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¤¤ Capítulo 46 ¤¤

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Aquel día marcó algo en ambos. Lucy había podido percibirlo en el primer amanecer después de lo que fue también su primera borrachera. Temió escuchar en los próximos días cosas horribles sobre lo que estaba segura había revelado a Cana y Erza luego de escuchar un par de historias que hablandaran su corazón, y le hicieron pensar en Juvia. Oh, Juvia. ¿Cuándo volvería? No tenía ni idea. Sin duda, a su regreso Lucy tendría que contarle algo respecto a su situación actual, o al menos intentar encontrar consuelo en su infinita paciencia y comprensión. Una cosa había sido soltar la lengua mientras el licor embotaba sus sentidos. Otra muy distinta era hacerlo por iniciativa propia. Sin embargo, ni Cana o Erza parecían haber dicho algo respecto a aquella tarde llena de alcohol y confidencias hechas por una mujer desesperada. No sabía si estar agradecida o aterrorizada. Decidió elegir la primera, porque era mejor confiar en quienes se hacían llamar amigas de Juvia que vivir temiendo el instante en que sus secretos salieran a relucir.

La noche en que creyó estar con Natsu, también la había cambiado. Lucy no podía decir cuánto, pues ella misma no se reconocía en brazos de su actual esposo, quien rodeaba su cintura con un brazo aquella mañana, y respiraba justo detrás de su oreja con su cálido aliento rozando su cuello. Sabía que escabullirse no era una opción, pues él tenía el sueño tan ligero que el simple movimiento de su cuerpo al cambiar de posición era suficiente para despertarlo. ¿Desconfiaba de ella? Todavía lo ponía en duda, pero supuso que al igual que ella, no parecía acostumbrado a tener compañía en su cama más que por unas horas. Le había ordenado trasladarse a su habitación, a su cama. No opuso resistencia, sabedora de que sería inútil si él se lo proponía. Pero las intenciones estaban allí, ¿cierto? Quizás si hubiera resistido, si se hubiera detenido... No aceptar a la primera y someterse a su deseo. Estaba cansada de discutir, se recordó con valor. Tan cansada como podía estarlo después de tantas cosas ocurridas aquellos últimos meses. Finalmente, había aceptado su pequeña tregua.

Ahora, unas horas más tarde y habiendo tomado el desayuno hacia tiempo; Lucy se posaba de pie sobre un banquillo, con la mano apretando con fuerza la gran mano de Salamander que le ayudaba a mantener el equilibrio. Se sentía insegura sin su bastón, y aunque la altura no era mucha, le provocaba una leve sensación de mareo. Registró el suave tacto de la joven que le tomaba las medidas, así como la cercanía de unas telas para que pudiera apreciarlas con sus manos.

—¿Está le parece bien, mi señor? -inquirió la muchacha que tomaba las medidas. Salamander tocó la tela, satisfecho por su grosor y la suavidad. Asintió—. Mi señora se verá encantadora una vez tenga todo su nuevo guardarropa.

Lucy había perdido la cuenta de las telas que le habían sugerido. Virgo le advirtió cuando la llamó para que le tomaran las medidas, que su marido prácticamente había agotado la mercancía del comerciante que había llegado al castillo, más no creyó que fueran tantas como en ese momento. Y bien sabía que en un castillo, cualquier especia, tela, o producto, tendría un coste mayor, pues debían aguardar a los viajeros que se aproximaran con la mercancía.

—Salamander... ¿No cree que es un poco...? —Lucy no estaba segura de terminar la oración. Todavía no se sentía con la confianza suficiente para hablarle de sus inquietudes, y lo último que quería era rebatirle frente a cualquier otra persona.

Él acercó la mano que tomaba y depositó un casto beso en sus nudillos.

—¿Excesivo? Para nada. El invierno casi llama a la puerta y necesitas ropas apropiadas para afrontarlo, querida. Además, reparo mi error de no haberte proporcionado todas las comodidades a tu llegada.

Lucy escuchó la risita encantada de Wendy, y sintió su rostro arder al pensar en la joven que había olvidado se encontraba a su alrededor. Salamander no añadió nada más y se limitó a tomarla en brazos para bajarla del banquillo cuando la costurera afirmó tener todas sus medidas e informar que se pondría a trabajar de inmediato.

—¿Cuándo tendría listo al menos un par de vestidos?

—Para mañana, sin duda, mi señor. Pondré a mis chicas a trabajar de inmediato.

—No hace falta que se apresure, por favor —interrumpió Lucy, con las manos de Salamander aún en su cintura luego de bajarla y su presencia delante suyo-. Le agradezco tanto que se haya tomado todas estas molestias, estoy segura de que su trabajo será espléndido.

La mujer, con el pecho hinchado de orgullo y una sonrisa satisfecha, aseguró que sin duda era un honor vestir a su señora y le daría las prendas dignas de una reina.

—Wendy, por favor acompaña a Sorano a qué le sirvan algo antes de marcharse. De nuevo, le ofrezco la posibilidad de trabajar aquí en el castillo.

