Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

¤¤ Capítulo 34 ¤¤

N/A: Disculpen que no hubiera actualizado, por mi trabajo fue temporada ligeramente alta y siendo sincera llegaba lista para dormir JAJJAJA, pero ya todo bien, aquí otra actualización. En cuanto a los dibujos, en ello ando, al principio sería unos bocetos a lápiz, pero quiero al menos pasarle algo de tinta para que se vean más limpios. No les pongo color porque no sé colorear </3

¤¤¤¤¤¤♡¤¤¤¤¤¤

No fue sino hasta el quinto día de viaje que Lucy se aventuró a preguntar directamente a su esposo hacia dónde se dirigían. El primer día había sido el más largo y agotador. Sus músculos protestaban por las largas horas en una misma posición, y otros que no sabía que podían doler se encontraban doloridos. Y ella sabía el motivo. El baño la había ayudado a relajarse, y aunque no era un dolor insoportable, la molestaba de una manera inquietante, haciéndole recordar la causa de su situación. Sumado a ello que él viajaba en el mismo carruaje que ella, sin la compañía de Virgo que se encontraba en otro junto a las mujeres que lo acompañaban, hacía del trayecto una verdadera prueba a sus nervios.

—Es un viaje largo, eso es todo lo que necesita saber —le respondió él con aire aburrido, mirando por la ventanilla sin mucho que admirar. Comenzaba a preguntarse si había sido buena idea ir con ella en el mismo carruaje, el silencio era tan tenso que casi podía palparlo. Ella no quería hablarle, lo podía ver en el modo en que buscaba alejarse lo más posible de él en el asiento delante suyo—. ¿Necesita estirar las piernas de nuevo?

Lucy se limitó a negar y jugó distraída con uno de los mechones que caían por su rostro hasta su pecho, enrollando la hebra en su dedo índice. Salamander cerró la cortina de la portezuela y se quitó la peluca. Le picaba a ratos y ya comenzaba a anochecer, por lo que se encontraba más relajado y se la pondría en caso de necesitar bajar.

—Me interesa saberlo, porque cuando le llamen a declarar para el juicio de mi prima... no puede retrasar el proceso si se encuentra tan lejos.

Salamander sonrió para sí, ya se comenzaba a preguntar cuándo ella intentaría abordar el tema. Tal parecía que no se andaba por las ramas e iba directo al grano. En días anteriores, apenas si habían intercambiado palabras, y cuando llegaban a una posada para pasar la noche, la habitación que pedía se la dejaba a Lucy y su doncella. Él dormía en el carruaje o dormitaba en el establo junto a Gajeel. En esta ocasión no llevaba escolta, y realmente era lo ideal, pues así llamaban menos la atención.

—Lo que tengo que declarar, ya lo he hecho. El resto está en manos de la corona —evaluó su reacción. Lucy por fin demostró algo más aparte de esa fría indiferencia. Y era pánico.

—¿Qué dice? Pero... apenas les han arrestado, el juicio...

—Ellos están siendo juzgados por traicionar a la corona al intentar romper el tratado de paz... —añadió con lentitud—. Usted misma debería estar ahí, pero creen que por su discapacidad no vale la pena encerrarla.

—¡Los van a colgar! —Lucy, después de aquel letargo donde sus emociones parecían haber desaparecido la misma noche que perdió la virginidad,  pareció por fin obtenerlas de vuelta—. Oh por... ¡debo volver! Está cometiendo un error. Dios mío.

—Es lo más probable, lo que sí es que se me notificará para asistir el día que dicten la sentencia.

—Tiene que impedirlo.

—¿Por qué? La Corona cree en su inocencia, pero yo no. Sé que usted también tuvo que ver.

—Usted no sabe nada.

—Sé lo necesario. Ahora tengo que llevarla conmigo, y déjeme decirle que no es más que un estorbo. Hasta hacía unos minutos era un bulto en el equipaje, ahora se ha transformado en algo un poco más molesto.

—Es usted repulsivo —escupió ella de pronto, llena de impotencia. Porque aunque deseara con todas sus fuerzas, sabía que no podía detenerlo, ni detener lo que sucedería con Mavis o Jude.

