¤¤ Capítulo 36 ¤¤
N/A: Antes que nada pido una disculpa por el tiempo que he pasado inactiva. Tuve unos asuntos personales que atender y cuando menos lo pensé ya había sobrepasado el mes. No me he olvidado de la historia ni pienso dejarla a medias, y aunque no puedo darles un tiempo preciso, trataré de actualizar seguido estos días. Me encanta leer sus comentarios, y dentro de poco estaré respondiendo los de la sección anterior, así que si gustan dejarme alguno yo los leo ♡
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Lo que creyó en un principio que serían días interminables de sufrimiento y soledad, se volvieron semanas difusas con sentimientos adormecidos. En todo aquel tiempo no salía de la habitación, no tenía nada que hacer fuera de allí, y así se evitaba cruzarse con cualquier otra persona indeseada. Pocas eran las visitas que su marido le hacía, casi siempre al anochecer sólo para preguntar si seguiría en su rabieta de no salir ni siquiera a tomar aire. Lucy siempre respondía lo mismo, si salía de su habitación sería para volver a Londres, a su hogar, mientras tanto, podía fingir que ella no existía. Nunca había tenido mucho que hacer cuando estaba en la mansión Heartfilia, pues solía sentarse a conversar con Mavis o dar un paseo por el jardín al lado de sus doncellas. Sin contar las obligadas salidas a eventos sociales a los que su padre se empeñaba en hacerlas asistir.
Pensar en Mavis provocaba un doloroso nudo en su garganta que era difícil de quitar. ¿Qué podía hacer para ayudarle? No sé le ocurría nada que no comprometiera su integridad. Si su prima estaba en prisión, ella también tendría que estarlo. Después de todo, fueron sus manos las que terminaron por matar a Natsu Dragneel. La idea envió un horrible escalofrío por todo su cuerpo, tenso después de largos períodos en la misma posición, por lo que decidió que de nada le serviría estar todo el tiempo allí. Quizás hubiera un jardín o una pequeña capilla en la cual estar un rato. Tenía entendido que se encontraba en un castillo y estos eran equipados con ese tipo de cosas. La idea fue cobrando fuerza hasta que se convirtió en un hecho y decidió que a la próxima visita de Virgo le pediría que la acompañase.
Sus pensamientos volvieron a Mavis y su estancia en la prisión. ¿Qué horribles tratos estaría soportando? Lucy debía admitirlo, y fuera de sus roces verbales, su marido no había vuelto a tocarla ni forzarla a yacer bajo su cuerpo. Y eso era algo por lo cual se sentía agradecida, no con él, claro estaba. Ese hombre sin escrúpulos no merecía tal sentimiento, y algo tenía que redimirse con no importunarla.
Natsu nunca la había tratado así. Su querido Natsu ni siquiera había intentado ir más allá de lo que le permitía. Siempre fue un caballero con ella, y se había encargado de hacerle confiar en él al punto que ella era la que deseó que en algún punto consumaran su amor. Más eso nunca sucedió, y ella fue forzada... La ira era un sentimiento que acompañaba a la tristeza, la pena que nunca la abandonaba en esas paredes. Días anteriores la misma línea de pensamientos volvía a ella, por más que intentara desviarse u ocuparse en otra cosa, siempre volvía a aquel día en su hogar.
¿Por qué la había tomado?, ¿para castigarla? Hubiera preferido mil veces que le hubiese levantado la mano, a que le hiciera eso, haciéndola sentir manchada y depravada. Una mujer no podía ser pura si sentía algo con ese tipo de trato. Y en sus sueños más profundos, Lucy todavía podía sentir sus manos sobre su piel, así como sus labios recorriendo su cuerpo. Y eso la dejaba asqueada. Se frotó incómoda las muñecas. La había atado, ¿se podía ser más ruin? Ella ni siquiera podía verle y el bastardo la había atado para que no pudiera golpearle. Como si en verdad ella hubiera podido defenderse.
