𝗨𝗻𝗼
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Suspiré, observando el edificio donde estaba mi nuevo departamento. Mi madre me obligó a cambiar de escuela y mudarme a otro departamento después de hacerla quedar en "ridículo" en una fiesta escolar, solo porque es la directora y mi madre a la vez puede hacer lo que quiera conmigo.
Pero, en realidad, yo no hice nada malo para merecer vivir en la pocilga de edificio que estoy observando.
—Mamá, no tienes corazón—la observé, mientras bajaba mis dos maletas del auto—, ¿por qué me haces esto?
Mi madre soltó una pequeña risa, cruzando los brazos sobre su pecho. Me miró desde allá arriba, aún si medimos casi lo mismo: ella actuaba como si fuera alguien importante y los demás sus subordinados.
—¿De verdad quieres que te repita lo que hiciste ese día?
Suspiré, negando con la cabeza. Cuando ella lo dice, suena como la peor cosa del planeta, pero en realidad no es así y revivir ese suceso tampoco me trae un buen recuerdo.
—Pero mamá—insistí en quejarme—, ¿enviarme lejos es una solución?
—Lo es para mí—sentenció. Me acercó las maletas, y sonrió un poco—. Ahora entra, pide la llave en recepción y acomoda las cosas en tu habitación. Te llamaré mañana después de la escuela, ¿si? Procura no gastar todo el dinero, debe durarte todo el mes.
Solo asentí con la cabeza para no generar otra discusión más, además de las tres o cuatro que habíamos tenido temprano por la mañana. Dejé que ella besara mi mejilla, y la vi subirse al auto para marcharse. Tras dar un largo suspiro, arrastré mis maletas hasta la recepción del edificio en cuanto mi madre y el coche se perdieron de vista.
El ambiente parecía hasta tétrico de cierta forma; las paredes lucían grises por el polvo, la luz no funcionaba y parecía ser que abrían las cortinas para dejar que la luz ingresara. ¿Mamá de verdad quería que me quedara en un lugar así?
—¡Buenos días!—sonrió en cuanto llegué junto a la mesa de recepción. Ella observó por unos segundos mis maletas—, ¿quieres reservar una habitación con contrato mensual?
Debo aceptar que lo único lindo del lugar, era la sonrisa de la chica que, según la tarjeta de identificación que lleva colgada en el cuello, se llama Rosé.
—Por favor—asentí—. ¿Tengo que pagar ahora? Porque la tarjeta es de mi madre y mí celular tiene poca batería en este momento.
La chica tecleó un par de cosas en su computadora, y volvió a mirarme.
—El cobro se hace a finales de este mes—explicó—. La única habitación disponible es doble, por lo que el precio tiene rebaja. Ah, y está en el último piso, ¿aun así la quieres?
Bueno, ¿qué más daba? Aunque no había entendido ni la mitad de cosas que habían salido de su boca, nada podía ser peor que no tener un lugar donde descansar.
(...)
Creo que fui muy optimista.
En primer lugar; el ascensor estaba dañado, por lo que me tocó subir cuatro infernales pisos por las escaleras cargando mis maletas; algunas personas, me observaban con pena, otras; tenían la expresión de su rostro demasiado seria y parecía que no me notaban.. Al llegar al que sería mí piso desde ese momento y abrir la puerta de mi habitación "doble", me encontré con calzado en el mueble del pequeño pasillo.
He ahí el verdadero inicio de un sinfín de descubrimientos extraños.
—¿Acaso no limpian cuando la gente se marcha?—me quejé en voz alta, pateando unas latas que obstruian mí camino hacia la orilla de la cama matrimonial—, ¿y a qué diablos se refería con "doble"? ¡Ésto es bastante simple!
La cama también estaba mal tendida, el edredón casi se caía por completo, lucía como si alguien estuviera viviendo aquí hasta hace unas horas. Sin embargo, decidí ignorar el tema porque estaba enamorado realmente de lo espaciosa que era, toda para mí solo.
