Capitulo 2.
La música.
El baño.
El hombre misterioso.
Mi orgasmo.
Después lo abandone porque...
¡Mi primer día!
Me levante de golpe con una migraña del diablo. No había escuchado mi alarma, el alcohol me noqueo cuando toque mi cama.
Olía mal y me veía aún peor.
Me quite la ropa y me metí a la ducha.
Ya era muy tarde, iba a dar una mala impresión en mi primer día, era una estúpida.
No conocía la ciudad, era la primera vez que estaba allí. Había vivido toda mi vida en un pequeño pueblo con mi familia, la universidad era lo más grande que había conocido pero cuando se abrió el puesto de secretaria en la empresa más grande del país, no dude en postularme. Era una gran oportunidad aunque eso incluyera irme lejos de casa.
Cuando estuve en la universidad, la empresa Vechnost era un tema recurrente. Su dueño, Atanas, había una larga historia de cómo subió repentinamente a la cima e impulso su empresa hasta el grado de que todo es de su propiedad.
El hombre era un egocéntrico de mierda, nunca me di a la tarea de buscar quien era o como se veía. Sus logros hablan muy bien de él, su carácter duro y frío que le ayudó a conseguir sus objetivos.
Seguramente me llevaría una gran reprimenda por llegar tarde, que mala imagen.
Entre a la ducha, solo sacándome el vestido que utilice el día anterior. Tome una ducha de no más de 4 minutos, simplemente tome el conjunto formal que había preparado antes de salir de fiesta. Una falda ajustada negra que me llega a las rodillas, una camisa blanca y un saco del mismo color de la falda, combine todo con unos zapatos negros con tacón.
Apenas si pase el cepillo por mi pelo mojado. Tome mi bolsa con maquillaje y salí corriendo. Tarde más en la ducha que en lo que conseguí un taxi.
— ¿Tarde?— Me pregunto el conductor. Le había dado la dirección del edificio para después sacar uno por uno, mis productos de maquillaje.
—Bastante. —Conteste riendo.
La ciudad se veía espectacular a través de la ventana del taxi, cepillaba mi cabello mientras mis ojos curiosos se emboban en la gente que caminaba a lo largo de las largas avenidas.
Era diferente a todo lo que había visto antes, como alguien que se crío en un pueblo, las grandes avenidas con gente vestida de traje portando grandes portafolios negros de piel no era una vista común.
Las edificaciones se levantaban más allá de lo que mis ojos podían observar, las puertas giratorias se movían inquietas por el constante flujo de personas que salían y entraban de ellos.
Era impresionante.
Casi no había tráfico, lo cual era un punto a favor. Ya iba tarde y hubiera sido muy mala suerte el tener otro problema en el camino.
El conductor paso todo el camino sin decir una palabra más, lo cual apreciaba en gran manera. No era alguien particularmente sociable, no quería desvelar mis cosas privadas de pueblerina a un conductor de una gran ciudad.
Cuando me di cuenta, ya habíamos llegado. Quedé aún más asombrada al verlo de cerca. A comparación de todos los demás, este se alzaba más allá de todos.
Era un edificio de grandes ventanales de cristal, todos en un tono rojo opaco mientras las paredes exteriores brillaban, reflejando toda aquella luz del sol que no las ventanas no podían. Era un aspecto sombrío, casi me recordaba a un castillo victoriano pero en una interpretación moderna.
—Aquí es. —Me indicó el señor, tome el dinero que había guardado en mi bolsillo y se lo di. Se tomó un momento para contarlo y me regreso uno de los billetes con una enorme sonrisa. —Que tenga un buen día, señorita.
—Muchas gracias. —Conteste entusiasta, baje del auto con prisa y cerré la puerta de forma amable.
Me quedé inmóvil sobre la acera por unos segundos, dentro del auto no había alcanzado a ver lo más alto del edificio. Unas enormes letras rojas con el nombre de la empresa, la tipografía recta y elegante denotaba todo aquello que se te vendría a la mente al escuchar el nombre.
«Vechnost».
Eternidad.
Si esa imponente aura era lo que mostraba la fachada, que miedo el saber qué clase de monstruos que ocultaban dentro.
