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Capítulo 48.

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Makarov sonrió para sí mismo al ver cómo, después de cuatro años crueles y amargos, Natsu reía a rienda suelta y se movía entre entre las personas que no paraban de molestarle de forma amistosa. Algo que no había sentido en esos cuatro años, volvió a su corazón; paz. Por fin logró sentir algo de paz al ver el recuerdo, de lo que su nieto había sido alguna vez, en aquel hombre de negros cabellos; mismo que llevaba a su confundida esposa pegada al costado y a quien no paraba de inclinarse para decirle cosas que sólo ellos dos compartían.

—¿Qué le parece? —se preguntó Gajeel casi para sí, deteniéndose a su lado con una jarra de vino y mirando sin una expresión clara a Salamander, quién se detuvo en el medio del salón con Lucy delante suyo. Con aire juguetón, le hizo una reverencia y al tiempo que la tomó entre sus brazos, una animada melodía llenó el aire que transportaba las conversaciones y ánimos de festejo.

—Hace tanto tiempo que no le veía así —admitió el jefe con un nudo en la garganta. Temiendo perder aquella imagen y no volver a ver a Natsu así—. Y no te atrevas a hacerle algún comentario respecto a ello o se lo tomará a mal.

—Es sólo que la mujer... no me agrada del todo que se haya conseguido la confianza de Juvia tan rápido. —Admitió, frotando la parte trasera de su cuello y mirando al anciano con algo de impaciencia—. Hablando de ello, si a finales de esta semana, Juvia no regresa del campamento, iré en busca de ella. Se ha demorado más de lo usual.

Makarov posó una mano sobre su hombro y le dió un suave apretón.

—En el campamento está más que segura, Gajeel. No la agobies.

—Pero ella...

—Ella es tan consciente como tú de su pasado, incluso ella es más conocedora que tú sobre su terrible experiencia. Sabe cuidarse ahora, muchacho. Si no le cedes la confianza a Juvia en ese aspecto, cada vez que muestres tu angustia, harás que la suya vuelva.

—¿Planea que finja que nada pasó?

—Ambos sabemos lo que pasó. Tranquilo, hijo. Lyon está en el campamento, ¿no es así? Él mejor que nadie le tendrá un ojo encima.

—Lyon no me genera confianza, intentará...

—Lyon sabe que hay un límite que no debe cruzar, anda, cálmate. Piensas lo peor de todo. Juvia volverá con Polyurshka, ya verás.

—Es solo que... Lo ví —murmuró aquello último, como si decirlo en voz alta hiciera el recuerdo más vívido.

El recuerdo de despertar atado luego de permanecer inconsciente quien sabía cuánto tiempo. Lo que le llevó desatarse y subir unas escaleras que ante sus ojos parecía moverse. Aturdido y debilitado, solo pudo gritar el nombre de Juvia sin parar, buscando en cuanta puerta tenía delante, hasta que la escuchó llamarle entre lágrimas. Cuando la encontró, la vio echa un ovillo con su ropa rasgada y pálida. El hombre sobre la cama no se inmutó aún cuando se abalanzó para matarlo en el acto, pero su hermana le necesitaba aún más, pues se puso histérica apenas le vio y corrio hacia él, buscando su consuelo. No sé lo iba a negar. Se quitó su gabardina para cubrir su parcial desnudez y no paró de ofrecerle su cariño y sus temblorosas palabras teñidas de rabia y dolor por lo que allí había ocurrido.

Cerró los ojos con dolor e intentó despejar esa imagen de su mente. Porque él odiaba a los hombres de esa calaña. Y saber que Salamander había hecho algo parecido con su esposa, luego de saber lo de Juvia, también le creaba una espina en el alma que todavía no lograba sacar. Él no era el hombre más recto, pero jamás podría lastimar a una mujer de esa forma. No después de ver lo que algo así había hecho con el espíritu de su hermana durante todos esos años.

—¿A quién viste?

—Gray Fullbuster... —se había grabado a fuego aquel nombre.

—¿Se acercó a ti? —inquirió con sorpresa Makarov, quién había sido informado de ello. Gajeel dió un largo trago de su bebida y negó con amargura.

—Bailó con Juvia, y pude ver toda la noche como la seguía con la mirada. Ese bastardo... Sabía quién era y lo que le hizo, y aún así tuvo el descaro de aproximarse sabiendo que no podía hacerle nada en un lugar con tanta gente.

—¿Juvia... lo reconoció?

—Ella nunca pudo verle la cara, por lo que tengo entendido. No le reconoció. Además, cree que está muerto.

