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Capítulo 1.

La música sonaba tan fuerte que mi cabeza retumbaba con fuerza. La celebración había ido un poco lejos, cuando mis amigas dijeron el salir a celebrar porqué obtuve el trabajo que tanto quería, pensé que abriríamos una botella de vino en mi nuevo departamento mientras platicábamos de cosas tribales y de lo aburrido que tal vez sería ser una secretaria.

Pero no.

Un bar con luces parpadeantes, entre hombres y mujeres sudorosas que lo único que quieren es embriagarse hasta perder el conocimiento.

Yo no pertenecía ahí.

O al menos eso era lo que quería hacerme creer.

— ¡Fondo! ¡Fondo!— Me alentaron mis amigas cuando me empine la botella de Vodka mientras baila encima de la mesa.

Trague con rapidez todo el líquido caliente sintiendo como el mareo golpeaba mis sentidos con cada trago.

Termine todo y deje la botella en la mano de Karla, quien con la otra mano me ayudo a bajar de aquel mini escenario. La música seguía igual de fuerte, las personas seguían vibrando con ella mientras yo veía todo borroso.

Había ido un poco lejos.

—Iré al baño. —Avise a mis amigas pero ellas solo asintieron e ignoraron mis acciones.

Camine y camine sin saber dónde exactamente era el baño, hasta que me topé con unas escaleras, tapizadas con terciopelo rojo, ligeramente iluminado por pequeñas luces a los costados de los escalones. Denotaban elegancia a diferencia del resto del bar.

Camine con cuidado hasta arriba y me topé con un listo rojo y un par de guardias vistiendo un elegante traje negro.

—Disculpen. —Me dirigí con amabilidad hacia ellos. —Me perdí un poco, me podrían ayudar a encontrar el baño.

Se miraron entre sí sin dirigirme una sola palabra.

Sonreí.

—Caballeros, necesito mi auto. —Una voz masculina de tono demandante se aproximó a sus espaldas. Ambos hombres voltearon enseguida y bajaron las cabezas mostrando respeto.

—Sí, señor. —Respondieron al unísono.

Un hombre se abrió camino entre los dos guardias, justo en la dirección en la que yo estaba. Venía acompañado de otros dos hombres, los tres vistiendo trajes negros hechos a su medida.

Pero él.

Él acompañaba el color negro con una camisa de rojo intenso. Rojo que hacia resaltar el tono pálido de su cuello y su rostro...

Tallado por los dioses.

Barba castaña, cortada de forma simétrica de manera que hacia parecer su rostro tan pulido, nariz recta y fina y sus ojos, se un gris oscuro con tonos rojizos en ellos.

Camino con la espalda recta hasta las escaleras.

Me vio fijamente y di un paso atrás intimidada por su tamaño.

—Perdón. —Me disculpe sin saber el porqué. Simplemente me sentí pequeña bajo la mirada fría del hombre.

—No se disculpe, señorita. —Su voz era gruesa y calmada. — ¿Desea que le invite algo?

Negué con suavidad.

—Y-yo solo estaba buscando un baño. —Mi voz tembló con timidez.

Voltee a ver a los guardias.

—Hay uno allá abajo, podemos guiarla si gusta. —Uno de ellos dio un paso abajo pero el brazo del hombre de ojos grises lo detuvo.

—Indícale donde está el de acá arriba. —Le ordeno.

Asintió y subió de vuelta, mientras el hombre dirigía su brazo hacia mí, extendió su mano hasta mí y la tomé con dudas.

Su piel era tersa y suave pero su agarre, era realmente fuerte. Sus dedos eran gruesos, a lo largo de su muñeca se marcaban diferentes venas azules.

El hombre me guío siguiendo al guardia.

—Aquí es, señorita. —Me indicó bajando la cabeza, el hombre jalo con delicadeza de mi brazo y soltó finalmente mi mano dejándome entrar.

El olor era agradable, la tenue iluminación acompañaba la suave música que alcanzaba a filtrarse en el lugar. Me observe fijamente en el espejo, mi cabello estaba hecho un desastre, mi labial estaba corrido, sin contar lo desorientada que me veía debido al alcohol.

Tome un poco de agua del grifo y moje mi cabello para darle un poco de forma.

Tire la cabeza hacia atrás y respire profundo hasta que un ruido me saco de concentración.

—No quería asustarla. —El hombre misterioso había entrado sin importarle mucho al baño de damas.

—No se preocupe. —Conteste cortes. Él tenía un aura tan dominante que hacía que mis piernas temblaran con solo saber que tenía sus ojos fijos en mí.

— ¿Se siente bien?

—Solo estoy un poco mareada, tomé un poco. —Reí. Obviamente, estoy en un bar.

