Capítulo 51.
N/A: Hola queridos lectores. No voy a agobiarles con lo sucedido este último mes, pero solo les diré que no ha sido el mejor. Fue duro, y has sido difícil. Les había comentando que ya tenía el capítulo listo pero por cuestiones personales no lo he publicado. Aquí se los dejo, espero disfruten la lectura y pronto nos leemos.
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Natsu soltó una riestra de maldiciones cuando su montura sufrió un percance luego de ser asustado por un lobo. Le extrañaría de ser su caballo, que no solía ser un animal nervioso, y menos luego del largo camino que habían recorrido, el animal casi le había tirado. Pero habían cambiado los caballos poco antes de llegar a las fronteras y el animal no le pareció extraño. Ahora miraba al corcel con una expresión tensa y frustrada mientras ignoraba el dolor en su sien y la sangre que bajaba por el costado de su cara.
—Eso si que es tener mala suerte —observó Erza, bajando de su propia montura para aproximarse a él y revisar su herida—. ¿Estás bien? ¿Deberíamos tomar un descanso? Hubiera sido mejor traer nuestros propios caballos de repuesto antes que comprarlos.
—Lo sé, pero Gajeel apenas nos dejó prepararnos con uno —murmuró, quitándose la pañoleta y la peluca, apartando su cabello para revelar el corte que sangraba más de lo largo que era. Sólo un rasguño.
—No voy a perder más el tiempo, sube a tu caballo, o deberás alcanzarnos en el camino —replicó Gajeel apenas mirando su estado. Natsu deseó patearlo. Erza le envío una mirada furiosa.
—Gajeel, puede tener una conmoción. Espera un poco. —Erza terminó de limpiar su herida, y satisfecha notó que está no sangró más—. Natsu, ¿no sientes náuseas?
—En absoluto. Andando, tendré más cuidado con el caballo —aseguró, rechazando el toque de la pelirroja que intentaba darle consuelo, e ignorando el terrible humor de Gajeel. Él también estaba desesperado por encontrar a Juvia, maldita sea, era como una hermana para él. Pero el Redfox no había hecho más que lanzar indirectas y estar resentidos con ellos todo el trayecto. Dos días, tres cuando mucho, y llegaría a Londres. Pero había tenido que intentar obtener información en el camino, y no había resultado—. Sube, Erza. Estoy bien.
—Como quieras —espetó, imitando su actuar al subir sobre su caballo e instándole a avanzar delante de ellos—. Ustedes dos están insoportables.
—Que te jodan, Scarlet. Es más, dile a Salamander a ver si los dos me dejan en paz —volvió a espetar el hermano de Juvia. Erza enrojeció furiosa, y evitó ver a Natsu, quien ya estaba guiando su caballo al pelinegro para arrojarlo de su silla cuando escuchó los cascos y el traqueteo de un carruaje.
Era extraño que hubiese viajeros en esa época del año. Los había, pero bajo circunstancias muy especiales. Llevar algun herido o en busca de ver a algún familiar enfermo. Siempre se trataba de una emergencia, como ellos, pues el frío no era para tomarlo a broma.
Confundidos se orillaron, escuchando el sonido hasta que el carruaje tirado por dos caballos resollantes apareció a la vuelta del camino, llevado por una figura que aferraba las riendas y mantenía su cabeza oculta bajo la capucha de su pesado manto. A su lado, una figura incluso más menuda se mantenía inmóvil, muy seguramente intentando mantener el calor en su cuerpo. Salamander no vio necesario volver a ponerse la peluca, pues con la herida aún palpitante, sería una molestia. Y a esas alturas de Escocia no había nadie que pudiera reconocerlo.
O eso creyó.
El carruaje siguió avanzando, con paso lento pero seguro. Era una suerte que la ventisca de la noche anterior no continuara, o haría imposible el avance de cualquiera. Fuera en carruaje o en caballo.
—Sólo alguien bajo una situación crítica se atrevería a aventurarse en este clima —murmuró Erza a su lado cuando el carruaje casi les alcanzó. Natsu asintió, envolviendo su capucha mejor y sintiendo una extraño sentimiento al ver las manos tan delicadas que sostenían el carruaje. La figura seguía con la cabeza gacha, y la capucha cumplía la función de no dejar entrever si se trataba de una mujer o un hombre. Pasaba lo mismo con la otra persona a su lado, que se pegaba a su costado y parecía susurrarle algo—. Andando, o vamos a...
