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Capítulo único.

— Así que tuvimos una idea al ver tantos suicidios en el puente de la ciudad —escuchó a los estudiante de último año que explicaban su proyecto de ayuda a la sociedad: poner pequeños letreros en un puente concurrido para persuadir a los suicidas de no saltar.

‹Eso no va a funcionar› pensó, viendo los letreros que querían poner, la mayoría estaban bien, pero...

"Tu familia te ama, te esperan en casa para que les hables. Ve a casa".

Para gente como ellos, estudiantes de familias prestigiosas que los amaban podía ser una buena frase cuando tuvieron un mal día, pero no había forma en que funcionara para el resto...

— ¡Maldita perra inútil! ¡¿Te crees más inteligente que yo?!

Si... esto no funcionaria.

Llevaba varios años ya en la universidad, tantos años lejos de su familia, y aun no podía olvidarlo...

Nacidos en cuna de oro y amados por sus padres y amigos... Ellos jamás entenderían con que lidiaban...

Harta de ver tanta gente tratando de ser políticamente correcta, Ofelia salió de la presentación del proyecto y comenzó a caminar por los fríos pasillos de la facultad de medicina.

— Señorita Zabat —escuchó la voz de uno de sus profesores, el maestro Thomas.

Sólo entonces, Ofelia se volteó.

— Te quería felicitar por los resultados del último examen —empezó a hablar el hombre, pero a ella no le importaba que le estaba diciendo— Si sigues así, muy pronto podrás elegir la especialidad médica que quieras.

‹Ah... la especialidad›

No era la primera vez que le hablaban de ello, la especialidad médica. Pronto empezaría la residencia, así que pensar en la especialidad era algo normal.

— Si, lo sé.

Largas horas estudiando, su trabajo de medio tiempo para pagar su cuarto en la universidad y sus gastos comunes. Su mente no quería pensar en el futuro en este momento, ella sólo... estaba cansada.

— Gracias por todo, profesor —se forzó a sonreír.

Después de todo, ya era hora que volviera al trabajo...

— Gracias por su compra —se forzó a sonreír al último cliente del día.

— Ofelia, ya es hora de cerrar —le dijo su compañero de trabajo, Luigi, como el hermano de Mario— Puedes irte primero —declaró, viendo como ella se acercó a ayudarle a cerrar. Ella debía estar cansada y hoy se merecía un descanso.

— Gracias...

Ni siquiera se molestó en cambiarse el uniforme, sólo se puso una chaqueta encima y salió al frio de la noche.

Quizás el destino quería jugarle una mala pasada, pero pudo ver como el último bus que la llevaría a los dormitorios de la universidad se fue. No pudo alcanzarlo, estaba a una cuadra de distancia cuando lo vio partir y no fue capaz de correr para alcanzarlo.

— Supongo que caminare...—se dijo a sí misma, resignada por toda la situación.

No era una caminara demasiado larga, eran unos 30 minutos, lo único malo que podía pasar a este punto sería que la asaltaran. Aunque viendo lo mal que iba su día, no le sorprendería.

‹De todas formas, no es como si tuviera algo de valor› ni siquiera traía su celular, así que lo máximo que podían robarle sería los zapatos.

Ofelia puso una expresión de fastidio al imaginarse tener que gastar de sus ahorros y tener que ir a la tienda a buscar un nuevo par. Definitivamente no quería hacerlo.

Su ánimo sólo empeoro al ver por dónde estaba caminando, ese puente donde esos tipos habían pegado esas malditas etiquetas.

El puente de la ciudad era un puente colgante que daba una hermosa vista de la ciudad que brillaba con luz propia, luciendo como si sólo fueran luciérnagas mientras el sonido de la corriente del río hacía de ruido ambiente. Sin dudas, una hermosa vista, una tan hermosa que no le importaría si esto fuera lo último que viera en su vida...

Entonces, una idea pasó por su cabeza.

‹ ¿Y si me tiro al vacío? ›

Su vida no había mejorado mucho desde que había huido de la casa de sus padres cuando tenía 17 años, sólo había cambiado ese infierno por otro. Nadie la extrañaría. Por culpa de las horas que debía estudiar y por su trabajo a medio tiempo jamás tuvo la oportunidad de tener amigos. Nadie la extrañaría ni la recordaría.

Su compañero Luigi y el maestro Thomas eran las únicas personas con las que se relacionaba regularmente, pero ellos no la iban a extrañar, al menos no lo suficiente para llorarle profundamente o visitar su tumba...

En ese momento, el sonido de pisadas la alejó de sus pensamientos, sobre todo cuando el sonido de algo golpeando el metal se sumó. No fue hasta entonces que se dio cuenta que no estaba sola, no, había una persona subiéndose a las barandillas.