—Lo mismo pienso de su persona —musitó él sin terminar de encajar su insulto. Lucy jamás había sido así con él, podía ser fría, pero llegar a ese punto. Recordó, no sin algo de molestia, todas las veces que ella le rechazó fríamente para luego aceptar sus atenciones sin más—. Tal vez Natsu no se diera cuenta a su debido tiempo, pero sabíamos que usted no correspondía sus sentimientos. Que casualidad que al saber de sus riquezas, de pronto la veían colgada de su brazo a donde sea que fuera.

—¡Está hablando de cosas que no sabe!

—Claro que lo sé, sé que es una interesada y una asesina.

—Mi único interés en estos momentos es saber por qué me obliga a acompañarle si tan mal le parezco. —Lucy no pensaba seguir su juego, ni hacer caso de sus acusaciones.

—Ya somos dos —se limitó de responder para volver a sumirse en el silencio. Su esposa imitó su acción, incapaz de centrar su mirada en algún lugar, sus párpados se cerraron y permanecieron así un largo rato. Cuando él lo advirtió, ella se hallaba dormida, con el cuerpo recargado del lado contrario al suyo y las manos flácida sobre el regazo.

Supo que había forzado su cuerpo a un viaje tan extenuante entonces. Y aún en contra de sus pensamientos  malhumorados, decidió que era tiempo de descansar.

Al día siguiente, y sin una explicación aparente, el modo en que viajaban había cambiado. Virgo le había dicho que se trataba de carromatos, tan llenos de color y tirados por magníficos sementales purasangre que sólo pudo suponer que obtenían al provenir o estar familiarizados con un gran clan como lo eran los Dreyar. Ahora se encontraba en el exterior, pero no viajaba con Salamander. Él montaba un corcel en esta ocasión junto a otro par de hombres, uno de ellos, Gajeel. Con Lucy y su doncella, se encontraba una mujer que se había presentado como Juvia, era ella quien llevaba las riendas de los caballos, para sorpresa de la Heartfilia. No, ya no más Heartfilia, sino Dreyar. Ahora llevaba el apellido de su marido.

Cohibida por lo el trato de Salamander, y su opinión de ella, Lucy no se atrevía a entablar conversación con nadie más. Oía voces a su alrededor en ocasiones, incluso risotadas, pero ella se limitaba a permanecer en silencio, sentada en medio de Juvia y Virgo, quienes a su modo velaban por que ella no tuviera algún pequeño percance si el carromato se ladeaba con el empedrado camino. Virgo, como doncella que era, y advirtiendo la poca disposición de su señora, se limitaba a observar a su alrededor con detalle. No podía esperar para estar a solas con su señora y escribirle con lujo de detalles aquellos bellos paisajes, algo que a Lucy le encantaba.

—Se encuentra muy callada, milady. ¿No tiene algún tema de interés o no soy la compañía adecuada? —Se aventuró a preguntar Juvia, notando la casi imperceptible tensión de Lucy cada vez que rozaba con ella. Salamander, que iba a un costado en su propio caballo, le dirigió una mirada de molestia—. ¿O es que su marido le comió la lengua?

—Juvia —advirtió Salamander, viendo la expresión desoladora que cruzó por el rostro de Lucy. Él sabía lo que le vendría a la mente con aquel comentario, porque era lo mismo que venía a la suya. Ambos en aquel sofá, en un encuentro demasiado devastador que incluso a él le avergonzaba su actuar. Más nada podía hacer para remediarlo, pues ya estaba hecho.

—Quiero platicar, ¿nos disculpas? Ve a trotar con mi hermano y deja de husmear —respondió Juvia, luego de poner los ojos en blanco por la advertencia en su voz. Él había sido claro con ella, no quería oírla. Pues bien, ella no tenía por qué oírlo a él.

Salamander la miró otro largo instante, decidiendo todavía si eso sería o no lo más aceptable. Pero Lucy, que no había advertido su presencia hasta que lo escuchó hablar, ahora no se mostraba mas cómoda que antes. Virgo asintió, leyendo en su expresión la idea de hacer lo que Juvia sugirió de forma tan poco amable. No por Juvia, sino que le debía ese lapso de paz por su presencia.

—No pierdas de vista el camino, es un poco más traicionero.

—Igual que tú —murmuró por lo bajo, Lucy la escuchó. Salamander la ignoró y se adelantó. Una vez solas, Juvia le dio un leve empujón a Lucy con el codo—. Al cabezota de tu marido hay que tratarlo con el mismo tono despectivo con el que se dirige a ti. Cuando note su reflejo, su humor mejorará.

