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Capítulo 49.

N/A: Se que dije que no actualizaría hasta contestar a todos sus comentarios pero entre el trabajo y los quehaceres diarios no he tenido oportunidad, y sí soy sincera tengo como 5 capítulos ya listos desde hace tanto y no quiero hacerles esperar tanto. Así que les doy este cap como disculpa y la próxima semana les doy una mini maratón, aprovechando que tendré dos días libres seguidos, wiii.

Sin más que decir les agradezco su paciencia y sus comentarios, en serio adoro leerlos y saber qué opinan, muchas gracias por tomarse la molestia ❤️😭, los quiero~💜

Nos leemos pronto.

°•°•°•°•°•°❤️°•°•°•°•°•°

Juvia terminó de cambiar el vendaje de Gray con manos temblorosas, pues a pesar de que había anochecido, el pelinegro no despertó nuevamente y su respiración era muy débil. La fiebre volvía a atacarlo. Debería dejarlo allí y buscar el modo de salir, más no encontraba las fuerzas necesarias para hacerlo. Escuchaba alguna tabla crujiendo a las afueras, y el corazón se le paralizaba de miedo por la amenaza de Jude. Fue clara y concisa; mandaría a sus esbirros a violarla si de alguna manera no le decía el paradero de Lucy. Pero ella no podía poner en peligro a su familia, ni entregarle a Lucy a costa de salvarse. Además, nada le aseguraba que el final no fuera el mismo aunque cooperase.

Las lágrimas nublaron su vista cuando la determinación la llenó. Iba a luchar, y a resistirse todo lo posible. Más no obtendría nada de ella. Sólo esperaba, algún día, reponerse de aquel duro golpe, o al menos sobrevivir. Tomó el cuchillo escondido en su bolsillo y retiró los metros de vendaje sobre la hoja que había puesto para no cortarse.

Había escuchado desde hacía un tiempo, y no tenía duda alguna de que se encontraban bebiendo a juzgar por las risas y las canciones que les había escuchado cantar, arrastrando las palabras. Eso le daba cierta ventaja, pues podrían estar algo desorientados o reaccionar con menos fuerza. Tragó, escuchando un crujido nuevamente en alguna parte del pasillo.

Capricornio se asomó con expresión abatida.

—Le traigo algo para que cene, señorita. Y un poco de agua.

—No tengo hambre —musitó con la mirada perdida en el vendaje de Gray, y el lento subir y bajar de su torso—. Capricornio... Sé que tú situación es igual de precaria, pero por si algún motivo encuentras la oportunidad de salir, me gustaría que enviaras un mensaje a mi acompañante. Se hallaba fuera de la ciudad en un carromato, no tendrías dificultades para encontrarlo en el lado Norte.

—Si tan sólo pudiera... —murmuró con dolor, pues sabía las intenciones tan nobles de la mujer, y pensar que estaba atrapada, le atormentaba.

—Te lo agradezco —respondió con simpleza y lo despidió. Tenía que mantenerse fuerte, no podía derrumbarse. Solo ella era capaz de consolarse. Eso no evitó que sus ojos llorasen y la rabia la llenara. Había sido tan estúpida de lanzarse por si sola, pero entendía que era culpa sólo de ella. Quería demostrarse que era capaz de cualquier cosa, sin necesidad de que su hermano estuviera contando sus pasos.

Había querido demostrarse a sí misma que su terrible episodio de seis años atrás no la había dejado marcada de por vida. Y terminó poniendo a dos hombres en peligro, aunque uno de ellos se mereciera todo el sufrimiento, su consciencia no estaba tranquila ni su corazón satisfecho.

No fue sino hasta entrada la madrugada que escuchó los pasos subiendo por las escaleras, y la casa ya se hallaba sumida en silencio. Juvia aferró el mango del cuchillo, alerta y feroz, incapacitada de dormir por el miedo. No probó bocado, temerosa de no lograr retenerlo. La llave del otro lado del cerrojo fue retirada, y la puerta se abrió con lentitud al tiempo que se preparaba para abalanzarse sobre el primero que...

Jellal apareció en el umbral, con la expresión tensa y unas marcadas ojeras, no necesitó mucho para inspeccionar la habitación con la mirada y centrarla en ella.

