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¤¤ Capítulo 13 ¤¤

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Las risitas y las protestas no se hicieron esperar. Lucy sonrió cuando escuchó a uno de los muchachos quejarse luego del sonido de su tropiezo con alguno de los muebles que habían enviado a las orillas. Levy le aseguró, cuando recién la llevó a esa habitación, que todos estarían completamente cegados. Y aunque no lo pareciera, tenía una ventaja sobre todos ellos. Tantos años de ceguera la motivaron a guiarse del recuerdo y el tacto. Lucy, que hasta pocos meses atrás visitaba el hogar de su querida Levy, conocía aquella habitación como la palma de su mano. Sabía su posición exacta gracias al estante lleno de libros en el que se apoyaba, y conocía cuántos pasos debía dar para acercarse a la ventana, zona que usualmente quedaría despejada si es que no lograban esquivar antes el sillón y el escritorio que estaban delante.

Mirajane llamaba con voz cantarina, y los pesados pasos, así como el suave fru fru de las faldas se volvían claras señales para enviar la ubicación de la mayoría. Ella permanecía en silencio, y seguía en el mismo lugar con el oído alerta. Si alguien se acercaba a ella lo escucharía, porque les era imposible mantenerse callados, y si Mirajane intentaba llegar a su lado solo lograría confundirla si le daba el pequeño libro que tenía entre sus manos.

Alguien más tropezó y al parecer se cayó, porque las carcajadas no se hicieron esperar, luego un grito ahogado de una chica que tropezó con el hombre del suelo. Lucy también rió por lo bajo cuando Mirajane dio con ellos. La primer ronda había terminado. Sin encender ninguna luz, o así le aseguró Levy tiempo atrás, el que fue atrapado debería tomar el lugar del antiguo buscador y comenzar a explorar.

Un crujido a su izquierda la hizo contener la respiración. No tenía muy claro quiénes participaban además de las hermanas Strauss y Sting, sin contar a Levy. Y tampoco se molestó en averiguarlo. Pero algo a la defensiva al creer que era uno de los chicos que solían hacer de las suyas en la oscuridad, se alejó al lado contrario y recogió las faldas para evitar hacer sonido alguno. De la dirección a donde se dirigía, provino el suave crujir del suelo de madera. Se quedó rígida e inmóvil. Puso atención, la voz de la nueva buscador sonaba al otro lado del salón. ¿Qué querían esos otros participantes que estaban cerca suyo? ¿Sería casualidad que estuviesen tan cerca de ella? Normalmente nadie se acercaría a esa zona debido a la cantidad de cosas con las que podían tropezar. Y ella, siempre con una mano en la pared, sabía guiarse.

Unas ágiles zancadas y algo se plantó delante suyo. A pesar de que el miedo se manifestaba en su corazón bombeando a toda marcha, no emitió sonido alguno al sentir aquella presencia ajena. Un escalofrío recorrió su columna y Lucy se quedó tan quieta que los músculos temblaron por la fuerza que ejercía para permanecer allí.

—Y yo que quería invitarla a bailar apenas llegó, es una pena.

¡Natsu! El calor ascendió a sus mejillas y sus piernas se volvieron temblorosas. Lucy peinó fuera su flequillo y apretó el libro entre sus manos. Su voz era apenas un susurro, pero ella la reconoció luego de oírlo y recordar sus frases una y otra vez.

—He venido en compañía de lord Eucliffe —musitó con un pesado nudo en la garganta. ¿Por qué siempre se ponía así en su presencia? Lucy dio un brinco cuando sintió sus manos tomar las suyas que aferraban el libro, y echó la cabeza atrás cuando sintió su respiración rozar su rostro—. ¿No cree que está demasiado cerca?

—Es para escucharla mejor —susurró, y por el tono en que lo dijo, Lucy podía jurar que una sonrisa adornaba sus labios. Y tal como le ocurría últimamente, la curiosidad por ver su aspecto fue un doloroso recuerdo de su condición—. Ya que últimamente me he visto privado de sus agradables conversaciones. Sea sincera, ¿la he asustado con lo que pasó el otro día en la calle?