Makarov asintió con entendimiento, comprendiendo la situación y la ansiedad de Gajeel por no tener a su hermana cerca en aquellos momentos.

—Si te tranquiliza, puedo enviar un mensaje a Polyurshka con alguna excusa piadosa y así saber cómo se encuentra Juvia. Así ella no notará que andas preocupado por ella y no se molestará.

—Ella no debería molestarse porque me preocupe —replicó Gajeel. Makarov se encogió de hombros.

—Pero ella no quiere que la veas con los mismos ojos del día en que la encontraste. Y cada vez que te preocupes, la miras de esa forma.

—Abuelo, ¿estoy mal por...?

—No, no es malo querer a tu hermana. Pero entiende que a ella todavía le duele, e intenta hacer el trago menos amargo para ambos.

—¿Te ha dicho algo...? ¿Sabes si aún tiene pesadillas?

—La última vez que me contó algo, fue para decirme que Virgo, la doncella de Lucy, le dió la receta de un té que la hacía dormir como una bebé y le permitía descansar como era debido.

Gajeel asintió apesadumbrado, y volvió su vista a Lucy. Entendía en realidad la razón por la que Juvia se había puesto de su lado al instante en que tuvo tiempo de conversar con ella. Si bien el corazón de Juvia era gigantesco y a veces le parecía que pecaba de bondadosa, Juvia veía en Lucy lo que le pudo haber deparado el destino de ser él diferente. Haber sido obligada a ser la esposa del hombre que la había violado.

Recordó, con un nudo de rabia oprimiendo su garganta y quemándole desde adentro, como Gray había intentado negociar con él por la mano de su hermana cuando regresó para ajustar cuentas. ¿Creyó que como cualquier noble se saldría con la suya y obligaría a Juvia a casarse con él para enmendar el daño? Estaba loco. Cualquier otro desquiciado podía hacerlo, pero él no. Juvia no tenía la culpa, y no iba a pagar por el error que cometió él al no poder protegerla mejor.

Lucy casi tropezó cuando alguien chocó con ella, y Salamander la atrajo hacia sí y pudo escuchar como se reía una vez más, así como el aroma a sudor que su cuerpo despedía, mezclado con lo que bien podía ser algún licor. Estaba bebiendo de nuevo, pensó. Pero se distrajo con el familiar aroma que su cuerpo despedía, pero no estaba del todo segura; pues la mezcla de aromas en torno a ellos comenzaba a marearla.

—¿Se siente bien? He notado que se quedó muy pensativa.

—Sólo un ligero mareo por la abundancia de sonidos... —afirmó con calma, obviando que estaba apoyada contra él. La música cambió, y sintió como la sujetaba para motivarla a qué le dejara ver su rostro—. Estoy bien, ya ha pasado.

—¿Segura? Puedo llamar a Virgo si...

—Dudo que mi presencia haga menguar el ambiente, así que tal vez si pudiera retirarme antes a mi habitación... —él rodeó su cintura y tiró de ella contra su cuerpo. Lucy posó una mano sobre su pecho, y aferró su camisa cuando de nuevo percibió aquel familiar aroma proveniente de su cuerpo.

—Yo echaría de menos su presencia —musitó a la altura de su oído con una sonrisa que ella percibió en el roce de sus labios contra su piel—. ¿No se encuentra bien?

—¿Que colonia usa? Su aroma, me es familiar —se atrevió a preguntar, incapaz de sacar aquella duda de su mente. Él la meció al ritmo de la alegre melodía, alargando su espera—. Salamander...

—Me imagino que le es familiar si hemos compartido...

—No me refiero a eso, la he sentido antes —afirmó con seriedad al notar su tono festivo, queriéndole restar importancia.

—Mmm, no tengo idea, solo sé que me aseo con regularidad... Quizás sus noviecitos anteriores no lo hacían y lo que huele es a un hombre limpio —ofreció a modo de explicación, alejándose lo suficiente para tomarla e iniciar con ella una animada danza que Lucy no sabía cómo continuar—. No se quede tan tensa, yo la guío.

—Para empezar, no he tenido noviecitos —se defendió con molestia, cayendo sin remedio en su juego al ser molestada por sus comentarios. Él volvió a soltar una risa entre dientes y tiró de ella una vez más—. Y si a eso se refiere cuando habla de su primo...

—Tal vez —fue toda su respuesta, desprovista de humor en esta ocasión. Lucy permitió que sus movimientos la guiaran, aunque él tampoco se alejó demasiado y se mantuvo cerca suyo siempre para sostenerla—. Pero no sólo me refiero a él.