El carruaje los pasó de largo. Gajeel siguió su camino, y Erza le acompañó. Natsu detuvo su montura y la hizo girarse para ver cómo el carruaje se detenía unos metros más adelante y la figura que conducía parecía bajar, llevando casi a rastras a la otra. La portazuela del carruaje se abrió, revelando lo que pareció ser una elegante mujer que intentó sujetar el cuerpo más pequeño, y con ayuda del cochero, intentaban meterla dentro.
Natsu estaba por darles alcance a los demás, cuando el cochero casi perdió el equilibrio y la capucha cayó, revelando sus largos cabellos azules y un rostro tan familiar que antes de pensarlo gritó.
—¡Juvia! —Acercó su caballo a todo galope. Y la mencionada tardó solo un segundo en reconocerlo, al ver sus rosas cabellos al aire. Y aunque vio en su expresión tantas emociones pasar, siguió sin soltar la figura que ahora se hallaba inerte contra su cuerpo—. Por amor de Dios, ¿dónde diablos te has metido? ¿Que haces aquí?
—¿Puedes ayudarme, por favor? Se ha desmayado y tiene mucha fiebre.
Natsu desmontó con premura, y apenas llegó a ella tomó control de la situación y cargó la débil y pequeña figura en brazos. Fue entonces que la capucha suya también cayó y reveló un rostro que ni de chiste iba a olvidar. No importaba que tuviera ahora el cabello tan corto, ni de otro color de alguna forma extraordinaria. Estaba sosteniendo a Mavis Vermillion.
—Natsu... No lo hagas, por favor. Está grave.
—¿Puedes explicarme esto en menos de dos minutos?, o ahora mismo regreso por dónde has venido y la entrego.
—E-estás... es-tás con vi...da. L-lo... s...sabía... —Mavis abrió sus ojos cristalinos por la fiebre, y con rostro pálido lo inspeccionó. Pero antes de que pudiera decir algo más, volvió a desvanecerse. Juvia lo empujó para que la dejase en el interior del carruaje. Fue entonces que Natsu pudo ver a la mujer que le veía como si fuera una serpiente, y a su vez parecía decidida a enfrentarle.
—Juvia, ¿le has llamado Natsu?
—¿Quién es usted? —replicó, dejando a Mavis en el asiento contrario al suyo antes de retroceder y observarla desde la portazuela. Juvia le estaba tirando del brazo para llamar su atención, pero él por fin había encontrado a Mavis. Y esa mujer tenía un gran parecido con ella, seguramente era...
—¡Juvia, querido Dios! —Erza desmontó antes incluso de detener su caballo y por el mismo impulso llegó hasta la mujer, abrazando su cuerpo con ansiedad y casi llorando de alegría por verla entera—. ¿Qué crees que haces? ¿Estás loca? ¿Tienes idea de lo preocupados que...?
—Hazte a un lado —fue la siniestra voz de Gajeel que detuvo aquel momento—. Tú... Juvia, tú...
—¡Gajeel! —Juvia se arrojó a sus brazos, soltando las lágrimas que había estado reteniendo y abrazándole con el cuerpo tembloroso por toda la tensión acumulada. Su hermano, que tenía toda la intención de darle el sermón de su vida y un castigo de por vida, se echó a llorar junto con ella y la sostuvo contra su cuerpo—. Estaba tan asustada, creí que no volvería a verlos. Pero aquí están... Los extrañé tanto.
Ningún fue capaz de romper el momento, pero tampoco podían quedarse allí. Los varones tomaron las riendas del carruaje, y atando a sus cansadas monturas a la parte trasera del mismo, continuaron el camino hasta la posada más cercana justo al caer la noche. Debido a la época y la poca afluencia de gente, había habitaciones más que disponibles. El problema fue encontrar un médico para Mavis, que parecía tener dificultades para respirar. Juvia se notaba demasiado preocupada, para gusto de Natsu y Gajeel, quién aún quería saber qué había sido de su hermana; pero está fue clara, no hablaría hasta no saber que Mavis recibía una atención adecuada. Casi a media noche la esposa del posadero se ofreció a revisarla, pues tenía algunos conocimientos y era una matrona. No era lo más adecuado, pero funcionaría a falta de un médico.
—Le insistí en que se metiera al carruaje apenas noté que le subía la temperatura, pero se ha negado —aseguró Juvia a la mujer. Michelle se hallaba sentada en las cercanías, revolviendo nerviosa sus manos y mirando con desconfianza a los otros tres presentes, aquellos extraños que se habían encontrado en el camino y parecía ser familiares de Juvia, o al menos uno ya le había quedado claro que lo era.
La esposa del posadero asintió, procediendo a revisar con sumo cuidado el cuerpo de lo que creyó al inicio un muchachito. Y apenas se dió cuenta de que era mujer pidió privacidad en la habitación. Michelle, para sorpresa de Juvia, abandonó el lugar. Y apenas puso un pie fuera, tomó aire y llamó la atención del hombre de cabellera rosa que la había estado viendo con la misma aversión que ella a él.