—¿Está muerto? —quiso saber, señalando con un ademán de su cabeza el cuerpo de Gray. Juvia no abandonó su pose tensa, ni bajó el cuchillo que llevaba en la mano. Si él lo advirtió, no dió muestras de ello al aproximarse al hombre inconsciente—. Es un imbécil, mira que provocarlos para abrirle un agujero.

—¿Qué es lo que quieres? —exigió, sin quitarle la vista de encima demasiado tiempo, pero controlando la puerta abierta por el rabillo del ojo, temerosa de otras presencias. Jellal le dió la espalda sin responder, y se inclinó sobre el cuerpo de Gray. Para sorpresa de ella, lo tomó en brazos, con un leve quejido de parte del pelinegro—. Su herida...

—Es más factible que sangre un poco en el trayecto a dejar que se infecte aquí. Andando. —Le informó, caminando a toda prisa a la puerta. Juvia le miró sin entender. Él se detuvo y frunció el ceño—. Muévase, ¿o va a quedarse aquí?

—¿A dónde quiere que vaya, allá abajo con todos esos...?

—Es la única oportunidad que voy a ofrecerle de escapar, ahora, corra.

—¿Qué dice? —Juvia no daba crédito a lo que hoy. Pero unos pasos se apresuraron a su lugar, y la figura de Capricornio se asomó, llegando una gabardina oscura que tendió a la mujer—. Capricornio...

—No creo que despierten pronto debido a todo lo que bebieron, así que no podemos perder el tiempo. Debemos alejarnos lo más posible —informó el mayordomo con ansias. Jellal despareció por el pasillo con el cuerpo de Gray. Juvia miró al criado sin comprender—. Sé que quiere respuestas, señorita, pero ni yo mismo lo termino de entender. El señor Fernández ha puesto algo en la bebida de estos bandalos, y todos han caído inconscientes. Debemos salir antes de que despierten.

Juvia no necesitó que se lo repitiera dos veces cuando agradeció en silencio a los cielos y corrió junto a Capricornio por las escaleras. Sin prestar demasiada atención por miedo a que su única oportunidad escapara, notó los cuerpos tendidos de los bandidos en la vieja y estropeada sala, así como el humo del tabaco y el aroma a licores que impregnaron el ambiente. Fuera comenzaba a nevar, y advirtió a Jellal saltando fuera de un viejo carruaje. Dentro, sobre el asiento delantero, el cuerpo de Gray se hallaba tendido. El hombre de una eterna cicatriz se aproximó a ella y le tendió una pequeña nota al tiempo que le decía:

—Deben alejarse lo más que puedan, pues Jude controla gran parte del territorio. Aquí tienes el nombre de la posada donde te están esperando, es algo ostentoso, pero es más probable que al saberse su desaparición, intenten buscarla en los rincones al creer que no tiene los medios para huir. —Juvia abrió el papel con dedos temblorosos, leyendo el nombre. Conocía la posada, era una que quedaba de camino cuando viajaba a Escocia. Sin saber que decir, vio al hombre de cabellera azul con lágrimas en los ojos—. Allí mismo se harán cargo de Gray, por lo que no tendrás que cargar con él el resto del trayecto. Capricornio ya sabe que debe desaparecer después de esto, pues Jude creerá que ha sido idea suya y querrá su cabeza. ¿Qué esperas? ¡Debes irte ya...!

—Milord, no tengo palabras para agradecer su generosidad... —comenzó Capricornio. Al mismo tiempo que el hombre los apresuraba. Ambos quedaron en silencio, en especial Jellal, cuando los brazos de Juvia le rodearon con fuerza en un tembloroso abrazo—. Si algún día me necesita, cuando me encuentre seguro, le haré llegar mi información de contacto.

—Será mejor que no lo haga hasta que este asunto termine —aseguró Jellal con lentitud, sin saber cómo responder al gesto de la mujer que se separó antes de darle tiempo a procesar su gesto—. Juvia, si esto le sirve... Gray no era consciente de sus actos cuando...

—¿Lo sabe? —exclamó dolida.

—Yo era un invitado en esa terrible fiesta... Pero eso no importa. Ahora, debe marcharse.

—Daré aviso a la policía para que... —el sonido de unos cascos de caballo aproximándose por la parte posterior de la casa alarmó a los presentes. Jellal la tomó por los hombros y con un susurro desesperado continuó.

—No, usted huya y escóndase. Yo me haré cargo de lo demás. No pierda el tiempo en paradas innecesarias.

—Pero...

