¤¤ Capítulo 32 ¤¤
N/A: Respondiendo a una duda rápida, la historia todavía no llega a su final, le falta rato. No sé si les parezca pesada, pero creo que aún hay varias cosas por contar. Pronto respondo sus comentarios ♡ Disfruten la lectura 7u7
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Mavis disfrutaba del sol matutino que en ocasiones se dejaba entrever sobre las espesas nubes, y disfrutó del calor que disipaba la neblina de aquella mañana. Recogió un par de arándanos en la fila de arbustos que rodeaban uno de los muros de la mansión, y los introdujo en su cesto. Tenía los suficientes para hacer más tarde una deliciosa tarta. Cortó unas pocas más y se dirigió a la cocina para lavarlas. Por la posición del sol supuso que Lucy debería estar por despertar, y se dirigía a su habitación cuando Virgo le informó de la llegada de alguien. Mavis se quitó el delantal y lavó sus manos, peinando con sus dedos algunos mechones sueltos de su recogido antes de dirigirse al salón principal, donde Capricornio ya había dejado entrar al visitante. Una sonrisa sincera tiró de sus labios y tuvo que contenerse por no abrazarlo. Llevaba días en silencio, sin buscarla.
—Milord, buenos días, ¿qué le trae por aquí? —Era Zeref. Tan apuesto y elegante como siempre, con su cabellera azabache ligeramente despeinada y sus ojos siempre atentos. En esta ocasión, la miraron sin una pizca de emoción. Y ella sintió algo removerse en su interior. Verificó que no hubiera nadie cerca antes de acercarse con lentitud—. Zeref, ¿sigues molesto? Perdóname, podemos hablarlo. Te he extrañado.
—¿Se encuentra lord Jude y Lucy? —inquirió, echando una ojeada alrededor. Mavis asintió.
—No deben tardar en bajar, ¿quieres desayunar con nosotros?
—Lo que yo quiero —comenzó a decir, acercándose a ella en dos zancadas y tomando uno de los rizos que caían sobre sus hombros. Lo vio como si fuera un objeto de valor dudoso. A ella no le gustó esa expresión en su rostro—. Es saber por qué no me habías dicho que eras buena disparando.
—¿Qué? —Si su sonrisa no había terminado de romperse, se esfumó con aquel comentario. Mavis no entendía nada. Menos cuando la puerta volvió a abrirse tras Zeref ante un nuevo llamado. Virgo se apresuró a abrir, y con el nuevo recibimiento, ella observó con confusión a Salamander Dreyar. No iba vestido como la etiqueta lo requería, ni como un noble, sino como un cíngaro—. Zeref, ¿qué sucede? ¿Qué hace él aquí?
—Mataste a Natsu —susurró él, viéndole con un infinito odio. Mavis creyó haber escuchado mal, y se forzó a apartar la vista del cíngaro que tanto le recordaba a Natsu para centrar su débil atención en Zeref.
—Zeref, ¿qué estás...? —La bofetada que el Dragneel le propinó vino sin advertencia, rápida y dolorosa. La empujó hacia atrás y ella calló con un gritó que subió a su garganta y escapó en un gemido de sorpresa. Salamander se interpuso delante de ella y Zeref cuando el primogénito Dragneel fue a por ella de nuevo—. M-me has pegado...
—¡Mataste a mi hermano! ¡Tú, y el malnacido de Jude, mataron a Natsu! —Gritó, intentando pasar por Salamander, quien no dejó que se acercara—. ¿Cómo has podido seguir actuando como si nada luego de eso? ¡¿Cómo?! Maldita sea, Salamander, muévete.
—Deja que la guardia se haga cargo del resto —le informó Salamander. Y como si con ello los invocase, un carruaje con el emblema del rey se detuvo en el jardín delantero—. No te ensucies las manos.
—Estoy manchado desde que me acosté con esa asesina —soltó sin tapujos, dándole la vuelta para alejarse de ella unos instantes. Mavis no pudo encajar sus palabras, y tambaleándose se puso de pie. Aries corrió a su lado e intentó revisarla, pero ella no podía prestarle atención, sin dejar de ver a los dos hombres y la guardia precedida por el magistrado.
El magistrado se detuvo frente a ella y la miró sin una pizca de emoción antes de declarar.
