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Capítulo 03

Jeon Jimin

22 años

Octubre 2013

Negrura, goteó en mi subconsciente. 

A menudo era un escape de la realidad; un consuelo en la locura. Pero esta vez, me susurró, diciéndome que no me despertara ahora, que no me despertara nunca. Desafortunadamente, un ruido estridente en la distancia fue más fuerte. Mis ojos se abrieron, pero los cerré de nuevo cuando el dolor me cortó la cabeza como un cuchillo. 

Rrring. Rrring. 

Se me escapó un gemido y me di la vuelta, mi mano se posó en un pecho desnudo. Algo cambió, una pieza del rompecabezas encajó en su lugar. 

Rrring. Rrring. 

Extendiendo mis dedos, pasé mi mano por su pecho. 

Demasiado caliente. Demasiado suave. No estaba bien.

Rrring. Rrr... 

—¿Qué diablos quieres? —refunfuñó una voz masculina.

La sangre, las venas y mi corazón se congelaron y, de un solo golpe, mi mundo se estrelló contra el suelo a mí alrededor. 

Mis ojos se abrieron de golpe, el dolor en mi cabeza ignorado por el dolor más fuerte floreciendo en mi pecho. 

Lo vi en instantáneas. Mi ropa en el suelo. Una rendija de luz a través de las persianas. Piel desnuda. Mía. Suya.

Acerqué las sábanas mientras un profundo malestar se agitaba en mi estómago. 

Terminó la llamada, tiró su teléfono sobre la mesita de noche y cerró los ojos. Después de un momento de tensión espesa que impregnaba el aire, los volvió a abrir y me miró directamente. Nos miramos el uno al otro mientras un silencio invasivo lamía mi piel. 

—Jesús —fue lo que Jungkook murmuró antes de cerrar los ojos de nuevo. 

Me incliné sobre la cama y vomité todo lo que tenía en mi estómago. El ácido me lastimó la garganta y me limpié la boca con el dorso de la mano. 

Desgraciado. 

Sin valor. 

Sin amor. 

Puta. 

No sucedió.

Miente, susurró la negrura. 

Sentí las huellas por todo mi cuerpo, manos, dientes, labios, arrastrándose sobre mi piel y dentro de mi alma con garras hechas de metal y angustia. 

Abriendo los ojos, miré un condón usado en el suelo. 

Me sonaron los oídos, se me cerraron los pulmones y no podía respirar. Agarré las sábanas, el pánico atravesó mi pecho. 

—Jimin... 

—Le di todo —lloré, las lágrimas corrían por mis mejillas. 

—Demonios —murmuró antes de ponerse de pie y ponerse su camisa y su bóxer. Fue a recoger mi blusón, pero lo tiró al suelo cuando vio que había vomitado sobre él. 

—Yo era virgen cuando me casé con él. Le fui fiel. 

—Lo sé. 

Las imágenes de ayer volvieron con fuerza. Nuestra habitación. Mi esposo. Él. Alguien a quien había considerado de la familia. Siempre supe que había otras mujeres y donceles... pero ¿porqué él? La traición atravesó mi pecho, una herida fresca y ardiente. Las lágrimas corrieron por mis labios, con un sabor salado en mi lengua. 

—No fui suficiente —susurré. Nunca soy suficiente. 

—Nada es suficiente para mi padre, Jimin —dijo—. Tú lo sabes.

Mi garganta se apretó cuando vi a Jungkook tomar una camisa del cajón de su cómoda, porque a veces, podía ver a Gongyoo en la forma en que se comportaba. 

Estaba enamorado de mi esposo, un hombre que no me amaba. Quizás podría culpar al Agente Min por poner la idea en mi cabeza hace un año, pero de alguna manera, el dolor me había traído aquí. A la cama del hijo de mi marido. 

El ataque de pánico asomó la cabeza, robándome el aliento directamente de mis pulmones. —¿Cómo pasó esto? 

—¿De verdad? ¿Necesitas que te lo explique? 

—Esto no es una broma, Jungkook. 

—No me estoy riendo, Jimin. 

Dejó la camiseta en mi regazo, se dejó caer en cuclillas junto a mi pila de vómito y asintió con la cabeza hacia mi boca. —¿Mi papá te hizo eso? 

Lamí el corte en mi labio inferior. —Le tiré un jarrón a la cabeza y lo llamé cerdo infiel.

Jungkook hizo un pequeño ruido de diversión. —Por supuesto que sí. 

El Agente Min estaba ahora mismo en mi mente y por alguna razón, despreciaba al hombre, como si él hubiera puesto todo esto en movimiento. Había pasado un año desde que lo vi, pero el odio que sentía por él todavía estaba cerca de la superficie. 

—No se lo vas a decir —dijo Jungkook. 

No respondí. 

—Si le dices, haré de tu vida un infierno. 

Se me escapó una risa amarga. Mi mejor amigo se estaba follando a mi marido. 

¿Cómo se podía poner peor esto? 

Agarró mi barbilla y la giró hacia él. —Ambos sabemos que tú recibirás la peor parte de su ira, no yo. 

—Es mi decisión. 

Dejó caer la mano, suspiró y se puso de pie. —Bien, pero te lo advertí. No sentiré pena por ti tampoco. 

Agarré su camiseta y me la puse mientras él se concentraba en hurgar en el cajón de su mesita de noche. 

—¿Por qué, Jungkook? —susurré. 

¿Porque has dejado que esto sucediera?

Sabía por qué lo había hecho. Yo era un desastre. Todo lo que hacía estaba mal. ¿Pero Jeon Jungkook? Siempre tenía la cabeza bien puesta. Mantenía el control en cada movimiento que hacía. 

—Estaba borracho, Jimin. Real jodidamente borracho. Y, para ser honesto, todavía lo estoy. 