—¡Suban ahora! —exigió, dándoles la espalda para volver a la cabaña. Pero se detuvo, y sin verla dijo—: por favor, dígale a Erza... Que esto no se ha acabado. Todavía tenemos asuntos pendientes que resolver.

Dicho eso, la figura del hombre despareció en el interior al tiempo que Capricornio espoleaba al par de caballos y estos emprendían una furiosa carrera en sentido contrario de aquel solitario jinete que parecía estar cada vez más cerca. Juvia no dejó que el alivio llegara a su cuerpo hasta que no estuvieron en marcha, y aún con ello, el miedo no abandonaba su corazón mientras veía la cabaña perderse a lo lejos. Imposibilitada de esconder su curiosidad, corrió la cortina y se asomó lo suficiente para astibar el resplandor del porche y al jinete de amplias faldas que desmontaba y revelaba una opaca cabellera rosada. Lady Grandine volvió la vista al ver el carruaje salir a toda marcha. 

Juvia se dejó caer contra el asiento, intentando no salir disparada a los costados ante el vaivén furioso del carruaje. Todavía no podía creer que estaban huyendo, que Jellal acababa de salvarle de un destino cruel. El mismo Jellal que había arrojado al exilio a Erza.

¿Por qué lo había hecho? ¿Por remordimientos quizás? Cómo fuese, estaba infinitamente agradecida. Deseó reunirse con su hermano, ansió esa sensación protectora luego de aquellos terribles días llenos de miedo sin saber qué sería de ellos. Lamentablemente profundamente no lograr conseguir información respecto a la tía de Lucy. ¿Pero no había sido claro Jude con eso al decir que llegaron tarde? No quería darle un golpe más a la pobre mujer, más no veía otra forma a menos que ocultase la verdad. Y ya callaba suficiente respecto a Natsu.

Decaída, analizó la nota con el nombre de la posada, pero vio que bajo su dedo había algo más escrito en el papel. Lo alzó, y su corazón dió un vuelco al leer el nombre con la misma caligrafía.

Madame Vermillion.

°•°•°•°•°•°•°•°•°

Natsu terminó de avivar el fuego y la habitación se llenó de un sutil resplandor naranja, que sumado a las velas encendidas, brindaba una iluminación adecuada al cuarto. Aquella mañana la nevada duró toda la noche, y consigo llevaba un frío intorelable para aquellos que no estaban acostumbrados. Tomó una manta, más gruesa, del baúl dónde las criadas las dejaron preparadas una vez se acercaba la fría estación, y con ella cubrió el cuerpo laxo de Lucy. De vez en cuando, la escuchaba sollozar en sueños, pero estaba profundamente dormida por fin. Le había costado mucho tiempo tranquilizarla, y más aún convencerla de que volviera a su habitación. Su esposa se negó hasta donde pudo, alegando que intentaría algo con ella apenas se quedasen a solas.

Con amargura, observó el rastro de lágrimas en sus mejillas y el repentino sacudir de los sollozos en su pecho, hasta que se fueron desvaneciendo y cayó en un profundo sueño. No había logrado dormir, y tirarse a su lado no le pareció lo más adecuado después de aquella muestra de miedo hacia él. Cansado, y con el cuerpo más pesado que de costumbre, se dejó caer en la silla cercana a la chimenea y se quitó la pañoleta que mantenía su cabello en su lugar y ocultaba la cicatriz de su oreja.

La peluca se deslizó desde su regazo al suelo, y sus largos mechones rosados ocultaron por un instante la expresión de su rostro mientras observaba las llamas. En ese instante, pensó en la posibilidad, quizás... Si Lucy hubiera confiado en él, tal vez nada de eso...

No, no podía culparla. Y le daba toda la razón cuando decía que habría intentado por todos los medios darle un escarmiento a Jude apenas se enterase de lo que planeaba hacerle. Era casi ridículo que ella pensará que toda la intención de Jude habría sido darle un susto, pero a su vez entendía que su esperanza dominó a la razón y creyó que su padre solo quería asustarlo por atreverse a fijarse en ella. ¿Con cualquier otro hombre, hubiera sido lo mismo? Pensar en ello le atormentaba. Porque eso significaba que su hermano también habría estado en la mira. ¿A eso se debió la inflexible decisión de Lucy por romper su compromiso cuando se enteró de que era ciega? ¿Temía que Jude amenazara la vida de Zeref cuando estaban comprometidos?

