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Capítulo 53 - Deprimente.

Os traigo un capítulo más, para compensar que no me pasé por aquí la semana pasada.

Me sentía echo una mierda, pero mi vida no se detuvo, ni por asomo, la vida sigue, como de costumbre, indicándote que cómo no te repongas rápido te quedas fuera de juego. Tenía asuntos que atender, reuniones a las que asistir y tratos que cerrar.

- Así que... volvemos a estar frente al cabrón sin corazón de Hércules Santoro – reconoció Abdul al verme agarrar la botella de ron después de nuestra última reunión, dando un trago, dejándola luego sobre la mesita, mirando por la ventana. Tenía su puta risa metida en la cabeza, y no salía de ahí a pesar de lo mucho que lo intentaba – la repentina marcha de la palomita te ha devuelto a tu estado original.

- Las tías son sólo agujeros – le dije, mostrándome tan frío como de costumbre. Después de seis meses sin Roni, ni siquiera sabía diferenciar la realidad de mis propias fantasías – donde meterla en caliente – agarré la chaqueta y salí de la oficina, necesitaba volver a casa, desconectar.

Me encantaría poder deciros que había vuelto a ser yo, el semental de siempre, implacable con cualquier chica, frecuentando a prostitutas y todo un semental... pero os estaría mintiendo, desde que se marchó de mi casa me compadecía a mí mismo a diario, tanto que me anulaba como persona. No había podido volver a dar la talla en el sexo, era imposible que se me levantase. Me había convertido en un puto impotente de mierda.

El alcohol era lo único que me ayudaba a mantener a raya mis putos sentimientos, eso y mi predisposición para triunfar en los negocios.

El puto twitter y las redes sociales no ayudaban en lo absoluto, según los rumores Roni estaba saliendo con su nuevo socio, por lo que evitaba pensar en ellos, nublando mis propias fantasías con boxeo. Me entrenaba tres veces al día, sin detenerme hasta caer exhausto en la cama. A veces la veía en sueños, mirándome, con esa sonrisa que añoraba cada día.

Y otras veces escuchaba a mi tío paterno, asegurándome lo débil que era, un cobarde de mierda que huía antes de enfrentar los problemas, de buscar la verdad sobre la muerte de sus propios padres.

Grité, furioso, golpeando con todas mis fuerzas ese saco de boxeo, con impotencia, manteniendo el puto dolor a raya, no podía dejar que me venciese. No era un puto cobarde, no era débil, iba a demostrarle al mundo que no tenía sentimientos, que era implacable, el gran Hércules Santoro había vuelto.

Llevaba meses huyendo de cualquier acto público, la razón siempre solía ser la misma, ella. Aún no estaba preparado para mirarla a la cara y fingir que no había sucedido nada entre nosotros. Ella parecía haber seguido adelante, pero yo ...

Después de su marcha, de que intentase llamarla hasta la saciedad sin obtener respuesta, me quedó bastante claro que solo fui un parche en su vida, algo de lo que deshacerse cuando encontró a su padre, el que la ayudaría a vengarse de su padre de pega. Lo entendía, no creáis que no, pero ... a veces... la echaba de menos, eso era todo.

Me enteré por la prensa, que hace dos meses atrás, se estableció en la ciudad, junto a su recién encontrado padre, y destituyó a Lewis de la empresa, así que la nueva dueña de los casinos, y de toda aquella herencia era ella, mientras su padre se pudría en la cárcel, siendo acusado de contrabando ilegal en sus empresas. Fue todo un bombazo en el país, algo que casi nadie esperaba.

Parecía que al final, se hizo justicia, al final, consiguió vengarse de Lewis. Y aunque eso era algo que ambos esperábamos, que ese hijo de puta pagase cada humillación que le hizo pasar... no podía evitar pensar que, aun habiendo terminado el trabajo que la alejó de mí, había algo que no la dejaba volver a mi lado.

Miles de ideas estúpidas cruzaban mi mente en aquellos días. Quizás mi gente tenía razón, quizás sólo me había estado usando para sus fines, y en cuanto dejé de ser útil me mandó a paseo... Aunque, a pesar de todo, yo sabía que había algo más, a pesar de no conocerlo aún.

Como fuese, no podía seguir escondiéndome mucho más, no cuando los prototipos del nuevo proyecto estarían pronto a la venta en todo el mundo, Galaxy ya no era un proyecto, era una realidad, aunque sólo ella conociese su potencial.

Intenté posponerlo hasta el final, mi decisión sobre ir a esa gala, porque sabía que ella estaría allí. Pero ... joder, era la presentación de mi sistema al mundo, los primeros prototipos que saldrían a la venta, debía estar allí para presenciarlo.

Y así fue cómo terminé el entrenamiento, aún tenía tiempo para asistir. Me di una dicha y me puse lo primero que pillé, importándome bien poco que la corbata no conjuntase en lo absoluto.

Tenía miles de ideas en mi cabeza, mientras caminaba hacia el escenario, más que dispuesto a hablar sobre ellas, pero lo perdí todo en cuánto escuché su risa. Mi mundo se detuvo y me quedé sin aire en los pulmones, giré la cabeza y la vi, allí, junto a ese tipo que sospechaba que era su nuevo socio en los casinos, y su padre.