—¿Que intenta decirme?

—Que ha tenido a sus sabuesos oliéndole las faldas antes de ser mi esposa —Lucy tropezó y se acercó de nuevo a él en consecuencia. Pero antes de que dijera algo más, se recompuso y sintió como su entrecejo se fruncía. ¿Estaba enojado? ¿Eran celos? Le parecía ridículo.

—Es un comentario muy grosero de su parte, más aún si considera que... —Lucy no se atrevió a señalarlo, de pronto su animada danza se volvió un intento suyo de separarse de él; quizás se resignaba al hecho de permanecer a su lado y ocupar el papel que le correspondía. Más la voluntad que nació en ella, negándose a aceptar sus palabras, por un momento la hizo detenerse para comprender el carácter del asunto. Decir que eran celos resultaría vanidoso de su parte. ¿Qué podía importarle a él si al igual que ella fue forzado a casarse? No mentiría diciendo que no sacó provecho de su relación, pero ya estaba hecho y no había modo de enmendarlo.

—¿Si considero qué? —preguntó con cierta rudeza.

—Usted... Usted sabe que yo... Lo que ocurrió, en privado... —intentó decirlo sin alzar demasiado la voz o parecer demasiado avergonzada por el recuerdo de semejante episodio.

—Hay otras maneras de ser un libertino sin necesidad de hacer sangrar a una mujer —espetó como si no fuera gran cosa. Pero eso rompió algo dentro de ella, una serie de atesorados recuerdos en su habitación, a media noche, con Natsu a su lado. Tenía razón, no consumó el hecho con él jamás, pero no significaba que no hubiera disfrutado de unas libertades que nunca debían divulgarse o mancharía el poco buen nombre que le quedaba. Si tan sólo llegara a saberse que él visitaba su alcoba... Ni pensarlo.

Su silencio pareció durar demasiado tiempo, pues le escuchó suspirar y la estrechó aún cuando ella plantó los talones para resistirse.

—Lucy, lo lamento, no debería decir esas cosas ahora que...

—Será mejor que se guarde sus disculpas cuando primero pide una tregua y luego es el primero en asestar el golpe para perturbarla —sentenció con el tono más indiferente que fue capaz de pronunciar.

Cómo si no quisiera tirar más de ella o atento a su tensión creciente, fue él quién se acercó a ella y volvió a guiarla en la animada música que se oponía por completo al carácter de ese momento. Se dejó guiar, puesto que no le quedaba de otra, y volvió a concentrarse en aquel leve aroma entre el licor de su aliento y el sudor de su cuerpo; despejando los olores externos que no hacían más que confundir sus ya aturdidos sentidos.

La melodía terminó y ella lo soltó al instante. Quería irse por sí misma, pero en aquel lugar que todavía no conocía, no sabía orientarse y no se sentía con la valentía suficiente de llamar a Virgo. No obstante, una presencia se impuso a su lado y unas manos ajenas y toscas la tomaron.

—Querido Salamander, has pertubado la sensibilidad de la dama, mira lo pálida que está. Mi señora, permítame devolverle algo de brillo en la próxima danza. —Era Zancrow. Lucy reconoció su voz y su aroma al instante, y aunque quiso darle un desaire por su trato en el primer encuentro, no le dió tiempo de negarse cuando tomó su cintura y una de sus manos, llevándola casi a trompicones lejos de la creciente réplica de su marico que se acalló con el alegre sonido de los instrumentos.

Lucy conocía las tradicionales danzas risueñas entre señoritas y jóvenes que los adultos les permitan ejecutar en las largas veladas. La que Salamander le había hecho ejecutar no se parecía mucho en ello, y la mayor parte del tiempo se vio atraída hacia su cuerpo; no terminaba de comprender si ese era el propósito del baile o alguna manía de su esposo con invadir su espacio personal para molestarla. Ahora con Zancrow seguía sin encontrar respuesta, y puesto que estaba tan presto en guiarla, no sabía qué opinar de su cercanía o sus roces accidentales.

—¿No me guardará resentimiento por nuestro primer encuentro? No he tenido la ocasión de pedirle disculpas debido a ello.

—No hacen falta —respondió, intentando restarle importancia. Lucy contuvo el aliento, una breve punzada de temor recorriendo su cuerpo, cuando él se inclinó sobre ella para susurrarle al oído.

—Querida, de saber quién era usted, jamás me hubiera atrevido a ofenderla.

—Le agradezco su preocupación respecto a ello, pero ya ha pasado —Lucy intentó retroceder un poco. Ocultando su incomodidad lo mejor posible. Era extraño; como con Salamander le resultaba mostrar indiferencia, y a ese extraño hombre, un temor que no comprendía.