La verdad que Lucy le había revelado le había golpeado con la misma sorpresa inicial que sintió cuando él disparo de Mavis le impactó aquel fatídico día. Mavis... La misma Lucy le había dicho que no fue capaz de perdonar a su prima tras aquel ataque inesperado. ¿Y por qué no creerla cuando le dijo que todas las formas tan duras en que le llamó, fue para aplacar la ira de Jude? Ya le había visto hacerlo una vez, la noche que el hombre se embriagó y él lo enfrentó en su propio hogar. Lucy había sido dura con él, solo por temor a las represalias de su progenitor para con él. Si lo veía así, era casi obvio lo sucedido aquel día. Que Jude usara las propias manos de Lucy para rajarle el cuello como a un cerdo... Si recordaba, solo veía a Lucy llena de agonía y con las lágrimas bañando sus mejillas al percibir lo que le obligaban a hacer. Él estaba tan cegado por el dolor, por la humillación, se sentía tan traicionado...

Todavía se sentía traicionado. Un nuevo sollozo del cuerpo femenino atrajo su mirada distante y perdida hacia ella. El sentirse traicionado porque su confianza a él fuera tan débil que permitió a Jude manipularla, no era fácil de digerir, ni de olvidar. ¿Y si no hubiera sobrevivido? ¿Ella se habría casado con Eucliffe y entonces...? Negó y más malhumorado de lo que quiso admitir, arrojó esa ridícula idea de su mente antes de que el veneno de los celos le atormentara. No era fácil admitirlo, pero le había enfurecido tanto reencontrarse con ella de frente y que la listilla ya estuviera por casarse fue otra herida a su ya malogrado orgullo. Él no había podido olvidarla. Por más que se intentara convencer de ello, sin importar cuánto le dolió su traición ni aunque todas las cosas la señalaran culpable, había anhelado volver a estar junto a Lucy por una última vez, exigir saber la verdad. ¿Su amor fue todo una farsa? Incluso se llegó a recriminar su propio comportamiento, siempre abordando su presencia y entablando forzosas conversaciones, fascinado por ella y todo cuando representaba su ser. Sus pensamientos volvían siempre a todas esas noches que visitó su alcoba, cuando pudo haberla tomado sin mirar atrás, o que ella pudo haberle delatado para exponerlo, y ninguno de los dos lo hizo; porque era lo que querían.

Una sombra oscura cubrió su mirada, y con un nudo que oprimió su garganta a un punto insospechado le recordó todo cuanto tuvo que convencerse de que ella era tan culpable como lo parecía, que su imagen de niña buena sólo era otorgada a su discapacidad. Por Dios, si hasta llegó a pensar que ella estaba de acuerdo con la enfermiza idea que Jude tenía respecto a su propia hija... Era obvio que Lucy no estaba de acuerdo, sólo debía recordar su temor, más que evidente, al escucharle mencionar a su padre. Las señales estuvieron ahí, la palidez de su cara, el temblor de sus dedos y la debilidad que la asaltaba cuando aquel hombre era mencionado. Alguien que estuviera de acuerdo con ello, no habría recibido semejante paliza que le dejaría la espalda marcada de por vida.

¿Que hizo Lucy aquellos cuatro años? La pregunta recobró fuerza cuando se convenció de que no necesitaba saberlo. Pero la cicatriz en su muñeca hablaba de un desesperado intentó por terminar su vida y por poco lo logró. Agradeció a todos los factores que ese día, hicieron posible que su deseo no se cumpliera. ¿Y si volvía a intentarlo? La idea le alarmó. ¿No era lo más obvio? Incluso lo insinuó una vez, el arrojarse por la ventana... Se puso de pie tan rápido que llegó a la misma en un par de zancadas, y si bien el pestillo estaba cerrado, buscó algo con qué trabarlo para que ella no fuese a querer... Un repentino murmullo de ella le atrajo de sus pensamientos, y le hizo verla.

—Natsu... —le escuchó llamarle con un tono de desesperación amortiguado por la inconsciencia. Y de nuevo, más sollozos brotaron de ella—. No te vayas, por favor... No me dejes.

