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¤¤ Capítulo 45 ¤¤

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Salamander todavía no terminaba de concebir que Lucy se encontraba ebria, que ella de todas las personas fuera a beber hasta embriagarse. ¿Cómo había hecho algo así? ¿Es que acaso era una inconsciente sin preocupaciones por su propia seguridad? Él había visto como algunos hombres de su clan la miraban, claro estaba que ella no podría advertirlos. Pero él sí, y más de uno había apartado la vista al notar su dura mirada jade clavada en ellos. Notaba las sonrisas maliciosas al verla arrodillada arrancando la maleza que encontraba con sus tacto, o la oscuridad en sus miradas cuando ella, ajenas a sus ojos, limpiaba el sudor de su frente y el brillo perlado de su escote con la blusa de algodón que últimamente llevaba. Lo sabía porque él también solía observarla. Por más que le irritara, esa mujer era un espectáculo a la vista. ¿Quién le aseguraba que no podrían aprovechar su estado tan vulnerable para hacerle algo? Furioso por su sorpresiva falta de sensatez lo motivó a dar por terminado lo que sea que estuvieran haciendo. No sin antes echar una mirada de muerte a Cana y Erza.

Lucy se aferró a su camisa con fuerza cuando todo le dio vueltas, y luego rompió a reír como una chiquilla cuando advirtió que era él quien la llevaba. Le tomó todo el trayecto hecho saliendo de la capilla hasta una de las entradas del castillo.

—Mi señor, ¿por qué me lleva? La conversación era muy interesante, debería...

—Me sorprende esta gran falta de responsabilidad de su parte, Lucy —admitió, subiendo las escaleras de dos en dos para dejar de escuchar las risas que dejaba detrás y al par de doncellas que supiraron al verle pasar con su esposa en brazos.

—Igual a mí —admitió ella, recargando la cabeza en su pecho en señal de cansancio y manteniéndose callada todo el resto del trayecto. No fue sino hasta que él dio una patada a la puerta para cerrarla que ella volvió a hablar. La había creído dormida. Entonces ella acercó el rostro a su cuello, y la sintió inhalar con profundidad antes de envolver su cuello con sus brazos y rozar su garganta con la nariz. Él se quedó muy quieto, aguardando su siguiente reacción, intrigado por esa repentina docilidad—. ¿Me he muerto?

De no ser porque su molestia era más grande, se hubiera reído por esa pregunta dicha con tanta naturalidad.

—No todavía, tal vez por la mañana desee estarlo debido a la jaqueca que obtendrá y la charla que tendremos.

—Debo estarlo... huele como Natsu... —Susurró, posando una de sus manos sobre la barbilla masculina que encontró gracias al tacto. Inhaló profundo de nuevo, lanzando un débil suspiro—. Natsu... ¿eres tú?

Eso fue un puñetazo. No, más que un puñetazo fue un disparo dado por la espalda, un ataque tan sorpresivo que él se tambaleó un instante y tuvo que ponerla en el suelo. Miró sus ojos en busca del milagro que la hacía ver de nuevo y el cual podía ser el motivo para haberle llamado por su nombre en ese momento. Sólo encontró su mirada apagada y perdida más allá de él, sin enfocarlo realmente. No sé atrevió a contestar, incapaz de decirle algo. ¿Alguien le había dicho...? ¿Eso era lo que las brujas habían estado hablando antes de llegar él?

—Natsu, ¿eres tú? Es tu aroma... lo recuerdo todavía como si fuera ayer... ¿has venido por mí? ¿Me estoy muriendo?

Luce... —Ese anhelo en su voz sólo podía significar el arrepentimiento por quitarle la vida, ¿verdad? Él no creía en su amor, no luego de su traición. Natsu no podía confiar en ella, pero no entendía cómo le decía esas cosas. ¿Había dicho que reconocía su aroma?

Sabía que en otra situación podría haber sido cómico, o se hubiera echado a reír de no tener los nervios puestos a prueba. Se llevó el cuello de su camisa, pensando que quizás algo en su olor le delató. Pero para él sólo olía a limpio y lo que distinguió como el aroma silvestre de las plantas que le habían rozado.

—Oh, Natsu... que Dios se apiade de mí, ¿por qué te fuiste? ¿Por qué me dejaste sola?