—Le tomaré la palabra, muchas gracias —se despidió la mujer, satisfecha. Virgo, silenciosa y eficiente, ordenó llevar fuera todos los rollos de exquisitas telas y Wendy despareció con la costurera. Fue entonces que Salamander comprobó que se hallasen solos antes de quitarse la peluca para aproximarse a Lucy. De un tiempo para acá le parecía más molesta que de costumbre debido a un ajuste que Cana le había hecho para que no se le cayera mientras montaba a caballo. Zancrow no parecía tener intenciones de irse pronto y estaba harto de las miradas que le dirigía a su esposa.

Lucy se mostró reservada, sabedora de que estaban a solas, la única señal que tenía de él era el susurro de su ropa y un largo suspiro que dejó al aproximarse. Sujetó los dedos de sus manos, intentando no mantenerlas inquietas a la altura de su cintura. Él se detuvo delante suyo y el cálido tacto de su mano apartando algún mechón rebelde la sorprendió, no obstante, logró mantenerse serena con su presencia.

—¿De verdad no le parece excesivo haber comprado todos los rollos de tela? —insistió en un intento por no sumirse en aquel incómodo silencio.

—¿Quiere que la deje desnuda? —arqueó una ceja, disfrutando del cambio en su expresión que pasó por la vergüenza y luego el enfado—. A mí la vista no me molestaría en absoluto...

—Usted y sus comentarios tan fuera de lugar —se resignó, apartando el rostro y retrocediendo un paso porque todavía le abrumaba lo que su proximidad le hacía sentir. Lo escuchó reírse antes de que sus manos se pusieran sobre sus hombros para retenerla y la atrajera hacia sí—. ¿Qué clase de humor es ese?

—El que a ti te falta —se mofó—. No le haría daño reírse un poco.

—¿Hay algún motivo en especial? —preguntó con fingido desentimiento. Él gruñó una palabra por lo bajo mientras la sujetaba de la cintura para mantenerla cerca.

—Bien, he comprendido el mensaje. Es usted tan mala como yo.

—No me parece —afirmó, sintiendo los dedos masculinos firmemente aferrados a su estrecha cintura. No era doloroso, pero sabía que no podía zafarse con un simple tirón—. ¿Le sucede algo?

—¿Por qué lo pregunta?

Ella misma no sabría decirlo con exactitud, pero había algo en el modo de abordarla y su tono de voz, como si él quisiera decirle algo más y no se atreviera.

—Me ha parecido... Que quería decirme algo. No lo sé.

—¿Lleva puesto el corsé? —su pregunta la sorprendió, más porque el mismo estaba tocando su cintura en esos instantes y debía haber adivinado ya que no lo llevaba—. Que pregunta más tonta, ¿no?

—Un poco. —Una sonrisa tiró de sus labios al oír su tono de mofa, pero lo que iba a ser una breve carcajada murió antes de siquiera emitirla cuando sintió los dedos masculinos moverse hacia su rostro, o eso espero hasta que sintió como tomaba un mechón del cabello que caía en un sencillo tocado alrededor de sus hombros y más allá—. Salamander, le agradezco su preocupación para proporcionarme un nuevo guardarropa.

—Ni lo mencione, de no ser por mí... No estaría en esta situación —murmuró, sin soltarla a pesar de haber dejado que el mechón de cabello se deslizara de entre sus dedos.

Lucy no supo, o mejor dicho, no quiso responder a aquel comentario dicho de forma tan casual como si hablasen del clima. Tenía razón, ella no estaría en esa situación, de no ser por él que había llegado para alterar la poca estabilidad que había logrado conservar, o al menos mantener, desde que Natsu había puesto toda su vida de cabeza. El pensamiento la volvió recelosa de su tacto, y estaba por retroceder cuando él afianzó su agarre en su cintura y se acercó hasta quedar casi pegado a ella.

—Lucy, ¿podría...? —Lo que fuera que iba a pedirle, ella no lo averiguó ya que alguien llamó a la puerta y él la soltó para apartarse al mismo tiempo que alguien más interrumpía en el pequeño saloncito—. ¿Acaso te he dicho que podías pasar?

—La costurera se ha ido y te has demorado más de lo que ya habías dicho. No tengo todo el día —se quejó con exasperación Zancrow. No obstante, su mirada desinteresada se centró de lleno en Lucy y cambio el aburrimiento de su expresión por algo parecido a la satisfacción—. Aunque entiendo la debilidad ahora que lo veo. Mi señora, tenga usted buenos días.

Antes de que Lucy respondiera al saludo por formalidad, Salamander se adelantó y la cubrió de la vista del recién llegado con su figura, viéndole con una expresión parecida al sentimiento de repugnancia que lo abordaba cada vez que notaba cómo veía a su esposa. Ni siquiera en su propia presencia cuidaba su señales, algo que comenzaba a exasperarlo.

—¿Qué es lo que quieres? Que sea rápido porque tengo asuntos que atender.