—Escuché lo que mi hija dijo... Así que, usted es Natsu Dragneel —aseguró con acidez, recordando las insinuaciones de Mavis sobre la verdadera identidad del marido de Lucy. Erza y Gajeel les vieron con sorpresa, pero Natsu los despidió con una mueca y se enfrentó a la mujer con una expresión fríamente sombría—. Soy Michelle Vermillion. Mavis es mi hija, y Lucy mi sobrina.
—Ah, tan encantadora como su hija, un gusto, Madame Vermillion —añadió con sarcasmo, haciendo una burlona reverencia. Michelle entrecerró los ojos, viéndole de arriba a abajo, inspeccionando sus atuendos de cingaro, y centrándose por fin en la cicatriz de su cuello. Natsu ladeó la cabeza, para permitirle verla mejor—. ¿Encantadora, no cree? Un recuerdo de su hija y su querido tío Jude. Quizás, alguna pequeña pizca de Lucy.
—¿Dónde tiene a Lucy? —preguntó, centrando su mirada en la suya, con una expresión tan severa como la de una leona protegiendo a sus crías.
—A dónde corresponde —respondió con simpleza.
Michelle dió un paso al frente, y luego pareció pensar las cosas. Natsu podía escuchar a Gajeel y Erza murmurar al final del pasillo, y estaba seguro de que le veían.
—¿Qué sentido tiene que haya fingido estar muerto?
—Ah, veo que está informada.
—No tanto como me gustaría, y demasiado tarde para actuar —se lamentó, sin perder el gesto severo—. Pero usted está vivo, mi hija no le asesinó.
—Lo intentó.
—Usted no sabe...
—Mire, señora, me parece encantador y tierno que quiera defender a su bartarda, pero es inne... —La bofetada que la mujer le propinó resonó en la tranquilidad del pasillo. Y escuchó a Erza contener el aliento, y a Gajeel mascullar algo. Natsu miró con asombro a la mujer, y sintió el picor de sus dedos en la mejilla apenas pudo registrarlo—. Vaya... Gajeel, ¿a qué distancia se encuentra el ejército de Inverness? Les haré una visita para decirles que aquí hay una criminal.
—No se atreva a chantajearme con ello, pues yo también tengo mucho que decir —replicó ella, frotando su mano ante el dolor de la bofetada—. Y no voy a permitir que hable así de mi hija. Ni mucho menos que siga maltratando a Lucy.
—No es chantaje, sino una promesa —se dió la vuelta, dispuesto a cumplir su palabra apenas supiera a la enana traidora fuera de peligro. Pero entonces esa mujer le sujetó del brazo y volvió a hablar.
—Dudo que tengas más deseos de capturar a mi hija que a Jude —Natsu la miró, y luego la mano sobre su brazo. Antes de siquiera responder, la puerta se abrió y Juvia se enfrentó a ellos. Casi como si pudiera leer el ambiente, se posó delante de Michelle, enfrentando a Natsu y le vio con censura.
—Lo que sea que estés a punto de hacer, Natsu. Ya fue suficiente. No voy a permitir que le pongas la mano encima a ninguna de ellas. Me han salvado la vida.
—Juvia, no —Gajeel se aproximó, intentando detenerla. Juvia se escapó de su agarre y siguió viendo a Natsu.
—Te juro, Gajeel, que si te metes una vez más, no volveré a dirigirte la palabra. Y tú, Natsu, no te atrevas. O voy a revelarle a todos quién eres.
—Eso no será un problema —secundó Michelle. Natsu las miró con la cautela de un hombre que se ha encontrado a un lobo hambriento en el camino. Pero él tenía aún más hambre y deseos de sangre que esas dos juntas. Más aún contra Jude luego de escuchar de los labios de Lucy cómo la había tratado.
—A mí no me amenazas. Y tú, señorita, estás en graves problemas. Me dices ahora mismo qué carajo te ha picado para irte sin decirle a nadie —gruñó Gajeel, colocándose a la par de Natsu.
Juvia no respondió, porque la mujer dentro de la habitación salió y con evidente enfado les dijo.
—Mis señores, hay una salita de descanso para gente de su condición. Si no les importa, tengo a una niña enferma que atender. —Girándose a Michelle, sugirió—: quizás quiera quedarse con ella en lo que preparo agua para un baño. Por suerte no parece haber pescado nada grave, pero hay que bajarle la fiebre.
