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Ángel. [one shot]

El llanto de un pequeño era lo único que sonaba a las dos de la mañana en medio de aquel barrio en penumbras. Sentía mucho miedo y calor. Mucho calor. Su mamá estaba frente a él, insconciente, con su cabello azabache cubriendole el rostro como pequeñas arañitas.

Yoongi sorbió su nariz, levantándose del rincón en el que estaba escondido, con miedo corriendo hacia la puerta, intentando abrirla desesperadamente. Ya no tenía fuerzas para gritar o llorar, simplemente pateaba la puerta, esperando que así como en las películas, esta cayera, dejándolo libre.

Pero nada pasó, y Yoongi se desmayó antes de poder salir de aquel sofocante calor.

20 años después.

Desde el cielo, aquel ángel observaba con una mueca al hombre que se desplomaba sobre su cama, borracho mientras jugaba con un encendedor. Pronto, los sollozos retumbaban en sus oídos por lo cual, aguantando sus lágrimas, apartó su mirada.

Hacía meses aquel joven había sido abandonado por su ángel guardián, luego de que cometiera aquel intento de suicidio. A Namjoon le había entristecido, por supuesto. Pero su humano era suficiente trabajo como para encargarse de aquel hombre sin problema. Además, la demanda de ángeles era mucha durante esas épocas, por lo que no había disponibilidad de ninguno para cuidarlo.

El ángel que lo había abandonado había puesto de excusa que, si con el cerca se había intentando matar, no iba a cambiar nada si estaba solo. Pero el ángel de bonitos hoyuelos sabía que eso no era cierto, sabía que la falta de tu ángel dejaba un vacío en tu interior que te hundía en una depresión muy inmensa. Aquel pobre hombre solo estaba peor que en un inicio.

-Namjoonie.

El ángel soltó un respingo y no pudo evitar sonreír al visualizar al ángel mayor frente a él. Solo por uno o dos años.

-Hoseokie, hola.

-¿Pensando de nuevo en él? -ni siquiera lo dejó contestar, suspirando para seguir hablando. -si tanto te preocupa, Nam. Habla con Dios, que haga un nuevo ángel para él.

-Sabes bien que no es tan fácil. Desde hace tres siglos que no vemos nacer ningún ángel. Los más pequeños ya tienes unos ocho siglos, por lo menos.

-Lo sé. Pero también sé, y sé que tú sabes, que si ese hombre muere, va a ser culpa de todos nosotros. Creo que es hora de llevar este problema a Dios, Namjoon. Un nuevo ángel es lo que necesita, incluso nosotros estamos manchados de prejuicios.

Namjoon lo sabía, lo sabía demasiado bien. Ser el encargado de los ángeles no era nada sencillo para él.

Caló una última vez aquel pequeño trozo de tabaco, tirando luego la colilla antes de quemarse. Un suspiro escapó de sus labios, mientras veía a su alrededor, todo vacío, como si no hubieran más personas en el mundo.

Eran alrededor de las once treinta de la noche, pronto sería su cumpleaños y realmente odiaba aquello. Odiaba aquel día, más que cualquier otro.

Caminó unos metros, observando a las pocas personas que deambulaban por la zona correr para huir de la oscuridad de la noche. Yoongi ya estaba acostumbrado.

Su casa quedaba a unos metros de ahí, por lo que su paso era más lento de lo normal. De vez en cuando quedaba oculto en la oscuridad de la noche, pues aquellos faroles que debían iluminar la calle estaban arruinados desde hace unos quince años.

Esa noche, el cielo estaba lleno de estrellas, justo como a Yoongi le gustaba. La luna brillaba por completo y el suave sonido de las hojas arrastradas por el viento era lo único que acompañaba al hombre.

Soltó un respingo cuando una ráfaga le causó un escalofrío, ocultando las manos en sus bolsillos. Agachó la mirada, mordiendo su labio y revisando su reloj de muñeca. Eran exactamente las doce. Un bufido huyó de sus labios y finalmente apuró el paso, queriendo llegar tan pronto como pudiera a dormir.

Sin embargo, su rápido caminar se vio interrumpido por un cuerpo frente a él.

Pies descalzos, un pantalón blanco y camisa blanca, cabello rizado, ojos inocentes y una sonrisa suave y cariñosa. Parecía un ángel.

Namjoon observaba nerviosamente aquella esponjosa nube. Un jadeo colectivo se escuchó mientras de aquel lugar se alzaba un pequeño chico, muy pequeñito.

Su cabello esponjoso y ojitos brillantes y bonitos. Era más chiquito que cualquier otro ángel. Namjoon entendía, hace mucho que Dios no hacía otro ángel, por lo cual había sido muy difícil que el chiquillo naciera.

Sin embargo, era precioso.

-Jungkook -lo nombraron.

En ese mismo instante, mientras la noche caía en Corea, Namjoon sólo le dirigió unas breves palabras para luego enviarlo a su humano.

"Hazlo feliz, demuéstrale que es bueno, a pesar de todo. Cambiale la vida".

-Hola -voz suave, melodiosa, algo torpe.

-Hola -replicó Yoongi, anonadado por la delicadeza de las facciones de aquel desconocido. Una sonrisa tierna se dirigió hacia el humano y sintió un vacío que no sabía que tenía, ser llenado.

-No tengo donde ir -explicó el niño, bajando la mirada a sus pies descalzos que dolían. -Usted se ve como una buena persona, ¿puede ayudarme?

Algo dentro de Yoongi se conmovió. No recordaba a alguien que alguna vez le dijera algo así. Sin pensarlo mucho, asintió, dejándose llevar por aquellos impulsos que le exigían darle al precioso ángel todo lo que necesitara.

