Capítulo 11
Atanas.
Mi padre había sufrido un grave desmayo. Podría ser algo no tan relevante para un humano, pero para un vampiro de más de 1000 años, bueno, era completamente anormal y preocupante.
Fui uno de los últimos en enterarse de su estado, tal parece que nadie había podido contactarme hasta que Melissa fue directamente a mi oficina.
Evadí los rostros molestos mientras me abría camino hasta la habitación de mi padre. Entre sin pedir permiso, no lo necesitaba.
—Padre— susurre.
Él estaba completamente recostado en la cama, los varios monitores a su alrededor confirmaban su mal estado.
Abrió ligeramente los ojos y sonrió detrás del respirador.
—Atanas— pronuncio con voz rasposa.
Me hinque a un lado de su cama, tome su mano y la puse contra mi frente antes de besarla. Me sentía culpable por no haber estado con él cuando se sintió mal, desde la llegada de Hada, mi vida parecía envuelta en una nube de distracciones, que no me dejaban estar con la persona más importante en mi vida.
Me levante y me pose a un lado de su cabeza.
—Los médicos dicen que fue un fallo respiratorio. —Melissa habló detrás de mí. Padre se había quedado dormido. —Dicen que está estable pero si sigue así, no vivirá más meses.
Me cuestione un millón de cosas.
¿Como era posible que el imponetente hombre inmortal qué me había convertido en un vampiro estuviera a pocos meses de morir?
Padre siempre parecía huir, huía cuando había rumores, cuando la gente parecía estar consciente de la clase de monstruos que éramos, o cuando sus hermanos se acercaban a él.
Llego a Bulgaria porque estaba huyendo de un conflicto con dos de sus hermanos, quienes habían matado a la familia real de un país lejano. Él me había confesado que había tomado la decisión de vivir una vida mortal en ese país, no condenaría a nadie más a su maldición, y moriría en paz como debió pasar en primer lugar.
Pero me conoció.
Un niño hambriento en las calles de Bulgaria, un valiente superviviente que estaba dispuesto a todo para seguir viviendo. Le di fuerzas para seguir con su misión, y ahora tal vez debía hacer lo mismo.
—Llama a los rusos. —Ordene.
—Ningún medio humano puede salvarlo, sabes lo que debe hacer. —Me objeto.
La vida de los vampiros originales nunca había sido sencilla, y menos la de mi padre. Cargaba consigo una enorme carga de culpabilidad, todo porque se veía obligado a convertir a almas inocentes a asesinos, y si no lo hacía, moriría.
Entre cada hijo qué había convertido había dejado un cierto tiempo, el tiempo que le brindaba condenar una vida. Dependía de la persona, con algunos habían pasado 100 años, con otros apenas unos 20.
Y ahora, habían pasado casi 120 años desde el último, Samuel. Un joven que se quería quitar la vida en los años 1900, en algún lugar de España.
Desde él, Padre había jurado jamás convertir a nadie más.
—Lo sé— admití. Lo menos que podía hacer era intentar que accediera a romper su juramento, lo cual sería extremadamente difícil. —Lo que ellos pueden proveemos nos permitirá mantener vivo a Padre hasta que encontremos un candidato.
Melissa pareció entender, y sin más, salió.
Ni siquiera había hablado con Padre sobre la indecente propuesta de los rusos. Había pasado toda la noche y mañana pensando en mi pequeña obsesión.
No podía creer que, ni un momento así, Hada no saliera de mi mente.
Vaya que estaba en un aprieto.
—No lo hare— la voz airosa de mi Padre hizo que saltará fuera de mis pensamientos.
—Padre, no vamos a dejar que mueras.
Percibí como una sonrisa triste se posaba en él.
—No quiero arrastrar a nadie más, hijo. Lo sabes. —Asentí, era lo que siempre decía.
Padre nunca había convertido a alguien por deseo propio, todos nosotros habíamos elegido ser lo que éramos. Muchos súplicas por años para que el por fin lo hiciera.
—Y tú sabes que, de verdad haremos todo para mantenerte con nosotros. —Le dedique una mirada severa.
—Hay un ciclo en la vida, como en todo. —Tomo aire. —Mis hermanos y yo rompimos eso hace muchos años, y las consecuencias de nuestro error comienzan a tomar su pago. Yo nunca he querido qué nadie cargue con esto, y lo sabes. No puedo esperar que algún alma en este siglo, quiera o desee tanto como ustedes el llevar este peso.
—Siempre hay alguien.
—En algún momento debo morir, hijo. Ni siquiera nosotros somos tan eternos como pensamos.
—No quiero ver morir a mi padre. Ni hoy, ni mañana, ni nunca. —Me puse de pie. —Nos juraste una eternidad juntos, como familia.
Su tristeza aumento.
—No lo haré, a menos que haya alguien tan dispuesto como tú.
—Encontraré a alguien, te lo juro. —Tomé su mano con fuerza.
