Capítulo 47.
N/A: Primero que nada, una disculpa, no planeaba actualizar hasta no tener los dibujos terminados y sus comentarios contestados, porque los he leído todos y les agradezco que se tomen la molestia de escribirme y comentarme qué tal, así que voy a hacerlo en el transcurso de la semana, no me he olvidado. En fin, sucedió algo a inicios de diciembre que me desconectó por completo de todo, no voy a agobiarlos con historias personales, pero si me siento mal de ver qué ya estamos a mediados de febrero y yo sin haber actualizado. Así que les traigo este capítulo y en unas horas más, le dejo el otro (ya lo tengo terminado también) pero como les comento, no quería actualizar hasta tener los dibujos listos y comentarios contestados. He hecho la excepción porque ya llevaba mucho sin actualizar.
Sin más que agregar, les agradezco su paciencia y espero hayan tenido un lindo inicio de año, nos leemos pronto ❤️.
°•°•°•°•°
Seis años atrás...
Juvia no se sentía para nada convencida de bailar para unos extraños. Sencillamente porque había visto y escuchado cómo eran los hombres, en especial aquellos que por tener dinero se creían con la libertad de hacer lo que les placiera. Y si bien necesitaba el dinero, no le parecía correcto. El único motivo por el que lo haría era porque su hermano estaría con ella en todo momento, protegiéndola, y eso bastaba para relajarla lo suficiente. Cuando estaba en el campamento cingaro, ella danzaba sin inhibiciones. No obstante, había algo en el ambiente que no le agradaba en aquella mansión.
Terminó de colocarse sus ropas más brillantes y bonitas, sin llegar a la indecencia con el largo de su falda o el escote de su blusa. A sus dieciocho años, sabía que era portadora de una belleza indudable, aunque bien sabía, está marchitaría con el paso del tiempo. Por ello había decidido formarse lo mejor que una señorita de su categoría era capaz de aspirar. Estaba segura de que con el dinero que obtendría esa noche podría concluir sus ahorros para que su hermano por fin lograra comprar el barco de sus sueños y ambos iniciarán una nueva vida como comerciantes. No más bailes para ella, ni carromatos que vagaba de un lado a otro.
Al contrario, amaba sus raíces, pero Juvia quería algo más para su vida, necesitaba lograr algo más. Admiraba las aspiraciones de su hermano, y ella quería tener las propias. Por ello no inicio un noviazgo con Lyon, quien aseguró darle el futuro que ella buscaba. Pero ella no lo quería servido, lo crearía para si misma.
Llamaron a la puerta de la habitación que le dieron para cambiarse, y dejó pasar la corpulenta y alta figura de su hermano, seguido de Bora, un querido amigo de ambos. Si bien Bora era un pequeño bribón que gustaba de estafar a algunas personas, con ellos siempre era recto y les había ayudado mucho.
—Oh, Juvia, preciosa mía. Luces tan encantadora —Alagó el hombre de cabellos púrpura, repasando su figura con un rápido escaneo y sonriendo de oreja a oreja al llegar a su lado—. Creo que el precio por verte danzar debería ascender un poco más.
—Yo creo que debería cancelarlo —aseguró Gajeel con un gruñido, molesto por el hecho de ver a su hermanita bailando para unos estirados que no tendrían ningún respeto por ella—. Juvia...
—Ya lo hemos hablado, Gajeel, nos queda muy poco —aseguró ella, dándole los últimos toques a su larga cabellera. Bora asintió y pasó un brazo por los hombros femeninos.
—Así es, Gajeel. Nos falta muy poco —repitió con el mismo tono de reproche femenino. Gajeel puso los ojos en blanco mientras los otros dos se echaban a reír—. Anda, vas a estar ahí. No seas llorón.
—Si alguno de tus amigos intenta algo con ella, Bora. Te juro que...
—No harán nada, ahora andando, que la vas a asustar. Querida, no le hagas caso al tosco de tu hermano. Pero quería pedirte un favor, es el más joven quien festeja su cumpleaños, sé buena chica y no intentes arrancarle un dedo si se muestra muy interesado.
—Mientras no toque, todo bien —se excusó sencillamente. Bora asintió, pensativo. En ese instante alguien llamó a la puerta, y una criada entró cargando una bandeja de bebidas calientes para aquella noche fría. Juvia de inmediato se acercó al café humeante, y agradeció a la mujer cuando le pidió un poco de leche caliente para endulzarlo—. Sabe delicioso...
