Capítulo 38 - Perdida.
Os adelanto el capítulo del domingo. Espero que les guste :D
Ni siquiera volví a entrar en la fiesta, dejé que mi padre contase aquella mentira, sobre que todo fue una broma pesada por mi parte, que quería mostrarle mi valía, y que, por eso, iba a dejarme como presidenta del casino, para que le mostrase lo que era capaz de hacer, que podía hacerlo mejor que él mismo.
Nate estuvo llamándome, durante todo el camino a casa, pero yo no podía contestar, no cuando aún tenía tantas cosas que asimilar.
Lo había perdido todo por amor, porque mamá tenía razón, al enamorarte lo pierdes todo, te vuelves débil y previsible. Tu enemigo sabe exactamente que pieza tocar para hacer que te detengas, que tires la toalla y le ofrezcas todo en bandeja.
Me sentía como un engaño, como un paria. En cierta forma lo era, no pude matar con mis propias manos a Benjamin, tuve que dejar que otros lo hicieran por mí. Y en aquel momento, tampoco podía vengarme de mi padre. Tenía que rendirme antes de haberlo intentado.
Galaxy intentó localizarme, pero tiré el móvil al jardín antes de irme, no quería que nadie me encontrase, quería huir de todo y de todos, porque ni siquiera sabía que era lo que iba a hacer a continuación.
Arrastraba los pies al andar, por la carretera, importándome bien poco que los coches me pitasen, sin poder dejar de pensar en las palabras que mi madre me dijo.
Persiguió a Susana, y no se detuvo hasta haberse acostado con ella. La acosó hasta conseguirlo. La embarazó. Y luego pasó de ella, dejándola desamparada y con un bebé.
¿Lo habría tenido? ¿Sería Nate papá, sin saberlo?
Pensé en Benjamín, en las cuchilladas que me dio, en cómo él me llevó al hospital, y se alegró tanto de que estuviese viva.
Ese hombre del que mamá hablaba ya no era Nate, el Nate que yo conocía jamás me haría daño, pero ... ¿A cuántas chicas si se lo habría hecho? Él mismo me lo dijo, en infinidad de ocasiones, que no era un buen tipo en el amor.
"Debes sentirte afortunada, porque eres la única chica de la que no quiero huir" – esas fueron sus palabras. Yo era la única, a las demás las había destruido al dejarlas, después de enamorarlas, después de engatusarlas para conseguir lo que quería de ellas.
Pero nada de eso me preocupaba, el daño que pudiese hacerle a otros, no era algo de mi incumbencia, el daño que podía hacerme a mí lo era, el que me había hecho, sin tan siquiera darse cuenta, al intentar averiguar lo que Benjamín me hizo, entrando en la seguridad de mi propia casa, de un sistema que él mismo creó, dándole a mi padre la oportunidad de destruir mis planes.
No podía culparle por intentar protegerme, pero eso no hacía que doliese menos. Estaba enfadada con él, conmigo misma por permitir todo aquello, ni siquiera debí poner los ojos en él, no cuando tenía cosas que hacer, planes que llevar a cabo.
La gente debía de pensar que estaba loca, ¿qué hacía una chica cómo yo, con ese largo vestido de fiesta, caminando por la calle, como si no tuviese nada mejor que hacer?
¿Qué podía hacer? No tenía ni idea, pero sí sabía que no podía volver a casa, fingiendo ser una persona que no era, soportar las peleas de mis padres, los gritos, y ganarme alguna que otra golpiza cuando no venía a cuento.
- Necesito tú teléfono - le dije a un tipo que paseaba por la acera. Me miró sin comprender, mientras yo miraba con atención hacia el lugar en el que estaba su cámara de vídeo. Recordaba como ella me dijo que estaba en todas partes, por toda la red de la ciudad, que podía espiarlos a todos si así se lo ordenaban, y que haría cualquier cosa para protegerme.
- ¿Perdón? – el tipo no podía creer mi atrevimiento, pero no tenía tiempo para explicaciones. Le observé, pensando en mis posibilidades. Nunca fui una mujer que se refugiase en los hombres, y aquella no iba a ser la excepción, llamar a Santoro no era una buena opción. Le quité el teléfono al tipo, ante su atenta mirada de disgusto.
- Sólo será un momento – prometí, para mirar hacia la pantalla, no sabía bien si funcionaría – Galaxy, ¿me oyes? – parecía no estar funcionando, y el tipo me miraba como si estuviese loca, intentando recuperar su teléfono, me eché hacia atrás, y volví a intentarlo – Galaxy, necesito tu ayuda. Protocolo salvavidas, ¿recuerdas?