Su sonrisa se desvaneció con él quedándose dormido nuevamente.
Lo deje que descansará, afuera de la habitación los murmullos de mis hermanos seguían y seguían, pero ninguno tenía el valor de decirme nada a la cara, por lo que, jamás los tomaría en serio.
Encontré un asiento justo a lado de Melissa, quien estaba revisando con notoria concentración algo en su laptop. Distrajo su mirada hacia mí un segundo, para después volver a lo suyo.
—Los rusos aceptaron verte en el Club Palace a las 6. —Me notificó. —Espero tengas los contratos y demás a la mano.
Hice una mueca.
—Están en la oficina, tengo que ir por ellos.
—No, no y no. —Me alzó la voz. —Tú te quedas aquí.
La mire confundido.
Melissa era una chica tranquila, al menos, desde que la había conocido, siempre se había caracterizado por su carácter relajo y casi tímido. Hubiera esperado cualquier cosa de mis hermanos, pero de ella nunca qué me levantara la voz.
Lo hizo de una forma tan simple que casi me sentí asustado.
La mire por unos segundos, antes de ceder con una solución.
—Bien, llamaré a Christina para que venga a dejarlos.
Asintió victoriosa.
Debía recurrir a mí siempre confiable Christina. Saque mi teléfono y llame a la oficina, pasaron unos segundos antes de escuchar el saludo familiar.
—Oficina del Señor Atanas Kilov, ¿cómo puedo ayudarlo?
—Christina, soy yo.
—Ah, hola. —Respiré.
—Necesito que me traigas unos papeles, estoy en el hospital. Enviaré a Jack por ti, no tardes.
Tardo un segundo en hablar, podía escuchar como masticaba algo del otro lado.
—Aja, me avisa.
Me colgó.
A veces sentía que no me respetaba lo suficiente.
Le envié un mensaje con donde estaba la carpeta con el contrato de los rusos. Del mismo modo, le pedí a Jack qué fuera lo más rápido posible.
Recibí una afirmación de ambos.
Pase mi atención a la laptop de Melissa. Tecleaba furiosamente mientras abría y cerraba pestañas en el navegador.
— ¿Qué haces?— pregunté con cautela.
—Busco candidatos. —Hizo una pausa y volteo a verme.
— ¿Cómo?— entendía más que otros de mis hermanos las nuevas tecnologías, me había obligado a ello cuando abrí mi empresa pero, había aspectos como las redes sociales y foros en Internet qué no comprendían por completo.
—Hay foros en Internet donde la gente habla sobre querer convertirse en vampiros.
Era una buena idea, si es que había alguien realmente comprometido.
Los tiempos habían cambiado, al igual que todas las personas. Me asustaba el hecho de que todo hubiera cambiado demasiado como para encontrar a alguien, a alguien que no corriera despavorido al ver nuestros colmillos. La mayoría siempre eran solo fanáticos, que se vestían con camisetas negras personalizadas con el personaje de alguna novela absurda de vampiros, o algunos otros que se vestían con corsé negros y largos vestidos que simulan épocas pasadas, algunos más extremistas que poseían colmillos reales.
Pero, de toda esa gente, ninguno realmente lo haría. Aunque, por una vez, me gustaría que todo lo que creo estuviera erróneo.
Melissa abrió otra ventana del foro, era el perfil de un chico de 27 años, originario de Egipto. Un buen prospecto en realidad, su perfil dejaba en claro que buscaba a un vampiro real, no farsantes. No quería cumplir una fantasía sexual qué incluyera solo mordidas y sadomasoquismo, se veía que estaba interesado en nuestro estilo de vida.
—Hay que contactarlo. —Melissa me miro unos instantes antes de asentir.
—Yo me encargo de eso, no le digas a Padre. Habrá que mantener a los candidatos en secreto hasta que sea una realidad, no quiero que se ilusione.
—Yo tampoco. —Baje la mirada. Darle falsas esperanzas a mi padre no estaba en mis planes, no iba a dejar que su estado anímico empeorará porque un mortal se arrepentío de último momento.
Mi teléfono vibró en mi bolsillo, lo saque y visualice una notificación bajo en nombre de mi chofer, con unas simples palabra: "Llegamos, señor". Me relaje en el asiento mientras tecleaba la respuesta.
"Suban al 6 piso, pueden pasar con mi nombre".
Christina entendería fácilmente esa orden, no sería la primera vez que le pedía hacer algo así. Era un hombre ocupado, mi secretaria y su habilidad para moverse y traer lo que necesitaba siempre había sido esencial.
Seguí observando a Melissa y su labor en la computadora. Christina no debía tardar más, dudaba mucho que se hubiera perdido.
Mire mi reloj, impaciente por el hecho de que tardará tanto.
¿Por qué carajo Christina tardaba tanto?
Tome el teléfono y marque en número de mi chófer.
— ¿Señor? —sonó su voz del otro lado.