—Claro —Michelle le echó una última mirada aterradora, antes de desaparecer en el interior de la habitación. Sólo entonces Juvia se abrió pasó a empujones y siguió a la mujer que los guío a lo que en sus mejores tiempos pudo ser una pequeña biblioteca. Una vez dentro, y con bebidas proporcionadas por el dueño que veloz se dió cuenta de que eran gente de dinero, se encerraron el par de hermanos junto a las dos jóvenes mujeres.
—Bien, ahora que tenemos más privacidad, y antes de que abras tu gran bocota Gajeel —replicó al ver que su hermano quería protestar, por lo que insistió con más fuerza—. ¡Te callarás, y me van a oír! ¿Soy clara? Sé que tú también me has ocultado cosas, así que ahora te aguantas... Gracias. Ahora, la razón por la que vine a Londres es irrelevante.
—Es lo que más nos interesa —objetó Erza. Juvia se encogió de hombros.
—Para mi es más importante dejar en claro por qué Natsu no va a hacer alguna otra estupidez. No vas a delatar a Mavis, ¿te quedó claro? Si no la toleras, no te la cruces, pero ella y Michelle vendrán con nosotros al castillo.
—Estás loca.
—Es un efecto secundario de conocerte, querido. Ahora, júrame por lo más sagrado que no vas a delatarla.
—No te voy a jurar nada, yo no les debo nada.
—Me han salvado la vida. Lo mínimo que podemos hacer es mantenerlas a salvo. No tienen a un hombre que las proteja. Lamentablemente esta sociedad requiere a un varón para que nosotras podamos considerarnos protegidas, y puesto que estás legal y completamente casado con Lucy, te hacen parte de su familia. Te guste o no.
—Voy a ir por el maldito ejército inglés para que se la lleven —prometió entre dientes. Juvia arqueó una ceja.
—De acuerdo, a ellos les interesará saber por qué el próximo líder de las tierras altas ha fingido su muerte.
—¿Qué?
—Eso. Ya sabes, el rey podría llegar a pensar que quizás has estado preparando algo en secreto, y que por eso te has mantenido oculto.
—No te atreverías...
—Juvia, quizá si nos explicas como ellas te han salvado, haría a Natsu cambiar de opinión. Estamos muy tensos, pues llevamos poco más de una semana cagalgando apenas supimos que habías desaparecido. Y toda esta situación, es complicada —Erza intervino, previendo el temperamento del pelirrosa y la delicada amenaza que Juvia le había lanzado. Debía parar los ánimos antes de que creciera más.
Entonces Juvia procedió a explicar desde el momento que llegó a la mansión Heartfilia y sus intenciones. Omitiendo que había sido instada por Lucy y una carta que quería hacer llegar. Si bien fue decisión suya ir en persona, la carta era otro asunto distinto que el humor de Natsu en esos instantes no toleraría. Intentó parecer indiferente al nombre a Gray Fullbuster y sus intenciones de ayudarla cuando se lo encontró en la gran ciudad. Notó a su hermano incómodo, pero Natsu permaneció inalterable, escuchando su explicación. Recordó el momento en que llegó a la pequeña cabaña donde Michelle solía estar recluida, y todo lo ocurrido a partir de ahí. Con menos convicción y sin ver a nadie, relató lo que intentaron hacerle y las consecuencias para Gray que quiso impedirlo; y lo logró a costa de su estado actual. Continuó con los tensos días y luego la explícita amenaza de Jude al creerla conocedora de la ubicación de su única hija. Gajeel la miraba con agonía, lamentando en silencio lo que había tenido que pasar y en presencia de quién. Finalmente, cuando Juvia llegó a la parte de Jellal entrando a ayudarles, Erza la interrumpió.
—¿Que Jellal qué?
—Yo también me sorprendí. Pero de no ser por él... No quiero ni pensar en lo que pudo ocurrir. Fue entonces que llegué y se encontraba madame Michelle. En realidad, ella fue la mente detrás de Jellal, no sé cómo o porqué, pero ella le envío a por nosotros y desde que estamos bajo su protección se ha encargado de ocultar a cada uno de los sirvientes de la mansión Heartfilia, y ha cuidado de mí. Me dirigía a casa cuando los he encontrado.
Erza se mantuvo en silencio, con la mirada perdida en algún punto. Gajeel negó y se puso de pie.
—¿Pero por qué has ido, Juvia? ¿Cómo pudiste arriesgarte así?
—¿Por qué has visto el aspecto de Lucy, hermano? ¿Se ha detenido alguno de ustedes a verla desde que llegó? Siento que a cualquier momento se romperá y no logrará recomponerse. Estaba preocupada por su tía y...
—¿Ella te lo dijo? —inquirió Natsu. Juvia asintió—. ¿Ella te pidió que hicieras esto?