— Hey, no lo hagas —esas palabras sólo salieron de su boca. Realmente no le importaba de todas formas, sólo le resultaba molesto que alguien llegara antes que ella.

Ese fue el día que conoció a ese niño de brillantes ojos azul petróleo.

Esos ojos que la observaban con cierta curiosidad pertenecían a un niño, uno de unos 10 u 11 años, con cabello negro y piel blanca. Vestía un pantalón gris y una chaqueta negra, tenía un vendaje en la mejilla, pero nada de eso importaba ya que ese niño estaba subido a la barandilla, por la parte de exterior, listo para saltar al vacío.

— No lo hagas, esta no es la solución.

Ante estas palabras, el niño frunció el ceño y se tensó, como amenazándola de que se tiraría si le seguía hablando. De inmediato supo que lo había arruinado.

— ¿Y a ti que te importa? —siseó, claramente molesto porque interrumpieran su suicidio.

Ofelia no sabía qué hacer, no se le ocurría nada, ¿Qué se suponía que debía actuar? ¿Qué debía decir? Lo único que le vino a la mente fue ganar tiempo.

— ¿Cómo ha estado tu día? —quiso darse un golpe a si misma por decir tamaña estupidez. Maldita sea, ¡Se quería tirar del puente, claramente no estaba bien!

El niño la miró con cara de "¿Estas bromeando?" antes de responder— Estuvo tan bien que me quiero suicidar —declaró con la mirada más condescendiente que nunca jamás un niño le había dado.

—...

—...

— ¿No vas a preguntar como estuvo el mío?

— ¿Y a mí que me importa como estuvo tu día? —dijo él, levantando una ceja.

— ¡Vamos, estoy tratando de animarte!

— ¡No quiero que me animes, quiero que me dejes en paz! —le gritó, ya molesto.

— Bien, ¡Bien!, ¡Al menos dime porque te quieres tirar! —pidió.

¿Por qué estaba tan preocupada en que ese chico no se suicidara? Tenía razón, no le importaba, no sabía nada de él, ni su nombre ni nada, pero aun así no pudo darse la vuelta y seguir caminando.

—...—desvió la mirada de ella y miró el agua debajo de él, meditando si debía o no responderle— Vine aquí con la esperanza de borrar los moretones que sólo incrementan cada día...

‹Entonces, el vendaje era de-...› pensó, dándose cuenta del porqué del vendaje en su mejilla.

— ¡Listo, ya te lo dije!, ¿Ahora me dejas morir en paz? —preguntó con la insolencia de siempre, pero había algo distinto, la voz de ese niño se había quebrado un poco, como si estuviera a punto de llorar.

¿Qué debía hacer?

No podía detener a este niño, no tenía el derecho de haberlo. Ella misma quería suicidarse hasta hace unos minutos por haber vivido lo mismo que ese niño, aun así...

— Por favor, no lo hagas...

El niño sólo pudo mirar como la mujer adulta delante de él se quebraba y comenzaba a llorar.

— Por favor, sólo sal de ahí. Es demasiado doloroso para mí el sólo verte ahí...—suplicó con la voz rota, tratando de contener en vano el llanto que amenazaba con escapar.

El niño desvió la mirada de ella, sintiéndose culpable—... No te martirices por mí, no merece la pena.

— Tienes razón, vivir no merece la pena.

— ¡¿Ah?! —exclamó cuando la vio acercarse al puente y subir la barandilla al igual que él— ¿Qué...?

— Sólo hago lo mismo que tú, lo que tenía planeado desde el principio...—sonrió con tristeza ante la conmocionada mirada que ese niño le estaba dedicando.

Después de todo, ella había venido aquí para suicidarse. De no ser porque ese niño estaba ahí, ella ya se habría hundido en lo profundo de las aguas de aquel caudaloso río...

— ¿Sabes? —empezó a decir, notando que si se inclinaba sólo un poco, ella caería y moriría— Hoy es mi cumpleaños —admitió, sin un cariño especial hacia este día— Nadie me ha dado nada este año ni en los anteriores, ni un sólo regalo o felicitaciones...

— Pues... feliz cumpleaños —habló él, sin entender porqué le estaba diciendo esto.

Sólo eran dos personas hablando en la barandilla del puente, a sólo centímetros de una muerte segura que hace sólo unos momentos ambos ansiaban, pero ahora...

— ¿Podrías darme tú un regalo? —preguntó, viendo la figura de ese niño iluminada por la luz de la luna. Se veía muy confundido.

— ¿Yo? —repitió, sin entender— ¿Qué regalo...?

— ¿Podrías no saltar?

—...