- Buenas noches, señorita Santos – me llamó, una voz que salía desde el teléfono, sorprendiendo al hombre, que se echó hacia atrás, asustado. Sonreí - ¿qué puedo hacer por usted?
- Reserva una habitación en un hotel cerca de aquí y consígueme un taxi – pedí. Sonreí en cuanto escuché que lo haría, pero antes de perder la comunicación le dije algo más – no avises a Nate, de mi paradero. Gracias – le dije al hombre, devolviéndole el teléfono, pero se echó hacia atrás, como si aquello fuese un arma peligrosa.
- Aleja de mí esa mierda – me encogí de hombros, sin darle demasiada importancia.
- Lo tomaré como un regalo – eché a andar calle abajo, mucho más tranquila, porque en algún lugar tenía una amiga, un sistema de vigilancia, llamado Galaxy - ¿sigues ahí? – pregunté, pues no había vuelto a saber nada de ella, necesitaba saber si estaba siguiendo mi orden.
- Rendimiento al 10 por cierto – aseguró, esa voz automática. Sabía que Nate estaba haciendo algo con ella, algo que requería el 90% de su capacidad.
El claxon de un maldito coche me hizo distraerme un momento, había un tipo pitándole a otro para que no se detuviese en medio de la calle y al volver la vista al frente vi algo imposible, Galaxy estaba allí. Di un paso hacia atrás, cuando vi a Nate bajándose de ella, lucía terriblemente cabreado.
Mierda.
¿Cómo me había encontrado tan rápido?
Me agarró de la mano, sin tan siquiera pedir una explicación y tiró de mí, cruzando la calle, entrando en el hotel de cinco estrellas, sin tan siquiera detenerse a mirar de un lado a otro, como si tuviese la certeza de que nadie iba a pillarnos. Seguimos avanzando hacia la recepción, y no dijo ni media palabra o pidió explicaciones.
- Tengo una reserva – aseguró, alto y claro, le miré, sin comprender – a nombre de la señorita Christina Santos – lo comprendí entonces, él le había hecho algo a Galaxy, no entendía qué, pero había descubierto mis planes, lo que le ordené a ella. Aceptó la tarjeta de la habitación, y volvió a tirar de mí, hacia las habitaciones, sin detenerse hasta que estuvimos dentro de una.
Pensé que me gritaría, que pediría mil explicaciones, que me echaría la gran bronca por no avisarle después de salir de la fiesta, pero no hizo nada de eso, sólo me abrazó, respirando, aliviado, como si hubiese sido un infierno para él estar alejado de mí. Escondió su cabeza en mi cuello, y rozó sus labios por él, agradecido de que estuviese a salvo.
Ni siquiera quería pensar en qué estaba sucediendo, no podía más que devolver aquel maravilloso abrazo, sintiendo cómo mi corazón se calmaba. Había necesitado su cercanía desde hacía tiempo, y ni siquiera me di cuenta de cuánto necesitaba aquello. Pensé que no necesitaba a un hombre, y no, no lo necesitaba, pero él era más que un hombre para mí, era lo más parecido que tenía a un amigo.
Sabía que tenía que disculpar por haberle hecho sentir, pero no podía decir ni una sola palabra, aunque en mi defensa diré que él ni siquiera me dejó hablar, en cuanto nos separamos, me besó, sin darme tregua.
Me eché hacia atrás, sin dejar de mirarle, quitándome el vestido frente a él, quedándome tan sólo en ropa interior. Sonrió, quitándose la camisa, dejándola caer al suelo, para luego aferrarme a él, acercando su boca a la mía, pero sin hacer nada aún. Sonreí. Acortando las distancias, siendo yo la que le besase a él, aferrándome a sus labios, pues los necesitaba como el aire para sobrevivir.
¡Dios! Esos perfectos labios que me tenían tremendamente cautivada.
Dio un paso hacia atrás, sonriéndome, quitándose los pantalones, ante mi atenta mirada. Apoyé la mano en su nuca, para volver a atraerle, volviendo a besarle, entre desesperados gemidos, con las respiraciones aceleradas, tomándome la libertad para recorrer su espalda con mis manos, mientras él volvía a mirarme, observando como acariciaba su torso, encantado con la idea de que le desease de aquella forma. Sonreí, parecía estar porfiándome, ¿qué creía? Que no iba a atreverme. Estaba muy equivocado si pensaba en ello.