Gajeel también bebió un poco, pero Bora, con la taza en mano, observó incrédulo el reloj de su bolsillo y devolvió la taza para aplaudir con premura.
—¡Ya es tarde, andando! —Juvia asintió y dejó el café sin terminar, porque no quería sentir el líquido dentro de su estómago mientras danzaba. A diferencia de Gajeel, que se negó a soltar la delicada porcelana hasta apurar su contenido revitalizante.
Bora le vio con una ceja arqueada y luego negó divertido, siguiéndoles con Juvia dando vueltas sobre sí misma ante la idea de la ganancia que obtendría. Ya no necesitaría ir a las ferias para bailar y conseguir unas cuantas monedas, ni sería molestada con hombres torpes que al ver que era cingara, pensarían que ofrecía otra clase de favores.
Se consoló con el hecho de que no había tanta gente como pensó, considerando que era el supuesto cumpleaños de un rico heredero y la fortuna que estaba dispuesto en gastar por ella. Desde algún lugar surgió la animada melodía de unos instrumentos, y ella sonrió al reconocer el sonido de la flauta que su hermano Gajeel siempre llevaba consigo. Comenzó a dejarse llevar por la música, dando vueltas por el amplio espacio designado para su espectáculo y escuchando los suspiros a su alrededor, así como distantes comentarios que prefirió no procesar en su mente. Se dejó llevar, como muchas otras veces hizo. Pero hubo algo distinto, el pulso se le aceleró tanto, que una sensación de mareo la invadió. La flauta cesó después de un tiempo, aunque los demás instrumentos continuaron sonando y ella siguió intentando no perder el ritmo. Buscó a Gajeel con la mirada, sin saber con exactitud de dónde provenía la música o el cosquilleo en su nuca que erizó su piel.
De pronto se sintió tan mareada que tuvo que detenerse, y por poco cayó de rodillas de no ser por el apoyo que obtuvo cuando alguien se paró a su lado. Era Bora, que la veía con preocupación en su mirada.
—¿Juvia, te encuentras bien?
—N-no me siento... no me siento bien... —admitió, intentando controlar el ritmo de su furioso corazón. Quería tener a Gajeel a su lado, pero no le veía—. ¿Y... Y Gajeel?
—Ha visto que te has puesto pálida y casi tropiezas, por lo que fue a buscar agua para ti. Nuestros anfitriones han sido considerados y han ofrecido una habitación para que puedas recuperarte.
—Quizás sólo un momento —admitió, siguiéndole con pesadez. Su cuerpo comenzaba a sentirse pesado, y todo a su alrededor se movía como si se tratasen de ondas en un estanque perturbado—. Que vergüenza, me he mareado.
—No te preocupes, preciosa. Lo importante es tu bienestar, te han otorgado una habitación muy bonita. Te encantará.
—Son tan considerados... —afirmó, comenzando a arrastrar las palabras. Entonces se desvaneció, escuchando la voz de Bora ante su desmayo, pero sin lograr entender qué quería decir.
Despertó luego de lo que le pareció una eternidad, y aún con ello le costó un gran esfuerzo abrir los ojos, encontrándose a si misma, acostada en una amplia cama de oscuras sábanas que realzaban la blancura de su piel. Sonrió, comprendiendo que se trataba de un gran espejo en el techo. ¿Quién era tan vanidoso para poner un espejo en el que se viera apenas abriera los ojos? Aunque, algo la hizo fruncir el ceño. Le tomó largos minutos mover su brazo lo suficiente para aferrar la sábana que la cubría, y descubrió contrariada que llevaba puesto tan solo una camisola. ¿Cómo...? ¿Alguna criada se había tomado la molestia de desvestirla? ¿Quizás para que descansara mejor? Exhaló con pesadez y decidió que tendría que averiguarlo apenas viera a alguna. La casi inexistente respuesta de su cuerpo debía alarmarla, pero por alguna razón, no podía tomarlo con la seriedad suficiente. Era como si...
La puerta se abrió con un estruendo que la sobresaltó, y le hizo dirigir sus ojos de repente alertas a la figura del joven hombre que entró lanzando una ristra de maldiciones e intentaba recuperar el equilibrio perdido por la puerta que él seguía aferrando. Llevaba la camisa desabrochada hasta el inicio del abdomen, revelando su amplio y marcado pecho, y llevaba la chaqueta colgando de su otra mano junto con una copa que arrojó sin contemplaciones al suelo, rompiéndola en añicos.
