Prólogo.
Prólogo:
El gemido a poca voz de aquella niña estaba metido en mi mente, la forma desesperada en la que apretaba los labios, echando la cabeza hacia un lado, dejando que mis dedos acariciasen su intimidad, aún por encima de las bragas, a pesar de que aquello no estaba bien, mirándome sobrecogida, cuando la subí sobre la mesa de mi escritorio y le abrí las piernas, más que dispuesto a acariciarla de nuevo.
El sonido de la puerta me hizo alejarme de mis pensamientos más oscuros, levantar los ojos y mirar hacia ella, observando a Holmes, mi nuevo chófer, más que listo para llevarme a la próxima reunión.
Me levanté de la silla, dejé todo tal y como estaba, me abotoné el botón de la chaqueta y le seguí hacia el coche. Un impoluto Porche, aparcado junto a la puerta de mi enorme mansión.
- Señor – me llamó Holmes – ¿necesita algo para el hotel?
- Quiero una puta – contesté, porque era justo lo que necesitaba para quitarme de la cabeza a esa puta niña, ni siquiera sabía por qué no podía sacarla de ella, cuando ni siquiera había pasado nada entre nosotros, sólo eran mis putas fantasías.
Pero no podía evitarlo, no cuando esa niña de tan sólo 15 años, se había convertido en toda una mujer de casi 18 años, le quedaban apenas dos meses para que fuese mayor de edad.
No podía joder todos mis negocios en California por culpa de una niñata malcriada, que conseguía de su padre todo lo que se proponía. Era una puta cría, joder. Tenía que apuntar más alto, aunque para mí las mujeres siempre han sido de usar y tirar, nunca me ha interesado demasiado formar una familia. Y a mis 32 años, me importaba una mierda no haber encontrado aún a alguien con quien compartir mi vida, no me preocupaba, los negocios siempre han sido más importantes que todo lo demás.
Cuatro guardaespaldas me estaban esperando en el hotel, como de costumbre.
Estaba todo listo para mi llegada, mi maleta en mi habitación, el maletín con los documentos sobre la mesa, y una Tablet con la agenda de la semana.
La estudié, mientras me sentaba sobre la cama, dejando el móvil en ella también.
Tenía más reuniones que de costumbre, pero era lo normal, casi acababa el año, y teníamos que hacer balance.
Mi padre estaría orgulloso, es lo que pensé, cuando cerré los ojos un momento, dejándome caer hacia atrás, viéndole en mi mente, siempre con ese traje impoluto, la chaquetilla, sacando del bolsillo su reloj, dedicándome una sonrisa al percatarse de que le observaba.
Ni siquiera quiero pensar en el accidente que se llevó la vida de mis padres, ni en mi tío Alejandro, el que me crio, alejándome de la familia de mi padre, de aquella mafia que parecía querer matarse unos a otros para quedarse con la herencia. Lo cierto es que yo no quería absolutamente nada de ellos, me daba igual el negocio familiar y todo aquel complot que lo rodeaba.
Heredé la mansión de mi abuelo, pero apenas la visitaba, tenía demasiados negocios en América como para volver a mis raíces, la bonita ciudad que me vio nacer.
El móvil vibró sobre la cama, pero ni siquiera le presté atención, porque en aquel momento un turbio recuero invadía mi mente, quitándome hasta el último aliento.
Una bonita muchacha, con un corto camisón blanco, voluminosos pechos transparentándose bajo la tela, y esa forma tan sensual con la que se movía en la noche, con su cabello azabache meciéndose aquí y allá, a causa del viento que se colaba por su ventana. Se me puso dura con tan sólo eso.
¡Joder!
Necesitaba a esa puta, para poder concentrarme en los negocios, y el universo me la mandó.
- Señor, siento molestarlo – comenzó Carlos, mi mano derecha. Un colombiano que recluté allá por el 2005, alejándolo de la calle y de las malas compañías de Creta, la isla en la que solía pasar gran parte de mi tiempo, cuando no estaba trabajando – ya está aquí su puta.
- Estupendo, hazla pasar – pedí, me puse en pie, y miré hacia la chica. Era morena, rasgos latinos, bajita, con delantera, altos tacones, y muy parecida a Roni. Justo como me gustaban las chicas últimamente. Siempre las pedía de la misma forma – quítate los zapatos – le ordené, observando como ella me obedecía, dejándolos junto a la puerta, escuchando la puerta cerrarse - ¿de dónde eres?
