¤¤ Capítulo 43 ¤¤
¤¤¤¤¤♡¤¤¤¤¤
La casa donde Jude había mantenido a Michelle Vermillion como una enferma mental era sin duda casi tan elegante y grande como lo era la mansión principal. Juvia ajustó el velo sobre su cabeza y dirigió una mirada de reconocimiento a los alrededores, notando la soledad casi fantasmal que flaqueaba la propiedad. El jardín no parecía descuidado, como tampoco lo pareció en la mansión principal. Dejó de espiar por la portezuela del carruaje cuando escuchó al cochero de nombre Capricornio descender para abrirle la puerta. Sin embargo, fue un hombre con el cabello negro y ojos inexpresivos quien le tendió la mano para ayudarla a bajar. Aceptó sus modales por cortesía, pero todavía seguía preguntándose si su presencia significaba algo más que mera caballerosidad. A esas alturas, Juvia era consciente que su coartada podía haber sido descubierta, que Gajeel podría estar ya enterado de que no se hallaba con Polyurshka en su carromato, sino en Londres. Más no le importaba, en caso de que su hermano le diera alcance, ya estaba por cumplir su tarea.
¿Quién mejor que ella para entregar esa carta y descubrir por sí misma el estado de la tía de Lucy?
Miró al hombre un momento más, consciente de sus ojos que la estudiaban. Le recordaba vagamente de su última y primera estadía ahí, había bailado con él la noche que Erza dio una extravagante fiesta para hacerse notar en la sociedad, la misma noche que dio comienzo al juego de Salamander Dreyar. El hombre le transmitía un acritud algo sombría, pero inofensiva. Juvia podía percibirlo, y no sentía peligro en su presencia. Más eso no obviaba el característico recelo que sentía hacia hombres que no conocía y menos si no contaba con compañía.
Esa era otra cosa que volvería loco a Gajeel, haber viajado por sí misma sin compañía. Aunque no era deo todo así, pues Polyurshka le había proporcionado un acompañante y un carromato, mismo que se encontraba a las afueras de la gran ciudad, aguardando su regreso. Además, ella estaba armada y confiaba en lo que Gajeel y Natsu le habían enseñado para defenderse, lo mismo que Erza había practicado tan duramente cuando perdió todo lo que alguna vez tuvo.
—Mi señor, agradezco su escolta hasta aquí, pero no quisiera quitarle mas tiempo —Le aseguró Juvia con los ojos bajos, en un intento más que ensayado para no atraer la atención sobre ella.
—Puede llamarme, Gray. Y no es un desperdicio de tiempo, créame. Me preocupa saber que viaja sola, ¿dónde está su dama de compañía?
—No la necesitó para resolver mis asuntos privados —Aseguró, dándole la espalda al notar un sentimiento de curiosa expectativa en sus ojos. Capricornio caminó junto a ella mientras se aproximaba a la entrada—. Capricornio, ¿es prudente llegar sin avisar?
—De vez en cuando traigo algunos suministros, podemos pasar a dejarlos—respondio el hombre a su sutil duda por saber si llegar de frente era lo más sensato. Sabía que el criado también estaba armado, ella misma se lo había sugerido una vez le explicó la situación. El mayordomo era más que consciente de cómo habían sido las cosas para su ama Lucy cuando vivía junto a su padre—. Permítame, he de llamar para anunciarnos.
Y así lo hizo, más no obtuvo respuesta. Juvia bajó el velo de su cabeza, revelando sus azules cabellos y le pareció escuchar un suspiro detrás suyo. Se giró con duda para notar a Gray observándole de nuevo. No quería ponerse nerviosa, pero no entendía a qué se debía su mirada. Su atención regresó a Capricornio, quien llamó con más fuerza en esta ocasión y se anunció a si mismo. Entonces escuchó un leve ruido del otro lado.
—¿Puedo preguntar cómo se encuentra Lucy? No hemos sabido nada de ella después del día en que se casó con el hombre escocés.
—Se encuentra bien —se limitó a responder sin verle. Alguien estaba detrás de la puerta, pues quitó lo que parecieron ser varios pares de cerrojos, y una chica de aspecto demacrado asomó su cabeza, sus ojos llenos de pánico ante la pareja de extraños, pero con alivio al ver al mayordomo—. Buenos días, mi nombre es...
