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Capítulo 53.

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Era una helada noche a mediados de Diciembre cuando, por un instante, Lucy volvió a sentir que las cosas encajaban en algún lugar, o que al menos, lo limitado de su pequeño mundo, estaba perfecto. No se avergonzaba de las lágrimas derramadas cuando las tiernas y mayores manos de su tía Michelle tomaron su rostro para depositar un beso en su frente. Sabía que había muchas cosas por decirse, pero ninguna podía hablar del dolor reprimido y la felicidad compartida. También se deshizo cuando la voz de Juvia llenó el salón, y su cálido y fraternal abrazo la envolvió. Luego habría tiempo para ponerse al día, pues en esos instantes solo podía sentir la plenitud de saberlas a salvo.

Cuando la emoción hubo pasado, luego de aquel instante de plenitud, llegó el momento de saber muchas cosas. En la pequeña salita dónde Salamander solía acompañarla por las tardes a tocar el piano, se dispuso unos cuantos muebles para el par de niñas que siempre la acompañaban o una curiosa Cana que solía seguirla para conversar. En esos momentos fue el área donde Michelle y Lucy tomaron asiento mientras fue la primera quién procedía a explicar su ausencia y su posterior escape de hacia unos meses. El marido de Lucy se mantenía delante de ellas, con la peluca negra ocultando sus cabellos rosas a una mirada severa de Michelle.

Salamander había sido más que claro y amenazante con la tía de Lucy. Si quería estar cerca de su sobrina y que su preciada hija no fuera entregada al ejército inglés, no diría ni una palabra de su verdadera identidad; algo que a la mujer le desagradó de sobremanera y lo cual le costó aceptar. Pero qué otra opción tenía. Aún sin necesidad de que él estuviera vigilando cada palabra, Michelle se sentía atada de manos y con un nudo en la garganta. A pesar de ya no estar bajo el control de Jude, aquella era una forma de prisión, de negarle la verdadera libertad. Pero lo soportaría con tal de proteger a sus niñas.

Se hubo ganado la lealtad de los criados, pero no los usó para huir, pues más que su lealtad el miedo por Jude los hacía prisioneros igual que ella, por lo que fue en presencia de éste último que ella tuvo que realizar su escape; cuando más baja tenía su guardia, Michelle escapó delante de sus narices y eso es algo que lo volvió loco. Sin un lugar seguro al cual ir, y segura de tenerlo detrás suyo, Michelle salió de la ciudad, incapaz de establecer contacto o encontrar un lugar medianamente seguro, se vio obligada a observar desde la lejanía; y eso incluso no era suficiente para saber de ellas. Por más que Lucy añoró, Michelle no pudo decirle que tenía a Mavis a salvo con ella, ante la confusión de Salamander que la observó un instante, dejando su entretenida tarea de darle forma con una cuchilla a un trozo de madera entre sus manos. La Vermillion aseguró desconocer el paradero de su hija, y si bien le dolió ver la expresión de Lucy, se dijo que era lo más seguro por el momento para proteger a Mavis. Miró a Zeref cuando llegó, y conocía parte de su historia con su hija, no dejaría que el hombre la entregara; no volvería a hacerle ningún daño. 

—¿Salamander? —Llamó Lucy luego de una pausa, a lo que se adelantó al instante a su lado, dejando su labor con la pequeña cuchilla. Michelle ignoró su gesto, más enfocada en la cicatriz de su cuello.

—Aquí estoy.

—¿Cree que pueda pedirle a la señorita Sorano alguna prenda para mi tía por favor? Estoy segura de que no tiene nada consigo y hace bastante frío —informó Lucy, que desde su primer contacto había notado la ropa poco abrigante y el desgastado abrigo que Michelle portaba. Si tía retiró sus manos frías de entre las suyas, pues tampoco había reparado en ello.

—Lucy, no hace falta...

—Tienes razón, lamento ese descuido de mi parte. Mandaré por ella mañana temprano para que le tome las medidas —rectificó con calma. Si las miradas causaran algún daño, Michelle estaba segura de que ya lo tendría noqueado en el suelo, pero soñar en ese caso no la llevaría a nada.

—Se lo agradezco —Lucy sonrió con auténtico sentimiento, algo que le cortó la respiración un instante. Su esposa volvió su atención a su tía, sin percatarse del estado en que eso le había dejado. Michelle sí lo notó. La Heartfilia intentó esconder un bostezo, avergonzada al no lograrlo—. Tía Michelle, sé que cenamos hace ya un rato, ¿pero no deseas alguna bebida caliente?