Encendió un cigarrillo. Cuando abrió las persianas y luego la ventana, y la luz llenó la habitación, otra pieza del rompecabezas encajó en su lugar. Rayas rojas cubrieron sus manos y recorrieron sus brazos tatuados. Sangre. No sabía lo que era ser un Kkangpae, pero había vivido con ellos el tiempo suficiente para saber que no era fácil. Que a veces, el precio los golpeaba de vez en cuando. 

—Te pareces a tu papá. —Las palabras se me escaparon, suaves, pero también tan duras en la habitación iluminada por el sol. Los pecados de la noche nunca sonaban bien durante el día. 

Exhaló una bocanada de humo, sus ojos se iluminaron con un destello de humor seco. —Jesús. —Sacudió la cabeza—.¿Eso es lo que te trajo aquí anoche? 

—No lo sé —susurré. 

—Bueno, sea lo que sea, espero que hayas sacado algo de eso, Jimin. Porque los dos nos vamos al infierno. —Apagó el cigarrillo en el alféizar de la ventana y salió de la habitación.

Cerré los ojos y traté de terminar el rompecabezas, de armar el resto de la noche. Pero todo lo que encontré fue oscuridad. Una negrura que me susurraba que me durmiera y no me despertara, nunca.




Una caja de bombones atada con un moño rojo de disculpa estaba en nuestra cama cuando llegué a casa esa mañana. La misma cama en la que mi marido se había follado a mi mejor amigo en cuatro. 

Me subí a la cama y tiré todas las sabanas. Pasaron los días, un borrón de colores, sentimientos y un secreto que me devoraba vivo. Todo estaba al revés, como ver el mundo desde un carrusel mientras giraba, con la cabeza y el cabello colgando de la plataforma de acero. 

Fueron días malos. Fríos. Solitarios. 

Gongyoo había mostrado su rostro solo una vez. Llegó tarde a la cama y se quedó dormido al instante. Me quedé mirando al techo hasta que el sol se filtró a través de las persianas, la cama se hundió y su presencia desapareció tan fácilmente como había llegado. 

Poco después, el sueño me hundió. 

Una luz brillante se encendió y una corriente de aire me golpeó cuando el edredón me dejó. Hice un ruido de protesta, pero me atraganté cuando el agua helada se derramó sobre mi cara.

—¡Wake up!

Farfullé mientras el agua seguía saliendo y me senté. Limpiándome los ojos, los abrí para ver a Meryl de pie al lado de la cama con un tazón grande en la mano. 

Un escalofrío sacudió mi cuerpo y tragué un poco de agua. 

—¿Estás loca? —jadeé.

Dejó caer el cuenco y pasó una mano por su sencillo uniforme blanco. —Yeah, but not as crazy as you.

Un dolor palpitó detrás de mis ojos. Estaba empapado y agitado, y mis palabras salieron más duras de lo que pretendía.—Sabes que no hablo inglés, Meryl. 

Because you're too dumb. 

Sabía esa frase solo porque ella creía que era una gran respuesta para todo. 

Con un gemido, caí sobre las sábanas mojadas. —No sé quién pensó que era una buena idea contratarte. Eres una grosera con falta de respeto y, francamente, una mala sirvienta. 

La mujer de sesenta años levantó la nariz. —No soy una sirvienta. Soy ama de llaves. 

Estaba seguro de que era la misma cosa, pero no tenía la lucha en mí para discutir con ella. 

—Entonces ve a limpiar algo en algún lugar y déjame en paz. 

Alisó un mechón de cabello gris de nuevo en su lugar. Miró sus uñas. —Tienes una fiesta esta noche, querido. 

—No —protesté—. No hay fiesta. 

—Sí. 

—No voy a ir a una fiesta, Meryl —dije, y agregué—: No tengo nada que ponerme. —Por lo menos, nada que no fuera de mi estilo.

—Nada respetable, no. —Estuvo de acuerdo, mirándome con iris oscuros como el chocolate—. Es para el cáncer. Una cena benéfica. 

Mi estómago y mi corazón se hundieron. —¿Un beneficio para el cáncer? 

—Sí. Gongyoo llamó y ordenó que estuvieras listo a las ocho. 

¿Ordenó? 

En diferentes circunstancias, como un beneficio para las tortugas marinas, —mi segunda organización benéfica favorita—, le diría que se fuera a la mierda. Pero la verdad es que detestaba el cáncer y mi esposo tenía mucho dinero. 

—Bien, iré. Pero solo para escribir un gran cheque. 

Me puse de pie y le di una patada a la caja de chocolate vacía mientras pasaba. Desapareció debajo de la cama con el resto de mis demonios. 

—Bueno. Has sido un holgazán toda la semana, señor. No es atractivo. 

Dirigiéndome al vestidor, aparté sin rumbo fijo la ropa en perchas. —Gracias, Meryl —le respondí—, pero no hay nadie aquí a quien quiera atraer. 

Buscó en el cajón de mi ropa interior. —¿Porque Goongyoo se acuesta con Taemin? —Una tanga de encaje colgaba de su dedo—. ¿De qué color quieres, querido? El rojo es bueno. 

El tornillo alrededor de mi corazón se apretó.

—Veo que quien te enseñó a limpiar también te enseñó sensibilidad —dije, y agregué—: Nude, por favor. 

—Yo no limpio. 

—Exactamente —murmuré, pasando junto a ella con una blusa negra suelta cortada en el abdomen y unos shorts de cintura alta a juego que había hecho con un viejo vestido de Nirvana. Con botas hasta los muslos, sería perfecto. 

Dejé el atuendo sobre la cama y me dirigí al baño. 

Meryl me siguió. —Sabía que no era un buen amigo para ti desde el principio. Algo en sus ojos. Siempre se nota por los ojos. Te lo dije, pero no me escuchaste. 

Luché para no poner los ojos en blanco. Meryl amaba a Taemin y siempre me dijo que debería actuar más como él, que mi esposo podría amarme si lo hacía. Mi ama de llaves era una mentirosa habitual, un poco loca y todavía la persona más normal de la casa. 