—Oh, nada sin importancia, sólo escuché que tu señora esposa toca el piano de forma magnífica. Y soy un amante oculto de semejante instrumento. Quería saber si podría ser honrado con su presencia mientras la escucho tocar.

—Zeref también sabe tocar el piano, ve con él si lo que necesitas son clases.

—El mismo Zeref en persona me ha dicho que no puedo perder la oportunidad de escucharla tocar —afirmó con una nota festiva en su voz. Natsu quiso ir y darle una patada a Zeref por bocazas—. Pero si la querida Lucy no se encuentra con ánimos, lo entenderé.

—En absoluto -respondió ella, con intenciones de acercarse. Salamander la detuvo y centró su mirada sombría en Zancrow.

—En realidad, tendrá que esperar, todavía no hemos terminado nuestras tareas, Zancrow. Así que andando. Además Lucy tiene otros quehaceres.

—No puedo imaginar cuán importantes son —añadió con ironía el hombre de larga y salvaje cabellera rubia. Sabía lo que Salamander intentaba, pero la mujer era una verdadera tentación como para rendirse así sin más—. De acuerdo, le espero afuera. Entre más rápido termines, más pronto podré escuchar cantar a un ángel.

Con su partida, lo hizo la tensión que Lucy sentía en el brazo de Salamander que había rodeado su cintura para impedirle avanzar. Él no dijo nada y se limitó a lanzar un suspiro mientras procedía a moverse a su alrededor.

—Lucy, el día de hoy tengo algunos asuntos que requieren mi presencia, por lo que es muy probable que no logre llegar a la hora de la cena.

—Sin duda se le guardará algo de comida a su regreso, ¿o prefiere que sea algo recién preparado? —Lucy tenía toda la teoría del conocimiento sobre cómo llevar una casa, más no un castillo. Por lo que saber que todas esas diligencias no eran para su cargo, en su estado, la aliviaban. No obstante, era la primera vez que él le informaba de lo que haría, y no quería mostrarse grosera sin decir nada.

Salamander se detuvo un instante, a su espalda, y la giró al frente suyo, tomando su barbilla para alzar su rostro y ver sus facciones. Estaba perdido si volvía a ceder a ella, lo tenía muy claro; pero había una debilidad recién encontrada en su carácter y aún no sabía cómo afrontarla. No era tan valiente para rechazar aquel deseo que le iba consumiendo. Ni quería ser más ruin al forzar aquel acercamiento entre ellos. Era consciente de lo que le había pedido a cambio de una relación más cordial, y si bien ahora dormían en la misma habitación, y la misma cama, no la había tocado nuevamente. Su acción buscaba en realidad calmar algunos chismorreos maliciosos, entre ellos el que había inducido a una criada a destruir su guardarropa creyendo que no habría represalias. La chica ya no trabajaba más en el castillo.

—No te preocupes de eso, dejaré algunas instrucciones para mi regreso. Quizás vuelva algo tarde pero... Lucy, ¿podrías esperarme despierta? —Su pregunta la hizo contener el aliento—. Claro está que si se hace muy tarde no hace falta que...

—Le esperaré —afirmó, usando todos sus esfuerzos para no titubear en aquella breve respuesta. Lo sintió sonreír por el sonido de su respiración, y luego sus labios se posaron sobre su frente en un breve y delicado beso.

—Te veré por la noche, Luce. —Dicho eso abrió las puertas y llamó a Virgo una vez le entregó su bastón—. Yo llevaré algo para el camino, así que me disculpo pero no he de comer contigo hoy.

Le había pedido que le esperase despierta. La implicación detrás de sus palabras parecía clara, sino qué otra cosa querría. Sintió el calor asentarse en su rostro e intentó no pensar en ello. En esos momentos más que otros deseó tener a Juvia cerca para pedirle algún consejo.

Necesitaba uno con urgencia.

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Con el delgado y menudo cuerpo oculto para una gruesa gabardina con capucha, caminó con paso lento pero firme hacia la mansión Heartfilia aún a través de esa fina lluvia que parecía filtrarse aún con su impermeable y le helaba las pálidas mejillas. Observó a su alrededor con disimulo, sabiendo que la presencia del hombre a su lado no se vería tan sospechosa como podría parecerlo si se adentraba a la mansión por sí misma. El cuerpo entero parecía paralizarse conforme más cerca estaba de la reja de entrada. Si bien debía ser pasado el medio día, las nubes negras y la eterna llovizna habían oscurecido el panorama y por ello no le extrañó el silencio en la calle ni en los amplios jardines del lugar de su destino.

Una sensación de vacío se asentó en su estómago y su pecho se vio oprimido por un miedo que creía haber aprendido a controlar. Nadie iba a reconocerla, se dijo con valor, no a menos que ella lo permitiera. Sin duda, a vista de todos era un joven mozo de cuadra que ayudaba al médico Cheney. Por ello había insistido tanto en cargar con su maletín, a pesar de que Rogué se había negado en rotundo, ella casi le exigió por temor a levantar sospechas. Sabía que Jude estaba suelto, ambos lo sabían, no podían arriesgarse tanto.