Sabía que Lucy estaba dormida y no despertaría dentro de poco. Aunque le doliera, había vertido un poco de droga en su bebida, con tal de que pudiera tranquilizarse y dormir, pues en toda la noche no paró de llorar. Y la dejó hacerlo, hasta que notó que no pararía, que ella no solo lloraba por aquellas revelaciones, sino por todo lo amargo que había probado de la vida. Se metió junto a ella y la atrajo contra su cuerpo, cubriendo su cuerpo de modo que el frío no penetrara en ella. La arrulló por unos minutos, hasta que Lucy se tranquilizó y se quedó tranquila a su lado, con las manos sujetas a su camisa y su nariz rozando la piel de su pecho que está misma revelaba.

—Por Dios... ¿Que te he hecho, mo ghaol? —atormentado, la observó dormir, sintiendo sus párpados pesados, pero incapaz de aceptar el sueño como alivio a las vivas pesadillas que experimentaba en ese instante.

Lucy lo odiaba. Odiaba a Salamander como jamás le había profesar odio a nada. Ni siquiera a Jude. Y él así lo había deseado, causarle tal desprecio que ella apenas y tolerara su presencia. Vaya que lo había logrado. La apretó contra sí, sintiendo la culpa crear un agujero abismal en su alma e incapaz de detenerlo, sólo la retuvo a su lado mientras meditaba todo lo que le hizo bajo el ficticio papel de un primo inexistente.

Ella podía ser toda la amabilidad y dulzura que quisiera, pero hasta Natsu entendía que eso, jamás, se lo iba a perdonar. Por Dios, la violó. La violó cuantas veces quiso, con la excusa de ser su mujer y estar en su derecho. Era un cobarde. Usó un nombre falso, y su discapacidad visual para salir indemne, pero siempre se había retirado la peluca cuando la tomaba. Era un Natsu lleno de rencor y herido el que la forzaba. Las primeras veces, estando en Escocia, su hogar, ella se lo había dicho.

«Le odio... Le odio como no tiene idea», eso le había dicho cada vez que la tenía debajo suyo, siempre que le había desvestido. Después de un tiempo, ni siquiera eso le dijo, pero era claro en su rostro el sufrimiento que parecía cuando sabía lo que iba a ocurrir. Excusarse con el hecho de que nunca la había tomado hasta que no estuviera preparada, no mejoraba el asunto en nada. De ninguna manera podría echarle en cara eso cuando su esposa había sido virgen hasta su boda y fue él quién la despojó de su castidad. Nunca quiso que fuera así. Pero no estaba seguro de haber actuado diferente de haberlo sabido. Hubiera sido más cuidadoso, claro estaba. No obstante, no bastaba.

No tenía perdón.

—Luce, por amor de Dios, ¿qué te he hecho?—atormentado la aferró contra su cuerpo, temiendo que ella se apartara o no pudiera volver a tenerla cerca.

La adoraba, la había amado aún cuando no conocía su versión de los hechos, y eso le había hecho actuar con más rabia. Porque solo un imbécil sin amor propio podría amar a una mujer que tanto daño le había hecho. Era un imbécil, y no tenía amor propio, pero no por amarla; sino por hacerle todo eso y excusarse de todo lo malo que le hubo hecho. 

Su propio abuelo se lo advirtió, incluso Juvia supo ver el ángel que tenía a su lado, y lo herida que tenía las alas. ¿Y que fue lo que él hizo? Pisotearlo aún más. Parecía casi un chiste de mal gusto que se preguntara si ella alguna vez llegaba a perdonarlo.

No podía decirle la verdad. No ahora que su situación era tan frágil. Se derrumbaría una vez más, y no estaba seguro de poder levantarse. Ya no tenía fuerzas. Vivió esos cuatro años alimentado por el odio y el dolor, haciéndole creer a su padre y hermano que estaba muerto. Ganándose el odio de Lucy como Salamander. Pero no podría tolerar que ella volcara ese odio hacia el nombre de Natsu. Sonaba ridículo, pero el que Salamander fuera el culpable, lo eximía de cierta manera, y Lucy todavía le añoraba, le extrañaba y era una especie de tranquilidad para ella. Eso terminaría una vez le dijera quién era en realidad.

No. Cuatro años era mucho tiempo. Natsu podía seguir muerto. Lucy no tendría nunca por qué enterarse si así lo deseaba. Iba a intentar redimirse con su nuevo papel. Sabía que no sería un camino para nada fácil. Lograron tener breves y esporádicas conversaciones porque ella era lo suficientemente amable para permitirse aceptar su triste verdad. ¿Por qué no ganársela de nuevo? Iba a esforzarse. Pudo enamorarla una vez, y ella nunca tuvo prejuicios contra él.

