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You and I

Cerró la puerta de su habitación con fuerza pasando el cerrojo, a los pocos segundos escuchó los agresivos golpes en la puerta de su madre.

—¡Im Nayeon, abre la maldita puerta si no quieres que te vaya peor! —las fuertes palabras de su madre resonaron en la habitación.

Sin prestarle atención a su progenitora, guardó su ropa y algunas de sus pertenencias en su mochila, para luego colgarla en sus hombros y dirigirse a la ventana.

Agradecía mucho que su habitación estuviera en la planta, puesto a que no sería muy bonita la caída si estuviera en el segundo piso.

Desde que le confesó a su madre sus intereses sexuales por las mujeres había sido un verdadero infierno, puesto a que según las creencias religiosas de la mujer, eso era algo aberrante y repugnante.

Y bueno, se desquició cuando le dijo que tenía novia.

No era su intención decírselo, sólo que la vieja chismosa de su vecina le fue con unos cuentos y bueno, creo que se dieron una idea de lo que pasó con lo que dijo al principio.

Ya estaba cansada de vivir así, es por eso que junto a su novia habían decidió mudarse lejos de allí, habían estado trabajando para pagar los pasajes y conseguir algún apartamento en dónde vivir.

Vio a su novia sentada en las escaleras de la estación, sus miradas se cruzaron y no dudó en correr hacia ella.

La castaña se levantó y abrió sus brazos para recibir a Nayeon en un cálido abrazo, dejando a esta desahogarse en su cuello.

Nayeon podía verse como alguien fuerte y que este tipo de situación no le afectarían, pero en su interior, la pelinegra se sentía como una niña pequeña que lloraba por las feas palabras de su mamá.

—M-me dijo cosas horribles —dijo entre sollozos—. Dijo que se arrepentía de haberme tenido y que hubiese sido mejor que me muriera, ella me odia.

Tzuyu sólo se dedicaba a escucharla mientras acariciaba su cabello, odiando una vez más a aquella mujer que había lastimado a su pequeña novia.

—Mi cielo, quiero que me mires —tomó el rostro de la menor entre sus manos, sus ojitos estaban rojos y llenos de lágrimas, su nariz estaba rojita por el reciente llanto y por sus mofletes escurrían algunas lágrimas, con delicadeza quitó una de ellas con su pulgar—. Quiero que sepas que eres lo más especial que hay en este mundo ¿De acuerdo? Esa mujer es una idiota por poner en primer lugar sus estúpidas creencias que los sentimientos de su hija.

—L-lo sé, pero es mi mamá —sorbió su nariz—. Por más que diga que no me afecta, sigue siendo mi mamá y sus palabras me duelen, si ni mi propia mamá me quiere ¿Entonces quién lo haría?

—Yo lo haré —prometió mientras tomaba una de sus manos—. Yo te amo, Nay, lo hago desde el primer momento en que te vi y lo haré hasta que me vaya de este mundo, quiero que siempre lo sepas.

Nayeon la miraba con sus ojos llorosos, Tzuyu siempre había sido así con ella.

Conocerla fue como un rayo de sol en una gran tormenta, puesto a que para ese tiempo recién había salido del clóset con su madre.

La castaña había ido a comprar unos libros al trabajo de la menor y al mirarla quedó flechada al instante, con el tiempo, fue yendo al menos una vez por semana para hablar con aquella dulce chica de sonrisa bonita y ojitos de ciervo que le parecían sumamente adorables.

Un día tomó valor para invitarla a salir, y obvio, Nayeon no podía desaprovechar esa oportunidad.

Luego de compartir sus números, esa misma noche después del trabajo fueron a un pequeño negocio de comida donde compartieron una cálida cena y una acogedora plática.

Luego de esa cita hubo otra, luego hubo una tercera, y luego tenían al menos una a la semana.

En una de esas citas, bajo la luz de una hermosa luna llena y una linda melodía de jazz, le pidió ser su novia.

Nayeon aceptó gustosamente abrazando a Tzuyu, la chica era todo lo que alguna vez soñó, tratándola como la joya más importante del mundo.

Tal vez eso fue lo que la enamoró, o también pudo ser su gran sentido del humor, o sus anécdotas que le solía contar cada vez que iba a la tienda.

O simplemente fueron todos esos pequeños pero significantes detalles que hicieron que su corazón le perteneciera.

Volviendo al presente, Tzuyu tomó la mano de la pelinegra y la entrelazó con la suya.

—¿Qué te parece si construimos un lugar en donde sólo seamos tú y yo? ¿Te gusta la idea? —le preguntó con una sonrisa, haciendo que Nayeon también sonriera.

—Me encanta la idea, Unnie.


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