—¡Él está aquí! —gritó ella hacia Capricornio, empujándole con desesperación. Juvia maldijo cuando algo tiró de la muchacha al interior y Capricornio intentó sacar su arma al comprender a lo que se refería. Los gritos de la muchacha se callaron después de lo que pareció ser un golpe sordo. Gray sacó una pistola y haciendo a Juvia a un lado se preparó dispuesto a derribar la puerta.
—¡Suelten sus armas y dense la vuelta lentamente o les volaré los sesos! —advirtió una voz enérgica y llena de amenazas tras ellos. Juvia palideció al comprender la verdadera situación. ¿Fue todo preparado para una emboscada? No tenía duda de que el hombre tras la puerta era Jude, ¿cuánto tiempo llevaba allí? ¿Podría Lucy haber previsto que estaría ahí y planeaba atraerlo a ella a las tierras altas cuando capturara al mensajero? ¿Estaba enterado el mayordomo de eso y estaba todo planeado?
Apartó esas ideas de su mente al ver el terror en la cara del hombre y la frustración cuando se vio obligado a dejar el arma a sus pies. Lucy no podía saberlo, su desesperación al confesarle todo sólo podía deberse al miedo que el hombre le inspiraba. ¿Eso significaba que los miedos de Lucy se habían hecho realidad y Jude había alcanzado a su tía antes que la ayuda llegara?
Gray. Juvia lo miró de reojo con miedo, él sólo se había ofrecido a acompañarle cuando notó que viajaba sola. No le pareció que tuviera segundas intenciones, pero ahora...
—¡He dicho que suelten las armas, hazlo ahora Gray! —volvió a exigir el hombre detrás de ellos. Gray maldijo por lo bajo y la dejó caer al tiempo que una sonrisa tensa tiraba de sus labios—. Dense la vuelta lentamente.
—Vuelves a ser una rata callejera, eh, Jellal —le saludó el Fullbuster antes incluso de verle a la cara. Juvia reconoció entonces al hombre que había roto el corazón de Erza, el mismo que la había arrojado al exilio luego de humillarla. Fue quién transformó a la Scarlet que ella ahora conocía. Miró con interés la cicatriz en su rostro, una que por poco llegaba a arrancarle el ojo de haber sido más profunda. El hombre se veía estresado, como si hacer aquello al apuntarles no le complaciera—. ¿A qué se debe este ataque?
—Siempre has sabido meter las narices donde no te llaman, Gray —afirmó Jellal, acercándose un par de pasos a ellos. Juvia escuchó la puerta abrirse detrás suyo, y sintió la piel de su nuca erizarse por el miedo que la recorrió—. Y de nuevo metes a una inocente en medio.
—Baja la maldita arma, no tenemos las nuestras, y deja de apuntarle —ordenó el pelinegro, moviéndose lentamente para cubrir a Juvia de su campo de visión. Ella intentó apartarlo, pero algo tiró de ella hacia atrás, jalando su cabello y con una fuerza excesiva la arrojó al suelo. Gray se giró a ayudarla pero se quedó de piedra al ver que Jude sostenía a Juvia con un brazo rodeando su cuello y una pistola apuntando en su sien—. Así que aquí estabas.
—Jellal, que aten a Gray y este maldito esclavo —ordenó el hombre, jadeando de dolor al ponerse de pie, sin soltar a Juvia y causándole un momento de asfixia por la fuerza de su agarre—. ¿Quién eres tú? ¿Qué los trae por aquí?
Juvia no respondió, segura de que el hombre no podría reconocerla. Y era mejor así, si no la reconocía no sabría a quién dirigirse para atraer a alguien en su rescate. Jude no apreció su silencio y tiró de ella con brusquedad, estaba seguro de que tendría marcas por el cuello debido a sus bruscos tirones.
—Jellal, ¿la conoces? No sé quién es. ¿Qué hacen aquí? Nadie conoce esta ubicación más que yo. ¿Los has traído aquí, Capricornio? —se dirigió a su sirviente con burla—. ¿Querias ayudar a Michelle Vermillion? Déjame decirte que ella no se encuentra más aquí, y nunca la volverás a encontrar.
—¿Dónde la tiene? —Sabía que no era probable que le respondiera, pero Juvia necesitaba saber que no había llegado demasiado tarde, que todavía existía una pequeña esperanza.
—Debe haberse reunido con los muertos —se mofó. Juvia pudo ver a Gray forcejear cuando un par de hombres se adelantaron a tomarle de los brazos para someterlo. Jude, cojeando y sin liberar a Juvia, se acercó al hombre que se resistía aún cuando Jellal continuaba apuntando—. Gray Fullbuster... verte ahí me trae un agradable recuerdo.