«Y las vacas volarán...», su mente se burló de él. El terreno que pisaba como Salamander era un campo de guerra, a diferencia del que pisó como Natsu cuando se acercó a ella. Lucy odiaba a Salamander a esas alturas. Como Natsu, no lo conocía y su impresión de el fue totalmente diferente a la de ahora.

De pronto, la amenaza se cernió sobre él, y notó un leve picor en su cicatriz. Jude andaba suelto, al igual que Mavis. Pero si tanto daño habían hecho, y Lucy era inocente, ¿por qué había exigido tanto su perdón?

Algo no había quedado claro al respecto, y preguntarle ahora no parecía lo más adecuado. Dormiría un par de horas más.

Alguien llamó con premura a la puerta, tan rápido y fuerte que él soltó una riestra de maldiciones mientras abandonaba el cuerpo de Lucy para acallar al bastardo que se atrevía a molestar aún cuando exigió que nadie lo hiciera. Se puso la peluca, buscando con la mirada la pañoleta y se la ató mientras se aproximaba a la puerta. Del otro lado, una pálida Cana estuvo a punto de golpearle porque tenía la vista fija en otro lado cuando él abrió.

—¿Qué cajaros...?

—¡Juvia ha desaparecido! —exclamó ella horrorizada. Su corazón se detuvo un pequeño instante, y luego latió desesperado, procesando sus palabras. No, Juvia estaba en el campamento.

—¿De qué hablas? Hace casi un mes que se fue donde Polyurshka... —antes de que terminara siquiera de formular la frase, ella negaba con vehemencia—. Cana, ¿por qué lo dices?

—Gajeel ha mandado por ella al campamento, y Polyurshka dice que hace cuatro semanas llegó y le pidió un acompañante y transporte hacia Londres. No se sabe nada de ellos desde entonces.

Eso hizo que captara los gritos que incluso a esa altura se oían desde el salón principal, por lo que bajó corriendo luego de cerrar detrás suyo. Cana le siguió pisando sus talones y con sollozos saliendo de sus labios. La escena que encontró fue a Gajeel vestido para salir y a Erza siguiéndole. Makarov permanecía sentado cerca del fuego, pero por su expresión adivinaba una parte de sus pensamientos respecto a la mujer.

—¡Voy a hablar con la vieja esa para saber por qué en el infierno la ha dejado ir sola, y tan lejos! —vociferó el Redfox con desesperación. Natsu le alcanzó al pie de las escaleras y lo detuvo.

—Espera, Gajeel. Sabes que Juvia busca la mínima excusa para escapar de tu punto de mira. Si Polyurshka creyera que corría peligro, te lo hubiera dicho —intentó razonar, aún cuando el miedo le paralizada los miembros tras caer en cuenta del tiempo que Juvia llevaba fuera. Un mes. ¿Tan rápido había pasado el tiempo?

—Juvia quedará encerrada de por vida una vez la traiga a casa —sentenció. Makarov lo miró con dureza y una advertencia en sus ojos. Gajeel intentó salir, pero Natsu lo detuvo—. ¡Si quieres quedarte a torturar a tu esposa, es muy tu problema, pero yo voy tras mi hermana!

—¡Gajeel! —le censuró Makarov. En ese momento un vestido Zeref entró en la estancia, era obvio por su pinta y su expresión que había escuchado todo. Salamander lo ignoró, y siguió sin soltar a Gajeel aún cuando este dió un tirón—. Salamander puede acompañarte. ¿No es así hijo?

Estuvo tentado de decir que eso no era posible. No ahora que tenía planeado conseguir el perdón de su esposa, pero se trataba de Juvia. La mujer que quería como si fuera una hermana. La misma que le cuidó y siempre le advirtió lo que pasaría si se dejaba llevar sus impulsos. No. No podía traicionar la confianza de otra mujer tan excepcional cuando necesitaba su ayuda. Asintió, y le pidió tiempo nada más para recoger su abrigo. Sin duda la nieve iba a retrasarlos, pero no importaba. Ya vería el modo de...

Una pálida Virgo se cruzó en su camino. La mujer le tendió el abrigo, pero por su expresión pensó que había visto al mismísimo diablo. Quería preguntarle qué ocurría, pero abajo los gritos aumentaron y tuvo que volver a trompicones tras casi caerse por la escalera.

—¡No vas a encontrarla con esa actitud, te lo advierto! —le riñó Makarov.