—Yo no me fui, Luce —Repuso antes de siquiera pensarlo. ¿Por qué le costaba hablar? ¿Por qué sentía un nudo en la garganta? Tenía que convencerla de que no era él en lugar de seguir su maldito juego por lástima.

—Te juro que yo no quería eso... —Lucy se arrojó a sus brazos, y aunque en un principio intentó retroceder y apartarse de ella, incrédulo de su actuar, su esposa se negó a soltarle y aferró su camisa como si la vida se le fuera en ello—. ¿Me odias? No tuve elección... no había más remedio. Se suponía que ibas a escapar, tenías que haber huido cuando mi padre nos dio alcance. Oh, Natsu, ¿Por qué tuviste que enfrentarlo? Llévame contigo, quiero irme contigo. Ya no soporto vivir así.

¿Era eso un maldito juego? Natsu tomó con más firmeza sus muñecas en esta ocasión y la obligó a soltarle, pero ella seguía poniendo una resistencia tal que podía lastimarla si ejercía solo un poco más de fuerza. Y quiso... quiso hacerla a un lado. Su tacto le oprimía la garganta y le revolvía el estómago. Más no encontró la fuerza de voluntad necesaria cuando ella volvió a abrazarlo y escondió el rostro en su pecho, rodeando su cintura con sus brazos en su decisión de no dejarlo marchar.

—Te lo ruego, no me apartes... llévame contigo, te entrego mi alma, mi vida, pero no vuelvas a abandonarme —le susurró contra la tela de su camisa.

—Tu castigo es vivir con lo que me hiciste —respondió, ella negó y se separó lo suficiente para buscar su rostro con sus manos. ¿Por qué ayudarla? No lo sabía, pero lo hizo. Permitió que sus dedos tocasen su cuello, la zona donde no estaba la cicatriz, y ella ascendió a su mejilla y luego más allá. Odio sentir un escalofrío cuando ella enredó los dedos en su nuca y lo obligó a bajar la cabeza para encontrar sus labios. Al principio no le correspondió, expectante de que la peluca no soportara el tirón y cediera. Pero los labios de Lucy, inexpertos y suaves, estaban cargados de necesidad y desconsuelo. Eso lo descolocó—. Debes pagar por lo que hiciste.

—Yo soy la única culpable, permití que el miedo me dominara —admitió contra su boca, embriagando sus sentidos con el aroma de la sidra. Se apretó contra él al ver que no la correspondía—. Natsu, te lo ruego, bésame... bésame aunque sea una última vez.

—¿Por qué debería besar a la mujer que me traicionó?

—Me amabas... tú me amaste como nadie nunca lo hizo —susurró contra sus labios, depositando un suave beso en su barbilla cuando se estiró para no sentir sus labios en su boca. Él sonrió, un gesto que no llegó a sus ojos y se encontraba cargado de auto desprecio. Estaba perdido en un abismo al que no se dio cuenta en el instante en que saltó.

—Y como nadie nunca lo volverá a hacer —juró. Antes de pensarlo demasiado, sujetó a Lucy con la misma desesperación que ella a él y la besó con hambre, degustando el dulce licor en su boca y el cálido deseo con el que le recibía. La sintió gemir contra sus labios. Lamió la comisura de estos, en una petición que ella aceptó y profundizó el beso, apretándola contra sí. Cuando se separó, a centímetros de su rostro sonrojado y sus ojos cerrados, susurró—: Nunca olvides eso, Luce. Has matado al único hombre que haría todo por ti.

—Mátame entonces, o lo haré yo... no voy a soportar perderte una vez más —admitió, volviendo a buscar su boca. Él no quería oírla. Le sonaban a palabras vacías su palpable dolor. Debía recordarse que era una buena actriz, una que gracias al alcohol tenía los sentidos embobados, más no lo suficiente para no reconocer lo que hacía. ¿Verdad?