—No creo que a mi señor le agrade esa forma de trato... —Lucy no quería provocarlo para que volviera a ponerle las manos encima. Hasta ahora no había vuelto a hacerlo, y ella no comprendía si se trataba de su naturaleza o sólo aguardaba un mejor momento—. Pero aprecio su consejo...

—Juvia, sólo llámame Juvia. Y a él no lo llames mi señor, no se merece el título. Dile Salamander, como todos nosotros. Le gusta mucho su nombre.

—No podría... no tengo esa familiaridad con él, y no deseo tenerla—divulgar su desagrado por él no era algo que Lucy hubiera hecho antes, com cualquiera. Pero estaba tan resentida por la humillación a la que la había sometido en su propio hogar. No podía olvidarlo. Todavía, en sus sueños las profundos, vivía ese terrible momento, y las pesadillas la devoraban con otros recuerdos aún más aterradores, provocando despertarse bañada en sudor o derramando algunas lágrimas de la angustia.

—Bueno, no le conoces de nada, si me lo permites, Lucy. ¿Puedo llamarte Lucy? —Al obtener su aprobación con un asentimiento de su cabeza, continuó—: Te decía, sé que puede parecer un maldito perro con rabia, pero está resentido y su viaje a Londres no le ha traído más que dolores de cabeza. Nadie esperaba su matrimonio, te lo aseguro. Pero quizás podrías... darle un oportunidad.

—Jamás. Juvia, sé que le conoces desde mucho antes, lo digo por la confianza con la que se dirigen el uno al otro, pero preferiría que cambiemos el tema... no, no quiero hablar de él.

—Entiendo, te lo decía para que no entres en pánico si al llegar a nuestro destino sigue con esa actitud de resentido, se le pasará. Mientras tanto, tú y yo podremos pasear. Me interesa conocerte.

—Espero que al llegar a nuestro destino él no vuelva a prestarme atención —dijo más para sí, ignorando la mirada curiosa que la mujer de cabello azul le dirigió—. Agradezco su amabilidad, Juvia, pero no creo que sea lo mejor conocerme.

—Sé de lo que se te acusa —se apresuró a aclarar, viendo la vacilación de la rubia. Lucy se encogió un instante, pero se recompuso y echó los hombros atrás, como si aguardara insultos—. Y si te soy sincera, creo que no todo es como nos lo cuentan.

—Me acusan de haber matado a Natsu—Lucy sabía la realidad tras esas palabras. Y el dolor regresó, mitigado por la desesperación, una daga que se había incrustado en su corazón hacia cuatro años, se movió y creó una nueva fisura. No quería hacerse a la idea de tener aliados allí donde iba, porque si su marido lo deseaba, se encargaría de que todos la odiasen. Y ya no tenía fuerzas para resistirlo—. Y Salamander me ha acusado de atentar en su contra el mismo día que fui obligada a casarme con él.

—¿Atentar en su contra? —Juvia desvió su mirada del camino y la fijó en Lucy. Virgo las observó de reojo.

—Yo no lo hice... fue un malentendido, yo sólo...

—Lucy, ¿habla de las heridas en su brazo? Son leves, no necesitó sutura, pero no nos dijo cómo se las hizo.

—Fue un error... —Lucy apretó las manos contra su regazo, recordando el dolor, el miedo y la vergüenza de lo ocurrido.

—¿Qué sucedió? —¿Importaba si se lo decía? Tal vez, con eso Juvia dejaría de insistir en tratarla y ella podría tener las cosas más llevaderas al saberse odiada por ello. Podría investigar en paz junto a Virgo para que pudiesen regresar a casa y liberar a Mavis del juicio y la ira de la corona.

—Ni siquiera yo lo sé, sólo sé que mi ex prometido le esperaba. No tenía idea, ni siquiera se molestó en romper el compromiso hablando conmigo, su madre se encargó de todo. No entiendo qué quería lograr.

