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Capítulo 32 - Enfrentarse a los miedos.

Buenas

Aquí os dejo un capítulo esta semana de esta historia. espero que les guste :D

La forma en la que sus manos se aferraban a mi trasero, sujetándome para que no me cayese, dejándome caer sobre la pared, mientras sus manos, bajaban a mis bragas, para luego hacer lo mismo con sus pantalones.

¡Dios! Ni siquiera podía creerme que estuviésemos haciendo algo así en el baño del avión, me parecía de lo más irreal.

- Nate – le llamé, altamente deseosa de hacer aquello, importándome bien poco todo lo demás, pero algo temerosa de que alguien pudiese descubrirnos. Aquello sólo me excitaba aún más – Oh, nene – gemí, tan pronto como se coló dentro de mí, haciéndome estremecer. Apartó mis cabellos de la cara, y me observó, mientras seguía haciéndome aquello, sin poder creerse la situación. Rompiendo a reír, sin sacarla de mi interior aún.

- ¿Te das cuentas de las locuras que me incitas a cometer, Verónica? – preguntó, agarrándome de los muslos, con cuidado, pues no quería dañarme, dejándome en el suelo. Le miré, sin comprender, justo cuando tiró de mi brazo, dándome la vuelta, agarrándome de las nalgas, metiendo su mano entre ellas, hasta llegar a mi sexo, acariciándolo – estoy en un puto avión, deseando follarte, joder.

- ¿Vas a follarme? – fingí sorpresa, haciéndole sonreír, apretándome luego la cintura, para que le enseñase el trasero, propinándome la primera embestida, haciéndome estremecer. Joder, no sabía que esa postura sería tan puñeteramente placentera – Joder, Nate... - me agarró del pelo, y tiró de él, volviendo a darme más y más, y más, tan fuerte que parecía irreal.

Me estaba gustando tanto, que ni siquiera podía respirar, sólo gemir, como una posesa, sin poder detenerme, entre susurros, en aquel puto habitáculo. Estaba tan excitada, que ni siquiera puse impedimentos cuando metió un dedo en mi ano, haciendo que me gustase incluso más, terminando en mi interior, besando mi espalda, mientras terminaba de hacerlo.

- Joder, Verónica – se quejó, dándome la vuelta, aferrándose a mis labios, mientras su semen resbalaba por mis piernas, empapando mi apósito

- Estás loco por mí, ¿no es cierto? – pregunté, altamente encantada con lo que acabábamos de hacer. Sonrió, divertido, agarrando un poco de papel para limpiar su semen de mis piernas, fijándose luego en mí.

- Estoy en el puto manicomio, Roni – sonreí, volviendo a besarle, aferrándome tanto a él, que parecía que iba a succionarle por la boca, a comerle entero, como ese payaso de la tele, cuando se comía a los niños en las alcantarillas – ahora vas a ser una niña buena, y vas a intentar dormir un poco, tienes que estar al 100% cuando te enfrentes a ese cabrón – sonreí, porque tenía razón, lo único es que él me encantaba tanto, que no podía dejar de hacer aquello con él.

- Prometo que seré una buena chica a partir de ahora – me colocó bien las bragas, se subió los calzoncillos y los pantalones, besó mi mejilla y abrió la puerta, para que saliésemos.

Me quedé dormida en seguida, estaba agotada, sólo que no me di cuenta de cuánto. Quedé envuelta en seguida, en un sueño maravilloso, en el que conseguía vengarme de ese hijo de puta.

Benjamín se encontraba en aquella fría nave, siendo salpicado con cubos de agua con cubitos de hielo, tiritando de frío, colgado por los brazos con grandes cadenas, mientras Carlos e Iván le golpeaban para mantenerlo despierto.

Los sonidos en eco de los tacones impolutos de una mujer se escuchaban en aquel solitario lugar, una chica con el cabello suelo, moreno, y un vestido rojo llegó hasta ellos, con una gran sonrisa, junto a un hombre vestido de etiqueta, a lo James Bond.

- Es hora de la venganza, muñeca – me di cuenta enseguida de que aquello era un sueño, porque él estaba hablando como un mafioso de película. Me hizo una señal con la mano, para que entrase primero, y lo hice, divertida, porque la escena me parecía de lo más irreal.

- Debiste saber que algo así te sucedería, sucia rata – dijo Carlos, intentando hacer temer a Benjamín de lo que le esperaba a continuación – por meterte con un tipo como Hércules Santoro.

- Tu padre se enterará de esto – dijo, con dificultad, por el castañeo de sus dientes, mientras yo sonreía, observando como Nate apuntaba a su cabeza.

