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¿Tengo que hacer siempre lo que me piden?

A veces me enoja muchísimo que mi papá Aioria me pida que recoja mi cuarto. No entiendo por qué insiste en aquello de "todo lo hace por mi bien", sí como no, y que "se lo voy a agradecer cuando sea grande". Creo que las mamás y los papás suelen elegir las peores frases para convencernos cuando quieren que hagamos algo. La mayoría de las veces lo único que logran (por lo menos mi pá conmigo) es que no lo hagamos. Como si no lo supieran.
Pero ni modo, siempre termino limpiando mi cuarto porque de lo contrario me pone una carota laaaaarga, laaaaarga, que llega hasta el piso, y la neta es que no me gusta verlo enojado. Además, después de unos días en que me monto en mí macho y no limpio, todo empieza a oler asqueroso, y pues como que eso no esta chido. Igual, cuando le pido que me haga hot cakes para desayunar los domingos, él se levanta con un montón de sueño, arrastrando los pies, todo desgreñado y limpiándose las lagañas, pero va y me los prepara. No se hace menso. Es más, me consiente, así que de alguna manera siento que debo corresponder a sus cuidados y atenciones. No me gusta la palabra "obedecer" porque me suena como si fuera yo un soldado raso, o sea, de los que tienen el menor rango, ahora sí que los que sólo "obedecen y callan".
Sí, ya sé que en todos lados te dicen "hay que obedecer a tus papás porque bla, bla, bla". Pero... ¿Solo porque son nuestros papás siempre van a tener la razón y a estar en lo correcto? Pienso en Maya, que aunque no era su papá los trataba horrible a Odysseus y a Sygfrid. Ahí sí me perdonarán pero creo que no aplica aquello de "obedecer" ciegamente sólo porque es alguien que te cuida. Y no me vayan a quemar en leña verde por decirles esto. Ustedes pueden hacerle como quieran, yo nomás digo lo que pienso.
Igual me pasa con una mujer que conocí. Se llama Medea y la neta es que no me cae muy bien porque se la pasa con la cabeza metida en el celular. Con eso de que su esposo es el Dios Marte, chatea y chatea con él hasta cuando se supone que nos da clase.
Ya ni la hace. Puedo entender que éste muy enamorada y que es más barato usar el internet del Santuario que hablarle por teléfono y que hay varias horas de diferencia entre donde sea que éste ese dios y Grecia, pero ahora si que ya nosotros qué.
El otro día me toco dar mi conferencia. Escogí el tema de Como usar el Cosmos y la neta me quedó padrísima. El abuelo Yato, El abuelo Tenma y el abuelo Alone me ayudaron a elegir información y hacer cartulinas, incluso a demostrarlo, porque esos días mi papá Aioria tuvo una misión y regresaba muy tarde. Y llegó el día, y con todo y los nervios me paré enfrente de los caballeros con los que me toco estar y empecé a exponer. Todos me prestaron atención, meno...

¿Adivinen quién? Sí, Medea. ¡Se la pasó con el celular todo el tiempo! Como si mi conferencia no le importara nada. También por eso me cuesta trabajo "obedecerle".
También me cae mal porque tiene muy malos modos de pedirnos las cosas. Se supone que los que son caballeros de rango mayor o gente que sabe mucho sobre el tema no les deben de gritar a los alumnos, ¿o me equivoco? Mala idea. Ya hasta ha echo llorar a dos o tres, y solo les dice que "no hagan escándalo por una simpleza". Como si gritar no fuera un tipo de violencia. Así que no estoy de acuerdo, como con Maya, en es alguien quiera que lo obedezcas cuando te trata mal, así sea con puros gritos.
La cosa es que en el caso de Medea, desafortunadamente, aplican otras "consideraciones" (¡ah, caray!, ¡que palabreja me aventé!; es lo bueno de leer mucho, que Prendes nuevas palabras): es una maestra y te puede reprobar. Ahí si que ni modo, sólo queda apechugar y hacer lo que nos pide. Claro, siempre y cuando sean cosas que tienen que ver con lo que estamos aprendiendo en clase, tampoco vamos a tirarnos por la ventana o algo parecido nomás porque a ella se le ocurra, ¿verdad? Sólo eso nos faltaba.
Y hay maestros o caballeros, como Guembu, el que tuve cuando tenia unos 7 años, al que sí obedecía en todo. Era súper lindo, siempre nos explicaba muy bien las cosas, y si no entendíamos algo podíamos preguntarle y él nos volvía a explicar hasta que le agarrábamos la onda. Claro que a veces se enojaba y subía un poco la voz, pero nunca era grosero ni nos trataba como si no existiéramos. ¡Qué distinto a Medea! Pero, ni modo, cuando te toca, te toca.