Juvia la observó, advirtiendo el tono de su voz, la postura de su cuerpo, el dolor marcado en sus facciones angelicales. Era una mujer muy atractiva, y muy expresiva también. La había visto esos últimos días, acompañada de Natsu o de su doncella, y era increíble el contraste en su actuar. No podía perdonarla por lo sucedido a Natsu, pero algo en ella le decía que Salamander se guardaba algo. El primer impulso de Juvia al hablarle era el mismo peligro que vislumbró en el futuro de Natsu, aquel que casi lo llevó a la tumba. Ahora este peligro envolvía a Lucy, había leído las hojas de su té aquella mañana, cuando recogían todo para continuar su viaje, y lo que vio todavía la hacía temblar.

La muerte de esa mujer. Pero no podía encontrar de dónde provenía ese peligro, ni qué tan próximo estaba. ¿Eso era lo que buscaba Natsu? ¿El fin de esa mujer? Si eso quería, podía esperar, pues no tardaría en suceder. Pero el corazón de Juvia era distinto, más compasivo, más empático, y sus ojos veían algo que los demás no. Y ese algo la motivaba a entablar amistad con la esposa de Salamander.

—Hay algo que no me está diciendo...

—No hace falta.

—¿Qué hizo Salamander después de eso? —De pronto Juvia fue consciente de las líneas moradas en las muñecas de Lucy un par de días atrás. Había pasado tras ella y su doncella, mientras esta última se dedicaba a untarle una pomada de olor delicado—. Lucy...

—No fue nada grave. Ojalá me hubiera creído que se trataba de un error, yo no lo hice.

—¿Qué fue lo que te hizo? —Preguntó con más fuerza en esta ocasión. Lucy se cubrió el rostro, odiando la debilidad que el recuerdo conllevaba para su estado físico y emocional. Juvia observó a la doncella, quien le devolvía una mirada inexpresiva antes de centrarse en su señora e intentar consolarla—. ¿Te golpeó?

Lucy negó, sin mostrar su rostro, intentando con todas sus fuerzas apartar esos pensamientos de su mente. No quería traerlos, no quería recordar lo que había sentido debajo del cuerpo de ese hombre.

Juvia tuvo una terrible corazonada, viendo sus muñecas surcadas de cicatrices y recordando el té calmante que había visto a la doncella preparar. Trayendo a su vez la muda de ropa que vio que lavaba la primera noche. Había visto sangre. A veces, aún después de una primera vez, podían sangrar por los restos de la pérdida de castidad. O por algún desgarro, pero lo segundo le provocó náuseas, porque eso sólo podía significar...

—¿Te forzó?

—... Es mi marido...

Juvia tiró de las riendas e instó a los animales a avanzar con más rapidez, sus ojos se habían vuelto rojos producto de la rabia y las lágrimas que retenía. Centró su oscura mirada en la espalda de Salamander, que parecía conversar con su hermano. Y ella no podía esperar a la próxima parada.

¤▪︎¤▪︎¤▪︎¤▪︎¤▪︎¤▪︎¤▪︎¤

—Unos días más y podremos llegar —se recordó Gajeel apenas desmontó, estirando las piernas y haciendo rotar el pie para quitar el entumecimiento del largo viaje. Salamander lo imitó, procediendo a sujetar a su caballo que había recuperado de la mansión Heartfilia. Iban a acampar en eo bosque, pues con los carromatos no veía inconveniente a que los usaran. Lastimosamente el suyo era donde pensaba alojar a Lucy, por lo que comenzaba a sopesar la idea de pasar la noche frente a la fogata y beber un poco para despejarse. Escuchó que alguien lo llamaba a su espalda, y se giró para ver a Juvia acercarse a toda prisa.

Por un breve instante, creyó que algo malo había ocurrido al ver su rostro surcado de lágrimas, y a punto estaba de avanzar a ella cuando la bofetada resonó contra su mejilla, tomándolo desprevenido y en reflejo de apartar el rostro, se encontró con la mirada sorprendida de Gajeel. Este, al ver las intenciones de Juvia de volver a darle otra bofetada, la sujetó de la cintura para interponerse entre ella y Natsu.

—¡¿Cómo pudiste?! —le gritó iracunda, arañando el brazo de Gajeel en un intento de soltarse para volver a cargar contra Natsu, que se llevaba la mano al rostro, y ella advirtió los rasguños en su mejilla—. ¿Sólo eso te hizo? Debió haberte sacado un ojo mínimamente, reverendo hijo de...

—¡Juvia! —Gajeel la censuró, y tiró de ella en dirección contraria—. ¿Qué te sucede? ¡Contrólate!

