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Capítulo 14 - ¿Cómo joder aquello que ansias?

Buenos días, aquí está el capítulo de hoy, espero que les guste :D

Hacía tiempo que no me sentía así, sin saber en qué lugar dormiría en la noche y con quién, aunque ... creo que el con quién lo tenía cubierto. Tengo que admitir, que por un momento me sentí como un adolescente alocado y sin responsabilidades.

Almorzamos en un bonito lugar al que ella me llevó Steal Tom se llamaba, era un bar irlandés de madera, que servía una deliciosa carne argentina fusionada con un toque irlandés. La culpa era de los dueños, que cada uno era de un lugar.

- ¿Te gusta este lugar? – quiso saber ella, justo cuando tomábamos la carne que habíamos pedido. Ni siquiera me dejó contestar – Jacob me habló de este lugar, leí reseñas sobre él y quería venir desde hacía tiempo.

- ¿Jacob? – pregunté, incrédulo, bebiendo un poco de vino para tragar la carne que se me había quedado en la garganta, imposible de tragar. Sonrió, bajando la mirada, con rapidez.

- Ese Jacob – reconoció – antes de convertirse en un capullo era un buen amigo.

- Quizás era un buen amigo sólo para conseguir meterse entre tus piernas – lancé, molesto, mientras ella seguía devorando su plato, pensando en ello un momento antes de contestar.

- Probablemente tengas razón – tragó saliva – bueno... cambiando de tema, ¿dónde vas a llevarme esta noche? – la miré, sin comprender – es mi cumpleaños, quiero divertirme – rompí a reír, porque os prometo que no esperé algo así por su parte. Parecía que el sexo con un viejales como yo se le quedaba corto – podríamos ir a bailar, conozco un lugar en ...

- ¡Para el carro! – me quejé, haciéndola sonreír - ¿a bailar? Yo no bailo.

- ¿No bailas? – quiso saber ella, bebiendo un poco de vino – ahora comprendo muchas cosas... - puso una sonrisa pilla, y yo me quedé con ganas de saber más. Apoyé los brazos en la mesa, cruzándolos, y la miré con interés - ¿sabes? El baile es a veces casi tan placentero como el sexo – rompí a reír, porque os prometo que aquello no me lo esperaba - ¿no me crees? – negué con la cabeza, sin poder detenerme aún – Te lo mostraré esta noche.

- No somos el tipo de personas que pueda ser encontrada junta, Verónica – contesté, haciéndola perder la sonrisa, de golpe.

- Podríamos... - se veía que estaba pensando en ello a medida que hablaba - ... podríamos ir a un lugar discreto.

- Deja que me lo piense, ¿vale? – pedí, ella sonrió, para luego seguir comiendo. Era obvio que mi respuesta iba a ser que no, pero no quería desilusionarla aún. Era su cumpleaños, al menos quería hacer algo por ella.

Pensé en ello de camino al coche, encontrando la solución frente a mis ojos.

- ¿Por qué no conduces tú? – me miró, divertida, cómo si aquello fuese una broma – voy a obsequiarte algo por tu cumpleaños. Voy a dejarte conducir a mi preciada Galaxy – le informé, rompió a reír, como si aún pensase que bromeaba.

- ¿Es en serio? – asentí, ante su incrédula mirada - ¡Dios! – se veía frustrada, y algo enfadada - ¿por qué no puedes ser cómo los demás? Si quieres regalar algo, podrías haber optado por un anillo, un perfume o ...

- ¿A cuántas chicas crees que he dejado conducir mi coche? – la corté. Me miró, con atención, pensando en ello – vas a conducir el primer coche inteligente de la historia, y tú sólo estás pensando en cosas materiales, Verónica.

- No es eso, es sólo que... no sé conducir, ¿vale? – sonreí, divertido, mientras ella me daba un manotazo, altamente molesta con mi actitud - ¿ahora vas a burlarte?

- ¿Por qué crees que he elegido a Galaxy? No necesitas conducir mientras ella esté al mando – sonrió entonces, entendiendo mi punto de verlo - ¿sabes las múltiples posibilidades? No necesitas llamar a un conductor de sustitución cuando estés borracha, porque el coche te llevará a casa sana y salva.

- Así que vas a regalarme el coche – rompí a reír, ella era demasiado.

- Voy a regalarte la experiencia de montar en el coche del mañana, Verónica – contesté - ¿no crees que es mucho más excitante?

- Ya he montado en él, ¿recuerdas? Me fue a recoger al hotel – aseguró, luciendo desinteresada.