El miedo se extendió por el cuerpo de Juvia como un potente veneno, paralizado su ser y dejándola enmudecida y con los ojos clavados en el hombre que no conocía y que además, llevaba un grueso antifaz cubriendo sus facciones.
Él alzó la vista, y su oscura mirada se encontró con la de ella, entonces él sonrió con crueldad.
—Oh, no de nuevo. ¿Qué haces aquí? ¿Acaso te han pagado por meterte en mi cama? Bien, cielo, recoge tus ropas y lárgate. No me interesa.
Juvia tragó, incapaz de hablar. Lo que más quería era correr y ocultarse, pero su cuerpo no la obedecía. Él se acercó unos pasos más, cerrando con un portazo igual de fuerte y por la forma en que tensó los labios supuso que estaba cabreado.
—¿No me has oído? Si quisiera los servicios de una puta, los pago. Vete de aquí, no estoy de humor.
No puedo. Gritó su mente, ya que su lengua estaba pegada a su paladar y sus labios sellados. Encajó su insultó como mejor pudo, porque no era la primera vez que lo oía. Pero sí era la primera ocasión en que no podía responder al mismo para demostrar que no iba a dejarse. La debilidad de su cuerpo era alarmante. ¿Dónde estaba Gajeel? Deseaba que él abriera la puerta en ese mismo instante y corrigiera el malentendido. De seguro el hombre estaba más que ebrio y se había equivocado de habitación. Si tan sólo ella pudiera explicarle...
De pronto él se acercó a ella con una rapidez alarmante y sólo pudo dar un sobresaltó cuando hundió los dedos en uno de sus brazos y tiró de ella con fuerza para acercarla a sus ojos oscuros tras el antifaz. Parecía inspeccionarla, ella no podía parpadear siquiera, temerosa de respirar en su presencia. Él emanaba un aura sombria. Ella podía sentirlo. Quería hacerle daño. Deseó poder liberarse y huir lejos de su aterradora presencia.
—¿No tienes lengua? —Sus ojos vagaron por la figura que quedó al descubierto al intentar arrancarla de debajo de las sábanas. Lo sintió contener el aliento, al tiempo que sus ojos volvían a su rostro y detallaban sus facciones, ignorando el temor en sus ojos—. Bueno, no estás tan mal... A decir verdad, creo que por está ocasión voy a aceptar tu insistencia.
No, no no. Juvia contuvo el aliento cuando el extraño hombre capturó su boca en un rudo beso que sabía a ira y coñac, una combinación tan nefasta que ella odio ser incapaz siquiera de apartar la cara. Quería gritar, arañarlo, abofetear su rostro oculto por creerse la gran cosa y pensar que ella estaba allí para seducirle.
—¿De dónde has salido? —se preguntó para sí cuando soltó sus labios y volvió a observarla a detalle una vez más. Juvia logró apretar la boca en una línea tensa, y él, atraído por el movimiento de sus labios, sonrió ligeramente y volvió a dejarla en la cama—. Bien, ya que insistes... Tengo algo de tiempo, quizás pueda estar a la altura esta noche.
Sus intenciones quedaron claras al verlo llevarse las manos al calzado, del cual prescindió con cierta torpeza. Eso, y el aroma del alcohol en su beso le informaron lo que ella ya intuía desde que le vio entrar con aquella copa en mano. Estaba ebrio. Ese hombre había entrado en su alcoba, y lo que planeaba en esos instantes... Abrió la boca y logró emitir una ronca negativa que él no captó en absoluto, pues estaba demasiado ocupado subiendo el camisón para revelar sus pálidos muslos. Juvia respiró cada vez más rápido, hasta que el miedo en su sistema logró contrarrestar un poco el veneno paralizante. Más aquel atisbo de rabia e impotencia, no bastó.
No bastó para impedirle ser ultrajada de la manera más ruin. Cuando hubo terminado con ella, no tenía más movilidad que al principio, pero si el rostro bañado en lágrimas y el alma rota con el cuerpo de aquel extraño a su lado. Juvia evitaba verlo, perdida en su propio reflejo en el techo, destrozada y humillada a niveles que jamás creyó posibles. ¿Dónde estaba su hermano? ¿Quién era aquel hombre? ¿Por qué le hizo eso? Los párpados se volvieron tan pesados, que aún en contra de su voluntad, ella se vio obligada a cerrar los ojos para yacer en el mundo de la inconsciencia y no aceptar aquella horrible realidad.