—Claro que no.
—¿Y entonces por qué lo hizo? —Si algo había descubierto Natsu en ese tiempo, es que por más mal que ella lo pasará, no solía lamentarse, o no al menos delante de otras personas. No buscaba la simpatía de nadie ni intentaba darles lástima.
—Porque todos queremos ser escuchados alguna vez —replicó con tensión, mirándole de manera fría—. ¿O no lo crees así Natsu? En especial nosotras, que tenemos que mordernos la lengua y aceptar sus absurdas e incluso humillantes decisiones. Por alguna vez, queremos que nuestra voz sea escuchada. Tú sabes de eso, Erza.
—Lo que yo sé es que ese bastardo de Fernández no es ningún santo. ¿Por qué las ayudaría?
—No tengo idea, pero lo hizo, y estoy aquí ahora gracias a ello, a Michelle que le envió. Lo mínimo que podemos hacer es protegerla y permitir que se encuentre con Lucy.
—Eso no sucederá —declaró Natsu, poniéndose de pie para salir del salón. Iba a hablar con esa mujer en ese mismo instante para saber qué relación tenía con alguien tan corrupto como Jellal. Podía ver lo aturdida y mortificada que se encontraba Erza tras la mención de su nombre. Jamás volvería a permitir que le pusiera una mano encima. No volverían a herirla—. Michelle tiene muchas preguntas que responder.
—Ella me ha asegurado conocer el modo de atrapar a Jude, Natsu.
—Bien, estoy seguro de que esa información la tendré pronto si lo que quiere es el bienestar de su hija —sin detenerse, ya había sujetado el pomo de la puerta cuando Juvia volvió a hablarle.
—Nunca te perdonaré que no ayudes a quienes me ha ayudado a mí. —La hermana menor de Gajeel sabía que tenía que echar mano de su última carta, y si eso no bastaba para detenerle, nada más lo haría—. Lucy se pondría muy feliz si tiene a su tía a su lado, ¿te imaginas lo agradecida que estará si no entregas a Mavis?
Gajeel miró a Natsu, al igual que Erza, y luego ambos regresaron su mirada juzgadora a Juvia, pues sabían lo que intentaba hacer, o al menos lo intuían. Era imposible que Natsu tampoco lo viera.
—Sé lo que intentas Juvia —advirtió, mirándole por sobre el hombro y con la mano tensa en la perilla.
—Intento que no cometas más errores. Además, así tendrás a Mavis vigilada, ¿crees en verdad que pueda hacer algo en su estado actual? Se está deteriorando, por si no lo has notado. Michelle quiere ver a Lucy, y proteger a su hija. Ella tiene la misma aversión a Jude que tú, ¿no sería mejor trabajar en conjunto?
Natsu abrió la puerta tan rápido que Juvia se sobresaltó, mostrando una expresión de angustia ante lo que pudiera hacer.
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Lucy terminó de hacer la última puntada y con ayuda de Wendy cortó el hilo, ocultando la costura bajo la prenda que seguramente portaba la muñeca. Había sido muy difícil, no iba a negarlo; tenía los dedos pinchados y de no ser por la pequeña Marvell no habría logrado reconstruirla. Acarició los mechones que asemejaban los cabellos de la muñeca, y sonrió al comprobar una vez más lo suave de la prenda.
—Azuka estará muy contenta —aseguró Wendy, guardando el trabajo de costura y poniéndose en pie—. ¿Te acompaño al interior del castillo o te gustaría quedarte un rato más? Iré por ella.
—Me quedaré un poco más, si no te molesta. Me ha agradado —aseguró, escondiendo sus manos frías dentro de su grueso abrigo. Tenía las mejillas y la nariz rojas debido al helado clima, pero quería salir. Cada vez se sentía más impaciente y aislada en aquella habitación. Estaba segura que de no ser por Wendy, Virgo y Makarov, se volvería loca enseguida.
—De acuerdo, volveré rápido, Lucy —Wendy se marchó lo más rápido que la altura de la nieve le permitía, pues de manera cómica sus pies se hundían y le llegaba a media pantorrilla.
Lucy supo el instante en que se quedó sola, debido al enorme silencio a su alrededor. Incapaz de analizar más su entorno, entonó una melodía que Wendy le había enseñado hacia unas semanas. Según le dijo, se trataba de una leyenda que acechaba aquellas tierras, llena de magia y misterio. Le había encantado ese toque melancólico, y aunque todavía no era capaz de entender el idioma, Wendy se encargó de enseñarle lo que decía específicamente aquella historia para que pudiera entonarla con más pasión. Como una canción de cuna, se vio arrullada y se permitió cerrar los ojos mientras continuaba formulando aquella encantadora historia de las hadas en un idioma ajeno al suyo.