—Lady Mavis Vermillion, hija de la duquesa de Tenrou; queda usted arrestada por participar en el asesinato del heredero de Makarov Dreyar de las tierras altas, incitando con ello a una nueva rebelión por parte de los habitantes de las Highlands contra el Imperio británico.
Mavis estuvo segura de que hubiera caído de no ser porque Aries la sostenía. Negó, incapaz de hablar. El piso se movió un instante, y Aries la aferró con más fuerza al ver que las piernas no la sostenían.
—¿Se declara culpable o inocente de los cargos mencionados? Tenga claro que lo que responda aquí, deberá repetirlo ante el rey.
—¿Qué está pasando? —Todos se giraron al oír la voz de Lucy. Que se había levantado de la cama era claro, pues sólo tenía una bata con la que cubrirse sobre su camisón y atada con rapidez. Virgo la ayudó a bajar las escaleras—. ¿Mavis? ¿Zeref, qué sucede?
—¡Lucy! —Mavis no sabía qué decirle y se limitó a abrazarla, rompiendo a llorar. La mejilla le ardía allí donde Zeref le había pegado, pero más que el dolor físico era la agonía emocional que estaba sufriendo luego de escuchar al magistrado y comprender su delicada situación.
—Lucy, querida —dijo Zeref sin sentir la dulzura con la que siempre le llamaba, envenenado por la visión de Mavis—, tu prima y tu padre fueron quienes te arrebataron a Natsu. Todo fue un plan para comenzar la tensiones entre el imperio británico y las tierras altas, por la batalla de Culloden. Te hicieron creer que habían sido bandidos, rebeldes, los que mataron a Natsu delante tuyo. Como no podrías reconocerles, claro está...
Zeref estaba convencido de la inocencia de Lucy, tan convencido como lo estaba de la culpabilidad de Jude y Mavis. Salamander centró su mirada en su hermano mayor, viendo la ira consumirlo y sus ojos brillar por las lágrimas. Tal vez, había subestimado lo que Zeref sentía por la Vermillion. Sólo tal vez, él también había cometido el error de enamorarse.
—¿De qué hablas? —Lucy tragó con fuerza. Aquello no podía estar pasando. Sintió la presencia de Zeref cerca suyo, y le aferró el brazo sin dudarlo—. Zeref, ¿te has vuelto loco? Ellos no...
—Hay pruebas —la cortó Salamander, enfurecido por su intento de calmar las cosas, como si con ello pudiera salvar a su padre y su prima—. Lady Lucy, acepte la realidad de las cosas y no haga más complicado el trabajo del magistrado.
—S-soy inocente —declaró Mavis, atrayendo la atención de todos a ella. Se limpió las lágrimas de las mejillas y centró su mirada llena de desesperanza en Zeref—. Soy inocente de incitar una rebelión.
—Yo también me declaro inocente —Afirmó Jude, que había escuchado todo en su lento andar hacia el salón principal. El magistrado indicó a dos de sus guardias con un movimiento que lo detuvieran, pero el Heartfilia se negó a dejarse tocar—. Lucy, mi niña, no temas, no es más que un malentendido.
—Yo no estaría tan seguro, Jude —advirtió Zeref—. Las pruebas dicen todo lo contrario.
—En nombre del imperio británico, y del rey, quedan arrestados por ser sospechosos de incitadores y partícipes en el asesinato de Natsu Dragneel. —Declaró el Magistrado, apresando el brazo de Mavis y tirando de ella. Lucy la aferró, desesperada por salvarla del juicio de la corona que no daba lugar a las palabras de una mujer.
Jude, con un bastón e incapaz de mantenerse en pie por sí mismo, miró a cada uno de los presentes. Pero fue uno en especial el que llamó su atención y le hizo detenerse en seco. Un cíngaro de ojos jade y pelo negro, con una notoria cicatriz en el cuello y que ascendía a su mejilla.
—Tú... —de pronto, empezó a reírse como si la situación fuese la más divertida, ganándose el repudio de Zeref y la guardias que le empujaron al carruaje que aguardaba para llevar a los procesados. Cuando pasó por su lado, Jude se inclinó para susurrarle—. La próxima vez no fallaré.
