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Capítulo 28 - Barcelona.


Como lo prometido es deuda... aquí os dejo el capítulo 28 de esta bonita historia. Espero que les guste :D

El próximo capítulo será el martes. Disfruten esta parte y ... ¡nos vemos pronto! :)

Nunca imaginé que Barcelona pudiese ser una ciudad tan bonita, había escuchado miles de comentarios sobre que España era preciosa, pero mis amigos optaban más por el sur de la península, aquella ciudad era preciosa.

La sagrada familia es el monumento más conocido y más característico de la ciudad, de arquitectura modernista creada ni más ni menos que por Gaudí. Está considerada uno de los lugares más importantes del país.

Hablemos de un poquito de historia, que pude escuchar del guía de un grupo de británicos, mientras Nate entrelazaba nuestros manos, y sonreía hacia la cámara para captar el momento, haciéndome reír.

Su construcción comenzó en 1882 con un estilo neogótico, Gaudí diseñó un templo innovador que iba a estar compuesto por 18 torres, aunque, finalmente, sólo tuvo tiempo de crear una de ellas antes de morir. Sin embargo, gracias a los fondos que se obtienen mediante donaciones y visitas, el templo poco a poco está terminando de ser construido.

Me gustaría poderos hablar más sobre ello, pero me sentía maravillada, por la forma en la que el hombre que me gustaba no dejaba de hacer fotos, como si quisiese capturar cada momento en aquel bonito lugar.

El parque Güel, inaugurado en 1922, fue declarado en el 84 patrimonio de la humanidad por la UNESCO. Es una extensión de más de 17 hectáreas donde Gaudí dejó volar la imaginación. Lucía como un lugar de cuento, cubierto por formas onduladas, columnas con forma de árboles, figuras de animales y formas geométricas, con hermosos colores.

Nos encontrábamos en una enorme plaza, junto a un enorme banco de 110 metros de longitud, con apariencia de serpiente, recubierta por pequeñas piezas de cerámica, dándole envidia a miles de personas que no quitaban sus ojos de nosotros, las mujeres no podían entender como una niña como yo podía haber conquistado a tremendo hombre.

Bajamos las bellas escalinatas, despreocupados, haciéndonos fotografías junto a la fuente del dragón, entre bromas y risas por su parte, era todo un cachondo cuando quería.

Abandonamos aquel lugar tan abarrotado, nos subimos a uno de esos famosos autobuses que tenían descubierto el techo, haciendo fotos aquí y allá, sentados el uno al lado del otro, hasta que él captó mi atención, cazando mis labios, fundiéndonos en un largo beso que duró hasta que casi hubimos llegado a nuestro destino.

Paseamos por las ramblas, una de las calles más conocidas de la ciudad, con miles de artistas callejeros, coloridos puestos de flores y terrazas en las que la gente se tomaba una tapa, disfrutando del lugar y el buen tiempo.

Si aquel hombre seguía comportándose de esa forma... iba a conseguir que me enamorase de él, si es que no lo estaba ya.

- He pensado que podríamos comer en un mexicano muy famoso que hay aquí cerca, ¿te apetece? – conocía bien mis gustos, sabía que me encantaba la comida mexicana, a pesar de ser colombiana. Sonreí, sin poder evitarlo. Os lo prometo, me tenía tremendamente cautivada - ¿qué? – se quejó, mientras seguíamos caminando sin más. Me lamí los labios, nerviosa, mientras él rompía a reír – soy demasiado intenso ¿no? – me detuve en mitad de la calle, debajo de los árboles, observándole, colgándome de su cuello entonces, haciéndole sonreír.

- Me encantas – me atreví a decirle, rompió a reír, pero no le dejé tregua y volví a besarle, mientras él sólo se dejaba llevar, agarrándome de la cintura, sin estar ni un poco asustado con todo aquello.

La cena fue mágica, entre risas y anécdotas, aunque reconozco que no comí todo lo que me gustaría, aún no quería forzar demasiado el estómago, estaba débil. Pero no me quejé, no quería que él se sintiese mal por mi culpa.

Le abrazaba, frente al espectáculo de la fuente, feliz, sin poder dejar de sonreír, mientras acariciaba su cabello. Me sentía a salvo en sus brazos, no quería ir a ningún lugar, no quería pensar en lo que sucedería cuándo volviésemos, en lo complicada que era la situación.

- Podría acostumbrarme a esta ciudad – reconocí, sintiendo su agarre en mi cintura, sin decir nada.


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