—¡Me importa un carajo! No me interesa por qué ha ido a Londres, pero créeme que sé dónde buscar.

—Gajeel...

—¿Acaso no es obvio? Ese hijo de puta la ha convencido de algún modo, Juvia ha estado rara desde que bailó con él. Nunca debí dejar que fuera con nosotros, pero luego estaba éste payaso con sus aires de... —Cuando Natsu se dió cuenta de que aquellas últimas palabras iban dirigidas a él, se acercó amenazante. Erza se interpuso entre ambos, pidiéndoles tranquilizarse—. Es mi hermanita, por amor de Dios, tengo que ir por ella. Juvia jamás haría esto por cuenta propia.

Natsu entendía lo temible que podía ser la gran ciudad para una mujer que viajaba sola. Pero tampoco entendía la locura de Gajeel. ¿Se sentía engañado por Juvia? Él también, pero al principio había dicho algo...

—¿De quién hablas?

Gajeel se quedó en silencio de pronto, y su expresión se matizó en una muestra de rabia y dolor. Makarov se puso en pie finalmente y se aproximó a Gajeel, colocando una mano sobre su hombro.

—Él se preocupa tanto como tú por tu hermana, Gajeel. Quizás si le dijeras la verdad, entendería la situación.

—¿De qué verdad hablan?

—Na... Nada que sea de tu incumbencia —protestó el Redfox—. Ve arriba con tu esposa, solo eso te interesa desde que la trajiste.

—Gajeel, se lo dices tú o se lo diré yo —advirtió el jefe Dreyar. Zeref no estaba entendiendo la escena, y aunque sintió la breve mirada de todos los presentes al llegar, era como si no estuviera en esa habitación.

—¡A nadie más que a mí me incumbe!

—Te equivocas. Natsu y tú se encargaron de una parte del problema. Pero le ocultaste lo más crucial.

—O me dicen de qué hablan o voy a...

—El hombre que abusó de Juvia, está vivo, y está en Londres. Cuando fuimos, por tus deseos de venganza, él la reconoció y bailó con ella —explicó el moreno de cabellera oscura con molestia.

Salamander tardó unos segundos en responder, procesando lo escuchado.

—Pero Bora está...

—Bora fue quién nos drogó, pero lo hizo para entregarle a Juvia a un noble. Él la reconoció la última vez que estuvimos en Londres, y bailó con ella.

Natsu cayó en cuenta de que, el hombre que asesinaron, no fue quién deshonró a Juvia, aunque si que tuvo un papel crucial. La ira lo embargó. Gajeel sabía de quién se trataba y en todo ese tiempo no tomó represalias.

—¡¿Por qué me lo dices hasta ahora?!

—No creí que...

—Que ambos pierdan los nervios, no ayudará en esto —aseguró Makarov, con una expresión de concentración que se dividía con rasgos de pesar—. Ahora, no tenemos más opción que ir en busca de ella.

—Eso es lo que he intentado hacer —gruñó el Redfox. Makarov ignoró su tono.

—No irás tú sólo, o podrías hacer alguna locura. Salamander te acompañará. Si Erza quiere ir, es decisión suya.

—Iré —afirmó la pelirroja con decisión. Salamander la miró de reojo, sólo un breve instante, y supo sus intenciones. Se acercó a ella hasta quedar a su lado, y de forma disimulada mientras le ajustaba el abrigo en torno a sus hombros de forma desinteresada, le susurró.

—Ni se te ocurra desviarte de nuestro objetivo. No terminará en nada bueno.

—Tú no eres quién para darme órdenes —le reto, quitando sus manos de un ademán y caminando en dirección a la puerta, dónde Gajeel ya se encontraba. Salamander les confió que en un momento les acompañaba, notando la expresión taciturna de Zeref.

—Si van a Londres... Creo que yo también he de marcharme —afirmó con una voz casi inaudible. Makarov se giró a él y le palmeo el hombro.

—Si te quedas con nosotros hasta la primavera, no tendremos ningún problema —aseguró. Salamander quería que se quedara. Olvidó, en un inicio y cegado por el odio, que tenía a su hermano cerca suyo de nuevo. Habían pasado tiempo juntos, ya fuera montando o entrenando en el patio, pero para Zeref seguía siendo el primo de su hermano muerto.

Algo pasó por la mente de Zeref, pues tan pronto como mostró decisión para irse, desistió y se marchó del salón. Makarov se aproximó hasta su nieto, una vez desaparecido el hermano mayor, para hacerle notar.