Me obligue a mover las piernas del pavimento y me uní a la gente de vestimenta formal que entraba por la puerta de cristal mientras seguían sumidos en sus propios pensamientos.
Podría decir que yo no era tan diferente a ellos.
No estaba preparada para lo que me esperaba por llegar tarde, la posible idea de haber arruinado la mejor oportunidad de mi vida estaba en bucle en mi mente.
Me moví dentro del lugar y me encontré con una enorme recepción, un gran salón iluminado con luces en el techo, el piso marmoleado entre blanco y negro estaba encerado de manera que reflejaba la luz que caía del techo, había algunos elevadores formados al fondo y a los costados mientras en el en el centro se encontraba un módulo, una chica estaba sentada recibiendo llamadas y atendiendo a las personas que se acercaban a pedirle información.
Camine hasta ella y me dirigí con pena.
—Disculpe, soy Hada Moore. Sé que llegue tarde pero son la nueva secretaria del señor Atanas. —Me obligue a sonreír amablemente.
Ella me miró por unos instantes.
Llamo a otro número desde el teléfono de cable que seguía en su oreja.
—La chica está aquí, ven por ella. —Volteo a verme y apenas si curvo las comisuras de sus labios en una suave y nada sincera sonrisa. —Ya vendrán por ti, no te muevas de aquí.
Agradecí.
Pase mi mirada por el vestíbulo, todo se veía tan... elegante. Por un momento sentí que no pertenecía ahí, por más ropa formal y maquillaje que me pusiera encima, nunca se iría el hecho de que yo era una pueblerina.
Una mujer llamó mi atención, ella estaba caminando enfurecida a pasos rápido hacia mí.
— ¿Moore?— Grito cuando ya estaba más cerca. Asentí. —Llega tarde.
—Lo sé, lo lamento. —Intente disculparme pero ella solo respondió con un movimiento de dedo, indicando que la siguiera hasta la hilera de elevadores.
Camine, casi corrí, para alcanzarla. Entro al elevador si mirar si yo también lo había hecho.
—Mi nombre es Christina McCartney, soy la secretaria principal de la oficina del CEO. —No me miro. —Yo te daré la capacitación para que puedas servirle al señor Kilov. Lo primero que debes saber es que tienes prohibido mirarlo a los ojos o dirigirle la palabra, a menos, que él te lo permita.
Vaya hombre egocéntrico.
—Los días que él se presente en la empresa debes prepararle un café expreso, sin azúcar ni leche. —Continuó hablando. —Le abrirás siempre la puerta con la cabeza baja, él pasará siempre antes, nunca se te ocurra ir adelante de él. —Me volteó a ver e inspeccionó mi conjunto de falda y blusa blanca. —Lleva contigo tu libreta de reuniones, la necesitaras mucho.
—Anotado señora. —Le sonreí.
—Señorita, soy una señorita. —Me quemo con la mirada. —Por nada del mundo lo llames por su nombre, ni lo tutes. Él es el señor Kilov.
—Sí, señorita. —Corregí.
Las puertas del elevador se abrieron y camine tras ella hasta una puerta negra. A sus lados se encontraban dos escritorios más grandes que mi cama, ninguno estaba decorado con nada. Sobre ellos había una computadora, con su teclado, una libreta roja y una pluma del mismo color.
Se veía triste.
Vacío.
—El escritorio de la derecha es el tuyo, esta una placa con tu nombre y todo lo que necesitaras. —Camino hasta el suyo en la izquierda. —Te aconsejaría que te empieces a familiarizar con el sistema, si tienes dudas sobre ello, siéntete libre de preguntarme.
Asentí.
Me acerque al que sería mi nuevo lugar de trabajo, pase mis dedos por el vidrio opaco de la superficie y note como este había sido recientemente limpiado.
Me acomode en mi silla y encendí la computadora. El silencio de la sala era sepulcral, mi mentora no hacía ninguna clase de ruido y parecía que no había nadie al otro lado de puerta, y si era lo contario, entonces de aquel lugar no se podía escuchar nada.
Fije mi mirada en la pantalla del aparato y lo primero que se topó con mis ojos fue un fondo de pantalla rojo de textura de terciopelo, el cual tenía el nombre de la empresa justo al centro de todo.