°•°•°•°•°
Juvia despertó de un sobresalto, sabedora de lo que seguiría en sus recuerdos al despertar. Aquel hombre intentaría tomarla de nuevo, pero en esa ocasión, ella le dejó marcado de por vida. Su cuerpo protestó al estirarlo luego de pasar la noche en vela hecha un ovillo en el maltrecho sofá. Un ruido la había despertado, y rápido se dió cuenta de su entorno y decidió que sólo había tenido una pesadilla. Más bien, un amargo recuerdo. Centró sus ojos negros en la figura inerte sobre la vieja cama, y notó el rápido subir y bajar en el pecho descubierto del hombre que no ocultaba la mueca de dolor en sus rasgos masculinos.
Lo observó en silencio unos segundos que le parecieron eternos, y lentamente se puso de pie para acercarse a él. El frío en la habitación erizó los vellos de su nuca conforme se aproximó a Gray Fullbuster. El hombre que había pagado por acostarse con ella años atrás. Sin su consentimiento, claro estaba. Juvia no podía recriminarse no reconocerlo, si seis años atrás estaba drogada y él con un antifaz que le cubría la mitad del rostro. Tal parecía que él sí era consciente de quién era ella. ¿Para qué se aproximó a ella? ¿Quería repetir la experiencia? La idea le revolvió el estómago y llenó su hermosa mirada de un oscuro deseo de hacerle daño. Estaba indefenso, y a su merced. Intentó protegerla de otros hombres, pensó en un rincón de su mente. ¿No eran todos así? No quería que otros tomarán el fruto que él había cortado y al cual le hincó el diente. La comparación la enfureció, y le vio con una expresión de odio absoluta.
Hasta que él abrió los ojos luego de un sobresalto, quizás de su fiebre o sus pesadillas; tal vez sintiendo de pronto él peligro que corría con ella en la habitación. Pero sus ojos se encontraron con los suyos y la paz hizo desvanecer la dureza en sus rasgos dotada por el dolor.
—Juvia, querida... ¿Qué hora es?
—Quizás las diez —murmuró, apartando su mirada de él y buscando la pasta medicinal que había logrado crear la noche anterior con las hojas que Capricornio logró conseguirle—. ¿Se siente tan bien como se ve?
—He tenido mejores despertar —admitió con una mueca, intentando incorporarse y ganando una mancha carmesí en el vendaje, así como un gruñido de dolor. Juvia se aproximó, sin hacer el mínimo ademán de ayudarle—. ¿Qué tiene ahí?
—Un poco de ayuda para que su herida no se infecte. ¿O prefiere que...?
—Le estaré eternamente agradecido, Juvia —admitió con cansancio, advirtiendo algo diferente en el temperamento de la mujer. Más no logró discernir qué era. Y mientras ella se colocaba a un lado, sin llegar a tocarlo, advirtió la arruga entre sus cejas y la tensión de sus labios—. ¿Hay algo que le preocupa?
—¿Además de saber qué harán con nosotros? En absoluto.
—Lamento mi pregunta, es sólo que quiero distraerla y no se me ocurre cómo—Gray retuvo el aliento cuando la vio sacar un pequeño cuchillo que colocó contra su estómago. Tiró hacia arriba y el vendaje cedió—. ¿Cómo ha conseguido...?
—Capricornio —respondió tajante—. Si algún otro bastardo intenta volver a tocarme en contra de mi voluntad, le sacaré un ojo y perderá algunos dedos.
La amenaza se vertió en él como una medicina amarga, y en su rostro se mostró el remordimiento y algo más que ella no quiso averiguar. Gray la observó en silencio, preguntándose con la leve esperanza de saber si ella le reconocía o no. Y si así era, ¿era bueno o malo? Juvia no ofreció ninguna otra prueba, y se dedicó con firmeza a curar su herida y retirar los resquicios de sangre seca, evitando verlo a toda costa.
Gray supo que no podía aplazarlo más cuando ella le observó de reojo y reconoció el odio y el miedo como los únicos sentimientos guardados para su persona. Temió de pronto, haber dicho algo en medio de su delirio.
