Capítulo 46 - Salvando la situación.
Les dejo con el capítulo del jueves pasado, disculpen las molestias, y siento mucho la espera.
Disfruten :D
Le asesinaba, con la mirada, al igual que lo hacía él, mientras los guardias de seguridad lograban llegar hasta mí, era plenamente consciente de que me ganaban en número, que podrían conmigo, pero no iba a rendirme, no cuando ella estaba allí, frente a mí, malherida, porque su padre se había atrevido a volver a golpearla.
- No tengo problema alguno con que sigas jugando con ella – aseguró, alto y claro, haciendo que todos en aquella sala mirasen hacia él, incluido ella – pero, no debes olvidar que no eres absolutamente nada en su vida. Recuerda eso bien, Hécules, y deja de intentar salvarla de las desgracias que atormentan su vida – las lágrimas de ella salieron, y yo tuve que tranquilizarme a mí mismo para no lanzarme sobre aquel hombre y golpearlo – no me importa cuál sea la razón por la que te empeñaste en arriesgar tu propia empresa para salvarla. Sólo quiero que pares, si lo haces ahora me olvidaré de todo estoy y volveremos a hacer negocios juntos – os aseguro que estuve tentado a aceptar su oferta, porque no podía perder la empresa que tanto me había costado construir, pero mis sentimientos hacia ella no me dejaban aceptarla – Eres un tío inteligente, Hércules, sería una estupidez perderlo todo por una mujer, más habiendo tantas en este mundo.
- Si me voy de aquí ahora... - él sonrió, satisfecho de estar al menos haciendo que me lo replantease, mientras ella tragaba saliva, sin quitar sus ojos de mí, lucía tan defraudada, que perdí las ganas de aceptar ese trato, de golpe - ... quiero tu palabra de que no vas a volver a pagar tus frustraciones con ellas – su asombro fue notorio, seguido por su enfado, y no era para menos, yo estaba diciéndole a ese hombre qué hacer.
- No lo has entendido, Hércules – me dijo, mientras yo tragaba saliva. Por supuesto que lo había entendido, sólo no podía aceptarlo, eso era todo – acepto que te la folles cuantas veces se te venga en gana, pero no tienes autoridad para decirme cómo tengo que manejar mi familia... - lamí mis labios, histérico, dando un par de pasos hacia ellos, antes de que ninguno de los dos emitiese palabra – No puedes ser su ángel guardián – me detuve, incapaz de seguir avanzando, mirando hacia ella.
No podía hacer nada, por más que quisiese aferrarme a su lado, luchar contra viento y marea por protegerla... no podía hacer nada sin perderlo todo, y no estaba dispuesto a renunciar a mis sueños por ella, porque ni siquiera ella me lo perdonaría.
Quizás lo que sentía por ella no era suficiente. He oído miles de veces que cuándo estás enamorado harías cualquier cosa por esa persona, que renunciarías a todo por ella. Así que... yo no debía estar lo suficiente enamorado, porque me negaba a abandonar mis sueños por ella.
Era un egoísta de mierda, no hay otra explicación. Pero no podía.
- Así que aleja de mi familia todo tu sistema de seguridad, porque como comprenderás, no me fio de ti después de lo que hiciste – tragué saliva, iba a perder al cliente más valioso que tenía la compañía, y todo por mis putas obsesiones de mierda. ¿Quién me mandaría a mí meterme con la hija de Maxwell Lewis?
- Estaba probando un prototipo de seguridad – dijo ella, intentando salvar la situación. ¡Joder, Verónica, no! No hables de eso ahora, no cuando aún no tengo nada sólido a lo que aferrarme – yo le di permiso para que...
- ¿Qué tú hiciste qué? – la agarró del cuello, con tanta fiereza que ni siquiera parecían padre e hija en ese momento - ¿con qué derecho te creíste para hacer eso?
- ¡Basta! – espeté, molesto, porque, aunque no podía abandonar mis negocios por ella, tampoco podía estar presente cuando alguien le hacía daño - ¡Suéltala, joder! – y entonces lo hizo, girando la cabeza para observarme.
- ¿Qué es lo que acabo de decirte, Hércules? – me acerqué a ellos un poco más, haciéndole comprender algo, en lo que yo aún ni había caído – Dejar que la poseas es una cosa, darte derechos sobre ella otra, que sólo le daré a Benjamín, su futuro marido.
- No – hablé tan seguro de mí mismo que los sorprendí a todos. Temblaba, de rabia, de arriba abajo, y estaba tentado a agarrarme a cualquier baza, si con eso podía ganar aquella guerra – eres tú el que no me estás oyendo, Max. He dicho que no voy a dejar que ni tú, ni el capullo de ahí atrás le ponga un solo dedo encima a tu hija – no daba crédito a la forma tan déspota con la que le hablaba, parecía algo irreal - ¿qué no tengo derechos sobre ella? ¿qué sólo puedo follármela? – repetí, apretando los puños, porque odiaba que se estuviese refiriendo a ella de esa manera – Verónica no es propiedad de nadie, es una persona con derechos, como cualquier otra, así que... por supuesto que no tengo poder sobre ella, pero ... - tragué saliva un momento, antes de lanzarme sobre aquel hijo de puta.
