Capítulo 43 - El pervertido y la calienta p...
Buenas tardes, ya casi noches.
Les traigo el capítulo nuevo de hoy. Espero que les guste.
Se que ando algo retrasada en el resto de historias, me van a perdonar, pero entre el trabajo y la creación del libro de "El Tobuc" apenas tengo tiempo de nada más. Los capítulos llegarán, disculpen las molestias.
Descansar sobre el hombre al que amas, mientras escuchas su corazón, y este acaricia tu cabeza, es más placentero de lo que jamás pensé.
Ni siquiera quería pensar en lo que me esperaba al llegar a casa, al dejar plantado a Jason, tan sólo esperaba que no dijese nada. Quería evadirme de la realidad un poco más, en aquel universo, donde estar con él era posible.
Sonreí al pensar en ello, recordando entonces ese sueño que tuve, ese maldito sueño que sólo me incitaba a investigar.
Había un hombre al otro lado de la cancela, mientras yo, a mis seis años de edad, jugaba con las muñecas que Susana me regaló para mi cumpleaños, era la única que me había dado algo de cariño en aquella casa, y siempre estaría agradecida con ella por eso.
- ¿Otra vez aquí? – se quejó, en cuanto llegó hasta mí, al mirar a la cancela y ver a aquel hombre allí. Miré hacia él, sorprendida, observando la ternura de su mirada sobre mí – La señora se pondrá furiosa si vuelve a verte merodear por aquí, por no hablar de lo que hará el señor...
- Sólo quería verla una vez más – aseguraba el hombre, mientras yo miraba hacia ambos, sin comprender qué estaba sucediendo – antes de marcharme de su vida.
- Verónica – me llamó Susana, agarrándome de la mano – volvamos a casa – tiró de mí, alejándome de las muñecas y de aquel hombre, que me observaba, con lágrimas en los ojos, como si estuviese a punto de perder la cosa más valiosa que había tenido en su vida.
¿Y si aquel hombre era mi padre? – eso fue lo que pensé al despertar - ¿y si Maxwell tuvo razón toda su vida? ¿y si mamá falsificó los resultados de las pruebas de paternidad que papá le pidió? ¿y sí había alguien que me quería de verdad en esta vida?
Si había una mínima posibilidad, me aferraría a ella con todas mis fuerzas, por eso necesitaba encontrar a Susana, para buscar respuestas a todas mis preguntas.
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Me di una ducha, y me coloqué la misma ropa que llevaba la noche anterior, aquel vestido rojo que adoraba. Y entonces tiró de mí hacia la cocina. Pasamos por un largo pasillo, con más habitaciones, vi a varias chicas del servicio, no había ni un solo hombre, sólo el mayordomo, junto a la puerta de salida.
Él iba sin camiseta, como si tal cosa, pero a los demás no parecían importarles, parecían estar ya acostumbrados.
- Mira, esta es la cocina – entramos, había una mujer mayor preparando el almuerzo, en aquella alargada estancia - ¿qué hay de comer, señora Montijo? – La mujer sonrió, enseñándole el estofado de frijoles que había cocinado - ¿te parece bien algo de comida mexicana, Verónica? – sonreí, él me conocía demasiado bien. Me lancé a sus labios, ante la mirada atónita de la mujer, sin darme cuenta de que sus besos eran cada vez más intensos.
- Nate – me quejé, justo cuando metía sus manos debajo de mi blusa, giré la cabeza, mirando hacia la derecha, observando el lugar vacío, la mujer parecía haberse marchado, dejándonos un poco de intimidad – deberíamos... - me cogió en brazos, aupándome sobre la lavadora, volviendo a besarme, sin dejarme tregua, metiendo las manos por los bordes de mi falda, levantándola – Nate... - le llamé, en cuanto se detuvo y me dio un poco de tregua, me quitó el vestido, el sujetador, y las bragas. Él no quería hablar, la mirada que me echó me indicó que era lo que quería de mí.
Sus labios volvieron a aferrarse a los míos de nuevo, mientras yo le bajaba los pantalones, y él sonreía, agradecido de que lo hubiese entendido.
Se metió entre mis piernas, observándome, con cautela, agarrando mis nalgas, metiendo las manos, por debajo de mis muslos, aferrándome a él, propinándome la primera embestida, con besos desesperados, echando sus jadeos sobre mi boca, con embestidas fuertes a un ritmo rápido, se veía a leguas que se moría por follarme. Parecía mentira, cuando acabábamos de hacerlo en su cama.