El silencio se adueñó de ese puente durante varios segundos, ni siquiera el sonido del río ni el sonido del viento se hicieron notar. Ella sólo podía escuchar su propio corazón, latiendo angustiado en su pecho. Sólo... no quería cargar con la muerte de un niño en su consciencia.

El niño guardó silencio un minuto, como si se estuviera cuestionando que hacer. Esa era sin duda de las peticiones más extrañas que le habían hecho, todo de parte de una mujer extraña que había conocido hace sólo unos cuantos minutos y que le había mostrado más interés que muchas otras personas que deberían haber tenido interés...

— Supongo que no lo haré hoy...—aceptó en voz baja.

Bajarse de la barandilla fue tan peligroso como subirse a ella. Si bien él lo hizo parecer fácil, ella casi se resbala al intentar volver a la calle.

— Ni se te ocurra —advirtió el niño, logrando sujetarla a tiempo. Era bastante fuerte.

Una vez en tierra firme, Ofelia pudo ver que el lugar donde él se había subido tenía uno de esos letreros que esos chicos habían puesto hacia poco.

"Tu familia te ama, te esperan en casa para que les hables. Ve a casa".

‹Sabía que no iba a funcionar› pensó para sí misma. Esas no eran las palabras que alguien en esta situación quería escuchar.

— Supongo que este es el adiós —dijo el niño, cerrando su chaqueta, consciente de pronto del frio que hacía.

— Espera.

La miró, confuso— ¿Qué?

— Todavía es mi cumpleaños...

Y así es como terminó celebrando su cumpleaños número 23 en un McDonald con un niño que conoció cuando ambos se quisieron suicidar el mismo día, a la misma hora, en el mismo puente.

Definitivamente una buena historia para contarle a sus nietos... si quisiera tener hijos en primer lugar, claro.

‹Aunque, no creo que muchos niños quieran escuchar la historia de cómo su abuela se intentó suicidar pero no pudo...› pensó para sí misma, sin darle mucha importancia a sus propios pensamientos.

— La cajita feliz cada año es peor —se quejó el niño antes de comerse las papas de la cajita feliz.

— Ni siquiera la estas pagando tú.

— ¿Acaso no me puedo quejar de la bajada de calidad de McDonald? —se quejó porque se quejaron porque se quejó.

— Quejica —dijo, dándole un sorbo a su bebida mientras veía de reojo cómo él se molestaba y hacía un mohín.

Si ignorabas que no tenía respeto por nada ni nadie y lo insolente que era, era un niño bastante tierno...

— Niño, ¿Cuál es tu nombre? —le preguntó, notando que en todo este tiempo sólo pensó en él como "niño".

—...—la miró un momento, con su hamburguesa en manos, y entonces le respondió.

Ofelia se sintió muy confundida cuando escuchó ese extraño nombre.

— ¿En serio te llamas You? —preguntó, incrédula.

Levantó la mirada de su hamburguesa y la miró— ¿Tienes algún problema con mi nombre?

— No...

— Bien —y le dio una mordida a su hamburguesa.

‹Que compañía más extraña para un cumpleaños› pensó, algo divertida por lo surrealista de la situación.

Era la primera vez en más de 10 años que celebraba su cumpleaños, y a pesar de que You era un niño irrespetuoso no podía imaginar una mejor compañía en este momento.

— ¿Cuántos años cumples? —preguntó You, con cierta curiosidad.

— Hoy cumplo 23 años —era raro pensar que hace no mucho nunca pensó que lograría llegar a los veinte...

— Vieja.

Si, era un mocoso irrespetuoso...

— ¿Y tú cuantos años tienes? —preguntó, molesta.

— Tengo 12.

—...

—...

— Te ves más pequeño...—dijo, sintiendo que estaba cometiendo algún delito por alguna razón.

—... Me lo han dicho —bajó la mirada.

— Enano —le devolvió el insulto.

— Vieja —entrecerró los ojos.

— ¡Algún día tendrás mi edad!

— ¡Pero tú ese día tendrás 34!

— ¡Pareces un niño pequeño!

— ¡Sigo en crecimiento!

Si no hubieran estado en un McDonald quizás se hubieran metido en problemas por hacer ruido, pero estaban en un McDonald así que no había problema.

Pero ya era hora de volver.

— Debes volver a tu casa...

— No quiero...—You bajó la mirada.

— Vamos, tienes que resistir —se puso a su altura— Cuando crezcas podrás hacer lo que quieras —le aseguró, tratando de convencerlo.

— ¿Tú puedes hacer lo que quieras? —cuestionó, levantando una ceja.

Dudó— Bueno, no...

Punto para You.

— Entonces vete a dormir, adulto responsable —le sacó la lengua.

— ¡Eres un mocoso descarado!