Una lágrima escapó de sus ojos sin brillo, y la limpió con un manotazo airado. Sentía la suave brisa que entraba por la ventana, y el cálido rayo de sol que caía sobre sus piernas, calentando su cuerpo con lentitud. ¿Por qué volvía a ese día? El recuerdo de Natsu parecía borrarse con lentitud, cada vez era más difícil recordar su tacto y la sensación de plenitud que había sentido a su lado; opacado por el día en que se casó con Salamander y éste decidió castigarla por algo que no había hecho.
Desvió su atención a un ruido cercano, y con el corazón acelerado, se dio cuenta de que el ruido provenía de la habitación contigua. La habitación de Salamander. Días atrás ella había descubierto la puerta mientras palpaba las cosas a su alrededor para estar más familiarizada con su alcoba, y grande fue su sorpresa al descubrir ese acceso. Inmediatamente había colocado el pestillo, no quería sus desafortunadas visitas.
—No seas terco, déjame quitarte la camisa —Se rió una voz femenina. Lucy dejó de prestarle atención, y agradeció que estuviera lo suficientemente entretenido como para importunarla.
—No te acerques, o voy a empujarte.
—Inténtalo, ¿o quieres que llame a tu cariñosa y comprensiva esposa? —Lucy se levantó para buscar el cepillo que había dejado sobre una mesilla, y volvió a su silla para comenzar a desenredar las hebras. ¿Por qué oía todo tan claramente? Supuso que la puerta de la habitación estaba abierta, y a esa hora no había ruido suficiente en los patios para amortiguarlo—. Estoy segura de que estará encantada de ayudarte.
—Mi esposa... es más fría que el maldito invierno que se avecina —Escupió. La mujer soltó una risotada. Lucy sintió sus mejillas encenderse y deseó por un instante arrojarle el cepillo.
—Oh, pobre chico, ¿no te complace? ¿O eres tú que no sabe cómo hacer arder a una dama de alta cuna? No creo que tengan altas expectativas.
—Yo no soy el del problema.
Lucy quiso gritarle que su existencia era un maldito problema. ¿Cómo se atrevía a hablar de ella con su querida? ¿O siquiera a decirle sus asuntos privados? La furia llenó cada fibra de su cuerpo y apretó el mango del cepillo hasta que sus nudillos se volvieron blancos.
—Eso dicen todos los hombres... que ellos no son los del problema
—Cierra la boca, y márchate.
—Estás muy tenso, ¿no quieres que te de un masaje? Debe ser tan estresante para ti...
Lucy se hartó de oírlos, y si iban a hacer algo más deseaba con todo su ser que al menos cerraran la maldita puerta. No quería oír nada. Arrojó el cepillo a una esquina y se sentó de vuelta en su silla para encerrarse en sus pensamientos y hacer la mayor cantidad de ruido posible en su mente para no escuchar nada más. En eso, escuchó un llamado a su puerta.
—¿Puedo pasar? —Era una voz infantil. De vez en cuando Lucy podía oír niños desde la ventana, muy abajo en el patio. Confundida le permitió pasar y escuchó a la niña acercarse—. M-milady, buenas noches. L-la ce-cena estará-a en u-u-un... unahoramás.
—¿Cuál es tu nombre? —preguntó con un tono dulce, notando su nerviosismo. La escuchó dar un par de pasos en su dirección.
—W-wendy... l-lo siento.
—No te disculpes, Wendy. Puedes llamarme, Lucy. Y te agradezco que me avises, pero no bajaré. ¿Podrías por favor decirle a mi doncella, Virgo, que una vez la cena acabe me suba algo? No tiene que ser nada sustancioso.
—Por supuesto —agregó con un tono de sorpresa mal disimulado. Quizás relajada por su sonrisa, o llevada por su amabilidad, dejó su curiosidad aflorar—. Myla... Lucy, ¿p-por qué no baja a comer con nosotros? El a-buelo estará encantado de tenerla en la mesa. Ya sabemos que no puede v-v-ver, pero eso no es problema, me puedo sentar a su lado y decirle dónde están las cosas. O puedo ayudarle si necesita cortar algo.
—Eres tan amable, pero prefiero quedarme aquí.
—Oh... —Wendy pareció un poco decepcionada.