—Lucy... —pronunció su nombre, deleitado con cada sílaba del mismo y asintió—. No me he presentado formalmente ante usted, soy Zancrow Grimore. Pertenezco a uno de los cuatro clanes de las tierras altas. Soy el próximo jefe.

Lucy asintió, y una mueca que intentaba ser una sonrisa tensó sus labios un momento. Para él fue suficiente, pues sin darse cuenta la fue separando del resto, y ella solo pudo percibirlo con la música alejándose y el frío besando su piel.

—Ha comenzado a nevar —informó, posando las manos sobre sus hombros. En efecto, Lucy sintió más frío de lo usual—. Bienvenida a la nevada más fría en su vida hasta ahora, espero esté preparada.

—En Londres también nieva —murmuró, incapaz de pronunciar nada más. 

El invierno había llegado, una vez más. El frío y eterno invierno que había cubierto todo rastro de su amado una vez arrojaron su cuerpo al río que lo llevó tan lejos de una vida que le habían arrebatado con tanta crueldad. Lucy sintió sus manos húmedas, a pesar de tenerlas heladas, y recordó una vez más la sangre que las había manchado. Cerró los ojos e inhaló profundo, intentando recuperar el control de sus emociones. El invierno nunca le trajo nada bueno, pues fue la época en la que perdió a su madre, cuando su tía Michelle fue llevada a rehabilitarse; cuando hubo de permanecer aislada tras perder la vista y dónde siempre se veía encerrada por la inactividad de la vida londinense en semejante clima. Fue durante un invierno que Natsu se marchó sin despedirse, cuando ella le exigió que la dejara en paz porque su padre comenzaba a notar su presencia, y ella sentía cierto afecto por él como para permitirle que se expusiera más a Jude.

A inicios de un invierno, le perdió. Frías, húmedas, dolorosas y pesadas, las lágrimas se deslizaron en silencio por su rostro mientras ella alzó la cara a los cielos que no podía observar y sólo añoraba alcanzar. Tan ensimismada estaba que no notó la leve mofa de Zancrow cuando Salamander les dió alcance y con una mirada que presagiaba dolor, le indicó que se fuera de allí. El hombre de rubios cabellos sonrió con suficiencia y se dijo que ya luego tendría una oportunidad de estar a solas con la mujer. Salamander no le perdió de vista hasta verlo perderse dentro, y volvió su atención a Lucy al verla dar pasos temblorosos al frente, con una mano al aire, como si esperase que algo la tomara.

—Natsu... —Salamander la miró al instante, e intentó relajarse al notar que ella se creía sola. O al menos, ignoraba su presencia—. Amor mío, no tienes más frío, ¿verdad? Dónde quiera que estés, debes... debes cuidarte.

Natsu salió junto a ella, cerrando de un portazo detrás suyo y asustando a Lucy que dió un respingo e intentó ocultar su rostro dolorido de él. ¿Qué pretendía con aquellos comentarios a la nada? Le revolvió el estómago y sentía un nudo en la garganta cada vez que la escuchaba nombrarlo.

—¿Qué pretende con...? Lucy, no esconda la cara.

Ella se negaba a dejarle ver su rostro, y alzó las manos para interceptarlo cuando intentó llamar su atención. Su esposa negó furiosa y con un tono firme replicó.

—¿Y que quiere? ¿Que lo vea a los ojos? —Sin darle tiempo a sorprenderse de su respuesta, continuó—: Si tanto le molesta que lo extrañe, puede ignorame y volver a su fiesta. En ningún momento ha sido mi intención arruinar el ambiente.

—Sus falsos sentimientos arruinarían cualquier cosa —espetó. Lucy respiró con más fuerza conforme pasaban los minutos. Sabía que a él también le costaba más esfuerzo. Era muy diferente el cálido aire del interior del castillo a aquella fría noche donde los copos de nieve se arremolinaban a su alrededor, siendo el cabello dorado de Lucy el interceptor de varios—. Deje de fingir, sólo eso le pido. Ya basta de fingir algo que no siente. Le juro que puedo tolerar su peor cara, pero no más mentiras.