Entonces una rama crujió cerca suyo, y la hizo callar por completo.
—Mi señora, no quería asustarla. La he escuchado cantar y no he podido resistirme —habló una voz burlona. Lucy sintió el vello de su piel erizarse, y no precisamente por el frío. Zancrow. Reconocía ese tono de voz tan escalofriante y cargado de burla en cualquier lado. Le incomodaba de alguna forma su presencia—. Dígame, ¿quién le ha enseñado tan encantadora melodía?
—Wendy —fue toda su respuesta. No lo demostró, pero no sé sentía cómoda con él en ese lugar. Deseó que Wendy no tardara mucho. De alguna forma, él creyó que era invitado a compartir su espacio, pues se aproximó a ella hasta acabar a su lado.
—Hace tiempo que he querido charlar con usted. Tan encantadora y bella que duele tenerla tan cerca. Salamander es un completo idiota si prefiere irse de viaje a quedarse con usted. Yo no me atrevería a dejarla sola, y menos con su condición —comentó provocador, rozando sus manos que aún sujetaban la muñeca.
—Como podrá entender, mi esposo sabe que soy muy capaz de permanecer por mi cuenta —espetó, retirando sus manos y haciéndose a un lado para evitar su cercanía, pues ya había ocupado un lugar a su lado.
—Oh, querida. No debe sentirse mal por su problema, debería tener criados que atiendan todas sus necesidades a cualquier hora, y he notado que aquí... No lo hacen.
—Porque no lo necesito.
—Se equivoca, sé que han sido groseros con usted —volvio a tomar su mano, está vez con más fuerza, y tiró de ella para posar sus labios sobre los fríos y blancos nudillos—. En mi hogar, nadie se atrevería a tratarla así.
—Mi señor, lo que dice está muy fuera de lugar —le indicó, volviendo a tirar de su mano sin éxito de liberarse—. Le pido por favor que me suelte y dejé de tratarme con tanta familiaridad. Los demás pensarán...
—Que piensen lo que ellos quieran, me da igual. En unos años más tendrán que obedecerme cuando el viejo Makarov esté bajo tierra —Lucy se sintió horrorizada de sus palabras. En especial porque Makarov, el jefe actual, había sido tan amable y considerado con ella, en especial aquellos últimos días, que le tenía cariño—. Lucy, sea sensata, ¿que cree que le espera con ese cíngaro? No tardará a volver a sus andadas de nómada y a usted la arrastrará por el lodo en su asqueroso carromato. Su presencia aquí es temporal. En cambio, yo puedo brindarle todas las comodidades que una dama de su categoría se merece.
—Le voy a pedir, del modo más sincero y respetuoso, que deje de insinuar barbaridades y me deje tranquila a. No me interesa, ni usted ni sus riquezas. Mi posición actual es indiferente a usted.
—¿Por qué huye, Lucy? Dudo que sea por amor, he visto como se tratan usted y Salamander. No dudo que él sienta deseo por usted, es imposible no sentirlo, ¿pero qué la retiene a su lado?
—Es suficiente —Lucy se puso en pie, aferrando la muñeca contra su cintura y con su bastón en la otra mano—. Haré como si está conversación no hubiera pasado, así que por favor retírese y déjeme tranquila.
—Lo lamento, no quise molestarla.
—Pues lo ha hecho, así que déjeme tranquila —le censuró. Zancrow apretó las manos en puños. Había creído que al ofrecerle comodidad y la perspectiva de ser una pordiosera con Salamander sería suficiente para que ella quisiera irse con él. Ya vio que no era así.
Pero había otras maneras.
—Al menos, permítame que la lleve de vuelta al castillo —se ofreció. Lucy quería declinarlo, pero estaba muy desorientada por la furia y toda aquella nieve bajo sus pies la confundía, pues no encontraba el camino de rocas que la llevaba desde la puerta trasera al jardín. Con mucho pesar aceptó su ayuda, sintiendo su mano en la parte baja de su espalda y odiando la sensación cada segundo que pasaba.
No intercambiaron más palabras, y Lucy sólo caminó lo más rápido que pudo para terminar con aquello, deseando encontrarse con Wendy en el camino para que él no tuviera que acompañarla hasta el interior. O Virgo, ella sin duda lo espantaría para que la dejase en paz. Tensa y expectante aguardó a escuchar el ruido de las cocinas, pues sabía que había comenzado a anochecer y se estarían preparando para la cena. Pero después de un rato, y otro más, no había ruido, pero si un aroma peculiar que le hizo tener un vago recuerdo.
