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¤¤ Capítulo 14 ¤¤

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—Princesa, ¿le sucede algo esta noche? Ha estado muy callada desde que llegó —inquirió Virgo con su acostumbrado cuidado, terminando de soltar todas las horquillas en su espesa cabellera para cepillar las interminables hebras doradas.

Lucy dejó de rozar sus labios con la yema de sus dedos y carraspeó, deseando que su rostro no delatara el calor que sentía a la altura de las mejillas. Hacia poco que llegaron de la fiesta de los McGarden. Nunca se quedaban hasta tarde en ninguna, menos sin la compañía de Jude. Por ello a nadie le pareció extraño que ambas desaparecieran. O eso quería creer. Sentía que en su rostro tenía grabado a fuego el verdadero motivo por el que salió casi corriendo.

Natsu Dragneel la había besado. La besó en la oscuridad de aquella habitación, donde nadie pudo verlos ni saber qué sucedió aquellos segundos antes de que la luz se encendiera. Lo más extraño, era que durante aquel lapso, el recuerdo que volvió a la mente de Lucy fueron las estrellas que una vez tuvo el placer de apreciar. Sólo una vez. Por un instante, ella volvió a ver, el brillo volvió a su mente, ante sus ojos sin vida. Perdida en sus pensamientos, volvió a rozar sus labios con la yema de sus dedos y cerró los ojos, presa del recuerdo de un cosquilleo en ellos. Fue su primer beso. ¿Siempre era así? ¿Y por qué quería saberlo? ¿Por qué se preguntaba si volvería a recibir uno?

—¿Princesa? —llamó Virgo, terminando su pequeña tarea y viéndola con atención a través del reflejo del espejo, sorprendida por la expresión de culpable felicidad que su adorada ama retrataba.

—Oh, lo siento, Virgo. Sólo me sentí un poco cansada. Mavis se encontraba igual, así que nos adelantamos un poco. Lord Eucliffe fue muy amable al enviarnos con su cochero.

—Lord Eucliffe... —Virgo meditó el nombre—. ¿Aquel socio de su padre que tiene un hijo varón?

—El mismo.

—Princesa, ¿es consciente de que su padre y lord Eucliffe esperan formalizar sus lazos con un matrimonio entre usted y el joven Eucliffe?

La sonrisa desapareció de los labios de Lucy y el recuerdo de unos labios sobre los suyos se esfumó. El mundo volvió a sumirse en penumbras y de nuevo era ella sola en la oscuridad, estirando las manos a ciegas por lograr encontrar un agarre.

—Sí...

—Princesa, no era mi intención incomodarle. ¿Desea castigarme?

—No, ¿qué cosas dices? Soy consciente de eso, y por lo que he tratado a lord Eucliffe sé que es un hombre educado y atento, pero...

—Pero no es lo que usted desea. Lo entiendo.

—¿Entiendes? ¿De qué hablas? —Ni siquiera ella lo entendía.

—Quizás yo jamás he experimentado eso que llaman amor, pero he visto en las miradas vacías de muchos otros la ausencia del mismo. Supongo que no importa qué tan bueno sea como partido, su corazón sencillamente no logra darle cabida para quererlo de una manera más... profunda. ¿O acaso estoy mal?

—Creo... creo que lo has descrito bien —Lucy no sabía qué decir.

Ella sabía que nunca sintió un profundo amor por Zeref cuando estuvieron comprometidos prácticamente desde que ella era una niña. Si bien le tenía afecto y cariño, no podía verlo de ninguna otra forma como un amigo. Sabía que con él tendría una relación amable y llena de confianza, que jamás la forzaría a nada ni le exigiría algo que no estuviese dispuesta a dar. Él siempre se lo repitió incluso aún después de perder la vista. Pero ella ya no pudo aceptarlo, y muy egoístamente, en lo más profundo de su corazón, sabía que aquella situación era solo una excusa. Ella no podía casarse sin amarlo de verdad, porque quería amor, amor verdadero. Considerando el tipo de sociedad en la que vivía, tal vez aquello sólo era un dulce cuento para las inocentes niñas que se preparaban para una vida llena de injusticias y reglas estrictas. Llenas de prohibiciones y apenas conscientes de sí mismas, muñecas moldeadas para los placeres de los hombres.