La casa de Yoongi era fría, mucho. Sin embargo, y contra toda suposición, estaba limpia y bien cuidada. No tenía nada más que lo necesario, que para él era suficiente.

El pequeño niño admiró todo a su alrededor, acercándose a las pocas fotos que decoraban el lugar, viendo como Yoongi sonreía en la mayoría de ellas.

Yoongi, mientras tanto, admiraba aquella pequeña figura ojeando en sus recuerdos. Y por alguna razón aquello no le molestaba. Ese peculiar niño le llenaba de paz.

—Soy Jungkook —es aquella dulce voz la que hace abandonar sus pensamientos, enfocándose en el pequeño que ahora estaba más cerca suyo.

—Yoongi. Es un gusto tenerte aquí, Jungkook.

Una dulce y melodiosa risa sonó, calando tan profundo en Yoongi. Y por primera vez en mucho tiempo, dibujó una suave sonrisa.

Unos días después, Yoongi y Jungkook ya se habían acoplado muy bien el uno al otro.

Al día siguiente de haberlo recibido en su casa, Yoongi despertó con la sorpresa de que Jungkook había cocinado un buen desayuno para él, y hace mucho tiempo que no desayunaba.

Jungkook era silencioso, así que no perturbaba la tranquila vida de Min.

Pronto se les hizo una rutina, un desayuno juntos y Yoongi se retiraba al trabajo con un delicioso almuerzo. Jungkook solía salir todo el día a jugar con niños o animales en los parques cercanos al vecindario.

Y solo bastó una semana para que Yoongi buscara un cambio en su vida, desechando sus botellas de alcohol y sus cajetas de cigarrillos, cosas que antes eran imprescindibles para él.

Cenaban cada noche juntos y -Yoongi nunca lo iba a admitir- Jungkook lo arrullaba cada noche, cosa que ayudaba a que sus pesadilla se fueran.

Y siguió pasando el tiempo, nunca profundizaron demasiado en la vida pasada de Yoongi, al menos durante el primer mes.

Yoongi sabía que Jungkook le ayudaba a curar todas aquellas heridas que le habían torturado por años.

El pequeño ángel crecía en amor y sabiduría, y se convertía poco a poco en el mejor amigo de Yoongi.

Y Yoongi comenzaba a desarrollar sentimientos por aquel pedazo de cielo que le habían regalado.

Yoongi suspiró, de pie frente a la floristería mientras daba pequeños brinquitos, nervioso.

La mujer que lo atendía lo observaba con ternura, mientras cobraba el ramo de rosas blancas. Era prácticamente la primera vez que Yoongi se comportaba de esa forma, con tanto nerviosismo.

Luego de agradecer con una reverencia, se apresuró a llegar a su casa, en la que Jungkook lo esperaba con la cena ya lista, como era costumbre.

Unos minutos luego, llegó abriendo la puerta con ansiedad, encontrándose con la sonrisa brillante de su Jungkook.

—Gi hyung, llegaste —aquella voz suave, con la que nunca iba a dejar de sentirse afectado.

Yoongi asintió y se acercó a él, ofreciéndole con timidez las rosas. Blancas, puras como él.

Un sonrojo inundó las mejillas de Jungkook mientras tomaba el ramo, llevándolo a su nariz para inhalar el delicioso aroma natural.

—Muchas gracias, hyung.

Ambos se encaminaron al comedor, donde una deliciosa carne coreana los esperaba. Se sentaron, uno frente a otro y se dedicaron a comer en silencio, mientras Yoongi ideaba la forma de declararse.

Aclaró su garganta.

—Jungkookie, tengo algo que comentarte —aquellos ojos de bambi preciosos le hicieron saber que era escuchado. —Yo... hemos pasado muchas cosas juntos, hemos vivido juntos durante cinco meses y estoy seguro de lo que te diré. Te quiero Jungkook, te quiero y me gustas mucho —balbuceó. Jungkook lo observó con sorpresa, y Yoongi casi se pone a llorar del miedo, hasta que su pequeño dibujó aquella pequeña sonrisa.

Sin embargo, no escuchó lo que deseaba.

—También te quiero mucho, Gi hyung. Pero, nada puede suceder —aquella voz suave de repente le resultaba dolorosa.

—Pero, ¿por qué? ¿Es porque somos chicos? Eso no importa, Koo. Somos tú y yo contra el mundo, ¿sí? Estarem-

—No, Yoongi hyung —aquel fue un suspiro triste —Yo debo irme. Ya eres feliz, así que mi trabajo aquí se terminó.

Ambos se pusieron de pie, Yoongi de repente comenzó a soltar lágrimas mientras negaba. Corrió hacia su pequeño y lo abrazó con tanta fuerza como le fue posible.

—¿De qué hablas? N-no te vayas.

Jungkook tomó sus mejillas, limpiando sus lágrimas y negando con una sonrisa consoladora.

—Debo irme, Yoongi hyung. Pero siempre vas a sentirme —su delicada mano se dirigió a su pecho, mientras su cuerpo empezaba a centellear.

Yoongi siguió negando, abrazándolo con más fuerza.

—Déjame ir, hyung. Estarás bien.

Un suave beso fue depositado en su frente, los labios cálidos se convirtieron en un aire frío y el cuerpo que Yoongi sostenía, se fue convirtiendo en una brillante luz que luego dejó el lugar en penumbras.

Yoongi cayó de rodillas mientras sollozaba, negando y abrazándose a sí mismo.

Y desde una suave nube, Jungkook observaba con una sonrisa y lágrimas en sus ojos a su humano, jurando a Dios que lo cuidaría hasta que pudieran reencontrarse.

Y Yoongi no volvió a sentir aquel vacío.

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