—Zancrow, ¿estamos rodeando el castillo? Porque yo no tengo ningún problema con entrar por las cocinas —pudo escuchar su sonrisa, y eso no le gustó cuando aferró la mano en su cintura y la aproximó a él.
—Quiero estar un ratos a solas contigo, tal vez así te pueda convencer —fue todo lo que dijo antes de bajar a besarla en la boca. Lucy intentó apartar el rostro, pero él la sujetó del pelo con fuerza y la forzó a quedarse en la misma posición mientras intentaba invadir su boca con su lengua.
—¡No, no se atreva! —alcanzó a protestar antes de sellar sus labios, sintiendo su asquerosa lengua rozar sus dientes apretados. Ella comenzó a golpearlo, intentando liberarse de su abrazo, más no lograba siquiera apartar su cara de ella, por lo que abrió la boca lo justo y le mordió con fuerza.
Él gritó y se apartó de ella, no sin antes propinarle un golpe que la arrojó al suelo. Lucy sintió la tierra bajo suyo, fría, y con algo pinchando sus brazos y parte de su cuello. Descubrió que era heno, y esa fue la última pista que necesitó para darse cuenta de que estaba en los establos. Antes de siquiera poder pedir ayuda, él la sujetó del cabello y tiró de ella para arrastrarle en alguna dirección. Luchó por ponerse en pie, gimiendo de dolor y la imposibilidad de tomar el aire suficiente para gritar. Y se vio arrojada a un fardo de heno, metiéndose este entre sus ropas y pinchando por todos lados. Él se echó encima, y la sujetó por la barbilla con fuerza.
—¡Tú, perra! Me has mordido —Lucy no podía verlo, pero la sangre salía de su boca y manchaba su barbilla—. Creo que Salamander no te ha logrado domar del todo. Tienes muchas agallas para revelarte aún con tu maldita ceguera.
Lucy no respondió a sus insultos, y en cambio luchó por quitárselo de encima y derribarlo. Él mascullo algo y la abofeteo tan fuerte que se sintió aturdida, sintiendo el picor en su rostro por el golpe. Entonces él volvió a golpearla, está vez en la otra mejilla, y Lucy apenas encontró su rostro con sus manos le aruñó hasta sentir la piel correrse bajo sus uñas. Él rugió una maldición y se apartó un instante, rodando para intentar ponerse en pie. Entonces él clavó una rodilla en su espalda y dejó ir todo su peso en ella, sacando un cuchillo para comenzar a rasgar su abrigo, y una vez retirada la pesada prenda, cortó con rabia el vestido.
Su peso la estaba ahogando, los pulmones le ardían y sentía sus huesos protestando, como si le dijeran que no podrían soportar más tiempo su fuerza. Lucy siguió resistiéndose a pesar de sentir la piel de su espalda desnuda y los labios de aquel hombre tan repulsivo sobre su cuello. Ella recordó, la furia ciega de Salamander la primer noche; lo que había hecho con ella y lo diferente que le parecía ahora en comparación de lo que Zancrow intentaba hacerle. Ella no podía permitirse volver a pasar por lo mismo.
Ya no más.
Pero la falta de aire estaba haciendo estragos, y aún cuando él liberó su peso para meter la mano en la abertura de su espalda y apretar su seno con fuerza, ella apenas y pudo sentir algo más antes de que la inconsciencia se la llevara. Zancrow besó su cuello, mordiendo la suave piel de alrededor, preso de aquel deseo que lo había estado enfermando desde el primer momento en que la vio. Era una mujer sin duda hermosa, y había fantaseado tanto con tenerla que en esos instantes no encontraba ni por dónde empezar. Era sencillo lo que ocurriría, y una vez la tomara, Salamander ya no la iba a querer. Le conocía, y era un hombre tan arrogante y orgulloso que desecharía lo que él hubiera tocado. Con su esposa no sería distinto.
El cuerpo debajo suyo dejó de oponerse, y tampoco continuó protestando, por lo que se detuvo un instante a verla, notando que había perdido la consciencia. Satisfecho por su nula resistencia la arrastró de nuevo al fardo de heno, dónde la arrojó para comenzar a desvestirse.
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Cuando Lucy abrió los ojos de nuevo, no encontró nada nuevo visualmente hablando, pero fue presa de un dolor físico tan aterrador que los recuerdos de su último momento consciente la hicieron llevarse las manos al rostro y echarse a llorar. La había violado, ese repugnante hombre... ¿Qué pensaría Salamander de ella? Su trato siempre fue más gentil, ahora que ella podía compararlo con la horrible experiencia. Salamander había intentado que ella no sufriera tanto, y había estado en su derecho de tomarla. Pero Zancrow...