—En absoluto, querida. Es más, veo que ya es muy tarde y deberías subir a descansar.

—Pero quiero saber muchas cosas todavía —Lucy había escuchado el modo en que Juvia logró escapar de Jude, y fue gracias a la intervención de Jellal por parte de su tía. No tenía claro qué había llevado a Jellal a ella, o por qué Gray había sido escolta de Juvia en el terrible suceso al caer capturados; pero no quería dormir, no podría.

—Mañana, mi niña. Es necesario que descanses, te veo muy pálida y tienes una ojeras algo marcadas —aquello último, entre la nota preocupada y triste de su tono, se hallaba una pizca de reproche para el hombre que se mantenía a su lado—. Haz adelgazado, querida.

—También te sentí más delgada —replicó Lucy, buscando el rostro de su tía con sus manos, a lo que la mujer le permitió tocarlo, recreando su forma en su mente—. Tía Michelle, estás muy delgada.

—Bien, entonces el trato será tomar juntas las tres comidas, pero andando, ya es tarde.

—No tengo sueño —Lucy se puso de pie, con Salamander a su espalda cuidando sus movimientos. En esta ocasión su bostezo fue más notorio—. Esto no significa nada.

—Claro que sí, andando —su esposo la guió con cuidado, y una vez Michelle la vio desaparecer por las escaleras, sintió como si todo el peso del mundo cayera sobre ella. Había visto el rastro de los golpes en Lucy, y su palidez, sin hablar de su delgada figura, más de lo que acostumbraba. ¿Ese hombre la estaba lastimando? Porque si era así, ya no más.

No obstante, una vez Virgo la guió a la que sería su recámara y después de su insistencia, le explicó del episodio ocurrido a Lucy un par de días antes de su llegada. Que si Salamander era despectivo con Lucy, eso no lo respondió, y omitió decir cualquier otra cosa cuando Michelle le reveló lo que descubrió en la mansión Heartfilia sobre lo ocurrido el día de la boda.

—Creo, mi señora, que Lucy lo lleva lo mejor que puede, si la hubiera visto semanas atrás, entendería que en estos instantes se encuentra tan tranquila como lo puede estar dada su situación —fue la breve respuesta de la doncella ante su insistencia.

Una vez dentro de la habitación, las dudas de Michelle sobre el estado de su sobrina se detuvieron para centrarse en la joven dormida sobre su cama. Respiró con alivio tras comprobar que Salamander no la había engañado al decirle que traerían a su hija a escondidas de todos, dado su delicado estado. Con aquel cabello y ropas adecuadas, Mavis podría pasar por un simple criado en lo que Zeref se marchaba de las tierras altas.

—¿Ha despertado?

—Logré que tomara un poco de caldo durante la cena, pero se ha vuelto a dormir. La fiebre la dejó agotada —informó Virgo, procediendo a ayudar a la mujer a desvestirse para dormir.

—Me parece indignante tener que esconder a mi hija como una rata, y más aún de Lucy, que tan mortificada está por ella.

—Fueron las órdenes de Salamander. No me haga mucho caso, pero dado lo ocurrido en el pasado, no parece fiarse de ella... De cierta forma es un poco gracioso, como si temiera que a cualquier instante...

—No le veo la gracia en absoluto a ese bufón mentiroso. ¿Cuándo piensa decirle a Lucy que su teatro del primo es una farsa?

—Así que ya lo sabe —Virgo no pareció sorprendida, mientras procedía a avivar el fuego y servir un poco de té en una taza para tenderla a Michelle.

—Mavis lo reconoció antes de perder la consciencia —afirmó, sin sorprenderse tampoco de que la doncella lo supiera—. ¿No has intentado decirle a Lucy?

—Temo que me aleje de ella, esas fueron sus exactas palabras —confesó. Michelle resopló como una dama no debía hacerlo y miró la habitación, buscando alguna respuesta en sus extensas paredes—. Y debo admitirlo mi señora, yo no sé cómo transmitir semejante verdad. La dejaría destrozada.

—Pues algo debe hacerse, ese canalla no puede seguir con su sucio juego. Y menos imponerle su presencia a cada instante que se le antoje.