Me vi distraída cuando el sonido del elevador resonó en la habitación, volteé con el pánico subiendo por mis venas hasta mi cerebro. Un hombre de traje entró a paso calmado, ni siquiera se molestó en mirarme, se dirigió hasta Christina y fue ahí donde su sonrisa se hizo presente.
La mujer rodó los ojos y después se dispuso a verlo a la cara.
—Mark. —Mencionó con molestia.
—Mi hermosa Christina, ¿cómo estás?— Preguntó el hombre con encanto.
—Cansada, y ocupada. —Intento una sonrisa. —Puedes volver más tarde, tal vez cuando yo ya no esté.
El hombre soltó una carcajada.
—Hada— me llamo. —Te presento al señor Mark Thompson, jefe del departamento de finanzas, socio principal del señor Kilov, además de ser su mejor amigo. —Volteo a ver al hombre. —Mark, Hada Moore.
—Con que tú eres la nueva afortunada. —Camino hasta mí con la misma sonrisa. —Fui una de las personas que decidió tu contratación, es bueno al fin conocer a las personas detrás de ese perfecto curriculum.
Me levante de golpe.
—Muchas gracias por elegirme. —Utilice mi sonrisa más sincera, a lo cual él solo me vio con sorpresa para después reírse y estirar su mano hasta mí.
—Un placer. —Tomé su mano y la estreche con felicidad. —Hablando de Kilov, ¿dónde está Atanas?
—Todavía no ha llegado. —Contesto Christina.
—Qué raro que él llegue tarde—, no aparto su mirada de mí, se acercó y bajo su voz como si se tratara de un secreto. —Oí que está molesto, ayer una chica lo dejo durante una follada y a él no le gusta eso.
Reí incomoda.
El elevador volvió a resonar en aquel lugar, esta vez Christina se levantó de un salto. El nerviosismo en su rostro se hizo presente.
—Hablando del diablo— susurro Mark.
Abrí mis ojos con pánico.
El hombre alto que entró caminando de forma autoritaria no podía ser Atanas Kilov.
—Señor Kilov—, lo llamo Christina y este solo levanto la mano para callarla.
No podía ser.
Era aquel hombre con él había follado la noche anterior en el club, era él.
Christina me miro esperando que me moviera. Tome la libreta roja que se encontraba a un lado de mis manos y me apresure junto a ella para abrir la puerta.
Mark se quedó estático junto a mí escritorio mientras soltaba bajas carcajadas.
— ¿De qué carajo de ríes?— Su voz me erizo la piel del cuello, la misma voz que me había ordenado que me abriera de piernas para él.
—Alguien no está de humor. —Se burló de él.
Gruño.
Abrimos la puerta y el paso justo al centro, seguido de su amigo. No pude evitar levantar mi mirada hasta su rostro, las pecas rojas que anoche se perdían con la baja iluminación del lugar, ahora resaltaban con gracia a lo largo de su rostro.
Ambas entramos después de los hombres.
Atanas rodeo el gran escritorio que se encontraba al centro de la habitación, era enorme. A sus espaldas no había pared alguna, solo grandes ventanas iguales a las que se ven por fuera, con la excepción de que la vista no era ni opaca o roja, ese solo era el aspecto externo. Por dentro, la vista era espectacular.
A los lados de su escritorio se encontraban grandes rosales rojos repletos no solo de la hermosa flor, sino también de filosas espinas.
Se sentó en su silla, como un rey que se posa en su trono.
—Habla Christina. —Ordenó secamente.
—Su nueva asistente, señor. —Mencionó con la mirada baja. —Llegó tarde pero ya está aquí.
Mantuvo su vista en la tableta que se encontraba justo en medio de su lugar.
— ¿Tiene la osadía de llegar tarde en su primer día?— Abrí la boca con la excusa en la lengua pero me detuvo. —No me conteste.
—Su nombre es Hada Moore, señor. —La mujer dirijo su mirada a mí. —Tenemos algunos pendientes, ¿que desea que le asigne?
—Hada. —Saboreo mi nombre.
—Yo de verdad le agradezco por darme la oportunidad de estar en este trabajo, gracias. —Mis ojos se toparon con su rostro justo en el momento en el que levanto la mirada.