Pues sí, a veces eso de hacer lo que te piden sí me mete en conflicto. Cuando hablo de mi papá o de Medea tango muy caldo cuando tengo que hacerles caso (por supuesto que si a mi pá Aioria se le botara la canica y me pidiera que metiera la cabeza al horno encendido tampoco lo obedecería, así sea muy mi papá), pero a veces me cuesta más trabajo decidirlo cuando se trata de otras personas. Por ejemplo, Valentine siempre hace todo lo que Cardinale le dice, empezando por burlarse y molestar a los demás. Eso se me hace muy tonto, como si no pudiera decidir nada por sí mismo. Pero a veces pienso que lo hace porque teme que de lo contrario Cardinale le va a dejar de hablar y él se va a sentir muy solo. A lo mejor ni es cierto, pero como él se ha portado del asco con muchos caballeros por hacer lo que le dice su amiguito, ha de creer que así va a ser.
A lo mejor a muchas personas les pasa lo que a Valentine, y hacen lo que les piden, aunque no les guste, por miedo de quedarse solas. También puede haber otras que quieran mucho a quien les pide hacer ciertas cosas, y aunque no se sientan bien haciéndolas piensan que no debe de haber nada malo, sólo porque esa persona especial lo dice. He oído de muchos casos así: hij@s a sus papás y mamás, esposas a sus esposo, y al revés.

Otras veces quien te pide que hagas cosas que él (o ella) quiere y como que a ti no te laten mucho es un desconocido. Ahí sí se me hace que no haya que hacer nada, pero NADA, de caso. A veces te pueden tratar súper bien, y hasta prometer que te van a regalar chocolates o te van a llevar a conocer a un cachorrito, o a jugar un videojuego muy cool, o te van a regalar un boleto para un concierto que estabas esperando desde hace mucho tiempo, o sepa tú qué más, pero ni por la promesa más tentadora hay que ir, porque quién sabe con qué te puedes encontrar, más vale prevenir.
También te puede engañar cuando dizque te piden un favor: como que tienen una pierna o un brazo roto o te dicen que les ayudes a llevar no se qué cosa a su carro porque no pueden. Y ahí también quien sabe qué te pueda pasar. ¡Ufff! ¡Qué horror! Lo más triste del asunto es que ya no se puede ser buena onda y ayudar a la gente, porque nunca sabes quién en realidad te está tendiendo una trampa para hacerte algo feo.
Una vez leí un libro que trataba de un chico llamado Tokisada al que su mamá siempre le decía que no fuera a ningún lado con gente que no conocía porque podía ser muy peligroso. Pero un día él estaba en la calle y pasó un carro grande, negro, muy bonito, y el hombre (se llamaba Fudo) que iba manejando bajo la velocidad y se acercó, dizque para preguntarle por una dirección. Él se acerco un poco a la ventanilla abierta del copiloto (no mucho, porque es ese momento recordó lo que siempre le decía su mamá), y le explicó como llegar. El Fudo, que parecía encantador (vestía elegante, hablaba bien, estaba limpio, no era muy viejo, piel morenita, cabello celeste y ojos bicolor, uno amarillo y el otro morado), le agradeció y parecía que estaba a punto de arrancar. Tokisada se dio la vuelta y se empezó a alejar del carro, cuando de pronto oyó que Fudo le llamaba otra vida vez. Como él tipo había sido muy amable, se acerco de nuevo. Él le dijo que si le podía hacer un último favor: su perrita estaba muy enferma y tenía que llevarla al veterinario; ¿seria tan amable de subir un momento al asiento de atrás y taparla con la manta que tenía en el piso del carro? Tokisada dudó, pero se asomó con cuidado, todavía manteniendo la distancia y, comprobó que sí: en el asiento trasero había una perrita labrador color miel acostada, que parecía respirar con dificultad. Tmblaba y lo miraba con esos ojitos tristes que ponen los perros cuando se sienten mal. También miro el piso del auto y vio una manta tejida de mucho colores. Pensó que no le iba a tomar mucho tiempo y que la perrita estaría un poco mejor si la tapaba. Entonces le dijo al cuate que ok, pero que dejara la puerta abierta porque solo iba a taparla y se bajaría rápido. Él contestó que sí, que claro, y le abrio la puerta trasera. Tokisada entro, pero en cuanto se agacho para recoger la manta del piso del carro, Fudo cerro la puerta y se arranco. Tokisada grito e intento abrir la puerta, pero Fudo le tapo la nariz y la boca con un pañuelo que olía a algo muy fuerte... Y él se quedo dormido. Qué miedo.
Tokisada despertó encadenado a una cama en un sótano, sin ventanas y con una sola puerta que era muy gruesa, como de acero, cerrada por fuera, obvio. Gritó y pataleó pero nadie lo escuchaba. Fudo, que ahora ya no le parecía NADA agradable, lo visitaba de vez en cuando, le daba agua y comida que nunca le parecian suficientes, le pasaba una cubeta para que hiciera pipí y popó, y un vaso con agua para que se lavara los dientes. Sólo una vez a la semana lo llevaba, con los ojos vendados, a la parte de arriba de la casa para que se bañara, y pos supuesto, eso lo tenía que hacer delante de él. Y además... Casi todos los días abusaba sexualmente de él, y eso lo lastimaba y lo hacía sentirse fatal.