—Últimamente parecen llevarse un poco mejor, conversan en ocasiones.

—Conociendo a mi Lucy, no importa qué tan horrible sea, la pobre intentará mantener una relación cordial por el simple hecho de ser su marido.

Virgo asintió, sin responder nada en especial. Michelle apuró el té con una mueca ante lo caliente del líquido y centró su mirada de nuevo en la doncella de cortos cabellos.

—¿Y no has averiguado algo de interés?

—Además de su verdadera identidad, no me parece. ¿Le ayudo a arroparse?

—No, gracias Virgo. Mejor ve con Lucy, te ha de necesitar.

—El señor Salamander me informó de que mis servicios no serían requeridos por esta noche.

—¿Hablas de...?

—Me dijo que él asistiría a Lucy —se encogió de hombros—. Él sabe lo que sucedió con Lucy. Ella se lo dijo.

—¿De verdad?

—Sí, desde entonces, incluso antes de, me parece que no ha podido resistirse a su carácter.

—Algo oí —murmuró Michelle, recordando las anécdotas que su hija y Lucy solían contarle sobre el, en aquel entonces, joven muchacho de rosas cabellos y profunda mirada jade.

Había visto un pequeño vestigio de él en el hombre de negra cabellera y mirada atormentada, sólo una pizca.

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—¿Me ayuda con los cordones? Le he hecho un nudo sin querer —Natsu volvió su mirada a Lucy cuando su suave voz atravesó el sutil crepitar de las llamas que ardían en la habitación. Su esposa le estaba dando la espalda luego de decirle que podía desvestirse ella sola tras el pequeño mueble que la ocultaba de su vista. La notó asomarse, sujetando su sedosa y larga cabellera de oro sobre uno de sus hombros.

—¿Ahora sí necesita mi ayuda?

—Sólo porque he tirado del cordón equivocado.

—¿Por qué no le ha dicho a Sorano que adapte el vestido para usted igual que el resto?

—Porque se tomó mucho tiempo confeccionando esto y no pienso quitarle más sólo por unos cordones —aseguró, dándole la espalda cuando llegó hasta ella y tomó el apretado nudo entre sus dedos—. Sé que son unos vestidos preciosos, y me gustan tal y como están.

—¿Quién le dice que no tiene bordado algún gallo cacareando al frente? —se burló, procediendo a soltar los cordones. Lucy se apartó al sentir que se aflojaba la prenda sobre sus hombros—. ¿Te ayudo en algo más?

—Es todo, muchas gracias —ella retrocedió de pronto, casi chocando con el aparador detrás suyo. Natsu suspiró y lo dejó estar, procediendo a desvestirse de igual manera, y pensando que de nuevo dormiría con las calzas puestas si no quería que Lucy saltara al saberlo desnudo. Claro, eso en el hipotético caso de que se acercara lo suficiente para notarlo—. ¿Salamander?

—Dime.

—Ya que ha despedido a mi doncella antes de ayudarme a prepararme para dormir, ¿sería mucho pedir...? Supongo que ya hemos tenido... Usted sabe, necesito que me ayude con mi camisón.

Natsu había despedido a Virgo porque estaba demasiado cansado para tenerla rondando alrededor de Lucy por una hora, que era lo que le tomaba prepararla dada su constante charla, pero fue entonces en qué reparó lo necesaria de su presencia si su esposa quería cambiarse. Mascullando una maldición por lo bajo se adelantó hasta Lucy, soltando el aire bruscamente al notar su desnudez tras la prenda que aferraba casi hecha un bulto contra su pecho. Su larga cabellera creaba una fina cortina que cubría lo justo para volver loco a un hombre.

—Sólo necesito saber cómo va mi camisón. Este es nuevo y aún no me acostumbro a las costuras —pidió ella en un susurro, haciéndole notar lo incómoda que se encontraba.

—Claro —quiso patearse al pensar que ella creería que fue hecho a propósito. Y con todo el desinterés que fue capaz de reunir, la ayudó a colocarse la prenda, indicándole dónde colocar los brazos e ignorando el movimiento de su pecho cuando alzó las manos—. Ya, ¿mejor?

—Se lo agradezco —Lucy estaba más avergonzada que él tras comprender su error—. ¿... Salamander?

—¿Qué necesitas?

—Gracias.

—No hay de qué. Lo siento, no creas que fue a propósito, mandé a Virgo porque...