Salamander lo encaró, y a punto estuvo de darle un puñetazo de no ser porque la pinta de Jude era de un desquiciado. ¿Quién podría creerle a esas alturas? Cuando la noticia saliera en los periódicos, ya nadie volvería a confiar en su palabra. Y él estaba a salvo. Se produjo un pequeño altercado para sacar a Mavis Vermillion, quien en un desesperado intento por clemencia se aferró a Zeref. Su hermano mayor sólo le dio la espalda, ocultando con ello sus lágrimas. Lucy yacía de rodillas entre Aries y Virgo, que intentaban por todos los medios consolarla. La Heartfilia se cubría el rostro con sus manos, más eso no acallaba su llanto desesperado.
¿Lloraba por el destino de su padre y su prima? ¿O por qué ella se había salvado? Salamander ya iba a marcharse cuando el Magistrado se detuvo delante suyo y le indicó que le siguiera. Así lo hizo, observando otro par de guardias que les seguían de cerca. Zeref se acercó al notar su tensión.
—Señor Dreyar, tengo una tarea más por parte de su Majestad. Su majestad, el rey, ordena limar las asperezas que el acto de estos dos traidores ha provocado con las tierras altas. Y por ello me ha encomendado informarle que no he de partir hasta que usted no me muestre el acta que declare que Lucy Heartfilia es su esposa, como compensación por los daños causados.
—¿Qué? —Salamander no se esperaba aquello. Fue como estar debajo del agua, oyendo unos balbuceos a los que intentaba poner orden. El Magistrado carraspeo, y le vio con una ceja arqueada. Zeref se acercó de inmediato.
—¿Qué está diciendo? Ni siquiera...
—Son órdenes de su Majestad, usted ha de casarse con la heredera Heartfilia si quiere recuperar sus tierras. Su Majestad cree firmemente que su matrimonio dará un buen ejemplo en las tierras altas para que no exista otra batalla como la de décadas atrás.
—No pienso casarme con él —declaró Lucy. Nadie le prestó atención. Virgo le frotó los brazos intentando darle consuelo.
—Magistrado, esto es una locura, yo no la quiero de esposa —Salamander no se había esperado que la patética solución del rey consistiera en obligarlo a casarse con ella. Casarse con Lucy, de nuevo. Que maldito chiste.
—Usted ha declarado estar soltero, y ella también lo está. Es para brindarle la protección que ella necesita debido a su... condición. Y para darnos la paz de que los clanes no intentarán tomar represalias. La corona aprecia su cooperación y disposición para dejar este asunto en manos de la justicia, y por ello no debemos dejar cabos sueltos. Mañana a primera hora se casará con lady Lucy y yo partire con los acusados para llevarlos a juicio.
—¡Yo no me casaré con él! —En esta ocasión, Lucy llamó la atención de los presentes. De pie, con su bata pumcramente cerrada y el pelo suelto tras su espalda, incapaz de verles, ella declaró—. No hasta que se aclare este asunto de mi prima y mi padre.
—¿Lo ve? No haremos esto, será mejor que cumpla con su trabajo que es procesar a los culpables.
—Tengo órdenes de llevarlo a usted también si se resiste a este arreglo pacífico —como prueba de ello, señaló a los guardias que estaban muy cerca suyo. Salamander lo miró con odio.
—Ella no durará una semana, ¿seguro que van a exponerla a nuestro salvaje linaje?
—Es un riesgo que estamos dispuestos a correr —el Magistrado asintió, enderezado su sombrero y alisando su traje—. Volveré mañana para conseguir una copia del acta.
—Desgraciados —murmuró Salamander. Sabía lo que ocurriría si no aceptaba su estúpido arreglo. Tendría al maldito ejército del rey en su hogar, y sólo ellos sabían lo que había costado mantener tranquilos a los clanes. Lo que Laxus había hecho para perder el derecho a la sucesión.
—Salamander, puedo intentar utilizar mis influencias para que eso no suceda. Entiendo que no quiera...
—Si son órdenes del rey, no tolerará otra cosa que no sea su deseo —Admitió malhumorado, dirigiendo su atención a la pálida Heartfilia.
—No estoy menos contenta que usted —comenzó ella al saberse observada—. Hasta que esto no se aclare, no se atreva a dirigirse a mí.
—Lucy... —Zeref estaba sorprendido de su actitud—. Él ha sido quién se encargó de reunir las pruebas para que se demostrara que lo de Natsu no fue un asalto ni un accidente.
—¿Y eso regresa a Natsu? —inquirió con dureza. Necesitaba hacer algo, y tenía que ser ya—. Por supuesto que no, pero sí aleja a mi prima de mí, y lo que sea que haya hecho mi padre, no tiene nada que ver con ella.