Deseé que ella realmente me hubiera advertido. Quizás entonces, no dolería tanto. 

Mi garganta se apretó y la traición me quemó el fondo de los ojos. 

Agarré el borde del lavabo, con las uñas pintadas de amarillo contra el desorden esparcido por el mostrador. Billetes de dólar,el destello de una 9 mm, rubor rosado, una bolsita y una capa de polvo blanco. 

Me quedé mirando sin comprender mi reflejo en el espejo

El cabello rubio ceniciento, sacado de una botella, goteaba agua sobre la piel de oliva. Me encontré con los ojos de mi reflejo, mi alma devolviéndole la mirada. 

Siempre se nota por los ojos. 

Meryl abrió la ducha. —Apestas a depresión, querido. Lávatelo y luego te peinaré. —Me metí en la ducha. 

Y lo lavé.




Con las botas haciendo clic en el suelo de mármol, caminé através de bandejas plateadas flotantes con copas de champán que brillaban bajo luces románticas. Una mini orquesta tocaba en la esquina del salón de baile, un ritmo suave y bajo que permitía escuchar una conversación monótona encima. 

Tenía el corazón entumecido, pero la inquietud cobró vida en el centro. Había ignorado la orden de Goongyoo de reunirme con él en el club para que pudiéramos llegar a la fiesta juntos y, en cambio, había venido solo. 

No quería verlo. No quería sentir. Y esos dos siempre iban juntos. 

Casi había llegado a la mesa de donaciones cuando mi plan de entrar y salir antes de que llegara mi esposo se fue al cañon.

—Jimin, estas tan hermoso como siempre. 

Mis ojos se cerraron por un segundo. Me di la vuelta, una tímida sonrisa tirando de mis labios. 

—Aw, tú también eres lindo, Chanyeol. 

El dueño de este magnífico hotel de veintinueve años se río. —Lindo, lo que siempre he aspirado. 

En conformidad con no salir pronto de aquí, tomé una copa de champán de una bandeja que pasaba. —Bueno, lo logras magníficamente —respondí, mi mirada se fijó en un grupo deconocidos de Chanyeol que se congregaron detrás de él. 

Se pasó una mano por la corbata, los ojos arrugados por la diversión. —Hay una razón por la que te acabamos de emboscar, y no fue para hablar de lo lindo que soy. 

Mi expresión hizo un puchero de falsa confusión. —Intentando una nueva conversación, ¿verdad? 

Chanyeol y su grupo rieron entre dientes. Tomé un sorbo de champán.

La conciencia me hizo cosquillas en el fondo de mi mente, y mi mirada se desvió hacia las puertas dobles del salón de baile. Mi copa se detuvo en mis labios. 

Hombros anchos. Traje negro. Líneas suaves. 

Negro.

Algo en mi pecho crujió y chispeó, como un petardo en el pavimento caliente. 

El Agente Min estaba entrando por la puerta con una rubia a su lado. Ella se aferró a su codo y él sostuvo mi mirada. 

Siempre puedes notarlo por los ojos. 

Lo envidiaba en ese momento. Los suyos eran un océano bajo el hielo, donde nada más que las criaturas más oscuras podían prosperar, mientras que el mío era una llanura abierta. 

Vio todo. Cada hematoma. 

Cada cicatriz. 

Cada golpe contra mi cara.

No quería la compasión de nadie, pero lo que me volvía aún más loco era que él era indiferente a todo. Había olvidado cómo sonaba su voz pero, de alguna manera, podía escuchar lo que me diría ahora. 

Te quedas corto, cariño. No sabes nada del dolor. 

El desprecio latía, caliente y pesado, en mi pecho. 

Era irracional, lo sabía, pero culpé al hombre por poner en mi mente la idea de dormir con Jungkook.

Lo culpé porque era fácil. 

Lo culpé porque tenía suficiente frío que no le haría daño. 

La mirada del Federal se fijó en el grupo de hombres que merodeaban. Desvió la mirada, pero vi un breve pensamiento en sus ojos antes de que él y su rubia se adentraran en la multitud. Pensó que era un coqueto; una broma. Pensó que había sido infiel. 

Y ahora, ni siquiera podía negarlo. 

El odio se cerró alrededor de mis pulmones y me robó el aliento. 

—Solo les estaba contando cómo nos conocimos —dijo Chanyeol—. ¿Te acuerdas? 

Devolví mi atención al grupo, un borde caliente fluyendo desde mi pecho hasta mi agarre en la base de mi vaso. Forzando una sonrisa a mis labios, respondí: —Por supuesto que sí. Apostaste contra mi caballo y perdiste, naturalmente. 

—Eso, lo hice. —Bajó la mirada al suelo y se aclaró la garganta con una sonrisa—. Pero estoy hablando del momento en que te pedí que te escaparas conmigo a Tahití. Y me dijiste que no porque ya habías estado allí y Bora Bora era lo siguiente en tu lista. 

En el momento justo, todos se rieron. 

Mordí mi mejilla para ocultar una sonrisa. —Estaba tratando de salvarte de la vergüenza, pero parece que eres un glotón de castigo esta noche.

—Eso parece. —Se río entre dientes—. Morticia está corriendo de nuevo, y todavía apuesto a que califica este fin de semana. 

—Oh, Chanyeol —dije con decepción—, te encanta tirar tu dinero, ¿no es así? 

La multitud creció en tamaño hasta que no pude ver más allá, con apuestas y estadísticas de caballos lanzadas al centro. 

—Jimin, ¿vienes a la competencia de otoño este fin de semana? 

—Jimin, ¿estás apostando por Blackie? 

—Jimin, ¿qué pasa con el afterparty? 

Me tomó treinta minutos extraditarme de la conversación, y para ese momento, había bebido dos copas de champán y necesitaba hacer mis necesidades. Usé el baño y luego me dirigí hacia la mesa de donaciones, con la esperanza de entregar mi cheque y salir limpiamente.