—Lo decía por mi tía —se corrigió, caminando hacia la cama con una mano a lo largo del muro para guiarse. Cuando llegó a ella se sentó en el borde y tomó el cepillo del mueble a su lado para desenredar su cabellera—. Sé que no tiene motivos para confiar en ella, pero le agradezco que la dejara quedarse aquí.

—No me agradezcas —se frotó el cuello con incomodidad.

—Lo digo en serio.

—También yo.

¿Debería decirle de su prima? No estaba seguro, y si era sincero consigo mismo estaba exhausto, aunque la visión de Lucy de hacia unos momentos había despertado un lento deseo que intentaba ignorar a toda costa. A pesar de tenerla tan cerca, y con su embriagante aroma atormentando sus sentidos. Se dijo que no volvería a tocarla en contra de sus deseos, y era una promesa que estaba dispuesto a cumplir así tuviera que ir y meter la cabeza en la fría nieve.

Lucy finalmente se acostó, tapándose hasta la barbilla con las gruesas mantas y cerrando los ojos al instante. Él se tomó su tiempo, yendo hasta la chimenea para atizar el fuego y beber una copa de hidromiel que había dejado sobre la repisa de la misma. El dulce líquido acarició su garganta, y las ganas de conseguir más casi le empujaron por la escalera, pero si sobrio le costaba mantener firme sus convicciones, no quería romperlas estando ebrio. Cuando por fin tomó su lugar a su lado en la cama, la respiración de Lucy era pausada, y su cuerpo se había relajado sobre el colchón. Imitó su actuar, pero sin lograr conciliar el sueño; con los miembros laxos y la respiración pausada, la observó dormir largos minutos. Detalló cada uno de sus rasgos, desde las delineadas cejas y los altos pómulos, hasta las delgadas mejillas y la fina curvatura de su mandíbula; centrandose en la deliciosa curvatura de sus labios.

Entonces Lucy abrió los ojos con lentitud, y sin enfocarlo estiró una mano hacia él, para su sorpresa. En acto reflejo estuvo a punto de apartarse o sujetar su muñeca, pero su curiosidad pudo más y la dejó acercarse. Esta tocó su clavícula, y ascendió con suma delicadeza por su cuello, como una lenta caricia. La realidad de su toque le golpeó con fuerza, y disfrutó de su tacto dado voluntariamente, desorientado, hasta que notó lo que estaba haciendo.

Lucy estaba tocando su cicatriz, y estaba subiendo por su barbilla cuando apresó su muñeca en un rápido movimiento. Ella no protestó, pero si notó su sobresalto al saberse descubierta, más su rostro no perdió la calma.

—¿Qué haces?

—Había escuchado que tenía una cicatriz.

—¿Y en lugar de preguntarme haz decidido esperar a que durmiera para averiguarlo? Pude haber pensado otra cosa.

—¿Qué podría pensar?

—Que quieres cortarme el cuello a mí también.

—Su cicatriz está en el cuello, obviamente alguien ya lo intentó. ¿Cómo se la hizo?

—Un marido celoso —respondió sin titubear, buscando la estrecha cintura de Lucy bajo las mantas para aproximarla a él. Ella no protestó—. No le gustó que su mujer se fijara en mí.

—Usted...

—O podría pensar que intentas seducirme, podría tomarlo como una invitación, ¿sabes?

—Yo jamás...

—¿Jamás, Luce, de verdad? ¿No sientes nada, ni siquiera una pizca de deseo?

—¿Cómo podría sentir deseo hacia... hacia usted?

—Te lo puedo demostrar —sugirió, y su mano acarició la helada mejilla femenina. Lucy no respondió, ni intentó apartarse cuando se aproximó a ella—. Sólo por una vez, deja que te muestre... Te prometo que no te haré daño.

Su esposa siguió sin darle una respuesta clara, y eso le frustró, obligándolo a apartarse pues no pensaba imponerse más, e iba a cumplirlo así tuviera que irse a dormir a la otra habitación. La mano de Lucy le atrapó por el brazo, y ella ocultó el rostro contra su pecho al aproximarse, atormentada. ¿Qué la tenía en ese estado?

—¿Quién me asegura de que no lo usará más adelante contra mí?

—Jamás.

—Es una dura palabra con un significado abismal.

—No tanto como tu rechazo.