Por ello mismo entendía que el último lugar que Jude usaría para ocultarse se trataba de su propio hogar, el cual sin duda estaría siendo vigilado. Mavis quería información de Lucy; las cartas de Rogue a la mansión Heartfilia fueron vagas en cuanto a su prima se referían. Llegaron hasta la reja, donde hicieron sonar el timbre, y un cabizbajo Tauro se aproximó con diligencia para despacharles.

—Señor Rogue, buenas tardes. Me gustaría darle la bienvenida más no hay nadie que pueda recibirle —informó con un tono ligeramente confuso y preocupado. Mavis mantuvo la cabeza baja para no revelar sus rasgos que aún seguían algo inflamados luego de la paliza recibida al asaltar el carruaje. No podía arriesgarse, se repitió una y otra vez, apretando el maletín entre sus manos.

—Quería hacerle la evaluación de rutina a la señorita Lucy, quiero decir, lady Dreyar, ¿o me equivoco? Con el ajetreo de las últimas semanas me fue imposible venir antes.

—Oh... Lo lamento, pero ella ya no se encuentra aquí, creí que lo sabía. Desde el día de la boda, su esposo, el señor Dreyar, se la llevó.

—¿Puedo preguntar a dónde? Es mero profesionalismo, se lo aseguro. Me gustaría saber que es bien atendida y comunicarme de ser posible con su nuevo médico familiar para presentarle su historial.

El criado vaciló sólo un momento.

—No tenemos idea, doctor, lo siento. Que tenga buen día.

—Bueno, pero he de suponer que tiene alguna manera de contactar al señor Dreyar, ¿no? ¿Puede proporcionarme su información de contacto?

—Me apena decirle que nosotros no tenemos ningún contacto con ellos. El señor Dreyar sólo manda un par de instrucciones cada mes con un mensajero que se va apenas nos entrega su carta.

A Mavis no le estaba gustando nada aquello. ¿Quería decir que por eso Lucy no la había visitado en la cárcel? ¿Ese hombre se la había llevado el mismo día que se casaron? Pensar en el trato que debía darle luego del recibido por su parte, la hizo estremecer. La idea de que Natsu no estaba realmente muerto cobró un poco más de fuerza, más no encontró con que respaldarla a excepción de aquel ligero parecido. ¿No eran los parientes a veces tan idénticos? Sabía que no era argumento ni prueba viable el comentar su similitud la última vez que le había visto. No obstante, saber que Lucy estaba a su merced, sin ella para ayudarle o hacerle compañía, la hizo estremecer. ¿Qué tan real era su matrimonio? Ella rogaba porque fuera una mera firma sobre un acta que sencillamente podía anularse de no haber sido consumado el acto.

Rogue parecía no estar en posición de sacar más información, no sin comprometer sus intenciones reales. Y ella veía en Tauro las ganas de marcharse de vuelta a la mansión. No podía arriesgarse. Conocía al hombre que temía a Jude, y sabía que a menos que alguien de confianza le preguntase directamente, no revelaría nada. Decidida se bajó la capucha, revelando una recién cortada y desordenada cabellera a la altura de su mentón, dándole un aire de muchachito con sus atuendos masculinos y el rostro magullado.

Una mirada escandalizada se asomó al rostro de Tauro, y Rogue inmediatamente sacó un arma de su cinturón y contra todo pronóstico apuntó al corpulento hombre.

—Dejenos entrar para explicarle todo, no intente armar un jaleo.

Tauro de apresuró a abrir la reja, no por la amenaza del arma, sino por ver a Mavis, con vida, herida y frente suyo. Mavis quiso indicarle prudencia al joven médico, pero fue el mismo criado quien le vio con ojos velados de preocupación.

—Soy fiel a mis señoritas, no tiene que amenazarme para que pueda ayudarla, lo haré si tengo la mínima oportunidad. Ahora entren por favor, antes de que alguien les vea. Señorita Mavis, gracias al cielo se encuentra usted aquí, venga, venga.

Mavis agradeció el gesto de bienvenida, necesitaba saber que al menos alguien todavía se preocupaba por ella. No despreciaba el cariño de su madre, sabía que Michelle la amaba con toda el alma, pero la reconfortaba que saber que aún había alguien más que la pensaba y temía por su bienestar. El cálido ambiente del salón apenas pasaron le resultó gratificante para su piel helada, y el criado se apresuró a quitarle la gabardina, revelando sus ropas masculinas que le quedaban grandes, así con la repentina delgadez que había atacado su cuerpo aquellas últimas semanas. Tauro no hizo comentario y realizó lo propio con el médico, pero sus ojos mostraron algo parecido a la pena al ver a la mujer.

Aries, con las faldas recogidas, bajó corriendo las escaleras y contra la etiqueta que siempre le exigían, abrazó a Mavis y se echó a llorar, provocando las lágrimas también en ella.