¡Mierda! No había caído en ello. Pero antes de que pudiese cambiar de idea, entró en él, y pulsó el botón de arranque. Sonreí, al final había aceptado aquello.

Debo admitir que al principio estaba algo desilusionada, pero en cuanto Galaxy empezó a coger velocidad, esquivando los obstáculos de forma perfecta, ella se dejó llevar, estaba entusiasmada. Ni siquiera sabía a dónde se dirigía.

Rompió a reír, mirándome con complicidad.

- Te dije que iba a gustarte – le dije. Sonrió, dejando de prestar atención a la carretera.

- Podría hacer cualquier cosa y Galaxy controlaría la situación ¿no? – conocía esa sonrisa pilla, estaba tramando algo, y no se hizo esperar. Se subió sobre mí, con aquel corto vestido que se le subió hasta casi la cintura, y luego se lanzó a besarme.

- Eres una chica muy mala – me quejé, justo cuando me abría la camisa, mientras se movía con movimientos sensuales sobre mí, despertando a mi dormido amigo. La agarré de las nalgas, metiendo las manos por debajo del vestido, haciéndola reír, con picardía.

- Pero eso es lo que te gusta de mí ¿no? – contestó, haciéndose la inocente.

- Galaxy – llamé hacia mi coche – busca un lugar tranquilo y oscurece los cristales.

- En seguida, señor – contestó la máquina, mientras ella me desabrochaba el cinturón, con ganas de hacerme muchas cosas.

- No tan deprisa – la detuve, haciendo que me mirase con atención – juguemos primero – sonrió, con malicia, mordiéndome el labio inferior después. Sus gemidos aparecieron en cuanto mi boca atrapó su pezón, aún por encima del vestido – quiero que te corras en las bragas, Verónica. Ya sabes que siempre consigo lo que me propongo... - bajé sus tirantas, las del vestido con la boca, para luego volver a morder sus pezones, haciéndola estremecer – no te resistas, gatita.

El coche se detuvo frente al mar, lo que fue todo un acierto, con ella gimiendo más alto de lo que debía, con su coñito tan húmedo que parecía irreal, y mis dedos dentro de ella, resbalándose sin mucho esfuerzo.

La apreté contra mí, suplicándole con la mirada, estaba a punto de caramelo y terminaría yéndome en los pantalones si ella no hacía algo pronto, porque para mí era imposible de reaccionar.

Se detuvo en el momento preciso, deteniendo mi corrida, me dejaba caliente y con ganas de más. Esa chica era increíble, joder.

- Tenías razón – me dijo – iba a gustarme la experiencia, no sabía que conducir a Galaxy fuese tan excitante – sonreí, se estaba refiriendo al sexo, por supuesto – sus labios buscaron los míos, con desesperación, mientras su mano hacía de las suyas, dejando libre mi pene, haciéndome estremecer con sus caricias.

¡Joder!

Era la puta mejor mamada de la historia, y yo no podía dejar de apretar su cabeza contra mi gran erección, entrelazando mis dedos entre sus cabellos, disfrutando con aquella sensación que me volvía loco.

---

Fue un día diferente, debo añadir, me reí mucho, algo que salía totalmente de mi normalidad. ¿Pasármelo bien con una mujer, fuera del sexo? No era algo que soliese hacer en mi día a día.

- ... y esa es la verdadera razón por la que no tengo amigos – concluyó, después de una larga charla sobre el dinero y las conveniencias de la gente. Allí donde hay dinero, hay amigos, gente dispuesta a hacer lo que sea para conseguir algo a cambio de otra.

- Pero eso es así siempre – aseguré, tragando el trozo de pastel que tenía en la boca, hojaldre con crema y fresas, mi favorito – en esta vida, la mayoría se acerca a otros por interés, siempre hay un motivo oculto en sus acciones, Verónica. Todo el mundo miente.

- ¿Cuál es tu motivo, Nate? – quiso saber, saboreando la nata que tenía el pastel, por encima.

- El sexo, por supuesto – contesté, sin dar más detalles. Ella lo sabía, a pesar de cómo solía ser con el resto de mujeres, con ella siempre fui sincero, sobre lo que quería de ella – siempre pienso de forma más objetiva después de meterla en caliente – aseguré.

- ¿Con cuantas mujeres te has acostado? – quiso saber. Aquella conversación se estaba saliendo de lo común. Ese tipo de conversaciones no solía tenerlas con las mujeres con las que me acostaba, quizás con Carlos, o con algún otro tío – siento curiosidad, eso es todo.