Mientras su madre estuvo viva, Layla siempre quiso que Lucy viviera fuera de aquellos estereotipos y reglas que absorbían por completo la personalidad de las pequeñas para volverlas sumisas y serviciales. Y Lucy recordaba con cariño las enseñanzas de su madre, que lo único que quería era que su hija fuera feliz, verdaderamente feliz con un hombre que la amara y la quisiera por su verdadera persona. Al morir su madre, Jude se encargó de moldear aquella mujer que quería como hija.

Vaya que se encargó personalmente de hacerla una mujer a su ideal.

Lucy se estremeció y se abrazó a si misma, caminando con cuidado en dirección donde la suave brisa provenía. El balcón estaba abierto, lo sabía por el suave roce de las cortinas que la alcanzaban. Virgo se despidió y le deseó buenas noches cuando Lucy la despidió con cariño, deseando un momento a solas para pensar.

Durante su crecimiento fue consciente de cuál era su papel en la sociedad y lo que se esperaba de ella. Por ello una pequeña voz de alarma en su cabeza le decía que aquello que lord Dragneel hizo en la oscuridad de aquel salón, era un escándalo y que ella debía delatar por tomarse esas libertades. La mujer, la que se escondía y no sabía que seguía allí, repasó una y otra vez el beso cargado de dulzura y registró su propia inexperiencia. ¿Él lo habría notado? ¿Qué pensaría al respecto? Lucy se apoyó en el marco de los grandes ventanales y a su mente regresaron todas las aterradoras historias de las muchachas ya casadas que en algún punto compartieron sus experiencias con ella.

Sus maridos no eran considerados, ni mucho menos cuidadosos. Cumplir su deber en el lecho matrimonial era una tortura, y el colmo era que sus esposos además buscaran ese tipo de favores en otros lados, como si con ellas no fuera suficiente. Todos esos relatos, sumado a su ceguera, convencieron a Lucy de que el matrimonio no valía la pena. ¿Para qué tener un hombre que dirigiría su vida y la haría yacer bajo su cuerpo para hacerse con un heredero? Porque eso era lo único que buscaban, una yegua que le diera crías.

Ese último pensamiento provocó una sonrisa en sus labios. Si su padre la escuchara hablar así, le cortaría la lengua. Volvió al hilo de sus pensamientos, intentando recordar todas las razones por las que ella nunca se casaría. Pero a cada razón, aparecía un destello en la oscuridad.

El suave tacto de una manos masculinas acariciando las suyas y depositando un beso en el dorso. El sonido de su respiración cuando sonreía, porque Lucy podía jurar que sonreía. Sus manos recordaron los trazos que siguieron casi una hora atrás, cuando detalló su rostro, repleta de curiosidad. Y el beso... ese condenado beso. El vello se le puso de punta cuando la helada brisa nocturna detalló la forma de sus piernas al empujar el camisón y la bata que la cubría. El otoño llegaba, y con ello las flores comenzarían a marchitarse. Inhaló hondo una vez más, deseando impregnarse del aroma de la vida antes de que el crudo invierno se las llevara para siempre. Pues lo que surgía en primavera se trataba de un nuevo comienzo, algo que comenzaba desde cero, no una continuación de lo que pereció.

—Si me dice que esa sonrisa lo provocan los recuerdos que incluyan mi presencia, me veré forzado a revivirlos para no perderla.

Lucy se sobresaltó, y retrocedió a trompicones. Su boca se abrió y a punto estuvo de gritar, hasta que una mano rodeó su cintura y otra cubrió sus labios. El terror la paralizó e intentó gritar, el agarre se profundizó con firmeza y una voz añadió suplicante.

—No grite, le juro que no le haré nada. Soy yo.

Esa voz. Esa voz que ella tenía tan presente.

Lucy dejó de moverse, con el corazón latiendo desembocado y roja por la cercanía de ambos. Cuando el agarre se aflojó en su cintura y le permitió liberar sus brazos, ella golpeó el brazo que rodeaba su figura y lo instó a soltarla. Las emociones que la invadieron en aquel instante la abordaron de tal modo que ella no supo a cuál hacerle frente primero.

—¿Se puede saber que hace en mi habitación a media noche? —Exigió en un grito susurrado. Él se rió. ¡Tenía el descaro de reírse! Eso era un completo escándalo. Si su padre se enteraba...— Se ha vuelto loco.

