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Capítulo 29 - Una ciudad con encanto.


Buenas noches.

Se me hizo un poco tarde y no les he podido traer el capítulo antes, aún así... más vale tarde que nunca.

Espero que les guste, ya me contarán :D

Fue un día mágico, de turismo, en una bonita ciudad, que sabía que jamás olvidaría, que terminó junto al espectáculo de la fuente mágica de Montjüic, cerca de la plaza de España. Mientras todas aquellas luces y chorros hacían su magia, ella lo observaba, maravillada, pero por alguna razón que desconocía no podía quitar los ojos de esa preciosa mujer. Me parecía incluso más guapa de lo que jamás me había parecido, hacía que una sensación cálida invadiese mi pecho, colándose hasta por los sitios más remotos de mi interior. Esa preciosa chica me hacía sentir bien, como hacía mucho que nadie me hacía sentir, desde que mis padres murieron en Italia.

La sensación que sentí al mirarme me dio miedo, era la primera vez en toda mi vida que quería aferrarme a alguien que me conocía tan bien, mejor que yo mismo, o que cualquier otro, era como si estuviese frente a alguien que podía destruirme, y en cierta forma lo hacía, ella tenía el poder de destruir todo en lo que creía, pero ... a pesar de eso, ni siquiera quería pensar en la posibilidad de volver a quedarme sin ella.

- Gracias por todo esto, Nate – me dijo, con cierto brillo en su mirada, rompí a reír, porque os prometo que en aquel momento era completamente feliz. No pude evitar pensar en algo que mi madre me dijo una vez, cuando empecé a interesarme por el mundo de la mafia, por mi padre.

"Tienes que dejar de buscar la gran felicidad, Nate. Porque en esta vida, eso no existe, tienes que disfrutar de los pequeños momentos, porque es ahí, en cada uno de ellos, donde reside la felicidad"

En aquel momento entendía sus palabras, porque os prometo que estar en aquel lugar con ella, en aquella fuente, con ella mirándome de esa manera, eso me hacía feliz. Pero sabía que era algo pasajero, porque los momentos suceden, no se alargan en el tiempo, aunque no por ello iba a dejarlo escapar, a disfrutarlo menos. Estaba dispuesto a disfrutar cada uno de los momentos que pudiese disfrutar junto a ella.

Apoyé mi frente sobre la suya, sin poder dejar de sonreír, al igual que ella, aferrándome a esa pequeña chica, mientras ella rompía a reír.

Ni siquiera quería alejarme de los pensamientos que rondaban mi mente, sobre mis padres, justo cuando ella volvió a prestar atención al espectáculo, y yo aproveché para rodearla con mis brazos. Por primera vez, me sentía como el puto príncipe del cuento, y no estaba ni un poquito tentado a huir.

Sus risas invadieron la habitación, haciendo que dejase de pensar en la noche anterior, y me centrase en esa preciosa muchacha, mientras acariciaba su muslo, haciéndola estremecer. Se suponía que había prometido mantenerme en la línea, pero ... ¿cómo poder resistirme a esa mujer, que me hacía temblar?

Perdió la sonrisa, tan pronto como agarré su trasero, y la apreté contra mi pierna.

- ¿Aún te duele? – pregunté, metiendo la mano debajo, acariciando suavemente su herida. No contestó, pero tampoco me detuvo, ni siquiera cuando mi mano se detuvo en su sexo – sé que dijiste que querías esperar, pero ... - sus gemidos me hicieron perder las putas palabras que tenía que decirle. Metí la mano debajo de sus bragas, introduciendo los dedos entre sus pliegues, mientras ella se mordía el labio inferior, sin dejar de mirarme. ¡Joder! ¡Esa chica iba a volverme loco!

Me detuve, justo cuando la respiración de ambos empezó a crecer. Saqué la mano de ese lugar y luego la chupé, haciéndola sonreír. Me agarró de la barbilla, atrayéndome hasta ella, besándome con desesperación, con deseo, cómo hacía mucho que no me besaba. Ella se moría por mí, no me cabía ninguna duda.

- Nate... - me llamó, justo cuando me eché sobre ella, mordisqueándole el cuello, apretando mi sexo contra el suyo – aún no estoy preparada.