—Me lo imagine. —Dio un paso más adentro. —Si necesita algo, puede decirlo con toda confianza.

¿Debí desconfiar de él?

La expresión de su rostro era fría y sería, y aunque su tono no había cambiado demasiado, había algo en él que me hacía confiar.

Parecía genuinamente interesado.

—Tal vez necesito una menta. —Me atreví a verlo directamente a los ojos. — ¿Tienes una menta?

Abrió sus grisáceos ojos son sorpresa para después reírse.

Que tonta.

—Lo siento, te referías a otras cosas.

—No te disculpes por todo. —Se adentró más en el baño, detuvo su paso cuando una dama salió de uno de los cubículos. Se ruborizo al instante cuando se encontró con la mirada del hombre.

Se acercó a lavarse las manos y se disculpó entre susurros para después salir disparada del baño. Él la siguió con la mirada cuando salió, volteo hacia la puerta y la cerró.

— ¿Cuál es su nombre?— Pregunté nerviosa cuando a pasos firmes pero lentos se comenzó a acercar a mí.

— ¿No sabe quién soy?— Preguntó divertido.

¿Debía saberlo?

—Claro que se quién es, solo estaba bromeando. —Me reí bajo su mirada.

— ¿Le gusta acá arriba?— Su tono fue amable.

—Sí, es como si fuera otro mundo, muy diferente a como es abajo. —Apreté mi cuerpo al borde del mármol del lavamanos. —Alguien debería decirle al dueño que haga todo tan elegante como aquí arriba, nosotros los mortales también deberíamos disfrutar del lujo.

—Le prometo que lo tendré en cuenta, gracias por la sugerencia. —La diversión en su voz creció.

— ¿Eh?— Lo mire confusa. — ¿Tú eres el dueño?

—Pensé que sabía quién soy.

Idiota.

Yo, no él.

—Claro que lo sé. —Evité ver su rostro, no quería que el viera el rosa intenso de mis mejillas. —Era una broma, una simple broma. —Dije en voz baja.

Río.

Levante la mirada hacia él, mantenía una ligera sonrisa en su pálido rostro mientras se quitaba el saco negro de aspecto mate.

—Por lo que dice, creo que le ha gustado aquí arriba. —Dejo caer la prenda en el brillante piso. —Si gusta, puede darle su nombre a mis guardias y podrá subir aquí cuantas veces quiera.

Se acercó hasta mí y justo frente a mí, remango las mangas de su camisa roja.

—En cuanto a su otra petición—, se acercó más hasta el punto de pasar su brazo por el lado de mi cintura. Mi respiración se volvió pesada, el color creció en rostro cuando lo tuve tan cerca de mí. —Tomé. —Mi atención se dirijo rápidamente a lo que su mano había tomado del mármol.

—Una menta. —Susurre.

Intente tomarla de entre sus dedos pero la alejo hacia sí, lo mire. Tenía una sonrisa maliciosa plasmada en su rostro, dirijo la pastilla hasta mi boca, abrí los labios lentamente mientras mis manos se aferraron más al mármol.

Introdujo la pastilla en mi boca junto con dos de sus largos dedos, cerré los labios alrededor de ellos y los sabore con timidez hasta que los saco y los deslizó por mi escote, para después el mismo chuparlos.

—Espero que este complacida con el servicio de mi bar. —Sus palabras golpearon la piel de mi rostro junto con un ligero olor a whisky.

Asentí hipnotizada por sus ojos. La cercanía me permitía ver las manchas rojas de ellos, así como las dispersas pecas rojas que se expandía por su nariz hasta su barba.

Que guapo.

Un estúpido impulso me inundó, levante mi mano hasta el cuello de su camisa, y ahí desabotone el primer botón. Quedo sorprendido por el repentino movimiento, pero pronto correspondió mi iniciativa, sus manos se dirigieron a mi cintura, donde ambas se aferraron para después subirme al mármol.

La menta seguía en mi boca, quería besarlo pero me parecía asqueroso hacerlo con la pastilla.

Dirigí mi boca a su cuello, y me prendí en este, dejando besos llenos de deseo. Su mano derecha se abrió paso a través de la tela de mi vestido corto mientras su mano izquierda subió hasta mi cabeza, jalo ligeramente mi cabello y me separó de su cuello.

—Separa las piernas. —Me ordenó.

Obedecí mientras tragaba lo que quedaba de la menta.

—Buena chica. —Gemí sorprendida cuando su mano se dirigió con habilidad a mi humedad. Su otra mano sostuvo mi cabeza con rudeza antes de plantar un beso en mis labios. Su boca era feroz, no podía respirar bien.

Me aferré a su brazo y a su cuello mientras él movía sus dedos en mi clítoris. Se sentía tan bien, era inevitable gemir extasiada por sus movimientos.