—¡Dios misericordioso, está usted con vida! ¡Oh, su cabello, señorita...! Y está tan delgada, venga al lado del fuego, por favor, ¿quiere alguna bebida caliente? Dígame y se la traeré enseguida. ¿Quiere que le prepare un baño?

—No podemos quedarnos —logró articular a pesar del nudo en su garganta—. Pero muero por algo de chocolate... Si eres tan amable.

—Por supuesto —ya iba a retirarse, tan rápido como llegó, pero advirtió al hombre que acompañaba a la mujer, quien entró en otro ataque de nervios y disculpas incesantes—. Oh, cuánto lo lamento. Bienvenido, ¿puedo servirle algo de beber?

—Lo mismo que a la señorita, por favor —asintió. Mavis los guió a la salita donde solía recibir visitas, con Tauro siguiéndoles. Una vez tomaron asiento, Mavis intentó encontrar las palabras, más no sabía por dónde empezar—. Tauro, sé que te lo pregunté antes, pero ¿en verdad no tienes alguna información relevante sobre el paradero de lady Lucy?

—Qué más quisiera yo que saber sobre su bienestar —admitió apesadumbrado—. La última vez que la vi fue cuando Lord Dreyar la subió casi a rastras al carruaje. Ella quiso despedirse de nosotros, tan dulce nuestra señora, pero no la dejó y se marcharon... Señorita Mavis, ella quería sacarla de la prisión, pero entenderá que no tenía ningún medio para ello... Hemos mantenido la casa en perfecto estado esperando su regreso, o alguna señal de usted desde que supimos sobre el asalto al carruaje. ¿Puedo saber qué pasó?

—Eran gente que trabaja para Jude —escupió, recordando con amargura el episodio y las consecuencias del mismo—. El único motivo por el que no me llevó fue porque tenía el tiempo contado antes de que una comitiva del rey fuera a nuestro encuentro. Me dejó creyéndome al borde de la muerte, o eso me pareció... Tauro, ¿entonces Lucy estuvo aquí antes de que él se la llevara?

El hombre asintió, sin decir nada. Aries entró con una bandeja cargada de dos tazas humeantes y la colocó en la mesita delante suyo.

—¿Lucy dijo algo antes de que se la llevara?

—Oh, señorita... Nuestra querida Lucy, ella... —Aries se detuvo un momento, y con la mano sobre su pecho intentó calmar aquel momento de tensión para continuar—. Es horrible, cómo pudo hacerle eso...

—¿Hacerle qué? —Mavis no tomó la taza, no estaba segura de poder sostenerla y centró su mirada en Aries. La criada se largó a llorar y negó. Tauro intentó tranquilizarla, indicándole prudencia—. Aries, mírame, ¿qué ocurrió?

—N-no lo sabemos con exactitud -se apresuró a añadir Tauro—. Nosotros estábamos fuera haciendo la compra de la despensa, sólo Virgo se encontraba en casa.

—¡Virgo me lo confirmó, tuvo que hacerlo porque el estúpido magistrado iba a venir por ello! Oh, Lucy, cuánto más ha de soportar para que vuelva a intentar acabar con su vida...

—Aries, ya basta. No te permito que digas algo así —la censuró Tauro al instante—. Tienes que tranquilizarte o tendrás que irte de aquí.

—Lo siento... Es que me parece tan injusto...

—¿Van a decirme qué fue lo que pasó? —preguntó Mavis, poniéndose en pie y con el cuerpo entrando en tensión. Aries asintió, y cuando por fin logró calmarse se aproximó—. ¿Qué pasó, Aries?

—Será mejor que nos apartemos un poco, entiendo que el médico... Pero su prima... —La Vermillion se apresuró a llevarla a un lado y la enfrentó, sin saber realmente si quería oírlo—. Señorita Mavis, es horrible. Virgo dice que alguien forzó la entrada en su casa y la llevaron al sótano, dejando la puerta bloqueada para impedirle escapar. Gracias a Dios no le hicieron daño pero no pudo averiguar de quién se trataba. Me dijo que estuvo intentando llamar a alguien, pero escuchó una especie de pelea y luego un disparo. Temió lo peor... Lo más horrible fue que escuchó a nuestra señora gritar, y a pesar de que intentó llamarla dejó de oírla. No me imagino cuán desesperada estuvo intentando salir para ayudarla.

Mavis no sabía que estaba temblando hasta que le castañearon los dientes, y aún así su expresión sombría no cambió mientras veía como Aries no le veía a la cara como siempre acostumbraba y en cambio mantenía la cabeza baja.

—Por su sensibilidad no permitimos ni a Tauro o Capricornio verlo, pero cuando llegué... Su vestido estaba destrozado y puedo jurar que la mancha en el sofá era sangre. ¿Puede creerlo? Qué ser tan ruin para hacerle eso a ella, que ni siquiera puede verle —Aries se alisó el mandil con manos inquietas y una creciente molestia en su voz—. Virgo me dijo que si el magistrado venía por la prueba de que el matrimonio había sido consumado, que lo llevara al despacho y le mostrase el sillón. ¿Y puede creer que si vino? Odié a ese hombre, apenas vio la mancha se echó hacia atrás diciendo que su Majestad estaría satisfecho de saber que su unión calmaría lo que usted y el señor Heartfilia habían intentado iniciar.