—¿Qué haras con ellos Jude? —quiso saber Jellal sin ánimos, controlando la situación con un vistazo veloz—. No te sirven de nada.
—Pero saben que estoy aquí y que soy buscado por la justicia. No los voy a soltar, será agradable tener compañía —agregó divertido.
Gray fue golpeado por uno de los hombres cuando logró liberarse, por lo que casi noqueado luego del puñetazo en la sien, miró aturdido a su alrededor. Juvia quería ayudarlo, pero no veía cómo y le miró con miedo por no saber qué sucedería. El hombre que la tenía sujeta no parecía tener una pizca de humanidad, y luego de lo contado por Lucy, no lo esperaba siquiera.
—Oh, Gray, siempre tan desafortunado para encontrarte en los peores lugares en el momento menos indicado. ¿Sabes? Tu postura en estos momentos me recuerda algo... algo agradable. A un cíngaro que iba tras las faldas de mi hija, estaba en la misma posición que tú en estos instantes.
Juvia se vio arrojada por Jude a un lado cuando otro hombre más hizo aparición desde el interior de la casa y le sujetó las muñecas con una cuerda. Observó con miedo a Jude avanzar delante de Gray, quien no le bajó la mirada en ningún momento ni mostró algún signo de temor ante él.
—Sí, justo así me miró él, pero terminó degollado por su propia esposa y luego arrojamos su cuerpo al río —recordó con satisfacción. Luego lo pensó unos momentos y añadió con disgusto—: Por alguna extraña razón, creo que fallé...
Se giró a Capricornio con duda, y se acercó para empujarle con ira.
—¿Dónde está esa escurridiza bastarda?
—Mi señor, no sé...
—¡¿Dónde está esa puta amante de los escoceses?! ¿Dónde en el infierno está Lucy? Ni una sola vez fue a visitarme a mí o la bastarda de su prima cuando seguíamos en prisión, la ingrata esa... Pero ya verá cuando le ponga las manos encima.
Gray tuvo la tentación de provocarle, asegurando que jamás podría dar con Lucy. Mucho se había dicho de Jude, y del desafortunado destino de su única hija; no obstante, ver con sus propios ojos que el centro de todas sus desgracias era su propio padre... A Gray no le pasó desapercibido cómo la miraba en algunas ocasiones, o los murmullos que se oía en algunos criados sobre el amor enfermizo que tenía el lord Heartfilia hacia su única descendiente. Pero siempre quedó en ello, en rumores. Ver la realidad ahora era incluso asqueroso. Con mayor razón quería provocarle, más temía que las represalias en su temperamento repercutieran en la mujer de hermosos ojos negros y no en él.
La había seguido como un cachorro, encandilado por algo que todavía no terminaba de asimilar, pero desde que bailó con ella aquella noche de máscaras, no había logrado sacarse su profunda mirada de la cabeza.
—¡Te he hecho una puta pregunta! —amenazó Jude a Capricornio, que si bien era mucho más alto y fornido que el hombre, el peso de su rango y los castigos sufridos a lo largo de su servicio le hicieron encogerse ante el arma que le apuntaba y bajó su mirada al suelo para no enojarlo más.
—Lo último que supimos de la señorita es que su esposo, Salamander Dreyar se la llevó, pero no sabemos a dónde. No han vuelto desde entonces, se lo juro.
—Salamander... —Jude recordó al hombre, y el siniestro parecido que tenía con Natsu. Y la terrible familiaridad. Su cicatriz y el odio que parecía profesarle eran demasiadas coincidencias. Pero... ¿sería posible?
¿Era probable que el bastardo de Igneel hubiera sobrevivido?
¤▪︎¤▪︎¤▪︎¤▪︎¤▪︎¤▪︎¤
Para todos fue evidente que el ánimo de Lucy había sufrido un cambio. Algunos se preguntaban si fue Salamander defendiendo su posición frente a Zancrow, el hijo de uno de los jefes de los otros clanes; o quizás la posterior sentencia a cualquier criado que osara hablar mal de ella o incluso a mostrarle un desplante. Como fuera, el resentimiento no había hecho más que crecer en aquellos que consideraban su sangre inglesa un insulto a sus tierras. Pero así como creció el disgusto, también aumentaron los avistamientos de la mujer, llevada por Wendy o su doncella alrededor del castillo.
