Capítulo 40 - Sin elección.
Aquí os dejo el capítulo de hoy. Tarde, pero más vale tarde que nunca. Espero que les guste. :D
Capítulo 40 – Sin elección.
Volver a empezar es duro, sobre todo cuando dejas atrás algo que lo significa todo, una parte de tu alma e intentas olvidarla cada día, extirparla y vivir con un alma dañada.
Se suponía que la vuelta a la realidad no iba a ser fácil. Maltratos por parte de mi familia casi a diario, volver a aceptar las exigencias de papá, ser un títere en sus manos en el casino, dormir sola en mi cama cada noche, y fingir que era feliz, pero, lo que más me costó, con diferencia, fue hacerme a la idea de que no iba a volver a verle.
El trabajo en el casino me gustaba, dar las órdenes, y corroborar que todo estuviese en orden, en un momento pasó un mes, y ya me sentía como pez en el agua, no era tan horrible cómo pensaba, y tenía a dos grandes guardaespaldas siguiéndome a todas partes, por mi seguridad, aunque... sospechaba que era mucho más.
Entre reuniones y reuniones, a veces, pensaba en España, en ese maravilloso día de turismo a su lado. Pero el resto del tiempo, intentaba no pensar. Y lo conseguía, durante el día, llenaba mi agenda con tantas reuniones, que no me quedaba tiempo para nada más. Y al llegar la noche, caía rendida en mi cama.
Era fácil, no era tan horrible cómo había pensado, quizás podría acostumbrarme. Pero si alguna vez pensé algo así, me equivocaba, mi padre jamás me dejaría tranquila, lo supe después de que me enviase un mensaje en la mañana.
Papá:
Viste tus mejores galas esta noche, saldrás a cenar con el hijo de uno de mis socios. Y ya sabes lo que sucederá si te niegas.
Entré en la habitación, con aquel vestido rojo, sorprendiendo a mi madre.
- Ese te queda perfecto – aseguró. Observé el resto de vestidos que había sobre la cama, todos habían sido desechados, ninguno era perfecto para aquella cita – lo pasarás bien, es un chico de tu edad, seguro que hasta te resulta atractivo.
- ¿Ahora vamos a hacer esto? – pregunté, dándole la espalda, frente al espejo - ¿haremos como si todo estuviese bien en nuestra familia? - Ella sonrió, colocándose detrás de mí, apoyando sus manos en mis brazos.
- Tomaste la decisión acertada – aseguró, negué con la cabeza, porque no podía creer que fuese tan cínica – te dije que Hércules te abandonaría en cuanto...
- No vamos a hablar de esto ahora – la corté, antes de que hubiese dicho nada más, apartándome de ella, dando un paseo por la habitación – pero, por si te interesa saberlo, fui yo la que lo dejé – esas palabras la sorprendieron demasiado – siempre dices que el amor te hace débil, supongo que no quería ser una debilidad para él.
- Debes aprender a no dejarte engañar por los hombres, Verónica – insistió, dejándose caer sobre el marco de la puerta – Hércules le ha hecho daño a muchas chicas, ¿de verdad crees que no te hizo creer que eras especial, justo como hizo con todas las demás?
- Ahora no, mamá – pedí, porque no quería escucharla hablar pestes de nuevo sobre él, estaba agotada de que me hiciese sentir como si fuese una idiota – voy a ir a esa cita, con ese idiota, y me comportaré como una buena hija, ese es el trato ¿no? – su sonrisa se ensanchó, ocultando algo en su mirada. La conocía bien, sabía que había algo más - ¿qué?
- ¿De verdad piensas que tu padre te conseguiría una cita sin tener un motivo oculto? – se cruzó de brazos, en aquel momento había dejado de ser mi madre, se había vuelto a convertir en esa mujer llena de prejuicios, que odiaba a su propia hija – si todo sale bien, conseguirá casarte con él.
"Empiezo a pensar que fue una mala idea todo esto, porque te quiero durmiendo en mi cama, cada día de mi vida" – La voz de Nate inundó mis oídos, alejándome de la realidad durante un minuto, haciendo que dos grandes lagrimones brotasen de mis ojos, resbalando por las mejillas.
- Vas a arruinar el maquillaje – espetó mamá, limpiando mis lágrimas, trayéndome de nuevo a la realidad – Nunca tuviste elección, Verónica, siempre tuviste a otros que elegían por ti, así que olvídate de una vez de Hércules Santoro.