—No quiero que se enojen contigo, pero me sentiría honrada si quieres comer aquí conmigo. Es agradable tener compañía. No tiene que ser hoy mismo, cuando quieras puedes venir a verme.
—¿De verdad? —su tono emocionado la llenó de calidez—. Vendré mañana entonces. ¿Te gustan los pasteles?
—Me encantan.
—¡A mí igual! En especial el que Juvia hace, cocina muy rico. Dice que me enseñará cuando crezca un poco más, por ahora sólo decoro los pasteles que hace.
—¿Sabes decorarlos? Eso es asombroso.
—Cuando haga uno se lo daré.
—Muchas gracias —Lucy no supo qué más decir, enternecida por la pequeña que ya había terminado de acercarse a su silla y ahora parecía echar una ojeada a las cosas alrededor de su habitación.
—Lucy, hay muy pocos muebles en su habitación, escuché que era para que usted no tuviera problema al desplazarse.
—Sí, así me evito golpearme con algo.
—¿Por eso no sale al jardín? Puedo acompañarla, estaré a su lado en todo momento y le pediré a los demás niños que quiten las cosas en el camino.
—Eres muy amable, Wendy. Tal vez un día de estos me anime a bajar. ¿Me ayudarás?
—¡Claro que sí! Podemos bajar ahora si quiere.
Lucy lo pensó un momento, ¿por qué no? No tenía otra cosa que hacer y Virgo debía estar muy ocupada si consideraba que su última visita había sido hacia un par de horas. Asintió y trenzó su cabello, con la niña moviéndose a su alrededor emocionada y ayudándole a calzarse unos zapatos más resistentes para el exterior. Más motivada por la idea de caminar un rato, siguió a la niña que le tendió su bastón y luego le tomó de la mano con cierta fuerza. Nerviosa ante la expectativa de salir por primera vez desde su llegada, sabedora de las miradas que seguramente irían en su dirección. ¿Pero que más daba? Ella no podía verlos, y acostumbrada como estaba a los cuchicheos a su persona, eso no era ninguna novedad.
Si bien su habitación estaba un poco alta, Lucy sabía que pudo ser peor, no fueron tantos escalones como esperó, y con la ayuda de Wendy que le indicaba con cuidado donde pisar, antes de lo pensado ya se hallaban en la planta principal. A lo lejos podía oír el sonido de cubiertos y cacerolas, por lo que supuso que se hallaba cerca de las cocinas. Su idea se vio reforzada ante un delicioso aroma que flotó en el aire hasta su dirección.
Lucy se sobresaltó cuando escuchó un gutural acento gaélico cerca suyo, seguido de una poderosa carcajada. Wendy apretó su mano con mucha más fuerza que en las escaleras y tiró de ella con algo de prisa.
—No sabía que el señor Laxus había regresado... Podemos ir al jardín trasero, tenemos unos lindos matorrales que... podrá tocar...
—Guíame —Lucy sintió dulzura al notar que la niña se sentía cohibida por no saber cómo abordarla desde su ceguera. Solía sucederle mucho, pero más que hartarse le parecía lindo que la pequeña se tomara la molestia de tratarla como lo más común—. ¿Cuántos años tienes, Wendy?
—Tengo trece años, pero todos me dicen que no aparento esa edad. —Lucy evitó decir que por el simple hecho de oírla hablar creyó que era un poco menor—. Juvia dice que con el tiempo seré toda una señorita. Usted, Lucy, ¿qué edad tiene?
—Tengo veinticuatro años, Wendy. Puedes tutearme.
—¡Es de la edad de Juvia! Cuidado, hay un escalón aquí. —Lucy siguió las indicaciones de Wendy antes de continuar la charla—. Lucy, ¿es verdad que sabe tocar el piano?
—S-sí, pero cómo...
—¡Natsu me lo contó! Me dijo que tocaba el piano con mucha habilidad, y que además tenía una voz hermosa, ¿podré escucharla algún día?
Lucy no respondió, muda por oír el nombre de Natsu nuevamente. Wendy no pareció notarlo, y donde el olor de las flores llenó su espacio, la niña la soltó y giró alrededor.