—¿Quién dice que me has perdido? —Natsu evaluó su situación un instante y tomó a Lucy en brazos, subiendole las faldas e instándola a rodear su cadera con sus piernas. La escuchó gemir al sentir su ardor por ella, y la recostó en la cama sin parar de besarla. El deseo fue una explosión repentina que no le dio opción a pensarse las cosas. Quería tenerla, necesitaba tenerla en ese interludio entre la conciencia de sus actos y la inconsciencia de su situación. Le bajó la blusa, revelando su lechosa piel llena de formas femeninas que a él le encantó apreciar con la luz del atardecer, bañando su figura en cálidos tonos naranjas. Se quitó la peluca y la arrojó a un lado antes de que ella pudiera tocarla de nuevo. Las manos femeninas estaban por su pecho y sus hombros, palpando su figura y buscando el contacto con su piel—. Luce, por Dios, ¿tienes idea de la rabia que siento contra ti?

Su tacto... Cerró los ojos un instante, sintiendo aquellas manos que alguna vez le amaron, y las mismas que le hirieron. Una vez más calmaban su dolor, aquel que desconocía aún residía en su interior. Su desconfianza quiso emerger, y el impulso de apartarse de su toque fue grande. No se movió, ni abrió los ojos, exhalando con esfuerzo al percibir el suave roce contra su mandíbula, y otro roce más en su pectoral, dónde ella se apretaba contra él con una plenitud dolorosa. Abrió los ojos por fin, con Lucy tomando su rostro entre sus manos y tirando de él hacia ella.

—Yo te deseo... ¿recuerdas las noches en mi alcoba? Debí haberme entregado a ti... Yo me guardaba para ti... —Lucy apretó la cara contra su cuello, temblando y con sus labios pegados a su piel continuó—. Nadie me tocó antes de ti, los rumores no eran reales, amor mío. Sé que eras consciente de ellos, pero yo luché por protegerme. P-pero me obligaron a casarme con tu primo, y él... Oh, Natsu, tócame, quiero borrar esos recuerdos. Te necesito. Sólo te he amado a ti. Por favor, sácalo de mi mente. Yo ya no puedo.

Eso lo detuvo. Ella no lo había descubierto, realmente creía que él seguía muerto... que Salamander y Natsu eran dos personas distintas, y que ella estaba teniendo una especie de encuentro ancestral con él. Una vez más, se hubiera echado a reír, pero no ahora, no ahora que sufría por tenerla aunque fuera una vez más. Tan dispuesta, tan dulce, tan receptiva a él... Era también la primera vez que escuchaba de sus labios una declaración franca para él. Durante su noviazgo ella nunca le dijo esas palabras, y tampoco las exigió pues él mismo no la entregó. Creía que con el tiempo, dado su afecto que creía correspondido, era genuino. El orgullo quería resurgir, y dejarla botada sin más a la espera de que se le pasara la borrachera. Sin embargo, era débil. No hubo noche en que no rememorara sus encuentros, en especial los privados, buscando la señal que le pudo haber informado de lo que le aguardaba. Siempre fue débil ante ella, no tenía la fuerza de voluntad para seguir en esos instantes, ni la sangre tan fría para no continuar.

—No puedo volver, Luce —le recordó, intentando averiguar su estado. Ella negó con vehemencia y le aferró desesperada, dejando escapar pesadas lágrimas. Necesitaba alejarse antes de que fuera demasiado tarde. Debía huir antes de condenarse una vez más—. Suéltame.

—Quiero estar contigo, sólo por esta noche... antes de que te vayas para siempre, por favor...

Luce... —Si tan sólo las cosas hubieran sido diferentes... Pero no lo eran. Iba a arrepentirse de ello. Natsu se quitó de encima de Lucy, y retrocedió hasta el calor de la chimenea, dónde se apoyó para ver arder el fuego e intentar calentarse del repentino frío que había inundado su alma. Escuchó a Lucy llorar, y sólo le echó un vistazo para verla llevarse las manos al rostro y tratar de cubrir su dolor—. No hagas esto. No soy...

¿Ella lo recordaría por la mañana? ¿Volvería a hacer aquella extraña conexión como ahora? Con un profundo peso en su pecho, volvió una vez más a su lado y se sentó contra la cabecera, atrayendo el cuerpo tembloroso de su esposa contra su pecho y tan sólo escuchando sus lamentos, sintiendo su debilidad y procesando su llanto. ¿Ella sufría en verdad? Le costaba creerlo.

—Natsu, perdóname... Te lo ruego, dime que tengo tu perdón.