—En absoluto. Todos dicen que es usted un héroe.

—No me interesa lo que piensen los demás. Le he preguntado, ¿me teme, Lucy?

—No... —su voz tembló en aquella respuesta. Ella carraspeó y se mantuvo en silencio cuando escuchó a alguien rondar cerca. El juego había vuelto a cambiar de gallina—. Ahora yo le pregunto, ¿se arrepiente de lo que hizo?

—Para nada —no dudó en contestar. Lucy y él eran conscientes de sus manos sobre las de ella, acariciando sus nudillos y la suave piel con la yema de los dedos en un gesto tan íntimo que la hizo estremecer. Y a pesar de ello, ninguno se apartó—. No planeaba alardear sobre mi acción, pero al menos una pregunta sobre mi bienestar me hubiera hecho creer que se preocupa por mí.

—Lo mismo digo —replicó Lucy, recordando entonces qué la llevó a desobedecer los deseos de su padre para terminar siendo acompañada por lord Weisslogia y su hijo—. Su silencio me demostró que estaba lo suficientemente ocupado para dirigir su atención a otro asuntos.

—¿Mi silencio? —¿En qué punto había rodeado a Lucy de tal modo que ella acabó apoyada contra la pared? Apoyó una mano a la altura de su cabeza, intentando sin ningún éxito observar sus delicados rasgos en la impenetrable oscuridad—. ¿De qué habla? Esperé fuese lo suficientemente considerada para visitarme alguna vez, o permitirme verla.

—El silencio en respuesta a mis cartas... —Lucy ignoró el modo en que alzó la voz. Así como intentó ignorar el brazo que se apoyaba sobre ella o como Natsu se inclinaba sobre su cuerpo, dejándola acorralada. ¿Sería capaz de escuchar a su agitado corazón? Comenzaba a respirar de forma más pesada y no entendía aquel sobresalto—. Sé que debe ser un hombre ocupado, pero un sencillo mensaje diciendo que leyó mi correspondencia hubiera sido suficiente.

—Jamás me llegó ninguna carta suya —Lo recordaría de ser así. Natsu esquivó a una muchacha tambaleante y volvió a centrarse en Lucy. Quería ver su bonito rostro. ¿Era molestia lo que detectaba en su voz tan melódica?— La hubiese respondido de ser así, no he hecho otra cosa más que estar en casa y cuidar de los caballos.

—¿Lady Grandine no le entregó mis cartas? —La sorpresa de Lucy fue tan evidente como a la conclusión a la que Natsu llegó en ese momento.

Toucheé. Allí estaba el problema. Esa mujer lo estaba sacando de sus malditas casillas. ¿Cómo se atrevía a negarle las cartas que iban para él? Ya luego saldaría cuentas con ella. Ahora abrazaba casi con escasa dignidad el júbilo que sintió al saber que Lucy sí intentó comunicarse con él. Sólo que una bruja de nombre Grandine decidió meter la nariz donde no debía.

—Supongo... ya lo recordé. —¿Por qué la protegía? Quizás no quería que Lucy supiera de los problemas que tenía con la esposa de su padre. Tal vez no quería darle demasiada importancia—. No he abierto la correspondencia últimamente.

—Entonces mis cartas fueron en vano —Lucy habló para sí misma, pero la escuchó con claridad—. Bien, ¿podría responder una última pregunta?

—Ajá... —El deseo era conocido para él, pero siempre supo mantenerlo bajo control. ¿Por qué ahora le dolían las manos por tocar alguno de sus cabellos?

—¿Es cierto que la bala arrancó un pedazo de su oreja? ¿No le duele? ¿Se ha curado?

—Esas son tres preguntas —bromeó, tomando una de sus manos. Lucy se resistió un momento, después se dejó guiar—. Puede tocar, la herida ya cerró y no me molesta.