—Natsu... te lo dijo... —Murmuró. Por un instante, resurgido de entre las memorias rotas y la melancolía desbordando de su corazón, Lucy pudo oír su voz de nuevo. Y con ese recuerdo se lo imaginó con su acento jovial y varonil, contando sus graciosas historias y empleando tanta pasión al contarlas que muchas veces se creyó parte de las mismas—. ¿Te habló sobre... mí?
—Muchas veces, solía pasar con él cuando venía durante el invierno. —Wendy estaba tan emocionada hablando de su adoración a Natsu por el amor que irradiaba en aquel entonces, que no advirtió a Juvia cerca suyo y haciéndoles señas de que guardara silencio—. Incluso mandó a traer un piano, dijo que le encantaría tocarlo cuando estuviera aquí con nosotros.
Lucy se sintió muy mal, todo empezó a darle vueltas y antes de que pudiera siquiera emitir un quejido perdió la noción de su alrededor por un instante, y cuando volvió a recobrar el sentido, se hallaba de rodillas con los gritos alarmados de Wendy y un perfume femenino distinto al de la muchachita. Le tomó varios segundos darse cuenta de que una mujer le llamaba e intentaba ponerla de pie.
—Lucy, ¿me escuchas? Soy Juvia, háblame.
—Así que esta es la famosa Lucy —La misma voz gutural de hacia un rato exclamó con aire divertido a sus espaldas. Lucy movió los dedos, sentía escozor en las palmas de su mano, y supuso que en su trance intentó meterlas para evitar una caída—. No durará, es una inglesa de alta cuna que no tolerará nuestras tierras.
—Laxus, márchate, no es el momento —Advirtió Juvia con un tono desabrido. Lucy logró superar la sensación de que todo le daba vueltas, más no encontró la fuerza para ponerse de pie.
—Sólo quería echarle un vistazo, parece enferma.
—Laxus, vete —Ordenó Juvia. Lucy logró incorporarse, algo temblorosa, pero atenta al intercambio—. Wendy, ve a las cocinas para que preparan algo de té, por favor. La llevaré al despacho de el abuelo.
—¡Sí! —La joven se retiró con rapidez. Laxus no se movió del camino de las mujeres, y Juvia frunció el ceño.
—He dicho que te muevas, ¿o es que no entiendes?
—No me alces la voz, mujer. Tengo curiosidad.
—Salamander te dijo que no te quería cerca del castillo cuando él estuviera aquí —Le recordó con frialdad.
—No me notará, está muy ocupado cogiéndose a Erza...
—¡Quiero te largues, ahora! —Le gritó Juvia con rabia. Lucy se encogió un poco. No sabía si era por su grito, más no quería averiguarlo.
Laxus soltó una risilla maliciosa.
—Bien, al menos el bastardo se asegurará de que haya un heredero con verdadera sangre escocesa.
Juvia se adelantó a golpearlo pero el hombre fue más veloz y se apartó de su trayectoria, alejándose con sonoras carcajadas. Lucy, temblando como una hoja, rompió a llorar sin control alguno. Juvia sintió su corazón romperse al verla tan vulnerable y la guió al otro lado del jardín, donde una banca oculta entre los matorrales les brindaría un poco más de privacidad ante los criados que lanzaban miradas curiosas. Le costó largos minutos tranquilizar a la mujer de rubia cabellera, y cuando finalmente lo logró, Lucy buscó escapar de su agarre.
—Lucy, por favor, no debes escuchar a Laxus. Es un resentido, Salamander sólo está...
—Me tiene sin cuidado lo que ese hombre haga —Afirmó, incapaz de levantarse al sentir que sus piernas no podrían sostenerla—. Puede tener cuantas mujeres le plazca, sólo quiero que me deje a mí en paz.
Juvia pensó por un momento, que ese hombre al que tanto odio parecía tener, era Natsu, quien sentía el mismo sentimiento de vuelta hacia ella y todo lo que representaba. ¿Cómo cambiarían las cosas si Lucy lo sabía? Como fuese, no le correspondía a ella revelarlo. Y ese era su temor, si no era ella, ¿quién? ¿Viviría toda su vida esa cruel mentira?