Chssst... Debes descansar, Luce —murmuró contra su cabello, frotando sus brazos porque ella en serio estaba helada y no paraba de temblar. Lucy intentó tocar su rostro una vez más, pero no la dejó—. No lo hagas, descansa.

—Déjame tocarte —rogó en un susurro. Él tomó su mano, aquella con una cicatriz apenas visible en su palma; la huella de su primer encuentro, y besó lo que alguna vez fue una herida abierta—. Natsu.

—Ya fue suficiente, Lucy, debes dormir.

—Quiero que te quedes conmigo para siempre —aseguró, encontrando la parte posterior de su cuello y alzando su boca a él en una invitación que odió no ser capaz de rechazar. Y la sujetó contra su cuerpo, con su mano sobre su mandíbula para impedirle escapar de su boca ahora que volvía a verse aprisionado por ella una vez más. Cuándo se separó, soltó un suspiro exasperado, cargado de frustración—. ¿Natsu?

—Duérmete, maldita sea. No soy... —Un llamado a la puerta interrumpió lo que aún dudaba en decir, por lo que no se movió de su posición mientras veía a Virgo entrar con una muda de ropa y una gruesa toalla colgando de su brazo.

Natsu instó a Lucy a incorporarse al notar a los criados que llevaban la bañera y los cubos de agua, identificando las furtivas más no discretas miradas que enviaban en su dirección; por azar del destino, o porque así lo había dispuesto la doncella, sólo aquellos que conocían su verdadera identidad subían a sus aposentos o a los de su mujer. Exasperado por ello volvió su vista al frente, encontrando el lento subir y bajar del pecho de Lucy, que de pronto tenía los ojos cerrados y una lágrima corría por la comisura de uno de sus ojos. Necesitaba alejarse, la ola de emociones que lo invadía en ese instante era demasiado para su autocontrol ya fragmentado.

Virgo pareció notar su tensión, y mientras el resto de los criados llenaban la metálica bañera con el agua que despedía ligeras nubecillas de vapor, ella se aproximó a su señora y con voz dulce e insistencia atrajo su atención, instándola a incorporarse para comenzar a desvestirla una vez estuvieron solos en la habitación. Lucy negó y se aferró a la figura detrás suyo.

—Natsu, quédate conmigo... —Virgo abrió los ojos asombrada y dirigió su mirada sorprendida al hombre de rosa cabellera—. Virgo, tienes que advertirle... Sé que papá... Sé que papá nos ha amenazado, pero él... Él no puede morir, por favor.

La expresión de Virgo se ensombreció, y de pronto la instó a la prudencia e intentó cambiar el tema para centrarlo en su próximo baño. Natsu se estaba colocando la peluca cuando la desesperación en su voz le hizo verla con duda.

—Virgo, no pretendo juzgar, pero ¿cómo es que Lucy ha acabado en ese estado? No me parece correcto que... —Sabía que podía ser tonta su molestia, pero el papel de Virgo era cuidar de Lucy, ¿no? Siempre fue así y para eso su esposa le había suplicado llevarla con ellos apenas terminaron la ceremonia.

—Lo lamento mi señor, yo estaba en las cocinas cuando Wendy vino a decirme que debía apresurarme junto a Lucy, pues había bebido más de la cuenta y no se encontraba bien. —Con el mismo tono monótono y la mirada impavida, le vio a los ojos—. ¿Seré castigada por ello?

—No, conozco a Cana y sé cómo es de insoportable. Puedes continuar —la instó, luego de que terminase de desvestir a Lucy y la motivase a entrar a la bañera.

Virgo no se movió, mirándole fijamente y como si estuviera a punto de decirle algo. Él lo que quería era alejarse de Lucy lo más posible. Todavía podía escucharla llamarle, y tan pocas veces usaba su nombre en su presencia que casi le resultaba extraño.

—¿Usted odia a mi señora? —preguntó como si Lucy no estuviera ahí presente. Lo cual parecía de cierta forma acertado, todo debido a su estado.

—¿A qué viene esa pregunta?

—Entiendo que usted la odie, más no comparto ni su trato ni sus sentimientos. Pero ella sólo le debe cuentas a usted, no a su gente que ha dejado muy en claro su desprecio hacia ella —Virgo inhaló hondo un instante—. Han destruido todos sus vestidos, y ella no ha dormido por intentar remendarlos aún cuando le he dicho que debería informarle o al jefe sobre lo ocurrido. No confía en usted para defenderla. Y yo estoy cansada de escuchar a sus cocineras hablando de la peor manera posible de ella.