- ¿Crees que voy a metértela a traición? – pregunté, con la voz marcada de deseo, tumbándome a su lado, volviendo a meter la mano entre sus piernas, haciéndola estremecer en cuanto mi piel rozó la suya – no voy a follarte, Roni – la calmé, volviendo a meter los dedos entre sus pliegues – solo quiero jugar un poco...

- ¿Jugar? – preguntó, de forma provocativa y arrebatadora, aferrándose a mi camiseta, acercándome a ella. La forma en la que me miró me desarmó, había dejado de ser esa chica lastimada a la que quería proteger, y volvía a ser mi Verónica, esa de la que estaba tremendamente cautivado. Se subió sobre mí, antes de que pudiese haber reaccionado, importándole bien poco estar herida, aún convaleciente, tiró de mi camiseta hacia ella, impulsándome, lanzándose sobre mis labios después. Podía sentir el palpitar de su intimidad en la mía, y aquello sólo me volvía aún más loco. ¡Joder! ¿En qué momento me pareció una buena idea, todo aquello? Ella aún estaba demasiado débil para hacer aquello - ¿es así como quieres jugar? – provocó, rozando nuestros sexos, poniéndome a mil.

La agarré de la cintura, y la apoyé sobre la cama, invirtiendo los papeles, haciéndola estremecer. Sonreí, con malicia, metiéndome entre sus piernas, mientras ella no me quitaba ojo de encima, le quité las bragas, ante su atenta mirada, y luego volví a colocarme en el mismo lugar, observándola.

No podía perder detalles de los rasgos de su cara, de cómo se estremecía cuando mis dedos, acariciaban su intimidad, ni siquiera cuando se introdujeron en su interior.

Estaba húmeda, joder. Estaba tan húmeda, que os prometo que, si me la hubiese follado, hubiese entrado sola.

- ¿Quieres que pare? – pregunté, enormemente encantado con la forma en la que su garganta emitía sonidos. Negó con la cabeza, demasiado drogada con aquel deseo que sentía por mí – dímelo, Verónica.

- No – contestó, haciéndome sonreír, encantado con la situación.

- Dime qué quieres que te haga, nena – rogué, porque llegados a ese punto no sabía bien cómo seguir sin fastidiarla. Me detuve, y me miró contrariada, sonriendo maliciosamente después. Mi preciosa Verónica estaba allí, ya no había ni rastro de esa chica lastimada.

- Quiero sentir tus labios, en mi coño - ¡joder! ¡Esa chica malhablada iba a acabar conmigo! Apretó mi cabeza contra su sexo, mientras yo la observaba al hacerlo, lamiendo delicadamente su sexo, haciéndola gemir, con fuerza. Comencé a hacer mi magia en seguida, haciendo que se olvidase de todo, del mundo, y se centrase sólo en mí, en el placer que le proporcionaba - ¡Oh, Nate! – me encantaba que me llamase por mi nombre, era la única mujer a la que se lo permitía, y escucharla gemir de esa forma con mi nombre en sus labios, me ponía aún más cachondo de lo que ya estaba. Se ladeó en la cama, justo cuando metí un par de dedos en su vagina, haciéndola estremecer, agarrando mi cabeza, para que no me detuviese – haz que me corra – imploró, haciéndome sonreír por dentro.

- ¿Qué quieres que te haga? – dije con la voz marcada por el deseo, sacando mi boca de su interior, aferrándome a su cintura, mientras le clavaba el bulto que había en mis calzoncillos, haciéndola estremecer – ¿quieres que recorra tu cuerpo con mi lengua? – sus gemidos se hicieron partícipe nuevamente, en cuanto lamí su oreja, hasta llegar a su cuello, con ella volviendo a agarrarme de la cabeza, y del cuello, incapaz de cambiar de posición, más cuando mi polla seguía empujando su sexo de esa forma - ¿o prefieres ... - volví a apretar mi sexo, contra el suyo, incidiendo más, violentamente - ... que te haga esto?

- Nate, oh, nate – me llamaba, entre gemidos, haciendo entonces algo que me trastocó a más no poder, agarró mi polla, y la sacó a escena – oh, está tan caliente... - sonreí, me encantaba cuando se sorprendía en el sexo, cuando se hacía la inocente que en lo absoluto era.