—¡Yo no finjo nada! Y le repito, si tanto le molesta, déjeme aquí y vuelva dentro, beba todo lo que quiera, beba tanto hasta que pierda la consciencia y no pueda ser molestado por mi dolor —Las mejillas de Lucy estaban rojas, y sus ojos tenían el brillo perlado de las lágrimas. Él no sabía cuál era su estampa, pero notaba la de ella. Y odiaba sentir aquel instinto compasivo que nacía al verla así. No podía permitirse sentir eso, no debía—. Amé a Natsu como nunca he amado a nadie, y como jamás lo volveré a hacer, Salamander. Así le enoje, no puedo cambiar lo que siento por el modo tan ruin en que murió. Él no se lo merecía, y vivo con ello cada día de mi maldita vida. Usted no hace más que presionarme y recordarme lo que yo ya sé, y sin una pizca de compasión, se ha encargado de hacer justicia a su manera. Me ha violado, cuántas veces ha querido, y me ha condicionado para seguir teniendo mis favores aún cuando sabe que no tengo otra opción. Que no haya hecho uso de ello hasta ahora, no sé el motivo, pero no me hace borrar lo que he tenido que sufrir en sus manos ni con los suyos. He intentado seguirle el juego, fingiendo que nadie ahí dentro me odia a morir por el simple hecho de llevar sangre inglesa, y todo por un suceso que ocurrió incluso antes de mi nacimiento. Son pocos los que se han molestado en ser amables, y es gracias a ellos que he seguido en pie cuando me arrebató mi hogar, a mis amigos, y a mi prima. Ya me tiene... Sabe que soy culpable de la muerte de Natsu, ¿Qué más necesita? ¿Le digo algo? Haga todo cuanto quiera, pero eso no traerá a Natsu de regreso, y es algo que me tengo que repetir día tras día. Por más que me lamente de haber matado al único hombre que sintió un amor genuino hacia mí, no puedo revertir lo que he hecho.

Natsu la tomó de los brazos cuando sus piernas dejaron de sostenerla y se deslizó con lentitud al suelo a sus pies. La sostuvo con firmeza, intentando obviar el temblor de sus propias manos tras escucharla.

—¿Y si tanto le amó... por qué lo hizo?

—Porque no tenía elección.

—¡Miente! —rugió, incapaz de aceptar sus palabras y creer su agonía. La misma agonía que él sentía, y el picor de revelarle que en realidad no había logrado matarlo. ¿Para qué? No lo tenía claro.

—¡Conocía a Natsu, intenté advertirlo y me resistí a sentir algo por él! Pero no fui lo suficientemente fuerte, y por amarle lo llevé a la tumba. —Lucy no luchó por soltarse, aún cuando él tiró de ella para ponerla en pie—. Mi padre está loco, y de alguna manera enferma creía que yo debía pertenecerle. Natsu amenazó sus deseos, y me golpeó muchas veces por negarme a dejar de tener contacto con él. Una vez creí alejarle, cuando regresó a las tierras altas. Pero me sentí tan miserable, porque le amaba... Le amaba tanto... Él no me veía como los demás, nunca creyó los rumores ni pareció importarle que todos dijeran que era una novia ciega y mancillada.

Natsu no sabía qué decir. Lucy había comenzado a hablar, y no iba a callar pronto. No después de toda una vida en silencio.

—Mi padre me forzó a aceptar mi amor por él de un día para otro. Creí que por fin había entendido, pero en realidad Natsu me compró a cambio de unas tierras que Jude deseaba... —No es cierto, quiso decirle. Jude fue quién se la ofreció en bandeja de plata a cambio de esas tierras. Y tal vez no fue el primero en ofrecer la oferta, pero la aceptó y eso le hacía culpable—. Intenté no tomarle importancia, porque sabía que me quería. Pero semanas antes de la boda... Mi padre reveló sus verdaderas intenciones. Natsu le había descubierto algunas cosas ilegales en su negocio, fue un imprudente al revelarle lo que sabía... No debió haberlo hecho. Jude...

Lucy estaba hiperventilando, y por un momento sus ojos se cruzaron con los suyos. Por un instante, ella pareció sostenerle la mirada, antes de derrumbarse y aferrarlo, negando con vehemencia y dejando ir toda su ira y su dolor.

—Yo creí que sólo iba a amenazarlo, me juró que sólo quería darle un susto para que no revelará su negocio de contrabando. Pensé... Pensé que si lo advertía sería peor, porque conocía su sentido de la justicia, y él siempre me decía que yo era lo más importante... Pero Mavis... Ella le disparó, Mavis le disparó y solo Dios sabe por qué. A mí nunca me lo quiso decir y aunque me duele, no consigo perdonarla por haberle  herido. ¡Jude lo mató! ¡Delante de mí lo mató! ¡M-me obligó a sostener la hoja con la que le cortó el cuello!