Acerqué mi boca a la suya, pasando de largo justo cuando pensaba que iba a hacerlo, y lamí su barba, raspándome la lengua con ella, haciéndole reír, pero perdió esta y se quejó, en cuanto mordí su mejilla, subiendo hacia arriba, hasta cazar entre mis dientes su oreja.
- Traviesa... - gimió, haciéndome sonreír, ni siquiera podía acordarme ya de la bronca con mi padre o toda esa mierda, cuando estaba con él me olvidaba del mundo, me tele-transportaba a otra dimensión - ... ¿quieres jugar? – preguntó. Esa era como nuestra moneda de cambio, pero aquella vez, quería hacerlo por mi cuenta, sin ningún tipo de intercambio, deseaba demasiado ver sus reacciones, así que terminé en su cuello, mordiéndolo, haciéndole gemir nuevamente.
Agarró mi cabeza, metiendo los dedos entre mis cabellos, agarrándome del cuello, obligándome a besarle, con desesperación su lengua invadía mi boca, proclamándose dueña y señora de ese lugar, haciéndome sentir tanto que parecía irreal.
- Nate – le detuve, echándome hacia atrás – deberíamos hablar... - sonrió, divertido, agarrándome de la mano, atrayéndome hacia él, nuevamente, besando mi cuello, lamiéndolo, haciéndome estremecer, mientras sus manos desataban mi sujetador.
- Hablaremos después de esto – prometió, cogiéndome en brazos, dando un par de grandes zancadas, recostándose sobre la cama, despojándome de mis bragas, para luego quitarse los calzoncillos, ante mi atenta mirada, se me hacía la boca agua, eso os lo puedo asegurar, él estaba muy bien dotado – te necesito, Verónica. – le agarré del cuello, aferrando su boca a la mía, besándole con desesperación, porque yo también le necesitaba.
Nuestros gemidos, entre nuestros besos desesperados sonaban, en la boca del otro, sin poder detenernos, mientras hacíamos aquello, más lento que de costumbre, pero duro, tan duro como siempre, sin poder detenernos, queriendo tanto del otro. Nos necesitábamos para seguir adelante, eso era lo único cierto.
- ¡Joder! – gemía, dándome cada vez más, sabía que estaba a punto, pero quería prolongarlo, como siempre que estábamos juntos. Cesó, antes de haberlo conseguido, frustrado, levantándose de la cama, vociferando por la habitación, mientras yo me ponía en pie, y tiraba de él, no quería que hablásemos aún, necesitaba más de él, así que hice lo único que se me ocurrió, le empujé, sobre la cama, y me subí sobre él, volviendo a hacer aquello que a los dos nos volvía loco.
Me apoyaba en su pecho, sin detenerme, hasta que él elevó su cuerpo, apretando mis nalgas con sus manos, tirando de mis piernas para que las entrelazase a su espalda, guiándome para que lo hiciese correctamente, aquello sobre él, sin poder detenernos, volviendo a besarnos.
- Estoy completamente loca por ti – me atreví a decirle, sonrió, entre besos y gemidos - ¡Oh, Nate! – la forma en la que me apretaba contra él crecía, al mismo tiempo que lo hacía su respiración, él estaba a punto, pero yo no podía esperarle, así que me dejé ir, mi cuerpo explotó en llamas, incluso dejé de moverme, pero él ni siquiera lo necesitó, pues lo hizo detrás de mí.
Dejé caer mis manos, dejando de aferrarme a su cuello, exhausta, mientras él acariciaba mi barbilla, enamorado de mi rostro, volviendo a besarme, aferrándose a mis nalgas, sin salir aún de mi interior, tirándome atrás en la cama, apoyando sus codos en ella, saliendo de mi interior, dejando que su semen saliese manchando aquella colcha que no era nuestra.
- Creo que no vamos a hablar mucho esta noche – bromeó, haciéndome reír, sabía exactamente a lo que se estaba refiriendo, volvió a entrar en mi interior, me parecía de lo más imposible. ¿Cómo podía estar tan preparado cuando acabábamos de hacerlo? Literal. – mira lo que me haces, Verónica, deseo poseerte aun acabando de hacerlo.
- Fóllame, Nate – pedí, haciéndole sonreír, volviendo a darme, besándome, desesperado, terminando en mi cuello, mordiéndome, mientras sus gemidos desesperados seguían saliendo - ¡Oh Dios! ¡Dios! ¡Dios! – mi cuerpo se arqueó, volviendo a correrme, pero él estaba muy lejos de parar, aunque se detuvo a mirarme, cuando dejé mis brazos caer, sonriente, acariciando mi pierna, subiendo la mano por mi muslo, hasta agarrar mi nalga, observándome, con cautela, sin poder dejar de mirarme.