¿Hasta dónde planeaba llegar Natsu con su red de engaño? ¿Qué tanta venganza deseaba consumir antes de darse cuenta de que era suficiente?
—Lucy, entiendo tu sentimiento... pero él no...
—No, no lo entiendes en absoluto —Espetó, quitando la mano que Juvia había tomado para darle un suave apretón. No se sentía merecedora de su bondad, ni de su compasión—. No tienes ni idea de lo que es ser gobernada por cuanto hombre se crea amo y señor de tu sombra.
Juvia no iba a enfadarse, sabía como la forjó la experiencia, supo apreciar el momento en que la mujer de nombre Lucy se rompió ante ella. Quizás por los agotadores días sumidos en soledad, tal vez ante el tormento de saber a su padre y prima en prisión, a la espera de una sentencia, o asqueada del tacto de un hombre que la había forzado de la forma más humillante.
—Debí haberle hecho daño cuando pude —Murmuró con rencor. Juvia creyó haber oído mal, pero la sonrisa cruel en los labios de Lucy le indicó que no era así—. Si hubiese sido más valiente, no estaría pasando por esto.
—¿De qué hablas?
—Maté a Natsu, Juvia. ¿No es eso prueba suficiente de mi culpabilidad? ¿Mi confesión? Estoy dispuesta a confesar si con eso puedo salir de aquí.
—No hablas en serio.
—Todavía puedo sentir la calidez de su sangre que bañó mis manos.
—¡Estás mintiendo! —Juvia conocía esa nota de auto desprecio, ese sentimiento de no tener nada más por lo cual luchar y las vanas ganas de continuar—. Lucy, no creo que tú... No mataste a Natsu.
—Yo sostuve la daga que cortó su garganta.
—¿Por qué haces esto? ¿Por qué te desprecias de esta manera? No eres una asesina.
—Sí lo soy, maté a Natsu. Y todo lo que me sucede es consecuencia de ello, que su primo me halla violado es mi castigo por haber matado a un hombre que en verdad me amaba —Lloró desconsolada. Juvia no quería creer en sus palabras—. Estoy cansada, no puedo con esto. Me supera, y te juro que si no haces que un miembro del magistrado venga a tomar mi declaración y me lleve presa a donde se halla mi prima, me mataré a la primera oportunidad.
—¡Te has vuelto loca!
—¡Estoy enferma de dolor! —Gritó horrorizada, llevándose las manos al pecho y presionando la zona donde su corazón latía desesperado—. No puedo más con esto. Lo maté, ¡yo lo maté! Y él me miró en todo momento, supo que fui yo quien le cortó la garganta.
Juvia quería alejarse, pero algo la hacía mantenerse como una estatua inmóvil ante ella, como si muy dentro suyo supiera que ocultaba algo más. Y necesitaba averiguarlo, tenía que saber la historia desde otra perspectiva, ¿y quién mejor que Lucy? Se levantó, decidida a indagar al respecto, pero su rostro perdió color al ver a Natsu detrás suyo, mirando con ojos fríos a Lucy.
—Vaya, al fin ha decidido confesar —Aunque Juvia le rogó con la mirada que no hablara, Salamander, con su negro cabello ocultando parte de su cicatriz, se acercó a ellas a grandes zancadas—. Es una pena que sea demasiado tarde para llevarla a juicio, tendrá que pagar su condena... aquí.
—No si llama al magistrado para tomar mi declaración, si usted le dice que tiene pruebas...
—El caso está cerrado, Luce. El cerdo de su padre y la rastrera de su prima han sido sentenciados a la horca.
—¡No! —Lucy se abalanzó contra aquella voz burlesca, cargada de desprecio hacia ella y apenas logró tocarle cuando él la inmovilizó—. ¡Yo también soy culpable! ¡No puede... no puede...!
—Claro que puedo decidir, y decido que su sentencia será quedarse aquí, viviendo mientras sus cómplices pagan las consecuencias de sus actos con la muerte.
—Sa-Salamander... se lo suplico, al menos escúcheme, por lo que más quiera —Juvia pudo ver la indecisión cruzar un momento los ojos de Natsu ante el ruego de Lucy—. Se lo pido, por favor, tiene que detener esto... yo soy la única culpable.