Dicho eso, la doncella se dió la vuelta y se aproximó con la cabeza bien alta, sin volver la vista una sola vez. Él se pasó la mano por el rostro, incapaz de creer lo que acababa de oír. ¿Por eso no bajó a cenar? ¿Esos eran los vestidos que había visto, hechos jiras, en su habitación? Preguntarle lo obviamente ya señalado no era opción, y aunque su vista permanecía perdida en la doncella que comenzaba a lavar los cabellos de su señora que parecía querer dormirse, su mente estaba muy lejos de esa habitación; en algún lugar muy frío, encontrando una pieza de corazón.

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Lucy despertó con la sensación de haber tenido un gran peso encima, un peso que había adormecido sus miembros y le dificultaba moverlos para incorporarse. La cabeza la daba vueltas cuando la giró en otra dirección y sintió un molesto golpecito en la sien. Tentada por el aroma del café recién hecho y algo que no podía ser otra cosa que la comida, se incorporó. Gimió cuando el ligero movimiento se convirtió en un constante golpeteo en las sienes, y dolorida se detuvo para encontrar una mejor posición ante la molestia de sus miembros agarrotados.

—Veo que ya ha despertado, le deseo buenos días. Comenzaba a preocuparme de que al alcohol le llevase más tiempo del esperado para salir de su sistema, así que pensé que el café y un aperitivo serían suficientes para despertarla y prepararse para responder por qué alguien de su crianza ha bebido hasta la inconsciencia anoche. —Sonaba justo a su lado. Lucy quiso alejarse al instante, pero estaba muy cerca de la orilla y no quería hacer más grande el espectáculo cayendo de la cama.

—¿Tiene que hablar tan fuerte? —inquirió con la garganta seca, frotando su sien y ocultando su expresión tras las sábanas. Intentaba recordar...

—Oh, querida, estoy tan pacífico que yo mismo no me reconozco. ¿Quiere que grite para que vea la diferencia?

Lucy emitió un gemido ahogado que podía significar cualquier cosa, más no emitió palabra alguna y se hizo un ovillo mientras esperaba a que el mareo pasara. Mientras intentaba recordar el lapso en blanco luego de comenzar a beber hasta ese instante. Tenía vagos y difusos recuerdos de voces la noche anterior.

—¿Quiere beber algo para el dolor de cabeza? —ofreció sin una pizca del humor inicial con el que la había saludado. Lucy se incorporó, dejando a la vista el grueso camisón masculino que Virgo había tenido que ponerle a falta de su propia ropa. Su mandíbula se tensó por ello, era algo de su guardarropa que nunca había usado; y con el cuello incluso ancho para un hombre, dejaba al descubierto uno de los hombros de Lucy y el nacimiento de su pecho.

—Estaré bien en un momento...

—¿Puedo preguntar qué estúpido impulso la motivó a hacer esa tontería anoche? —No pudo contener su pregunta. Lucy se estremeció porque no lograba recordar nada.

—¿Qué sucedió?

—Usted dígame, parecía muy entretenida con Erza y Cana ayer por la tarde —eso fue suficiente para recordar la clase de preguntas que Cana le había hecho, y las sarcásticas contestaciones de la Scarlet ante su silencio. O así había sido cuando tomadas unas copas de sidra, se sintió más impulsada a contestar a sus ácidos comentarios y darles el gusto de oír algo que ella quería borrar para siempre.

El horror fue un latigazo dado de frente, y ella comprendió muy rápido lo que estaba segura de haber revelado a pesar de presentarse la memoria en reflejos distorsionados que no lograba encajar con exactitud.

—¿Sobre qué la hicieron hablar que se ha puesto pálida y toda mustia?

—Pregunte a cualquiera de sus amantes, ellas le dirán —respondió tajante. Su respuesta le hizo arquear una ceja y tiró de sus labios en una sonrisa irónica.

—Le estoy preguntando a usted —ignoró la pulla recibida, no tenía caso adentrarse en ese terreno. Aunque su repentina hostilidad resultaba sorprendente.