— ¿Por qué es que Christina está tardando tanto? ¿Sucedió algo? —mantuve un tono amable.
—Señor— su voz dudó—. Tal vez la señorita Moore se perdió dentro del hospital, me comentó que esta era su primera vez aquí.
Me quede en silencio.
— ¿Señor sigue ahí? ¿Quiere que suba a buscarla?
— ¿Dijiste señorita Moore? —hable en voz baja.
—Así es, señor. Fue ella quien se ofreció para venir, me parece que Christina estaba ocupada.
Colgué.
Claramente Hada se había perdido, el hospital era enorme y mis hermanos habían pedido un piso completo solo para nosotros y padre. No me extrañaría que ella y su muy impresionable personalidad se hubieran distraído con algún aspecto no tan común para ella dentro del hospital, o que, peor, ya estuviera aquí y uno de mis hermanos la hubiera abordado.
Uno de ellos hablando con la dulce Hada, seduciéndola para llevarla a un sucio armario y así, clavar sus colmillos en la blanca piel de su cuello.
Me provoque náuseas.
No podía permitir eso. Me levante de golpe, con la única intención de ir por ella y arrástrala hasta mi lado.
Comencé a recorrer a grandes zancadas el piso del hospital, mis hermanos estaban esparcidos por el lugar, muchos hablando entre sí sobre cosas sin importancia, muchos otros, recostados en los cómodos sillones de aspecto suave y colores opacos.
No veía por ningún lado a mi chica de tez blanca y ojos brillantes.
Comencé a desesperarme, contemple la idea de abrir cada puerta a patadas para ver si es que ella estaba adentro.
No necesite hacerlo.
—Creo que debería irme. —Escuche el dulce tono de su voz detrás de dos hombres.
—No te vayas, aún tengo una buena historia que contarte. —Me pose detrás del dueño de la voz.
—Ella está ocupada. —Hable en voz baja.
No sé inmutó, me reto manteniendo su vista fija en Hada.
—Como te darás cuenta, mi hermano es un maldito aguafiestas, es por eso que nunca lo invitamos a las reuniones familiares.
Ella río incómoda.
—Que hermosa risa. —Me acerqué lentamente a su oído.
—Sigue hablando Viktor, y te juro que te voy a arrancar la puta garganta. —Percibí su sonrisa desde ahí.
—Bien. —Tomó su mano, y un momento que me pareció eterno, posó sus labios en esta y tardo más de lo que debió en separarse. —Espero volverte a ver, Hada.
Saboro su nombre con el acento búlgaro qué seguía marcando su hablar.
Se retiró seguido por su novio.
— ¿Qué fue eso? —susurro cuando se alejaron lo suficiente. — ¿De verdad son tus hermanos?
Ignoré sus preguntas y camine por donde había venido. Me siguió sin preguntar nada más.
Me jodia verla con Viktor, él nunca tendría buenas intenciones con lo que a mi respectaba y no estaba dispuesto a que arrastrará a Hada a cualquier macabro plan qué estuviera poniendo en marcha. Ella no sabía nada, y quería que se quedara así hasta que tuviera la opción y el valor para decirle mi más oscuro secreto.
Llegue hasta Melissa, seguía con la vista fija en la pantalla del portátil. Me senté a su lado y por fin permití qué mis ojos se deslumbraran con ella.
La había visto hace unas pocas horas, había estado entre sus piernas y aun así, no podía evitar quedarme pasmado ante ella.
Había perdido la cabeza.
Estiro el sobre negro hasta mí.
—Christina me pidió que te entregará esto. —Los recibí sin mover mi atención de sus manos.
Entrelace mis dedos con los suyos, deleitándome con la suave piel que me volvía loco. Me dolía no poder decirle la verdad, sobre mí, sobre mi familia y sobre mi mundo.
—Gracias— dije en voz baja. —Perdón por la hostilidad de mis hermanos.
Negó con la cabeza.
—Entiendo que estén pasando una situación complicada, y yo estoy aquí más como un intruso que como un invitado. —Sonrío observando mis dedos con los suyos.
—Hablemos en un lugar más privado. —Le pedí llevándola conmigo hasta una de las habitaciones vacías.
—No creo que sea correcto qué yo esté aquí, tus hermanos...— la tomé del cuello y estrelle mis labios contra los suyos.
—Me importa una mierda lo que mis hermanos piensen sobre ti, lo único que yo deseo— volvía a besarla, —es a ti, a tu presencia y tu consuelo.
— ¿Estas bien?— me dedico una mirada preocupada.
Negué.
—Mi padre está muriendo. —Me apoye sobre un pequeño sofá qué se encontraba ahí. —No sé qué hacer. —Sentí las lágrimas crearse debajo de mis ojos.
—Hay que cosas que no podemos controlar, —se sentó en el respaldo del sofá, paso su brazo por detrás de mí cabeza y me jalo hasta su pecho, en un pequeño y cálido abrazo.