—¿Te gustaría que alguien te la meta mientras te hallas inmovilizado? ¡Pedazo de cerdo! —Juvia se trabó un instante, incapaz de encontrar las palabras para expresar su desprecio a Natsu en esos instantes, hablando como nunca debería hablar una dama—. Eso son todos ustedes, que creen que por tener miembro pueden hacer lo que se les venga en gana.

—¡Ya fue suficiente, no quiero oírte hablar así! —Exigió Gajeel, tomándola por los hombros para obligarla a verlo. Ella le dio un empujón para liberarse y retrocedió—. ¿De qué hablas?

—¡Forzó a Lucy! —le escupió, y volvió a darle un manotazo a su hermano cuando vio sus intenciones de pasar de él. Salamander se acercó al comprender—. ¿Cómo has podido? ¡¿Tú?! El hombre que junto a Gajeel defendieron mi honor cuando un monstruo se aprovechó de mí... Tú, Natsu, que me recogiste del suelo y me brindaste tu gabardina para ocultarme del mundo que me señalaría por ya no ser casta...

—Juvia, eso es diferente —Gajeel se volvió un muro impenetrable al recordar lo que Juvia le decía. Sí, él y Natsu habían matado a ese infeliz que se había atrevido a abusar de su hermana. Pero todavía era algo que no podía ni lograría perdonarse jamás.

—¡No lo es! ¿Cómo puedo volver a confiar en ti? Si fuerzas a la mujer que alguna vez amaste...

—No es algo de lo que deba hablar contigo —le cortó Salamander—. Ni ella tampoco.

—Atrévete a ponerle una mano encima de nuevo, Natsu, y le diré quién eres. Cobarde. Ten las... de al menos decirle que quien la violó es el mismo hombre al que le llora aún después de su muerte.

—El mismo que ella mató.

—Tú estás matando al Natsu en el que confiaba —le corrigió antes de darse la vuelta con suma rapidez y alejarse a pasos apresurados, luchando por no derramar lágrimas que no se merecía.

Salamander se frotó la mejilla, sintiendo un poco de escozor luego de la bofetada. Por alguna razón, todos parecían ensañarse precisamente con ese lado de su rostro. Por el rabillo del ojo advirtió que Gajeel le veía, y con un gesto de su parte el Redfox alzó las manos y se encogió de hombros, comenzando a darle palmadas a su corcel para atarlo junto al suyo.

—A mí no me incumben tus asuntos con tu mujer, pero sabes cómo es Juvia con eso y no voy a decirle que está mal. —Antes de que el heredero Dreyar le contestara, se apresuró  a agregar—. Así como tampoco te lo diré a ti, déjame fuera, ¿sí? Yo sólo quiero volver a casa y beber un gran tarro de cerveza.

—No me agrada esa lealtad que se ha conseguido por parte de Juvia en un par de horas —admitió, procediendo a beber algo para calmar la creciente sed.

Gajeel quiso recordarle a Natsu aquel sentido que Juvia tenía para con las personas, pero en el estado de su amigo no sería un comentario para nada bien recibido, o siquiera creído, así que prefirió dejar que las cosas fluyeran. Ya el tiempo se encargaría de poner las cosas en su lugar y demostrarles si estaban o no equivocados. Sólo esperaba que hubiera manera de enmendar las cosas... en caso de estar equivocados.

¤▪︎¤▪︎¤▪︎¤▪︎¤▪︎¤▪︎¤

Por la noche, lo sabía por el frío ambiente y el comentario de Virgo sobre su posición, Lucy se hallaba cenando en la soledad del carromato. Juvia la había invitado a compartir su asiento junto a una fogata, pero no se encontraba de humor para estar en compañía de aquellos extraños, mucho menos cerca de Salamander. Virgo, por otra parte, se había retirado con su acostumbrada discreción para lavar su ropa, pues para vergüenza de Lucy su período había decidido llegar, y por más que quería encargarse de su propia ropa, le era imposible, menos en aquellas circunstancias.

Terminó de dar el último sorbo a su platillo y dejó el plato en su regazo, satisfecha. Era un estofado delicioso, y se sintió curiosa de saber cómo lo habían preparado en medio del bosque donde acampaban. Quizá le preguntase a Virgo al volver, o a Juvia a la mañana siguiente. La mujer se mostraba muy dulce al hablarle, casi comprensiva de su situación. Pero eso no era posible, ¿verdad? ¿Cómo podían comprenderla?