—Juvia... No sé si me equivoco, pero si he hecho algo que la haya molestado, puede decirme.
¿A eso quería jugar con su pregunta cargada de inocencia fingida? Bien, ella podía hacer lo mismo. O al menos, intentarlo.
Tomó con una especie de cuchara de madera la fría pasta y la meneó un rato sin apartar la vista de la herida en su costado. Conforme más vivido se volvía su recuerdo entre los sueños, más furiosa se ponía. ¿Él se atrevió a siquiera acercarse aún sabiendo quién era y lo que había hecho? ¿Entonces qué pasaba con Gajeel, quién le juró haberse encargado de él? Hasta el mismo Natsu había sido participe de la paliza que supuestamente le habían propinado. ¿Qué otra cosa le habían ocultado?
—¿Por qué habría de molestarme algo que un hombre convaleciente pudo haber hecho llevado por la fiebre? —inquirió más para sí. Gray tragó con dificultad al verla acercar la pasta de hierbas—. No se mueva, esto podría doler pero le ayudará con la herida.
Él no estaba preparado para sentir aquella mezcla olorosa rellenar el agujero de su costado como si cubriera alguna fuga. Su mandíbula se apretó a un punto en que creyó que le saltarían los dientes, y por más que intentó mantenerse quieto y decirse que era parte del proceso de sanación, no pudo evitar pensar que había algo de rencor en el modo en que ella le curaba. Y a punto estuvo de pedirle que se detuviera, sujetando la muñeca femenina con la misma fuerza que ella empleaba para continuar, cuando se abrió la puerta.
Jude hizo acto de presencia con una elegancia ajena a su descontrol y rabia sin igual, ocultando al podrido ser que era capaz de cualquier cosa con tal de conseguir sus objetivos.
—Tengan ustedes buenos días. Señorita, es conmovedor que oficie de enfermera, pero le aseguro que este vil perro no merece tan bellas atenciones.
Juvia se incorporó de inmediato, ocultando entre sus faldas el pequeño cuchillo que no pensaba entregar al ser su única fuente de defensa en caso de cualquier otro ataque. Jude estaba centrado en la herida del hombre sobre la cama, por lo que no notó su imperceptible movimiento al ocultar el arma y no se giró a ella hasta que detalló la fiebre, todavía visible, en los ojos de Gray, así como su palidez.
—Sería tan amable, dama, de proporcionarme su nombre.
—Juvia Vastia —respondió sin titubear, para sorpresa de ambos varones. Jude sonrió complacido y se acercó a ella, intentando tocar su rostro, pero ella retrocedió con rebeldía y le lanzó una mirada de muerte—. ¿Qué más quiere saber?
—Juvia, cariño, ¿qué evento desafortunado te trajo a mis manos? Le pido una disculpa por el trato que mis lacayos te han brindado. Entenderás, no todos los días tienen a una mujer tan hermosa... a su alcance.
—Me acompañaba —esta vez fue Gray quien respondió sin titubear. Sabía que el apellido de Juvia no era ese—. Y no entiendo por qué la retienes aquí.
—Por cualquiera que sea la razón que se hallaban tan necesitados de hablar con Michelle Vermillion, queridos conspiradores. Es extraño que ella haya decidido recurrir a ti, Gray. No eres famoso por ayudar a doncellas en apuros.
—Déjala ir, Jude. Nosotros no teníamos más intención que ver a madame Michelle. Hace tiempo que no se sabe nada de ella.
—No vengo a jugar a las adivinanzas contigo, ¿por qué han venido? Nadie se acordaba de esa zorra hasta el día de hoy. —Jude se aproximó al cuerpo tendido de Gray y le observó con amenaza. Juvia se mantuvo en el lado opuesto, sintiendo, previendo una oscura situación. Más no lograba encontrar para quién—. ¿Te ha enviado Lucy?
—Ni siquiera... ¡AHHH! —la respuesta de Gray se volvió un grito de dolor cuando Jude clavó su dedo con cizaña en la herida que Juvia había logrado irritar minutos atrás. Y aún con su odio, ella no pudo evitar sentir horror y compasión al verlo retorcerse y con el dedo de Jude clavado en el agujero hasta el nudillo.
—Sólo responde sí o no, ¿te envió ella? ¿Dónde está mi pequeña zorra? ¡¿Dónde en el infierno está Lucy?!