No sería mentiroso respecto a la breve historia con Erza. Y que en esos cuatro años se habían acostado una vez que él estuvo lo suficientemente recuperado, aunque irremediablemente ebrio. Todavía se arrepentía de ello, y no quería ofender a Erza mostrándose tosco a sus atenciones cuando sabía todo por lo que ella había pasado. Sin embargo, luego de eso no dejaba que su coqueteo llegase tan lejos.

—Yo no diré nada.

—¿Por eso se emborrachó, para hablar?

Sus mejillas se encendieron, pero se negó a responder. El silencio se extendió entre ellos, y a pesar de tenerla a unos pasos de distancia, conforme pasaban los segundos le parecía que el camino para llegar a ella se volvía eterno y lleno de obstáculos. Esperaba que Lucy no se mostrara contenta con lo ocurrido en caso de recordarlo, y deseaba con todo su ser que ella no hiciera la conexión con él siendo Natsu como la noche anterior. Se había frotado cuanta hierba olorosa había encontrado para ocultar su aroma o lo que fuera que ella había reconocido en él. Su voz también seguía siendo la de un extraño, ella no tenía por qué reconocerle.

Para no sentirse como un inútil, se aproximó a la chimenea para avivar el fuego ya que el frío se hacía cada vez más notorio a pesar de que el sol ya había salido. Echó un vistazo a Lucy una vez devolvió el atizador a su lugar y frunció el ceño al notar que no había tocado la comida a pesar de encontrarse sentada en la orilla de la cama.

—Su doncella no preparó su desayuno para que decida arrojarlo a los perros —observó él. Lucy no se inmutó ante su voz.

—Coma si tiene hambre y tanto le duele alimentar a los perros —espetó con la misma actitud agresiva. Se aproximó a ella.

—¿Se siente mordaz, eh?

—Me siento llena de algo llamado desprecio, y estoy a nada de volverme loca donde usted y los suyos no me deje tranquila.

—Es una pena, le prometo que me encargaré de que no se arroje por las escaleras en caso de que su cordura se vea... alterada.

—Entonces me arrojaré por la ventana —sentenció. Y por la facilidad con que le dijo le resultó imposible creer que no estuviera ensayado, como si no le diera importancia y no se mofase en absoluto.

—No se lo recomiendo, estamos muy alto y sería una muerte dolorosa. Todos sus huesos rotos.

—Me parece una perspectiva mejor a quedarme calentando su cama.

—¿A qué viene esta súbita muestra de valor, querida? ¿Se siente más dispuesta a un enfrentamiento? No sé lo recomiendo, tiene todas las de perder. No obstante, le pediré que en el futuro se abstenga del alcohol.

—Ya no tengo en absoluto, algo que perder —admitió, con una fría risa que en nada le recordaba a la Lucy de siempre, sino a la que él había creado en su mente cuando le traicionó. La Lucy que fue capaz de intentar matarle—. Haga lo que quiera conmigo, pero tenga por seguro que no me quedaré sentada a esperar que me siga tratando como a una de sus prostitutas. Prefiero arrojarme por la ventana.

—¡Entonces hágalo, y no lo deje sólo en amenazas vacías! —Se plantó delante de ella tan rápido que la única muestra de su sobresalto fue el brinco que dio al sentirlo cernirse delante suyo—. Pero déjeme decirle que usted no ha sufrido nada. Si cree que lo que he hecho es lo peor, permítame corregirla. Es usted mi esposa, nadie va a entrometerse en lo que a usted concierne. Llore, grite, patalee todo lo que quiera, y aún así nadie vendrá en su rescate.

—¿Va a golpearme? —preguntó como si se refiriera al clima, alzando la barbilla en un gesto retador.

—Está cerca —decidió asustarla. Ella no se encogió, ni quitó la sonrisa tensa de sus labios. Se obligó a apartar la vista de su boca—. No juegue con mi paciencia, ni crea que puede provocarme en estos momentos donde parece que ha encontrado coraje por una resaca mal recibida.

—Hágalo entonces, máteme a golpes si es lo que desea —le instó con suavidad—. ¿Por qué crear tensiones? Puede acabar con esto aquí y ahora.

—¿Tanto deseas el dolor, querida?