—Si le soy sincero, ni yo lo sé —Admitió—. Es lo más loco que he hecho en mi vida, y déjeme decirle que tengo de dónde elegir.

—Váyase antes de que mande a llamar a alguien. Se ha vuelto loco. Irrumpir en la habitación de una mujer en mitad de la noche...

—Muchos lo hacen, claro que los objetivos son otros y la damas están dispuestas en esas ocasiones —Murmuró con un tono ronco que recordó a Lucy su escasa vestimenta y la motivó a cerrar la bata a la altura del pecho con las manos hechas puños—. Se fue antes de que pudiéramos siquiera hablar.

—N-no hay nada que hablar. Le exijo que salga de mi habitación. Esto no es correcto, si alguien se llegase a enterar... —Lucy iba a colapsar allí mismo del terror.

—Nadie sabe que estoy aquí, ni lo sabrá —se jactó. El sonido de su voz la alertó de que se estaba acercando. Ni siquiera el crujir del suelo lo delató—. La verdad es que quería encontrar la palabras para disculparme por mi atrevimiento durante la fiesta, pero si le soy sincero, no lo lamento.

—¡Debería! —alzó un poco más la voz. ¿Qué clase de hombre era él para hacer ese tipo de cosas? Toda ella temblaba por la situación, y lo peor era que si no sabía si aquella experiencia era la más aterradora o la más excitante de su joven vida—. Esto es completamente inaceptable, si cree que se saldrá con la suya...

Los cascos de un caballo y las ruedas de un carruaje hicieron que todo el color abandonara el rostro de Lucy, y horrorizada buscó a tientas hasta tocar el cuerpo del hombre y lo empujó con premura.

—Oh Dios mío, mi padre está llegando, debe irse. Verá su carruaje y...

—No traje carruaje, solo mi caballo.

—¡Lo verá!

—Está escondido. Tranquila, ¿es esta la manera de tratar a las visitas?

—¿A las inoportunas? ¡Por supuesto! —Lucy percibió que no lo movió ni un centímetro y el terror se reflejó en su voz—. Por favor, por su propio bien, váyase. Mi padre lo matará si lo ve aquí.

El llamado a la puerta principal casi la hizo entrar en histeria.

—¡Por favor, no le diré que estuvo aquí pero váyase!

—¿Tiene idea de cómo entré? Escalé por el balcón estando inspirado, en estos momento no hay inspiración por bajar y usted cometerá homicidio si me empuja por allí.

¿Qué veía Natsu tan divertido en todo eso? Lucy tuvo ganas de gritar por la frustración y siguió intentando moverlo, hasta que él sujetó sus muñecas y ella chocó contra su pecho. Intentó apartarse luego de unos segundos de silencio, consciente de su escasa vestimenta y la cercanía de sus cuerpos que a él le permitía sentirlas.

—Me iré, me iré... pero sólo si me promete que mañana dará un paseo conmigo.

—No tiene derecho a exigir nada.

—Le pido por favor que acepte dar un paseo conmigo mañana —rectificó con paciencia, acariciando un mechón que caía por la frente de Lucy y rozaba sus labios. Fijó su vista en ellos. Ella ya no se movía ni intentaba apartarlo—. Por favor...

Lucy sintió su cercanía, y su aliento con un ligero aroma a vino. Cerró los ojos cuando lo sintió inclinarse, e inexperta y presa de temblores que sacudían su cuerpo por el miedo y la expectación, el volvió a besarla en la oscuridad de su habitación, apenas iluminada por la chimenea que ardía con un pequeño fuego. En su vida creyó que algo así le ocurría a ella. Que un hombre entraría sin permiso a su casa y a su habitación cuando ella no estuviera dispuesta. Que le pediría salir y le besaría sin importarle un poco que su padre se dirigiera en ese instante a su habitación.

Natsu la besó con un poco más de intensidad, e inclinó la cabeza al tiempo que la tomaba por la nuca y la instaba a moverse. Lucy aferró las mangas de su chaqueta y el mundo a su alrededor volvió a desaparecer. De nuevo era ella en aquel campo lleno de vida silvestre, recostada en las piernas de su madre y mirando las estrellas. Luego era ella adulta, recargada contra un hombre de voz seductora que decía tener los ojos jade. Ella deseaba ver sus ojos.