Los niños no nacían sabiendo odiar, y para ellos no existían categoría de ningún tipo como lo eran la raza, el color de piel, ni la sangre que corría por sus venas. A una de las cocineras le quedó más que claro cuando encontró a su pequeña niña cerca de las faldas de la inglesa, quien le tendía unas de las flores que había recogido con ayuda de Wendy. La mujer había llamado a su hija con total indignación y se alejó tirando de la pequeña con murmullos destinados a liberar su desprecio por tolerar a la mujer.
Lucy aceptó su actitud, y no se molestó en hacer un drama por ello a pesar de que Wendy se había ofrecido a acusar a la mujer con Makarov para que le llamase la atención, pero la heredera Heartfilia dijo que sería agrandar el problema y decidió no hacer nada de eso. La niña había vuelto a buscarla al día siguiente, cuando Lucy se hallaba en el jardín con un par de gatos juguetones entre los pliegues de su falda extendida al hallarse de rodillas. La pequeña había expresado con claridad lo que su madre pensaba de ella, pero terminó diciendo que Lucy era demasiado bonita para ser una bruja fea y que al no poder ver, sólo tenía que echar a correr si creía que iba a hacerle algo.
Wendy se horrorizó al oír aquello. Lucy se rió y le tendió otra flor a la menor. Adoraba a los niños. No tenía caso decirlo, y estaba segura de que su comportamiento en un principio lo demostraba, pero hubo un tiempo en el que se atrevió a soñar, y le hubiera encantado tener hijos propios. Sabía que todavía era joven, pero las infusiones de Virgo tenían un objetivo que hasta ahora había surtido efecto. Sus sangrados habían llegado con regularidad, y era algo que la aliviaba a pesar de que ya hacía semanas que no había necesitado de la bebida, puesto que Salamander ya no la molestaba.
Pensó en Salamander, a pesar de que aún intentaba mantenerlo fuera de su mente. Luego del desafortunado visitante todo había transcurrido con la misma supuesta normalidad, él ocupado en quién sabe qué y ella intentaba salir a tomar aire y sol un poco más. Pero a cierta hora de la tarde parecía estar en las cercanías, pues Lucy podía escuchar su voz y a veces se detenía junto a ella para hablar con Wendy o Virgo, nunca directamente con ella, más eso no evitaba que le diera un saludo o una despedida.
¿Esa era la relación cordial que abrían de mantener? No podía llamarlo lo más común, pero al menos no le hacía desplantes frente a otros y era algo que ella apreciaba de forma un tanto culpable. No debía sentir gratitud, no luego de todo su trato inicial. Pero allí estaba, tranquila y más optimista por los días siguientes y deseosa de las clases de jardinería que Juvia y Wendy le mostraban con tanta paciencia. Eso le recordó que Juvia había salido un par de semanas a lo que parecía ser un campamento cíngaro en las cercanías. No tenía claro cuando iba a volver o por qué había salido tan de improvisto, aún así aguardaba con entusiasmo su regreso, deseosa de platicar con ella luego de lo compartido aquel día en su habitación cuando el reveló el origen del accidente que la dejó ciega.
—Son los últimos arándanos, Lucy. Abremos de esperar que vuelvan a brotar para la primavera —le informó Wendy, terminando de echar el fruto recolectado en el canasto a su costado. Lucy dejó de tocar la rama a la que había arrancado las jugosas pero diminutas figuras y las depositó donde mismo—. Pero con esto podremos hacer algunas tartas deliciosas y algo de mermelada.
—Me ha parecido que son pocos — admitió Lucy, recordando los relatos de Juvia sobre los extensos jardines y la cantidad de cosas que había plantado—. Y de aquí a tres meses...
—No se preocupe, afuera del castillo hay muchos más, sólo que no podemos salir sin supervisión. Ya hay criados que recolectan esos frutos luego.
—¿Por qué no podemos salir? —inquirió, si era a las afueras no debía haber problema. Wendy tomó la cesta con ambas manos y pensó en su respuesta.
—El castillo está muy bien construido, y parece más una fortaleza que una casa de lujo, hay muchos guardias y... y me parece tedioso tener que explicarles a todos a dónde vamos y a qué.
—Entiendo, sólo tenía dudas. Ya casi hemos terminado de recolectar todo y temo quedarme sin nada que hacer —admitió Lucy con una sonrisa de disculpa, tomando su bastón para ponerse de pie—. ¿Crees que vaya a nevar pronto? He sentido más frío estos últimos días.