—No, es la tercer culpable, no la única—con aquella frase, la leve pizca de duda que había azorado a Natsu, se esfumó tan rápido como llegó, y sin tomar a Lucy de las muñecas, la obligó a bajar los brazos—. Así que no me venga con falsos lloriqueos, no voy a subestimar sus capacidades sólo porque no pueda... ver.
—No, ¡usted no entiende!
—Ni lo intento.
—¡Yo fui quien mató a Natsu, sólo yo! ¡Le corté la garganta!
—¿Y me va a decir que el muy dispuesto lo aceptó sin luchar? —Ironizó, sin dejar de tirar de ella en dirección al castillo. Lucy se resistía. Su punto de quiebre había sido saber lo mucho que Natsu la amó, y cómo ella le pagó—. Andando.
—¡Lo tomé desprevenido!
—No me provoque, Lucy. Ni tampoco intente tomarme por un iluso, ¡le he dicho que camine!
—Tendrá que llevarme a rastras, porque yo no pienso entrar.
—Como guste —Fue toda la advertencia que le dio antes de agacharse ante ella. Lucy sintió que algo le golpeaba las caderas, y se dobló hacia el frente de la fuerza y la impresión del empuje, entonces acabó con la cabeza colgada y el hombro del escocés clavado en su vientre mientras la llevaba como a un costal—. Le advierto de una vez que no será agradable.
—¡Es un salvaje! —Pataleo horrorizada, no tanto por su trato, sino por la idea de verse a solas con él en alguna habitación—. ¡Suélteme, es usted un bárbaro, una bestia salvaje!
—Y usted una mentirosa compulsiva, así que háganos un favor y cierre la boca un rato, ¿quiere? No debió salir si se pondría así de histérica.
Lucy se vio obligada a guardar silencio cuando subieron las escaleras, en aquella posición tan vulnerable, de cabeza , a ciegas, y sintiendo la mano que se posaba sobre sus muslos para mantenerla en su lugar, no sabía decir ni qué sentimiento era más intenso, si el dolor, la vergüenza, o el odio que le tenía a ese escocés tan salvaje.
Supo que había llegado a su destino cuando dejaron de subir escaleras y él cerró una puerta con fuerza considerable, escuchando cómo echaba el pestillo. Antes de que el miedo la motivara a exigir saber su paradero y sus intenciones, él la arrojó de espaldas, y la sensación de caer hizo subir un grito de su garganta. Mismo que se vio opacado por la brusca exhalación de aire que emitió al caer contra el enorme colchón. Éste crujido cuando el hombre se unió a ella, y Lucy sintió un frío atroz al intuir sus intenciones.
—No quiero.
—No le estoy preguntando.
—Estará forzándome.
—No es nada nuevo, ni nada a lo que no tenga mi derecho.
—Yo no le deseo —Lucy se dio la vuelta con brusquedad cuando sintió su respiración sobre ella y su cuerpo descender. Él la dejó moverse hasta que estuvo sobre su estómago, donde la inmovilizó—. ¡No me toque!
—Es mi esposa, Luce, estoy en todo mi maldito derecho. Si la había dejado en paz fue porque me dio lástima, pero tras eso que oí, entiendo que no debo sentir la más mínima pizca de remordimiento hacia usted.
—No es excusa para tratarme de esta manera —Acorralada, intentaba liberarse del peso suficiente para deslizarse debajo suyo. No la aplastaba de modo que no pudiera respirar, pero no la dejaba ir—. No voy a perdonarle si me hace esto, ¿me escucha? ¡Suélteme!
—Es un alivio que su perdón me sea indiferente —Murmuró, apartando la sedosa cabellera de su nuca y besando la piel expuesta. Ella se estremeció, más de miedo que del inesperado cosquilleo—. Lo único que podría interesarme de usted, ya lo tengo.