—Ansio la única puerta que me dará mi libertad —admitió, y sus ojos no lograron retener más las lágrimas que se habían estado acumulando, a pesar de que le estaba haciendo frente, sus ojos lloraban como nunca.

Natsu no pudo soportarlo, y la atrajo contra sí para darle consuelo, olvidando su rabia y su impotencia, llevado por el recuerdo de la noche pasada y su añoranza. Lucy no se resistió, y se echó a llorar tan afligidamente como nunca la había visto hacer. Besó su cabello, y luego sus mejillas, buscando sus labios y sintiendo sus lágrimas mojar su piel, más no le importó el regusto salado que encontró en su boca y la besó como si deseara beberse su dolor. Su esposa hipó e intentó apartar el rostro.

—¿Por qué... por qué fingió ser él? —le exigió saber por fin, ahogada en lágrimas y sintiendo sus besos cálidos sobre su piel fría. Sí lo recordaba entonces, se dijo.

—Creí... —murmuró, inseguro del rumbo de sus pensamientos o la claridad de sus recuerdos. Lucy se estremeció cuando sujetó su rostro entre sus manos y la besó en los labios—. Creí que sólo necesitaba un poco de consuelo, Luce.

—¿Y qué creyó conseguir? Estoy tan furiosa que quiero golpearlo, y yo jamás he querido hacerle daño a alguien —Admitió, incapaz de controlar su voz por la respiración entrecortada que provocaba su furioso llanto—. Ha sido tan cruel conmigo... Y yo... yo ya no puedo más. Esto ha cruzado todos los límites.

—¿De verdad quiere tener esta conversación ahora, Lucy? ¿Es esto lo que buscaba?

—Sí... No, no lo sé. —Incapaz de saber lo que en realidad quería, y cohibido por su toque y su cercanía, Lucy intentó escapar de su agarre, más no logró apartarse más que unos centímetros—. Usted no me cree, y su juicio sobre mí ya lo ha hecho incluso antes de conocerme. ¿Por qué debería molestarme en explicarle? Se acercó a mí sabiendo lo que haría, ha apartado a Mavis de mí. Y me ha apartado de todos a quienes conocía y quería para traerme a una tierra desconocida donde no soy bienvenida. ¿Cree que no me doy cuenta? Estoy ciega, no sorda. Puedo oír cada una de las cosas que dicen de mí aún cuando estoy en la misma habitación.

—Habla usted como si fuera inocente —le acusó.

—¡No, no lo soy! Pero no se ha molestado en averiguar más de lo que le conviene. ¿Qué pasará cuando usted descubra que lo que ha hecho contra mí ha sido injustificado? Por amor de... me violó en mi propia casa. ¿Cree usted que yo podré olvidar eso? Es mi marido, sí, pero no soy una ignorante, no ha hecho más que forzarme.

—Usted mandó a su galán en turno a matarme —Se limitó a contestar con voz tensa.

—¡Yo no fui, se apareció por cuenta propia!

—No creo que su pretendiente haya obrado por sí solo.

—Como podrá discernir, Salamander, los hombres no necesitan palabras o provocaciones alguna de una mujer para cometer actos de lo más ruin —le recordó, apartando el rostro de la mano masculina que aún residía sobre su mejilla y frotaba su suave y húmeda piel con el pulgar.

—Tiene razón, no se necesita de provocación absoluta, en ocasiones, la sola idea... —la sujetó por los codos, tirando de ella con suavidad pero absoluta firmeza. Lucy no intentó apartarse, tal vez resignada o quizás hechizada por los requicios del alcohol y la mente nublada y adormecida—. Lucy, se lo dije una vez y se lo repito nuevamente... Aunque nuestros intercambios llenos de sarcasmo y siseos malintencionados suelen divertirme y ofrecer una distracción algo estimulante, no quiero que nuestra interacción se límite a eso.