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El tipo en cuestión parecía simpático, pero demasiado hortera vistiendo, para mi gusto. Llevaba un traje azul marino y una corbata roja y verde, no pegaba en lo absoluto, pero decidí dejarlo estar, no iba a opinar sobre su aspecto. Al menos, me trajo una rosa roja como obsequio y me abrió la puerta del auto.
Parecía que aquella cita no sería tan mala, después de todo.
Era más o menos de mi misma edad, de mi estatura, tenía el cabello pelirrojo y era blanquito de cara. Nada que ver con los chicos que solían gustarme a mí, pero lo dejaría pasar, sólo sería una cita por obligación, no tenía que enamorarme de él ni nada.
- ¿En qué piensas? – quiso saber, de camino al restaurante. Giré la cabeza, dejando de mirar por la ventanilla, y por un momento, prometo que vi a Nate allí devolviéndome la mirada, incluso sonreí como una idiota, pero la perdí en cuanto me di cuenta de que sólo era una alucinación.
- En nada importante – contesté, apretando mi pequeño bolso, fijando la vista en el frente, ni siquiera quería pensar en dónde íbamos, en aquel momento no podía dejar de recordar la última vez que fui a cenar con Nate.
- Sé que debes sentirte incómoda, una cita amañada por nuestros padres, reconozco que también me siento un poco mareado – sonreí, él parecía un buen tío, en lo absoluto como había esperado. Pensé que sería una copia de Benjamín, pero parecía equivocarme – te diré algo que calme esa incomodidad, Verónica. ¿Sabes? – levanté la vista, mirando hacia él – íbamos al mismo instituto – sonreí, divertida, porque ese truco ya me lo sabía – Lo digo en serio, pero dudo mucho que te acuerdes de mí, yo no era de los populares. Quiero decir... sí, estaba en el equipo de fútbol y eso, pero nunca... - sabía que mi mirada le intimidaba, me parecía tan divertido, tenerle allí, como un corderillo asustado – ... nunca hemos hablado. No me interesa mucho el ambiente en el que te relacionas – asentí. Carraspeó la garganta, incómodo, así que volví a prestar atención a la carretera – he reservado mesa en Swam Pasta, espero que te guste la comida italiana.
- Me gusta – admití.
- ¿Cuál es tu comida favorita? – preguntó, buscando relajar el ambiente.
- La mexicana – contesté, dándome cuenta de que con Nate siempre íbamos a ese tipo de restaurantes, por mi culpa. Nunca había estado en un italiano, con él.
- Me enteré por la prensa, que tu ex prometido está desaparecido – comenzó.
- Era un cabrón – aseguré – así que, si quieres que la cita vaya bien, no vuelvas a mencionarlo – asintió, algo cohibido. Sonreí, aquel corderillo ni siquiera sabía que estaba frente a una hambrienta loba. Pobre...
El único con poder de dominar a la loba era el cazador, pero era obvio que no iba a hacer acto de presencia.
La cena fue bien, me habló sobre el instituto, sobre que no era de los populares, a pesar de su obsesión por el fútbol. Era agradable hablar con él, con alguien de mi edad. Parecía bastante maduro, al igual que yo, y eso me gustó.
- Podríamos ir a tomar algo luego – sugirió, cuando el camarero nos servía los postres. Perdí la sonrisa, al darme cuenta de que estaba sugiriendo postergar la cita. Lo cierto es que me apetecía, a pesar de lo mucho que quería contradecir a mi padre – una copa. Conozco un bar cerca de aquí, podríamos...
- Una copa – acepté, sonrió, ilusionado. Tenía una sonrisa peculiar, pues su dentadura no era perfecta, tenía un colmillo montado encima de otro diente, pero me pareció bonita. Por supuesto, no se parecía ni por asomo a la de Nate – pero voy a dejarte una cosa clara para que no haya malentendidos – asintió, algo cohibido con mi tono de voz autoritario – no intentes nada raro o te cortaré las bolas – rompí a reír, no pude evitarlo, sin lugar a dudas era un corderito, comparado conmigo – sólo bromeaba – respiró, aliviado. Aunque aún no terminaba de creérselo del todo, parecía que no iba a tentar a la suerte, eso me tranquilizó.
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