—¡Fue Mavis quien disparó a Natsu en primer lugar! —Zeref se adelantó, exigiendo la atención de Lucy que continuó dándole la espalda, con sus doncellas a sus costados, mirándole sin expresión—. Mató a tu marido, a mi hermano, al hijo de mi padre. ¿Qué carajo te pasa?
—Lárgate —atinó ella a susurrar, con la voz rota de alguien que está a punto de echarse a llorar—. Déjenme sola.
—Lucy... —Zeref intentó tocarla.¿Su actitud sería producto del shock? Salamander lo retuvo por el brazo y negó. Zeref también tenía el corazón roto, y escuchó afuera los gritos de súplica que Mavis le dirigió. La Heartfilia se deshizo en lágrimas al oír eso, e intentó ir a socorrerla, con Virgo caminando a su lado.
—¡Lucy, no dejes que me lleven, por lo que más quieras! —Mavis se aferró a ella al verla salir en su búsqueda, notando la figura de Zeref y Salamander detrás suyo. El magistrado lanzó un juramento y las obligó a separarse—. Lucy...
—Sé que eres una víctima de esto, y buscaré el modo de ayudarte... de ayudarlos —se corrigió. Su padre no había emitido sonido alguno.
—Zeref —llamó Mavis. El azabache se negó a verla, escondiendo sus ojos brillantes de ella—. Zeref, aunque no quiera verme o volver a oírme, quiero que sepas que te amo. Sabes lo que me pasará, no me permitirán defenderme. Así es el sistema en estos lados, no tengo voz para ellos.
—Aprende a enfrentar las consecuencias de tus actos —le respondió, todavía sin verla. Mavis se abrazó, y permitió que uno de los guardias la ayudase a subir al carruaje, donde Jude les veía con diversión—. Fueron tus manos las que mataron a mi hermano, recuerda eso.
Mavis asintió con lentitud. ¿Cómo podía defenderse? Miró a Lucy con desesperanza, y luego a Jude con desconsuelo y rabia. ¿No se suponía que había dejado todo preparado para que jamás diesen con ellos? ¿Qué sería de ella ahora? ¿De su querida Lucy? ¿De su madre? El pensamiento envió una señal de alarma por todo su cuerpo e intentó darle alcance a Zeref, pero uno de los guardias la detuvo y tiró de ella con fuerza, haciéndola tropezar. El Magistrado soltó un juramento y caminó a ella amenazante. Zeref miró el próximo altercado y se adelantó a ellos, tomándola de los brazos y sacudiendo su pequeña figura con furia.
—¡¿Por qué lo hiciste?! ¡Te amaba, maldita sea, estaba dispuesto a casarme contigo!
—Salva a Lucy, por lo que más quieras, saca a Lucy de aquí —Le susurró entre lágrimas, susurrando aquella palabras al saber que Jude se encontraba cerca. Zeref la miró sin dar crédito al dolor que veía en sus ojos, pues no había negado de lo que se le acusaba más que declararse inocente, algo que sólo alargaría el proceso—. Es a ella a quien quiere, si no confías en mí no me importa, Lucy no puede volver a él.
—Deje de aplazar las cosas, lady Vermillion —El Magistrado la tomó y la obligó a subir de vuelta al carruaje. Mavis se sentó delante de Jude, incapaz de verlo a los ojos o dejar de temblar. Echó un último vistazo a Lucy, que estaba de rodillas llorando con Virgo y Aries a su lado, intentando tranquilizarla.
Vio a Salamander, que observaba a Lucy en silencio antes de dirigir su atención al carruaje donde se hallaban. Mavis evitó su mirada, y finalmente posó sus ojos en Zeref, que se negaba a observarla y tenía las mejillas húmedas, con la mandíbula tensa de tanto apretar los dientes. Entonces las puertas se cerraron.