Natsu no podía encontrar las palabras adecuadas para expresar su idea sin desnudar sus intenciones en el intento. No luego de una larga noche en vela dónde la idea de saber que aún sentía algo por Lucy le revolvía el estómago de tal manera que no sabía si era un sentimiento parecido a la ansiedad. Un regusto amargo que nada tenía que ver con el alcohol alcanzó su boca, y buscó el sabor dulce que encontraba en los labios de Lucy, quien había guardado silencio aún después de escucharlo y no parecía tener pronto algo que decir. Su cuerpo, suave pero rígido contra el suyo, le demostró lo que ya sabía. Su esposa no iba a ceder así como así, su trato y su actitud la había vuelto recelosa e indeferente a buscar la mínima señal de afecto de su parte, a menos que tuviera que ver con asuntos de alcoba; un terreno que ninguno se atrevía a pisar, pues ambos podían terminar con un puñal clavado por el otro. Y él sabía que su hoja, aún sin el filo necesario, podía ser mortífera.

—¿Qué propone entonces? No soy una compañía agradable y no le conozco en absoluto más por lo poco que se ha molestado en mostrarme con su actuar y lo que he oído —respondió por fin, limpiando con sus manos las lágrimas en sus mejillas.

—¿Qué necesita saber de mí? ¿Es eso lo que quiere, conocerme?

Ella no respondió, incapaz de encontrar respuestas a sus preguntas.

—Le ofrezco una tregua —ofreció con un suspiro exhausto. Ella no pareció convencida.

—¿Hasta que algo de mí le disguste nuevamente? Prefiero tener interacciones limitadas.

—Tiene que poner de su parte si quiere que esto funcione, Lucy.

Lucy podía entrar en un estado de negación que seguramente acabaría irritándole más. ¿Y por qué no? No tenía nada más que perder, aún cuando había asegurado lo contrario hacia unos minutos. Ella no dudaba de que, si Salamander aún no había utilizado su derecho a golpearla cuando le exasperaba o se negaba a obedecerle, era nada más y nada menos que su certeza de que ella era incapaz de hacer algo más por sí misma.

Con la ausencia de Juvia, y la presencia de aquellas dos mujeres que ahora sabían algo de ella que prefería borrar, tener la leve compresión de su esposo le pareció mejor opción. Más si consideraba que algunos criados se habían mostrado ligeramente simpáticos gracias a los servicios prestados por Virgo que les había ganado el respeto de su señora con sus modales y buena educación a pesar de todos sus desplantes.

Sí, Lucy estaba segura que de seguir las cosas como estaban, se volvería loca antes incluso de llegar a la primavera. Asintió con cuidado, y con la mano de Salamander sujetando la suya, la deslizó por su gruesa muñeca y el ancho músculo de su antebrazo, dónde se detuvo con la mirada baja.

—¿Qué es lo que quiere de mí a cambio de mi obediencia?

—Que deje este maldito cuarto, se enfermará si se la pasa encerrada todo el día.

—¿Sólo eso? —insistió, no porque quisiera oír algo más en realidad. Quería dejarlo claro de una vez.

Él la observó con atención, y supo que no podría mentir en cuanto a lo que quería de ella, menos con todos aquellos sentimientos encontrados. Tomó los rubios mechones que descansaban sobre su hombro y los echó hacia atrás, acariciando su mejilla en el proceso y admirando las dulces curvaturas de sus labios.

—La quiero a usted, dispuesta —puntualizó la última palabra—. ¿O es demasiado para su sensibilidad?

—No mientras me permita continuar impidiendo concebir algo producto de eso.

—¿Tanta repulsión le provoca engendrar a mis hijos? —No pudo evitar el tono tenso y acusatorio de su voz. Lucy apartó el rostro de su tacto y negó.

—No puedo cuidar de mi misma, mucho menos de un... bebé... Además, es mejor así.

—Como quiera. —Lucy nunca expresó esos pensamientos con él como Natsu. Claro, no era la misma que tenía ahora delante, cuatro años después.

—Una cosa más, espero no exista una próxima vez, pero en caso de ser así, acudirá inmediatamente a mí si algún criado la insulta o su guardarropa vuelve a escasear.

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Continuará...


N/A: No era mi plan tardar tanto con la próxima actualización y menos teniendo en cuenta que el capítulo ya casi estaba listo a excepción de algunos detalles, pero tuve unas semanas un poco complicadas. Pero ya todo bien, y aquí está, ¿qué les ha parecido? Pronto estaré respondiendo los comentarios pendientes, no se preocupen y cuéntenme algo que opinen al respecto.

Sin más que decir, me despido para leernos pronto ❤️

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