Cuando vi la espalda de Min donde estaba parado frente a la mesa hablando con uno de los miembros de la alta sociedad a cargo del evento, me detuve en seco. La vacilación se instaló en mi estómago, y di un paso en la dirección opuesta, pero, de ninguna manera. Odiaba al hombre, aunque lo que odiaba aún más era que su presencia me intimidaba. 

Como para probarme algo a mí mismo, me acerqué a la mesa y me detuve lo suficientemente cerca de él como para rozar su chaqueta con el brazo. Me miró antes de volver a mirar a la mujer de mediana edad con la que estaba hablando como si yo fuera simplemente una parte de la decoración.

—Bueno —dijo la socialité rubia, con un rubor en sus mejillas—, mi hija no pudo hablar mejor de ti, y estoy muy contenta de que pudieras asistir. Sé lo ocupado que debe estar un hombre como tú. El crimen en esta ciudad ha ido creciendo cada año. 

—Ha sido un placer por completo, señora. —No pude contener una burla silenciosa. 

Los labios de Min se arquearon hacia arriba, aunque no miró en mi dirección. 

Las palabras que me dijo hace un año me llegaron una vez más. Refinado, un poco tosco, con un toque divertido como si siempre supiera algo que el otro no. 

La socialité miró en mi dirección por un segundo antes de alejar la mirada y mirar al Federal, pero luego, como si acabara de procesar lo que vio, me miró. 

Ella miró sin pestañear. —Lo siento... ¿puedo ayudarte? 

Saqué el cheque que había escrito de mi sostén y se lo entregué. Se aferró a una esquina con cautela, hasta que la desdobló y miró la cantidad.

—Wow —suspiró—. Esto es increíblemente generoso. Muchas gracias. —Garabateó algo en un trozo de papel y luego me entregó un portapapeles—. Solo necesito que complete este breve formulario, por favor. —Cuando solo la miré, presionó—, información del donante y un recibo de impuestos. —Bajó lavoz—. Puede reclamar esto en sus impuestos.

—Oh, yo no pago impuestos. 

Ella parpadeó. 

Min agarró el portapapeles. —Él lo completará. 

—Bueno... estupendo. —Dio un paso hacia un lado antes de alejarse. 

—Dime, ¿piensas antes de hablar? ¿O simplemente dejas escapar las cosas? 

—Bueno —dije, frunciendo el ceño—. Esta vez, no pensé, no. Pero, ¿cómo se supone que debo saber sobre impuestos? Gonyoo dijo que no tiene que pagarles. 

—Todos tienen que pagar impuestos. Es la ley. 

—Oh, ¿ahora eres bueno defendiendo la ley? 

Empujó el portapapeles en mi dirección. —Completa el formulario y cierra la boca antes de que tenga que arrestarte por evasión de impuestos. 

—Parece un poco contraproducente, considerando que tendrías que dejarme salir tan pronto como mi esposo se entere.

Un músculo de su mandíbula se tensó. —Él es tu salvador, ¿verdad? 

Me tensé ante el tono oscuro de su voz, un tono que me hizo sentir como si supiera más de mi historia de lo que debería. 

—Es mi marido —respondí, como si eso lo dijera todo, cuando, en realidad, no decía nada en absoluto.

Agarré el portapapeles. Sin embargo, se aferró a él por unsegundo, su mirada tocó mi rostro antes de que finalmente lo dejara ir. Se volvió para mirar hacia el salón de baile y se llevó un vaso de líquido transparente a los labios. Probablemente agua, sabiendo lo aguafiestas que era. 

—Parece que te perdiste camino a un concierto de grunge. 

—Afortunadamente, no —dije, completando el formulario—. Me enojaría si estuviera perdido. 

—¿Qué le hiciste a tu cabello? 

—¿Qué? —Mis labios formaron un puchero—. ¿No te gusta? Lo hice por ti. Escuché que te gustan los rubios. 

—¿Has estado pensando en mí? —dijo arrastrando las palabras. 

—Todos los días, cada hora. Siempre estás ahí, como un hongo o un insecto incesante pululando alrededor de mi cabeza. 

Una comisura de sus labios se arqueó hacia arriba. 

Dejando el portapapeles, apoyé una cadera contra la mesa, puse el bolígrafo contra mi barbilla y miré alrededor del salón de baile. —Por cierto, ¿dónde está tu rubia? 

Seguí su mirada hacia la mujer en cuestión, que estaba hablando con otra en medio de la habitación. Llevaba un elegante vestido de cóctel blanco y un moño ajustado. Su postura era perfecta y su sonrisa actual era tensa. Apuesto a que nunca se soltaba el cabello. 

—Ella parece... divertida. 

Cuando capté la esquina de su sonrisa cautivadora, algo caliente y vacilante cobró vida en mi estómago. La sensación inmediatamente me trajo mal sabor de boca. 

Me aparté de la mesa. —Está bien, que tengas una buena noche. Diría otra cosa, pero estoy haciendo algo nuevo y ahora trato de no decir lo que quiero decir. 

—¿Seguro que no quieres donar los zapatos que llevas puestos antes de irte? 

Echando un vistazo a mis botas hasta los muslos, hice clic en mis tacones como Dorothy. Desafortunadamente, no me llevó a casa. —Lo haría, pero creo que la mamá de tu novia los tiraría. 

Miré hacia arriba para verlo mirándome desde mis botas hasta los pocos centímetros de abdomen desnudo. Fue clínico, evaluador y apenas lascivo. Aún así, el toque de su mirada ardía, como un cubo de hielo derritiéndose sobre la piel desnuda bajo un sol de verano.

—Ella no es mi novia —dijo, tomando un gran trago de lo que ahora estaba seguro que era agua. 

—Yo diría pobre niña, pero... —Mis ojos brillaron con esa nueva cosa que estaba probando mientras pasaba de él.