Se estiró para buscar un lugar donde dejar el plato, intentando a su vez familiarizarse con el espacio del carromato. Temprano se había tropezado y golpeado en el pie, y más tarde chocó con lo que pareció ser una especie de pequeña alacena en uno de los muros. Encontró una bandeja metálica y sobre la misma una taza vacía. Curiosa siguió tanteando hasta que tocó metal ardiendo. Contuvo un gemido de dolor y retiró la mano lo más rápido que pudo, sintiendo el dolor por la quemadura. No sabía que había algo caliente cerca, y tampoco tuvo el cuidado para advertirlo. Escuchó la puerta abrirse y supuso que se trataba de Virgo, pues ya llevaba un rato de haberse ido a realizar la tarea.

—Virgo, ¿puedes darme un poco de agua fría, por favor? No sabía que había algo caliente.

—¿Se ha quemado? ¿Le cayó encima? —Con sólo su voz fue suficiente para paralizarse y retroceder con su mano herida contra su pecho. Al mismo tiempo escuchó sus pasos aproximarse—. ¡No retroceda! La bandeja...

Lucy sólo sintió que tiraba de ella al mismo tiempo que sentía la bandeja engancharse en su falda y llevarla consigo. Esperó el ardiente líquido caer en sus piernas y causarle dolor, pero sólo percibió su cuerpo ser tirado por él y estrellarse en su pecho al tiempo que la elevaba. Los segundos le parecieron eternos hasta que sus pies volvieron a tocar el suelo, ahora húmedo.

—¿Su doncella la ha dejado sola sin advertirle? —Salamander intentó ver su mano, ella no se lo permitió—. Déjeme ver su mano.

—Virgo se hará cargo cuando regrese.

—No sea terca, déjeme ver.

—No hace falta —Lucy no quería tenerlo cerca. Todavía tenía miedo de que Juvia hubiese ido a reclamarle lo que había averiguado de lo ocurrido entre ellos.

—Lucy —le advirtió con un tono que la hizo vacilar. Finalmente accedió, mostrando la palma que le escocía—. La han empezado a salir ampollas... Maldita sea, ¿cómo nadie la advirtió de la tetera?

—Ya me ocuparé del desastre y mi quemadura, si es tan comprensivo, podría retirarse y dejarme atender mi herida.

—Siéntese —le ordenó con el mismo tono que exigió ver su mano. Lucy encontró la cama y se sentó con lentitud, intentando no retarle. No lo conocía, no sabía qué tipo de carácter tenía o qué actitudes adoptaría acorde a sus negativas, por lo que decidió que no lo provocaría. Lo escuchó moverse y abrir una gaveta—. ¿Su doncella ha ido a lavar ropa?

—No debe tardar —respondió, sintiendo que se acercaba de nuevo a ella y se arrodillaba delante suyo. Se removió incómoda de su presencia—. Mi señor, ella podrá ver mi herida...

—Salamander —la corrigió—. Muéstreme su mano, así. Creo que ya hemos pasado de las formalidades, puede llamarme Salamander.

Lucy no respondió, recelosa del tono afable de su voz. Sorpresivamente, sintió un húmedo trapo depositarse en su mano extendida, cubriendo hasta sus dedos y una sensación refrescante la hizo relajar los dedos tensos. El aroma del alcanfor le indicó a qué se debía ese repentino alivio. Salamander dejó el trapo humedecido por el tónico un par de minutos, mientras procedía a buscar la pomada para las quemaduras que recordaba haber visto ahí tiempo atrás. La encontró y volvió a Lucy, que seguía en la misma posición en la que le dejó.

Miró el rostro de Lucy, advirtiendo las ojeras que comenzaban a notarse bajo sus ojos. Esos ojos que a pesar de carecer del brillo de la consciencia, transmitían una tristeza profunda. ¿Debía sentir lástima por ella? Su comportamiento era el de un bárbaro por lo que hizo, eso no lo negaba. Pero ¿y lo hecho por ella? ¿Por su ceguera habría que perdonarlo sin más? No, él no estaba dispuesto a ello.