—Ni su trato —contraatacó ella, alzando una mano para encontrar su rostro, tocando el lado que no llevaba la cicatriz—. Tengo miedo, mucho miedo de usted.

—Quisiera borrar lo que te he hecho —admitió con tormento, inclinado sobre su delicada figura—. Pero no puedo, por más que quiera borrarlo, sé que jamás podré hacerlo. Y no me queda más que intentar enmendar mis errores. No voy a tocarte Lucy. Escúchame bien, la próxima vez que seas mía, será porque así lo deseas. No voy a obligarte a nada.

—Yo nunca voy a querer que me toque.

—Entonces he de resignarme a conformarme con estos momentos en que duermes a mi lado, tan cerca pero tal lejos de mi alcance.

—No lo soportaría, por lo que he descubierto, es un hombre de grandes necesidades. Y si tiene esta pizca de caballerosidad hacia mí no es más que por simple remordimiento. Cuando lo supere, volverá a tomarme.

—Aceptaré tu opinión sobre mí dado todo lo ocurrido entre nosotros, pero te demostraré que no es así —dicho aquello  último se retiró de su lado, e incluso se bajó de la cama. Lucy no dijo nada, pero se mantuvo en el más absoluto silencio, esperando a escuchar algún otro movimiento.

Casi dió un repingo cuando escuchó la puerta y al mismo tiempo como está se cerraba de un portazo. Le tomó un par de minutos para creerse en realidad que él había salido; la sensación que la embargó no podía llamarse alivio, pero tampoco estaba decepcionada. Intentó calmar a su agitado corazón, y frotó los dedos de sus manos que había sentido la irregular cicatriz del cuello del hombre. Era grande, y parecía ascender, pero ella no logró sentir hasta dónde.

Pensó en ello por un largo rato, pues el sueño y la expectativa de su regreso la tenían ansiosa. Un marido celoso, había dicho. Pero ella pudo indentificar la mofa en su voz, por lo que se estaba burlando de ella. Finalmente el sueño la alcanzó, y en medio de ellos, sintió la cálida protección de alguien más a su lado, que le envolvía entre sus brazos y la aproximaba al gentil latir de su corazón.

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—¿Sabes cómo Salamander se hizo la cicatriz de su cuello? —inquirió con desenfadada curiosidad, bajando la taza de humeante chocolate. Escuchó cómo la persona delante suyo se atragantaba y preocupada estiró una mano hacia ella—. Lo lamento, ¿dije algo malo? ¿Te encuentras bien?

—Perdóname a mí, es sólo que nos había pedido que no dijéramos nada —Juvia se dió unas palmaditas en el pecho y tomó un bocadillo en su afán de mantener la boca ocupada para no responder—. No es que tenga nada de malo, claro está. Pero en el pasado era un poco sensible respecto al tema. Ya sabes, la pequeña vena vanidosa de los hombres. Pero déjame decirte que personalmente, y hablando de otras mujeres que conozco también, no le resta para nada su atractivo. Fue sólo un desafortunado...

—¿Con esas mujeres te refieres a Erza? —Lucy bebió otro sorbo, teniendo menos cuidado al enfriar la bebida antes de ingerirla y sintiendo el calor abrasar su garganta en su lento recorrido—. Sé que tuvieron algo.

Bah, fue hace muchísimo tiempo. ¿Por qué lo preguntas? Te prometo que no tienen nada que ver en la actualidad, desde que se casó contigo, Salamander no...

—No me interesa su fidelidad —aclaró, sintiendo el escozor en la garganta—. Si eso me mantiene fuera de su mira, por mí estupendo. Y nos estamos desviando, ¿sabes cómo se hizo esa cicatriz en realidad?

Mm... —Juvia no sabía qué responder que no revelara demasiados detalles. ¿Habría escuchado ya algo? ¿Salamander sabía sobre la curiosidad de Lucy respecto a su rostro marcado? Esperaba que no se enojara, pero iba a ser cuidadosa con lo que diría—. Es un poco difícil porque no tengo claro los detalles, pero estaba defendiendo a alguien cuando le superaron en número. Déjame decirte que tu esposo es muy bueno para defenderse, pero cuando los hombres son traicioneros no hay nada que hacer para salir ileso. Le golpearon brutalmente, e incluso le dispararon, pero creo que lo que más le dejó una huella fue eso, su cicatriz.

Lucy sintió la punzada de la pena, y el vestigio del recuerdo atroz que quiso irrumpir en su mente y evitó a toda costa dejar entrar.