—Anoche lo noté muy extraño, cuidaremos de él.

—Gracias, abuelo.

—¿Natsu? —para demostrar que le escuchaba, éste lo miró directo a los ojos—. No sé qué ocurrió entre ustedes, pero te prometo que cuidaremos de ella en tu ausencia. Y por favor, hijo, encuentra algo de paz para ese tormento que se ha robado tu identidad.

Salamander asintió con brusquedad, convertidos sus labios en una tensa línea tras advertir su situación y lo que significaba.

°•°•°•°•°•°•°•°

Michelle se hallaba terminando de lavar el oscuro tinte de sus manos cuando alguien llamó a la puerta. Mavis tenía la bata echada sobre los hombros y la cabeza agachada para que el agua escurriera de sus cabellos ahora castaños. Tan oscuros que casi parecían negros. Su hija no se inmutó cuando él recién llegado entró y se aproximó a ellas con decisión.

—Buenos días, madame Vermillion —los ojos del joven médico se posaron por más tiempo en Mavis, esperando alguna señal de reconocimiento— ...Mavis, ¿cómo te sientes?

—Un poco mejor, gracias —fue su breve respuesta, sin alzar la cabeza. Su mirada perdida en las aguas manchadas de henna. El mismo material que ahora había teñido sus cabellos para parecerse un poco menos a aquello que no volvería a ser.

Sus cabellos que en otro tiempo habían sido larguísimos rizos dorados, ahora se veían reducidos a cortos mechones oscuros de tinta que con suerte rozaban su cuello. Pero eso era lo que necesitaba, ¿no? Desaparecer a Mavis de ella, y convertirse en un muchachito desdichado que seguiría las órdenes de Madame Vermillion. No le dolían ni los vestidos, ni las joyas, o el antiguo y frívolo estatus que su apellido aún acarreaba. Lo que le dolía... Era tener que ocultarse a sí misma. Sentir vergüenza de su propia existencia. Las gotas que caían de las puntas de sus cabellos no se diferenciaron en nada de las lágrimas que le acompañaron. Entonces, ¿cómo es que su madre y el joven médico las notaron?

—Oh, querida, esto es temporal, te lo prometo. Tu cabello volverá a crecer, ya lo verás, más hermoso... Incluso ahora eres bellísima, y déjame decirte que este color oscuro también te queda precioso. No llores, mi pequeña, volveremos a nuestra antigua vida, libre de ataduras... De maltratos y de miedo.

Rogué se arrodilló a un lado suyo, al ver que Mavis no podía atender a las palabras de su propia madre. Y entendía lo que debía estar pensando, para su propia madre siempre sería la niña mas hermosa.

—Mavis, no permita que ocultar su identidad la haga olvidar quién es.

—Eso es lo que temo, que está apariencia me permita... ocultarme. Yo... Lo lamento, es sólo cabello.

—Comprendo que para usted no es sólo cabello, señorita. Así como comprendo lo que debe de sentir con toda esta situación. Pero le prometo que al primer instante en que quiera terminar con esto, se terminará.

Mavis recordó entonces que el tinte en su cabello tenía un objetivo que debían seguir. No podía estar lejos de su madre, no después de todo lo ocurrido; pero no debía olvidar que era una prófuga de la justicia, y si no quería la soga al cuello antes de poder exigir justicia, debía ocultarse. Solo se trataba de un disfraz, y debía recordarlo.

La mano del médico se acercó con sutileza a la suya, y al ver que ella no la apartaba le dió un suave apretón, junto a una tímida sonrisa tan cargada de amabilidad que ella casi olvidaba como se veía.

—Sigue luciendo encantadora, y por ello debemos esforzarnos más en ocultarla, o a dónde quiera que vaya la van a reconocer. Esto no durará mucho, se lo prometo.

Michelle, que seguía al lado de ellos y advertía el modo en que el joven Rogue miraba a su hija, no pudo evitar sentir una pizca de calidez entre todas sus preocupaciones. El hombre era sin duda muy amable, y le parecía casi un protector con toda su comprensión y lo dispuesto que estaba a ayudarlas para sanar la herida que la precipitada muerte de su padre había dejado tras de sí. Sólo esperaba que, si algo debía de nacer allí, fuera la sanación para el destruido corazón de su pequeña.

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Continuará...

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