Sonreí de solo pensar en que dormiría todas mis noches allí, y por alguna razón, sentí un perfume en el aire cuando llené del oxígeno mis pulmones: era delicioso, debo aceptar, una mezcla de vainilla y madera.
¿De dónde salía? No veía ningún aspersor de perfume, y dudaba que fuera obra de alguna mucama (si es que acaso la había) o personal de limpieza.
Revisé el baño, encontrando botes de shampoo en la ducha y una toalla celeste colgada. Suspiré, dirigiéndome a mí última parada y a la que le tenía un poco más de terror: la cocina.
Sin embargo, para mí grata sorpresa todo estaba en su lugar, aunque era pequeña e incómoda. Regresé a lo que sería comedor-dormitorio-sala de estar-baño, y observé el mueble frente a la cama: la tele no era demasiado grande, pero estaba bien con eso.
Otra vez, el televisor estaba enchufado por la pequeña luz roja en una de sus esquinas inferiores.
Todo era muy extraño.
Decidí no darle mucha vuelta a ese asunto y, ya que no tenía ganas de ponerme a limpiar el desorden (me daba pereza bajar al primer piso otra vez, pero quizá más tarde me vea obligado a ir hasta la recepción pedirle a la chica que me alquiló la habitación si me prestaba productos de limpieza), o acomodar mis pertenencias en sus respectivos lugares, me acerqué a la cama y después de estirar bien el edredón, simplemente me dejé caer de la manera en que quedé cruzado sobre la misma: con las piernas del lado izquierdo y la cabeza apuntando a la parte derecha de la cama.
No me llevó demasiada tarea dormir, estaba agotado mentalmente por el viaje desde Busan hasta aquí, por los reclamos de mí madre... harto de todo.
Cuando sentí que no estaba caminando solo por la calle, temblé de miedo. Me volteé a verlos, pero aunque sabía de quienes se trataba, sus rostros estaban cubiertos por máscaras deformes.
¿Por qué ellos me estaban siguiendo otra vez? Oía sus voces susurrantes, se paseaban de lado a lado como fantasmas, sombras quizá: sus risas eran tan altas mientras yo solo intentaba correr. Pero tropecé cuando sentí la frías manos de quién llevaba una máscara blanca y lisa, y por más que grité, me sacudí, lloré y rogué que me dejaran, ninguno de ellos lo hizo.
—No, no... ¡No lo hagan! ¡basta! ¡Suelteme!
Sus manos ahora estaban a la altura de mí cuello haciendo presión, por lo que intenté forcejear una vez más.
—¡Quédate quieto, oye! ¡¿Qué te sucede, loco?!
—¡No me toques, no me toques! ¡Chicos, no, por favor, basta ya!
Volví a llorar con fuerza, resignandome a mí destino. De repente mí madre apareció a rescatarme, me abracé a ella lo más que pude, ahora estaba a salvo.
—Mamá, ésta vez sí viniste—susurré, apretando los ojos mientras hipaba por el llanto que aún no terminaba.
—Ya pasó, ¿si? Estoy aquí y voy a cuidarte.
Su mano en mí cabello, acariciando con suavidad mientras decía que todo estaría bien hizo que volviera a dormir con comodidad entre sus brazos.
En cuanto el timbre que anunciaba el fin de la jornada estudiantil sonó, todos nos despedimos de la profesora y comenzamos a guardar nuestras pertenencias. Yo siempre me tomaba más tiempo que los demás para salir último, al principio era solo porque sí, sin embargo; desde el cuarto mes escolar lo hago a propósito para evitar a dos personas que les encanta acosarme.
Me aflojé un poco la corbata del uniforme y ajusté las correas de mi mochila para finalmente salir. El pasillo de la escuela estaba casi vacío, se oía el eco de mis pasos y el sonido del personal de limpieza que comenzaba con su trabajo.