- Debe ser muy buena en la cama para que sigas aferrándote a ella de esta manera – insistía Max, degradándola. Estaba tentado a partirle la cara a ese hijo de puta, pero las palabras de calma de Galaxy, en el pinganillo de mi oreja, me calmaron.
- Ella no va a casarse con ese tipo de ahí atrás – cambié el tema, porque no quería volver a enfadarme, necesitaba ser inteligente en aquella batalla – ni con ninguno otro tipo, ni siquiera con ese tal Jason – sonrió, como si la situación fuese de lo más graciosa para él, yo no le veía la gracia, por ningún lado.
- Te has encaprichado de ella ¿no? – insistió, tragué saliva, furioso, apretando los puños, justo cuando volvió a hablar – hasta las trancas, Santoro. ¿Quién lo diría, que el gran Santoro volvería a perder el rumbo por una mujer? – las palabras de su padre no le pasaron desapercibidas a ella - ¿no se lo has contado? – tragué saliva, aterrado – se acostó con la mujer de un jeque, y estuvo a punto de perderlo todo, su empresa, sus negocios y ... la dignidad. Aunque creo que de eso nunca tuvo... - Ese hijo de puta, iba a matarle, os lo juro.
- Maxwell – le llamé – no me provoques – le advertí, porque estaba muy tentado a perder los papeles con ese hijo de puta. Sonrió, como si no creyese en mis palabras - ¿crees que me tienes en tus manos porque hayas descubierto algunos pequeños secretos sobre mí? – sonreí, con malicia – Porque yo también puedo hacerlo, ¿o acaso ya no recuerdas que el día que fui a montar la seguridad al casino estabas ocupado con cierto narcotraficante colombiano? – su sonrisa se esfumó, pude ver el miedo reflejado en sus ojos.
- Así que vas a jugármela, y sólo por no poder tener la polla bien guardada en tus pantalones... - apreté los dientes, porque ese hombre no dejaba de buscarme las cosquillas, al final me cansaría y lo mandaría a la mierda todo. Se encogió de hombros, y asintió – Está bien, vamos a hacer un trato, los dos vamos a mantener nuestras bocas cerradas, y a cambio voy a dejar que la lleves contigo – le miré, con incredulidad – Verónica, ve a hacer la maleta, te irás con Santoro.
Ella me miró, como si esperase el consentimiento por mi parte. Asentí, en señal de que se lo daba, y la vi correr escaleras arriba, mientras mi mirada volvía a fijarse en el que se había convertido en mi mejor cliente, incluso le consideré un amigo, en algunas ocasiones, y reconozco que llegué incluso a darle un trato especial.
- Te dejaré poseerla, hasta que te canses de ella – insistía. Ese idiota no se enteraba de que eso no iba a pasar – pero, ... quiero algo a cambio – ya me parecía a mí demasiado bonito para ser cierto – háblame sobre ese sistema del que ella hablaba hace un momento.
- Vendeta – contesté, despertando la curiosidad en él – es un sistema de seguridad que puede ser adherido al actual, implantado a distancia, y que se encarga de vigilar la casa del cliente, podrá ser capaz de avisar a la policía si detecta violencia en ella – contesté, haciéndole sonreír, al darse cuenta de que era justo lo que él estaba pensando.
- Inteligencia artificial – dijo. Asentí – pero, Hércules, olvidas un detalle. Tu sistema no avisó a la policía esa noche.
- No – respondí, con rapidez – sólo era una prueba, y no me avisó el mismo día en qué se produjo la violencia, si no... unos días después – asintió – estoy mejorando eso y otros aspectos del programa.
Verónica bajó las escaleras, con la maleta en la mano, y la cara lavada, parecía que se había limpiado la sangre. Me di la vuelta, dando por zanjado el tema, y a medida que avanzaba con ella hacia la puerta habló.
- Tienes que explicarme sobre esa chica, la mujer del jeque – asentí, sin decir nada, entrelazando nuestros dedos, haciendo que su padre se fijase en ello.
- Hércules – me llamó, me detuve en la puerta, giré la cabeza y miré hacia él – si vuelves a traicionarme, de cualquier forma, posible, no lo dejaré pasar de nuevo – tragué saliva, entendiendo lo que quería decir, me estaba dando una advertencia. Asentí, y me marché, sin más.
Metí su maleta en Galaxy y la detuve cuando intentó entrar en el auto, la atraje hasta mí y la besé, desesperado, porque había tenido tanto miedo de perderla. Se quejó en cuanto rocé su nariz, era normal, la tenía rota.
- Voy a llevarte al hospital a que te arreglen eso – prometí, separándome de ella, observando como ella asentía.
- ¿Me dejas conducir el coche del mañana? – preguntó, divertida. Sonreí, asintiendo después, observando como rodeaba el auto y se subía en el asiento del conductor. Acarició el volante, justo cuando me senté a su lado, y me coloqué el cinturón. Ella repitió mis pasos y luego habló – Galaxy, arranca – el auto se encendió solo, sin necesidad de apretar un motor – vamos al hospital más cercano, corrige la ruta y ponte a máxima velocidad, modo automático.
Miraba hacia ella, mientras ella hacía lo mismo, con una gran sonrisa pilla, importándonos bien poco la velocidad, con Galaxy esquivando cada cosa que se interponía en nuestro camino.
- ¿Tienes idea de lo terriblemente sexy que luces al volante? – lancé, haciéndola reír, incluso se olvidó del dolor y nuestros pesares.
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