- De Medellín – contestó – pero hace mucho que vivo en la ciudad.
- Bien – acepté, mientras me desabrochaba el cinturón del pantalón – no hace falta que te desnudes – le dije, cuando vi como ella se quitaba el abrigo – solo quiero una mamada – dejé libre mi polla, haciendo que ella se relamiese los labios. Supongo que no todos los días tenía clientes tan bien dotados y, además, atractivos.
La chica sabía hacer bien su trabajo, eso no lo negaré, pero mientras lo hacía, no podía quitarme de la cabeza esos pechos turgentes de Roni, la forma en la que se tapaba con la toalla al salir de la piscina, mientras yo la devoraba con la mirada.
Apreté la cabeza de la chica, para que no se detuviese, y comencé a correrme en su boca. Maldita Roni.
La prostituta se puso en pie, acicalándose el contorno de su boca, para luego aceptar la pasta que mantenía en el aire, frente a ella. Sonrió, con malicia, y desapareció, sin más.
Un poco más relajado, me marché a la reunión con mi socio, Maxwell Lewis, en aquella ciudad tan cercana a Santa Mónica, el lugar donde tenía la mansión. Aquella parte de la ciudad, Beverly Hills es donde la gente con pasta suele vivir, no era mi caso. Siempre he preferido los lugares cercanos a la costa, para poder ver el mar al despertar.
La casa de Max estaba en la calle principal, era una enorme mansión de tres pisos, con piscina climatizada en el interior y otra con todo lujo en el exterior. En aquel día estaban usando la del interior, cosa normal, porque hacía frío.
La reunión la hicimos en la sala, sólo tenía que firmar unos papeles, en los que aseguraba que mi empresa se encargaría de la seguridad de todos los casinos que tenía en la ciudad. Pero, por supuesto, antes de la firma hablamos un poco de nuestras cosas, nos tomamos unas copas y demás.
- Entonces en un par de semanas te vuelves a casa – quiso saber. Asentí, dando un largo sorbo a mi copa, descruzando las piernas, para luego dejar el vaso vacío sobre la mesa. Por supuesto el camarero se ofreció a volver a llenarla, pero le hice una señal para indicarle que no era necesario – esta noche estás particularmente callado, y mira que ya de por sí me pareces callado...
- Estoy teniendo un día ajetreado – aseguré – tuve cuatro reuniones en Santa Mónica durante todo el día, ahora estoy aquí, donde después de la tuya tengo que reunirme con un tipo en un bar, no veo la hora de volver a casa – sonrió, al entender mi postura.
- Deberías disfrutar más y trabajar menos – me aconsejó Max.
- En cuanto termine diciembre seguiré tu consejo, pero ahora tengo que cerrar los últimos tratos que me quedan pendientes, para mandarle toda la información al departamento financiero, o me crujirán vivo.
- Hércules – me saludó Bárbara, la mujer despampanante de aquel viejo millonario. Sonreí al verla, haciéndole una señal con la cabeza, como saludo – ¡Qué alegría verte!
- ¿A dónde vas con ese escote, mujer? – se quejaba su marido, mientras ella se apoyaba sobre sus hombros y dejaba un par de cálidos besos en su mejilla.
- ¿Has visto a Roni, hace rato que la estoy buscando? – preguntó.
Ya éramos dos, yo también la estaba buscando, con la mirada. Aunque, casi era mejor que no estuviese allí, menos tentaciones.
- La he dejado ir a una fiesta que tenía en casa de unos amigos – contestó él, la mujer asintió, más relajada, se despidió y se marchó al mini bar a por una copa – deberíamos proseguir con los negocios – abrió la carpetilla de piel que tenía junto a él, en el sofá de poli piel y me la cedió – Lee si lo necesitas, y firma en las cruces rojas.
Lo leí por encima, por eso de que siempre hay que leer lo que uno firma. Estaba todo correcto. Clausulas sobre la seguridad, sobre el compromiso y un largo etc que no venía a cuento contaros. Firmé los documentos y se los cedí a mi amigo.
- ¿Ya te vas? – se quejó Barbs, que acababa de servirse la copa y esperaba disfrutar de mi compañía un rato.