Mavis ya no la oía, había un silencio espectral en la habitación, o ella se había desconectado de todo, pues veía los labios de Rogue moverse y a Tauro asentir apesadumbrado, así como notaba que la boca de Aries seguía moviéndose, emitiendo palabras que ella no podía oír. Lucy... Su querida Lucy, ¿qué atrocidades estaba pasando por esos momentos? Las náuseas la invadieron y estuvo segura de caer, de no ser por Aries que se abalanzó a ella para lograr retenerla.

—¿Por qué...? —Logró articular cuando Tauro y Rogue estuvieron más cerca suyo, advirtiendo aquel momento de debilidad—. ¿Cómo pudieron dejar que se la llevara?

—No estaban en posición de impedirle a su propio esposo llevarla consigo —le recordó Rogue, que si bien no había escuchado la delicada situación, advirtió a lo que se refería—. Mavis, vamos a contactarla.

—Él... Ese hombre puede estarle haciendo cosas horribles, y yo no estoy allí para cuidarla —Mavis se aferró a los brazos de Aries y la vio con dolor en sus ojos—. Se atrevió a tocarla... No puede... No puede defenderse...

—Mavis, por favor, debe conservar la calma —Rogue insistió, llevándola por el brazo y paciencia de vuelta al pequeño sofá y tendiendole la tibia bebida—. Beba, está muy nerviosa todavía.

—Él la violó —murmuró. Aries se mantuvo callada, apartando la vista al igual que Tauro—. Tenemos que ir por ella, Rogue. Se lo suplico, Lucy debe volver con nosotros. Oh, Dios mío... Cuándo terminará esto.

—Ante la ley, él es su esposo... —comenzó el joven y sabio médico con tacto. Mavis dejó caer la taza sobre la mesita con un golpe en seco, derramando parte de su contenido intacto.

—¡Me importa un bledo, la ha forzado el muy animal y el estúpido Magistrado lo ha tomado como prueba para validar un matrimonio forzado! ¡Por amor de Dios, apenas y le conoce, ni siquiera sabe cómo es!

—Comparto su dolor y entiendo su sentimiento de injusticia, pero soy realista y le digo que ante un tribunal, no tiene validez. Ha ejercido su derecho sobre ella, y el matrimonio ya ha sido consumado. Además, también queda su delicada... situación, recuerde que en estos instantes es una prófuga de la justicia.

Mavis dejó escapar lágrimas de rabia. Sabía cuánto Lucy amaba a Natsu, cuánto le había llorado y lo que intentó hacer para acabar con su sufrimiento. También sabía la realidad del accidente de Lucy y que era doncella aún después de eso. Igual que sabía que, con Natsu, no había llegado más allá de un coqueteo superficial. Si bien nunca reconoció ser consciente de sus visitas nocturnas, cada mañana y con cuidadosas observaciones a Virgo o Aries, se cercioró de que las sábanas jamás estuvieran manchadas. ¿Cómo debía sentirse Lucy luego de ser forzada en su propio hogar? Le repugnaba pensarlo. Si a ella, aún enamorada de Zeref y con su paciencia y su tacto, había sufrido la primera vez, no quería ni pensar lo que fue para su prima semejante experiencia. Ninguna mujer merecía ese trato. Había escuchado de muchas muchachas su repudio a sus esposos viejos o abusivos, que sólo las abrían de piernas y las penetraba hasta asegurarse de hacerles un hijo. Las experiencias tan horribles y asquerosas habían iniciado en ella un temor a la carnal unión; sentimiento que la había inundado cuando Zeref había intentado un acercamiento. La habían preparado para el dolor y la vergüenza; más no tenía idea de que tal acto podría resultar placentero e incluso gratificante. No era algo que le contasen a las señoritas.

No quería imaginar lo que había sido para Lucy.

Aries frotó sus hombros, pasándole una frazada por los mismos al pensar que los temblores eran debido al húmedo y frío clima, al punto de que sus dientes castañeaban cuando no lograba apretar lo suficiente la mandíbula.

—Algo que me consuela es que Virgo está con ella —agregó Aries a la pregunta no formulada de Mavis al no ver a la doncella alrededor.

—¿Capricornio también fue llamado? —cuestionó, apurando por fin con un par de tragos el chocolate tibio. Las expresiones tensas de los dos criados de nuevo no auguraba nada bueno—. Tauro, ¿dónde de encuentra Capricornio?

—Hace un par de días se presentó una mujer en la puerta bajo el nombre de Juvia Redfox —comenzó a explicar el hombre. Mavis no pudo evitar sentir aquel nombre familiar. Tan acostumbrada estaba a todos en su círculo que cuando un nuevo apellido surgía, sabía diferenciarlo del resto—. Era una de las mujeres que acompañaban a Lord Dreyar la noche que se presentó en el baile.