— ¡Un mocoso descarado al que le compraste una cajita feliz! —proclamó sin ningún tipo de vergüenza.

Se podría decir que esos dos se llevaban... ¿Bien?

— Vete a dormir, mocoso, tu hora de dormir ya pasó —respondió, frunciendo el ceño.

— Bah, no es como si alguien me esperara en casa —dijo You con las manos en los bolsillos.

— A mí tampoco...—suspiró.

Quizás se entendían demasiado bien...

— Anciana ¿Estudias? —le preguntó You, caminando junto a ella por el puente. Ambos estaban vigilando al otro para evitar que se lanzara del puente.

— Estudio medicina —admitió, viendo a la luna en lo alto de cielo. Era muy tarde, lo sabía, pero no tenía su celular para ver la hora.

— Como mi hermano.

En ese momento, Ofelia pudo ver a You sonreír un poco.

‹Tiene una linda sonrisa...› pensó— ¿Dónde está tu hermano? —preguntó, preguntándose como era la familia de este niño para que intentara suicidarse a su edad.

— No lo sé —admitió, bajando la mirada— Hace mucho que no lo veo...

Suspiró— Yo tampoco he visto a mi hermana...

Hacía ya cinco años que no veía a su hermana menor. En momentos como estos no podía evitar preguntarse ¿Qué estaba haciendo? ¿Estaría bien...?

Su hermana... ¿Se sentiría como You?

Su corazón dolió ante la idea de su hermana intentando suicidarse.

Y en aquel momento, Ofelia supo que quería hacer.

— You —lo llamó, logrando que la mirara con sus ojos azules— Asegúrate de resistir, así cuando seas mayor yo podre tratarte.

— ¿Tratarme? —repitió, confundido— ¿Acaso eres psicóloga? —cuestionó, sin entender su punto.

— No, pero quiero ser psiquiatra.

—...—You guardó silencio, como si estuviera considerando sus palabras— ¿Me vas a tratar gratis?

— No, pero te daré un descuento —sonrió.

You puso mala cara ante estas palabras— ¡Tacaña!

Después de que ambos cruzaron el puente, Ofelia nunca volvió a ver a You.

Por un lado fue muy triste, ya que no pudo volver a hablar con él. Esa charla de ese día, ese día donde hablaron como si se conocieran desde siempre, ese día donde él le enseñó su sonrisa y el vendaje... nunca volvió a experimentar algo así.

No podía evitar preguntarse ¿Quién salvó a quien ese día...?

Nunca sabría la respuesta, pero le gustaba la idea de que You había logrado tener una buena vida ya no hubo reportes de algún niño encontrado muerto en el puente ese año, así que, incluso si era imposible, quería creer en ello.

Para mantener la promesa de ese día, estudió mucho y se esforzó para cumplir con su parte. Lo primero que hizo fue sobre lo que ambos habían concordado: ese letrero era terrible.

El maestro Thomas se sorprendió mucho cuando le habló sobre lo que paso, omitiendo ciertas partes, y con su ayuda logró hacer que cambiaran ese y otros letreros, un "¿Necesitas hablar?" con el número de prevención al suicidio o letreros con "No siempre te sentirás así" fueron más efectivos de lo que pudo imaginar al principio.

— Las frases generalizadas no sirven para nada o sólo empeoran la situación.

El maestro Thomas también le recomendó ir a terapia, y ella aceptó. Con el tratamiento adecuado finalmente pudo lidiar con la depresión, ansiedad y estrés postraumático que llevaba cargando tantos años, realmente... realmente con ayuda no siempre te sentirás así...

Fueron años de sangre, sudor y lágrimas, pero logró graduarse como la mejor de su generación, superando incluso a los niños ricos que tenía de compañeros.

El día que entró a trabajar en ese prestigioso hospital psiquiátrico se sintió realizada. Todo su esfuerzo, todo su sacrificio, todo había valido la pena.

Sin embargo...

— Hey...

Levantó la mirada de los papeles de su primer paciente, encontrándose con unos ojos azules viéndola desde la puerta que se le hicieron muy familiares, pero a la vez se le hicieron escalofriantes. Esos ojos azules ya no eran los ojos de un niño, pero tampoco los ojos de un adolescente o siquiera los ojos de un adulto normal, eran la mirada de alguien que había visto demasiado del mundo, y al ver su historial pudo entenderlo.

Finalmente, después de cinco años, Ofelia pudo entender por qué un niño de 12 años intentó suicidarse esa noche en aquel puente...

Un escalofrió recorrió su espalda al vislumbrar el infierno al que You llamó "vida".

— Tanto tiempo sin vernos.

Tal parece que ambos habían cumplido con su parte del trato...

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