- ¿En qué quedamos? – me quejé, levantó el arma, hacia mí, y la agarré al instante. No entendía lo que sucedía, pero en cuanto la cogí, me sentí tan poderosa, que lo único que quería hacer era quitarle la vida, matarle como él intentó hacer aquella vez, con todas esas cuchilladas. Levanté el arma, altamente decidida, ni siquiera me tembló el pulso cuando apreté el gatillo.

Desperté sobresaltada, en cuanto escuché el tiro, antes de haber visto como este impactaba en Benjamín.

Cuando lo hice él estaba a mi lado, conduciendo, parecía que hacía tiempo que habíamos dejado el avión, pero ni siquiera quiso despertarme. Sonreí, enamorada de su porte, estaba tan guapo.

- ¿Ya despertó la bella durmiente? – bromeó, mientras yo sonreía, fijándome en que estábamos montados en Galaxy.

- Justo a tiempo para el beso del príncipe – contesté, haciéndole reír – Galaxy, modo automático – pedí, para luego lanzarme a sus labios, sorprendiéndole, montándome sobre él, haciéndole estremecer, mientras yo gemía sobre su boca. Era imposible no sentirse atraída por un hombre como él, y más después de haberme hecho el amor de esa manera, ahora me tenía insaciable todo el tiempo.

- Verónica, tenemos trabajo que hacer – se quejó, entre besos, mientras yo apretaba el bulto que se había formado en sus pantalones, haciéndole estremecer – eres una gatita muy traviesa.

- ¿Tú crees? – lancé, bajándole la cremallera, desabrochando el botón del pantalón, sacando a escena su miembro, haciéndole sonreír - ¿no te gusta? – asintió, justo cuando apoyaba las rodillas en el asiento, ladeándome las bragas, introduciéndola dentro.

- Eres una puta loca insaciable – se quejó, gimiendo sobre mis labios, conmigo haciéndole aquello, importándome poco el escozor que sentía en la pierna y el abdomen – vamos a ir directos al manicomio – bromeó, haciéndome reír, pero sin detenerme aún.

- Tú tienes la culpa de eso – espeté, volviendo a la carga, haciéndole gemir más fuerte, mientras Galaxy seguía llevándonos a nuestro destino – me has enseñado lo placentero que puede ser esto... - apretó mis nalgas, reforzando aquello, aferrándose a mi labio inferior, besándome necesitado de mí, de mis besos – Nate – gemí, cerca del final, con la respiración agitada.

- Nena – me llamó, llegando al final, dejándose ir, mientras yo hacía lo mismo, sin poder detenerlo por más tiempo.

Me senté sobre el asiento, contrayendo mi vagina, observando como él ponía a mi alcance varios clínex, que coloqué en seguida entre mis piernas, para que su semen cayese en ese lugar, sin manchar nada.

- Estoy empezando a arrepentirme de ese plan tuyo – se quejó. Le miré, sin comprender – No quiero que vivas en otro lugar que no sea conmigo, en mi casa, haciéndote esto cada día – sonreí, acercándome a él, para volver a besarle. Era un encanto cuando se lo proponía.

- Cuando todo esto termine me iré contigo – prometí, haciéndole sonreír – pero ahora necesito vengarme de mi padre – asintió, calmado, colocándose bien el pantalón, mientras yo tiraba los clínex en la basura, y miraba hacia él – no vas a matarle ¿verdad?

- Ya te dije que no – reconoció, con calma – no voy a matarle esta vez.

- Tampoco vas a dejar que yo lo haga – me miró, extrañado, justo cuando Galaxy se detuvo frente a la nave – prométemelo.

- Te lo prometo – me calmó, besando mis labios, antes de bajarse del coche, animándome a que yo también lo hiciese – mantengamos las distancias ahí dentro, no quiero que nadie se entere de esto aún.

- Aún tengo que hacer mi entrada triunfal – reconocí, entendiendo su punto de verlo. Asintió, sonriéndome, apretando mi mano para darme fuerzas.

- Estaré allí, si necesitas algo, no tienes más que pedírmelo – asentí, porque sabía que era lo que quería decir. Nos soltamos entonces, caminando juntos, pero sin ningún apego, hacia el interior.

A diferencia de en mi sueño, no llevaba tacones que resonaran por los pasillos de aquella nave, ni un vestido rojo. Sólo era uno blanco, de flores azules.

Pero cuando entramos, Benjamín se encontraba en las mismas circunstancias que imaginé, quizás porque escuché a Nate cuando les dijo cómo querían que lo mantuviesen, lo imaginé a la perfección.