Caminé hacia la puerta de salida, entretenido de mirar mis pies avanzar. Justo cuando llegué a la calle, me encontré con el presidente estudiantil.
—Hey, YoonGi—sonrió, golpeando con suavidad mi hombro.
Ha LiMeng es el amado presidente estudiantil de nuestra escuela; carismático, inteligente, Tailandés y guapo. No hay persona que lo odie.
Nadie que lo odie más que yo: no existe.
—Hola, LiMeng—apreté una sonrisa con los labios, mirando con disimulo a nuestro alrededor. Para mí buena suerte, la mayoría se había ido, o estaban concentrados en la espera de que vinieran a recogerlos—. Tengo que irme, nos vemos.
Avancé un paso, pero me quedé inmóvil cuando me sujetó por el antebrazo. Giré mi rostro para verlo, y su sonrisa brillante me confundió aún más.
—Deja que te lleve, hyung. ¿O ya olvidaste dónde vivo, eh?
—Quisiera no saberlo—se me escapó en un susurro.
—¿Dijiste algo?
Negué con la cabeza, quitando su agarre de mi brazo con un tirón. Le sonreí, aunque estoy seguro de que él no notó mí incomodidad.
—En verdad, iré solo. Mi hermano pasará por mí en un momento, no tienes que molestarte en llevarme.
Por alguna razón, él pareció creerse la mentira, puesto que soy hijo único, y sin más que una leve inclinación con su cabeza, se alejó en dirección al estacionamiento. Llené mis pulmones de oxígeno y continúe con mí andar, aunque ahora con más prisa que antes.
Mí "hogar" no queda tan lejos; de hecho, es lo más cercano que encontré cuando me mudé a Seúl hace seis años. Aunque es bastante humilde y los vecinos son personas mayores en su gran mayoría, no me alcanza el dinero para pagar algo mejor y cualquier otra opción me haría gastar el doble en transporte.
Suspiré cuando me di cuenta de que había llegado y el edificio se alzaba frente a mis ojos. El frío de la tarde comenzaba a colarse por mis pantalones cortos, por lo que ingresé de una vez por todas a la recepción.
La recepcionista me sonrió en cuanto me vio y se acercó saludarme con un abrazo.
—¡Tanto tiempo, oppa!
Me reí, empujando su cuerpo suavemente.
—Nos vemos a diario, por la mañana y por la tarde—vi como ella rodó los ojos—. ¿Alguna novedad? Me quiero ir a dormir.
Ella se tocó el mentón, pensando por unos segundos hasta que me miró con cierta emoción.
—¡Tu tarifa bajó a la mitad! Siempre me has molestado con eso, y ahora se hizo realidad.
Asentí, pero realmente no entendía a qué se estaba refiriendo. ¿Quizá me darían una rebaja por llevar tanto tiempo viviendo aquí? Eso sería un milagro para mi pobre billetera.
—Te veo luego, no trabajes tanto—sonreí, golpeando su frente.
Antes de que Rosé quisiera devolverme el golpe, corrí hacia las escaleras. Podía oír sus quejas hasta llegar al primer piso.
Saludé a un par de vecinos en el segundo y tercer piso, todos se dirigían a sus trabajos de medio turno, y no pude evitar correr la última pequeña subida de escalones para llegar al último pasillo. Ansioso por estar sobre mi cama y dormir un poco para recobrar la energía necesaria para preparar la cena y ver alguna película, ingresé la llave de mi habitación en la cerradura.
A diferencia de otras veces, tardé casi un minuto en lograr entrar y escuché algo metálico caer desde adentro. Con desconfianza, mientras cerraba la puerta me quité los zapatos para dejarlos junto al mueble, también con mi mochila, y encontré un juego de llaves idéntico al que yo tenía en el bolsillo.
Temiendo de encontrarme con un ladrón, o algo por el estilo, me adentré en mí departamento.