—Buenas noches, lord Heartfilia —saludó Virgo a las afueras de la habitación de Lucy. Esta regresó de su ensoñación y Natsu se separó, expresando en voz baja que la visitaría pasado el medio día. Ella ni siquiera le prestó atención y corrió a su cama, sabedora de su ubicación. O eso creyó cuando se estampó contra uno de los cuatro postes que sostenían el dosel.

—¿Mi hija y mi sobrina ya llegaron?

—Por supuesto, ya se han preparado para dormir —respondió con la misma educación. Lucy se frotó la mejilla y se detuvo a escuchar, tensa y expectante. La perilla de la puerta giró y las bisagras chillaron ligeramente cuando Jude Heartfilia entró—. Lord Heartfilia, ¿desea que mande a Cancer para ayudarle?

—Sí, enseguida voy... —Lucy terminó de acomodarse en la cama, rogando al cielo que Natsu ya no estuviera en su habitación. Como no escuchó a su padre romper en cólera, supuso que todo estaba bien—. Lucy, ¿qué tal la velada?

—Buenas noches, papá. Fue agradable —Lucy se dedicó a la delicada tarea de meterse en la cama y cuidar a su vez no golpearse contra nada. De tantas veces que lo hacía, no le fue más difícil. Los pesados pasos de su padre le aseguraron que se estaba acercando, y ella se dijo que él no tenía por qué adivinar lo ocurrido aquella noche si no decía o veía algo extraño en ella—. ¿La junta con el Consejo ha ido bien?

—No son asuntos por los que una señorita como tú debería preocuparse. Estoy más interesado en otra cosa, ¿qué tal te trató el hijo del conde Eucliffe?

—Ha sido todo un caballero —Lucy se dijo que si su padre quería desviar el tema, por ella perfecto—. Su conversación es agradable, y su padre fue muy atento con nosotras.

—¿Natsu se acercó a ti durante la velada? —Preguntó sin tapujos alguno Jude. Lucy aferró las sábanas tan fuerte en su regazo que sus nudillos se volvieron blancos. Su padre pareció no advertirlo. Para ella, Jude ya sabía todo—. Te he preguntado algo.

—La verdad es que estuve la mayor parte del tiempo junto a Levy, quería saber si mi regalo fue de su agrado.

—Un libro sobre matemáticas es inútil para una señorita como ella, debería estar más ocupada buscando prospecto a esposo antes de que se le pase la edad —Añadió despectivo. Lucy sintió la pedrada de su padre—. Sigue sin ser la respuesta completa.

—Fue cosa de un par de minutos, papá. El joven Dragneel me ha invitado a dar un paseo mañana por el parque, sinceramente le he dicho que...

—No puedes rechazarlo, Lucy. Ya estoy cansado de que rechaces a cuanto joven te presente. Esto será favorable, a ver si ese mequetrefe repara su acción de la primera noche. —Lucy no entendía nada, su padre continuó—. ¿A qué hora saldrás?

—Padre, creí que habías dicho que no querías...

—Ni hablar, o todos volverán a señalarte. Te pondrás uno de esos hermosos vestidos que se han confeccionado para ti, e irás con él un rato. Mavis te acompañará.

—¡Padre! —Lucy no estaba comprendiendo nada.

—Lucy, es una orden. Acepta las atenciones de ese imbécil, lamentablemente no nos queda de otra si queremos que se repare todo. Me han señalado incluso de ingrato por no agradecerle que te haya salvado a ti y a Mavis cuando ese ladrón apareció. Perro con suerte. —Se silenció un momento—. Déjalo que disfrute de tu presencia un rato, que es lo único que obtendrá de la alta sociedad. Eso sí, no quiero más escándalos, Lucy. Sting Eucliffe me ha hecho una atractiva propuesta por ti.

Todo era tan confuso, tan deprimente, tan frío. Había pasado de un rostro sonrojado por la vergüenza al pálido de impresión cada que su padre emitía una nueva palabra. A eso se reducía todo. Era un maldito objeto, y la imagen para su padre lo era todo.

—No soy un objeto... —Murmuró con dolor cuando Jude se hubo marchado una vez le deseó las buenas noches. Sus mejillas cosquillearon cuando un par de lágrimas bajaron de sus ojos sin vida—. Yo no soy un objeto...

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Continuará...

N/A: ... Holu?

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