A la mente de Mavis acudió el recuerdo de una pálida mujer de largos cabellos azules, misma que había visto bailar con Gray Fullbuster.

—Ahora lo recuerdo, ¿qué quería?

—Traía un mensaje de la señorita —continuó Aries, más tranquila—. Quería saber cómo se encontraba su tía, su madre Michelle.

—¿Por qué lo...?

Tauro sé posó delante suyo y con rostro apesadumbrado continuó el pausado relato de Aries.

—Nos explicó que la señorita Lucy le había pedido entregar una carta, la tengo todavía si gusta verla para comprobar que es de su prima. Bien, la señorita Redfox vino en persona para entregar la carta y solicitó saber dónde se encontraba su madre.

—Oh no... —fue todo lo que atinó a susurrar Mavis, viendo a Tauro asentir con preocupación.

—Capricornio dijo que la llevaría en persona, porque nosotros también queríamos saber cómo se encontraba la señora, ya sabe la situación... Pero no han vuelto desde entonces, me temo tanto que...

Mavis se puso de pie al instante.

—¡Debemos ir a buscarles, ahora!

—Mavis, tenga un poco de sentido. Sería como ir a meterse a la boca del lobo —le advirtió Rogue. Ella negó. En Juvia estaba, quizás, su única oportunidad de saber dónde se hallaba Lucy. Además estaba la seguridad de Capricornio, que siempre había sido devoto a ellas. Y luego la misma inocencia de esa mujer que sin saberlo, cayó en una trampa.

¿Qué otra explicación existiría? Michelle Vermillion había escapado hacia unos pocos meses, y por lo visto nadie fuera de la casa donde la tenían recluida eran conscientes. Acudir a la policía no era un opción, impensable. Debían buscar el mejor modo de actuar, y tenía que ser pronto. No sabía en qué situación debía estar la mujer y el mayordomo.

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El silencio de la habitación se veía sólo ligeramente interrumpido por alguna olla lejana o voces estridentes en la primera planta, pero Juvia apenas y lo oía. En cambio, toda su atención estaba en la pesada respiración del hombre que yacía inmóvil en la cama desde la noche anterior, cuando el golpe recibido en la cabeza le había derribado como a un ciervo impactado por la bala durante una carrera. Y no estaba tan lejos de eso, supuso, recordando el agujero que tenía en un costado cuando Jude le disparó. No sabía si era una suerte o una desgracia que la bala le hubiese rebotado en las costillas y salido por un lado. Su preocupación radicaba en que el tratamiento que podía brindarle no estaba a su alcance, y la fiebre le había tirado y lo tenía entre sus brazos, ardiente y algo atontado.

Recordar el motivo de su estado envió un escalofrío por su columna, e intentó apartar los pensamientos de su mente mientras procedía a humedecer los trapos que Capricornio logró conseguirle. Exprimió el exceso de agua en la jofaina y los colocó sobre la frente sudorosa de Gray. Él dió un respingo, y sus ojos vidriosos por la alta temperatura de su cuerpo tardaron un momento en enfocarla. Al reconocerla, su cuerpo volvió a relajarse.

—Por un momento creí que me había muerto y era un ángel recibiendo mi pobre alma —murmuró con una debilidad alarmante. Juvia negó y se sentó a su lado, buscando desabrochar los botones de su camisa para que su cuerpo se refrescara. Él la detuvo con una rapidez sorprendente y negó con dificultad—. No.

—Es para que reciba un poco de aire, le está subiendo la fiebre. He logrado que Capricornio consiga una hierba que le ayudará con el dolor, estoy esperando que me la traiga.

—No quiero ningún brebaje.

—No voy a obligarle a tomarlo, pero es lo mejor dado su estado actual —insistió, volviendo a humedecer el trapo cuando sintió que este perdió la frescura del agua.

—No quiero que me drogue, porque si vuelven a entrar...

Juvia se quedó paralizada, entendiendo su punto.

—Usted ya no puede hacer nada en su estado, y lo más prudente es que no lo intente. Debe recuperarse.

La noche anterior unos hombres habían entrado a la habitación donde la mantuvieron desde que Jude les atrapó. Sus intenciones fueron claras por sus miradas lascivas y sonrisas amenazantes. Juvia había logrado golpear a uno y estaba dispuesta a sacarle los ojos a otro cuando el tercero la abofeteó y la tiró sin contemplaciones. Recordar el modo en que sujetaron sus brazos por sobre su cabeza mientras le subían las faldas la hizo estremecer. Sabía lo que iba a ocurrir, y no por ello dejó de pelear al sentir sus manos sobre su cuerpo y ver a uno agacharse entre sus muslos mientras se desabrochaba las calzas. Entonces Gray irrumpió y golpeó al que tenía delante suyo hasta arrojarlo a un lado, los otros dos reaccionaron de inmediato e iban a darle una paliza que Juvia sabía no podría resistir.