—Shh, tranquila, ya pasó... —fue el susurro de una voz masculina, por lo que se sobresaltó e intentó apartarse—. Lucy, tranquilízate, podrías hacerte daño.
Le costaba respirar, lo notaba ahora que el sonido de su respiración se volvía cada vez más forzosa.
—¿Cómo te sientes? ¿Te duele mucho el pecho? No, no hagas eso. Respira así, conmigo —esta vez fue una voz femenina. Lucy sentía que volvería a desmayarse, debido a lo mucho que le dolía coger aire. Por lo que intentó imitar el sonido de la respiración de la mujer a su lado—. Eso es... No fuerces tus pulmones...
—Zancrow... Él... —intentó decir con la voz rota, pero dispuesta a revelar lo ocurrido. ¿Y si no le creían? No podía tranquilizarse, ¿quiénes eran los que estaban con ella?
—Ese bastardo no está más aquí, y si existe algo de justicia divina, la herida que le provoqué lo matará —señaló con odio el hombre una vez más, tomando su mano en un suave apretón. Lucy intentó tranquilizarse, tal como le pedían, pero no paraba de temblar. Zeref. Era la voz y el aroma de Zeref—. ¿Te duele mucho la cara? La tendrás hinchada unos días...
—Yo digo más bien unas semanas —murmuró la mujer poco convencida.
—Zeref, Zancrow me... —pero él le cubrió la boca al instante, con firmeza pero sin ejercer verdadera presión, y al instante la retiró.
—Perdóname, es sólo que no quiero pensar en lo que ese bastardo pudo haber hecho de no ser por la cocinera que...
—¡Oh, estuvo maravillosa! Bisca te estaba buscando y vio como el hijo de puta ese te metió a rastras a los establos. Mandó a Wendy por ayuda, pero no se quedó de brazos cruzados y fue y le estrelló el rodillo en la cabeza —la mujer soltó una risa estruendosa, quizás demasiado para el leve dolor de cabeza que padecía en esos instantes. Y con suavidad le apretó una mano para darle ánimos—. Así que no te preocupes, querida. No logró hacerte daño, el dolor que sientes fue por los golpes y que te estuvo aplastando. Tienes un gran moraton en la espalda, pero sanará.
—¿La cocinera... me salvó? —Lucy estaba intentando recordar, pero solo sentía la presión en sus pulmones que le impedía respirar y luego el silencio que le acompañó en la inconsciencia.
—Sí, se ha llevado un buen golpe también debido a Zancrow, pero está aliviada de llegar a tiempo —musitó Zeref, pasando su mano por sus cabellos con suavidad. Lucy cerró los ojos un instante, con una infinita señal de gratitud. Debía agradecer a la mujer. Si ella no la hubiera visto...— Cana, ¿te importaría quedarte con ella unos minutos? Iré por Makarov para decirle que Lucy ha despertado. Ya es algo tarde y no quiero levantar a Wendy. Sé que me lo pidió pero para su edad no debe estar despierta tan tarde.
—¿Qué hora es? —quiso saber Lucy, reconociendo por fin a la otra mujer de nombre Cana, quién pareció alejarse un poco a juzgar por el suave frufru de sus faldas.
—Pasada la media noche —Zeref pareció ponerse en pie, y luego escuchó cómo atizaba el fuego. Cana dijo algunas cosas y rió. Prometiendo volver rápido, el primogénito Dragneel se retiró de la habitación. Lucy intentó tranquilizar el sentimiento aún persistente de terror que la había acompañado.
—Querida, espero que nunca tengas que usar mi consejo, pero a la próxima, búscale los ojos al bastardo que te intente someter y enséñale lo que tú tienes que soportar —añadió con amargura, sentándose de nueva cuenta cerca suyo.
—Lo tendré en cuenta —musitó, decidiendo por fin que aquella posición semi acostada la estaba mareando demasiado. ¿O era el dolor de cabeza? Lucy se incorporó cuando las náuseas la invadieron de manera terrible y por poco cayó por un lateral de la cama al no calcular la distancia, de no ser por Cana que la logró sujetar y le apartó los cabellos al notar su temblor.
—¿Qué sucede? ¿Qué sientes?
—Naúseas —admitió, sintiendo una arcada. Trató de controlar su respiración, logrando su objetivo luego de largos segundos.
—¿Náuseas, acaso estás en cinta?
—¡Dios, no! —negó con vehemencia.
—Tranquila, sólo era una sugerencia —murmuró, frotando su espalda en señal de calma. Lucy permaneció en silencio hasta que su corazón volvió a latir con relativa naturalidad luego de su sobresalto por lo sugerido por Cana.
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Continuará...
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