—Ya no debe faltar mucho —admitió Wendy, mirando las gruesas y grises nubes que se extendían por los inmensos cielos sobre sus cabezas. Sonrió al intentar buscar formas en ellas—. Me gusta jugar en la nieve, pero el último invierno me enfermé luego de caerme en el lago congelado. Juvia me enseñó a patinar, pero no esperé que estuviera lo suficientemente congelado y me caí.
—¿Y cómo saliste? —quiso saber Lucy con preocupación ante la sola idea de sentir el hielo quebrarse bajo sus pies y hundirse en las aguas congeladas. No sabía nadar.
—Salamander iba conmigo y con Juvia, él fue por mí con una soga, ya que el hielo cedía bajo su peso.
—Gracias a Dios te encuentras bien —admitió con alivio, que la ayuda hubiera llegado rápido era un punto a favor para su pronta recuperación o una delgada línea entre yacer más grave—. Debes ser cuidadosa con ello, Wendy.
—Ahora lo tengo claro —admitió avergonzada ante el recuerdo de su imprudencia—. ¿Sabe nadar? Yo sí sé, pero en ese momento fue como si tuviera agujas en todo mi cuerpo, no podía moverme y me dolía respirar.
—Oh, pequeña... —Lucy estiró la mano en su dirección. Wendy se dejó encontrar, y ella sintió la suavidad de su mejilla bajo su calidez—. Wendy, perdona mi imprudencia pero, ¿dónde están tus padres? ¿No se molestan por que pases todo el día conmigo?
—No conocí a mis padres —admitió sin un sentimiento claro en su voz, sino más bien, cierta naturalidad con una pizca de lo que pudo ser tristeza alguna vez—. Tenía un hermano, pero hace mucho que no lo veo.
—¿Le pasó algo?
—No tengo idea, Mystogan siempre era muy reservado, y aunque en su momento no lo entendí, ahora comprendo que se ganaba la vida de una forma no muy honesta. Un día fuimos atacados mientras viajábamos y no lo volví a ver. Logré escapar porque me dio tiempo, y me encontré con Natsu. Él me acompañó hasta aquí y estuvo mucho tiempo intentando seguirle la pista, pero no supimos nada más.
—L-lo lamento tanto —admitió la mujer, sintiendo la calidez líquida de una lágrima caer en su dedo pulgar que frotaba la mejilla de la jovencita. Wendy negó y le tomó del brazo par seguir caminando.
—Ya pasó hace mucho, y estoy feliz aquí con el abuelo. —Si bien la voz de Wendy se mostraba positiva, Lucy no pudo evitar sentir el temblor en la mandíbula de la muchacha antes de retirar su mano por completo—. Natsu me enseñó a montar, y me regaló una yegua el primer año que pasé aquí.
—Eso fue muy dulce de su parte —admitió enternecida.
—El piano que hay en el castillo él lo mandó a traer para usted —agregó con emoción. Lucy tocaba un poco antes de irse a dormir, ella gustaba de verla hacerlo. Y últimamente podía notar algunos criados y a la hija de la cocinera asomarse o detenerse fuera de la puerta para escucharla tocar y cantar a su vez.
Wendy pensaba que la voz de Lucy era sumamente hermosa. Y quería preguntarle si podía enseñarle a cantar. No sé consideraba la gran cosa en cuanto a su canto, pero Erza había afirmado que era algo que podía aprender a modular. Y estaba por pedírselo cuando escuchó el llamado de uno de los centinelas y luego la estruendosa risa de una mujer.
La pequeña Wendy se giró en dirección del sonido y una gran sonrisa se extendió por sus labios al ver a Cana Alberona; la mujer de cabellera castaña y llamativa vestimenta cíngara se encontraba provocando a uno de los centinelas que se negaba a dejarla pasar sin anunciarla, a pesar de que el resto le decían que ella era bienvenida sin objeción. Desmontó su caballo y lo mantuvo a su lado por las riendas.
—No puedes entrar sin antes haberte anunciado —gruñó el hombre, intentando detenerla con la presencia de su cuerpo interpuesta. Cana arqueó una ceja y se encogió de hombros, pasándolo de largo.
—Alguien va a ser despedido si no me permite pasar —canturreó. Los otros hombres la saludaron amistosamente y le dejaron ir, aunque el renuente no cedió.