A Lucy le resultó insufrible ser desvestida a la fuerza otra vez. Ser incapaz de impedir esa violación a su intimidad, de proteger su inocencia y guardarse de cualquier daño que pudiera rozarla. Si algo tenía claro era que Salamander no tenía corazón, y puesto que no existían sentimientos entre ellos, ella no podía describir lo desgraciada que se sentía de que su cuerpo fuera tan traicionero ni el tan ruin para despertar su deseo, como si no fuera parte de ella, como si sus sentimientos no fueran nada.
Quiso pedirle que al menos no la tomase así, como si se tratara de un animal en celo, pero nada más que un ronco quejido escapó de sus labios cuando la penetró desde atrás. Avergonzada por su reacción y sabedora de lo dispuesto que su cuerpo parecía estar, aprovechó su posición para ocultar su rostro de él, cohibida por su situación e incapaz de controlar lonque sentía, se sorprendió a sí misma ansiando aquella liberación inesperada que había mitigado el dolor inicial. Solo que en esta ocasión, no tenía dolor, y ella era sincera consigo misma, no tenía ningún control en ese ámbito.
¿Por qué no dolía? Existía una leve incomodidad, claro estaba, pero no el dolor tan atroz e insoportable que siempre le aseguraron que sentiría cada vez que debiera cumplir en la cama de su marido. Sus manos aferraron las sábanas debajo suyo, y en un desesperado intento por detener las sensaciones de su cuerpo, se revolvió debajo suyo, posando la cálida mejilla sobre la fría tela. Una mano sujetó su larga cabellera y él se movió con más energía en su interior. Lucy quería que se detuviera, más no encontraba palabras para pedirle aquello sin recibir sus burlas o que la ignorase. Estaba segura de que esa era su forma de castigarla.
Era tan denigrante su manera de poseerla en esos momentos, que ella no tuvo duda de que sería una huella en su alma, una huella de la cual no conseguiría recuperarse jamás. Sintió sus labios en su cuello, y luego en sus hombros desnudos, bajando hasta su espalda alta. Ella se tensó, y sintió que su pasión menguó por un momento. Y ella sabía por qué, entendía que él había visto aquello que ocultaba bajo su ropa. ¿Le preguntaría algo por las cicatrices que cruzaban su espalda? Lo dudaba. No parecía importarle nada más que su propio alivio.
—Luce, luego tendrá que explicarme... eso —murmuró contra su oído con dificultad. Ella sabía que se convertiría en una memoria imposible de olvidar; aquella voz susurrando a su oído mientras la poseía.
—Jamás... —Su voz se escuchaba tan rota que no podía reconocerla como suya. Lágrimas ardientes de desesperación escaparon de sus ojos.
Él se detuvo, justo cuando su cuerpo no podría tolerarlo más, su invasión paró y él se apartó. Lucy ni siquiera pudo respirar de alivio cuando le dio la vuelta para estar cara a cara y volvió a penetrarla. La aferró contra su cuerpo, y aunque ella quisiera, no tenía fuerzas para luchar cuando se agarró a sus brazos ante su constante vaivén. Hasta que por fin ocurrió, aquella explosión degradante y un grito abandonando su garganta sin tiempo de ahogarlo. La Heartfilia, agotada, aguardó entre los espasmos interminables y la fugaz sensación de plenitud, hasta que su cuerpo pudo recuperarse y ella se apartó de su lado con asco.
Estaba asqueada de su reacción. Asqueada de su toque. Asqueada de todo. Era una mujer inmoral y lo sabía, sus pensamientos decían una cosa, pero su sentir era otra y eso la traicionaba de una forma que apenas y lograba contener.
Por un instante, ella no sintió ninguna emoción, nada de dolor, nada de ira, nada de angustia o vergüenza, y lo único que se limitó a decir lo hizo cuando logró sentarse y le dio la espalda.
—Creí haberle dicho que se buscara a cuantas mujeres quisiera, pero que a mí no me molestara.
—Es mi esposa, voy a molestar cuando quiera —espetó, vistiéndose con rapidez e intentando ignorar la espalda de Lucy, cuya piel se hallaba llena de cicatrices.
La habían azotado con lo que posiblemente fue una fusta, ¿quién le había hecho eso? Estuvo a punto de preguntarle, más no logró formular la oración. ¿Qué más daba? Lucy acababa de admitir su culpa, y frente a Juvia, a ver si eso le enseñaba a no tratarla como a la víctima cuando sólo se encontraba recibiendo las consecuencias de sus actos.