- ¿Prefieres esto? – pregunté, sacando la mano de su interior, apartando la suya de mi pene, colándome entre sus piernas, rozando nuestros sexos, haciéndola estremecer.

¡joder! Estás tan húmeda... que si nos despistamos entraría sola...

- ¿Entraría sola? – preguntó, con la voz marcada por el deseo – ¿me la meterías a traición? – tenía gracia, porque no lucía ni un poquito preocupada, volví a acariciar nuestros sexos, de nuevo, volviéndola loca, con sus labios rozando los míos, gimiendo, sin poder si quiera besarme, al mismo tiempo que se sujetaba a mi cuello, para que no me detuviese.

- Si esto te gusta... ni siquiera puedes imaginar lo que te gustaría si entrase...

- Sí – gimió, ni siquiera sabía lo que quería decir con esa palabra, pero no quería tentar a la suerte – joder, me estoy volviendo loca.

- ¿No querías esperar? – lancé, jugando con ella, quería provocarla tanto como me fuese posible – Verónica.

- Joder, hazlo de una vez – suplicó, apretándome contra ella, besándome con desesperación, levantando la vista para observarme entonces – quiero sentirla dentro de mí – me encantaba que me lo pidiese, pero quería resistirme un poco más, hasta desesperarla

- Así que... ¿quieres...?

- ¡Maldita sea, Nate! Quiero que me folles de una vez – no necesité absolutamente nada más para clavársela, haciéndola emitir un prolongado gemido, aunque no la introduje entera, no quería dañarla – otra vez – pidió. La saqué y volví a metérsela, entrando un poco más, mientras ella me agarraba del pelo, incapaz de poder creer que aquello estuviese sucediendo – más – insistió, volví a repetir el mismo procedimiento, haciéndola gritar un poco más – joder, no pares – me movía, marcando el ritmo, mientras ella gemía, sin poder dejar de mirarme, ¡Joder!, no podía dejar de hacer aquello con ella, era la primera jodida vez que no quería ir rápido, quería disfrutar de cada uno de sus quejidos, de esa forma maravillosa en la que su vagina se ajustaba a mi miembro, recibiéndome con admiración – por favor – suplicó, justo cuando empecé a acariciar su clítoris para ayudarla a llegar al orgasmo – no pares.

Mis embestidas empezaron a ser cada vez más duras, tanto que terminé haciéndole daño, así que me detuve al instante, cambiando mi postura, posicionándome encima de ella, mordiendo su cuello cuando volví a la carga, haciéndola gemir entre cortadamente, clavándome las uñas en la espalda, gimiendo tan fuerte que creí que nos estaba escuchando toda la puta ciudad.

Joder su intensidad con todo aquello tan sólo me ponía aún más ansioso de ella, quería hacerle sentir tanto, que ni siquiera me detuve cuando sus convulsiones empezaron a aparecer, o cuando sus dientes mordieron mi hombro.

La forma en la que su rostro se desencajaba con cada estocada me estaba volviendo loco, me estaba gustando aquello incluso más de lo que pensé que me gustaría.

- No pares – suplicó, entre gemidos, apretándome el trasero para que no me detuviese – dame duro – imploró, haciéndome sonreír, siguiendo su orden después, logrando que apretase sus incisivos contra su labio inferior, tremendamente encantada con lo que le hacía.

Sus gemidos nos empapaban, volviéndonos cada vez más dementes, ni siquiera podía fingir que no me gustaba, era imposible con aquella leona, clavándome las uñas a la espalda, encantada con aquello, apretándome con fuerza, disfrutando como nunca, mientras yo seguía dándole duro, con la respiración acelerada, estaba a punto de desfallecer, pero no podía detenerme, no cuando la sentía disfrutar debajo de mí de esa manera.

- Joder – repetía en bucle, sudando, tirándome del pelo, altamente histérica - ¡Oh, joder!

¡Joder! Me gustaba demasiado, iba a correrme, estaba muy cerca, y esa mujer no dejaba de gemir debajo de mí, temblando con cada embestida, con su cuerpo en llamas, disfrutando con lo que le estaba haciendo. En aquel momento ni siquiera me acordaba del puto condón, y ella tampoco.