—¿A quién defendía para arriesgarse de ese modo? Por lo que me cuentas, se desquitaron contra él. ¿Le dispararon incluso? Díos mío.

—Quizás, si se lo preguntas a él... —Juvia sabía que sería malicioso de su parte decir lo siguiente, pero lo intentó—. ¿Cómo te enteraste de su cicatriz?

—Zancrow lo mencionó un par de veces cuando estaba aquí —murmuró, no quería pensar en ese hombre—. Decía que su rostro estaba deformado debido a ello.

—Tonterías, sigue siendo un galán, aunque sea yo quien lo diga.

—... Y anoche toqué su cuello y sentí la cicatriz —confesó en un murmullo, ganándose el silencio de Juvia—. ¿Estuvo mal?

—¿Te dejó hacerlo? —Lucy negó. Juvia suspiró con pesar—. Fue desagradable contigo, ¿verdad? Lo siento mucho, Lucy. Es muy sensible respecto a ello, le trae muy malos recuerdos. No tienes ni idea de la cantidad de noches que pasamos a su lado para intentar bajarle la fiebre y evitar que sus heridas se infectaran. A la fecha todavía detesta el aroma de las hierbas que le poníamos y...

—No fue desagradable conmigo —aseguró, pues Juvia siempre fue su defensora ante el trato de Salamander, por lo que no iba a engañarla con ello—. Quizás un poco sarcástico pero he descubierto que suele serlo cuando algo le incómoda. ¿Ocurrió hace mucho?

—Ya tendrá algún par de años —Juvia se encontraba dividida entre la delgada línea de ir arrojando pistas sobre Salamander, o mantenerlo en el absoluto anonimato—. ¿Por qué no se lo preguntas? Contigo él no se sentirá juzgado por sus cicatrices.

—Como tú bien dices, no creo que sea un tema de su agradado y no quiero motivarle a ser aún más desagradable conmigo —mantuvo su silencio unos segundos, y al ver que su acompañante no continuaba se armó de valor—. Juvia, respecto a lo otro... ¿Te encuentras bien? ¿No te hicieron daño?

—Lo intentaron —la mujer de ojos tan oscuros que casi parecían negros sabía a qué se refería—. Pero no lo permití.

—Juvia, quiero pedirte las más sinceras disculpas, si yo hubiera sabido que te ibas a arriesgar de esa manera yo no...

—Lucy, no te lamentes, es algo que quise hacer por mí misma. Además, no pensemos más en qué cosa pudo salir mal, sino que centremonos en el ahora, ¿no crees? Tú tía y tu prima están aquí y...

—¿Dijiste mi prima? ¿Mavis está aquí? ¿De qué hablas? —Lucy sintió que por poco la taza resbalaba de sus manos y tuvo que dejarla en la mesita a su lado, no obteniendo más que silencio de Juvia—. ¡Juvia!

—Oh, cielos, me van a cortar la lengua por eso. Lucy, querida, no te alteres y baja la voz, por favor, te lo contaré.

—¡Ni Salamander o mi tía me lo dijeron! —haciendo caso omiso de su petición, Lucy se puso en pie ofendida. Juvia echó una mirada al pasillo desde la puerta entreabierta y se apresuró a cerrarla—. Juvia, por lo que más quieras, dime qué está pasando.

—Escúchame atentamente porque esto es delicado. Tú tía y tu prima están aquí en el castillo, yo vengo con ellas desde Londres, pero Mavis ha estado muy delicada de salud.

—Oh, no... ¿Es muy grave?

—Ya se encuentra atendida y desde anoche la fiebre no le ha vuelto a subir. Pero se encuentra debilitada por el viaje y su propio malestar. Me imagino que sí Michelle no te lo dijo es porque no quiere preocuparte, y en parte porque no confía en Zeref. Salamander prometió no entregarla a las autoridades, pero Zeref es otro asunto y lo sabes, más aún con su altercado de ayer.

—Llévame con ella —pidió Lucy de inmediato.

—No, Lucy, debes aguardar. Por favor, si te llevo ahora Salamander...

—Él salió temprano.

—¡Lucy! —replicó Juvia.

—¡Juvia! —suplicó Lucy. La mujer de azules cabellos asintió derrotada y se aproximó para guiarla.

—Oh por... Me van a matar por esto pero al diablos con sus enredos, venga, vamos.

