Capítulo 3 - Un golpe de suerte.
Os dejo capítulo de ayer, me vais a discupar, pero estoy echando 9 horas en el trabajo, acabo tan muerta que ni ganas de cenar tengo cuando termino... así que... menos aún de coger el pc.
Bueno, dramas a parte, os dejo el capítulo. Espero que os guste.
Ya me contaréis :D
Me follaba duro a esa puta, mientras esta gemía, como una posesa, a cuatro patas, sobre la cama del hotel, mordiéndose la mano al sentir mi última estocada, corriéndome a borbotones en el condón. La agarré del pelo, y la obligué a darse la vuelta, cogí un par de billetes de la mesilla de noche y se lo di. La chica lo agarró, metiéndolo en su sujetador, para luego comenzar a vestirse, sin decir si quiera una palabra.
Me metí en el cuarto de baño después de escuchar la puerta, luego en la ducha, dejando que el chorro me inundase de aquella sensación cálida. Cerré los ojos, viendo a esa niña en mi cama, justo donde había tomado a esa puta, disfrutando mientras el vibrador hacía de las suyas, dándole placer.
¡Joder! ¿Cómo había podido resistirme a esa niña?
Mis gemidos no tardaron en aparecer, mientras mi mano con un movimiento constante se aferraba a mi miembro, dándome el placer que esa niña no podía darme.
¡Cómo había querido metérsela en la boca! Comprobar si realmente podía hacerme una buena mamada, pero una parte de mí sabía que sólo se estaba tirando un farol para que siguiese dándole placer.
Uf, no me habría importado enseñarle a follar yo mismo, si no fuese la hija de mi socio, ya me la habría beneficiado.
No podía más que imaginarlo, a ella con mi polla en la boca, ahogándose casi, mientras yo apretaba su cabeza contra mi miembro, altamente caliente.
¡Joder! Me moría por follarme a Verónica.
Aquello era tan frustrante que ni siquiera me permití correrme aquella vez, sólo me rasqué la cabeza, agarrando el champú, olvidándome del asunto que tenía entre manos.
Cuando salí de la ducha Carlos ya estaba allí, ocupado con el móvil, mientras yo me vestía, con calma, con un traje impoluto, como de costumbre.
- El señor kimoto ha vuelto a posponer la cita – le miré con cara de pocos amigos, mientras me colocaba la camisa, abrochándome los botones de las mangas – no me mires así.
- Prepara el avión, con un poco de suerte llegaremos a casa para almorzar – le dije, colocándome la corbata, ante su asentimiento.
- Filipo ha llamado – me informó, haciendo que levantase la vista hacia él – quiere una reunión para mañana, está altamente enfadado por tu tirantez.
- Queda con él para mañana, dile que le haré una visita – asintió, y se marchó a hacer unas llamadas, mientras yo agarraba mi teléfono y miraba hacia él. Tenía demasiados mensajes de putas que querían más de mí, tantos que me abrumaba, quizás era hora de volver a cambiar de número.
Abrí el correo y mandé un email grupal a todos mis clientes, sobre que iba a cambiar de número, y que les llegaría un mensaje con el nuevo, en breve, para luego tirar el teléfono a la basura, cerrar mi maleta y salir al recibidor, donde Carlos y los demás me esperaban.
- Consígueme un teléfono nuevo – le dije haciendo que asintiese, sin más, sin preguntar al respecto, él sabía sobre mi extraña manía.
- Vas a tener que dejar de dar tu teléfono privado a las putas – se quejó, divertido. Rompí a reír, encogiéndome de hombros después.
- No tengo remedio.
El día fue sin altibajos, reuniones varias en santa Mónica, preparar las maletas y coger un jet privado de regreso a casa, donde el resto de mis hombres me esperaba.
Estaba exhausto, sólo quería entrar en mi habitación y acostarme. Así que ni siquiera le dirigí la palabra a Annie, el ama de llaves, y seguí adentrándome por aquellos largos pasillos hasta mi enorme habitación.
Era todo un gustazo llegar a casa, añoraba el clima de Nápoles, ¿para qué os voy a engañar? Me consideraba como todo un privilegiado por vivir allí, en aquella enorme mansión, junto al mar, con unas excelentes vistas.
- Siento molestarte, tío – me dijo mi amigo, entrando en la estancia, mientras yo, recostado sobre la cama, sin tan siquiera haberme quitado el traje, me elevaba para mirar hacia él – teléfono nuevo – alargué la mano para cogerlo, observando como todo estaba listo, Carlos siempre fue un gran trabajador - ¿llamo a una de las putas de Lesort?
- Esta noche no – contesté – confirma la cita con mi primo, para mañana – asintió, y sacó el teléfono, dispuesto a hacer lo que había ordenado, levantando la vista antes de haberlo hecho.
- ¿La cita habitual? – asentí, sin decir nada.
