Nada más entrar a la casa me tiré a un sofá gris y tremendamente cómodo.

—Jade, mete tu ropa en tu armario— dijo mi madre adentrandose con las maletas. —Por cierto, tu cuarto es el de la izquierda de el piso de arriba.

—Voy.

Subí con mi maleta a el piso de arriba y entré en mi supuesto cuarto.

Me quedé perpleja al ver mi cuarto. Era grandísimo. Tenía televisor propio, una cama para una sola persona, un escritorio con una silla que daba vueltas, un armario super grande, una mesita de noche y una alfombra que ponía Poopey.

Claramente todo lo había comprado mi madre. ¿Dónde compraría esa alfombra?

Las paredes estaban a mi gusto. Mis preciosos dos colores. Acua de fondo y unas pajaritas de color frambuesa.

Dios, dime que no estoy soñando. ¿Estoy viendo un mini armario de galletas? Oh dios... mi propio mini armario de galletas.

Empecé a comer las galletas que había dentro.

—Jade, ¿terminaste ya?— gritó mi madre desde abajo.

Mierda, me fui del tema.

—Ya falta poco— mentí.

Abrí mi maleta y saqué la ropa para guardarlas en el armario.

Al terminar sacudí los restos de galleta que había dentro. Realmente no sé como ha podido llegar ahí.

Bajé corriendo encontrandome con mi madre mirando su móvil fíjamente.

Carraspeé haciendo que mi madre volteara.

—¿Terminaste?— yo asentí moviendo la cabeza de un lado a otro.—Pertecto, si quieres te llevo a ver a Michael.

—Vale— dije emocionada.

Hacía como cinco años que no le veía.

Fuimos a llamar a un taxi y cuando llegó nos adentramos en él. Lo raro fue que mi madre se acordó de la dirección de su calle.

Mientras observaba la calle por la ventana se me venían varios recuerdos.

Cuando casi me atropellaban, cuando me pusieron el apodo Poopey, cuando conocí a Michael, cuando comí mi primera galleta...

Nos paramos al frente de una casa con un jardín... ni grande ni pequeño.

Salí del coche y me despedí de mi madre con un movimiento de mano.

Llamé al timbre y me abrió una mujer de unos... treinta y cinco años pienso yo.

Agudó la vista para verme mejor.

—¿Jade?— preguntó.

—Si— respondí.

—Pasa cariño no te quedes ahí— dijo dejandome pasar amablemente.

Entre dentro de la casa, era muy acogedora y luminosa.

—Michael, mira quién vino— dijo su madre emocionada.

Michael apartó la vista del portátil para mirarme a mí. Luego sonrió y dejó el portátil a un lado para darme un abrazo. Seguía siendo el mismo de antes.

—¿Qué haces aquí?— dijo el apartandose de mi para mirarme.

—Pues me vine a mudar aquí justo ahora— respondí sonriente.

—Ven, ven a mi cuarto— dijo Michael. —¿Por qué te mudaste otra vez?— preguntó tirandose a la cama.

Yo me senté al frente suyo.

—Pues... mis padres se divorciaron y nos mudamos aquí pues... para estar lejos de él.

—Oh, genial. ¿Te tintaste el cabello?— pregunto extrañado.

No, me vomitó un unicornio.

—Oh si... dudaba entre esos dos colores. Y tu lo saves perfectamente. Yo no me complico— dije —y, ¿también tú?

—Si, suelo tintarme todas las semanas de colores diferentes.

—Pues tienes el pelo perfecto.

—Y bueno, ¿te siguen gustando las galletas?

—Ni lo preguntes.

—Oh... eso es un sí— murmuró.— ¿Alguna novedad?

—Hmmm pues... ¡Ah si! ¿Te acuerdas de coco y mi perrita? -asintió con la cabeza.— pues le atropellaron— dije triste.

—Lo siento.

—No pasa nada.

—Oye, mañana empiezan las clases. ¿Quiéres que vayamos juntos? Solo, hay una cosa, yo siempre voy con mis amigos así que tienes que ir con ellos también.

—Ningún problema— sonreí.

—Genial— se alegró.

Espero que no me tomen por Nerd aquí.