Ella misma se abalanzó sobre la espalda de uno y le mordió como una gata salvaje a la altura del cuello, haciendo brotar la sangre. Fue entonces cuando un disparo sumergió todo en silencio, y el cuerpo de Gray se vino abajo cuando Jude le golpeó tras la cabeza con una tabla. Juvia se aproximó a su defensor herido, temerosa por no encontrar su pulso. Débil, pero allí estaba. Jude la miró con una expresión parecida a la repugnancia y ordenó a sus hombres a salir de allí, pues no recordaba haberles dado permiso de tenerla, todavía. Con su suave boca manchada de sangre de uno de los bandidos, Juvia le dirigió una mirada de muerte a todos y cada uno de ellos cuando se retiraron con miradas divertidas y una promesa de venganza en sus ojos, en especial a aquel que le había dejado marcado el cuello.

—Oh, Juvia, así tenga que morirme no permitiré que pase por eso otra vez... —aseguró con algo parecido a la desesperación en su voz. Juvia intentó contener el sentimiento de debilidad ante el recuerdo que la invadió. Él no debía saber que ella ya no era casta.

El doloroso recuerdo de haber sido obligada a yacer bajo el cuerpo de un hombre que la había lastimado sin ningún miramiento. Creía haberlo superado, pero la noche anterior lo revivió, y pensó que en esta ocasión no sería sólo a uno a quien debía ser obligada a aceptar. Gray la había salvado, a costa de un agujero al costado y un terrible golpe en la cabeza.

—Debe descansar, Gray... Estaré bien.

—Tengo tanto que decirle, Juvia... Que yo, no sé ni por dónde empezar.

—Puede esperar.

—No, no puedo.

—Puede y lo hará.

—Juvia, no se acuerda de mí, ¿Verdad? —inquirió con una última mirada dolorosa antes de que la fiebre lograra llevarlo a la inconsciencia, dónde se mantuvo aún cuando Capricornio entró media hora más tarde con una olla de aromas silvestres y algo parecido a medicina. Juvia requirió su ayuda para desvestir el cuerpo de Gray hasta la cintura, con sumo cuidado, limpiando el agujero del costado que tenía restos de sangre. Agradecía a los cielos que la bala no parecía haber tocado ningún órgano.

Le pidió al mayordomo que le ayudase a moverlo para atender el agujero de la bala que impactó desde su espalda, pero la mezcla de hierbas y las vendas cayeron de sus manos al ver la espalda del hombre que yacía inconsciente. Había una gran cicatriz en la parte trasera de su hombro, una herida irregular de arma que seguramente le fue clavada con gran odio, a juzgar por la forma que recorría la gruesa línea.

No podía respirar, y no estaba segura de parpadear con sus ojos clavados en la espalda de Gray. Esa cicatriz... Ella recordó de nuevo aquella noche, la extraña habitación en la que había despertado, viéndose a sí misma en el curvado y amplio espejo que abarcaba una parte del techo. Aturdida por alguna droga, no había podido registrar las cosas con exactitud, y su mente divagaba en los curiosos gustos de los nobles con la arrogancia suficiente para tener un espejo en el techo justo sobre sus camas. Entonces ocurrió. El dolor, la humillación, la vergüenza de ver cómo la ultrajaban, teniendo sobre ella aquel espejo que le mostraba todo cuánto le hacía. Y luego el arma que había divisado en la mesilla a un lado. Juvia, resignada a esas alturas y sufriendo aquella violación, sólo pudo estirar la mano, alcanzando el mango de aquella hoja mortífera, con sus ojos centrados en la figura del hombre que se movía sobre ella. Tenía la piel morena, a diferencia de muchos ingleses, y el cabello tan negro como la oscuridad que comenzaba a cerrarse sobre ella. Entonces se movió con rapidez y clavó la hoja en el hombre que había divisado su movimiento e intentó impedirlo, pero era demasiado tarde, porque como si de una llave se tratara, ella la hizo girar dentro de su carne, arrancando un gruñido doloroso de su boca.

Juvia se apartó a trompicones de Gray, observando la cicatriz que le había quedado luego de que ella le apuñaló. Capricornio vio su agitación y se aproximó a ella con cautela, el criado tenía un ojo hinchado y el labio partido.

—Señorita, ¿se encuentra bien?

Su corazón, maltrecho y con una enorme cicatriz que apenas sanaba, reabrió la fea herida y la pena y el dolor la embargaron cada vez que sus ojos negros captaban la figura inerte del hombre que jamás creyó volver a ver.

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Continuará...

N/A: Holaaa, ya no voy a actualizar hasta responder sus comentarios JAJAJAJ, nada más que siento que me pasé y por eso les subo el capítulo. Chan chan... ¿Qué les ha parecido?

Les tengo noticias a los que han leído Siete Siglos, he sacado por fin una historia más larga respecto a ello, por si gustan irla agregando a sus bibliotecas que pronto subo el primer capítulo.

Sin más que decir, espero se encuentren muy bien y nos leemos pronto ❤️

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