Devoró mi boca hasta que tuve que despegarme un momento para respirar, sin darme cuenta mis manos comenzaron a desplazarse por su cuerpo, desabotonando con desespero los botes de su camisa hasta llegar al cinturón de cuero, donde lo jale de un movimiento para después bajar el cierre de su pantalón negro hecho a la medida.

El seguía moviendo sus dedos sin darle mucha importancia a lo que inquietas que estaban mis manos.

Sus dedos comenzaron a ir más rápido, acerqué mi boca a su odio y ahí gemí suavemente, haciéndolo gruñir sin más. Metí mi mano al interior de su desabrochado pantalón de vestir y busque hacer fricción con su erección pero no llegue muy lejos. Él tomó mi muñeca con la mano que estaba entre mis piernas, me detuvo mientras reafirmaba su mano en mi cuello.

Sonreí.

—Alguien está ansiosa. —Musito.

— ¿Cómo no estarlo?— Busque fricción entre su entrepierna y la mía. En lugar de eso, él me bajo del mármol y me volteo de manera que ambos nos estábamos viendo directamente al espejo.

Lentamente soltó mi mano y acomodo la otra en mi cuello, un agarre fuerte y firme que me hizo soltar un pequeño gemido.

Levante mi cadera buscando el rose con su erección, respondió con su mano levantando mi vestido hasta la cintura, para después frotar su verga en mi entrada. Enrede mis manos en su brazo y tire la cabeza hacia atrás cuando empujó hacia adentro.

Dolió un poco.

El gran tamaño no fue tan obvio cuando apenas roce mi mano con él pero en ese momento, no pude evitar soltar un grito de dolor cuando lazo la primera estocada.

Endureció su agarre en mi cuello y apoyo su otra mano al final de mi espalda mientras yo apoye con torpeza mis manos en la orilla del mármol. Sus movimientos comenzaron a ir más rápido, el sonido de nuestra piel colisionando lleno el lugar y cayó el leve ruido que se filtraba desde afuera.

Gemí con suavidad a medida que el gruñía con más fuerza.

Mire nuestro reflejo, mis mejillas estaban encendidas, la piel de mi cuello bajo su mano estaba roja y mis labios... están sangrando.

No me había dado cuenta de que todo ese tiempo los había estado mordiendo. A pesar de que, todos esos gemidos habían escapado de mi boca, no había olvidado el lugar en el que estaba, no podía.

Sabía que había alguien esperando allá afuera, si no tenía cuidado, ellos escucharían lo que realmente pasaba allí adentro.

Sus movimientos se combinaron con los gemidos que soltaba en lo bajo. Estaba tan excitada que no paso mucho tiempo para que todo aquello me llevará al límite.

Enterré los dedos en el mármol y apreté mis piernas mientras terminaba de lanzar mi cabeza hacia atrás, acomodándola entre su hombre y su cabeza.

—Sangre. —Susurro cuando sus ojos se encontraron con mi rostro. Gemí fuertemente cuando el orgasmo me golpeó, él solo siguió con sus movimientos hasta que se vino con la misma intensidad.

Apoyo su boca en mi cuello, respirábamos con dificultad, él comenzó a besar la piel pálida de mi cuello.

—Y-yo— lo interrumpí con pena. Debía irme, ya había sido suficiente por esa noche, al día siguiente tenía que ir a mi nuevo trabajo. Si lo dejaba seguir con aquello, seguramente terminaría en su casa. —Debo irme.

Salió de mí y me voltee aun con las mejillas encendidas. Me vio sorprendido, dirigí un beso a su mejilla y comencé a bajar mi vestido.

—Pero— intento detenerme pero ya era tarde, yo estaba en la puerta, lista para salir de ahí. Supe que estaba mal, al menos le debía una explicación.

—Mañana es mi primer día—, comencé a explicarle mientras el subía sus pantalones y ajustaba su cinturón. —No me lo tomes a mal, me encantaría terminar todo esto en tu casa pero no quiero llegar tarde mañana. —Le sonreí. —De verdad lo siento.

Él no dijo nada.

Asintió levemente y llevo su mano a donde había dejado un corto beso.

Deje sangre en su mejilla, mi labio seguía sangrado. Sentí mucha vergüenza, así que solo abrí la puerta y salí corriendo.

No vi a nadie, sentía que todos me juzgaban por aquello del baño.

Hui a casa.

Pero su expresión cuando sus dedos tocaron la marca de sangre, de mi sangre, en su mejilla se quedó grabada en mi mente toda la noche, incluso en mis sueños.

Aquellos ojos que se habían oscurecido, hacían que el rojo en ellos resaltará con salvajismo, había algo en cómo me vio que me hacía sentir como una presa, una débil presa que había escapado.

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