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Fiestas, drogas, putas y pocos negocios, eso fue lo que me esperó al volver a casa. A las dos semanas ya añoraba el trabajo, me gusta demasiado la gente rica, no puedo evitarlo.
Así que a principios de año ya estaba más que preparado para volver al trabajo, por supuesto tenía una reunión con un nuevo socio, un tipo con el que estaba deseando trabajar, su nombre ... seguro que le conocéis: Frank Lemark, un francés con muy mala leche, al que pocos eran capaces de aguantar. Suerte que yo tuviese tanta paciencia.
El tipo me contactó a principios de aquella semana, porque quería que me encargase de la protección de su galería de joyas, por supuesto acepté, pero tenía que reunirme con él en Montecarlo el sábado.
La reunión fue una puta pasada, un éxito, me lo camelé de tal forma, que conseguí llevármelo de putas después.
- Podríamos seguir en el bar de mi hermano – aseguró, asentí, después de tragar el sorbo de mi copa, apartándome a la puta que se pensaba que iba a llevarme a la cama. Lo cierto es que no tenía tiempo para eso.
El bar no era cualquier cosa, era uno de esos lugares a los que iban los ricos pijos, no era para menos, así que tuve que advertir a los chicos para que no perdiesen la compostura, y luego seguí a Frank a la barra, dispuesto a pedirnos una copa, por supuesto el tipo se puso a hablar con él como si lo conociese de toda la vida, y nos invitó a las copas.
Nos sentamos en una de las mesas, cerca de la entrada, en la zona de fumadores, al aire libre, cubiertos por un techo de madera para resguardarnos de la humedad de la noche.
Iba por mi décima copa, ni siquiera sabía ya quién era o qué hacia allí, y mi socio estaba rodeado de guapas chicas que querían pasar un buen rato con él, ni siquiera les hacía caso a las mías, no cuando giré la cabeza, despreocupado, observando algo que me dejó completamente noqueado.
Una mujer con altos tacones rojos y un vestido del mismo tono irrumpía en el lugar, junto a sus amigos, en los que ni siquiera puse atención. Tenía un corte demasiado atrevido, pues se le veía media pierna, si se distraía quizás podía vérsele mucho más, además del pronunciado escote, que dejaba entre ver sus voluminosos senos.
No fue ese pedazo de cuerpo escultural lo que llamó mi atención, si no, percatarme de que era ella, la fruta prohibida que debía evitar.
Hablé por el pinganillo que de nuevo utilizábamos para trabajar.
- Carlos, consígueme información sobre Verónica Lewis ahora – pedí, de forma tan tajante que lo asusté – quiero saber en qué hotel se hospeda, y qué está haciendo en la ciudad.
- Estás jugando con fuego, tío – se quejó el otro – pero lo hago en seguida.
La seguí con la mirada, se pidieron una copa en la barra, y luego se marcharon a bailar a la pista. Ella iba tan sensual, que me faltó el aliento al ver como se meneaba junto a un tío que se veía a leguas que estaba loco por ella.
Esa estúpida seguía calentando a sus amigos, para luego no hacer nada.
El tipo casi se cae allí mismo cuando ella le puso el trasero en su entre pierna, y bailó de forma sensual. ¡Maldita zorra! ¿Por qué no había aprendido la lección?
- Viene a pasar el fin de semana con unos amigos – aseguró Carlos, por el pinganillo – por supuesto su padre no tendrá conocimiento de esto y en cuanto al hotel... Mónaco Beach.
- ¿En qué habitación? – indagué.
- 308 – aseguró - ¿quieres que te reserve la de al lado?
- Sí – contesté, divertido, volviendo a prestar atención a aquella niñata, que estaba dejando que su amigo la magrease, con una sonrisa de satisfacción en su rostro.
- ¿quieres follar? – preguntó el tipo, sonreí, divertido. Era todo un lince en leer los labios, para qué os voy a engañar – me muero por follarte, Roni.
- Vamos a jugar – contestó ella. Tan juguetona como siempre – quiero comprobar lo que puedes aguantar, Fred – ella agarró su mano, y se detuvieron junto a la puerta, mientras yo los seguía con la mirada - ¿qué haces? – se quejó, al ver como el tal Fred metía la mano debajo de su vestido, y le pellizcaba el trasero.
- ¿Crees que no sé lo que tratas de hacer? Sólo quieres calentarme y dejarme a medias, Roni – ella le miró, sorprendida – voy a coger lo que me apetezca, porque lo estás pidiendo a gritos – ella le golpeó, pero pareció que nadie se había dado cuenta, el tipo la besó a la fuerza, agarrándola de la mano para llevársela al exterior.
- Carlos – llamé hacia mi amigo – quiero que los sigas, si el tipo intenta propasarse...
- Ella se lo merece, tío – se quejó. Y tenía razón, joder – es una puta calienta pollas.
- Yo mismo la castigaré después, pero ahora protégela de ese capullo.
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