—El señor Salamander dijo... —comenzó.
—Salamander me la puede... —comenzó Cana con fastidio, mirando al hombre directo a los ojos. Hasta que el mencionado apareció montando en su corcel detrás suyo y bajó de un salto incluso antes de que su animal se detuviera. Cana puso los ojos en blanco y le abrazó efusiva—. ¡Querido, que linda sorpresa! Puedes decirle a tu soldadito que no estoy interesada en sus modales poco refinados, es muy persistente.
El hombre palideció ante la insinuación, y Salamander le dirigió una mirada glacial. Ella se apresuró a aclarar las cosas al ver eso.
—Es un chiste, muchachote. Sólo está haciendo su tarea con eso de insistir en anunciarme, pero de aquí a que alguien venga a recoger mi caballo y me deje pasar, yo ya podría estar echada en tu cama bebiendo algo de vino —Salamander rodó los ojos ante su intento de resultar graciosa. Iba a decirle más tarde que debía dejar de hacer esos chistes si no quería que su esposa oyera los rumores por parte de los criados. No es como si le importara realmente, pero una parte suya no pensaba exponerla a la vergüenza de que la creyeran una mujer engañada.
—Déjala pasar, Macao, es bienvenida siempre que guste —le explicó al hombre, tomando las riendas de su animal y silbando para que el propio le siguiera. Cana se adelantó a su lado, echando una mirada a su alrededor—. ¿A qué has venido? ¿De casualidad no vino Juvia contigo?
—¿Juvia? Oh, no, yo no vengo del campamento. Estuve ocupada con unos negocios y acabo de llegar. Estaba pensando que como el invierno está tan cerca y Polyurshka suele acampar en los alrededores, podría quedarme a esperarle. Claro, sólo si su real majestad escocesa me lo permite.
—No, de hecho voy a mandar a echarte como un costal a lomos de tu caballo y te enviaré tras esas puertas —le advirtió divertido. Su sonrisa se deshizo cuando notó la mirada cautelosa de Wendy, y la esbelta figura de Lucy a su lado. No la había visto, no con el cabello completamente recogido en una corona sobre su cabeza. Estaba acostumbrado a verla con el cabello suelto, no así. ¿Le habría escuchado, o a Cana?
La necesidad de explicarse que nació tras la mirada de Wendy y la rápida retirada de ambas fue un impulso que controló a tiempo. No le debía ninguna maldita explicación. En caso de que fuera el caso, la misma Lucy le había sugerido que se consiguiera todas las amantes que quisiera com tal de no molestarla a ella. Bueno, no podía quejarse ahora. Cana advirtió a las féminas, y su mirada curiosa se centró en Lucy hasta que la vio desaparecer en el interior del castillo.
—¿Y esa deliciosa criatura? ¿Alguna criada nueva?
—¿Hay algo en especial que te traiga por aquí? —preguntó para desviar su atención. Llegó al establo donde comenzó a desmontar las sillas de ambos equinos.
—Por supuesto que tu cara, guapo —le tiró un beso tronado y luego se echó a reír al ver su cara de pocos amigos—. Oye, usualmente me sigues el juego. ¿Qué tienes? ¿la pelirroja te tiene en abstinencia?
No. No era una pelirroja. Sino una mujer de rubia y lacia cabellera. Apartó el pensamiento de Lucy tan rápido como le dio entrada. No iba a admitir jamás que su maldito mal humor era el respuesta a la última actitud tan relajada que le había visto tener.
—No hice nada en especial, sólo quería visitarlos, y me parece una pérdida de tiempo ir hasta el campamento para luego volver. ¿O están ocupadas las habitaciones? De ser así puedo ir por mi carromato y...
—Claro que no, eres bienvenida y te dejaré una habitación, es sólo que me sorprendió tu repentina llegada —afirmó, dando las órdenes al joven mozo de cuadras que se había apresurado a ayudarle con su caballo apenas supo de su regreso.
—Ah... entonces, ¿quién era la rubia?
—¿De qué hablas? —preguntó sin verla, cepillando el cabello de su animal que resopló justo como él quería hacerlo al darse cuenta de que Cana no lo dejaría estar. Cuando algo se le metía a la cabeza...