Por eso él tampoco debía sentirse culpable. No tenía por qué.
—¿Hoy si bajará a cenar?
—No —fue toda su respuesta.
—Considero que su doncella tiene demasiadas cosas por hacer para sumarle tener que traerle la cena a su frígida señora.
—¡Si soy tan frígida podría dejar de importunarme! —gritó, harta de su situación. Más calmada, se daba cuenta de que estuvo a punto de revelar a Juvia toda la verdad en medio de su colapso. Y eso era algo que no podía hacer por nada del mundo. Era impensable.
—Tengo la firme creencia que si insisto un poco más, tal vez podría volverla un poco más accesible.
Natsu no esperó lo siguiente que Lucy hizo, que fue tomar una almohada y arrojarla en donde ella creyó que se encontraba por el sonido de su voz. Falló por poco, pues el cojín rebotó en su rodilla antes de caer en un susurro. Atónito, observó las mejillas rojas de la mujer y su expresión de frustración cuando ella misma se dio cuenta de su acción.
—Si me dice que fallé, a la próxima no será algo tan suave como una almohada —advirtió.
Natsu tuvo que inhalar hondo un par de veces para no reír. Realmente encantado por aquella furiosa reacción.
—
No falló...
—... No me dejará ir, ¿verdad? Ni siquiera para despedirme de mi prima una última vez... —su tono se escuchaba cansado, derrotado. Lucy le seguía dando la espalda, con su larga cabellera cubriendo su espalda surcada de cicatrices—. Usted no tiene corazón.
—Sé mantener el corazón apartado de mis asuntos, Luce. Mi primo no entendió eso, y vea lo que resultó. Está usted aquí casada conmigo, y él enterrado en el cementerio donde yace su madre.
Lucy sintió algo afilado clavarse en su estómago, y luego retorcerse.
—¿Encontraron su cuerpo?
—Por supuesto, y porque lo vi, es que no puedo sentir ninguna pizca de compasión hacia usted y su familia.
Lucy no supo qué responder, y se limitó a yacer en silencio. Natsu no soportó su falsedad y se colocó delante de ella, obligándole a alzar el rostro en su dirección con los dedos clavados en su barbilla. Ella lloraba en silencio, pero no tenía alguna expresión clara en sus rasgos.
—¿Por qué lo hizo, Luce? Él la quería, algo de lo que no muchas mujeres pueden alardear en estos tiempos. La amaba y estaba dispuesto a cualquier cosa por hacerlo feliz, ¡¿por qué?!
—Yo no lo quería... —Susurró, incapaz de formular las palabras con su voz ahogada. Natsu la soltó, no queriendo admitir que escucharla decir eso le había dolido. ¿Todavía podía doler? Era imposible, había enterrado esos sentimientos. Ya no sentía nada más que odio y deseo por Lucy—. Le dije eso muchas veces, pero estaba tan empeñado en...
—No quiero oírla, ya fue suficiente. No necesito reforzar mi idea de que es una mujer rastrera e interesada. Dígame, ¿tendré que cuidarme yo también de que no me raje la garganta como un cerdo?
—¿Puedo visitar su tumba?
—¿Qué es lo que quiere? ¿Bailar sobre ella, escupirle?
—¡No soy un monstruo!
—¡Yo sí! Y me importan muy poco sus necesidades o sus deseos. Acostúmbrate.
—No me quedaré aquí eternamente —declaró al sentirlo alejarse.
—Por supuesto que no, cuando muera saldrá en un lindo féretro y como castigo la van a enterrar a su lado, sólo entonces podrá acercarse a su tumba —espetó, azotando la puerta detrás suyo.
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Continuará...
N/A 2: Creo que este ha sido uno de los capítulos que más me ha costado escribir, ¿ustedes qué dicen? Muchas cosas por intentar transmitir y otras tantas dichas a medias, ¿lo logré? Sino pues al momento de hacer la corrección final podré enmendarlo.
Nos leemos ♡
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