—Lucy, tú... —No quería. No podía creerla. Le dolía tanto la garganta y le costaba hablar. Las nubecillas de vapor que salían de sus labios se desvanecían sobre sus cabezas, dónde los copos se acumulaban o pasaban rozando. Intentando congelar el dolor que los envolvía—. ¿No se te ocurrió decirle nada...?

—¿Para que jugara al héroe? Perdió un pedazo de la oreja cuando intentó salvarnos de un hombre desquiciado que planeaba asaltarlos. Recibió un corte en el abdomen por unos asaltantes de camiones cuando llegaba a Londres... Todo eso sin compromiso. ¿Usted cree que algo lo hubiera detenido de enfrentar a mi padre? Todos creen que es tan fácil, pero sus redes se extienden más allá de lo que pueda imaginar. Está loco y haría cualquiera cosa por cumplir sus deseos. Intenté apaciguar la ira de mi padre, estando de acuerdo con él... Que Dios me perdone por tan horribles mentiras. Natsu se fue creyendo que yo compartía los ideales de mi padre, cuán traicionado tuvo que sentirse. ¡No puedo con el dolor de recordarlo! Él debió odiarme hasta el último instante, yo sólo quería protegerle, pero no encontraba cómo... Lo siento tanto, ya no puedo continuar, no quería continuar...

Lucy tomó las mangas de su vestido y reveló sus antebrazos, mostrando la gran cicatriz que cruzaba arriba de una de sus muñecas.

—Intenté... Intenté morirme porque no soportaba la realidad de saberlo muerto. Mavis me encontró y por algún extraño motivo la suerte, el destino, o lo que sea que gobierne nuestras vidas, quiso que Jellal me llevara con un médico cuando perdí la consciencia... Mi padre estaba tan furioso, y creí que si no me había muerto tras desangrarme, lo haría con la paliza que me propinó una vez me supo fuera de peligro. —Ella lloró un poco más, dejando caer la cabeza y permitiendo que las lágrimas fluyeran libres, quemando sus mejillas con su sal—. Esas marcas que tengo en la espalda... Creí que moriría mientras me golpeaba con el látigo, y lo deseé, quería morirme para no tener que soportarlo más. Pero las cosas no pueden ser fáciles para mí, es impensable, y aún cuando lo arrojé por las escaleras...

—¿Que hizo qué? —Natsu la miró sin poder creerlo. Lucy siguió sin alzar el rostro, y se abrazó a sí misma—. Lucy...

—Me estaba golpeando, siempre me golpeaba en la espalda porque así nadie vería las marcas... Yo sólo quería pedirle que terminara con mi tormento, no sabía que estaba a los pies de la escaleras, y cuando tomé su pierna... Se tambaleó...

Jude estaba con una cojera de por vida porque Lucy de alguna manera le había hecho tropezar. Incrédulo la observó, con las emociones agitadas y feroces como las poderosas olas que rompen contra las roscas, desgastando su dureza y haciéndolas cada vez más pequeñas. Sus convicciones, su firme creencia de que Lucy era tan fríamente calculadora para haberlo planeado todo, menguó. Pero no podía perdonarla. Le dolía demasiado y había sufrido bastante tiempo, viviendo únicamente con el aliento de la venganza insuflando vida a su pecho para llegar al día en que tendría a Lucy a su merced.

—No puedo... perdonarla por lo que ha hecho... —reveló con lentitud, mirando sus rubios cabellos cayendo con suavidad, libres del sencillo recogido que había ido liberándose durante su danza.

—Su perdón me es irrelevante, puesto que yo tampoco voy a perdonarle lo que ha hecho conmigo desde el día en que nos casamos —reveló con un rencor que no había escuchado en ella jamás. Lucy exhaló con lentitud, creando una gran nubecilla de vapor hasta que se desvaneció—. Estamos a mano, querido esposo. La única persona, cuyo perdón me interesa, está muerta...

«¡Estoy aquí!», Salamander sujetó su brazo con más firmeza y la pegó a él. Lucy intentó empujarle y le apartó la cara cuando la tomó de la barbilla y alzó su rostro a él. Antes de que pudiera protestar más, la besó con furia, desesperado y lleno de necesidad por ella. Ella era terrible, pero él no era mejor, lo aceptaba. Ambos eran personas detestables, y él podía vivir con ello. Su esposa siguió resistiéndose, golpeándole en el pecho hasta que no le dió el espacio suficiente para hacerlo, hasta que ella se detuvo, resignada a su presencia. A la presencia del hombre que tanta nostalgia le traía aquellas últimas horas.