—¿Pero qué...? ¿Y tú quién eres?
Habían dos valijas azules junto a la cama, y sobre ésta, un chico dormía con comodidad como si fuera su cama.
«¡Tu tarifa bajó a la mitad!»
Oh, maldita Rosé. Te voy a matar.
Me acerqué con cautela hacía el intruso que descansaba boca arriba. Temblaba levemente, no me pareció extraño porque el ambiente estaba frío, pero él... murmuraba palabras.
—Rose, ¿metiste a un chico poseído por un fa-fantasma s-solo porque te dije que tu ex te engañó por llorona?—me reí, preso de mí nerviosismo—. Esto ya no es gracioso, no...
El chico se movió, solo eran leves espasmos de su cuerpo mientras se quejaba. Toqué su rostro, pero se volteó con brusquedad.
—No, no... ¡No lo hagan!—lo que antes eran espasmos, ahora se había convertido en movimientos sin control de sus piernas y brazos—, ¡basta, sueltenme!
No hubiera intentado detenerlo, porque no entendía qué le pasaba, pero comenzó a golpearse la cabeza con las manos y me recordó a mí mismo hace un par de años.
Intenté tomarle el brazo pero parecía alterarse aún más, tenía mucha más fuerza que yo. Sin embargo, no me iba a rendir y dejar que se hiciera daño, por lo que soportando algunos golpeas logré subirme sobre su regazo para inmovilizar sus piernas con mi peso e intentar sujetar sus manos.
Por distraerme un segundo me gané una cachetada que resonó fuerte en la habitación.
—¡Quédate quieto, oye! ¡¿Qué te sucede, loco?!
Obviamente era una pregunta estúpida.
—¡No me toques, no me toques! ¡Chicos, no, por favor, basta ya!
Él sollozó bajito, quedándose inmóvil de repente. En vistas de que ya no se volvería a mover, me coloqué a su costado en la cama. Podría, y debería, haberme alejado ahora que su mal sueño había acabado, pero; por alguna razón, me quedé con él.
» —Mamá, ésta vez sí viniste por mí—susurró apretando los ojos mientras hipaba por el llanto que aún no terminaba.
Escuchar eso rompió en pedacitos a mi corazón. Soy un chico muy débil, y no pude evitar el sentimiento de quedarme a su lado a pesar de que era un completo desconocido para mí. Pasé un brazo por encima de su coronilla y me ayudé con la otra mano a levantar un poco su cabeza; afortunadamente por sí sólo se acercó a mí cuerpo buscando calor.
Él seguía suspirando, ahora que su llanto había cesado. Me recordaba a un bebé pequeño que duerme después de llorar y hace el mismo sonido.
—Ya pasó, ¿si?—murmuré contra su cabello que olía a vainilla—, estoy aquí y voy a cuidarte lo más que pueda
Acaricié su cabello con suavidad, sorprendiendome por lo suave que era, mientras le decía que todo estaría bien. A pesar de no tener idea de a qué le tenía miedo, o quienes aparecían en su sueño, logré que volviera a dormir con comodidad entre mis brazos. Y yo también con él.
(...)
Fui el primero en despertar, tenía la sensación de haber dormido una semana entera. Sin embargo, sentía mí cuerpo caliente y pesado.
Me restregué los ojos con el dorso de la mano izquierda, y recobrando la conciencia, observé lo que mis córneas me permitían en la posición en la que estaba: de costado. La pared era la de mí habitación, por lo que me sentí más tranquilo, pero yo no recordaba haber colocado el edredón sobre mi cuerpo o recostarme de lado.
Eso significaba que...
—Oye, chico—carraspeó su garganta, llamando mí atención. Usé todas mis fuerzas para girarme y lo ví de pie, dejando una bandeja con lo que parecía ser comida por el humo que desprendía—, te estabas quejando de frío cuando desperté. Pensé en salir corriendo cuando te vi abrazándome, pero hace mucho frío afuera, y creo que entiendo por qué el alquiler de la habitación estaba a la mitad.