Sus siguientes palabras, gotearon algo amargo y dulce, me detuvieron en seco.

—¿Problemas en el paraíso? 

Mi agarre se apretó alrededor del bolígrafo que todavía sostenía. 

Tragué y froté mi dedo anular desnudo con el pulgar. 

Mi matrimonio era una burla, y nunca pude escapar de él, el divorcio no existía en la mafia, pero no estaría encadenado por un diamante en mi dedo, por un símbolo de amor, cuando no lo había. Al menos, por una de las partes. 

Me voltee hacia él, esperando ver el triunfo, pero cuando encontré su mirada, mi corazón se detuvo antes de latir de una manera antinatural. 

Había algo oscuro y genuino detrás de sus ojos, y no me di cuenta hasta más tarde de que me estaba dejando verlo. El constante goteo de sangre. El arma de metal y fuego que lo forjó. 

Estaba hasta el cuello en sangre. 

Me pregunté si, incluso entonces, debajo de su falsa personalidad de caballero, su traje negro y su camisa blanca,estaba cubierto igual.

—¿Qué has sacrificado para estar aquí hoy? —El pensamientose me escapó, empujado de mis labios por una fuerza invisible—. ¿Tu alma? —Me acerqué, a centímetros de distancia, hasta que su presencia rozó mi piel desnuda. Pasando la punta del bolígrafo de sus nudillos a su palma, le susurré—: ¿Cuánta sangre hay en estas manos?

Se pasó la lengua por los dientes, moviendo la mirada hacia un lado antes de traerla de vuelta a mí. 

Sin fondo. Negro. Mi corazón latía con fuerza, porque sabía que si miraba demasiado tiempo estaría atrapado bajo el hielo. 

—Algún día —suspiré, inclinando la cabeza—, te alcanzará. 

Su mirada se entrecerró con disgusto mientras se posaba en la pluma que había mordido entre mis dientes. 

Lamí el extremo del bolígrafo como una paleta, lo metí en el bolsillo delantero de su chaqueta y le di una palmadita en el pecho. 

—Que tengas una noche pésima, Min. 

Dando un paso para irme, me di cuenta de lo reseco que me había vuelto su mirada. Di un paso atrás, agarré el vaso de sumano y bebí el contenido. 

Me ahogué. 

Vodka.




El ardor en mi garganta se desplazó hasta mi pecho mientras me dirigía hacia la salida. Justo cuando empujé la puerta para abrirla y el aire fresco de octubre me envolvió, me encontré cara a cara con un par de ojos familiares. 

—¿Yendo a algún lugar? 

Me tensé e intenté rodearlo, pero la mano de mi esposo encontró la mía y me detuvo. 

—Déjame ir —espeté. 

Gongyoo me acercó más, envolviendo un brazo alrededor de mi cintura como si fuéramos la pareja más normal del mundo. Como si no hubiera una diferencia de edad de veinticinco años entre nosotros, como si me hubiera cortejado en lugar de haber firmado un contrato y, lo más importante, como si no me hubiera engañado y luego hubiera intentado disculparse con una caja de putos bombones. 

Luché, pero su agarre solo se hizo más fuerte. —Haz una escena, Jimin... —advirtió.

Gongyoo era como su hijo, solo envuelto en dolor y entregado con un lado de justicia, incluso cuando la cruz alrededor de su cuello le chamuscó la piel. Después de dos años de matrimonio, no creía que pudiera siquiera sentir simpatía, y sabía que había escalado la escalera para convertirse en uno de los hombres más temidos de Corea del Sur. 

En cuanto a por qué era venerado, bueno, cuando Gongyoo estaba caliente, era como el sol. Todos querían su atención porque, cuando la prestaba, era absoluta, como si fueras el único que alguna vez hubiera importado. Independientemente del dolor que me había causado, las paredes que había levantado y algunas que aún mantenía, no era compatible.

Ahora, tenía que averiguar cómo dejar el sol. 

—Realmente no me gusta estar esperando por ti. 

—Realmente no me gusta que te folles a mis amigos. 

—Cuida tu boca —me reprendió, llevándonos de regreso al hotel. 

A veces, sentía como si un grito estuviera atrapado en mi garganta, uno que había estado luchando por liberarse durante los últimos veintidós años. Tenía una voz, un cuerpo, un cabello rojo ardiente y un corazón de acero. Estaba aterrorizado de que pudiera escapar, de que su eco quemara este mundo hasta los cimientos y me dejara solo, entre humo y cenizas. Empujé la sensación hacia abajo, hasta que una ligera capa de sudor enfrió mi piel. 

Pasamos las puertas del salón de baile y, cuando miré dentro, mi mirada chocó con la de Min. 

El intercambio fue un borrón de calor, la quemadura de licor, un destello de tono negro apareció en sus ojos cuando se posaron en el agarre de Gongyoo en mi brazo. Y luego desapareció, reemplazado por papel tapiz oscuro mientras caminábamos por un pasillo hacia la terraza. 

Salimos y contuve el aliento. La noche era fría y oscura, pero en lugar de frotar mis brazos en busca de calor, dejé que la brisa helada me mordiera la piel. Quizás era masoquista, o quizás el dolor era una de las únicas cosas que me hacían sentir vivo. 

La terraza estaba vacía, salvo por dos invitados benéficos fumando un cigarrillo.

—Denos un momento, ¿sí? 

No era una pregunta, sin importar cómo lo hubiera expresado mi esposo. 

Los hombres intercambiaron una mirada vacilante, pero no tardaron más de un par de segundos en dejar caer sus cigarrillos y regresar a través de las puertas dobles que conducían al salón de baile. La luz se extendió por el suelo de la terraza antes de que las puertas se cerraran y la oscuridad nos consumiera una vez más. 

Un recuerdo lejano se trasladó al presente. 