Su boca sobre la suya, que había intentado imponer su presencia, se volvió más gentil y suave. Salamander tocó su rostro, quitando un rastro de lágrimas con el pulgar, volviendo a besar su boca, sediento de su sabor que no había cambiado ni había logrado olvidar. ¿Que sería de él ahora que sabía aquello? Su orgullo no le permitía, no podía olvidarlo. Porque si ella no hubiera guardado silencio, podría haber actuado diferente, o incluso prevenido aquel desastre.

En su lugar, su voz había cambiado, llevaba una peluca que escondía su cabello, y su hermano creía que estaba muerto. Recordó los dos largos años que tardó para volver a caminar debido a la bala alojada cerca de su columna. O los tres tormentosos años que lucho por recuperar la voz que ahora pertenecía a un extraño. No era tan fácil, menos aún cuando ella tan firmemente había dicho que no buscaba su perdón, aunque era a él al único que se lo debía.

Luce, vas a volverme loco —aseguró sobre su boca. Lucy recargó su cabeza sobre su hombro, comenzando a temblar del frío aún cuando su cuerpo irradiaba calor—. ¿Que voy a hacer contigo?

—Podría dejarme... Ahora que sabe la verdad, no tiene caso que siga...

—¿... Podrías amarme? —preguntó con un nudo en la garganta. La verdad se abrió dolorosa, y de pronto la cicatriz en su cuello volvió a estar en carne viva, sangrante y mortal. Lucy se paralizó, y el supo que había cometido un error incluso antes de pronunciar aquellas palabras que resumían sus pensamientos aquellas últimas semanas.

—¿Qué dice...? Usted... —Lucy abrió y cerró la boca un par de veces, sin saber qué decir. Horrorizada, indignada, tan dolorosamente destrozada del corazón y el espíritu. ¿Él bromeaba con ella?

—¿Podrías amarme? —repitió con más firmeza, cerrando su brazo en torno a ella al notar su creciente desconfianza y el impulso de apartarse de él.

—Lo que me está preguntando es... ¿Lo dice en serio? No, no podría. Nunca podría.

Él sonrió, una sonrisa cargada de desprecio para consigo mismo.

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Zeref estaba sobre la pequeña barda que separaba una porción de jardín del resto del patio, pues buscaba proteger alguna clase de flor que los gatos insistían en maltratar. Supuso que si lo vieran ahí trepado, hasta él se llevaría un regaño. Inhaló el puro en su boca y permitió que el humo lo relajara. Estaba feliz por Salamander, pues parecía animado por primera vez desde que le conocía. Pero él no compartía su entusiasmo si consideraba que era también el cumpleaños de su hermano muerto. Curiosa coincidencia, se dijo, entrando en el pesado abrigo que llevaba consigo. No se arrepintió al ver que comenzaba a nevar. Pensaba que quizás debió haber vuelto a Londres antes de la nevada, pero luego recordó a su madre y sus insistentes comentarios de buscar una esposa para ofrecerle nietos... Y perdía las ganas de volver a casa. Quería a su madre, aún con todos sus defectos; pero no quería más recordatorios ni de esposas ni de niños.

La imagen de una mujer menuda y abundante cabellera rubia regresó a su mente. Todavía decidía si sería buena idea olvidar con el alcohol alterando su sistema, pero decidió que no quería hacer el ridículo, por lo que debía conformarse con el cigarro que había logrado conseguir. Sólo uno, se dijo. Sólo un momento de paz. Una puerta se cerró con fuerza cerca de donde estaba, y escuchó la furiosa voz de Salamander. Lo ignoró, decidiendo que no era de su incumbencia y estaba en un lugar inadecuado. Se estaba bajando del pequeño muro cuando escuchó con un poco más de claridad.

«¡Sus falsos sentimientos arruinarían cualquier cosa!» —le escuchó espetar.

Zeref apagó el cigarro y una vez observó a su alrededor llegó a la conclusión de que para entrar por la puerta de enfrente haría demasiada notoria su presencia, y en esos instantes no quería encontrarse con nadie. Y la puerta que había usado para salir, ahora era obstruida por la pareja que en esos momentos discutía. Incómodo, mantuvo la vista fija en el suelo, y por más que llenaba de ruido su mente, fueron más claras las palabras de Lucy y Salamander. Jamás los había visto pelearse, pero tampoco los veía juntos. Supuso que al ser un matrimonio arreglado, lo cual era común, mantenían una relación cordial. O eso había logrado entrever. Por eso, cuando escuchó a Lucy echándole cosas en cara, no pudo evitar prestar atención.