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E
l Magistrado fue inflexible, y apenas la mañana llegó Lucy comprendió que una vez más no tenían ningún mínimo control sobre su vida. Eran los hombres quien decidían por ella, quienes le indicaban cómo vestir y cómo comportarse, qué debía hacer y qué no. Lo que consideraban que para su bienestar, otro hombre debía cuidar de ella. Sabía que no podía ser como cualquier otra esposa, no con su discapacidad, pero la realidad era que los maridos buscaban en una esposa a alguien capaz de darle hijos. Si querían placer, existían sus queridas y las mujeres de los bajos barrios que podrían satisfacer sus deseos. Fuera de ello, no tenían por qué tener trato alguno. ¿Verdad? Lucy estaba asustada, y no podía parar de temblar mientras Aries y Virgo se encargaban de prepararla, con un par de guardias del rey en el salón principal, aguardando por llevarla a la iglesia donde para su asegurar un futuro incierto, debía casarse con Salamander Dreyar. Así él recuperaría sus tierras, y ella tendría protección. Y con ello el rey tendría razones para creer que no existiría otro levantamiento de los escoceses contra el imperio británico.
—Princesa, ya se encuentra lista —aseguró Virgo, terminando de colocarle el velo sobre el precioso recogido que había elaborado en su cabello, sólo sujetando una parte y dejando suelta la mayoría de los lacios mechones dorados—. Se encuentra usted preciosa, el escocés es afortunado.
Lucy se rompió, incapaz de mantener la calma por más tiempo y aferró los brazos de Virgo. Necesitaba tanto el calor de Mavis, o el consuelo que el humor de Zeref siempre ofrecía. Lucy extrañaba tanto a Natsu, y no había más consciente en años como ese día. Estaba por casarse con su primo, por amor de Dios. Aries intentó consolarla, y Virgo dejó que sus ojos derramasen lágrimas por ver a su señora de aquella manera, era su doncella personal, y sabía perfectamente lo mucho que su ama amó al hombre que Jude enterró en su odio y sus celos enfermizos.
—¿E-enviaste mi carta? —Quiso saber, desesperada por aquel último recurso que tenía para escapar de las garras de un hombre que no conocía y del cual ella sospechaba era el mismo que la asaltó en su habitación en plena noche—. ¿Hay alguna respuesta?
—Lo lamento, princesa —fue todo lo que Virgo dijo. No, no hubo respuesta de la carta desesperada que Lucy le hizo escribir y enviar la noche anterior. Lucy asintió e intentó calmarse.
—Me lo suponía... ¿qué hora es?
Antes de que alguna de sus doncellas pudieran responder, unos golpes en la puerta las interrumpieron y luego uno de los guardias que llamó con voz inflexible.
—Mi señora, es hora ya de partir, le sugiero que se apresure.
¿Qué podía hacer? Con una resignación desoladora y el corazón partido en pedazos, Lucy se recompuso lo mejor que pudo y dejó que Virgo borrara los rastros de su llanto. Adoptando una máscara de fría indiferencia se dejó guiar. Ella no tenía por qué llevarse con aquel extraño, mucho menos tratarlo. Nunca quiso que su matrimonio con Natsu fuera así, pero ahora nada más le importaba. Natsu había querido conocerla, la había tratado y la enamoró a su manera, siendo siempre delicado y tierno con ella, quizás algo atrevido y luego un poco más apasionado. Pero ahora iba a casarse con un hombre que lo único que sabía era que por su culpa, Mavis estaba en prisión a punto de ser juzgada.
El trayecto a la iglesia fue silencio, sólo estaba ella en el interior del carruaje, no tenía a Mavis, ni a sus doncellas. Sólo oía los cascos del caballo a los costados del coche, vigilando su trayecto hasta el edificio donde su futuro esposo ya debía estarle aguardando. Lucy sujetó con más fuerza el ramo en su regazo, quizás demasiada, fue unos cuantos pétalos cayeron en silencio, rozando sus dedos desnudos que los guantes no cubrían.
¿Ese era el día de su boda? Cerró los ojos con fuerza e inhaló, recordando los nervios de su primera boda. Y la desolación porque sabía lo que sucedería cuando Natsu intentara alejarla de Londres. Mavis y ella lo sabían. ¿Por qué Mavis fue hallada culpable y ella no? Lucy necesitaba buscar la forma de limpiar el nombre de Mavis, y desgraciadamente, el de su padre también. No podía dejarlo en prisión.
Salamander estaba como alma que lleva el diablo. El Magistrado había dejado de prestarle atención desde hacia un rato, aunque podía sentir el filo asesino de su mirada a sus espaldas, por ello había decidido tener un par de guardias de su lado como precaución. El mismo Padre había sentido la ira que el escocés despedía y accidentalmente había dejado caer una copa llena de agua bendita que había mojado una de sus botas y parte de su pierna. Salamander lo había visto por unos instantes antes de decidir que el viejo hombre no valía la pena lo suficiente, y fijó su mirada en la puerta principal con una rabia interna que no entendía cómo podía seguir de pie, inmóvil. Su único consuelo era que los únicos testigos aperta del séquito del rey, eran Zeref y Gajeel, el primero le veía con congoja, el segundo con un toque de diversión. El resto de la Iglesia estaba vacío, a diferencia de la primera vez que se casó con Lucy.