—¿Cómo puedes amar a un hombre tan aterrador? —Mi ex mejor amigo Taemin me había preguntado mientras nos sentábamos juntos en el sofá de la oficina de mi esposo y él hablaba por teléfono. 

Solo había tenido que pensar en la pregunta por un momento. 

—Él me escucha

Supuse que él también lo escuchó. 

—¿Te importaría explicar qué es esto? 

Me volteé hacia Gongyoo y vi que sostenía una pequeña y redonda caja en la mano. Mi corazón latió en la base de mi garganta. Aquí estaba uno de esos muros a punto dederrumbarse. 

—¿Qué pasa, Jimin? —preguntó.

—Pastillas anticonceptivas. 

—¿Por qué las tienes? 

—Control de la natalidad. 

Los ojos de Gongyoo brillaron de ira, como dos llamas en la oscuridad. Éramos devotos católicos y la iglesia desaprobaba el control de la natalidad. Pero sabía que lo que le molestaba aún más era que quería otro hijo. Otro hijo para gobernar su imperio. 

—¿Cuánto tiempo? 

Lo miré directamente a los ojos. —Desde el día en que nos casamos. 

Desde la noche en que pisaste mi corazón. 

La bofetada en mi cara fue inmediata. Giró mi cabeza hacia un lado y dejó sin aliento a mis pulmones. El sabor metálico de la sangre llenó mi boca. 

—Las cosas que me haces hacer, Jimin —gruñó—. ¿Crees que quiero golpearte?

Mi risa amarga se la llevó el viento. 

La parte triste de todo fue que solo supe por la televisión que no era así como se suponía que debía ser. 

Arrojó las pastillas por la barandilla. —No más, ¿me escuchas? 

Negué con la cabeza. 

—No. Más. O, lo juro, te interrumpiré. No más dinero, no más viajes secretos a Busan, —y sí, sé que has estado allí. 

Mi corazón se congeló y se hizo añicos. 

—Sabes que tu papá te prohibió visitar a tu mamá. —Suavidad atravesaba su voz—. No se lo he dicho, sólo porque sé lo que significa para ti. 

Está enferma. No pude pronunciar las palabras porque sabía que no serían firmes. 

—Tengo que verla. 

—Lo sé. —Se acercó, el aroma ahumado de su colonia me llegó—. Sé todo sobre ti, Jimin. A dónde vas, qué haces, con quién hablas. —Pasó una mano por mi cabello y luché contra el impulso de alejarme porque él solo tiraría de los mechones—. Eres mío. Y yo cuido de lo que es mío. 

—Si te preocupas por mí, Gongyoo, quitarás tus sucias manos de mí y me darías el divorcio. 

—¿Crees que tomaría a cualquiera por esposo? Te quería. —Presionó sus labios contra mi oreja—. Así que te tomé y te voy a retener. —Traté de echar la cabeza hacia atrás, pero su agarre se mantuvo fuerte—. Te doy rienda suelta, Jimin, pero pruébame y te encerraré tan rápido. ¿Me entiendes? 

—Si crees que incluso me acostaré contigo ahora, estás delirando

—Te calmarás. —Pasó un pulgar por mi mejilla—. Y cuando lo hagas, te darás cuenta de que tú también quieres hijos, ne sarang —Su agarre encontró mi barbilla, una caricia áspera—. Y no creas que no me he dado cuenta de que no estás usando tu anillo. Te lo volverás a poner cuando llegues a casa, o despertarás mañana con el dedo roto.

El resplandor del salón de baile resaltó su traje gris cuando salió por las puertas dobles. 

Un temblor comenzó en mis manos. 

Las puertas se cerraron y sus palabras salieron para tragarme con las sombras. 

No más viajes secretos a Busan. 

No más viajes secretos a Busan. 

No más viajes secretos a Busan. 

El temblor subió por mis brazos, arrastrándose por mis vasosy venas. Temblé de adentro hacia afuera. Mis pulmones se tensaron y cada respiración los cerró un poco más

Manchas negras nadaban en mi visión. 

Me agarré a la barandilla de la terraza, la piedra como hielo bajo mis dedos. 

La luz atravesó la terraza, alertándome de que alguien había salido.

Apreté mis ojos cerrados, las lágrimas escaparon de mispestañas inferiores. Jimin. Jimin. Jimin. Me tensé y lo esperé. Esperé a que el mundo reconociera lo dañado que estaba por dentro. Para abrirme y ver todo lo que veía mi papá desde el principio. Una parte diferente de mí, una tranquila pero fuerte, quería gritar, dejarla gobernar con un corazón de acero y cabello rojo. 

—¿Quieres saber mi favorita? 

Mi agarre se apretó contra la barandilla. 

Dentro. Fuera.

—Andrómeda. —Min se acercó—. Una constelación de otoño, a cuarenta y cuatro años luz de distancia. —Sus pasos eran suaves e indiferentes, pero su voz era seca, como si encontrara mi ataque de pánico positivamente aburrido. 

Su actitud trajo una pequeña oleada de molestia, pero de repente se tambaleó cuando mis pulmones se contrajeron y no se liberaron. No pude evitar que se me escapara un grito ahogado. 

—Búscala. 

Era una orden con un toque duro.

Sin lucha en mí, obedecí e incliné la cabeza. Las lágrimas nublaron mi visión. Las estrellas nadaban juntas y brillaban como diamantes. Me alegré de que no lo fueran. Los humanos encontrarían una manera de arrancarlas del cielo. 

—Andrómeda es la estrella borrosa y tenue a la derecha. Encuéntrala.

Mis ojos la buscaron. Las estrellas no eran a menudo fáciles de ver, escondidas detrás del smog y el brillo de las luces de la ciudad, pero a veces, en una noche de suerte como esta, la suciedad se despejaba y se volvían visibles. Encontré la estrella y me concentré en ella. 

—¿Conoces su historia? —preguntó, su voz cerca de mí. Un viento frío me tocó las mejillas e inhalé lentamente—. Respóndeme. 