—¡Le está haciendo daño, pare! —Juvia no podía soportar los gritos del pelinegro, y se aproximó a toda prisa a su lado para sujetar a Jude e intentar apartarlo. Él hombre le dió un revés tan duro que la arrojó al suelo y provocó un regusto amargo en su boca.
Los gritos de Gray cesaron de pronto, y su mano colgó inerte por el borde luego de haber intentado detener la presión de la mano de Jude. El Heartfilia se limpió la sangre en su camisa y observó con su mirada oscura a la mujer que le veía horrorizada por su crueldad.
—Te voy a dar un poco más de tiempo para reflexionar, entonces me dices si cooperas o no. No me sirves, y si decido que nada de lo que me digas es cierto, conocerás a todos los hombres en la casa antes de que se oculte el sol —amenazó, para acto seguido retirarse con un portazo. Juvia gateó hasta el lado de Gray, tratando de revisar su herida.
Pero sus manos no paraban de temblar, conciente de su amenaza y la rabia que le había visto emplear. Así como su nula humanidad. Rezó una silenciosa plegaria, preguntándose cómo podía salir de ahí con vida y entera.
°•°•°•°•°
Natsu despertó debido al distante sonido de las carcajadas que iban alejándose por el pasillo, y lo primero que vio con la suficiente claridad y lucidez, fue la figura de Lucy que se mantenía dándole la espalda mientras Virgo la vestía con eficiencia. Lo siguiente que registró fue el tentador aroma de la comida y su estómago gruñó en protesta ante el delicioso aroma. No obstante, sólo centró su perezosa mirada en la piel desnuda de su esposa que poco a poco iba quedando cubierta por las prendas que la doncella cerraba en torno a ella. Se mantuvo inmóvil, dándose cuenta por fin de que parecían hablar en voz baja.
—Esto no va a funcionar... —admitió Lucy con un tono de cansancio total, sujetando su cabello por sobre un hombro mientras Virgo le ajustaba las cintas del vestido a la espalda—. ¿Has sabido si Juvia ya llegó?
—Aún no, señorita. En cuanto a lo otro, tenga algo de paciencia, los hombres... Son más sencillos de lo que cree.
—Juro por Dios que estoy llena de marcas —se quejó su esposa de vuelta, frotando su cuello—. Cuando me dijo que le esperara despierta, no pensé que fuera para esto.
Se hubiera reído de la mirada que Virgo le echó de no ser porque estaba tratando de registrar y reflexionar de lo que hablaban. Suponía que se trataba de él. La mirada de la doncella era una de esas miradas de “no puede ser tan inocente”.
—Son marcas muy ligeras, si me permite, no se notan en su cuello. Y si le dejo semi recogido el cabello, no habrá problema.
—Si vuelve a venir a mi cama, estando ebrio, gritaré —sentenció Lucy con enfado, sin poder ocultar ni notar el rubor en su piel. Natsu tenía vagos recuerdos. ¿A qué hora llegó? No lo recordaba, mucho menos hacer lo que suponía con la conversación que se desarrollaba delante suyo.
—No se lo aconsejo... Señorita, más que detenerlo se sentirá halagado —admitió Virgo con una media sonrisa, tomando un cepillo para los rubios cabellos. Lucy emitió un bufido de indignación y se dejó guiar hasta la silla.
—Es odioso en muchas ocasiones.
—¿Eso significa que no en todas? —averiguó su doncella con curiosa diversión. Lucy hizo un ademán con la mano, como si le restara importancia.
—A veces sabe ser un caballero y tratarme como persona en lugar de una...
—¿No la trato como persona? —No pudo resistirse de contestar a su reciente acusación, ganándose la mirada sorprendida de Virgo y el repentino silencio de su esposa—. Valor, querida, termina lo que estabas por decir.
—Usted y yo tenemos que hablar muy seriamente sobre su problema con la bebida —sentenció Lucy cuando Virgo dejó su cabellera cepillada y un sencillo recogido en la parte superior. La visión de su esposa malhumorada a tan temprana hora le causó algo de diversión, lo admitía—. Virgo, puedes retirarte.
—¿Está segura? —Era la primera vez que Lucy aceptaba quedarse a solas con él, por lo que no pudo ocultar su sorpresa. Pasando de la conmoción, adoptó una expresión serena y se retiró con la promesa de recoger las bandejas una vez terminado el desayuno—. Con su permiso.