- Ni aunque ellos me lo pidan te dejaré – me dijo, sorprendiéndome, haciendo que mi mente comenzase a pensar en ello. ¿quién le había pedido que se alejase de mí? ¿Quién...? Una lágrima cayó sobre mi mejilla, y sólo entonces acaricié su mejilla, volviendo a sentir sus labios sobre los míos – No puedo dejarte, Roni... - sonreí, al darme cuenta de que era lo que ocurría, sintiendo como el nudo en mi garganta se formaba, y me costaba respirar. Allí tirada, no podía más que mirarle, sabiendo que sería la última vez que le tendría de aquella manera.
- Pero tienes que hacerlo ¿no es cierto? – pude ver el miedo reflejado en sus ojos, incapaz de pronunciar una sola palabra. Nuestro destino nunca fue estar juntos, sólo encontrarnos por el camino – Te lo dije una vez, Nate, que haría lo que fuese para salvar tu futuro. No puedes involucrarte con la mujer que puede destruirlo todo.
- Roni – me llamó, aterrado, porque sabía que aquel era nuestro último encuentro – no puedo...
- Lo haré yo – le calmé, aferrándome a sus labios, sintiendo sus lágrimas caer sobre mí, derramando las mías, que navegaron hasta mi sien, perdiéndose en mis cabellos. Apreté su trasero con la mano libre, indicándome que podía seguir haciéndomelo, y lo hizo, sabiendo que aquella sería nuestra última vez.
Me guardé mis sentimientos, dejando caer todas las lágrimas que se me apetecieron, mientras él seguía gimiendo sobre mí, hasta haber llegado al final.
- Quédate conmigo – pidió, mordiéndome el cuello, haciéndome cosquillas – no pienso dejar que te vayas esta noche. – asentí, mientras él se tumbaba sobre la cama, y yo levantaba la cabeza, para admirar su belleza una vez más. Era tan apuesto, tan guapo, que parecía irreal. Limpió mis lágrimas con sus labios, dándome besos aquí y allá – una mujer tan bonita como tú no debería llorar nunca, si alguien te hace llorar alguna vez, mándamelo, le daré una paliza – sonreí, porque sabía que él era capaz de eso, y de mucho más - ¿qué ha pasado en la fiesta? – quiso saber. Negué con la cabeza, porque era más que obvio que no iba a contárselo, no cuando él había sido obligado a renunciar a mí para mantener sus sueños. Yo tuve que renunciar a mis sueños, a mi venganza por él, y no estaba arrepentida – puedo seguir ayudándote en la sombra, nos comunicaremos a través de Galaxy, podemos...
- Uno de los dos debe mantener aquello por lo que ha luchado – le dije, me miró, sin comprender – aleja a Galaxy de mi padre, de mí.
- Verónica, escúchame – tapé su boca, con la mano, porque no quería que dijese nada más, quería que las cosas terminasen de ese modo, sin decir nada más, sin hacernos más daño.
- Soy fuerte – aseguré, citando eso que él solía decirme a menudo – así que conseguiré reponerme a esto – prometí, aunque ni siquiera lo creía – no es tan grave, tampoco es como si estuviese enamorada de ti – Lo estaba, por supuesto que lo estaba, pero él no tenía por qué saberlo – estarás bien, te repondrás en cuanto te folles a algunas putas – sonrió, derramando algunas lágrimas más, mientras yo retiraba la mano.
Me recosté en la cama, junto a él, y no tardé mucho en darle la espalda, pudiendo derramar lágrimas silenciosas a mi antojo, aterrada si ya no podía tenerle, pero sin decir nada al respecto, no cuando él tenía tanto que perder si se aferraba a lo que teníamos. Me abrazó, por detrás, sorprendiéndome.
- Quédate conmigo, te arroparé durante toda la noche, haremos el amor y ... - su voz se quebró, sus lágrimas emborronaron la escena.
- Me iré en cuanto pueda – le contradije, siempre tan rebelde, hasta el final – si me quedo sufriremos los dos, porque sabes que no volveré a verte, que esto entre tú y yo...
- Te dejaré marchar, pero antes me harás una promesa – me giré, para observarle, mientras él sujetaba mis cabellos detrás de la oreja – prométeme que si algo sucede me llamarás, si estás en peligro o me necesitas...
- Ese ya no será tu problema, Nate – me quejé.
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