—Hay sola una opción para que mejore, pero a más la analizó, más improbable sé vuelve.
— ¿Y él está de acuerdo con esa opción?
Voltea a verla.
— ¿A qué te refieres?— sonrío con tristeza.
—Hace tres años, mi abuela murió a causa del cáncer. Los doctores habían dicho que podrían alargar su vida si ella accedía a participar en un tratamiento experimental. Nosotros estábamos rogando para que la aceptaran en ese tratamiento pero ella en cambio, se negó rotundamente a algo así. No lo entendimos en ese momento, era su oportunidad para vivir más, para estar con nosotros pero era un sentimiento egoísta. Ella estaba cansada de pelear, había vivido una vida increíble y no le veía el sentido a alargarla con sufrimiento, prefería morir tranquilamente a ser un conejillo de indias. —Pasó su mano sobre mi cabello mientras tragaba con dificultad. —Por eso lo pregunto, sigue siendo su vida, y si la opción qué tiene para alargar su vida no es del agrado de él, deberían considerar lo que él quiere.
— ¿Qué te hace pensar que él no quiere hacerlo?
—Tu hermano me lo dijo. —Buscó mis ojos. —Dijo que tu padre no quiere tomar el tratamiento para su enfermedad porque eso condenaría a alguien más.
—Viktor no sabe de lo que habla. —La aparte. —Él no sabe lo que mi padre quiere.
— ¿Y tú sí?— la fulmine con la mirada. —Lo siento, no quería que te ofendieras, lo preguntaba de buena fe.
Suavice mi mirada. Claro que ella no lo preguntaba de mala fe, ella no tenía ni idea de lo que sucedía.
—Sé que él quiere seguir viviendo, y nosotros queremos lo mismo. Eso es lo que importa.
Se acercó con una ligera sonrisa, se filtró entre mis brazos y me rodeó con los suyos.
A veces olvidaba lo dulce qué podía llegar a ser esta mujer. En un mundo como el mío, donde solo me movía entre la noche y la muerte, un ser como ella era tan brillante como una estrella.
Nuestra situación seguía sin estar clara, debía dejar de fingir que era solo mi secretaria, definitivamente no lo era. Mi interés por ella había cruzado límites qué nunca creí que serían cruzados. Me había enfocado tanto tiempo en levantar muros para proteger la fachada fría e inmortal, que nunca me había puesto a pensar que un ser tan dulce se filtraría con tanta facilidad.
— ¿La cena sigue en pie?— preguntó contra mi pecho.
Asentí dejando un beso en su cabeza.
—Te doy el día libre— le sonreí. —Ve a hacer los preparativos para la cena, te alcanzo en tu departamento a las 8.
Me dio otro abrazo como despedida. La acompañe hasta el elevador para asegurarme qué ninguno de mis hermanos interferiría en su camino. Una vez supe que había llegado a salvo con Jack, volví a mi asiento justo a Melissa.
Me senté tirando la cabeza hacia atrás, me comencé a masajear el puente de la nariz mientras soltaba un suspiro.
— ¿No le has dicho, o si?— preguntó Melissa sin mirarme.
— ¿Por qué lo preguntas?
—Porque tu noviecita parecía una conejita indefensa entrando a una madriguera llena de depredadores.
Negó con la cabeza en signo de desaprobación.
—Eso es, Melissa.
Me enderece.
—Debes decirle antes de que lo descubra por su cuenta y se convierta en un peligro. —Me dedico una mirada severa. —Porque, voy a suponer qué vas en serio con ella si es que ya le contaste de Padre.
—Supongo que así es, pero estoy esperando el momento perfecto. —Estire mis brazos. —Se acaba de enterar de que tengo conexiones con la mafia, dale tiempo para que lo procese. Sabes que a los humanos les cuesta trabajo comprender lo que somos.
Asintió.
—Entonces, ten cuidado. Y te lo digo por Viktor, no me agrada, así como a ninguno de nuestros hermanos, en realidad. —A parto si portátil. —Se trae algo entre manos, y si tu novia es parte de ello...— hizo una mueca—, bueno, eso no va a terminar nada bien para ella.
Era lo que temía.
—Ella no es mi novia, solo estoy interesado en ella. —Le aclaré y aquello le causó gracia.
—Atanas, no soy ciega. Puedo ver perfectamente lo que sientes por ella, la forma en la que suavizas la mirada cuando te diriges a ella, o incluso el cómo inconscientemente suavizas tu agarre para no lastimarla. —Intente interrumpirla. —Y no, no me importa si eso comenzó porque le quieres clavar los colmillos en el cuello, te gusta y actúas diferente. Lo peor es que se nota demasiado, y alguien como Viktor lo va a utilizar en tu contra.
—No me digas cosas que ya se. —Le reclame.
—Es un peligro qué no le digas.
—Es un peligro qué le diga, mientras más personas sepan es peor. Es por eso que hemos cuidado a quien se lo decimos. —Volvió a reírse.
—Y es por eso que los malditos rusos saben. —Me miró con desaprobación. —Tú y padre cometieron un error al revelarse a esos lobos.
—Lo hicimos para que nos temieran. Seres con tanto poder solo pueden temer a la inmortalidad.
—No hermano, su miedo es lo que los vuelve más peligrosos. Siempre buscarán una forma de acabar con ustedes, y más ahora que saben que padre muere. Ya no le temen a su inmortalidad, tal vez si a la letalidad, pero saben que si se lo proponen, pueden acabar con todos nosotros.
Tenía un punto.
Era peligroso, y en su momento no lo habíamos pensado con tanto detenimiento pero ya no importaba.
Debía ir con esos mismos lobos, enfrentarlos y someterme a sus deseos. Podía comprar más tiempo, un poco más para encontrar al candidato perfecto.
Me levante sin interesarme por despedirme de Melissa. Simplemente camine hasta el elevador y presione el piso del estacionamiento.
Necesitaba distraerme, dejar de pensar en todo lo que estaba pasando. Deseaba estar solo, sin pensar en los rusos, en Viktor, en mi padre... sin pensar en Hada y la falsa calma qué me daba.
Subí a mi auto, y sin tener un rumbo fijo, maneje por toda la ciudad.
Tenía una hora y lugar, a los cuales tarde o temprano tenía qué acudir con los papeles firmados y mi orgullo por los suelos. No importaba, era por el bien de mi padre.
Me lo repetí varias veces. Cuantas cosas había hecho por él, cuanto había perdido y rechazado solo por su bienestar pero no podía permitirme no hacerlo. Yo le agradecía mi vida, y lo que era.
Él era mi mundo, y sus hijos eran el suyo.
Así tenían que ser las cosas.
Maneje hasta que el sol comenzó a ocultarse, mi camino llevaba a uno de mi clubes. Sería algo rápido y preciso, lo suficiente para luego escaparme a la cena con Hada.
Tenía dos horas como margen, esperaba tardar menos que eso. Los rusos eran impredecibles, como cualquier depredador asustado, no podía confiar ciegamente en que sus intenciones fueran netamente ayudarnos. Detrás de su interés había algo más, podía olerlo, así como Viktor, ellos también planeaban algo.
Debían mantenerlos bien vigilados, debía mantenerlos cerca.
Cuando por fin llegue al club, tome conmigo el folder negro con los contratos. No necesitaba más.
Sería rápido.
Me abrí paso entre las mesas llenas, y la gente que bailaba al lento ritmo de la música. La noche apenas había caído, y ya había varias almas perdidas en el alcohol y la fiesta.
La mayoría de mis clubes estaban divididos por la pista general en el primer piso, y mesas privadas en el segundo. Era muy raro que yo me encontrara entre la gente común, normalmente estaba arriba, bebiendo de alguna chica en alguna mesa privada, sentado al centro de todo como si fuera un rey, porque así me sentía, así me hacían sentir.
Subí las escaleras sin cruzar palabra con nadie, busque entre los cubículos hasta toparme con las desagradables risas de esos sujetos. Sus sonrisas no se inmutaron con mi presencia, el contrario, se ensancharon siniestramente.
—Siéntate amigo— me invitó el mayor de ellos. —La estamos pasando espectacular, el servicio del lugar sin duda es de cinco estrellas.
Volvió a reírse al tiempo que le daba un sorbo a un su bebida. Estaba centrado al centro, con una chica a cada lado, quienes, a juzgar por sus ojos, estaban perdidamente borrachas.
A su izquierda, se encontraba uno de sus hermanos, tenía a una chica pelirroja subida en su regazo. Parecía no importarle realmente si estaba o no ahí.
A la derecha, Elena. Como siempre, con su mirada fría e inexpresiva fija en la nada. Parecía ser la única que no se estaba divirtiendo.
Lancé el folder a la mesa con la intención de detener su pequeña fiesta. Ninguno volteo a verme.
—No tengo tiempo— puse los ojos en blanco. —Creí que le pondrían más atención a esto.
Dmitry sonrió a medias, no parecía tener la intención de separar su cara de los pechos de una de las chicas. Me pareció desagradable.
Golpee la mesa, estaban agotando mi paciencia y lo tomaban como un juego, me tomaban como una puta broma. Las chicas saltaron del susto y se rieron como acto seguido.
—Vamos, no te enojes. —Pronuncio con su sucio acento ruso. —De verdad nos estamos divirtiendo, no nos quites eso.
—Solo revisa los papeles, firma y los dejaré seguir con su fiesta. —Le asegure.
—Me supongo que tienes mejores cosas que hacer. —Dedujo con malicia. —Tal vez una romántica cena con cierta ovejita qué ya conocemos— se rio—, o tal vez solo estoy diciendo cosas sin sentido.
Le dedique una mirada fría.
—Firma. —Hable entre dientes.
—Elena, hazle un lugar a nuestro amigo. —Le ordenó a su hermana. Parecía estar completamente incómoda, y sin embargo, no pude evitar notar el brillo en sus ojos cuando se hizo a un lado y me invito a sentarme.
Debí de decir que no, estaba realmente al borde de gritarles y golpearlos para que me tomarán en serio.
— ¿Ya puedes mirar los papales?
— ¿Has probado en ir a terapia para controlar tu ira?— me ignoro. —Un vampiro con súper fuerza como tú y poco control de su carácter es muy peligroso, no me puedo imaginar la clase de riesgo a la que se expone la linda Hada. —Me tense. —Imagínate, te peleas con ella y sin pensarlo, le arrancas la garganta en un arrebato de ira.
—La única persona que corre riesgo de que le arranque la garganta en este momento eres tú.
Resoplo.
— ¿Lo ves? Solo compruebas mi punto. —Pasó sus dedos por el cabello de la chica a su derecha. —Hermosa, ve a divertirte con mi amigo, no creo que a su novia le importe.
Me moví incómodo cuando la castaña se acercó a mí, se sentó en mis piernas y comenzó a recorrer la piel de mi cuello con besos. Intente respirar para mantenerme calmado, solo me quería ir, no soportaba esa actitud infantil.
—Pensé que estaba aquí para hablar de negocios. —Le recordé.
—Lo estas— me aclaro. —Pero en mi país, celebramos un buen cierre de trato. —Me guiño un ojo. —Diviértete o vamos a obligarte a que lo hagas.
Asentí suavemente.
Podía seguirle el juego un rato, no era de mi agrado pero estaba bien. Se cansarían de aquella diversión vacía, pronto estarían tan ebrios que no tendrían conciencia de sus acciones.
Deje que la castaña en mi regazo me besara el cuello, no tenía problema en ello. Evite tocarla, me límite a dar breves sorbos a la bebida que me habían traído.
—Escuche que tu padre está en el hospital. —Murmuro Elena. Volteé a verla. —Que lamentable situación, siempre he creído que es un buen hombre.
Cuando conocí a los rusos, había sido casi inevitable la conexión que había tenido con esa mujer. Habíamos sido amantes por un tiempo, sin nada de sentimientos por en medio, solo sexo casual qué disfrutábamos por igual.
Elena era una mujer hermosa, alta, de piel porcelana y ojos fríos. Era un depredador de fría belleza, y aunque en algún momento me hubiera sentido atraído por ella, ahora era diferente.
Me costaba entender si sus palabras tenían alguna clase de ironía o burla.
—Sí, es lamentable. —Me límite a contestar.
Los gritos de sus hermanos se hacían cada vez más fastidiosos, podía entender que se sintiera incómoda. Pero sin embargo, no hacía nada para ponerles un alto. Solo estaba sentada entre nosotros, callada, bebiendo ocasionalmente de una copa de vino.
Las canciones comenzaron a pasar una tras otra, la chica en mis piernas estaba tan borracha que no podía mantener el piso de su cabeza, por otro lado, los rusos seguían bebiendo y gritando.
—Dmitry, firma. —Le grite pasando por encima de Elena.
Él se limitó a asentir y se levantó, seguido de su séquito, a excepción de la chica que había estado conmigo.
Lo alcancé preguntándome hacia donde diablos iba.
— ¿Sabes por qué me gusta este club tuyo?— negué con la cabeza. —Me gusta el detalle de que puedas tener una habitación privada por unas horas.
Cuando había adquirido aquel lugar, eso ya existía. En realidad, no había sido idea mía, y en realidad nunca los había utilizado.
Me miro con una sonrisa gigante.
—Rente una para tener privacidad. —Me dijo y volteé a ver a las chicas que nos seguían. —No te preocupes por ellas, después de esta noche dudo que recuerden algo.
— ¿Aun vas a tardar?— lo presioné al llegar a la habitación. Giro la llave con una lentitud molesta.
No sabía qué hora era, ni cuánto tiempo me quedaba. Había dejado mi celular en el auto.
Se río dándome una palmada en la espalda. Me hizo un gesto con la mano para que entrará primero. Me resulto raro el gesto pero no le di tanta importancia. Seguía con su juego, y lo único que quería es que terminarán lo más rápido posible.
— ¿Por qué esta tan oscuro? —di un paso más adentro. Y antes que pudiera voltear a ver que sucedía, una bolsa de plástico grueso se enrollo en mi cabeza.
Comenzó a asfixiarme sin darme si quiera oportunidad de defenderme. La oscuridad y la desesperación me invadieron hasta que perdí el conocimiento.
Lo siguiente qué sentí fue una punzada de dolor en el torso de la mano. Abrí los ojos lentamente, intentando adaptarme a la iluminación del lugar.
Visualice primero a Dmitry, recargado en un mueble delante mío. Tenía una sonrisa tranquila en su rostro, jugaba con lo que parecía ser una navaja en sus manos.
— ¿Qué hiciste?— tire mi cuerpo hacia adelante y me arrepentí al instante. Tarde unos segundos más en reconocer mi situación, estaba encadenado de pies y manos. Las cadenas eran pesadas, y aunque en un primer intento pensé que podía liberarme, estaba completamente equivocado. Me creaban una sensación de ardor con cada movimiento, y era peor gracias a una daga enterrada en el torso de mi mano izquierda.
Dmitry se rio.
—No te esfuerces. —Se acercó con cautela. —Te será muy difícil liberarte de eso. Así que, simplemente no lo intentes, te liberaremos cuando nos des lo que queremos.
Gruñí.
— ¿Qué hiciste?— volví a preguntar.
—Verás, nos tomó un tiempo averiguar tus debilidades. —Movió las manos. —Bueno, las debilidades de tu especie. Descubrimos qué a tu especie no le gusta nada que sea de plata, una extraña alergia considerando qué ustedes se bañan en metales preciosos. —Continuó. —Pero aunque pudiéramos conseguirlas, aun no teníamos una forma de hacerte frente. Tu fuerza sobre humana es impresionante, necesitaríamos un ejército para atarte de esta manera.
Lo mire confundido.
—Fue difícil encontrar el segundo ingrediente de nuestro pequeño plan. —Pronuncio una voz detrás de mí. El tono burlón de Elena me tomo por sorpresa.
—Estramonio, nunca pensé que eso funcionaria.
—No estoy entendiendo.
Me observo con incredulidad.
—No me digas que nosotros sabemos algo que tu no. —Me burlo. —Descubrimos que la planta venenosa, estramonio, es tóxica para tu especie. No al grado de poder matarlos pero si qué los debilita, hoy no lo probaste.
— ¿Qué hiciste?
—Mojar las cadenas en solución de estramonio fue fácil, ponerlo en tu trago fue algo un poco más complicado. No sabíamos hasta que nivel te debilitaría, esperábamos qué fuera lo suficiente para que te desmayaras, y así fue.
Apreté los dientes.
No podía ser verdad. El hecho de la plata era real, me incómoda el cómo lo supieran pero era un hecho un poco obvio pero el estramonio. Ni siquiera yo lo sabía, ¿cómo es que no sabía eso?
No había advertido su sabor, ni su olor. Pero tenía que ser cierto. No había otra explicación por la qué no pudiera contraatacar, pero ¿cómo?
Yo no sabía eso, ¿por qué ellos sí?
— ¿Qué es lo que quieres?— cambie mi pregunta.
—Algo simple. —Me sonrió. —Queremos cambiar las condiciones del contrato. —Lo mire confundido. —Sabemos que es algo muy bajo de nuestra parte el aprovecharnos de la situación de tu padre, pero entenderás qué el nuestro nos crío para aprovechar cada debilidad del enemigo. En este momento, mi amigo, tú nos necesitas más a nosotros, así que, cambiemos unas condiciones. —Acerco una carpeta color vino hacia la luz. —Aunque disfrutamos trabajar contigo, hemos decidido qué sería mejor para todos si ahora tú trabajas para nosotros, otro lacayo para nuestro propósito.
— ¿Trabajar para ti?
Asintió.
Apreté mi puño.
—Tranquilo, no es tan malo como suena. —Se río. —No es como que tengas opción.
Me balancee hacia delante, sin importarme el dolor que eso causaría.
—Jódete. —Escupí a sus pies.
Su sonrisa desapareció en un instante, su mirada se oscureció y me miró, no, miró algo detrás de mí.
Elena se movió como una sombra, en la oscuridad, dio pasos tranquilos y calculados.
—Nos mostrarte una parte sensible de tu alma, gracias por eso. —Se movió hacia mi derecha. —Perdonarás que ahora la use en tu contra. —Lo seguí con la mirada. —En aquella carpeta se encuentra nuestro nuevo acuerdo, no necesitas más que firmarlo. —Se detuvo dentro de la oscuridad —, pero, si te niegas a hacerlo por las buenas, entonces, tendremos que tomar medidas un poco... rudas. —Una fría risa sonó, no supe distinguir de quien provino. — ¿Qué eliges?
Me tome un momento. Sentí mi piel arder, el frío tacto del metal sobre mí y dentro de mi palma. Mi puño se apretó más y más, me sentí débil y no sabía qué hacer. Mi interior comenzó a arder, mis ojos brillaron más rojos que nunca.
—J.O.D.E.T.E. —Escupí cada letra con rabia.
—Si así lo quieres.
Presionó algo en la pared, provocando que otras dos luces se encendieran justo a mis costados. Observé con cuidado, eran otras dos personas, perfectamente atadas de cuerpo completo, tenían una bolsa que cubrían por completo sus cabezas, jeans de su talla y largos suéteres que cubrían el resto de su cuerpo.