Reconoció mi voz y cuando sus ojos dieron a los míos, su rostro se descompuso con una mezcla de sorpresa y molestia.
Baje la mirada de inmediato.
—Necesito un minuto a solas con la señorita Moore. —Su orden me heló la sangre.
—Pero señor, tenemos pendientes...—Christina intento persuadirlo.
—No te permití hablar. —Ella bajo la mirada.
—Calmado, león. —Bromeo Mark pero Atanas le dirigió una mirada asesina.
Ambos salieron del lugar y yo me planteé con miedo en mi lugar, lejos de él, a salvo.
—Perdón. —Fue lo primero que se me vino a la cabeza. —No quise dejarte así anoche, solo que yo de verdad quería llegar temprano hoy.
—Pero eso no fue así, ¿o sí?— su tono era acusatorio.
—Lo intente. —Subí mi mirada. —De verdad lo lamento.
—Eso ya no importa. —Sus ojos rojos se posaron en los míos, y luego bajaron y bajaron. —Lo que paso el día de ayer entre tú y yo, será olvidado. Ahora soy tu jefe, así que, ve aprendiendo tu lugar.
—Sí señor. —No moví mi mirada.
—Trae mi café. —Ordenó. —Dile a Christina que venga y no me mires al rostro, está prohibido.
Asentí.
Pero no obedecí.
Nuestras miradas se entrelazaron largos segundos hasta que sin darme cuenta él había caminado hasta mí.
—Te dije que no me veas a los ojos. —Susurro y di un paso más cerca.
Sostuve su mirada y con ello, el enojo creció.
Agachó su cabeza lo suficiente para que nuestras bocas quedarán a la misma altura. Sentí el impulso de lanzarme hacia él con el propósito de terminar aquello que quedó a medias en el baño.
Acerco sus labios, los rozo con los míos y volvió a hablar.
—Si no obedeces, tendrás un castigo.
Trague con fuerza.
— ¿Qué clase de castigo?— me atreví a cuestionar.
Separó sus labios, pero de aquellos no salió una sola palabra. Aventó la cabeza hacia adelante y luego se alejó.
—Trae mi café y a Christina. —Me dio la espalda. — ¡Ahora!
Me moví con vergüenza, salí del lugar directamente hacia mi mentora. Pregunte sobre el café y le di el mensaje sobre el requerimiento de su presencia en aquella oficina.
Me reprimí por las imágenes que llegaron a mi cabeza en ese momento.
«Si no obedeces, tendrás un castigo».
Lo imagine tomándome del cuello, llevándome hasta su escritorio solo para después subirme en él y sacar mis bragas de un movimiento. Para después hincarse y atraer mi humedad a su boca.
Sentí un gran escalofrío recorrerme. Mis pezones se pusieron duros bajo mi sostén, apreté las piernas sin darme cuenta. El sonido del elevador al abrirse me saco de aquel transe.
Había bajado a la cafetería por el café de Atanas. Fue la orden que me dio Christina pero no podía dejar de pensar en la forma en la que él me había hecho sentir. Ese calor tan inmenso posándose en mi entrepierna, subiendo por mi abdomen hasta llegar a mi garganta.
Era un problema.
No podía fantasear con mi jefe.
Él tenía razón, lo que paso entre nosotros en aquel club había sido un error. Sería mejor que lo olvidáramos pero algo me decía que eso no sería sencillo, ni un poco.
El deseo seguía en sus ojos y no sólo eso, esa mirada roja, bajo la cual me sentí pequeña, como una presa indefensa que estaba por ser devorada. Era más intensa.
Las chicas de la cafetería me entregaron el café, pregunte si tenía todas las especificaciones que había anotado mentalmente para no fallar al complacer al señor Kilov.
Recorrí el camino de nuevo hasta arriba. Christina no estaba en su escritorio y no había rastro de Mark, me acerque a la puerta y la toque dos veces antes de entrar.
El pelinegro ya no estaba ahí adentro, así que, simplemente me acerque a dejar su café en el escritorio y salí corriendo.
No quería estar ni un segundo más cerca de él, ya había tenido suficiente.