Asentí con la cabeza, un poco desconfiado, y me senté en la cama quitando el edredón y las sábanas de mí cuerpo para también, moverme un poco más a la derecha y darle espacio para que él se sentara a mi lado.
Pude notar que él se había ocupado de limpiar la habitación, sentí mucha vergüenza por eso, mí única excusa es que no acostumbro a recibir vistas.
—¿Preparaste comida?
El chico miró la bandeja y la tomó para colocarla sobre la cama en medio de los dos. Había solo un tazón enorme de porcelana blanca, dos botellas de agua y un par de palillos.
—Rosé me dijo un lugar para ir a comprar que queda cerca del edificio, pero no llevé mucho dinero porque pensé que tú tenías alimento aquí para ti.
Oh, entonces esa era su comida.
Hice el amago de bajarme de la cama, pero sus palabras me obligaron a detenerme.
» —¿No te gusta? ¿No quieres comer?. Te juro que no estoy tratando de envenenarte.
La última frase me hizo reír. Me acomodé de nuevo en la posición que estaba y le sonreí.
—Eso espero. ¿Por qué no buscas otros palillos y me demuestras que no le pusiste algo a los fideos?
—Claro—asintió, bajándose con cuidado de la cama para no voltear el tazón y corrió hacia mí cocina.
Bueno, nuestra cocina. ¿No? Debía acostumbrarme a que a partir de ese momento sería así.
En cuanto volvió, por razones obvias el primero en empezar a comer fue él, pero yo no pude aguantar el hambre que hacía cantar a mi pobre estómago.
Comimos en silencio, peleando en la última instancia por quién obtenía la última porción. Accidentalmente soltó un palillo y fui el afortunado de llevarme fideos a la boca.
—¿Cómo te llamas?—le pregunté, volviendo a la cama después de lavar lo que habíamos usado—, no pareces ser de aquí, tampoco te he visto en la escuela.
Negó con la cabeza, apoyando la espalda en el respaldo de la cama.
—Mi nombre es Jimin, acabo de mudarme hoy a Seúl desde Busan. Llegué después del mediodía con mi madre y ella me dejó aquí. Luego conocí a Rose y no me dió muchas explicaciones sobre la habitación, solo dijo que era doble.
—Y aquí estás viendo a lo que se refería con doble—me reí—, a mí me dijo que obtendria la rebaja que tanto he querido. Lo entendí cuando te vi.
Jimin se rió también, ahora mirándome curioso.
—¿Cómo es tu nombre?
Había olvidado que cuando nos conocimos hace rato atrás, sentí curiosidad de ver el color de sus ojos; ahora que estaban abiertos, puedo decir que son muy bonitos, de un color marrón muy suave, casi anaranjados, como la miel.
—YoonGi—respondí, mirando hacía cualquier otro lado. Por alguna razón me había sentido nervioso con sus ojos clavados en los míos
—Hm..., YoonGi, Mañana es mí primer día de escuela, ¿sabes dónde queda el instituto? Mi madre dijo que está cerca.
—¡¿Iremos a la misma escuela?!
Mí tono de voz fue más alto y asustado de lo que yo pensaba. Eso no era para nada una buena idea, por santo cielo. ¿Qué puedo hacer ahora? Estoy jodido de verdad, yo...
—Oye, ¿es así de malo?.
Su voz ofendida me trajo de nuevo a la realidad. Lo miré, negando con la cabeza repetidas veces.
—No, claro que no. Solo me sorprendió tanta casualidad.
Jimin sonrió, antes de decirme que se tomaría una ducha antes de acostarse.
Él era otro más que creía una de mis mentiras, pero esta vez el motivo era diferente: no quería ser molestado o que lo hicieran con él una vez que se corra la noticia de que vivimos juntos.
© Yoonniexjiminie5
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