—¿Va a regañarme por el bien de mi alma o por resentimiento? —preguntó él divertido cuando la vio permanecer en silencio aún después de la partida de Virgo. Quitó las sábanas de sí, indiferente de su propia desnudez, hasta que vio una mancha roja en el lado de la cama que Lucy había ocupado. La conversación pasó como un relámpago por su mente y el horror le hizo saltar fuera de la cama para inspeccionar a su esposa—. Oh, maldito infierno, ¿la he lastimado?
—No necesita maldecir —se quejó ella, intentando zafarse de su agarre con el rostro rojo—. Estoy bien.
—Pero la sangre...
—Es mi sangrado del mes —admitió con la boca pequeña y la cara roja a más no poder. Natsu sintió que podía volver a respirar. Pensó que quizás, en la borrachera... Inhaló profundamente antes de atraerla hacia sí, recuperando la calma—. Ahora, sí es tan amable de soltarme, le decía... ¡Salamander, no me gusta que me cargue así!
Lucy contuvo su enojo cuando sintió en su espalda el amortiguado colchón detener su caída. Y se quedó en absoluto silencio cuando lo sintió inspeccionar su cuello y clavículas. Sus manos seguían aferradas a los brazos de su marido, que se mantenía en silencio sobre ella hasta que liberó un suspiro.
—¿Qué fue lo que le hice anoche?
—Estoy viva todavía, así que nada grave —fue su respuesta, apartando el rostro al sentirlo inclinarse. Natsu divisó lo que muy seguramente eran algunos chupetones en la blanca piel. La vergüenza era poco conocida y no muy bien recibida, pero sintió el calor asentarse en su rostro al pensar en lo que había hecho y no lograba recordar—. Pero esto me lleva a decirle que tiene que controlar su ingesta de alcohol, o al menos medirse.
—¿Ah, sí? ¿La he importunado? —divertido, deslizó sus manos por los brazos de Lucy, sin apartar la vista de las expresiones en su rostro. ¿Era la mañana y su pereza o Lucy era más expresiva últimamente?— ¿Le hice daño?
—No. —No ofreció más respuesta que esa, por lo que él tuvo que tomarla sin más. Dejó caer su frente contra el hombro femenino, y depósito un suave beso en la piel expuesta. Lucy se estremeció—. Debería desayunar... Llegó muy tarde y hasta donde sé, no tomó la cena.
—Se me ocurre algo mejor —susurró contra su piel, antes de que sus manos buscasen el vuelo de su falda. Lucy de inmediato le tomó las manos y lo detuvo. La noche anterior no la había tomado, pero sí jugó de un modo extraño con ella para dejar pequeñas marcas en su cuerpo. Luego se quedó dormido encima de ella y le había costado un poco moverlo. Ahora seguía sin estar lista para compartir más intimidad.
—No puede, mi situación... —le recordó. Él soltó un bufido y liberó su vestido.
—¿Cuántos días?
—Yo... Quizás cuatro... —Lucy no podía estar más ruborizada, porque aquello no era algo que jamás se hubiese visto hablando con un hombre, aunque ese hombre se tratara de su esposo.
Salamander gruñó algo indescifrable y luego su boca cubrió la suya. Lucy protestó un poco, pero aceptó su beso y se relajó bajo su cuerpo. Todavía estaba aprendiendo a aceptar su realidad, y se dijo, eso era parte de ello. Cuando él se apartó, se mantuvo en silencio absoluto, perdida en sus pensamientos. Sentía su aliento contra sus mejillas extrañamente frías, más no ofreció ninguna palabra a aquel breve instante que se volvió una eternidad.
—He arruinado los planes, querida.
—¿De qué planes habla? —Lucy se estaba incorporando al sentirlo quitarse de encima, pero él la ayudó a ponerse en pie. Sintió su mano en algunos mechones de cabello, deslizando las hebras entre sus dedos y dejando que descansaran sobre su pecho.
—Iba a llevarte conmigo anoche hacia el campamento cíngaro —admitió, guiándola hacia la silla delante de la mesilla dispuesta con el desayuno. Lucy no pensó en su contacto ni en su ayuda, sino que se centró en sus palabras.
—¿Hay algún motivo en especial? ¿Por qué a mitad de la noche?