Regrese a mi escritorio y me dispuse a intentar comprender como funcionaba todo en la computadora. Me pregunté si en algún momento podría traer algo para decorar mi espacio, algo para que se sintiera un pocas más mío.
Me concentre en abrir y cerrar pestañas en la computadora, entre a todos los lugares que debía, todo se veían tan claro, nada complicado.
Atanas y Christina volvieron en algún momento, hablaron entre ellos y después cada uno fue a su lugar.
Él ni siquiera volvió a mirarme, se adentró en su oficina y cerró la puerta tras de sí. No volví a volverlo en todo el día, ni siquiera cuando la rubia sentada frente a mí me ofreció bajar a almorzar con ella.
Fuera de la presión de estar en la oficina, ella era realmente carismática. Un poco más relajada, la vi incluso sonreír con dulzura cuando se dispuso a comer una dona glaseada, parecía auténticamente feliz.
Después de eso volvimos al área de trabajo, pedí la ayuda de mi compañera algunas veces y eso fue todo, me sentí completamente preparada para utilizar aquel sistema.
Tal vez todavía había muchas cosas con las cuales de venía ponerme al corriente, como conocer a los demás jefes de departamento pero, eso sería para otro día.
—Hada, ya puedes irte a casa, ya acabamos por hoy. —Christina estaba tomando su bolsa y abrigo, totalmente preparada para irse.
—Sí, solo debo terminar de hacer algo y me voy. —Le sonreí. —Buenas noches, descansa.
—Igualmente. —Me dejo sola en aquel lugar, me quedé en silencio. Sólo debía terminar de anotar la agenda del día siguiente en mi libreta.
Apague la computadora y me dispuse a tomar mis cosas para irme. La noche había llegado, y con ella el frío.
Me arrepentí de no traerme al menos un suéter, la verdad es que al salir tan apurada lo había olvidado.
Entre por sexta vez al elevador y baje hasta la recepción del edificio. El lugar estaba vacío, aquel que antes estaba repleto de gente parloteando sin cesar, estaba prácticamente desolado, ahora el único ruido que se percibía era el zumbido del aire.
Salí del edificio y maldije en voz baja cuando el frío me golpeo. Me acerque a la acera y levante la mano para buscar un taxi, no tardó mucho en pararse uno frente a mí.
Busque el dinero que guarde en el bolsillo de mi falda pero ya no había nada, busque mi cartera en mi bolso pero de nuevo nada. Había olvido traer más dinero, me disculpe con el señor y decidí que caminaría hasta mi departamento.
El camino sería largo pero no tenía opción.
Había pasado tanto tiempo en la oficina que ni siquiera me había dado cuenta que había llovido, las calles están mojadas, y en la avenida pequeños charcos que se agitaban con cada auto pasando a gran velocidad.
Estaba caminando en la dirección que creía correcta, abrazándome a mí misma por el frío cuando tuve la mala suerte de ser salpicada por uno de aquellos charcos.
El frío creció en mi cuerpo.
Mi noche no podía ir peor, ¿o sí?
—Vaya hermosura. —Un grupo de hombres murmuró mientras caminaban detrás de mí. Acelere el paso. —No huyas de nosotros, mi amor.
Comencé a correr. Mis tacones resonaron con fuerza en el pavimento, el pánico comienzo a subir y mi frente a sudar.
Los hombres me alcanzaron y me tomaron del brazo.
— ¡No! ¡Déjenme!— Solté un chillido mientras intentaba seguir huyendo.
Me jalaron hasta ellos después lanzarme al piso. Mis ojos comenzaron a llenarse de lágrimas. Supliqué una vez más pero ellos no me hicieron caso, se hincaron y acercaron más más mí.
Cerré los ojos con miedo.
Estaba temblando de miedo.
Un fuerte golpe seguido del quejido de uno de los hombres hizo que abriera los ojos de golpe.
Una figura de traje se encontraba parada frente a mí, de espaldas. Él estaba peleando contra el grupo de sujetos, completamente solo.
Ellos eran demasiados y aun así, no pudieron contra él. Salieron corriendo como las viles y asquerosas ratas que eran.
Él se volteó hacia mí, lo mire aterrada pero al instante lo reconocí. El rojo de sus ojos brillaba con intensidad en la oscuridad de la noche.