« ...Usted no hace más que presionarme y recordarme lo que yo ya sé, y sin una pizca de compasión, se ha encargado de hacer justicia a su manera. Me ha violado, cuántas veces ha querido, y me ha condicionado para seguir teniendo mis favores aún cuando sabe que no tengo otra opción. Que no haya hecho uso de ello hasta ahora, no sé el motivo, pero no me hace borrar lo que he tenido que sufrir en sus manos ni con los suyos...» —Zeref se quedó petrificado al escuchar el dolor con el que Lucy decía aquellas palabras. Lucy... ¿Salamander la había violado? Aquel hecho le instó a caminar un par de pasos en su dirección, pero se detuvo de pronto. ¿Qué se suponía que podía hacer? Ante los ojos de la ley, era legal. Sólo ejercía su derecho. La verdad lo enfureció, de una manera que no creyó posible. ¿Cómo podía hacerle eso a ella?

Se apoyó en el muro tras él que se escondía. ¿No era eso obvio? Habían entregado a Lucy a un completo extraño. Ni él mismo sabía sobre el primo de Natsu hasta que se presentó ante ellos, y su aparición no hizo más que poner de cabeza todo su mundo. De no ser por él... Mavis no estaría siendo buscada por la justicia, ni él sabría la verdad de su crimen. Pero si él no hubiera llegado, Lucy no tendría que estar junto a un hombre que parecía culparla y se desquitaba con ella de lo ocurrido a su primo. ¿Era solo eso? ¿Salamander enfocaba toda su rabia y su frustración en Lucy? Porque sí así era, lo iba a oír. Había cometido un error al golpearla, lo tenía claro, pero podía rectificarse. Le daba tanta rabia pensar que el Dreyar la maltrataba cuando Lucy solo había conocido su lado gentil al estar comprometidos desde niños; o qué sólo supo ser llenada de mimos y regalos por parte de Natsu que la adoraba. Su hermano había amado a Lucy con locura, porque él podía ver cómo se volvía con ella, y sabía que Lucy correspondió cada una de sus atenciones. Le enfermaba saber que Salamander no hacía otra cosa más que aprovecharse del lazo que los unía, pero todas sus intenciones de intervenir y exigir una explicación se vinieron abajo cuando escuchó a Lucy confesar de todo lo que Salamander le había advertido en un inicio.

Lucy lo mató. Mavis, Jude y Lucy... Mataron a su hermano. Zeref se derrumbó tras oírla, y procesar su relato dicho entre lágrimas y lamentos; Natsu estaba muerto porque le emboscaron debido a que Jude tenía una enfermiza obsesión con su propia hija. Su hermano, muerto... Las lágrimas corrieron gruesas por sus mejillas, y le costó todo el esfuerzo del mundo que los dientes no le castañearan mientras los apretaba con fuerza. Era eso, o se enfrentaría a ella. Con Salamander debía bastarle, se dijo en algún rincón de su mente. Lucy misma se lo había dicho, pero él no quiso verlo, ni atender a sus palabras. Porque después de verla tan enamorada, no la creyó capaz. Pensó que la situación la había sobrepasado y de alguna manera se culpaba de su muerte. Por fin comprendía que no era más que la verdad.

La dura y cruel realidad.

«¿Podrías amarme?» —le escuchó preguntar a Salamander. Zeref tardó un momento en procesarlo, porque no sabía si se trataba de una broma o una realidad.

No podía rogar por el cariño de una mujer. Menos de una tan traicionera como lo había sido Mavis, o como lo estaba siendo Lucy desde hacía tanto y él no supo verlo. Su propia madre era una mujer cruel y despiadada cuando se lo proponía. Él mismo le rogó durante un tiempo a Mavis que se casara con él. Porque ansiaba tenerla a su lado, la quería. Ahora, solo eran rescoldos lo que quedaba para ella de su afecto. Cuánto debió burlarse de él cada vez que le pedía fuera su esposa.

Iba a encontrarla. Lucy podía tener una leve, mínima pizca de perdón tras oír cómo sucedieron las cosas. Pero Mavis no tenía perdón, ni una migaja de humanidad para su futuro luego de comprobar una vez más su ataque más frío y ruin. Disparando a su hermano en un momento de debilidad.

Apenas terminase el invierno, la buscaría.

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Continuará...

N/A: Ahora sí, me voy a dedicar a responder todos sus comentarios. Actualización seguida por estos dos meses que no subí nada. Espero les haya gustado, ¿qué les ha parecido? Yo escuchaba una canción rompe almas mientras lo escribía y he sufrido en el trayecto.

Sin más que decir, espero leerlos en los comentarios. Nos leemos ❤️

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