Lucy también tenía que cargar con la consciencia de sus actos. Pero si había algo que no estaba dispuesto a hacer más, era a darle ese trato que recibió su primera vez. Retiró el trapo con alcanfor de su mano enrojecida y destapó la pomada de aroma medicinal.

—Lucy, respecto a lo sucedido en su hogar...

—No quiero hablar de eso —le cortó ella, apartando el rostro para ocultar su expresión desoladora y atormentada—. Intento olvidarlo con todas mis fuerzas, así que le agradeceré que no me lo recuerde, jamás.

—Entendido... —murmuró, optando por dejar el tema. A su mente volvieron las palabras de Juvia y su repentina solidaridad para con Lucy. Cubrió con la pomada uno a uno los dedos de su esposa que permanecía muda y con el rostro girado para no darle la cara—. Estamos por llegar a nuestro destino, sólo unos días más.

—¿Puedo por fin saber a dónde nos dirigimos?

—Al castillo de mi abuelo, el jefe del clan Dreyar —contestó con aquella voz que había aprendido a entender que ahora le pertenecía. Lucy movió los dedos en un ligero temblor, y volvió a relajar la mano cuando la pomada cubrió su palma—. Estamos en Escocia.

—¿Cuánto tiempo he de permanecer aquí?

—El necesario para que el rey retire a sus tropas de nuestra tierra, cuando eso suceda, si gusta, podrá regresar a Inglaterra y olvidarse de mí.

—El tratado dice que el ejército inglés tiene que permanecer lo suficientemente cerca para mantener tranquilo a los clanes.

—Así es —afirmó, tomó unas  cortas tiras que usó para envolver la mano de Lucy hasta atarla con nudos firmes en el dorso—. He allí su respuesta, querida Luce.

—No me llame Luce —le espetó, sin girar el rostro en su dirección y retirando la mano que había vendado—. Mi nombre es Lucy.

—De acuerdo. ¿Algo más?

—Si es tan considerado, absténgase de volver a tocarme —Lucy sabía que con ello sólo podía provocarle, y hasta hacía unos instantes se prometió precisamente no hacerlo, pero aquel apelativo, esa manera de llamarla sólo lo hacía alguien que ya no estaba más a su lado—. Gracias por atender mi herida.

—De nada —respondió con los dientes apretados, cogiendo el abrigo que había ido a buscar en primer lugar y dirigiéndose a la salida en grandes zancadas, azotando la puerta detrás de sí.

El dolor que sus emociones se habían encargado de suprimir, volvió por primera vez. En la calma de aquella noche, tendida en una cama extraña, Lucy se abrazó y dejó que las ardientes lágrimas quemasen sus mejillas y los sollozos sacudieran su cuerpo. Se sentía tan solitaria. ¿Cómo la estaría pasando Mavis? Tenía que buscar el modo de contactarla, hacerle saber que la salvaría, pero antes tenía que salvarse a sí misma.

Después de lo que le pareció una eternidad, Lucy dejó de llorar y dejó que el cansancio la arrastrase al mundo de los sueños difusos cargados de recuerdos. Pero era un estado tan frágil que en medio de voces distorsionadas y recuerdos hermosos ella percibió un cuerpo cerca suyo. Su marido había regresado al parecer. Fingió estar dormida, intentando que su respiración continuara con la laxitud del sueño y lo escuchó desvestirse. Por un instante, creyó que podría oír el retumbar acelerado de su corazón, pero él se echó a su lado y la atrajo contra su cuerpo.

Su aroma... aquel aroma familiar la perturbó de una manera que no logró comprender, pero también percibió el aliento a alcohol cuando envolvió un brazo en su cintura y la apretó ligeramente antes de relajarse. Lucy continuó inmóvil, a la espera de oírlo dormir profundamente, pero los minutos se sucedieron largos y silenciosos. Y él seguía despierto.

Ella comprendió que era igual de consciente de ella como ella de su presencia y el musculoso brazo que descansaba sobre su cintura y la retenía cerca suyo. No advirtiendo ningún otro movimiento más, se obligó a intentar relajarse, cerrando los ojos y relajando los músculos de su cuerpo con el pasar de los minutos. Hasta que sus pestañas rozaron sus mejillas y su respiración adquirió el peso del sueño. Sólo entonces al hallarse profundamente dormida, Natsu le siguió en silencio.

¤¤¤¤¤♡¤¤¤¤¤

Continuará...

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro