Capítulo 10.
Mi jefe era parte de la mafia, y la grandeza de su empresa se debía a ello.
Eso fue una bomba, podría haber esperado muchas cosas de Atanas pero eso, eso de verdad había sido terrorífico.
Los rusos habían sido groseros, sin duda. Había una historia llena de odio detrás de sus interacciones cordiales pero era mejor para mí el no entrometerme ni un poco.
Tenía miedo.
Yo solo quería un trabajo estable en una gran empresa, no fue mi intención meterme con Atanas en ese baño, ni en su oficina, ni su auto... no fue mi intención meterme en algo tan ajeno a mi mundo.
Sin embargo, lo había hecho, y él parecía confiar lo suficiente en mí como para mostrarme ese lado oscuro de su vida.
¿Que esperaba de mí?
Hablaba de libre albedrío mientras me sumergía lentamente en su oscuridad. Me daba opciones mientras sus secretos comían la inocencia de mi alma.
La ternura de sus acciones después de la batalla fueron un alivio, y aunque había tenido toda la noche para meditar sobre mi miedo y todo lo malo referente a nuestra relación, aun me quedaba mucho por pensar.
Llegue temprano al trabajo, estaba intrigada por ir directamente a la oficina de Atanas y hablar con él igual que la noche anterior.
Pero antes, llegue a mi escritorio y acomode todo aquello que había comprado en el súper mercado. Me resulto extraño el encontrar un vaso con algo caliente adentro.
Volteé a ver a Christina, quien había llegado antes que yo, y le señalé el vaso.
— ¿Tú lo trajiste?— me miro sobre la computadora.
—No, lo trajo el señor Kilov. —Me miro extrañada. —A mí también me trajo un capuchino, no sé qué sea el tuyo.
Lleve el contenido caliente a mi boca, pero antes de dar el trago ya sabía que era. Tuve precaución de no quemarme la lengua, tome rápidamente el líquido, disfrutando verdaderamente su sabor.
Era chocolate caliente.
Sonreí sin poder evitarlo.
Por el comentario supuse que Atanas había llegado ya hace un rato, así que, sin preguntar, tome mi chocolate y fui directo a su oficina. Entre sin tocar, aunque me arrepentí cuando me topé de frente con él.
—Ehm, hola.
Me miró divertido.
—Buenos días, señorita Moore. —Se acercó a mí. —Iba justamente a ver si ya había llegado.
Cerré la puerta y camine pasando por su lado. Deje mi bebida en su escritorio, y acto seguido, me subí en la mesa cruzando las piernas sobre esta.
—Hay que hablar. —Pronuncie de forma sería.
—Bien— asintió. —Hoy soy todo un libro abierto para ti.
—Qué bueno, porque estuve toda la mañana preparando un temario. —Simule tener una hoja en la mano, y señalé un punto de la imaginaria lista. —Primera pregunta, ¿por qué hablas ruso?
Sonrió.
—Porque habló búlgaro, y son idiomas muy parecidos. —Dijo tranquilo.
— ¿Y por qué hablas búlgaro?
—Porque nací en Bulgaria, es mi primer idioma.
—Bien, bien. —Asentí. —Ahora, ¿por qué trabajas para la mafia?
Se acercó a mí y llevo su mano derecha a mi rodilla.
—Mi padre inicio con eso, antes de estar enfermo. Él era un hombre muy metido en todo el tema de mafia, y aunque yo quise alejarme de eso, más temprano que tarde me arrastró con él.
—Casi no hablas de tu padre. —Su mirada se volvió triste.
—Él es mi mundo, y hablar sobre él me pone triste. Recuerdo que está enfermo, que ya no es el hombre fuerte que conocí de niño, y eso...— suspiró—, no puedo con eso.
—Está bien. —Intente cambiar de tema. —Si no quieres hablar de él, no te obligare.
Me sonrió.
—Hazme otra pregunta, anda. —Me animo a seguir con el interrogatorio.
Fingí pensar, cambie mi expresión a un tono más serio. Después de lo que había pasado, había estado pensando en lo que la mujer rusa había dicho.
— ¿Por qué ellos te tienen miedo? Te llamaron bestia, peor que un lobo hambriento.
Bacilo un poco.
—Tenemos mala fama, son personas que no se someten y que no temen. Eso les da miedo. —Su respuesta no me convenció.
—Ellos dijeron que ni siquiera un grupo de los suyos podrían contigo, ellos hablan de ti como si ni siquiera fueras humano. —Ladeo la boca, negándose a contestar. —Dijiste que eras un libro abierto, dame una explicación para eso.
—Es más complicado, si te digo, tal vez no me creas.
— ¿Eres un superhéroe? ¿Un extraterrestre? — me burle. —Tal vez un hada.
—No te burles, habló en serio. —Se acercó a mí oído. —Sabrás lo que soy cuando yo considere qué estás lista.
Lo mire mal.
Baje de la mesa y camine lejos de ella.
—Dijiste que responderías todas mis preguntas, esa no es una respuesta. —Me moleste. —Si no quieres decirme, está bien, pero entonces, no serás digno de mi confianza hasta que de verdad seas sincero.
Tomo mi muñeca y me jalo hacia él.
—No te vayas.
—Dime la verdad. —Se quedó en silencio. —Entonces, me voy.
No me permitió moverme. Se acercó a mí, con movimientos lentos y precisos. Deslizo su otra mano hasta mi blusa.
—Quédate. —Su boca llego a mi oído, y ahí, mordió levemente antes de que tus dedos llegarán a uno de mis pezones.
—Dime la verdad. —Insistí.
—Soy una terrible bestia, hambrienta. —Sus labios se desplazaron hasta mi cuello. —Soy un ser malvado, mis manos, mis dedos...— apretó mi pezón entre dos de sus dedos—, se han manchado con sangre más de una vez.
—Para, aquí no. —Se rio.
—No sería la primera vez que te toco en mi oficina, ¿qué te asusta?
—Tú y tu poca sinceridad. —Admití, provocando que jalara mi pezón con fuerza.
—Ya te dije lo que soy. —Comenzó a morder mi piel. —Soy un monstruo, listo para alimentarme de ti.
Temblé bajo sus caricias, camine lejos de él por inercia, y sin darme cuenta, él me guío hasta la orilla de su escritorio.
—Hablo en serio, Atanas, no podemos hacer esto.
Soltó mi mano y la poso despacio en el primer botón de mi blusa.
—Te daré la misma opción qué el otro día, corre y no te acerques a mi o quédate y dame tiempo para decirte la verdad.
—Todo este tiempo solo has estado evadiendo mis preguntas. —Busqué su cara. —Lo que te pregunto no es tan difícil.
—Si lo es, solo necesito tiempo, necesito saber si puedo confiar en ti.
¿Confiar?
No me gustaba para nada el rumbo qué había tomado nuestra conversación. De la noche a la mañana, había cambiado de opinión sobre ser sincero conmigo y no sabía porque, y cual fuera su razón, me molestaba.
—Dime lo que puedo saber, lo que tienes confianza de decirme. —Entone con cierta inconformidad, él hizo una mueca. —Hazlo y así decidiré si debo quedarme.
— ¿Eso sesearía tu curiosidad?
Negué.
—Eso me mantendría aquí contigo.
Lo pensó durante un momento.
—Bien— cedió. Alejó sus manos de mi cuerpo y fue a una esquina de la habitación, donde se ubicaba una pequeña cava con diferentes botellas de tequila, whisky, vino y más alcohol. Saco un vaso y sirvió hasta la mitad de whisky, luego agrego un par de cubos de hielo y se lo llevo a la boca, dejando el vidrio del vaso tocara sus labios antes de empinarse el vaso para dar un trago grueso. —Mi nombre lo sabes, así que no empezaré por ahí.
—Háblame de tu familia. —Pedí.
Hizo una mueca.
— ¿Mi familia? Mi padre es un empresario retirado, no tengo madre pero si muchos hermanos. Demasiados, en realidad. Mi padre se dedicó a adoptar a niños necesitados durante gran parte de su vida, él es una buena persona.
No quise indagar más, por alguna razón su mirada se tornaba melancólica cada vez que mencionaba a su padre, le afectaba el tema y yo no quería obligarlo a hablar de algo así.
— ¿Dónde están tus hermanos?
—Repartidos por el mundo, algunos ni siquiera poseen el mismo apellido que yo. Algunos viven aquí, aunque, no les gusta estar en los reflectores, somos una familia reservada.
Asentí.
— ¿De dónde eres? El apellido Kilov no es muy común en esta parte del mundo. —Cambie de tema.
—De Bulgaria, ahí nací, ya lo dije. —Dijo con simplicidad.
— ¿Qué dijo ayer el ruso?
—Hablo cosas sin sentido, no soy mucho de su agrado, en realidad la mayoría si fueron amenazas. No era broma.
— ¿Y no temes a eso? —negó. — ¿Por qué?
Dio otro trago a su bebida.
—Porque ellos nunca podrían hacerme daño, ni a mi padre, ni a mis hermanos. No estamos indefensos, y ellos lo saben, simplemente creen que con amenazas vacías ocultaran su miedo.
— ¿Por qué les temen? —sello sus labios. —Bien, no quieres hablar de eso. Cambio mi pregunta, ¿alguna de todas esas amenazas estuvo dirigida hacia mí?
—No, y aunque tuvieran la osadía de intentar algo, no llegarían muy lejos.
— ¿Porque me vas a proteger?— me bufé. —No quiero tu protección, me gustaría no estar involucrada con un hombre peligroso, y con sus peligrosos enemigos. Conocen mi nombre, mi cara, donde trabajo. Nada les impide venir por mi uno de estos días.
—Yo, yo soy lo que se interpone entre ellos y tú.
—Dime Atanas, ¿y que me protege de ti?
Se quedó callado.
Volvió a hundirse en su trago, desvío su mirada de mí y se alejó poco a poco.
— ¿Cuál es tu color favorito?— no respondió. — ¿Cuál es tu película favorita? ¿Tú cumpleaños?
— ¿De verdad te importan esas cosas?— dijo entre dientes.
—Tal vez son cosas dignas de la confianza que me tienes.
Se rio.
—Eres la primera persona con la que de verdad intento abrirme sobre este tipo de cosas. —Volteo a verme. Sus ojos carmesí estaban cargados de ira, ira pura. —Necesito que entiendas que no es tan fácil.
—Si nada será fácil contigo, entonces prefiero no tener nada que ver. Crecí en un pueblo pequeño, todos sabían los secretos de todos, nada era complicado. —Me acerqué a él. —Tu no vas a cambiar eso, si no puedes ser sincero con temas que tal vez atentan contra mi seguridad, entonces no quiero escuchar una sola palabra de ti. —Bajo la mirada. —No me mal entiendas, adoro este trabajo, es todo lo que soñé pero está relación, o sea lo que sea que tenemos, no me gusta.
Me di la vuelta, y sin más, camine hacia la puerta.
—Hada. —Me llamó pero decidí ignorarlo. —Por favor, no te vayas.
Antes de que tan siquiera pudiera tocara la madera de la puerta, su mano se enrollo en mi nuca y me obligo a verlo, para después, estrellar sus labios contra los míos en un beso posesivo. Cruzo su brazo por mi cintura y me llevo a rastras hasta su escritorio otra vez. Sus labios y lengua me poseyeron durante largos segundos, succiono y pronto mordió mis labios rogando qué no me separara de él. Ni siquiera podía respirar, no podía pensar en nada más que no fueran sus labios devorándome.
Me obligue a sepárame de él y respirar, mis ojos se encontraron con los suyos. Brillaban con un deseo encendido qué trataban de esconder el avisto de preocupación de sus súplicas.
¿Tanto quería que me quedara?
Toque su rostro con mi mano, acaricie su pálida piel llena de pecas hasta que la suavidad fue lo suficiente para tranquilizar mi respiración.
—Quédate. —Apretó mi mano contra su piel.
El cruel y feroz hombre se transformó frente a mis ojos en un niño asustado, asustado por mi ausencia. No lo entendía, Atanas me había hecho sentir especial pero yo no me sentía así, no había manera. Yo era solo una pueblerina, una chica simple, acostumbrada a una vida simple y él...
Suspiré.
Él veía algo en mí, lo menos que podía hacer era darle una oportunidad.
Solo una.
—Te invito a cenar. —Le dije sorprendiéndolo.