- ¿Qué hace ella aquí? – se quejó Carlos, pero él la ignoró, tan sólo miró hacia mí, que miraba la escena, horrorizada, sin saber si podría enfrentarme a mis miedos.

- Quitadle la venda – ordenó, haciendo que Iván le obedeciese, comenzando a quitar el nudo – quiero que vea quién está causándole dolor.

Carlos trajo un pequeño carrito con un montón de herramientas, parecía la manta de un doctor o algo así, sabía perfectamente qué era lo que iban a hacerle, pero ni siquiera los detuve. Necesitaba que le hiciesen daño, de la misma forma en la que él me lo hizo a mí.

- Tu padre se enterará de esto – dijo, tan pronto como me vio a la cara, él apretó los puños, sabía que se estaba reteniendo a si mismo para no lanzarse a golpearle – sólo eres una zorra calienta... - los puños de Nate impactaron con su mejilla, le dio tan fuerte, que le rompió un diente, y cuando escupió al suelo, no sólo escupió sangre.

- Déjame hacerlo a mí – pedí, haciendo que todos mirasen hacia mí, en especial él. Pero yo necesitaba hacer aquello, necesitaba hacerle daño, o aquello me perseguiría toda la vida.

- ¿Estás segura? – Nate lucía tan preocupado, no quería eso para él. Asentí, calmándole, para luego detenerme frente a él. Quería hacerle daño, pero no tenía tanta fuerza como para hacerlo con mis propias manos, no podía simplemente... encontré la solución en seguida, al encontrar un bisturí sobre aquella mesita con ruedas. Lo agarré, ante la mirada de todos los demás, sorprendidos.

- Dijiste que rajarías cada parte de mi cuerpo – dije, haciendo que Iván y Carlos empezasen a entender la situación – ahora seré yo la que lo haga... - apoyé la hoja en su piel, en su mejilla, cortándola levemente, pero ni siquiera se quejó, no quería darme la satisfacción de que le viese destruido.

- Cuando salga de aquí te destruiré, Roni – espetó, con ese agujero en la mandíbula, hablando como si no le importase el dolor – y lo haré caer a él contigo. ¿Sabes que hará tu padre cuando se entere que Hércules Santoro lo ha traicionado?

- ¡Maldito hijo de puta! – espetó Nate, acercándose, pero levanté la mano, impidiéndole que lo hiciese. Era mío, era mi venganza, y era yo quién tenía que hacer aquello. Benjamín sonrió, parecía agradarle mucho el sufrimiento de mi novio.

- Y cuando haya caído, volveré a hacerte daño, te golpearé tan fuerte hasta que te desangres frente a mí – apreté el bisturí, haciéndome daño en la mano, recordando esa paliza que me dio, la más fuerte, en mi casa, la que me mandó al hospital – y te follaré tan... - sus palabras quedaron en el aire, porque yo, antes de que Nate pudiese salvarme aquella vez, actué, dejándome llevar por aquella furia que había en mi interior, por aquel impulso, por aquel dolor, aquel miedo que lo oscurecía todo, llevándose hasta mi último aliento de felicidad.

Ni siquiera sabía lo que estaba haciendo, sólo sabía que quería hacerle tanto daño cómo él me hizo a mí, como quería volver a hacerme, y por eso clavé el visturí en su piel, repetidas veces, sin control. Agujereé su pierna, sus brazos, su pecho, dejándole malherido, pero sólo chilló de dolor cuando lo clave en el ojo, y lo dejé allí, echándome hacia atrás, aterrada con la situación.

- ¡Maldita puta loca! – Gritó, mientras yo me volteaba, sintiendo el abrazo de Nate, calmándome, disipando de mi alma todos mis miedos, volviendo a traerme la paz.

- Lo has hecho bien – me calmó, besando mi mejilla, mientras yo escondía la cabeza en su cuello, inhalando su maravilloso aroma – nosotros nos encargaremos del resto – asentí, sin querer pronunciar palabra alguna – puedes marcharte al coche, si quieres.

- Si le matas, haz que parezca un accidente – le dije, sonrió, besando mi mejilla una nueva vez.

- Ya te dije que iba a salvarle la vida esta vez – contestó, apretando mi mano, haciendo que mirase hacia él.

- Podrías encargárselo a alguien – insistí, me miró, sin comprender – no nos dejaré en paz si vive, Nate – asintió.

- Te prometí que no iba a mancharme las manos, Roni – insistió, asentí, besé su mejilla, y me marché, necesitaba estar sola, pero mientras caminaba hacia el coche, los alaridos y los golpes de la golpiza que estaban dándole a mi ex, resonaban por el lugar, como ecos, llegaban hasta mí.


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