—No —espeté. 

—Andrómeda se jactaba de ser una de las diosas más hermosas. —Se acercó, tan cerca que su chaqueta rozó mi brazo desnudo. Tenía las manos en los bolsillos y la mirada fija en el cielo—. Fue sacrificada por su belleza, atada a una roca junto al mar. 

Me la imaginé, una diosa pelirroja con un corazón de acero encadenado a una roca. La pregunta surgió de lo más profundode mí. 

—¿Sobrevivió? 

Su mirada se posó en mí. Por los rastros de lágrimas hasta la sangre en mi labio inferior.

Sus ojos se oscurecieron, su mandíbula se tensó y miró hacia otro lado. —Sí. 

Encontré la estrella de nuevo.

Andrómeda. 

—Pregúntame qué significa su nombre. 

Fue otra exigencia brusca y tuve la necesidad de negarme. Para decirle que deje de darme órdenes. Sin embargo, quería saber, de repente lo necesitaba. Pero ya se estaba alejando, hacia la salida. 

—Espera —suspiré, volviéndome hacia él—. ¿Qué significa su nombre? 

Abrió la puerta y un rayo de luz se derramó sobre la terraza. Traje negro. Hombros anchos. Líneas rectas. Su cabeza giró lo suficiente para encontrarse con mi mirada. Negro

—Significa gobernante de los hombres. 

Una brisa helada casi se tragó sus palabras antes de que me alcanzara, azotando mi cabello en mis sien. 

Y luego se fue. 

Me agarré a la barandilla y miré al cielo. Mi respiración salió estable. 

El nudo en mi pecho se aflojó. 

El temblor en mis venas se convirtió en el zumbido caliente de una línea eléctrica. Y luego lo hice por todos los que no pudieron. 

Lo hice por cada moretón. 

Cada cicatriz. 

Cada golpe contra mi cara. 

Sobre todo, lo hice porque quería. 

Grité.




Los días se convirtieron en noches. 

Los meses siguientes se esfumaron, consumidos en un torbellino de fiestas, vacaciones, carreras y retiros de spa de fin de semana. Las drogas y el alcohol se me suministraban con tanta facilidad como la bandeja de plata de fruta fresca y croissants que se sentaba en la mesa del comedor de doce personas cada mañana. 

Era joven. 

Mimado. 

Lleno de hastío. 

Bebí cualquier cosa que me acelerara el corazón. Me hizo olvidar. Me hizo sentir vivo. 

A veces, venía en forma de polvo importado de Colombia.

Y otras veces... negro

—Para vivir una vida de lujo. 

Ese acento se deslizó en mi sangre y me calentó de adentro hacia afuera. 

Me recostaba en una tumbona cerca de la piscina con una bata dorada reluciente, mi cabello corto recogido en un desordenado peinado, una manga de la bata deslizándose por mi hombro. Era una noche de Marzo inusualmente cálida y yo la estaba aprovechando. 

Mordí mi fresa cuando mi mirada se encontró con la de Min. —¿Celoso? 

—Más cerca de apático. 

El resplandor de las luces de la piscina lo proyectaba en tonos plateados, azules y sombras. Traje y corbata azul marino. Rolex pulido y gemelos. Se paró frente a las puertas de la terraza de mi casa, con un vaso en la mano. Su cálida mirada me tomó, desde mi cabello, hasta el cuenco de fresas y el vaso de tequila en la mesa a mi lado, hasta mis sandalias de terciopelo rojo.

—No me digas que las historias de mi esposo te aburren. — Gongyoo tenía habilidad con las palabras, manteniendo a los demás al borde de sus asientos, pero yo no podía obligarme a escuchar el mismo cuento una y otra vez.

—Parece que tampoco pudo mantener tu interés. Aunque, talvez sea sólo porque sabías que la parte sobre él follando con su novio virgen de veinte años vendría a continuación. 

Me estremecí. Gongyoo debe estar más enojado conmigo de lo que pensaba. 

Esperaba que lo hubiera hecho sonar más emocionante de lo que era. No hubo nada romántico en mi primera vez. Hacía frío y era mecánico, dejando un hueco en mi pecho que había tratado de llenar al ganarme el amor de mi esposo. Qué broma había sido. 

—¿No está en la descripción de tu trabajo fingir interés en todo lo que dice? 

Su mirada parpadeó con algo parecido a una seca diversión, aunque no respondió. Salió a la terraza, la tensión delineando sus hombros. No pude evitar pensar que estaba pensando sus opciones, y parecía que prefería tolerar mi presencia que volvera entrar. 

—¿Su grosería ofendió tu tierna sensibilidad? —pregunté. 

—No exactamente.

Sus ojos se acercaron a mí, llenos hasta el borde de fría furia. Se atenuó a algo más cálido cuando su mirada se deslizó por mi cuello y mi hombro desnudo. Me sacudió un escalofrío. 

—¿Vengarás mi honor, oficial? 

—No estoy seguro de si te queda mucho.

Hice un puchero. —Y justo cuando empezaba a pensar que te importaba. 

—No aguantes la respiración, cariño. 

—¿Fresa? 

Cuando miró la fruta en mi mano como si fuera ofensiva, suspiré. Luego mordí la punta y lamí el jugo de mis labios. Su mirada siguió el movimiento, más cálida y pesada que el deslizamiento de mi lengua.

—¿Por qué no te agrada mi marido? 

—Sí... ¿por qué? 

Me congelé al escuchar la voz de Gongyoo. 

Min parecía absolutamente indiferente de que mi esposome hubiera escuchado, ni siquiera se dio la vuelta para agradecer a su empleador con su atención ni se dignó a responder la pregunta. A Gongyoo nunca le importaba cuando hablaba con hombres, pero no estaba seguro de cómo reaccionaría si yo estuviera solo con uno de sus empleados. 