—No debería... —Ni siquiera ponía verdadera resistencia. Lucy tocó la suave piel de su oído, y sintió el diminuto trozo de carne que faltaba en el lóbulo izquierdo. Ajena a todo lo demás, sus dedos se volvieron los más gentiles posibles, inspeccionando con el tacto aquel daño—. Lo lamento tanto...

Natsu tenía los ojos cerrados, y respiraba con los labios ligeramente separados. Los abrió, no encontrando nada más que oscuridad, pero la mano de Lucy le causó escalofríos y por un momento se sintió como un completo pervertido al disfrutar de su tacto. Era atormentador y maravilloso. Una latente diferencia entre que él tocase su mano a que ella llevara la iniciativa. No entendía cómo algo tan inocente podía ponerlo tan mal.

—¿Por qué...? —Se forzó a preguntar luego de carraspear. Se trataba de uno de sus puntos débiles, ahora entendió que era mala idea—. Ya le he dicho que no me arrepiento.

—Debió haber respondido mis cartas —insistió ella con molestia. Natsu apenas y podía entenderla. Lucy se preguntó por milésima vez si lo que estaba a punto de decir no era un error—. ¿Natsu?

—¿Mhm?

—Tengo... tengo la costumbre... Con mis conocidos más cercanos, claro. Es usual que yo toqué sus rostros... ya sabe, a veces me hago una idea de cómo son, eh, físicamente. Y sé que no es de gran importancia pero...

—¿Quiere palpar mi rostro? —Natsu sabía que la cercanía de ambos no sería bien recibida por ninguno de los otros presentes. Pero él no lo veía extraño, y le parecía casi correcto. Lucy tampoco lo apartaba—. ¿Debería sentirme ultrajado?

—Claro que... —comenzó Lucy con el rostro ardiendo y apartando la mano que tocó su herida. Natsu volvió a buscarla y tomó la otra, instándola a soltar el libro que cayó en seco, profiriendo un ruido al que ninguno le prestó verdadera atención—. Espere...

—Me siento halagado. Puede hacerlo —Llevó las manos femeninas a su rostro, y agradeció internamente haberse afeitado aquella mañana. No le gustaba llevar barba, pero a veces tenía demasiada pereza para quitarse la sombra de la misma—. Puede tocar.

Lucy le tomó la palabra, no sin cierta tirantez y luchando por hacer parecer el toque de los más impersonal, a pesar de que sus dedos deseasen trazar cada uno de los ángulos de su varonil rostro para hacerse una idea de su persona. Era alto, eso estaba claro si consideraba lo que tenía que alzar los brazos. Era fuerte, pensando en cómo la hubo cargado con anterioridad y el enfrentamiento que tuvo con su atacante. Era... era Natsu. Estaba tocando su rostro.

Sus dedos recorrieron su barbilla y ascendieron por su mandíbula, llegando a sus oídos donde se detuvieron. Una de sus manos se estiró lo suficiente para alcanzar a tocar su cabello, lo tenía un poco por encima de los hombros, no lo suficiente para hacerse la coleta. Extraño. Siguió por sus pómulos masculinos y se detuvieron allí, sin saber a dónde proseguir.

—Valor —susurró. Detecto un ligero aroma a vino tinto—. ¿Se ha acobardado?

Lucy no respondió, y fue más cuidadosa al momento de detallar su receta nariz y la cuenca de sus ojos que se cerraron ante el roce de sus yemas. Sus pestañas estaban ligeramente rizadas, y sus cejas no estaban ni muy pobladas pero tampoco eran delgadas. Inhaló hondo y su pulgar se movió de su mejilla, donde reposaba, a la comisura de sus labios. Hizo eso en muchas ocasiones, cuando eran amigos suyos y se permitía esa confianza, siempre fue algo impersonal e incluso divertido. Ahora le parecía algo tan íntimo, incluso indecoroso por permitirse aquella libertad. Y no se atrevió a continuar, apartó las manos de inmediato y trató de desviar su atención al no obtener nada más que silencio.

