que aquella vez. Con sus espesa cabellera azul en un elegante peinado y embutida en un precioso vestido que detallaba su figura. Tuvo la oportunidad de bailar junto a ella. Y el corazón volvió a latirle como la primera vez que la vio.

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Gray abrió los ojos con pesadez, apenas recordando lo que acababa de soñar. Eran sus memorias. El amargo sentimiento de recordar ese terrible escenario le hizo fruncir el ceño, pero el dolor que le motivó a permanecer acostado, provino de su bajo abdomen donde la cicatrización de su herida apenas comenzaba. Inspeccionó la herida con cautela.

—Mi señor, tenga usted buenos días, ¿cómo se siente? —preguntó el mayordomo quien hizo acto de presencia con una bandeja de lo que parecía ser el desayuno. La depósito en la mesita al lado de su cama y se aproximó—. ¿Gusta que le ayude a incorporarse?

—Ya lo hago yo —aseguró, y con un poco de esfuerzo lo logró, aunque las gotas de sudor en su frente gracias a la fuerza ejercidas, revelaron su agitación. Inspeccionó la bandeja de alimentos y no encontró más que los mismos caldos de esos últimos días. Ya habían pasado un par de semanas desde que salió de aquel infierno dónde temía a cada instante que alguien pudiera aprovecharse de Juvia sin que él pudiera impedirlo. Había hablado con las autoridades pertinentes para dar fe sobre el papel de Jude y el peligro que representaba. Le tomaron la declaración e incluso le ofrecieron protección en lo que recuperaba sus fuerzas y lograsen resolver el caso—. Quisiera algo un poco más... llenador.

Oui. Pero el cocinero cree, mi señor, que es por su bienestar que tome esos caldos revitalizantes —concordó con su leve acento francés, de dónde provenía. Gray gruñó y tomó el plato.

—¿Has averiguado algo sobre lo que te pedí?

—En absoluto. En vuestro círculo no es posible. Por lo que tuve que aventurarme más allá y he encontrado una pequeña pista. Gajeel Redfox es el dueño de el famoso navío Metallica, transporta valiosos minerales, pero su información de contacto no me fue facilitada. Pero opera desde muy dentro, no es una figura pública reconocida.

—¿Y su familia?

—Sólo tiene una hermana menor que él —el mayordomo pareció pensarlo y terminó sacando una pequeña carta del interior de su planchada chaqueta para extenderla y continuar—: sí. Juvia Redfox. De ella no tuve información importante, sólo que ambos hermanos solían vivir entre los cíngaros hasta que el hombre logró comprar su navío.

—¿Averiguó si está casada? —Gray no había visto anillos en sus largos dedos, pero quería estar seguro. El mayordomo negó.

—No, y no encontré propuestas de matrimonio entre mis informantes. Supongo que su origen gitano, dificulta un poco las cosas. Mi lord, ¿puedo preguntar el interés sobre ella? Si me lo hubiera dicho de un inicio, intentaría haber indagado un poco más sobre la mujer.

—Es la chica de mi cumpleaños —aquellas simples palabras bastaron para que el hombre mayor mostrará pesar y un carraspeó incómodo—. Sí, logré encontrarla. O ella me encontró a mí, pero no me reconoció la primera vez.

—¿Quiere que escriba una carta? Podrá saber más sobre ella para mañana.

—No, aguarda. No estoy tan seguro ahora —Gray se pasó la mano por los rebeldes cabellos negros y suspiró con pesar. ¿Qué iba a decirle? Había creído casi un milagro que ella no lo reconociera, y estaba dispuesta a mostrarle su personalidad para que comprendiera cómo era él en realidad. Pero no tenía idea de lo que ocurría con ambos cuando pisaron esa casa.

Sólo recordar el momento en Juvia supo quién era, hacía que se le revolviera el estómago.

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Continuará...

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