—Para que nadie se diera cuenta —por el sonido de su voz dedujo que él ya estaba comiendo algo. Lucy dejó su bastón recargado a un costado y con sus manos buscó el plato que Virgo siempre le dejaba en la misma posición. Se encontró con la mano de su marido, que tomó la suya antes de poder apartarla y le dió un suave apretón—. Lucy... Quizás no sea de mi incumbencia, pero estás marcas en sus muñecas...
Ella intentó apartar el brazo de inmediato al sentir el tacto en sus cicatrices, pero su marido no lo permitió y ella no quería hacer más uso de fuerza e iniciar una confrontación.
—Un accidente hace unos años, no es nada.
—¿Que tipo de accidente?
—Salamander, no es algo de lo que quiera hablar... —confesó, intentando cubrir las marcar con la manga de su vestido que él había alzado. Él dejó ir un hondo suspiro y dejó su brazo. Lucy no se atrevió a moverse hasta que logró ordenar sus pensamientos—. ¿Puedo saber por qué planeaba esa huida por la noche?
—Ya se lo dije, es para que nadie se diera cuenta.
Lucy no supo cuál fue la expresión que puso ante su respuesta, pero fue consciente de su carcajada y el cosquilleo de reconocimiento que surgió en ella al oírle reír, con un tono ligeramente más ronco, casi pareció...
—Bien, se lo diré porque de cualquier forma se dará cuenta apenas pongamos un pie fuera. Es mi cumpleaños y no quería pasarlo aquí, suelen ser unos descontrolados y temo que su... sensibilidad se vea ofendida ante los juegos tan salvajes que hacen para entretenerse. Pero como no contaba con embriagarme anoche, me he visto impedido de huir con usted de aquí. Así que, espero disfrutemos la fiesta.
—¿Está de broma conmigo?
—Para nada.
—Habla de su cumpleaños como si fuera... —Lucy cayó en cuenta de pronto. Ella nunca supo cuándo era el cumpleaños de Natsu. Aquella verdad la hizo dudar, sólo un instante de eternidad, y logró recuperar el hilo de lo que quería decir—. No puede ser tan terrible.
—No se separe de mí y no lo será —se mofó. Lucy decidió que estaba exagerando y procedió a disfrutar del desayuno antes de que se enfriara—. Es muy en serio, Luce. Querida mía, no se separe de mí ni un instante...
°•°•°•°•°•°
Erza terminó de beber su cálida bebida, y por fin dejó de evitar la mirada castaña delante suyo, centrándose en la expresión impaciente de Cana. La mujer no había dejado de insistir desde que ambas embriagaron a la Heartfilia. Obviamente lo llevaban mejor que ella, pues recordaban a la perfección lo que habían descubierto. No estaba segura si Lucy todavía lo recordaba, pero Erza jamás olvidaría las cosas que había oído salir de sus labios. Y aunque de alguna forma la mujer se lo hubiera inventado, por alguna razón le creía. Creía en todo lo que les había dicho.
—Yo no pienso ser su amiga —respondió por fin la pelirroja, dejando la taza a un lado y ajustando su abrigo en torno a ella. Cana puso los ojos en blanco y resopló como un animal.
—No te estoy diciendo que seas su amiga, pero no te parece... ¿injusto? Erza, la niña...
—Lo que sea que pase con ella, no es de mi incumbencia. Nada de eso cambia lo que le hizo a Natsu, ¿comprendes?
—Estoy segura de que hay algo que se nos está yendo de las manos. No concuerda con la imagen que me he creado de ella.
—Es sólo porque está ciega y te da lástima, por eso —se encogió de hombros—. Pero sigue sin ser de mi interés, así que yo no diré nada.
—Creo que el abuelo se mostrará más razonable si lo hablo con él —admitió Cana, reclinándose hacia atrás en su asiento.
—No molestes a Makarov con tonterías.
—Tienes razón, entonces supongo que al único al que le interesará esto es a Natsu.
—Créeme, a él de todos nosotros es a quien menos le interesa lo que pase o sea de ella.
Cana sonrió con suficiencia y le dió unas palmaditas en el brazo de la tensa Scarlet.
—Oh, querida, creo que la única ciega aquí eres tú. Lo he estado observando... No hay que más gane su atención que esa niña...
—Si, bien. Después de lo que le hizo...
—Exactamente, querida. Aún después de todo eso, no veo nada más que tenga su atención.
°•°•°•°•°•°•°
Continuará...
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