- La curiosidad mató al gato – cité, haciéndola sonreír – Vale, lo cierto es que no llevo la cuenta, pero creo que la cifra ya superó las dos mil – rompió a reír, y os prometo que no fue en lo absoluto la reacción que esperé - ¿es divertido? – dejó de hacerlo entonces.

- Nunca has tenido novia ¿no? – negué con la cabeza, metiendo otro trozo de pastel en mi boca – y supongo que tampoco repetirás con la misma más de ... ¿dos veces?

- Tres – le aclaré – un número impar es siempre mejor que uno par – sonrió – a veces me gusta el caos, dentro de algo que pueda controlar.

- ¿A cuántas chicas les hiciste perder la virginidad? – su pregunta me cogió tan de sopetón que me tomé un tiempo para contestarla.

- A ninguna – se sorprendió, pero no dijo nada – ser el primero con una chica es siempre un marrón, Verónica. La mayoría de las chicas que son vírgenes lo son porque esperar a un príncipe de bonita armadura que las rescate de su cuento de hadas. Yo no soy el príncipe, no creo en el amor ni en los finales felices.

- Tampoco creo en los finales felices – me sorprendí al respecto – la felicidad no es el final, hay cosas más importantes que los chicos.

- ¿Cómo qué, por ejemplo? – pensó en ello, con la copa de vino frente a ella, después de haber dado un sorbo corto.

- Las metas de uno mismo, superar las expectativas de la sociedad, hacer ver a tus padres que se equivocan al pensar que aún eres una cría, los estudios y ... el sexo.

- Eso quiere decir que no voy a tener que sacarte de encima cuando me canse de ti ¿no? – tragó saliva, y miró hacia mi postre, ese que me estaba terminando a una velocidad abismal. Tengo que reconocer que me encanta la fruta, en todas sus variantes – Es sólo sexo, ¿eso te ha quedado claro?

- Sí – admitió, bebiendo el resto de su copa de vino, dejándola después sobre la mesa – no soy idiota, Nate. No podría aspirar a más con alguien como tú.

- Es bueno saberlo, porque yo tampoco quiero dar más.

Reconozco que nuestra cercanía se volvió un poco tensa después de esa conversación, a pesar de que fingimos no darnos cuenta. Ella lucía distinta conmigo, cómo si mis palabras la hubiesen defraudado. Pero joder, aquella vez, quería ser sincero...

La agarré de la mano, reteniéndola al llegar al salir del coche, frente al club.

- ¿Estás bien? – asintió, pero algo me decía que era un farol – escucha, siento si antes de alguna forma he herido tus sentimientos o ...

- Está bien – me calmó, apoyando su mano en mi pecho – no podríamos ser nada más, aunque quisiésemos. Tengo dieciocho años, soy la hija de uno de tus clientes más importantes y ...

- No te pilles por mí – imploré, más como una súplica que cualquier otra cosa – no soy un buen tío en las relaciones, Verónica.

- Lo sé – tragó saliva, bajando la cabeza un momento. La tenía tan cerca, que lo único que deseaba en aquel momento era besarla – entremos – dijo, apartándose de mí, caminando hacia la puerta - ¿dónde sueles vivir? – quiso saber – sé que tienes una casa en San Diego, la oficina en Miami y residencia en Italia.

- Vivo en Italia, pero no en la casa principal, siempre intento pasar el menor tiempo posible en la casa de mi padre – tragué saliva, porque aquello era demasiado personal como para hablarlo con alguien que conocía tan poco – me gusta más vivir en lugares en los que el viento huela a mar.

- Mi padre dice que te criaste en California, con tu tío – asentí, antes de decir algo más. Entrando al local, después de pagar la entrada del lugar.

- Me mudé a california cuando tenía veinticuatro – contesté, bajando las escaleras hacia aquel zulo bajo tierra – y viví con mi tío, desde entonces.

- Debe de haber sido interesante – me dijo – poder vivir en tantos lugares distintos al mismo tiempo, aprender de la vida, de las experiencias y ...

- Lo malo de viajar tanto es que nunca terminas de pertenecer a un lugar – contesté. Me miró, asombrada – pero tenías razón antes, la amistad es algo muy relativo. Nunca sabes con qué intenciones se acercan las personas...

- Voy a pedirme una copa, ¿quieres algo? – negué con la cabeza, aún estaba digiriendo la cena, ese cangrejo de río me había sentado fatal.

Eché una leve ojeada al lugar, no estaba mal, era discreto, y había mucha gente extranjera, mexicanos, sobre todo, desperté el interés de varias féminas que por supuesto se morían porque me las tirase.