— ¿Estas bien?— Se agachó. Su mirada era compasiva, sus largos dedos tocaron mi antebrazo con cuidado.
—Atanas...—rompí en llanto.
Me lance a sus brazos, él me refugio en ellos mientras acariciaba con sutileza mi cabello.
—Tranquila, hay que irnos. —Me ayudo a levantar y me llevo de la mano hasta su auto. La puerta estaba totalmente abierta, parecía como si se hubiera apresurado tanto que no espero a que el auto se detuviera.
Al interior de este, había un conductor, quien parecía completamente ajeno a la situación.
Subí con cuidado sin soltar su mano, seguía temblando.
Me acomode en el asiento y pronto sentí la diferencia del clima, era más cálido pero no lo suficiente.
—Jack. —Golpeo la ventana de vidrio polarizado que separaba la parte de atrás con la de adelante. El hombre se acercó a esta y Atanas me miró. — ¿Dónde vives?
Titube mi dirección.
Dio dos golpes al vidrio y se sentó de nuevo a mi lado.
El auto comenzó a moverse sin darme tiempo para procesar todo aquello. Me abrace a mí misma y miré por la ventana, las luces de la ciudad estaban tenuemente apagadas por lo polarizado del vidrio.
Mis dientes chocaron entre sí, no pensé que fuera tan obvio hasta que una suave y cálida tela tocó mis hombros. Los brazos del pelinegro me rodearon con cuidado depositando su saco sobre mí.
Me cubrí con él pero eso no detuvo el choque de mis dientes.
— ¿Tienes mucho frío?— Su voz se había volteo neutral.
—S-sí. —Apenas lo dije, él golpeó el vidrio que nos separaba con Jack. La calidez llegó casi instantáneamente, pude relajarme al menos un poco.
Deje de temblar, el miedo seguía en mi piel pero era reconfortante un lugar cálido, donde ya estaba a salvo.
Busque la mirada del pelinegro, se había enfocado en su ventana, parecía estar evitándome. Su mirada se había endurecido, la amabilidad estaba intentando ocultarse detrás de sus ojos.
—Atanas. —Llame su atención, no volteó a verme. —Gr-gracias.
Soltó una larga respiración.
—No tienes que agradecerme, yo hice lo que debía. —La frialdad en su voz me sorprendió.
Mírame.
Supliqué en mi mente.
Deseaba que sus ojos se posaran en mi al menos un momento. Él me había salvado, estaba llevándome a casa, se había preocupado por mí.
—Atanas. —Supliqué.
Su mano alcanzó la mía, y entrelazo sus dedos con los míos. Al fin, volteo a verme, sus ojos estaban cargados de enojo pero no era contra mí, su mirada se fue suavizando hasta reconfortarme.
—Estás bien. —Susurro. —Ya no te harán daño.
Sonreí.
Tuve la valentía de acercarme a él, nuestras manos se aferraron la una a la otra, apoye mi cabeza en su hombro. Después de eso, ninguno de los dos emitió ni una palabra hasta que llegamos a mi casa. Ya no estaba asustada, el calor en mi pecho había crecido y ya estaba convencida de que en realidad sí estaba bien.
El auto se detuvo y otro "gracias" salió de mi boca. Él soltó mi mano y se apartó ligeramente. Me atreví a buscar sus ojos y había algo en ellos que me erizo la piel, era la misma mirada que me dio cuando hui de él.
Esos ojos reflejaban... hambre.
Trague con dificultad.
Mis piernas se debilitaron.
—C-creo que debo bajarme. —Abrí la puerta pero el sostuvo mi brazo con fuerza. El rojo de sus ojos brillo con intensidad mientras sentía como el calor en mi entrepierna crecía. — ¡Gradiós!
Me solté y salí corriendo del auto.
¿Gradiós? ¿De verdad combine "gracias" y "adiós"?
Yo de verdad entre en pánico. Entre a mi edificio y subí con prisa las escaleras, apenas a medio camino me di cuenta que su saco seguía en mi hombros, ni siquiera pensé en ello cuando salí corriendo.
¿Por qué él me miraba con hambre? ¿Y por qué eso me calentaba tanto?
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