Tokisada recordaba todos los días a su mamá y se sentía más triste porque pensaba que estaría desesperada buscándolo. También se sentía culpable por haberle desobedecido y se arrepentía mil veces del momento en que se metió al carro de Fudo.
No les voy a contar todo el libro, pero sí les recomiendo que lo busquen. Se llama Nunca olvides que te quiero, y el autor se llama Alberich (La autora original se llama Delphine Bertholon y es francesa). El chiste es que Tokisada va ganando la confianza de Fundó poco a poco, hasta que él lo deja subir a la casa más seguido, y ya sin cadenas. Pasó mucho tiempo (ya no me acuerdo cuanto porque hace mucho que lo leí) y un día que le llevaba de comer Tokisada lo golpeo en la cabeza, y mientras Fudo estaba atarantado en el pispiso, sangrando y tratando de ponerse de pie, él corrió, subió las escaleras, abrió la puerta de la casa y salió al patio; brinco la cerca y corrió por las calles pidiendo auxilió. Alguien lo rescato, llamaron a la policía y lo llevaron de regreso a su casa. Su mamá, que ya hasta tenía un bebé, lo abrazó y le dijo que lo amaba, y que nunca más se iba a separar.
Pero ése es un libro. Y como es para chic@s tiene un final feliz. Lo malo es que en la vida real no siempre hay finales felices, chale. Y ahí es donde creo que debemos ponernos más abusad@s. Bueno, yo nomás digo.
Porque hay algo todavía peor: cuando los que hacen el daño son conocidos o hasta familiares. ¡Puffff! Ahí si esta más cañón, porque ¿cómo vas a saber que tu tí@, herman@ mayor, prim@, o el o la novia de tu mamá o papá, o el o la hij@ del novi@ de tu papá o mamá es quien te puede hacer algo que ni te gusta? Eso si esta difícil.
Mi pá me contó que cuando él era niño se hablaba muy poco de esas cosas. Por ejemplo, mi abuelo Tenma no dejaba que él o mi tío Aioros fueran a jugar a casa de amigas o amigos que tuviera hermanos mayores o vivieran con tíos o padrastros y menos si eran Alphas.
Dice que es ese momento no entendía por qué y le daba micho coraje porque mi abue no le explicaba, sólo se lo prohibía. Pero una vez paso algo muy, muy feo y desde entonces siempre le agradeció a mi abue Tenma que fuera tan exagerado: resulta que unos vecinos más o menos de su edad (mi papá Aioria tendría unos 15 o 16 años en ese momento) invitaron a uno más chiquito llamado Unity (como de 6 o 7). Quién sabe exactamente que pasó pero Unity salió llorando de la casa de los vecinos grandes. Un rato después el papá del chico le armo tremendo escandalo a la mamá de los muchachos y mi pá nomás oía desde su ventana que el señor gritaba, a media calle, que los iba a acusar de "Abuso sexual" y que iban a ir a la cárcel. La mamá de los chicos le contestaba que su niño estaba mintiendo y que él estaba loco.
Mi pá, que era un chavito, veía todo muy asustado por la ventana. Luego todos dejaron de gritar en la calle y se metieron a sus casas, muy enojados.
Pocos días después la familia de los muchachos se mudo de ahí, como su estuvieran huyendo, y Unity al que le había pasado algo muy, muy feo en esa casa se volvió cada vez más solitario: no hablaba con nadie más que con sus papás, nunca salía a la calle si no estaba con ellos y siempre traía una cara cargada de mucha, mucha tristeza. Se puso muy flaquito, y dice mi pá que hasta parecía que estuviera enfermo de algo.
Papá Aioria, mi tío Aioros y mis abuelitos se mudaron de ahí, así que ya no supieron qué fue de ese niño, pero mi pá siempre se acordaba de él y de lo que le había pasado. Y eso que había ido a jugar a esa casa porque conocía a los muchachos; chale.
Así que, no se, pero creo que eso de obedecer o hacer lo que te piden tiene sus límites. Cuando no te late lo que te están pidiendo porque no te hace sentir bien, así sea un conocido o hasta un familiar, no tienes que hacerlo. No sé, algo así como dejar que te den un beso en la boca (¡iuuuuuuu!) o peor aún, dejar que te toquen tus partes intimas, esas que nadie más que tú debe tocar, o que te pidan que les toques las suyas (¡que asco y que miedo!). Igual, uno. O hace cosas que SABE por simple sentido común que están mal. Por ejemplo: insultar a alguien que vive en la calle sólo porque es menos afortunado que tú (así te lo pida tu mejor amig@ del planeta y crea que es divertidisimo, o aventar a alguien que no te cae bien.
Digo, ya estamos grandecitos para estar de mensos, ¿o no?).
La neta es que mejor me voy a escuchar algo de música porque ya me estoy poniendo medio denso. Pero bueno, ahora sí que como siempre dice mi pá: "Es mejor prevenir que lamentar", #¿apocono?

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