Me hice el interesante, justo como solía hacer en las fiestas de etiqueta, y cuando quise darme cuenta tenía a una rubia con un vestido de poli piel tirándome la caña, rodeándome con una tira de plumas, bailándome, intentando conquistarme.

Verónica, se abría paso entre la multitud, con la copa en la mano, mientras que aquella rubia se me había enganchado al cuello, estaba borracha y caliente, no hay peor combinación para una mujer, y en aquel momento aprovechó para hablarme al oído.

- Podríamos ir a un lugar más privado tú y yo, tú ya me entiendes ¿no? – me agarró el paquete, con deseo y determinación. Sonreí, divertido, porque no me disgustaba, en lo absoluto tirarme a aquella salvaje.

Pero perdí esta en cuanto la mirada desilusionada de Verónica se cruzó con la mía. Tragué saliva, con un nudo en la garganta.

¡Joder! Aquel tipo de situaciones eran nuevas para mí.

Pero Verónica no era ni por asomo como el resto de chicas a las que estaba acostumbrado. Otra en su lugar se hubiese largado, o quizás hubiese venido a partirme la cara, ella no. Tardó menos de diez minutos en encontrar a un sustituto que quisiese bailar con ella, y no era difícil, ella estaba muy buena.

El tipo en cuestión era un profesional, se veía que quería llevársela a la cama, pues no dejó de magrearla, mientras yo echaba chispas, desfogando mi frustración con aquella rubia, atreviéndome incluso a besarla, mientras que Roni se colgaba del cuello del desconocido y sonreía con cada insinuación de este. Hasta terminar agarrando su trasero, sin que esta le apartase en ningún momento.

¿Qué iba a dejar que ese tipo le hiciese?

Sabía que era lo que pretendía esa maldita virgen, tan sólo quería ponerme celoso, pero no iba a darle el gusto. Me daba igual si otro tío se la beneficiaba, porque ella no era mía, a fin de cuentas.

Dejé que la rubia me condujese hacia los baños de chicas, mirando hacia atrás de reojo, justo cuando él se lanzó a sus labios. Apreté los míos, intentando convencerme de que todo estaba bien.

La rubia me empujó contra el lavabo, bajándome los pantalones, sacando a escena mi miembro, comenzando a hacer su magia, mientras yo dejaba la mente en blanco. Quería demostrarme a mí mismo que no me importaba Verónica, que me daba igual que se follase a otro, incluso que la penetrasen, esa maldita cría no era mi problema...

La puerta se abrió, y la rubia se puso en pie, como si tuviese un maldito muelle en el culo, mientras yo me colocaba bien los pantalones, y ella se limpiaba la boca.

Tragué saliva en cuanto la vi aparecer, lucía molesta, pero ni siquiera dijo nada, se acercó al lavabo, ignorándome y se lavó las manos, mientras la rubia volvía a proponer hacer algo indecente, pero yo sólo podía mirar hacia Roni, en aquel momento me sentía como un maldito hijo de puta, y no entendía por qué.

- Hablemos – me atreví a decirle, desconcertando a la rubia, mientras la virgen se reía en mi cara, sin dar crédito a que fuese tan capullo – Roni... - me cruzó la cara, y me lo merecía, joder. La rubia de hacía un momento se marchó después de presenciar aquello.

- Esto se acaba aquí, Hércules – sabía que estaba muy enfadada, porque sólo me llamaba por mi nombre griego cuando lo estaba. Rompió a reír, sin ganas, encerrando la cara entre mis manos – soy tan idiota que estaba incluso replanteándome acostarme contigo – la miré entonces. La había jodido, había estado a punto de conseguir lo que ansiaba, y por mi puto calentón lo había estropeado.

- Escucha... - se soltó de mi agarre y volvió a cruzarme la cara, molestándome con ello – tú ya sabías como era – espeté. Me miró, con incredulidad – soy un puto cabrón de mierda, y te lo dije, joder. Te dije que no te pillaras de mí – se rio, sin poder creer mi descaro.

- No me he pillado por ti – escupió, pero sabía que estaba mintiendo, pues ... ¿por qué si no se enfadaría tanto al verme con otra? - ¿Cómo he podido siquiera pensar en perder la virginidad con un capullo cómo tú?

- Hablemos – la llamé, agarrándola de la mano, pero volvió a alejarme, cruzándome la cara una tercera vez, enfureciéndome un poco más.

La puta situación me nubló la mente, no sé... quizás fue el deseo, la desesperación, el miedo por perderla sin haber conseguido lo que quería, o quizás fue algo más, pero lo cierto es que perdí la poca cordura que me quedaba y la besé, y contra todo pronóstico, ella me devolvió el beso.

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