- Tiene negocios, cariño – asentí, despidiéndome de ambos, poniéndome en pie, y saliendo por la puerta, donde mi chófer y dos de mis guardaespaldas me esperaban.
- Señor, ha llamado el señor Kimoto, cambios de última hora, pospone la reunión de esta noche para mañana – asentí, agradecido. Aunque eso sólo quería decir una cosa, no podría irme temprano a mi mansión de Santa Mónica. Maldición, quería aprovechar la mañana en el gimnasio, y eso iba a retrasarme – me he tomado la libertad de adelantar la visita a The Queens.
- Estupendo, gracias... - ni siquiera me acordaba del nombre de mi nuevo chófer. Estaba agotado, pero no podía irme a descansar antes de haber comprobado que el idiota del señor Smith estuviese cumpliendo nuestro contrato. Me habían soplado que estaba haciendo un uso indebido del material que le proporcioné.
El camino hacia el bar fue tranquilo, por eso tuve que pedir a los chicos que pusiesen algo de música, necesitaba no dormirme en el camino.
- Carlos, consígueme algo para aguantar el resto de la noche, me caigo de sueño – pedí, sacó su teléfono e hizo unas llamadas, en menos de cinco minutos ya lo tenía solucionado.
El auto se detuvo frente a la discoteca más concurrida de la ciudad, tres plantas y 9 salas distintas.
Caminé con decisión hacia la puerta, mientras Carlos y Jesús me seguían al interior, dejando a nuestro chófer en la puerta, listo por si necesitábamos salir con rapidez.
Mi mano derecha se retiró unos minutos, sabía que había ido a recoger la mierda que iba a meterme en el interior del vehículo.
Smith estaba en la tercera planta, en la sala ocho, en una fiesta privada con unas putas. Sinceramente me dio igual, ni siquiera me importaba. Tenía que echar una ojeada por cada planta y vigilar que todo estuviese en orden.
- Nate – me llamó Carlos, el único que podía darse el lujo de llamarme por mi nombre, pues además de mi mano derecha también era un buen amigo mío. Metí la mierda que me daba en el bolsillo de mi chaqueta. Esa noche iba a ser intensa, lo sabía, porque la cocaína siempre me hacía cometer locuras.
- Empezamos por esta planta, voy un momento al baño – informé. Podía meterme la raya ahí mismo, pero siempre he sido bastante reservado para estas cosas, la verdad.
La discoteca estaba llena, tanto que me costaba mucho caminar, abrirme paso entre la gente. Me metí en el baño de hombres, luego en uno de los individuales, y me metí mi mierda, ayudándome con la tarjeta de crédito.
Apoyé la cabeza en la pared, y cerré los ojos, podía escuchar el ruido del exterior, mientras mi corazón bombeaba sangre, y el tío de al lado, vaciaba la vejiga. Esnifé un poco más, y me salí del baño, justo cuando mi teléfono comenzó a vibrar, en el bolsillo derecho de mi pantalón, lo saqué, distraído, observando que tenía un par de mensajes de Takesi, quería follar, lo sabía bien, pero estaba demasiado lejos de casa.
Takesi:
Tengo un hueco hasta las tres, si quieres puedo pasarme por tu casa un rato.
Yo:
Tengo negocios en Beverly Hills.
Takesi:
Avísame cuando vuelvas y prometo cobrarte la mitad.
Yo:
Ya te dije que no repito más de tres veces con la misma puta.
Takesi:
Está bien, no te cobraré nada.
Guardé el teléfono en el bolsillo, sin tan siquiera contestar, y entonces me quedé mirando hacia la pista, donde un grupo de chicos jóvenes la pasaban bien. No los estaba mirando sin ninguna razón, lo hacía porque conocía a una de ellas bastante bien. Era Roni.
¡Maldita sea mi estampa!
¿Por qué tenía que encontrármela en el bar? Justo cuando estaba con un par de rayas de coca en mi organismo, con muchas ganas de ella. Ese maldito fruto prohibido al que no podía tocar, pues era la hija pequeña del socio que más contratos tenía conmigo.
- Tía – comenzó la chica del pelo rubio, fijando sus ojos en mí, sonreí, divertido – ese tío de allí nos está mirando.
Nuestras miradas se encontraron, y para mi sorpresa y la suya, aquella vez no la retiré.
- Sólo es un capullo que trabaja con mi padre – contestó ella, despreocupada.
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