- Joder – dejó escapar, mientras yo me aferraba a la lavadora, pues la forma en la que sus manos me sujetaban, daba la sensación de que pronto abandonaría mi apoyo – no puedes imaginar cuánto te deseo – aseguró – aun acabando de tomarte, aun tomándote como ahora.... Sólo tengo más ganas de ti, mi amor – más gemidos escaparon de su boca, antes de que volviese a hablar, disfrutándome – Me entran ganas de follarte cada vez que pienso que voy a tener que estar alejado de este precioso cuerpecito que tienes – mis gemidos aparecieron, entre susurros, no quería asustar al servicio.
- Te quiero, Nate – gemí, encantándome aquella sensación, verle desearme de esa forma, me gustaba demasiado.
- Y yo a ti, preciosa – sus embestidas no cesaron ni un poco, y yo me estaba volviendo loca, estaba muy cerca del final, y él podía sentirlo, por la forma en la que mis labios se aferraban a los suyos.
- ¡Oh, nena! ¡No puedo más...!
- Córrete – pedí, apoyando mis manos sobre las suyas, que se aferraban a mis nalgas. Gimió, entrecortadamente, sobre mi boca, dándome las últimas estocadas, llenándome con todo lo que tenía para darme, sin sacarla aún, dejándola reposar en mi interior, como un pepinillo en salmuera. Comencé a recuperarme poco a poco, volviendo a la normalidad, siendo consciente de dónde estábamos – hemos asustado a la cocinera – sonrió.
- Ya están acostumbrados – contestó, perdí la sonrisa de pronto. ¿A cuántas chicas habría tomado en su lavadora? – No – contestó, como si estuviese leyendo mi mente – Sólo las putas visitan esta casa, y sólo dejo que me chupen la polla.
- ¿Por qué? – quise saber.
- Sólo necesitaba eso para borrarte de mi cabeza – sonreí, estaba confesándome que me deseaba desde hacía tiempo.
- ¿Desde hace cuánto me deseas, Nate? – su pene salió de mí, manchando el suelo, haciendo que cayese su semen de mí, antes de contestar.
- Desde que te pusiste esa faldita corta a los catorce años – sonreí, divertida, recordando ese día. Me lo había comprado con mis compañeras de clase, sabía que mis padres no lo aprobarían, pero me dio igual, y me la puse, con tal mala suerte de que papá tenía reunión con Hércules Santoro ese día. Pude ver su cara de perplejidad al verme con ella – ni siquiera me di cuenta antes de que te habían crecido las tetas y el culo.
- ¿Querías follarme? – pregunté, excitada, mirando hacia su miembro flácido. Lo agarré, altamente deseosa de él, sorprendiéndole - ¿qué querías hacerle a la hija de tu socio después de ese momento, Nate? – gimió, cuando lo masajeé, sin perder detalle de mis palabras - ¿querías...? – me besó, implacable, con desesperación, se aferró a mi pecho, y lo estrujó, haciéndome gemir en su boca.
- Me provocabas después de ese día, aunque ni siquiera lo hacías conscientemente en ese momento, Roni – metió mi pezón en su boca, y yo eché la cabeza hacia atrás, apoyándome contra el mueble, dándome un par de golpes en ella, sintiendo la forma en la que sus dientes mordisqueaban esa zona sensible – cada vez que te comías un helado, o una piruleta yo ...
- ... Te imaginabas que chupaba tu polla – gimió, justo cuando volví a acariciarla, percatándome de que estaba mucho más preparada que hacía un minuto. Sonreí, aquella situación me encantaba, estar hablando sobre cómo nos deseábamos en el pasado, deseándonos en ese momento, haciendo lo que tanto queríamos, provocándonos - ¿sabes qué imaginaba yo? – se detuvo, y me observó, con atención – me masturbaba en mi habitación, pensando que eras tú el que lo hacía – sus labios volvieron a devorarme.
- ¿Cómo lo hacías? – porfió, agarrando mi mano, apoyándola en mi sexo – muéstramelo – sonreí, él era tan atrevido como lo era yo.
- Me colocaba las manos aquí – presioné sobre mi clítoris, masajeándolo, mordiéndome el labio, excitada, mientras él acercaba su boca a ese punto.
- ¿Te metías los dedos? – preguntó, sonreí, divertida, sintiendo un par de dedos introducirse dentro de mí, a lo que gemí, asintiendo, era justo, así como lo hacía – imaginabas que te los metía yo, o ¿imaginabas mi polla dentro, Roni?
- Tus dedos al principio – aseguré, haciéndole estremecer. Retiré mis dedos, y observé como él hacía lo mismo con los suyos – un año más tarde ... ya quería que me follaras, Nate.
- ¡Joder! – gimió, penetrándome, sin tan siquiera pensarlo dos veces, haciéndome gemir, entre susurros, en su boca, con él dándome duro, cada vez más, parecía que quería reventarme con su vaina – Eres mía, ¿me oyes? – respondí con más gemidos, sobre su boca, mientras él me daba más – Te quiero, joder...
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