—He visto que la mirabas, y no la reconocí del campamento. Además se veía muy pálida, ¿quién es? —Cana miró de pronto su cabello negro, y como si fuera un insulto a su presencia le dio un manotazo para quitarle la peluca y con la otra mano revolvió sus rosas cabellos—. Eso es, ahora sí hablo contigo. Sigo sin acostumbrarme a esto, es raro. Te cambia por completo la personalidad, ¿has pensado en que tu futuro está en la actuación?
—Maldita sea, no hagas eso —Le arrebató la peluca, intentando volver a colocarla—. No todos saben de quién soy, y ya te lo he dicho muchas veces.
—Mmm... siento que no hablo contigo cuando te veo así, pero lo entiendo. Anda, ¿quién era la pálida? Pobre chica, le hace falta comer más o va a romperse.
¿Pálida? Natsu había llamado pálidas a muchas mujeres inglesas cuando veía sus cuellos y brazos descubiertos en los bailes a los que había asistido. Le resultaba casi enfermiza la apariencia de su piel ante la ausencia de sol. Pero Lucy... sintió la incomodidad que acompañaba el deseo y le dio la espalda a Cana mientras pensaba en que pálida no era una palabra con la que describiría a su esposa. Si bien no tenía el tono dorado de Erza ni la piel morena de Cana; Lucy era tan guapa que hasta el mismo sol quería besarla. Tenía adorables pecas surcando la piel de sus hombros y su nariz. No solía tener tantas, se recordó, y vaya que al volverla a ver sí podía decir que tenía una apariencia enfermiza. Sin embargo, esos últimos días la había observado tomando el sol y por las noches en que la inspeccionó durante la cena pudo ver las marcas apareciendo en su piel cremosa.
Respecto a lo de comer más, sí estaba mas delgada que cuatro años atrás, mas eso no había menguado en absoluto las curvas que lo volvieron loco en primer lugar. No era delgada a un punto esquelético como acostumbraba a ver a las señoritas. Tenía unas curva generosas y nada por envidiarle a las demás. Maldita sea, se estaba desviando a un camino que no planeaba pisar.
—Es mi esposa —admitió indiferente, sabedor de que no serviría ocultarlo. Lo más probable es que se enterase durante la cena y no quería sus reclamos por engañarla más tarde. Ante su silencio, continuó—: ...es Lucy.
Cana lo observó durante lo que pareció ser una eternidad, procesando lo dicho, luego se acercó a él y le tomó por las abertura del chaleco.
—¡¿Lucy?! ¡¿Esa Lucy?! —Preguntó con un tinte de locura, señalando la cicatriz de su cuello. Natsu asintió. Luego todo se volvió una marea de agonía en su ser cuando Cana alzó la rodilla en un golpe certero a su entrepierna—. ¡¿Qué carajos te pasa, es que has perdido el juicio?!
—¡Maldito infierno, Cana! —vociferó a punto de caer de rodillas, sujetándose no muy dignamente la zona dolorida. Cana dio vueltas sobre sí misma antes de aproximarse de nuevo. Natsu cerró las piernas y la observó con los ojos enrojecidos en una señal de advertencia.
—¿Es que no pueden pensar con la cabeza que tienen sobre los hombros? Son todos igual de idiotas —Lo último pareció decirlo para sí misma, rodando los ojos—. Déjame ver si entendí, la misma Lucy que te degolló y casi te mató, esa loca, es la misma que estaba ahí afuera recogiendo margaritas. ¡¿Tu esposa?!
—Desaparece de mi vista antes de que me venzan las ganas de estrangularte —Advirtió Natsu sin recuperarse del todo. Esa bruja traidora le había dado certeramente.
—Si no la has estrangulado a ella, ¿por qué habría de ser yo la primera? —Se quejó ofendida, una mirada de angustia en su rostro—. No sé qué te ha pasado por la cabeza, ¿pero te das cuenta que puede volver a intentar degollarte mientras duermes? O en el peor de los casos que la tengas montada arriba tuyo, cierras los ojos por un instante de placer, y luego me saludas desde el cielo. Eres un idiota.
Natsu evitó volver a poner los ojos en blanco. No podía culparla, jamás le había dicho de la condición de Lucy. Cana era tan directa, y una bocazas. Un poco más recuperado de su arrebato, se enderezó y decidió salir de ahí. Ella le siguió al instante.
—Nat... Salamander, deja de portarte como un perro en celo y ve las cosas desde mi punto de vista. ¿Cómo en el infierno la has traído a tu hogar, a tu cama? Te va a cortar hasta las ideas apenas le des la espalda.