—¿De qué están hablando ustedes dos?

—Mitología —dije en un tono aburrido—. Griega. 

—Ah. Mi tipo favorito. 

Min tomó un trago, mirando la piscina. Parecía tan apático como había dicho antes, pero algo más se entretejió a través de su desinterés. Estaba demasiado apático. Una sombra de algo oscuro que pasa por debajo del hielo. 

—Debería haber sabido que te encontraría aquí, holgazaneando junto a la piscina. 

—Sí, bueno, solo se puede tolerar la misma historia cinco veces. Aunque, he oído que la confundiste esta noche. 

Gongyoo se río entre dientes, alcanzó mi sillón y pasó una mano por la parte posterior de mi cuello. 

—No te enojes, ne sarang. Fue una historia de buen gusto, lo prometo. —Sus ojos se posaron en Min, pasando de la diversión al acero dentado—. No es como si les hubiera dicho que sangraste por toda mi polla. 

Me encogí. 

La tensión era tan sofocante que apenas podía respirar. Se asentó en el aire como la humedad del final del verano, llenando mis pulmones y tocando mi piel.

Bebí mi vaso de tequila, mordiéndolo. El licor quemó la humillación en mi garganta. Mi esposo estaba enojado conmigo por una multitud de razones, pero esto, sea lo que sea, no era para mi beneficio. Los dos hombres ni siquiera se miraban, pero nadie podía perderse el veneno fuertemente atado entre ellos. 

—Tus amigos te extrañan. —El agarre de Gongyoo en mi cuellose apretó lo suficiente para que yo entendiera la advertencia—. No tardes. 

Desapareció dentro.

La malevolencia bailaba en el aire, negándose a partir. Mi mirada se desvió hacia Min. Apático, pero subrayado con algo muy aterrador. 

Se me escapó una risa tranquila e incómoda. —Parece que a mi marido tampoco le agradas. —Tragué—. ¿No tienes miedo de que encuentre algún otro Federal sucio con quien trabajar? 

Su mirada decía que no tenía miedo de ninguna manera. 

Nunca había visto a alguien actuar con tanta falta de entusiasmo ante la cara de mi esposo, y mucho menos a uno de sus empleados. Parecía que Min no estaba comprando lo que Gongyoo estaba vendiendo como todos los demás. Era... refrescante, y lo primero que realmente me gustó del hombre. 

La tensión en el aire todavía era tan densa que me marearía sino la despejaba. 

—¿No tienes cita esta noche? 

—No.

—Que paso con... —Recordé brevemente a través de la lista de rubias con las que había desfilado, y se me ocurrió el nombre de la última—. ¿Sana? 

—Monotonía. 

—Pero ustedes eran perfectos el uno para el otro. —Suspiré, como si estuviera realmente molesto—. Ambos hermosos, serenos, insensibles... ¿Y si ella fuera la indicada y la dejaras aun lado sin darle una oportunidad real?

Su mirada, tan poco impresionada por cualquier cosa que saliera de mi boca, me tocó. —No sabía que habías invertido tanto en mis relaciones. 

Me puse de pie, sacándome las horquillas del cabello mientras me dirigía hacia él. Las hebras cayeron por mi nuca. Su cuerpo se tensó cuando el clic de mis sandalias se acercó, pero no me miró hasta que me paré frente a él. 

—¿Alguna vez has pensado que quizás tú eres el problema? —Le quité el vaso de la mano y le di un sorbo. El vodka de su copa siempre sabía mejor que cualquier otro. 

—¿Supongo que me vas a iluminar? —Retiró su vaso. Siempre lo giraba para beber de un lugar diferente a donde mis labios habían tocado, pero esta noche, bebió directamente de donde mi lápiz labial rosa dejó una marca. Envió una extraña oleada de calor a mi estómago. 

Tragué. —A un doncel o mujer le gusta algo de pasión y espontaneidad en su vida. Usted, oficial, necesita relajarse. 

—¿Debería follarme a otros donceles y mujeres en su cama? ¿Crees que es lo suficientemente espontáneo?

Dios, obviamente tenía que saber sobre Taemin. 

Suspiré. 

Quería hacer una grieta en ese hielo que llevaba como armadura.

Acercándome, pasé un dedo por su mandíbula, mi voz era suave. —Tienes una cara tan hermosa. ¿Te da todo lo que quieres? 

—Casi. 

Había algo tan significativo en esa única palabra que me dejó sin aliento. Dejé que mi dedo cayera de su rostro con un ligero roce de mi uña roma. 

—Una mirada tuya y todos se desmayan a tus pies. 

Estaba cada vez más molesto conmigo. —Sin embargo, aquí estás. 

Me reí levemente. —No me interesan los hombres, ni siquiera los guapos como tú. 

—¿Porque estás casado? 

—Porque estoy cansado. 

Sus ojos se entrecerraron. —Estas borracho. 

Mi mirada se llenó de picardía cuando me quité la fina manga de la bata del hombro. —Y tú nunca lo estas. ¿Nunca vive al límite, oficial? ¿Te permites tener lo que quieras?

El aire latía como si tuviera un latido mientras empujaba el material reluciente de mis hombres, dejando que mi vestido cayera a mis pies. 

Una grieta.

No apartó la mirada de mi rostro, aunque el impulso estaba allí. Cambiando como una brisa en la dirección equivocada. 

Me paré a centímetros de él, con bragas rojas, una fiesta entera y mi esposo más allá de un par de puertas dobles. 

Su respuesta fue simple y exactamente lo que esperaba de los Federales estrechos, sin embargo, el calor aún me rozó la espalda mientras me dirigía a la piscina. 

—No. 

Miré por encima del hombro. —Entonces, ¿cómo te sientes vivo? 

Una sonrisa tocó mis labios mientras me sumergía en el agua. Porque su mirada se había deslizado por las curvas de mi cuerpo, y era lo más alejado del frío que jamás lo había sentido.

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