Sentí un escalofrío, algo de esa ropa me resultaba familiar.
— ¿Qué es esto?— pregunté con falsa calma.
—Esto mi amigo son consecuencias. —Pronunció con diversión. Sus labios se habían curvado en una perfecta sonrisa. —Cometiste un error al mostrarnos a esa pequeña e indefensa oveja tuya. No nos culpes ahora que ella esté en peligro.
Intente no mirar a ninguna de las dos figuras. Era imposible que Hada estuviera en esa habitación, ella estaba en casa... ¿o tal vez no?
Su olor impregnaba cada pieza de ropa de las dos figuras, sentía su olor y me confundía más cada vez que inhalada.
Ya no está aquí, me repetí.
—Son amanezcas vacías. —Mi voz sonó fría. —Sean quienes sean estas mujeres, ninguna me interesa.
— ¿Estás seguro?— me dedique a mirarlo, sin darle respuesta alguna. —Bien—, dijo al fin. —Entonces, habrá que deshacernos de estas inservibles consecuencias.
Su mano se movió en dirección a la chica a mi izquierda. Una señal, una corta señal que desencadenó en un fría risa por parte de Elena. Seguí con la vista enfrente, aun cuando un golpe seco sonó, seguido por lo que pareció un hueso roto. No hubo grito, no hubo reacción.
—Más fuerte, vamos, sé que puedes hacerlo mejor. —Se burló, y en respuesta sonó otro golpe.
El olor me tranquilizó.
Sangre, sangre de otra persona muy diferente a Hada.
No era ella.
Contuve un suspiro de tranquilidad.
Me permití voltear, el cuerpo de esa pobre chica me lleno de tristeza. Era alguien inocente que no merecía algo así.
—Una de dos, ¿será que la siguiente sea la correcta?
Observe a la otra chica. No pude evitarlo. Había una pequeña posibilidad de que fuera ella pero no era, no era.
Elena se movió detrás de mí, sostenía un martillo largo y pesado entre sus manos. Lo balanceo hacia arriba y sin previo aviso golpeo el hombre derecho de la chica, ella dio un salto seguido por un sollozo ahogado.
—Última oportunidad— cantó el ruso.
—Adelante— susurre.
Elena volvió a balancear el martillo hacia arriba y con un solo movimiento encestó el martillo en la cabeza de la mujer. La sangre comenzó a manchar la bolsa que cubrían su rostro.
No era ella.
Observé la mirada divertida del ruso. Todo fue un sucio juego.
—Supongo que esta vez no tuvimos suerte, será la próxima. —Movió la cabeza en dirección a su hermana. —Los negocios aun no terminan, pero la noche sí. Seguiremos en contacto, espero que puedas considerar nuestra oferta. —Las manos de Elena se deslizaron despacio por mis ataduras, aflojándolas poco a poco. —Y antes de que consideres el arrancarme la cabeza, yo te aconsejaría en apurarte y llegar a tu cena, tu ovejita te está esperando y a menos que desees tenerla muerta en tus brazos antes de que amanezca, será mejor que estés ahí lo antes posible.
La última cadena cayó al suelo. Me sentía mareado, asustado. No estaba en condiciones de pelear, ahora no.
Me acerqué despacio al maldito ruso y sin mediar palabra con ninguno me fui.
Las luces me resultaban molestas, la piel me ardía y aun podía sentir la herida de mi mano. Pero en ese momento solo necesitaba una cosa, a Hada.
Necesitaba saber que ella estaba bien. Los rusos no se caracterizaban por dar amenazas vacías, y aún qué todo aquello hubiera sido un simple juego, eso no quitaba el hecho de que Hada estuviera en peligro real.
No sé cómo llegue a mi auto. Todo estaba tal y como lo había dejado. Ni siquiera sabía la hora, tome mi celular con esperanzas de saber que había pasado en mi ausencia pero este estaba apagado.
— ¡Carajo!— grité frustrado. Maneje fuera del estacionamiento. Aún era de noche, eso era una buena señal. Conduce lo más rápido que pude, apenas si me fije en las luces rojas de los semáforos. No me importaba, solo importaba Hada.
De alguna manera logre llegar en una pieza a la entrada de su edificio. Corrí hasta la recepción y le pedí de manera agitada el número de departamento.
— ¿Es usted el señor Kilov?— me preguntó ligeramente adormilado.
Asentí.
Me dio indicaciones, el número de departamento y que el elevador no estaba funcionando.
Corrí hasta las escaleras, salte los escalones de dos en dos hasta llegar al tercer piso. Recorrí los números hasta ella.
Toque la puerta en movimientos frenéticos. Necesitaba verla. Seguí y seguí tocando, cada vez con más frustración hasta que el movimiento de esta me saco de mis pensamientos.
Una tenue luz se filtró junto con una pequeña figura desde el otro lado.
—Hada...
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