—Juvia, eres un ángel —agradeció Lucy con gran alivio, sujetando el brazo que Juvia le tendía y usando su bastón para no chocar con nada al salir del saloncito.

—Sí, pues próximamente seré un pollo desplumado dónde no consiga ocultar esto.

—Es mi prima, no tienen derecho a ocultarme eso.

—Créeme, tu prima no tiene derecho a la libertad pero aquí está, y podemos decir lo que queramos, pero es tu marido quién tuvo la última palabra y la dejó quedarse.

—Voy a hablar con él —se mostró dispuesta, con una gran sonrisa en sus labios. Juvia asintió, tras recordarse que no era algo que pudiera ver, afirmó a viva voz.

—Sí omites la parte en la que yo fui la soplona te lo agradecería, no tengo nervios tan resistentes para otro de sus interrogatorios. Lo lamento mucho por eso, Lucy, es que es...

Se refería a haberle revelado lo de la carta. Lucy apretó su mano con comprensión.

—No te preocupes, Juvia, te estaré eternamente agradecida por cuánto has hecho por mí. Sé que mis capacidades son limitadas, pero si hay algo en lo que yo pueda ayudarte, no dudes en pedirlo, por favor.

—Sólo no me delates y con eso estamos a mano —añadió con una pizca de humor, teniendo cuidado al indicarle a Lucy los escalones por los que subieron hasta la habitación donde Mavis descansa. Había oído por Virgo que la joven seguía en un letargo extraño, tomando los caldos que le llevaban pero son decir palabra alguna y cayendo en la inconsciencia nuevamente.

Cuando por fin entró a la habitación, Michelle no se encontraba, y Virgo tampoco, por lo que con actitud agradecida por no dar explicaciones tan pronto, cerró detrás suyo y guió a Lucy hasta la cama donde la joven Vermillion yacía en el mundo de los sueños.

—¿Mavis? —Era increíble como en el mismo tono de Lucy podía encontrar tantos sentimientos encontrados. Le vió estirar una mano, buscando el pálido rostro de su prima. Así mismo, percibió el alivio al encontrarla, pasando rápidamente a la sorpresa cuando sintió los cortos mechones en torno a su rostro—. S-su cabello...

—Tengo entendido que buscaba hacerse para por un criado de su madre, ya sabes que está una orden de captura en su contra —explicó Juvia con tacto, notando la respiración más pausada de la joven dormida, a diferencia de la noche anterior dónde parecía errática y dificultosa—. No te preocupes, volverá a crecer.

—Tienes razón... —Mas eso no evitó los dulces recuerdos de su niñez donde la chica cuidaba su larga cabellera rubia con tacto y fervor—. ¿Mavis, puedes oírme?

—Está dormida, y permanecerá así por un tiempo más. Le han dado laudano.

—Lo comprendo... —Lucy continuó acariciando sus cortos cabellos durante unos minutos más, perdida en sus propios pensamientos y escuchando a Juvia moverse a su alrededor. Hasta que los distantes gritos del exterior lograron filtrarse por la habitación a través de la ventana y atrajó la atención de la mujer de azules cabellos—. ¿Son los niños jugando?

—No, me parece que... —Juvia se aproximó a la ventana, y desde esa distancia que no era muy lejana, logró ver en el patio delantero como Gajeel desmontaba al lado de Natsu, quién se tambaleó y tuvo que ser sostenido por su hermano—. Pero qué... ¡Oh por Dios, se está desangrando!

Vio la sangre manchar la nieve bajo sus pies, y comprendió por qué Gajeel le asistía ante la escandalosa multitud que se congregó entorno a ellos. Lucy se sobresaltó ante su grito.

—¿Quién se está desangrando? —preguntó con pánico, tentando el brazo de su prima con terror.

—El estúpido de tu marido, ¡ahora vuelvo! —Juvia se apresuró a la puerta, y cuando estaba por salir la voz de Lucy le detuvo.

—¡Quiero acompañarte!

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Continuará...


N/A: Ya sé, me pondré al día con sus comentarios lo prometo. Pero aquí un pequeño adelanto para que no digan que miento. Y este fue un pedido de LiaPendragon_, todavía no está terminado obviamente, pero se supone es el primer beso de Natsu y Lucy. Se supone... Okno




Espero hayan disfrutado de la lectura, nos leemos pronto ❤️

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