Estaba absolutamente maravillado por la forma en la que mi polla encajaba en ella, por lo dura que se me ponía en cuanto entraba en su interior, en la forma arrebatadora con la que nuestros labios encajaban con los del otro a la perfección, con sus piernas enredadas a mi cintura, aceptando la entrada de algo duro dentro de ella. Lo cierto es que siempre tuvimos química en la cama, era como si nuestros cuerpos encajasen de una forma única.

Me guiaba, gimiendo desde abajo, dejándome llevar por el placer, cada vez con más ganas de correrme dentro de ella, aun sabiendo que era peligroso, pues no estábamos usando condón.

- Fóllame duro – me suplicó, apretándome con sus afiladas uñas, sintiendo sus inconfundibles temblores, estaba a punto de correrse – no pares – me dijo – quiero correrme en tu polla – esa puta malhablada me ponía a cien con sus exigencias.

- Es peligroso – le dije, entre gemidos, sin detenerme, altamente agotado con aquello, pero sin opción a detenerme – no estoy usando condón, Verónica.

- Tomo la píldora – reconoció, dejándome altamente sorprendido, incluso me detuve, dejándola desorientada – no me mires así, mi ginecóloga me la mandó para controlarme el periodo.

- Ahora vas a enterarte – lancé, volviendo a entrar, haciéndolo tan hondo que ella lanzó un quejido al aire – voy a follarte tan duro que parecerá irreal.

Sus labios se aferraban a los míos, con los gemidos de ambos entrelazándose, y su mano agarrándome del cuello, mientras con la otra apretaba mi trasero a ella, clavándome las uñas en el cachete. Aquella mujer era toda una salvaje.

La verdad es que suelo correrme bastante rápido, en cinco minutos ya he echado un buen polvo, pero aquella vez... no quería que durase tan poco, quería prolongarlo en el tiempo, porque tenía debajo a Verónica, esa fierecilla con la que solía tener fantasías eróticas desde que le crecieron las tetas, desde que dejó de ser una niña y se convirtió en mujer. Necesitaba disfrutar de aquella mujer, y me daba igual si para ello tenía que reprimirme, y hacer paradas, para durar más, logrando que la ansiedad por estar juntos creciese, y el orgasmo fuese incluso más prolongado y satisfactorio al final.

No dejamos de hacerlo en toda la puta mañana, se suponía que sólo iba a follármela una vez, quitarme esas ganas y ya, pero por alguna razón, se sentía demasiado rico dentro de ella, y no quería parar, ninguno de los dos queríamos.

Follamos en la ducha, en la cama, en la mesa, en la pared, incluso en el suelo.

Acariciaba su vientre, justo donde tenía la cicatriz, percatándome entonces que quizás la había dañado con mi forma tan tosca de tomarla, quizás ...

- No quiero parar de hacer esto contigo – dijo aquella preciosa chica, desnuda, en mi cama, aún entrelazada a mí, después de un día más que intenso de sexo, con un hombre que no solía repetir tanto con la misma mujer – ni siquiera cuando volvamos, Nate – sonreí, entendiendo lo que quería decir.

- Esto no va a terminar cuando volvamos – la calmé, lanzándome de nuevo a sus labios, eran adictivos, me volvían completamente loco, toda ella lo hacía – iré a verte cuando todo se calme.

- Quiero que pasemos la noche haciendo el amor – se atrevió a decirme. En otras circunstancias la habría corregido, le habría lanzado mi famoso "yo no hago el amor, yo sólo follo, encanto", pero aquella vez no me molestaba.

- No hemos parado de hacerlo, en todo el día, amor – le dije, haciéndola sonreír – deberíamos descansar un poco, ¿no te parece? Tú aún estás convaleciente, y yo...

- Sólo una más – pidió, subiéndose sobre mí, haciendo una mueca de dolor, porque su pierna aún estaba herida. Negué con la cabeza – Nate...

- Soy todo tuyo – prometí – no me iré a ninguna parte, podemos seguir haciendo esto mañana – sonrió, agradecida, asintiendo después – ahora deberíamos bajar a comer.

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