— ¿Cenar?— su mirada cambio.
—Sí, cena en mi casa, mañana.
Asintió lentamente.
Trague con fuerza, meditando cuidadosamente mis siguientes palabras.
—Mientras, y solo por hoy. —Lleve su mano adentro de mi falda, dejando que sus nudillos hicieran contacto con mi calor. —Tu sinceridad no me convenció pero no voy a dejar pasar la reacción que tienen tus besos en mí.
Río.
Su risa me erizo más la piel, no fue una dulce y amable risa, no, fue una malvada. Le había dado rienda suelta a su perversa mente para que me follara con total libertad en aquel lugar. Esto no iba a terminar bien.
Tomo mi barbilla con su otra mano, y me obligo a mirarlo. Después de eso, bueno, me prepare para lo peor. Se puso de rodillas lentamente, sin dejar de verme a los ojos, desplazo sus manos desde mi cadera hasta mis rodillas, de ahí, las movió con la misma lentitud por la parte interior de mis muslos, más allá del interior de mi falda, alcanzo las tiras de mis bragas y despacio, las jalo fuera. Era electrizantemente seductor, no necesitaba más que verlo así para encenderme más. Lanzó la pieza negra lejos de nosotros. Con una sonrisa, desplazó sus labios primero por una pierna, y después por la otra, dejando un rastro mojado por mi piel.
Abrí las piernas por inercia, y lo único que hizo fue sonreír con más fuerza. Tomo el borde de mi falda, para luego recogerla con lentitud hasta mi cintura, dejando que su piel accidentalmente tocara la mía, provocando que el calor creciera en mi interior. Se adueñó de mis piernas, llevando una sobre su hombro y la otra, la abrió, dejándola apoyada en el borde de la mesa.
Tiró la cabeza hacia atrás, y me miró con adoración, admirando hasta el rojo en mis mejillas. Bajo su mirada, recorriendo con la misma adoración cada parte de mi cuerpo, hasta llegar donde había llevado sus nudillos hace un momento.
Llevo su boca a la fuente de mi calor, y comenzó a dar cortos besos ahí, permitiéndose beber y saborear los fluidos qué de mi brotaban.
Enrede mi mano en la suavidad de su cabello y lo obligue a seguir con lo suyo. Sentía que había pasado una eternidad desde la última vez que me había sentido así.
Deje de prestar atención al mundo fuera de esa habitación, fuera de él. No podía negar que estaba molesta pero en ese momento, ese hecho solo era un combustible para mi placer.
Quería más, y más y más.
Pero él se detuvo.
Abrí los ojos sin entender porque la temperatura había caído tan drásticamente. Atanas se había levantado, cubría mi cuerpo, dándome la espalda.
—Toca la siguiente vez. —Gruño.
Cerré las piernas y cubrí mi cuerpo con vergüenza.
—Es padre, está en el hospital. —Alzó la voz la mujer en la puerta. No alcanzaba a verla pero hubiera jurado que ya la conocía de antes.
—¿Qué le pasó?
—Lo encontré mal y lo lleve a urgencias, te habrías enterado antes sino tuvieras la boca pegada al coño de tu secretaria, idiota.
—Que te importe un carajo que hago con mi boca, Melissa.
Melissa.
Me encogí.
—Apresúrate. —La mujer de ojos azules dejo la habitación, y cerró fuertemente la puerta detrás de si.
Atanas volteo a verme, con aquellos ojos cargados de preocupación.
—No digas nada, solo ve. —Dirigió toda su atención hacia mi. —Se lo importante que es.
Me dedico una sonrisa triste.
—Te veo mañana. —Dejo un casto beso en mi frente, y me entregó la pieza negra antes de salir corriendo.
Me quede unos segundos, sentada, procesando lo que había pasado. Era innegable qué él y yo teníamos una conexión, tal vez desde el primer momento que me lo tope en esas escaleras del club, tal vez y solo tal vez, desde ese momento ya estábamos destinados a tener esto. Fuera lo que fuera.
Debía admitir que los secretos eran mi parte menos favorita, y sabía que le tomaría tiempo abrirse.
Acomode mi vestimenta y salí a paso calmado. Fingiendo qué nada había pasado.
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