Ya sabía lo que iba a hacer. En duda se había puesto la castidad de lady Lucy innumerables ocasiones. Él podía usar eso a su favor más tarde para quitársela de encima y joder los planes del rey, obteniendo sus tierras de vuelta sin ningún tipo de treta. Pero para eso tenía que comprobarlo. Y él sabía perfectamente cuál era la manera. No estaba entusiasmado por la idea, pero no iba a negarse más que sentía deseo por esa falsa mujer. Podía tomarla una vez, o quizás un par, saciarse de ella y quitarse la maldita espina mientras buscaba más pruebas para inculparla, y a su vez deshacerse de esa esposa que no quería.
Eso haría.
La vio llegar en completo silencio, del brazo de un guardia. Ella mantenía la cabeza alta, y tropezó con su propio vestido, muchos más ostentoso que la última vez. Zeref hizo un ademán de socorrerla. Él mismo reaccionó en auto reflejo y buscó sostenerla, pero el guardia tenía rápidos reflejos y la retuvo, ayudándola a continuar como si nada hubiese pasado. El Magistrado le observó de reojo, Salamander lo ignoró y le dio la espalda a todos, aguardando.
Quería que esa farsa acabara.
Y aún ante aquel escenario religioso, él seguía buscando en su mente, planeando cuidadosamente cuál era el golpe ideal para esa mujer que estaba en completo silencio a su lado.
—Repugnante —la escuchó murmurar, y eso atrajo su atención. El Padre también la oyó, pues se la quedó mirando, y luego lo vio a él. Lucy enrojeció ante el súbito silencio y supo que fui oída, pero no se disculpó y no dijo nada más.
Natsu se juró que esa también se la iba a pagar.
El Padre continuó.
Lucy no había querido decirlo en voz alta, pero ella necesitaba confirmarlo, escucharlo de su voz. Estaba segura, casi segura, de que él era el mismo hombre en su alcoba. Su presencia era similar, y su colonia también. Su voz todavía le era difícil de procesar con aquel ronco acento sobrio, sin la pizca del alcohol, pero podía jurarlo.
—... Puede besar a la novia —Salamander no iba a hacerlo, y se estaba dando ya la vuelta cuando la mirada de advertencia del Magistrado y el imperceptible movimiento de su cabeza le detuvo. Zeref le veía con confusión, como si no entendiese su mal humor.
Gajeel era el único que se lo tomaba con una pizca de humor. Regresó libre sus pasos, una vez terminó de firmar el acta y le quitó el velo sin mucha delicadeza. Lucy dio un respingo, e intentó apartarse. Él no se lo permitió, con un brazo rodeó su cintura y la pegó descaradamente a él, y con la otra mano la sujetó por la barbilla y la obligó a alzar la cara para besarla en la boca. Ella protestó, su queja acallada por sus labios, y luego su lengua que aprovechó su descuido. El Padre hizo la señal de la cruz y se apartó del escocés que mostraba escasa delicadeza para con su esposa.
Zeref se dio una palmada en el rostro y apartó la vista, sin poder creer la actitud de Salamander para con Lucy. Sin comprenderla.
Lucy le empujó, y no escapó de sus garras sino hasta que él la soltó, mirando divertido su molestia y disfrutando de ese pequeño primer roce. Salamander se apartó después de eso, tomando el acta y dándole el papel al Magistrado que le vio con una aprobación cuidadosa, evaluando su persona y luego a la mujer que seguía inmóvil en el altar.
—Espero que su matrimonio sea satisfactorio y dure.
—Espero que se pudra —respondió, sin hacer caso de su autoridad y los guardias que ya avanzaban hacia él. El Magistrado les detuvo—. ¿Serían tan amables de acompañar a mi esposa a su carruaje? Tengo mejores cosas que hacer.
Lucy decidió que él jamás le gustaría, y que debía moverse lo más rápido posible para deshacer ese estupido matrimonio antes de que fuera demasiado tarde.
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Continuará...
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