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Fragmento IV


Espero disfruten lo que leerán a continuación.

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No eran las palabras las que se iban atadas al viento ni el aroma tuyo el que se perdía a la sombra que daba cobijo. Eran entonces, las emociones que me dejaban junto a las lágrimas ésta noche.

La fantasía invernal en la que el sol no concibe calentar.

No era profundo el dolor, no alcanzó a lanzar sus raíces, carecía inclusive de color. No era entonces nada arraigado a mi corazón, a mi pecho que empezaba a padecer el crudo invierno. Será la sinfonía tan melancólica que en tiempos pasados se lucía, se pretendía insaciable, estúpida y rencorosa.

En un encuentro adverso, en otro lenguaje muerto que vivió contigo, que se creó en tu cuerpo. Todo lo que se hubo colado entre los dígitos de mis manos, y a su vez en el cuerpo entero. Todo eso que agotó hasta la última pizca de paciencia instaurada en mi ser, y que ahora ha de volver para conmigo resolver éste pesar, vislumbrar la luz al final... si es que de verdad hubiera un final.

Y de encontrar la concluyente, ¿te arriesgarías a cruzar?

Serías capaz de sujetar mi mano hasta los confines del 'nunca jamás'.

Sería yo capaz siquiera imaginarte a mi lado y arrastrarte a esas tierras, a un más allá, al entorno que no es pasado, no es presente ni futuro.

El tiempo, entonces, subjetivo.

No, jamás.

No hay final.

¿Sería verdaderamente indispensable un final?

Un punto, una coma, los dos uno por debajo del otro, tres puntos sucesivos y demás modismos para culminar. Para pausar lo que podría seguir fluyendo como agua que nace, que brota, que corre y desemboca; que sigue un curso y nunca termina, nunca acaba, no se muere como las palabras.

Entonces, de verdad.

Desvelándome frente al espejo, siendo honesto a mis recuerdos, a mi persona, a mí. A todo lo que soy y seré, a lo que pertenezco y a lo que perteneceré.

Entonces, de verdad... no son sentimientos, sino palabras.

Vestidas de gala, inutilizadas, corrompidas, pesadas, anheladas. Palabras que de una manera u otra acaban en crueldad.

Qué pensamiento tan elocuente.

El que las letras digan mucho y nada a la vez; que sosteniendo un significado al pasar el tiempo se malinterpreten y así, moribundas marchen al olvido. Ha de formarse, entonces, un bucle, un retorno. El atajo más cercano que nadie escoge por presunto temor a equivocarse. 

¿Y el dichoso final cuándo ha de llegar?

Nunca, jamás.

Y tú... ¿Cuándo te has de quebrar?

Hoy, mañana y siempre.

Si el sol no se arrojara a las aguas, sería imposible ver a la luna brillar tan pronto la noche empezara a enfriar. De no ser por el llanto del cielo, la tierra no sería un hogar ni lugar para reencuentros. Y es que de sacrificios se habla en la naturaleza, de acciones con sus respectivas consecuencias.

Y si no fuera por este sentir tan incapaz de ser puesto en una sola palabra, en tan solo cuatro letras: dos vocales, dos consonantes. En su división binaria perfecta.

Si no fuera por estos límites impuestos por otra entidad incompleta... yo no sería quién soy, no sería si quiera la nada. Porque de amor vivo para ti, porque amor soy, porque amor fui y seré hasta la supuesta culminación que la vida ha de colocarme, y que recibiré gustoso en tanto pueda volver a encontrarte.

¿Y el final?

¿Y las palabras, los sentimientos, los sacrificios?

No existirá jamás.

No en letras.

Si no en música.

¡Oh, mí musa! ¡Oh, mí adorada ensoñación!

Todo lo que contigo va y viene.

Todo lo que para contigo no se detiene, que se escucha, se siente, es real y habla sin palabras de verdad. Lo único que no se termina y es sincero hasta el... final.

Los astros que ahora y siempre han de bendecirme porque soy dueño de este don de la interpretación, porque soy dueño de éste elixir de salvación, de este sentimiento llamado amor que suena tan dulce, tan irresistible y vive en el corazón.

Qué invierno más corto.

La primavera será el final de nosotros. 

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Ingenierodepeluche

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