—¿De qué color son sus ojos?

—Jade.

—¿Y su cabello?

—Rosa... ¿ya ha terminado?

—Eh, supongo. Gracias por permitir que...

—Es mi turno —sentenció. Lucy alzó el rostro y sintió sus manos tomarla.

—¿De qué está...?

Sus ojos se abrieron a más no poder. Escuchó a Levy dar por terminado el juego y las fuertes risotadas de los varones que lograron hacer de las suyas. Unas chicas protestaron. Sting la llamó. Levy comenzó a buscar los candelabros para encenderlos. Lucy estaba increíblemente quieta, y luego cerró los ojos. Fue... fue extraño. Recordó cuando todavía tenía la vista, aquellas largas y frías noches en que encontraba un cielo inusualmente despejado, y recordó las estrellas con sus constelaciones.

Fue como un dulce derritiéndose en sus labios, y el aroma del vino tinto inundando sus sentidos, así como la colonia que Natsu llevaba encima. Lucy no se dio cuenta de lo tensa que estaba hasta que él la sujetó por la nuca y ladeó ligeramente la cabeza, besando sus labios con la misma delicadeza que ella usó segundos atrás para tocar su rostro. El decoro la motivaba a protestar, a pedir ayuda o intentar apartarlo. Pero su cuerpo no respondía, y ella misma se vio intentando seguir el ritmo que él le mostraba con tanta paciencia.

Por fin sabía lo que era un beso. Era un destello de los más bellos recuerdos, de las más vividas experiencias que sentía en carne propia. Era el dulce anhelo del tacto y el delicioso estremecimiento de los miembros cuando se llevaba a cabo. Hubo un tiempo, en que ella y Zeref estuvieron comprometidos, y lo único que él llegó a hacer fue besar su frente y rozar sus labios con la yema de los dedos. Nada más.

Natsu ahora la besaba como si fuera lo más delicado que hubiese tenido entre sus brazos. ¿Así eran siempre los besos? Con lentitud, posó las manos sobre sus brazos, y clavó los dedos con apenas fuerza cuando él se separó. ¿Allí terminaba? Lucy estuvo a punto de abrir los ojos cuando volvió a sentir su boca sobre la suya, un poco más ansiosa, un poco más exigente, quizás un poco más... El sonido de la cerilla haciendo fricción contra algo la puso en alerta.

Iban a encender las luces. Lucy apartó el rostro de inmediato y se llevó la mano a los labios, sintiendo el hormigueo que los recorría. Natsu entendió el mensaje, pues se apartó de inmediato sin decir nada y Lucy se apoyó en la pared, respirando de forma entrecortada y segura de que ahora sí se le saldría el corazón del pecho.

—Lucy...

Los candelabros se encendieron, y el salón se iluminó. Natsu miró en dirección del portador de las velas, encontrando la sombría mirada de Sting clavada en su persona. Luego sus ojos azules se desviaron a Lucy, que estaba vuelta contra el muro y seguía sin apartar la mano de su boca. Levy mostró preocupación y de inmediato se acercó, indagando por si se encontraba enferma. Natsu se agachó a recoger el libro que dejó caer, sintiendo la mirada de Eucliffe sobre su persona.

Era irónico, y de alguna forma divertido. Se acercó a Lucy con la intención de protegerla de cualquier otro que osara a aproximarse con intenciones nada honorables. Y allí estaba él. Acaba de besar a la ex prometida de su hermano. Si bien era cierto que Zeref confesó no sentir amor como tal por ella, eso no quitaba que no sería muy bien visto si se llegase a saber. A pesar de todo eso, le importaba un comino. ¿Por qué no se quedaron sumergidos en aquella oscuridad? Donde los prejuicios y las diferencias eran nulas, donde solo estaban ellos, curiosos y expectantes.

Ella le correspondió. Natsu la buscó sin éxito. Levy se la llevó de allí. La incertidumbre lo llenó. ¿Estaba molesta? ¿Su actitud para con él empeoraría? Las cuestiones sobre si ella lo delataria le parecían insignificantes con la idea de que ella se volviera fría con él a otro nivel. Hasta ahora notaba su buena educación, y su personalidad pasiva la mayoría del tiempo, pero podía entrever que tenía un carácter apasionado debajo, latente y a la espera por surgir. Y el beso que acababa de robarle se lo demostró.

Se retiró del salón antes que los demás, sin molestarse en poner pretextos innecesarios. Nadie a excepción de Eucliffe le prestaba atención. Buscó con su mirada jade a la dueña de sus pensamientos, percibiendo en silencio aquel extraño cosquilleo que sentía en los labios. De paso intentó ubicar a su hermano Zeref. En el trayecto, esquivando a caballeros pasados de copas y estridentes carcajadas de unas cuantas viudas, sus ojos se cruzaron con los de Grandine. Le sostuvo la mirada sin mostrar la mínima pizca del humillante respeto que ella exigía de él.

Grandine torció los labios. Él sonrió y puso la expresión más arrogante de la que fue capaz. Lady Dragneel volvió a ignorarlo y llamó la atención de su padre para decirle algo. Natsu aguardó, decidiendo que no estaría mal hacerla sentir incómoda un rato más. Caminó hasta ellos, notando los ojos de la mujer agrandarse y su rostro palidecer ligeramente. Igneel se giró en su dirección con alegría y le preguntó qué tal se la estaba pasando.

—Es interesante, pero los rumores prometían otra cosa.

—Sólo eran eso, rumores. Es el cumpleaños de su única hija, no pueden hacerla quedar mal —aseguró su padre, dándole una leve mirada de reproche por mencionar el evento que a última hora se canceló—. ¿Estás bien? Te notó demasiado animado... No me malinterpretes, hijo, es sólo que...

Grandine debería estar gritando internamente al escuchar a Igneel llamarle hijo. Siempre que sus labios pronunciaban aquella palabra cargada de cariño, podía ver en los ojos de la mujer reflejadas las mismas llamas que deberían arder en el infierno. Natsu volvió a sonreír. Sí, estaba muy animado.

—Verá, he conseguido que lady Heartfilia me acompañe mañana a dar un paseo.

—¿Qué? —dejó escapar Grandine—. Igneel, no creo que lord Heartfilia...

—Por cierto, lady Grandine, imagino que todas sus diversiones diarias han de haber ocupado su mente e impedido que me entregase las cartas que Lucy tan amablemente le confió —Su voz era tan tranquila y confiada que él mismo se sorprendió de no escuchar la ironía—. Pero no se preocupe, cuando volvamos podrá entregarme mi correspondencia.

—¿De qué cartas hablas? —Igneel dirigió su atención a una pálida Grandine.

—No tengo idea de que me está...

—Dígale. Hace un momento he hablado con Lucy —su voz se volvió seria—. Dígale a mi padre cómo se ha entrometido hasta el punto de impedirme comunicarme con ella.

—Igneel, no lo escuches, está intentando burlarse de mí para hacerme quedar mal ante ti. ¿No es obvio? —La mirada de Grandine lo evaluó de arriba a abajo con desdén—. ¿Qué insinúas? Asqueroso escocés...

—Grandine —advirtió Igneel. Sus ojos se habían ensombrecido—. Dime la verdad, ¿es eso cierto?

—¿Cómo puedes siquiera creerle?

—Oh, milady, yo no insinuo nada. Solo expongo los hechos. Y los hechos son que, por alguna razón que se me escapa, le molesta de sobremanera que Lucy tenga contacto conmigo.

Comenzaban a atraer la atención. Por el rabillo del ojo, notaba alguna miradas, y las voces que se iban callando. A él no le importó, siempre lo exponían. ¿Qué más daba una vez más?

—Natsu... —censuró Igneel al comprender lo mismo que él—. Hijo, no es el momento...

—Nunca lo es, ya lo sé —Espetó para acto seguido alejarse. Necesitaba otra copa. En esos instantes, era un cúmulo de emociones encontradas. Por una parte, la euforia de haber besado a Lucy y descubrir su falta de experiencia en la misma. No obstante, eso no menguó la experiencia del suceso. Por otro lado, la ira de saber que Grandine estaba de entrometida en algo que no era de su incumbencia.

Escaneó la sala una vez más en busca de Lucy. Los demás invitados volvían a lo suyo, a pesar de lanzarle miradas fugaces. No encontró a la rubia causa de sus nervios recién alterados. Pero sí al que la acompañaba recién llegada la velada. Sting lo seguía sin ocultar el desprecio en sus ojos, Natsu sonrió para sí misma. Eucliffe debía adivinar ya que algo ocurría, pero no tenía el coraje para admitirlo o quizás enfrentarle. Mejor que así fuera, no tenía ganas de discutir con muchachitos enamorados.

Lucy seguía sin aparecer, y él se preocupó. Estaba por buscar a Levy, hasta que Zeref le salió al encuentro y tiró de él hacia el exterior, en uno de los balcones que las parejitas usaban para verse a hurtadillas o un poco de privacidad.

—Si intentas seducirme he de rechazar tus intenciones por dos poderosas razones. La primera es que no eres mi tipo, y la segunda porque esto sería incesto —Bromeó más alegre de lo que intentó aparentar. Zeref le lanzó una mirada de asco que lo hizo soltar una carcajada—. No seas amargado. A juzgar por tu desaparición repentina creí que estarías por allí con alguna joven viuda o recibiendo los favores de...

—¿Se puede saber qué le hiciste a Lucy? —Le cortó sin mostrar expresión en su voz o su rostro. A pesar de la oscuridad, los pocos reflejos luminosos que alcanzaban el rostro de Zeref mostraban una expresión severa—. Y piensa muy bien lo que vas a decirme.

—¿De qué hablas? —¿Lucy le dijo? ¿La vio? Raro sería que no le hubiese contado a nadie. Le sorprendía que todavía no fuera nadie a intentar crucificarlo—. Espera, ¿la has visto?

—Natsu, Lucy ya se ha ido junto con Mavis. Ahora permíteme reformular la pregunta, ¿qué le hiciste a Lucy para que huyera despavorida? Apenas si podía articular palabra alguna.

—¿Y cómo sabes que fui yo? —Necesitaba hablar con Lucy.

—Porque Levy es una boca floja y siempre suele hablar antes de detenerse a pensar en la situación o el contexto. Para mí no fue difícil adivinar que algo le has hecho cuando me dijo que, una vez terminado el juego, te ha encontrado extrañamente cerca de ella. Además, las miradas que el hijo de lord Eucliffe te ha estado lanzando respaldan mi teoría.

Natsu quería, de verdad lo intentaba, más no lograba sentirse culpable. Sino todo lo contrario. Y quería saber cuál era la reacción de Lucy. Retrocedió, apenas prestando atención a lo que Zeref le repetía y su mirada expectante. Su mente divagaba, recordando haber escuchado que la razón por la cual Lucy y Mavis iban acompañadas por Weisslogia y Sting era que Jude se encontraba en una importante reunión con el Parlamento. Su mente maquinó a toda marcha recordando que dichas reuniones acababan en la mayoría de los casos pasada la media noche.

Él no vino en el carruaje de su padre, y no por berrinche de Grandine, sino que su corcel era más confiable y veloz. Sonrió para sí mismo y se despidió de Zeref a toda prisa, ignorando sus sutiles llamados para no atraer la atención de otros. Natsu miró a los lejos a su padre, enfrascado en alguna conversación con otros socios, y encontrándose con la despectiva mirada de Grandine. Esta última sonrió de un modo que nada tenía de amable. Natsu la ignoró, esa mujer no valía la pena de su precioso tiempo.

Y vaya en aquel instante cada segundo contaba si quería cumplir su cometido.

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Continuará...


N/A: Chan chan chaaaaan

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