No estaba preparado, joder. ¿Qué coño hacia allí? Necesitaba volver a encerrarme en mi agujero, estar sólo disponible para las reuniones con el equipo, huyendo de cualquier contacto público, delegando en los que me rodeaban para ese tipo de cosas.

- Señor Santaro – me llamó un periodista, haciendo que todas las miradas se pusiesen sobre mí, incluso la suya, perdiendo esa maravillosa sonrisa de su rostro. Ya no era más el tío que podía hacerla sonreír, ese papel había sido ocupado por otro. Me di la vuelta, ignorando a todos a mi alrededor, hasta que su voz me detuvo.

- Señor Santoro – el pecho me quejaba al respirar, sentía mis lágrimas al borde del puto lagrimal y mi boca se llenó de un sabor amargo. Mordí mis labios, intentando mantener la calma, aún de espaldas a ella – queremos escuchar sus palabras sobre el proyecto – sabía que con sólo esas palabras ella me estaba animando a seguir, pero yo no podía, no cuando ella estaba junto a otro.

- No – contesté, sin darme la vuelta aún – sólo buscaba a mi socio – Carlos se acercó a mí, haciendo que me fijase en él, al que le supliqué con la mirada que me sacase de allí.

- Es preferible que te quedes en tu fortaleza a que montes este tipo de numeritos – se quejaba, de camino a la salida, lo suficiente bajo cómo para que sólo lo escuchase yo - ¿qué demonios está sucediendo contigo? Eres una puta máquina despiadada en los negocios, pero te muestras a punto de caer por una cornisa cada vez que vas a un puto evento social.

- Aún no estoy listo – me atreví a decirle, entrando en Galaxy, indicándole con la mano a Carlos que podía ocuparse por mí, para luego indicar a mi inseparable amiga que me llevase a casa – muéstramelo – ordené, ella ni siquiera me llevó la contraria aquella vez, sabía que era una estupidez. Sonreí, con amargura, en cuanto vi a aquella hermosa chica sonreír a la cámara, en nuestro viaje a Barcelona, tan ilusa, y despreocupada, que ni siquiera se dio cuenta de que la estaba grabando. Mis lágrimas salieron al darme cuenta de que ya no la tenía, la había perdido, la había lanzado a los brazos de cualquier otro, justo cómo solía hacer con las demás, aunque era la primera vez que me dolía apreciar lo que había conseguido, con mis putas acciones de mierda – congela la imagen – rogué, observando su hermoso rostro, acariciándolo, como si realmente pudiese volver a hacerlo.

Esa noche fue una puta mierda, pero al día siguiente estaba como nuevo, frente al hotel en el que me había reunido con mi primo, en aquella estúpida sesión de fotos. Por supuesto mi primo el entrometido no podía quedarse quieto siendo un simple reportero, eran tan polifacético que no le valía con sobresalir en una sola cosa.

Noté algo extraño al entrar, pues la gente se giraba a mirarme, y al llegar al interior lo entendí, pues había una zona solo dedicada a mí. ¡Dios! Aquello parecía obra de un puto enfermo.

Justo iba a quejarme cuando la vi, estaba de espaldas, pero era irreconocible, de seguro el idiota que siempre la acompañaba a todos lados estaba cerca, pero ni siquiera me importaba, no cuando observé el cuadro al que ella miraba, era yo, sonriente, mirando hacia el horizonte, de espaldas, me la tomó en la Toscana, la última vez que viajamos juntos.

Ni siquiera me di cuenta, pero había avanzado hacia ella, y estaba a tan sólo un par de pasos, pero antes de que se hubiese dado cuenta si quiera de mi presencia, ese tipo llegó hasta ella, con las bebidas, ganándose una mirada de agradecimiento por su parte, siguiendo el recorrido, hablando sobre ir a almorzar después, mientras yo me detenía frente a la fotografía.

- Sé que probablemente estés enfadado, pero ... - ni siquiera podía pensar en las fotografías, en la exposición ni en toda esa mierda, porque algo en el fondo del cuadro había captado mi atención, el sol, escondiéndose detrás de las montañas, justo recuerdo lo que sentí ese día, tres semanas después de la muerte de mis padres. Creí que jamás volvería a amar, incluso conseguí mantenerme lejos de ese sentimiento por mucho tiempo, hasta que la encontré a ella. Quizás... quizás aquello era una señal para indicarme que después de ella podría volver a encontrarlo, que debía dejarla ir para hacerlo, pero me olvidé de esa posibilidad al escuchar las palabras de mi primo – sé que te encanta esta, pero lo siento, ya está vendida. Una mujer bajo el nombre de Christina Santos lo ha comprado hace un momento – mis miedos se marcharon al escuchar aquello, la busqué por toda la galería, encontrándola junto a la fotografía en blanco y negro de dos ancianos que se observaban con amor, acercándome, despacio, mi intención era llamarla por su nombre cuando estuviese lo bastante cerca, pero ese tipo que la acompañaba la avisó de que me acercaba, demasiado rápido. Sonrió con melancolía al verme aparecer, y el miedo volvió a aparecer, pero me obligué a mantenerle a raya.

- Señor Santoro – me saludó, haciendo que odiase aquel puto encuentro, porque no quería que ella me hablase como si sólo fuésemos conocidos.

- Hablemos – pedí, sorprendiendo a su acompañante, por la familiaridad con la que la trataba.

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