No tenía por qué decirle que no dormían juntos, no era su incumbencia y no planeaba darle explicaciones a nadie. Cana se plantó delante suyo y sacó pecho al poner los brazos en jarra.
—Creo que debemos mandar a llamar a Polyurshka, quizás has sufrido un golpe en la cabeza más grave de lo esperado y te ha dejado secuelas hasta el día de hoy. Sí, eso debe ser.
Salamander continuó ignorando a la mujer parloteando detrás suyo hasta que descubrió a Wendy tomando lo que parecía ser algo de fruta en un cuenco y unos bocadillos que el cocinero le dio con una sonrisa orgullosa de su creación. La menor le miró, y luego le frunció el ceño y se alejó con rápidas zancadas ya que no eran muy largos sus pasos debido a su estatura. Él arqueó una ceja ante eso.
¿Wendy estaba enfada con él?
—Salamander, ¿sabe quién eres en realidad? —Se mostró curiosa, siguiéndole más allá de las cocinas. Él negó—. Entonces... tienes mucho que explicarme. ¿Por qué nadie me ha dicho nada? Soy tu amiga, ingrato.
—No es como si fuera a buscarte por toda Escocia cada vez que necesite tomar una decisión —Ironizó. Cana le dio un puñetazo en la espalda, atrayendo su atención—. Comienzas a molestarme.
—Pues a mí ya me has molestado. No te pido que vayas por mi permiso para sacarte un moco, pero considero que el tema Lucy, me incluye ya que estuve contigo cuando pasamos la peor consecuencia de conocer a esa víbora —Cana se incluía como si fuera ella la afectada, pero él no podía enfadarse más con ella porque jamás podría olvidar las noches y madrugadas que ella también pasó a su lado, ayudándole cuando el dolor fue más intenso. La misma mujer que le había enseñado a modular su voz para volver a recuperar el habla de lo que alguna vez fue.
—Fue de improvisto, acompáñame, debes tener hambre.
—Quiero la historia.
—Te lo contaré hasta que te vea comer —propuso, y ella sonrió para seguirle de inmediato.
¤▪︎¤▪︎¤▪︎¤▪︎¤▪︎¤▪︎¤
—Señorita, esto no puede quedarse así —aseguró la extrañamente severa voz de Virgo a poca distancia suya. Lucy siguió frotando la tela desgarrada en su mano—. Tiene que decirle a lord Dreyar lo que ha sucedido.
Wendy ocultó un sollozo por la impotencia que sentía al ver a su alrededor. El baúl a los pies de la cama estaba abierto, y todo su contenido yacía vertido alrededor del suelo, destrozado y hecho jirones. Todos los hermosos vestidos que Lucy llevaba consigo, estaban ahora destruidos. Virgo las había acompañado para encender la chimenea, misma que ahora ardía con restos de tela que habían intentado quemar.
—Lucy, ¿llamo al abuelo? Él tiene que ver esto, han sido muy crueles —consultó Wendy con tristeza. Lucy continuó frotando la tela de lo que alguna vez fue un hermoso vestido y negó, apretando con dulzura la mano de Wendy.
—Virgo, ¿puedes por favor traer bocadillos? Wendy, si eres tan amable, ayúdame a recoger los trozos, con tu ayuda, paciencia y un poco de aguja e hilo algo podré rescatar.
—¡No es su tarea reparar lo que alguien sin escrúpulos ha hecho! —Era extraño ver y oír a Virgo así de indignada, considerando que la mayor parte del tiempo su actitud era... inexpresiva. La doncella no concebía quién había sido capaz de hacer semejante bajeza—. Si usted no le dice al señor Salamander, lo haré yo.
—No, no lo harás —aseguró, tomando asiento mientras Wendy procedía a juntar los trozos de los vestidos, agrupándolos en colores similares para hacer más fácil la tediosa tarea que se venía a continuación—. Haz lo que te pedí, por favor. Y cuando regreses, podrás ayudarme a armarlos. No espero terminar todos tan rápido, pero es mejor empezar de una vez.
—Esto es tan injusto para usted —admitió la mujer antes de retirarse airada de la habitación. Wendy asintió ante su frase, sin dejar su pequeña tarea de recolectar los destrozos. No sabía si habían sido cortados con alguna tijera o algo más... punzante.
—La vida no es muy justa —aseguró la rubia en un susurro, preparándose para la ardua tarea.
¤¤¤¤¤¤♡¤¤¤¤¤¤
Continuará...
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro